LOS PRINCIPIOS GENERALES DEL DERECHO Y LA CULTURA

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LOS PRINCIPIOS GENERALES DEL DERECHO Y LA CULTURA
DE LA LEGALIDAD.
Dr. Sergio T. Azúa Reyes
El tema de los principios generales del derecho es asunto de primera
importancia, no sólo en la filosofía del derecho como sustento de todo
quehacer jurídico, ya sea éste el que ve a las relaciones del Estado con
los particulares o a las de éstos entre sí. Si bien es cierto que el derecho
público, urgido a las veces por las necesidades del apremio de superar la
contingencia, tiene que permitirse licencias menos rigurosas que el
derecho privado en el que la frontera entre los derechos de las partes
juega un papel más estricto, en ambos territorios, sobre todo en los
tiempos modernos, resulta ser un requisito sine qua non la labor jurídica
desprovista de todo viso de sustento meramente fáctico que pase por alto
el rigor del carácter científico que dota de confiabilidad y eficacia al
quehacer legislativo.
En este orden de ideas el estudio de los principios generales del derecho,
como directrices a las que debe ajustarse tanto el legislador como todo
operador del derecho, resulta imprescindible para dotar a los cuerpos
legales de sentido, de coherencia y de factibilidad. De ahí que nuestro
tema, más estudiado por filósofos y teóricos del derecho, no pueda
escapar al interés de juristas, jueces y abogados que vean en su quehacer
un actuar congruente, encaminado a la prosecución de los altos valores
de las relaciones humanas.
Abordar este tema, así sea a vuelo de pájaro, exige una referencia al
pensamiento de los grandes juristas-filósofos que, ubicados en las
posiciones del jusnaturalismo y del positivismo han dotado al derecho
del carácter de ciencia que tanto le han escatimado los cultivadores de
otras disciplinas, movidos unas veces por cierto celo gremial
injustificado, pero otras indiscutiblemente por un lamentable descuido
del análisis riguroso por parte de quienes debiendo hacerlo no se han
preocupado por ver lo que hay más allá del frío texto legal, por descubrir
el espíritu que da solidez al ordenamiento jurídico.
El asunto tiene remotos antecedentes. Al igual que sucede en las ciencias
naturales, el conocimiento de nuestra materia se inicia con la observación
empírica de un fenómeno de la naturaleza, al advertir que entre las leyes
que rigen los diferentes pueblos existen unas que son comunes a todos y
otras que son propias de cada uno. Estas últimas obedecen a las
costumbres propias de cada lugar, así como a sus particulares
circunstancias, en tanto las comunes a todos y que permanecen
inalteradas en el tiempo, son la expresión de la constitución física, mental
y moral común a todo ser humano, incubándose así el postulado de que
las relaciones de la vida (naturaleza de las cosas) contienen en sí mismas
las leyes que deben regirlas. En estas leyes de la -naturaleza, eternas y
universales, son en las que los filósofos juristas más señalados de todos
los tiempos habrán de encontrar los arquetipos de un derecho que por su
origen habremos de llamar derecho natural.1 N o se trata de preceptos de
un cuerpo- legal emanado de la autoridad formalmente competente, sino
de una serie de ideas que laten en todo ser humano que son inherentes a
su calidad de tal. En otros términos, el derecho natural es el adjetivo que
sirve para designar a una ley que es tenida como satisfactoria de un ideal
de justicia.
Así, las posiciones jusnaturalistas, no obstante su diversidad ¡' -la que ha
hecho expresar a algún autor que son tantas como tratadistas han
abordado la materi~ tienen como denominador común el aserto de que el
derecho vale y obliga por la bondad o justicia intrínsecas de su
contenido, sin perjuicio de que en ocasiones, por razones de orden
práctico, pueda obligar por sí mIsma.
A la fecha este pensamiento, indiscutible en otros tiempos, ha recuperado
el prestigio erosionado, no tanto por otras corrientes cuyo carácter
pragmático facilitó su éxito, sino quizá más por el lamentable abuso de
vacuidades a las que no pocos operadores jurídicos son ajenos.
