LOS CONFLICTOS ENTRE OBJETIVO Y LA ECONOMIA DEL BIENESTAR Como es obvio, todos los gobiernos y también los partidos que están en la oposición, desearían alcanzar todo el objetivo al máximo y de forma simultánea. Sin embargo la realidad muestra claramente que ello no es posible. Algunos objetivos son prácticamente incompatibles entre sí, otros no lo parecen a corto plazo pero pueden serlo a mediano y largo plazo y, finalmente, los objetivos económicos y los de carácter social son siempre logrables a la vez. En consecuencia los gobernantes se ven obligados a efectuar siempre algún tipo de elección, de acuerdo con algún tipo de prioridades. Uno de los temas que siempre ha preocupado a los economistas teóricos ha sido la posibilidad de encontrar alguna vía para valorar en qué medida unas determinadas políticas económicas contribuyen a mejorar el bienestar de los ciudadanos. En otras palabras, si se acepta, que toda actuación político-económica se orienta a que los ciudadanos de un determinado país estén más satisfechos que antes, lo que quizás haya que plantearse sea en qué medida mejora o puede verse mejorado el bienestar de la sociedad al aplicar una determinada medida o al dar prioridad a un objetivo por encima de otros. Las contribuciones que distintos economistas a este problema suele agruparse bajo el rotulo genérico de economía del bienestar. 1. LOS CONFLICTOS ENTRE OBJETIVOS Si se plantea el tema de forma aislada, el logro de cada uno de los objetivos podría tratarse como un problema independiente. Finado la meta a lograr (bien sea en forma de tasa, de un máximo, de un mínimo, o de una banda con unos límites bien definidos) y dadas unas determinadas condiciones o restricciones, el problema se reduciría a saber si contamos con el (los) instrumentos adecuados para alcanzar la citada meta. Las exigencias de los ciudadanos a sus gobernantes no se reducen nunca a un solo objetivo y las promesas y propósitos de quienes están desempeñando un gobierno de aquellos que sean conseguir más votos desde la oposición suelen referirse a un amplio conjunto de objetivos, ya sean estrictamente económicos o de carácter social y político aunque con implicaciones económicas. Al fin y al cabo lo que los conflictos plantean es que no se pueden lograr todos los objetivos a la vez, o de al menos conseguirlos simultáneamente en su máximo grado. Lo que es tanto como decir que la existencia de los conflictos obliga a elegir entre distintas combinaciones de objetivos. Dicha elección implica, pues, que se otorga mayor preferencia a unos objetivos que a otros (bien sea de corto, mediano y largo plazo) Las relaciones de compatibilidad/incompatibilidad entre objetivos pueden plantearse genéricamente desde tres puntos de vista: En términos estrictamente teóricos y estáticos. Introduciendo el corto y el largo plazo. Considerando los objetivos sociales, además de los económicos. 1. Posibilidades teóricas de interrelación entre objetivos Desde este enfoque es posible distinguir tres posibles casos: i) ii) iii) Existencia de conflictos de carácter fundamental, Existencia de relaciones de complementariedad entre objetivos, y Independencia entre objetivos. i) Conflictos de carácter fundamental Corresponde al caso en el que dos o más objetivos son realmente incompatibles entre sí. El conflicto se manifiesta, en último término, en que cualquier deseo de lograr en mayor grado un determinado objetivo (Y1) supone la necesidad de disminuir o tener que renunciar, inevitablemente, al logro de otro objetivo (Y2). Ejemplo: Incremento de la producción de un país y el aumento del tiempo de ocio. Favorecer la división internacional del trabajo (mayor libertad de mercado, más competencia) y el objetivo protección de un determinado sector de actividad a pesar de que este sea poco competitivo a escala internacional. El aumento del consumo privado y el público y que al mismo tiempo, aumente el ahorro interno, la realidad económica impondrá pronto su ley, que se manifestará atravesó de algunos de los desequilibrios (inflación, saldo deficitario de