cultura y dominación

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CULTURA Y DOMINACIÓN
Allá por los años sesenta, mi generación aprendió que si en los países coloniales la
opresión se ejerce a través de la fuerza bélica, en cambio, en los países semicoloniales cuya independencia es sólo formal - las ideas ocupan el lugar de los fusiles. Así resulta
que mientras, en los primeros, la mera presencia de un ejército de ocupación provoca el
surgimiento de rebeldías nacionales, en los segundos, a través de los distintos
mecanismos de difusión de la cultura, el orden dependiente queda enmascarado, de
modo tal que resulta difícil desarrollar una conciencia nacional, de contenido
antiimperialista. Ello permite que el sistema se sobreviva no obstante que la mayoría de
la sociedad resulta víctima de la explotación, y podría liberarse, ya fuese a través de las
urnas o de la insurrección. Por supuesto, ello sería posible si tuviese la convicción de
que se halla sometida a un poder imperial, con él cual ha pactado la minoría oligárquica
nativa. Y además, por supuesto, que esa subordinación anula sus posibilidades de vida y
desarrollo, es decir, si el vasallaje resultase tan a la vista como en aquellos países
coloniales con presencia de ejércitos extranjeros de ocupación.
En los países semicoloniales, esa opresión externa es desconocida por amplios sectores
de la sociedad, aún cuando son víctimas de la misma. La dominación cultural les hace
suponer que el orden instaurado - en lo político, económico, cultural, etc. - no obedece a
una imposición sino que resulta solamente de las costumbres, idiosincracia, caracteres
raciales y religiosos, influencias inmigratorias, etc. provenientes de la peculiar historia
vivida. Se trataría , desde esa mirada ingenua, de un orden natural - “tenemos los
gobiernos que nos merecemos” - que ha sido dado de esa manera por propia
responsabilidad del pueblo, ya sea a consecuencia de su abulia, su irresponsabilidad, su
despilfarro, etc.
De tal manera, el orden semicolonial se legitima cotidianamente a través de las ideas
que circulan en los periódicos, los libros, la televisión, la enseñanza en sus distintos
niveles, el discurso de los políticos y los grandes intelectuales ,etc., convertidos en
voceros del pensamiento de la clase dominante, capataza del Imperio.
Quizás resulte interesante hacer un recorrido por diversas áreas de esa superestructura
cultural legitimadora de la dependencia, ésa a través de la cual se concreta, según
Scalabrini Ortiz, “una sabia organización de la ignorancia acerca de la verdadera
realidad nacional”.
En el orden filosófico, por ejemplo, se ha asistido en los últimos años a una
preponderante influencia de ideas dirigidas a inculcar la resignación, el escepticismo, la
impotencia. El posmodernismo educó en el sentido de que habían concluido las utopías,
que las grandes gestas eran episodios de un pasado irrecuperable, que “la Historia”, en
fin, había llegado a su término. El mundo bipolar había desaparecido al desmoronarse la
URSS y por tanto, también el Tercer Mundo había sido enviado al estercolero de la
historia. Sólo quedaba aplaudir al arrogante capitalismo en su etapa globalizadora y
olvidarse de revoluciones, de antiimperialismos absurdos, de heroísmos y militancias
trasnochadas. A la mísera realidad sólo le cabía la respuesta ofrecida por editoriales que
abrumaban las vidrieras de las librerías con material esotérico, por sectas religiosas
capaces de exorcizar al diablo cuando en América Latina el único demonio es el
imperialismo, por periodistas especializados en “experiencias celestes” y literatos
peleados con la realidad, sólo capaces de navegar por recónditas honduras psicológicas.
En definitiva, bajo distintas formas, resignarse a la esclavitud.
Este tipo de antídoto contra toda clase de rebeldías se acompañaba con un pesado velo
sobre la realidad, ocultándola, a veces, o deformándola, en otros casos. Los efectos
desgraciados de la dependencia no podían ocultarse, pero las causas quedaban
sabiamente escondidas.
Si, por ejemplo, los “medios” y los centros de enseñanza informasen cotidianamente
que el FMI es un organismo a través del cual los países capitalistas desarrollados
saquean al resto del mundo, ese resto del mundo se insurreccionaría (salvo aquellos
nativos cómplices del saqueo ). Pero si el FMI aparece como un organismo
“internacional”, “neutro”, cuya función es asegurar el equilibrio de la economía
mundial, entonces resulta: primero, que sus indicaciones deben ser aceptadas pues
conducen a beneficiar a los países pobres; segundo: en aquellos casos en que la
experiencia demuestra todo lo contrario, ello obedece a “errores”, “esquematismos”, y
hasta “dogmatismos “ de los economistas del FMI, cometidos, por supuesto, con la
mejor buena voluntad y para el bien de todos.
La dominación del imperialismo, en este caso como así en el resto de las cuestiones
económicas (la apertura , el ALCA, las privatizaciones, la libertad de mercado, etc.)
conforma una ideología que impide a los explotados la toma de conciencia de su
explotación.
