50 | San Lo r e n z o Diario del AltoAragón / Miércoles, 10 de agosto de 2016 P E R S O N AJES Catedral de Jaca. Febrero de 2016 Jaca despide al rey Fernando el Católico en febrero de 1516 Domingo BUESA CONDE Presidente de la Real Academia de Bellas Artes de San Luis L MIÉRCOLES 25 de noviembre del año 1504 moría en Medina del Campo la poderosa reina Isabel I de Castilla, aquejada de un cáncer de útero que ya avisaba el capellán real Mártir de Anglería cuando escribía que “el mortífero tumor va corriéndose entre la piel y la carne” durante tres largos años. La desaparición de la reina castellana abrió un largo periodo en el que el debate principal sería quién acabaría sucediendo en el gobierno y a cuantos reinos englobaría bajo su corona, un debate favorecido por su esposo el rey Fernando II de Aragón que no estaba dispuesto a dejar en manos de su nieto extranjero el príncipe Carlos de Gante los viejos estados que configuraron la Corona de Aragón. El rey y el influyente y hábil cardenal Cisneros serían los que estaban llamados a tejer los encuentros y desencuentros que se iban a suceder, cuestión que garantizaba al menos que –en caso extremolos dos estaban dispuestos a salvar la Corona por encima de todo interés personal. Tras la muerte de Isabel la Católica, su marido decide contraer nuevo matrimonio dentro de una decisión política que le permite dos cosas: intentar que el príncipe Carlos no herede las tierras aragonesas y asegurarse la paz y la alianza con el rey de Francia, en este caso con Luis XII. A esa vieja enemistad franco-aragonesa le sucede tras el Tratado de Blois, firmado el 12 de octubre de 1505, un acuerdo múltiple por el que el francés cedía sus apetencias sobre el reino aragonés de Nápoles y entregaba los derechos sobre Navarra, siempre como aportación de la princesa Germana de Foix, hija de una hermana del rey francés y nieta de la reina Leonor de Navarra, que contraería matrimonio con Fernando el Católico en marzo de 1506. La boda tensionó la situación política europea, sobre todo en la corte flamenca del ambicioso y caprichoso Felipe el Hermoso que veía peligrar su posibilidad de convertirse en rey de todos los reinos hispanos, cuestión que tenía segura por haberse casado con la heredera Juana de Castilla a la que él castigó, despreció y humilló continuamente hasta construir una imagen de una princesa loca. La historia romántica acabaría convirtiendo a esta culta hija de los Reyes Católicos, que dominaba idiomas y tenía amplios conocimientos, en una mujer dependiente de los caprichos de su estúpido esposo al que dicen profesaba un amor infinito. Sobre todo cuando comenzó a pasear el cadáver de su esposo, muerto por un vaso de agua quizás enriquecido con algún veneno en Burgos en el otoño de 1506, para llevarlo a enterrar a la capilla real de Granada asegu- rando así los derechos legítimos de sus herederos y frenando las apetencias de su padre Fernando II que quería enterrarlo en cualquier monasterio alejado del panteón real elegido por Isabel de Castilla. Mientras muere el príncipe y comienza la cabalgata funeraria, el rey Fernando comenzaba a estrenar su matrimonio con la nueva reina, una francesa que fray Prudencio de Sandoval cuenta que era “poco hermosa, algo coja, amiga de mucho holgarse y andar en banquetes, huertas y jardines”, aficionada a la música, al baile y a la comida, asunto que acentuaría al final su tendencia a la obesidad. El objetivo es lograr que nazca un heredero que asuma el gobier- Fernado el Católico Fernando II de Aragón no estaba dispuesto a dejar en manos de su nieto extranjero los viejos estados que configuraron la Corona de Aragón no de los estados de la Corona de Aragón, evitando que vayan a manos del que será luego Carlos V. El viernes 3 de mayo de 1509 nace el príncipe Juan de Aragón y Foix en Valladolid, pero la larga espera de descendencia se trunca con las pocas horas que vive el hijo de Fernando el Católico y Germana de Foix. La situación se va agravando si tenemos en cuenta que la reina cuenta con 21 años y el rey 57 años. A esta edad del rey hay que sumar los problemas coronarios de don Fernando y la presión que sufre por no tener descendencia. Todo les aboca al uso de afrodisíacos, en concreto a la cantárida conocida como “mosca de España”. Se trataba de unos polvos marrones que resultaban de machacar este escarabajo verde que era vasodilatador y que producía la irritación de la uretra y una potente erección que podía durar horas, además de lesiones en la garganta, lesiones renales y graves retenciones de líquidos. En esta situación, el rey muere el jueves 23 de enero de 1516 en la aldea de Madrigalejo, cuando va de camino a Trujillo y ya no puede ni andar aquejado de una hidropesía y de una nefritis irritativa, que todos en la corte denuncian que se produjo por un “feo potaje