balanza de pagos por cuenta corriente, necesidad de endeudamiento con el exterior). Si se pretende distribuir por encima del producido, el resultado será siempre la aparición de desajustes fundamentales (de nuevo inflación, déficit presupuestario, endeudamiento) que antes o después obligan a deshacer el camino anterior. ii) Relaciones de complementariedad Este tipo de relación se daría entre dos objetivos cuando el logro de uno de ellos suponga la posibilidad de mejorar simultáneamente el segundo. Uno de los ejemplos más claros es el de las relaciones entre los primeros, implica al menos a partir de un determinado nivel, la contratación de más mano de obra. iii) Independencia entre objetivos En teoría cabe plantear esta opción que significaría que el logro de un objetivo (y1) no guarda relación con otro objetivo (Y2) Es casi imposible de encontrar. CONFLICTOS ENTRE OBJETIVOS A CORTO Y MEDIANO PLAZO Los gobiernos deben combinar, simultáneamente, el logro de objetivos que son “predominantemente” a corto plazo, con otros cuyo logro es impensable si no se orientan a mediano/largo plazo. Esto supone que también surgen conflictos entre determinados objetivos en razón del distinto plazo en que pueden ser logrados. Supone, en definitiva, que las autoridades deben igualmente elegir entre los logros que desean alcanzar a corto y a mediano plazo, cuya incompatibilidad `puede ser a veces, evidente. CONFLICTOS ENTRE OBJETIVOS Plazo Objetivos Económicos Objetivos Financieros Corto Plazo Sostener la actividad y el empleo Restaurar el equilibrio de B. de P. y Reducir el déficit presupuestario. Largo Plazo Reestructurar la actividad productiva en favor del empleo Asignar eficazmente los recursos Financieros CONFLICTOS ENTRE OBJETIVOS ECONOMICOS Y OBJETIVOS SOCIALES Podemos calificar a unos objetivos como esenciales económicos (crecimiento, empleo, estabilidad de precios…) y a otros como objetivos esencialmente sociales (educación, dotación de vivienda, salud); lo cierto es que unos y otros tienen contenidos que traspasan las respectivas fronteras. Ni el crecimiento es solo económico, ni la educación es ajena a la economía y a la mayor o menor eficiencia del sistema productivo, por ceñirnos a dos casos que no requieren una especial explicación. En todo caso, si se acepta la posibilidad de establecer estos dos grupos de objetivos, lo que resulta innegable es que buena parte de los objetivos sociales implica el empleo de un volumen de recursos (financieros, Humanos) que, forzosamente, deberán distraerse de otros usos. Las promesas electorales, a veces fuertemente condicionadas por la política, o las reivindicaciones de las organizaciones sindicales pueden ser, sin duda, deseables. Pero como se pregunta P. Lowenthal: los gastos que todo ello derive, ¿debe ajustarse a la lógica económica? La respuesta se inclina fácilmente hacia el sí. De no respetarse los equilibrios básicos (Producción-Renta-Gasto), antes o después surgirán desequilibrios en términos de incremento de precios, aumento del desequilibrio de la Balanza de Pagos o elevación del déficit presupuestario. En este punto hay siempre dos preguntas importantes a las que resulta difícil contestar: ¿Hay que sujetar los logros sociales al mantenimiento de los equilibrios económicos básicos? O, en sentido contrario, ¿hay que sujetar todo lo económico al logro y mantenimiento de metas y logros de carácter social? El permanente conflicto entre eficiencia y equidad subyace claramente en estas dos importantes preguntas. Desde la óptica económica más estricta, parece difícil repartir sin crear y por supuesto repartir más de lo que se crea. EL BIENESTAR: COMO OBJETIVO ÚLTIMO Y COMO POSIBLE CRITERIO PARA ENJUICIAR EL GRADO DE ACIERTO DE LAS POLITICAS La necesidad de disponer de algún criterio que permita “valorar” el grado de acierto de una Política Económica o, en último término de cualquier actuación aislada que modifique la situación anteriormente existente, ha dado lugar a diversas propuestas y desarrollos teóricos, que en su mayor parte se integran dentro de la