En este espíritu jusnaturalista se engendra la formula principios generales
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del derecho. Así en la timidez de sus orígenes la referencia a tales
principios en los proyectos de leyes y en las primeras leyes que los
aluden suele acompañarse de expresiones que evocan su origen, tales
como "los principios generales del derecho natural", "máximas del
derecho natural", "principios de la justicia natural", "de la razón", "de la
ley natural", etc., tal sucede al formularse el proyecto del Código
Napoleón, en vistas a cubrir con una fuente supletoria el problema de las
insuficiencias de la ley (artículo 11 del proyecto). Es en este proyecto en
donde por primera vez encontramos la referencia a unos principios
generales con tendencia a convertirse en fuente supletoria de la ley
consagrada por el derecho positivo, aunque en definitiva el código
aparece sin contener esta fórmula como consecuencia de diversas
discusiones al respecto y, seguramente sobre todo, debido a la pretensión
de Napoleón de haber creado una legislación tan completa que no
necesitaba de este recurso.
Al proyectarse el Código Civil Austriaco, de 1806, también se discutió la
formula principios generales del derecho, la que no apareció en el texto
definitivo, sin embargo en el artículo 7 de éste se establecen como
recursos para resolver el problema no previsto los criterios empleados en
casos semejantes, los fundamentos de leyes análogas y si el caso
permaneciere aún dudoso se decidirá de acuerdo a las circunstancias
cuidadosamente recogidas y maduramente pesadas, según los principios
jurídicos naturales.
El Código Civil Suizo de 1807, en su artículo primero estableció que el
juez, a falta de ley y costumbre debe fallar "según las reglas que él
establecería si tuviese que ejercer la función de legislador".
El Código Civil de Luisiana, de 1824, en su artículo 21 recomendó a los
jueces que en caso de silencio de la ley acudieran a los "principios de
equidad y del derecho natural".
En el proyecto Código Civil de los estados sardos, o Código Albertino,
de 1837, se habló de "principi generali del diritto natural e, de principios
de razón natural como forma más adecuada para suplir las deficiencias de
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la ley y de principios de equidad.
En el artículo 3° del Código Civil Italiano de 1848 se habló de "los
principios generales del derecho, tomando en consideración todas las
circunstancias del caso". Esta es la primera o.casión en que en un texto
legal se emplea, sin más, la expresión principios generales del derecho.
En nuestro derecho mexicano la expresión que nos ocupa aparece en el
artículo 14 constitucional, en el 19 del Código Civil Federal y en sus
equivalentes de los propios de las entidades federativas.
Esta postura claramente jusnaturalista ha tenido sus detractores, sobre
todo desde mediados del siglo XIX en que con el matemático y filósofo
francés Augusto Comte (1789-1875) surge un fuerte movimiento
ideológico conocido como positivismo, el que en pocas palabras
podríamos definirlo como una corriente científica que reacciona contra
las tendencias de los siglos precedentes rechazando todas las
especulaciones apriorísticas y se confina en los datos de la experiencia
sensible, teniendo como sus principios a) la seguridad en la validez de la
ciencia; b) la admisión de las leyes naturales absolutamente constantes y
necesarias; c) la uniformidad de las estructuras de la realidad; d) la
continuidad en el tráfico de una ciencia a otra, y e) la tendencia a la
matematización y al mecanismo.
El éxito alcanzado por esta corriente en el campo de las ciencias
naturales, debido a la credibilidad que le brinda la observación de los
hechos empíricos y de los datos perceptibles por los sentidos, invade el
ámbito de las ciencias sociales y entre ellas al derecho. En este orden de
ideas el jurista húngaro Julius Moore ha definido el positivismo jurídico
como una concepción con arreglo a la cual el derecho es creado, en un
proceso histórico, por el poder gobernante en la sociedad y todo lo que
éste mande es derecho por virtud del hecho mismo que lo manda.
Carnelutti por su parte, en esta misma línea concibe a la materia jurídica
como un complejo de reglas del obrar puestas por el hombre y no por la
naturaleza, por lo que no son leyes necesarias sino arbitrarias,
consecuentemente las leyes éticas a las que debe ceñirse el derecho no
son todavía derecho, puesto que éste sólo puede ser positivo y lo que está
sobre él no es derecho, aunque obedezca a un orden de cualquier
naturaleza.