Esta dominación cultural opera, asimismo, en el campo de la Historia. Si enseñamos- en
los colegios, en “los medios”, en los letreros de las calles y plazas, etc.- una historia
donde los héroes son los amigos y socios del capital extranjero, gracias a cuya ayuda se
han producido las épocas de esplendor y progreso, mientras que los gobiernos de los
movimientos populares sólo han provocado catástrofes y decadencia, le estamos dando
al opresor la mejor herramienta para que continúe esquilmándonos. Jauretche enseñaba
a este respecto que si lo autóctono es “barbarie y atraso”, y lo extranjero es “civilización
y progreso”, “civilizar” se convierte en sinónimo de “extranjerizar”, de
“desnacionalizar”, de borrar todo lo nuestro – costumbres, paisajes, músicas, y hasta
personas - lo cual significa que para progresar debemos dejar de ser .Del mismo modo,
si los movimientos populares se caracterizan por la violencia mientras los gobiernos de
las minorías son “democráticos”- para lo cual hay que esconder todos sus fusilamientos
y degüellos - creamos las condiciones para que una buena parte del electorado no sólo
crea en las bondades del libertinaje económico sino que vote a las “elites” inteligentes
que son las custodias del orden conservador, y abomine de las experiencias populares.
Este “colonialismo mental” se reitera en las restantes áreas del conocimiento. En
América Latina , por ejemplo, los ciudadanos cultos de las grandes ciudades son
antiracistas y condenan –lo cual está bien- el antisemitismo y otras bárbaras
discriminaciones- Pero son estos mismos sectores sociales los que habitualmente
manifiestan racismo contra sus compatriotas mestizos –bajo el calificativo despectivo de
“negros”- considerándolos vagos, corruptos, ladinos, etc. Si nuestros cuentos, poemas,
leyendas, etc. – entrando al campo de la literatura- son de “segunda categoría” porque
sus personajes, así como los autores, son también “de segunda”, es decir, si renegamos
de nuestro propio canto y de nuestra propia fantasía, el escenario se cubre de letreros en
idioma extranjero- como en nuestros cines y comercios céntricos- o en remeras con
nombres exóticos que quien las usa no es capaz de traducir. Es decir, en aquello que
Manuel Ugarte denominaba - allá por 1927- , “ el imperio del idioma invasor” (Es el
mundo de los “delivery” y los “sale” imperando en las vidrieras actualmente).
Convertido -este escenario impuesto desde el exterior - en un paisaje natural y propio
para los nativos, el capital imperialista puede llevarse la riqueza pues ya se ha llevado
previamente el alma del país.
Otra vieja enseñanza (conferencia de Jauretche, 1937, teatro Politeama) explica que el
planisferio que usamos, al tener óptica inglesa (Greenwich, meridiano cero, en Londres
) otorga a la Argentina un lugar abajo y a un costado, desde donde no se pueden trazar
rutas de comunicación. Hoy Japón y Estados Unidos tienen planisferio propio, donde
ellos se colocan en el centro del mundo. No se trata de xenofobia ni nacionalismo
delirante: simplemente son países soberanos, no sometidos a la vieja preponderancia
inglesa. Quienes aún mantenemos el viejo planisferio – y nos “caemos” del mundo
cuando queremos trazar rutas hacia el oeste y el sur - podemos cantar la canción a la
bandera, pero seguimos siendo colonos mentalmente. Carece de sentido abundar en
aquello que forma parte de nuestra vida cotidiana: “es un gentleman”, “practica la
puntualidad británica”, “hay que teñirse y si es posible, ponerse ojos celestes, porque así
es la gente de primera”. Hace ya muchos años, un patriota revolucionario – John
William Cooke- acostumbraba a señalar que “el diccionario lo escribió la clase
dominante”. Por eso, “la derecha” es diestra y en cambio, “la izquierda” es siniestra.”
Pero no se puede terminar esta nota sin señalar que ese mundo ideológico se encuentra
en pleno proceso de desmoronamiento. “Se ladeaba...se ladeaba...ya muy cerca del
fangal...” como decía Discépolo. Y se muere irremisiblemente. Las movilizaciones
populares del 19 y 20 de diciembre del 2001 pusieron al desnudo que son muchos los
argentinos que están de vuelta de estas fábulas . Quizás no sepan aún claramente lo que
quieren- aprendizaje difícil que se está haciendo actualmente- pero saben ya que hay un
mundo de ideas falsas, de instituciones mentirosas, de retóricas tramposas, de mitos y
“zonceras” que forman parte de un pasado que está quedando definitivamente atrás.
Tengamos la certeza de que en los próximos años, los viejos mitos ya no existirán y el
pueblo argentino podrá transitar victoriosamente su camino hacia una sociedad
igualitaria, insertada en una América Latina unida y libre.
Buenos Aires, marzo 18 de 2003
Norberto Galasso
Centro Cultural "E. S. Discépolo"
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