llamada Economía del bienestar (Welfare Economics), un campo de la Ciencia Económica al que han hecho aportaciones renombrados economistas. J.K. Boulding señalo hace algunos años los objetivos que han guiado los esfuerzos de quienes pueden encuadrarse en la “economía del bienestar”. El primero de dichos esfuerzos se dirigió a tratar de aclarar y definir los vagos conceptos de “riqueza” y, sobre todo, de “bienestar económico”, como deseos permanentes de la sociedad. El segundo ha sido proporcionar algunos elementos y criterios que pudieran utilizarse como (guía) para la toma de decisiones político – económicas, así como para poder calibrar ex post su grado de acierto. EL BIENESTAR MATERIAL COMO FIN ÚLTIMO DE LA POLITICA ECONOMICA. LAS PROPUETAS DE A. MARSHALL Y A. C. PIGOU La referencia al (bienestar material) como objetivo figuro de manera regular en muchas de las obras de los economistas clásicos. Sin embargo, este concepto no mereció entonces especial atención, algo que sí ocurrió con otros no excesivamente alejados del mismo como los de (riqueza), (utilidad general) y (crecimiento económico). Dos grandes economistas destacan muy especialmente entre quienes iniciaron el desarrollo de la economía del bienestar: Alfred Marshall (1842-1924) y Arthur C. Pigou (18771959). El primero se planteó ya una serie de interrogantes sobre el bienestar social y el bienestar económico, a los que trato de dar adecuada respuesta en varios de sus trabajos y, muy en particular, en sus Principles of Economics (1890). Los términos felicidad y bienestar los utilizó Marshall con frecuencia para referirse simplemente a la producción o al bienestar económico, pero sin llegar a plantearse separar de forma tajante las causas y los factores económicos que influyen en dicha felicidad y bienestar como consecuencia de la formulación y aplicación de las distintas políticas económicas. Por su parte, Arthur C. Pigou, que en la mayor parte de sus escritos dejó señales de su permanente preocupación por el bienestar social, por las necesidades colectivas y por las diferencias de riqueza y de renta que observaba en su país, Gran Bretaña, en contraste con el fuerte desarrollo industrial y económico alcanzado, dedico una atención muy especial al tema del bienestar social y económico en sus obras Wealth and Welfare (1912) y The Economics of Welfare (1920). En ambos libros, y en coincidencia con Marshall y con otros economistas contemporáneos conocidos, el termino bienestar económico (o bienestar material, como en ocasiones aparece nombrado) se identifica con aquellos estándares básicos de satisfacción humana y material que permiten o facilitan la felicidad humana, entendida ésta en su sentido más corriente y elemental. El esquema conceptual de partida de los primeros economistas del bienestar defiende que los bienes y los servicios tienen utilidad si contribuyen al bienestar físico de una persona, a la productividad y a la eficiencia. Afirman, asimismo, que los bienes y servicios pueden ordenarse jerárquicamente de acuerdo con su condición (materiales y no – materiales) y con la satisfacción (utilidad) que proporcionan. En la base material y económica de esta jerarquía, están los bienes y servicios necesarios para asegurar la salud y la supervivencia humana, entre los que, esencialmente, incluían los que satisfacen las necesidades básicas (alimentación, vestido, vivienda…) Marshall mantuvo que la satisfacción de dichas necesidades supone un grado de bienestar material comparativamente mayor que la de los lujos (luxuries), entre los que se incluyen los bienes y servicios que están localizados en el otro extremo de la jerarquía, el contrario al que ocupan los bienes y servicios que se orientan a satisfacer las necesidades básicas. Pigou acabó estableciendo las dos proposiciones que el considero esenciales para mejorar el bienestar económico de una sociedad: 1. aumentar la eficacia productiva y, mediante ello, el volumen de la renta o dividendo nacional (siempre que ello no perjudique la distribución, ni aumente la variabilidad de la renta