Legaz ha advertido como características de esta escuela las siguientes: a)
El culto al texto legal;. b) esta escuela busca la intención del legislador
como factor decisivo de la interpretación; c) es profundamente estatista,
reconociendo como jurídicamente omnipotente al legislador estatal; d)
los exegetas tratan de hacer compatible esta escuela con sus creencias en
un concepto metafisico del derecho o con sus ideas del derecho natural, y
e) la exégesis profesó un culto desmedido a la autoridad y al precedente.
En esta corriente Buget, uno de los representantes más característicos de
la escuela de la exégesis llegó a expresar: "Yo no conozco el derecho
civil, sólo enseño el código de Napoleón".
Lo expuesto llevaría al jurista que quisiera indagar los principios
generales del derecho a una labor científica que, encerrada en el ámbito
de la ley, a base del estricto empleo de los métodos de inducción y
deducción empleados por las ciencias de la naturaleza tratara de
encontrar la serie de ideas precisas comunes a una pluralidad de textos
legales, prescindiendo de cualquier consideración ajena a un manejo
estrictamente mecánico de la disposición legal.
Hasta aquí hemos expuesto a grandes rasgos las ideas básicas de las dos
corrientes de pensamiento en cuyos ámbitos se tendría que trabajar para
encontrar las ideas directrices de toda la labor jurídica. Si bien es dable
pensar que cualquier operador del derecho con facilidad se puede
encontrar claramente inclinado por cualquiera de estas ideologías, no
debemos perder de vista que cualquier posición científica está obligada a
tener en mente que los contrarios también pueden ser tesoreros de
algunas verdades.
Nos toca ahora confrontar sintéticamente las posturas de ambas
corrientes de pensamiento para encontrar la fuente que dota al derecho de
sus principios generales, así podemos precisar lo siguiente:
a) Para el jusnaturalismo los principios que nos ocupan son
inmanentes a la naturaleza humana;
b) La generalidad de los principios tiene como fundamento el
carácter prescriptivo, no descriptivo, de la conducta humana;
c) La parcial sustracción del derecho al manejo de la lógica formal
se justifica por la pugna entre el rigor de ésta y el imperativo de
atender eventualmente a valores superiores, por lo que la ley opta
por señalar al juez pautas generales para la solución de ciertas
cuestiones;
d) El ordenamiento jurídico de un país no emana de un plan de
exigencias lógicas, sino del requerimiento de satisfacer sus
necesidades reales, lo que exige el conocimiento de las condiciones
sociales efectivas de la época que rige, siendo estas circunstancias
las limitantes del alcance de sus principios por lo que los mismos
no tienen un carácter absoluto, sino simplemente general. Así, la
lógica formal, correcta. tiene que ceder y el juez tendrá que
encontrar entre las premisas posibles sólo aquellas que conduzcan a
conclusiones justas, tomando en cuenta las contingencias que
exigen la consideración de elementos psicológicos, morales,
económicos y demás; lo que no llega a implicar la destrucción de
los resultados lógicos que evidencian el peso de la ciencia del
derecho, pues esta lógica de lo razonable, como suele llamada el
maestro Recaséns Siches, cada día irá subrayando la congruencia de
la ley con el deber ser en la medida en que se debilita el carácter
autoritario de los cuerpos legales.
Frente a estas ideas la corriente positivista no ve a los principios como
unas leyes de la naturaleza que deben ser descubiertas por el jurista, sino
como el resultado de un análisis del derecho positivo cuyos preceptos en
un proceso de inducción arrojan como resultado una serie de ideas que lo
sustentan y cuya validez se deberá comprobar inversamente por un
proceso de deducción.
El positivismo niega el fundamento que a los principios da el naturalismo
argumentando el carácter extrajurídico de los fundamentos filosóficos o
metafísicos de esta corriente por carecer de la capacidad fundante propia
de las normas dotadas de validez. Así en opinión de Soler "Un principio
jurídico, por general que sea, que no proceda de alguna de las fuentes de
producción constitucionalmente legítimas, carecerá de poder obligante y
permanecerá dentro del ámbito fluctuante de las opiniones, de los ideales
y de la política".
