el docente autoritario - Universidad Autónoma de Chihuahua

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DE VISTA
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PUNTO
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EL DOCENTE AUTORITARIO
JOSÉ LUIS EVANGELISTA MÁRQUEZ
Facultad de Filosofía y Letras/Universidad Autónoma de Chihuahua
¿S
omos autoritarios los docentes universitarios? El siguiente
escrito sirve para determinar hasta qué
punto somos autoritarios con nuestros
alumnos. Este problema plantea un tipo de
comportamiento que guarda el alumno ante una
serie de conductas dadas por el profesor, producto
de una práctica docente tradicionalista en que las actitudes y posturas que guardan frente al educando ha
convertido a estos en seres dependientes e inseguros,
en donde el profesor es el que “piensa por ellos” e
indica lo que se debe de hacer en cada una de las actividades escolares cotidianas.
Por autoritarismo queremos referirnos a aquella serie de actitudes que se da en el docente al estar frente
al grupo escolar y que se manifiesta de muy diversas y
variadas formas: el “orden” establecido en el aula, el
“silencio”, la disciplina, la intimidación al alumno, el
sometimiento, el acatamiento incondicional de órdenes
dadas al alumno, la obediencia, etcétera, todo esto dentro
de un aspecto negativo. Porque, de hecho, un profesor
debe de tener y mostrar una autoridad en el aula (y
fuera de ella), pero guiada adecuadamente, no llegando a los extremos de amenazas e imposiciones en los
educandos, sino simplemente haciendo valer su presencia ante ellos. Y esto implica que el docente sea
responsable, dominador del tema que trata en sus clases, conocedor de las necesidades de sus alumnos,
puntual, que maneje adecuadamente sus estrategias y
técnicas de enseñanza, que utilice la metodología apro-
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piada de acuerdo a los objetivos perseguidos, etcétera.
Así pues, desde esta perspectiva, se pretende analizar este comportamiento en la relación establecida
maestro-alumno desde el punto de vista impositivo. En
cada facultad, institución o escuela existen docentes
que, dentro de su práctica escolar, consciente o inconscientemente ejercen este poder de una manera autoritaria, y a consecuencia de esta actitud van transformando al alumno en un ser sumiso, atemorizado, inseguro, y no en pocos casos rebelde, debido a dichas actitudes mal dirigidas o encaminadas.
El hecho de que los maestros sean autoritarios (de
manera general pienso que todos en algunas ocasiones
lo somos y muy pocos escapan de ello) les permite
ejercer un control absoluto con sus alumnos; los docentes son los que disponen, hacen, señalan, marcan
cada actividad, y llegan a humillar (de diferentes maneras) a los escolares. Esto trae como consecuencia
que el alumno se vuelva retraído, temeroso e inseguro
de lo que hace o pueda realizar, y se van apoderando
de él una angustia y un temor que se reflejan en su
conducta dentro del aula. La actitud del grupo escolar,
conociendo las actitudes de este tipo de maestros, se
vuelve retraída, obediente, “disciplinada”, ya que el temor les invade y se sienten impotentes ante este tipo
de autoridad. Con ello el maestro ejerce el control, que
al final de cuentas puede verse reflejado en una calificación ya sea parcial o final de curso.
Los conflictos, los puntos de vista diferentes, son
cosa cotidiana dentro del aula escolar; los profesores y
alumnos deberían de estar conscientes de estos hechos como la fuente fundamental de que la clase “crezca”, de que solo de esta forma los protagonistas del
aula pueden establecer puntos de vista diferentes, “abrir
las mentes” a la crítica y a un enjuiciamiento respetando los pensamientos y creencias de los demás; si esto
no sucede así dentro del aula, entonces no existe realmente un aprovechamiento de la clase misma. Aquí no
se trata de “darle por su lado al alumno”, es obvio que,
si está equivocado en sus observaciones o forma de
pensar, hay que ubicarlo y proporcionarle más puntos
de referencia para que centre sus respuestas, o bien
indicarle cuál es el problema, donde está su error, para
que él o ellos puedan tener más opciones y contestar
adecuadamente, sea de forma individual o en conjunto;
solo de esta forma el estudiante podrá superarse y estar abierto al diálogo, a defender lógicamente lo que
piensa o sus tesis vertidas en investigaciones. Necesitamos un diálogo permanente en clase y estar dispuesENERO-MARZO 2008
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tos a la crítica (constructiva), tanto de los docentes como
de los compañeros de grupo.