disponible del país), y 2. mejorar la distribución de los ingresos entre ricos y pobres (siempre que esto no conduzca a contraer el dividendo y no afecte desfavorablemente a su variabilidad). De acuerdo con lo anterior, para medir o evaluar los efectos de las políticas económicas tendríamos ya un criterio básico de referencia: que aumente el volumen de la renta y que se distribuya mejor, o que, si no aumenta, mejore al menos su distribución. Esto último implica, obviamente, que se acepta un supuesto muy importante: que el grado de satisfacción que proporcionan las rentas elevadas a los ricos es comparativamente menor que el que resultaría si dichas rentas se distribuyesen entre los que tienen unos ingresos muy bajos, cuyas necesidades materiales a cubrir son mucho más primarias. EL PROBLEMA DE COMPARACIONES INTERPERSONALES DE UTILIDAD Y EL OPTIMO PARETIANO La economía del bienestar que se desarrolla con posterioridad, es decir, la que propiamente inicia su andadura a finales de la década de los años treinta, tendió a distanciarse claramente de las consideraciones o apreciaciones subjetivas y de carácter ético, como algunas de las que figuran en las tesis de A. C. Pigou, a la que acabamos de referirnos. Este giro está marcado por la creciente introducción del positivismo en la economía, o, en otras palabras, por la idea de que al hacer ciencia es posible y conveniente separar claramente los hechos (es decir, como son las cosas) de los deseos o propósitos (como deberían ser o como desearíamos que fuesen). En este sentido, destacan los criterios y posiciones mantenidas de autores tan reconocidos como David Hume, J. Neville Keynes, Max Weber y Lionel Robbins, entre otros (véase capitulo 1, Apartado 3). Posiciones que, por su propia naturaleza, desembocan en la necesidad de que el economista sea objetivo y científico, en todos sus planteamientos, lo que sin duda excluye la posibilidad de emitir juicios como los que proponía Pigou al afirmar que las transferencias de rentas de los ricos hacia los pobres mejorarían el bienestar social. La razón última para no aceptar dicho tipo de juicios es la dificultad casi la imposibilidad de comparar las situaciones de bienestar que disfrutan los distintos individuos y las mejoras que puede introducir un cambio que se desee provocar en sus ingresos. Al menos, dirán los economistas más ortodoxos, no tenemos elementos objetivos de comparación, porque no es posible realizar comparaciones interpersonales de renta a partir del grado de satisfacción que esta última proporciona a cada individuo, ya que no lo conocemos. Las comparaciones interpersonales de utilidad incorporan siempre juicios de valor, dirán estos autores, y, por consiguiente, no son científicamente admisibles. Parecerá que las propuestas que en su día había realizado Wilfredo Pareto (1848 - 1923) podían quedar a salvo, sin embargo, de las reconvenciones a favor de la ortodoxia. Y la razón era obvia. Al plantearse como definir teóricamente la posición optima (o de máxima satisfacción) en el supuesto del libre intercambio de bienes entre individuos, Pareto al igual que otros contemporáneos había abandonado el concepto simple de utilidad mensurable sustituyéndolo por un índice (ordinal, no cardinal) de preferencias de individuo, lo que significaba aceptar el carácter no medible de la utilidad individual. LOS CRITERIOS DE COMPENSACION. LAS PROPUESTAS DE HARROD, KALDOR Y SCITOWSKI Aunque el esquema paretiano quedo relativamente a salvo de las críticas a las propuestas sobre distribución de rentas, las reconvenciones de Robbins a favor de la objetividad científica paralizaron la línea de desarrollo de la Economía del bienestar que habían iniciado Marshall y Pigou. Sin embargo, la necesidad de ofrecer respuestas practicas a los problemas de Política Económica condujeron a que, a finales de los años treinta, varios economistas de cierto relieve iniciasen la búsqueda de posibles criterios para enjuiciar y valorar la bondad de las medidas de Política Económica, poniéndolas en relación con un supuesto de máximo