El positivismo ve en las posturas jusnaturalistas una serie de ideas vagas
e innecesarias para el encuentro de los principios, ya que desde la
adopción del sistema de Constituciones que incluyen declaraciones de
derechos y garantías la mayoría de los principios más generales han
dejado de andar flotando en un mundo suprajurídico para transformarse
en preceptos escritos y, aún en ausencia de esta precisión, el esfuerzo
para descubrirlos es mucho menor del que alguna vez pudiera haberse
imaginado ya que éstos se encuentran en el acervo ideológico y
valorativo del hombre civilizado.
Si bien es cierto que no objetamos del todo estas aseveraciones de los
positivistas vale preguntamos ¿qué sentido tiene entonces buscar en la
inmensidad del universo filosófico unos fundamentos de la ley cuando
éstos se encuentran en ella misma tan cercanos a nosotros? En nuestra
opinión el sentido de esa búsqueda radica precisamente en el imperativo
de dotar al hombre, y en especial al jurista, de la conciencia del valor
intrínseco del derecho, tanto como elemento esencial para su obediencia,
como herramienta necesaria para su estudio crítico, cuyo análisis
profundo permita el acierto de la evolución jurídica, encaminando así al
gobernado hacia una cultura de la legalidad que vea en la norma no sólo
la eventual ocurrencia del que legisla, sino la fuerza inherente a lo que
tiene valor per se. De esto se sigue que filosofía y derecho no pueden ir
por caminos separados, por lo que Fix Zamudio dice que la esencia de
los preceptos constitucionales "radica en los valores supremos de toda
comunidad política y en la organización de sus poderes supremos,
caracterizándose por lo que Linares Quintana ha denominado
fundamentalidad
"~o
Estoy convencido de que no podrá existir una verdadera cultura de la
legalidad por la simple familiaridad del ciudadano con la ley, ni aún con
su observancia; para que exista una verdadera cultura de la legalidad
tanto el ciudadano común, el abogado, el que juzga y el legislador
deberán hacer de la confrontación de sus derechos y sus obligaciones con
los valores de la convivencia una práctica cotidiana que fuerce al
surgimiento de leyes que contempladas desde una perspectiva moral
puedan ser calificadas de buenas y desde la perspectiva estricta de la
ciencia del derecho de de justas, válidas y eficaces.
No cabe alegar a favor de una postura técnica jurídica el deslinde entra
filosofía y derecho positivo. Éste sin un espíritu que le de unidad y
coherencia no es derecho, como las partes de un reloj no son reloj si no
se encuentran ensambladas. El irreversible avance de la legalidad exige
el elemento aglutinador de unos principios que bien trabados permitan
sentir al gobernado que por ellos fluye la justicia que dota de solidez al
texto legal.
Esgrimiré ahora un argumento de derecho positivo nacional del más alto
rango para enfatizar la idea de que los principios generales del derecho
no son sólo filosofía del derecho, sino el derecho mismo, su sustancia. El
argumento es el siguiente: Cuando el artículo 14 de nuestra constitución
política federal en su último párrafo establece que "En los juicios del
orden civil, la sentencia definitiva deberá ser conforme a la letra, o a la
interpretación jurídica de la ley, y a falta de ésta se fundará en los
principios generales del derecho" está diciendo que éstos son el
fundamento jurídico de una sentencia, que éstos son la ley misma que no
ha sido explicitada en el texto de un artículo que haya que interpretar,
pero cuya fuerza vinculante resulta indiscutible. Los principios existen
por sí mismos en tanto que la interpretación sólo existe a partir de una
ley.
Por ahora mi propósito se ha ceñido a argumentar, a favor de una cultura
de le legalidad, que ésta no puede existir sin la convicción de la
necesidad de una ley cuyo valor intrínseco se sustenta en unas ideas
madres que sintetiz~n el espíritu de un pueblo y hermanan la puntualidad
del "deber ser" con la eventual suavidad de la permisión que permite que
en el precepto legal se encarne la justicia.
Gracias.
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