HOMILÍA en la Pontifical de la Hermandad de la Coronación de Espinas. Capilla de los Desamparados en Jerez de la Frontera (22 de febrero de 2015) Querido D. Luis Párroco y Director Espiritual, Hermanos sacerdotes, Hermano Mayor y Junta de Gobierno de la Muy Ilustre, Antigua y Venerable Hermandad y Cofradía de Nazarenos del Santísimo Cristo de la Coronación de Espinas, María Santísima de la Paz en su Mayor Aflicción y San Juan Bautista, queridos hermanos todos en el Señor. Celebramos esta Pontifical en el año en que la hermandad cumple 400 años de su fundación, coincidiendo con el primer domingo de cuaresma. Dos elementos destacan en las lecturas: el desierto y la llamada a la conversión. El desierto El desierto tiene un rico significado en la escritura. Es el lugar donde Dios lleva a su pueblo, es el lugar para encontrase con Dios más íntimamente y también es un estado existencial donde aparece la prueba, la soledad, el miedo, la impotencia, y el combate. Pues bien mirando a nuestro Señor vemos que Él ha vencido, y por eso hoy para nosotros el desierto donde Cristo sale victorioso es una llamada de esperanza. Esa corona de espina, absurda par el mundo que desea el poder, el tener nos muestra que el camino para superar el desierto es precisamente la humildad y la apertura a Dios. Entrar en el desierto también es entrar en lo profundo de nuestro corazón donde vemos que está lleno de alimañas, esto es la debilidad de las convicciones, sus muchos apegos y engaños. Nadie está libre del influjo, a veces prepotente, del secularismo y relativismo, del vivir como si Dios no existiera, situado en la autosuficiencia, a veces ingenua. Este fenómeno asfixia la posibilidad de Dios. El secularismo tiende a llenarlo todo. El hombre ocupa el lugar de Dios y el mundo el lugar del Paraíso. Y ante esta realidad desenterramos en nuestro espíritu la llamada amorosa de Jesús a la conversión “Convertíos”. Mira a la imagen de nuestro titular, he ahí al hombre coronado de espinas y escucha la llamada que te hace en esta mañana a la conversión. La conversión llamada a abrir el corazón Sólo al entrar dentro de sí se percibe con claridad la llamada a la conversión. Es preciso perforar la cáscara del egoísmo, la corteza del orgullo, la máscara de la apariencia para purificar y nacer a un corazón nuevo. La llamada a la conversión planta cara al repliegue del corazón. Cerrado sobre sí, esclavo del egoísmo que es negación a vivir y a amar. El repliegue del corazón es incompatible con el camino de la fe, con toda pretensión de progreso, de educación y de formación. Abrir el corazón es la primera necesidad de la conversión (Cf Jn 3, 20-21). 1 Para abrir la puerta del corazón hay que perder el temor. A veces el hombre es un cúmulo de temores, apoyado en vanas seguridades. Necesita aceptar la pobreza de sus afectos para vaciarse de pobres amores y llenarse del amor de Dios. Para ello es preciso sentir necesidad de la verdad y del bien; no buscarse a sí mismo. Descubrir que todo es relativo ante el tesoro escondido. Cuando se ha entrado en el amor de Dios, nada ni nadie nos puede separar de él (Cf Rom 8, 38-39). Y es esto lo que brota de este Señor coronado de espinas que nos invita a no encerrarnos en nosotros mismos como los romanos que se burlaban de Él, sino a abrirnos a su amor. Convertíos para la remisión de vuestros pecados (Hch. 2, 38) La desgracia del hombre es el pecado, como idolatría de sí, vivir sin Dios, y como alienación de la verdad y del amor, atrapado por el engaño. Es eso lo que muestra el rostro desfigurado y coronado de espinas de nuestro Señor. Es esa la actitud de los que se burlan de Él y escupen su rostro. Pues bien, en la medida que se toma conciencia de la necesidad de salir de esa situación y de sus consecuencias se abre el corazón a Dios y se emprende el camino de la conversión. Reconocernos pecadores es el punto de partida. Ser conscientes de la necesidad de vivir en el amor de Dios. Y es ese reconocimiento lo que brota en nosotros cuando nos ponemos ante nuestro Cristo Coronado de espinas. La conversión llamada amorosa de Dios Las Escrituras son el eco permanente del corazón de Dios que llama a su amor. Llamar a la conversión es parte esencial de la misión redentora de Cristo. Morir al pecado y nacer a la santidad. La hora de Dios llega cuando cada uno entra en un proceso de conversión, de cambio, de renuncia y de novedad de vida. La llamada a la conversión es el grito del corazón de Dios que llama a su amor. Es la mirada impaciente del corazón del Padre que espera al hijo pródigo. Es la cercanía providente del Buen Pastor que busca, acompaña y conduce a la oveja perdida. ¡Convertíos al amor desconocido, al amor perdido, al primer amor! ¡Convertíos y creed! La conversión es la otra cara del amor. Se vuelve al amado amándolo. Se entra en el círculo del vivir para Cristo. Es una corriente de convicciones, de motivaciones, de sentimientos y de obras cuyo origen y destino es el mismo: Cristo. Él es la pasión que llena de ardor el corazón del discípulo, del amigo, del apóstol y del sacerdote. La vida del convertido es Cristo. Como para Pablo: para mí la vida es Cristo. La conversión identifica con Cristo, que está en el Padre y en los hermanos, es síntesis de comunión teologal y fraterna (Cf. Jn 17, 21; Rom 8, 29). Se llega a la conversión cuando se llega a la plena comunión divina y fraterna, a la comunión obrada por Cristo. Es ese amor el que brota en el rostro de nuestro Señor de la Coronación de espinas y es esa nuestra riqueza como hermandad y como cristianos: el poder beber de la fuente de la pasión, Muerte y Resurrección de nuestro Señor Jesucristo. Pues bien, queridos hermanos pidamos a Nuestra Madre María Santísima de la Paz en su Mayor Aflicción nos ayude a ser testigos en medio de nuestra sociedad del amor manifestado por su Hijo Coronado de Espinas. Que así sea. + José Mazuelos Pérez Obispo de Asidonia-Jerez 2