bienestar social al que debería siempre tenderse. Sir Roy Forbes Harrod (1900 – 1978) fue quien realmente reanimo el debate sobre la distribución de la renta y el problema de la comparabilidad entre los grados de satisfacción de los individuos y/o grupos de individuos de un país, al propugnar, en un artículo publicado en 1938, la necesidad de que el economista no tuviera que permanecer neutral ante las medidas de política económica y defender el llamado postulado de igualdad. En el citado artículo, dedicado a definir el campo de la economía, tomando como ejemplo la derogación de las leyes de granos de Gran Bretaña de 1848, Harrod afirma que, sin duda, podría demostrarse que el beneficio conjunto de la comunidad, gracias a la dicha derogación de las normas que impedían el libre comercio, superaba las posibles pérdidas de los terratenientes, pero solo si los individuos eran tratados en algún sentido como iguales, es decir, si se considera que todos los ciudadanos pierden o ganan individualmente lo mismo en términos de satisfacción, lo cual, dado que los consumidores forman un colectivo mayor, daría lugar a un aumento en el bienestar colectivo. Una afirmación que implicaba retornar al punto de partida de la confrontación entre los primeros economistas del bienestar y Robbins, esto es, a discutir si es o no posible comparar satisfacciones individuales. Los profesores John R. Hicks (1904-1989) y Nicholas Kaldor (1908-1986) entraron también a debatir este problema, aunque, en lugar de seguir la línea marcada por Harrod, prefieren mantenerse dentro del campo científicamente más resguardado de Pareto. En una breve nota publicada en 1939, en respuesta a la afirmación de Harrod, Kaldor negó que las comparaciones interpersonales de utilidad fueran absolutamente pertinentes a la hora de enjuiciar la bondad de una medida de política económica ( en este caso, la abolición de las ya citadas leyes de granos), y propuso un principio o norma más objetiva sobre la eficiencia y la bondad de una decisión de Política Económica: una medida económica nueva constituirá una mejora global siempre que los perjudicados por ella puedan ser más que compensados por quienes resulten beneficiados. Lo cual no significa añadia Kaldor que tal compensación deba ser satisfecha, ya que esto será una decisión política sobre la que el economista no tiene autoridad especial para pronunciarse. El Principio de compensación propuesto por N. Kaldor fue considerado por John Hicks (1939) como una base más adecuada de la economía del bienestar que la relacionada con la medición de la utilidad. LA FUNCION DE BIENESTAR SOCIAL (FBS) COMO POSIBLE RECURSO PARA ORIENTAR Y EVALUAR LAS POLITICAS ECONOMICAS Paúl Samuelson fue desde un principio (1947) un duro crítico del principio de compensación al que se acaba de hacer referencia y, por el contrario, colaboro con Abram Bergson en la formulación de la función de bienestar social, quien en 1938 ya había expuesto sus posibles fundamentos. Ambos concibieron dicha función no como vía para ordenar las combinaciones de bienestar individual, sino más directamente para ordenar las combinaciones de todas aquellas variables de las que dependen los bienestares individuales. La idea de que, en último término, lo que las políticas de los gobiernos persiguen es tratar de mejorar el bienestar de la gente o que, cuando menos, pretenden lograr que este no empeore y que se reduzcan y superen los problemas más negativos que les afectan, parece que puede ser aceptada sin grandes reservas. Esto sugiere que los objetivos de la política de un gobierno podrían o pueden ser contemplados de acuerdo con su contribución al bienestar de la sociedad. Consecuentemente, para un determinado país Francia, Reino Unido, España, Argentina, México o cualquier otro podría formularse una Función de Bienestar Social (FBS) en la que se recogiese el conjunto de variables que afectan globalmente al bienestar de la comunidad y que nos permitiera medir siquiera aproximadamente como contribuye una determinada acción a la mejora o no del bienestar