Sin embargo, muchos docentes no aceptan este
hecho, porque en la clase “no pueden equivocarse” y
los alumnos deben aprender de ellos; si hay alguien
que se equivoca es el estudiante. En esta situación, en
el profesor se centra todo el poder y todo el saber, y es
quien ocupa el lugar más importante del salón de clase.
¿Dónde está entonces el cambio de paradigma pedagógico? ¿Cuándo el estudiante ocupará el lugar más
importante en el proceso enseñanza-aprendizaje? ¿Para
qué pregonar tanto la teoría constructivista si solo la
vemos (sin realmente entenderla y mucho menos ponerla en práctica) y no la comprendemos en la extensión de la palabra? El alumno no es visto como tal, la
relación maestro-alumno no se da, o se pierde, ya que
la “enseñanza” impartida por este tipo de docente es
de carácter unilateral: él solo va a ser un trasmisor y no
le interesa si el alumno aprende o no, si comprende lo
que se ve en clase o no, lo más importante es terminar
el programa.
Esta forma de impartir la enseñanza es tradicionalista: el profesor se yergue como el único sabedor de
conocimientos y por lo tanto es “el señor” de la clase.
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¿A cuantos maestros que nos impartieron clases recuerda con estas actitudes, estimado lector? En mi memoria no recuerdo cuántos, solo sé que desde primaria
me tocaron así, y cada vez que algún alumno me reclama algo pienso qué tanta culpa tuve en dicha situación
o qué fue lo que me falló. Esto lo hago como catarsis y
da resultado.
Nos quejamos de los alumnos por ser tan pasivos,
tan distantes a veces, que no estudian ni memorizan
ciertos conceptos, definiciones, fórmulas, etcétera, pero
si no les damos confianza, si no damos bien las instrucciones a seguir, ¿cómo le va a hacer el alumno para
saber lo que queremos de él? Debemos de tomar en
cuenta que desde que el estudiante entra a ser parte de
la educación formal, ha vivido en la escuela mínimamente 13 años “de lo mismo”, y al iniciar sus estudios
de licenciatura la inercia que trae arrastrando es muy
fuerte... y cómoda. Es por ello que a estos niveles (incluso en posgrado) el estudiante no sabe estudiar, no
sabe sintetizar, no resume y le cuesta mucho trabajo
realizar trabajos, ensayos, investigaciones por su propia cuenta.
Por todo esto el alumno se ha vuelto conformista,
pasivo, atenido, que a nivel licenciatura no sabe leer ni
escribir ni estudiar. Todo ello son retos para nosotros
como docentes. ¿Aceptamos el reto? No, generalmente
nos defendemos diciendo que “ya están en nivel profesional... a ver cómo le hacen”.
En ese momento la comunicación se rompe, el estímulo que necesita el alumno no se da, se pierde y, el
docente, con múltiples y valiosas responsabilidades, no
puede aceptar otra más: la atención hacia el educando.
Así pues, la comunicación se da del que está y permanece al frente, del que está en lo alto, y se da rigurosamente en línea vertical, del maestro al alumno. ¿Se da
la comunicación en este modelo didáctico? No, y generalmente se reduce a un monólogo. Así pues, los alumnos moran a nuestro alrededor totalmente indefensos.
Siendo consciente de este hecho, usted como docente,
¿a cuántos alumnos identifica con esta actitud? Son
muchos, ¿verdad? Pero no nos preocupemos, tal vez ni
de sus rostros nos acordamos, mucho menos de sus
actitudes.
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de por qué se sigue imponiendo una didáctica tradicional o bien una teoría educativa basada más en los objetivos a lograr o en ver el contenido del programa que
en el aprendizaje mismo del alumno. Los problemas y
los análisis de los conocimientos que pudieran darse en
el aula solo aparecen al nivel de las cuatro paredes que
forman la “realidad docente” y se pierde toda la relación y visión social que existe en la interacción sociedad-escuela. La experiencia vivida, el enriquecimiento
de conciencia, social y cultural que pudiera haber tenido el docente y los mismos educandos queda trunca,
limitada dentro del salón de clase: ¿dónde quedó la vinculación escuela-sociedad? ¿Cómo o de qué forma podemos “amarrar” las teorías y visiones de los diferentes autores en nuestra realidad del entorno? S
Sociedad y educación
Partiendo del hecho de que la práctica docente es por
sobre todo una práctica social entonces, se pueden comprender muchas cuestiones que a simple vista no se
entienden ni se captan. Se pueden explicar situaciones
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