Testimonio de Carmen Jiménez Avendaño

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VOTODECOVADONGA
CarmenJiménezAvendaño
Covadonga, 29 de mayo de 2016
He venido otras veces a Covadonga donde siempre se recibe la gracia bienhechora
del encuentro con la Virgen, con Pedro Poveda y con las raíces de la Institución. Pero
estar hoy aquí, formando parte del grupo de oferentes que este año presentará la ofrenda a
la Santina en nombre de la Institución, supone para mí una gran sorpresa, un
inesperado regalo, una inmensa alegría y una honda gratitud.
Vengo, como se decía al convocarnos, "en nombre de las generaciones mayores, que
testimonian una vida vivida y proyectada en la confianza, a través del servicio disponible
y generoso". Traigo conmigo, pues, la ofrenda de nuestras mayores. Pedro Poveda
escribía en 1930: "En este lugar estarán presentes todas las teresianas del mundo"
(Creí...344). Y así, este año vienen ellas, que son -somos- un grupo muy numeroso, en
peregrinación gozosa a las fuentes de la Obra, a la cuna de la Institución Teresiana.
Hemos celebrado el Centenario de la Institución. Gracias a la vitalidad del carisma, son
muchos los que, a lo largo de los años, han ido recibiendo y acogiendo la llamada del
Señor a formar parte de esta Obra de Dios. Y ahora recibimos el testimonio de las
mayores que, entregando paso a paso la vida, se han ido acercando progresivamente
hacia su plenitud. Llegar a esta etapa supone desgaste, limitaciones, disminución,
fragilidad... Pero es igualmente una rica parte de la vida llena de memoria agradecida,
experiencia, sabiduría, fecundidad y sentido. La obra de Dios no acaba nunca en
nosotros; y donde los años parece que nos fuerzan a dejar el camino, aparece una tierra
nueva donde poner todas las energías, muchas o pocas, hasta el final. Es la edad de la
verdad, de la humildad, del amor, de la confianza en la fragilidad.
En la carta de convocatoria al Voto de Covadonga se dice algo que yo he leído una
y otra vez pensando en ellas y preparándome yo misma para esta ofrenda:
"La realidad de fragilidad asumida, es el lugar teológico desde donde Dios ha
hecho, hace y seguirá haciendo grandes cosas. Este es el verdadero rostro de la
confianza. Una confianza que no olvida la realidad sino que la integra; una
confianza que no es infantil sino filial; una confianza que es deseo, súplica y que va
dando la mano a tantas y tantas personas que necesitan testigos de una
esperanza encarnada para dar sentido a su propias vidas".
Por eso, en nombre de esta generación yo vengo a ofrecer, ese rostro de la
verdadera confianza, que asume la realidad, y se hace oración por todo y por todos. Las
mayores son hoy historia y memoria viva de la Institución; testigos de la fidelidad de
Dios en la historia de la Obra y en la ya larga vida de cada una; testimonio firme de
la fuerza de la oración y de la humilde confianza para el cumplimiento de nuestra
misión. Cuando dicen "Sé de quién me he fiado", al mismo tiempo que abandonan
con paz su vida en las manos misericordiosas de Dios, dan testimonio también de la
confianza
en
la
Institución;
confianza
que
crece
cuando
encuentran
el
acompañamiento fraterno y los cuidados de familia que en esta etapa de la vida las
acoge, las acompaña, y sale al paso de su fragilidad. Es fuerte y unánime el
sentimiento de gratitud, por todo lo recibido, en cualquier tiempo y lugar.
Y vengo a poner también a los pies de la Santina el testimonio de entrega, servicio y
disponibilidad que nos da esta generación. Se agolpan los recuerdos de tantos rostros,
países, lugares, lenguas y culturas diferentes con tanta vida entregada, encarnando un
mismo carisma y un mismo espíritu, por los caminos de la universal institución.
Es el caudal de tantas historias personales que hoy siguen con la misma generosidad
ofreciendo sus circunstancias, la ayuda a los hermanos, la oración de cada día...
con alegría, con paz serena, con generosidad grande. Las mayores nos enseñan que
el amor a la institución, la alegría de la vocación, !a misión de la Obra, las nuevas
vocaciones... no tienen límites de edad.
La entrega permanece a lo largo de todo el tiempo como eje de la existencia; y la
misión en esta etapa, difícil de realizarse con el "hacer", se puede vivir y se vive con
el "ser": con el testimonio gozoso de una vida de más oración y silencio interior; con la
experiencia compartida de la fe más madura, de la esperanza más probada y del
amor llamado a dar gratis lo que gratis se ha recibido a lo largo de la vida. Sin duda
es más difícil en esta etapa ser sal que se mezcla con las gentes, pero es el tiempo de
ser luz, esa luz que si se lleva dentro ilumina y transciende.
Por último, quiero dejar a los pies de la Santina algunos deseos, súplicas y esperanzas,
tal como me han pedido muchas de nuestras mayores de las que hoy soy portavoz.
Ellas esperan que yo las ponga, y así lo hago, bajo su mirada maternal, que
pida por todas y diga por cada una en este año de la misericordia: “Heme aquí, me
pongo en tus manos, quiero hacer tu voluntad".
Piensan que tuvo que ser muy fuerte lo vivido aquí por Pedro Poveda con la
Virgen cuando años después nos dijo: Tan de Dios me parece esta señal que,
os lo confieso sinceramente, preferiría ver desaparecer la Obra a ver disminuir
en ella la devoción mariana . Y suplican a la Santina que permanezca siempre
en la Institución esa señal de Dios.
Acompañan con interés las búsquedas de la Institución para responder, en
fidelidad al carisma, a las necesidades del momento presente; y oran para que dé
mucho fruto en el mundo de hoy la "idea buena" que "surgió y cristalizó mirando a
la Santina."
Quieren ser, y así se lo piden a la Virgen, un sencillo puente entre el ayer y
el hoy de la Institución, saber envejecer y ofrecer a las generaciones más
jóvenes la experiencia fiel y gozosa de la vocación.
Nos unimos finalmente en la oración, por lo que Pedro Poveda quiso que se
pidiera en Covadonga, cuando escribía en 1930: "que la Institución Teresiana
conserve perpetuamente su primitivo espíritu, tenga siempre presente su
origen y sea fiel a sus promesas".
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