colectivo. A tal efecto, podría formularse una función genera del siguiente tipo: W = W (C,E,P,B,Y) Donde el bienestar de la sociedad (W) se haría depender del crecimiento económico (C), del empleo ( E), DE LA ESTABILIDAD DE PRECIOS (P), de la balanza de pagos (B) y de la distribución de la riqueza y la renta (Y), suponiendo que estas son las preocupaciones básicas de los individuos en cuanto miembros de la sociedad desde una perspectiva económica. Generalmente, cuando los economistas intentan referirse a los efectos en términos de bienestar de una política pública, los planteamientos de la economía del bienestar de tipo paretiano suelen tomarse como punto de referencia. Pues bien, para relacionar la función social de bienestar anteriormente definida con el principio del óptimo de Pareto, lo que habría que hacer es no considerar las metas a lograr en términos de crecimiento, empleo, estabilidad de precios, etc. Como objetivos o fines, sino como medios para avanzar hacia la maximización de las utilidades de todos los individuos que componen la comunidad que se toma como referencia. De acuerdo con lo anterior, la FBS que antes se había definido se transforma en : W = W (U1, U2, …., Un) En la cual W sigue siendo el bienestar social y las U1, U2, …., Un corresponden a los niveles ordinales de utilidad de cada uno de los n individuos que componen la sociedad, dependiendo dichos índices de utilidad de su respectiva valoración de los bienes y servicios puestos a su disposición. Partiendo de esta base, los objetivos de eficiencia y de pleno empleo son vías para alcanzar una posible Frontera de Posibilidades de Producción (FPP), es decir, la mayor cantidad de bienes disponibles bajo una determinadas condiciones del sistema productivo, lo que haría que ciertos individuos pudieran mejorar su utilidad sin provocar simultáneamente que nadie la vea empeorada. De forma semejante, el objetivo crecimiento económico hace posible que las restricciones en términos de erección individual disminuyan, lo que se traduce en que mejora los niveles de utilidad. En teoría, el óptimo paretiano puede lograse mediante el comercio (intercambios) interno o a escala internacional, por lo que en principio las políticas que promuevan los intercambios favorecerán el bienestar. El dinero facilita el comercio y una moneda estable es condición necesaria para alcanzar el óptimo. En consecuencia, el control de las tensiones inflacionistas, mediante la fijación de un objetivo de estabilidad de precios internos, constituye una condición indispensable. LOS CONFLICTOS ENTRE ECONOMIA DEL BIENESTAR OBJETIVOS Y LA Para evitar la pérdida de confianza en la moneda nacional y sus efectos negativos desde el punto de vista de los intercambios. La cuestión radicara, en todo caso, en fijar el aumento del nivel de precios tolerable o conveniente y relacionarlo con los demás objetivos deseados (p. ej.: Máximo nivel de empleo). El razonamiento que acabamos de presentar podría seguir desarrollándose. Desarrollar todo lo anterior puede dar lugar, como de hecho ha sucedido en los últimos años, a ingentes esfuerzos matemáticos para presentar la lógica de la agregación de las preferencias individuales y de la elección social. Todo ello plantea numerosos problemas, bastantes de ellos casi insalvables. Una restricción clara y muy importante es, al respecto, que cualquier deseo o motivación que no pueda expresarse lógicamente como preferencia no se incluye en las estimaciones de bienestar. Por otra parte, tampoco resulta fácil incluir los aspectos institucionales. Siempre será preciso partir de unos juicios éticos, quedando supeditadas las relaciones de la función a nivel de abstracción que se haya elegido. Si quien formula la función es un perfecto utópico señalo Samuelson puede preferir ignorar algunas relaciones institucionales, haciendo caso omiso de su importancia empírica; (…) mientras que por el contrario, puede ser que desee tomar como jijas e inmutables todas las instituciones sociales y económicas. En todo caso, en el supuesto de que se logre estimar