que la Reina le hizo dar para más habilitarle, que pudiese tener hijos. Esta enfermedad se fue agravando cada día, confirmándose en hidropesía con muchos desmayos, y mal de corazón”, como recordaría el cronista aragonés Zurita. Muerto el rey, en una simple casa de aldea, los reinos se aprestan a celebrar los duelos que recuerdan al monarca mientras su hija Juana y su nieto Carlos I se hacen cargo del trono conjuntamente. Y como era de esperar, Jaca como ciudad real organiza funerales públicos que se celebran el sábado 22 de febrero de 1516. Un mes después del óbito real. Llegadas las nuevas a la ciudad pirenaica, se ordena que cesen los oficios y que nadie trabaje en lugar público, que toquen las campanas durante nueve días a todas las horas y que unos corredores concejiles recorran la ciudad tocando “campanetas” y manteniendo las luminarias que iluminan las calles de una ciudad convertida en un espacio funerario en honor del rey difunto. El día de las exequias públicas, por la mañana el concejo se reúne en las casas de la ciudad y se dispone a salir en procesión. La abre el Justicia de la ciudad que lleva el escudo del rey y que encabeza la procesión, escoltado a su derecha por el prior de Jurados y a su izquierda por el jurado Hidalgo. Seguidos por el concejo y los ciudadanos recorren los cantones de la ciudad y en cada uno de ellos el Justicia pregunta en voz alta “donde es su Rey y Señor”. Sus gritos doloridos rompen el silencio que impera en las calles de Jaca mientras el desfile concejil va camino de la iglesia de San Jaime, hoy de Santiago. Al penetrar en ella, todos pueden contemplar una especie de gran cama –a la que los notarios concejiles llaman “Cospresent” o cuerpo presente- que estaba hecha y adornada “de los mejores panyos de brocado y de seda que son en la Seu y allihazensus responsos”. Este túmulo cubierto de telas negras alberga sobre la cama las andas y encima el ataúd que se transporta cubierto de paños finos de luto. Ni qué decir tiene que la cama recuerda a los túmulos romanos y el ataúd vacío es símbolo del poder real, cuestión que refuerza el sentido de este túmulo como lugar de la dignidad real. De este monumento funerario cogen el anda y el ataúd los doce ciudadanos que son considerados “los más principales y ancianos que son en la Ciudat” y lo van a portar en la procesión religiosa que sale de la iglesia de Santiago rumbo a la catedral, siguiendo al Justicia que la abre con escudo real y escoltados por representantes del clero secular y regular de la ciudad, incluidos el clero catedral, los canónigos de Santa Cristina de Somport, los frailes de San Francisco o los vicarios de San Salvador, San Jaime o San Pedro el Viejo y, por supuesto, los canónigos que cobran dieciocho dineros. La cruz alzada la lleva un escolano, al que se darán por ello seis dineros, y va escoltado por otros infantes con cruces de las parroquias y conventos así como por quince muchachos que llevan cirios y van acompañados por los pobres de la ciudad que reciben sendos dineros. De esta manera llegan todos a la catedral, después de recorrer las calles de Jaca y se comienzan las honras fúnebres por el alma del rey Fernando, al que la ciudad tenía muchas cosas que agradecer junto a su preocupación por enriquecer sus defensas y murallas. Todos van de luto, lo que representa la solidaridad con el muerto, y muchos portan velas encendidas que complementan los hachones y que simbolizan cómo la luz va guiando el último viaje a la eternidad. Las andas con el ataúd vacío se han convertido en mausoleo real y asumen la memoria del difunto, la memoria de ese liderazgo que hay que agradecer a los reyes. El frío de febrero volverá a protagonizar el desfile del concejo desde la catedral, concluida la misa que celebra un canónigo, hasta las casas del concejo donde los regidores reciben un dinero de limosna, el último regalo de un rey que muere convertido en una leyenda aunque su vida sea una continuada tragedia. Mientras el Prior agradece a los regidores su participación “son rendidas gracias de la honra que les han hecho”, la ciudad cierra las puertas de sus casas concejiles y los notarios apuntan en los libros de actas que se gastaron en las exequias, que duraron dos días, la cantidad de 120 sueldos. Todos los demás vuelven a sus casas, los ricos con sus galas de luto y los demás con paños negros o capillos negros en la cabeza. El luto los hace solidarios con el difunto. Es como si los súbditos jacetanos fueran muertos en vida prestando el último homenaje de amor a su rey Fernando II de Aragón. Hoy, quinientos años después, podemos cerrar los ojos y con la referencia a estas noticias -que agradezco a la archivera municipal- es posible recuperar aquel momento guiado por la vieja campana de la agonía que lanzaba al vuelo cada hora el campanero de la ciudad.