una FBS del tipo arriba indicado que sea aceptable, el problema político de seleccionar las acciones más convenientes quedaría reducido a uno solo: maximizar la FBS, y a tal efecto se consideraría que los policy makers deberían tener en cuenta una serie de prioridades en relación con los objetivos que se estiman deseables para lograr el máximo bienestar de la colectividad. RECAPITULACION FINAL: PLURALISMO DE OBJETIVOS VERSUS PLANTEAMIENTOS MONISTAS La imposibilidad de alcanzar simultáneamente y al nivel máximo deseable todos los objetivos de la política económica constituye un hecho indiscutible. Las propias relaciones básicas que existen entre las principales variables macroeconómicas es decir, entre: renta, consumo, ahorro, inversión, exportaciones, importaciones, precios, etc., junto con el propio carácter limitado de los recursos, imponen restricciones que obligan a los policy makers a establecer prioridades. Esto es, obligan claramente a tener que efectuar algún tipo de elección, tanto en términos de jerarquía de los objetivos que se desean alcanzar (ordenación de prioridades, entre ellos), como en cuanto a su cuantificación (las metas específicas a lograr en cada objetivo) y al plazo u horizonte temporal en que dichos objetivos se plantean (a corto, medio, o largo plazo). Como es obvio, dichas preferencias y/o prioridades deberán considerar no solo los objetivos de carácter más claramente económico (crecimiento, estabilidad de precios, logro del pleno empleo, etc.), sino los objetivos de carácter social (educación y sanidad, cobertura de necesidades sociales básicas,…). Desde el punto de vista teórico, un economista puede plantearse un objetivo individual pongamos como ejemplo la estabilidad de precios y definir los instrumentos más adecuados para poder alcanzarlo, de hecho, bastantes modelos económicos y de política económica parten de este supuesto simplificador y aíslan un determinado objetivo para examinar que acciones serian más convenientes para lograrlo (p. ej.: que medidas de política monetaria, presupuestaria, o de moderación de las rentas salariales y no salariales serían necesarios adoptar). Sin embargo, a pesar de que este tipo de aproximación resulta muy útil y clarificador desde el punto de vista teórico o analítico, hay que reconocer que la posibilidad de establecer un tipo de compartimiento estanco, donde únicamente se incluyan uno o dos objetivos y unos medios orientados a alcanzarlos, constituye una simplificación poco realista. Por supuesto que es posible hacerlo y que ello permite clarificar o definir las posibles relaciones que existen entre dicho (s) y los instrumentos considerados. Pero lo que la realidad nos muestra es que los objetivos a alcanzar no suelen ser ni uno, ni dos, sino que son siempre múltiples y que, además, están claramente interrelacionados entre sí, y lo que el análisis económico nos enseña y también la realidad es que con gran frecuencia los posibles medios a utilizar no se corresponden ni en cuanto al número, ni en cuanto a sus posibilidades con los fines deseados, aparte de que prácticamente cada uno de ellos tendera a afectar directa o indirectamente a todos los objetivos y no a uno solo en particular. Como se ha visto, este tipo de preocupaciones llevaron a una serie de economistas a plantearse la posibilidad de definir un objetivo único de política económica, a tratar de definirlo y a estudiar las posibles vías para valorar cuando y como mejora o empeora. El objetivo bienestar social, en su definición más amplia, se situó así como la meta ultima a alcanzar, o, en una visión más reductiva y aparentemente alcanzable, el objetivo bienestar económico. Caso de que fuera posible clarificar el contenido de este objetivo único, el problema podría reducirse a tratar de valorar en cada caso la contribución que una acción concreta realiza al logro del mismo desde una perspectiva colectiva, es decir considerando el conjunto de ciudadanos, algunos de los cuales pueden salir perjudicados individualmente, mientras otros obtienen unas ventajas o beneficios.