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LA NECESIDAD DE UNA NUEVA MONUMENTALIDAD *
u The need for a new monumentality”, en: New Architecture and City Planning, editado por Paul Zucker, Nueva York,
1944, pp. 549-568.
Publicado originalmente en castellano en S. Giedon. Escritos Escogidos. C.O.A.T. Múrcia, 1997 PP. 165-177
arquitectura tenía un difícil camino delante suyo. Esto se puede explicar desde la situación de la
que partía. Los representantes del gusto dominante en todos los campos, en tanto transforman una
expresión que afecta a los sentidos, abusaron sin respeto alguno de la tradición.
LA
Ciertamente seguían en pie las obras de fuerza eterna, como la Acrópolis, las delicadas
construcciones de las catedrales góticas, la fantasía geométrica de las iglesias renacentistas y las
plazas de la época sabia del urbanismo a finales del siglo XVIII.
Estaban allí, pero no podían ayudar. De momento estaban rodeadas de una gélida atmósfera, con la
que las habían rodeado los representantes del gusto dominante. Pues los arquitectos de aquella época
empleaban elementos formales del almacén de la historia para compensar la falta de fuerza creativa
propia.
.
Los grandes monumentos estaban ópticamente disponibles. El siglo XIX había puesto el repertorio
formal de la historia a disposición en grandes volúmenes de tamaño folio, como ninguna época
anterior, desde el Partenón y la Alhambra hasta el templo de Borobudor. Así se ocultaron los testigos
de la herencia monumental volviéndose peligrosos para cualquiera que se aproximase a ellos. Detrás
de toda gran obra del pasado sonreían sarcásticamente sus abusadores.
De ello resultó el período de la pseudo-monumentalidad, que abarca la parte principal del siglo XIX.
Los modelos del pasado no fueron modificados por una potente visión artística -como en el
Renacimiento-sino que se utilizaron sin orden ni concierto, ninguna jerarquía determinaba su
empleo. Por ejemplo, la cúpula no tenía una posición exclusiva, casi sagrada, como en el
Renacimiento; aparecía en todas partes: en edificios públicos y privados, en bancos y en villas. Esto
va unido a una desvalorización de los símbolos en todos los campos relacionados con lo emocional.
Cuando las formas pierden su contenido interno, se convierten en clichés sin significado emocional.
Pero los artistas creativos no pueden utilizar clichés. Si el promotor , exige clichés, los eclécticos
pasan a primer plano. Estos fueron, conforme a su naturaleza, criados obedientes del gusto
dominante. Por un lado salían al encuentro de los instintos más bajos, por el otro minaban
retroactivamente el mundo sensorial del público, del common man.
Los períodos apreciados por nuestro pensamiento y cuya estructura y obra crecieron mucho más allá
de su existencia temporal, siempre han sabido que la monumentalidad, por su carácter innato, sólo
puede emplearse excepcionalmente y para los fines más altos. En Grecia, la monumentalidad sólo
servía a los Dioses y, en cierta medida, a la vida comunitaria. La disciplina magistral de los
griegos en este campo es uno de los motivos de su influencia imperecedera.
POR EL CAMINO DE LA ARQUITECTURA ACTUAL
Así sucede que la arquitectura ha tenido que recorrer un difícil camino. Tenía que volver a empezar
desde el principio, igual que la pintura y la escultura. Tenía que volver a conquistar las cosas más
triviales, como si antes no hubiera ocurrido nada. En aquel momento el pasado estaba muerto y tenía
que estarlo. En la vida humana, igual que en el arte, hay determinadas crisis, en las que es
aconsejable vivir recluidos para volver a tomar consciencia de los propios sentimientos y
pensamientos. Ésta era la situación en la que se encontraban todas las artes hacia el año 1910.
Los arquitectos encontraron huellas de expresión auténtica de su propio tiempo lejos de las obras
pseudo-monumentales. Las encontraron en los mercados, en las fábricas, en los osados problemas de
‐ 1 ‐ cubrición de los pabellones de las exposiciones hasta 1889 y en el juego de equilibrio de los puentes
o de la torre Eiffel.
Sin duda les faltaba el brillo de períodos anteriores saturados de artesanía y larga tradición. Estas
obras aparecían desnudas y vacilantes, pero eran honestas. Nada podía servir con mayor naturalidad
como punto de partida de un nuevo lenguaje, de nuestro propio lenguaje, como ellas que habían
dejado surgir la vida y el juego de fuerzas.
LOS TRES ESTADIOS DE LA ARQUITECTURA CONTEMPORÁNEA
La celda individual: es típico que, en Europa, la primera reflexión surgiera en el campo de la
construcción de fábricas. Pero la arquitectura no sólo está vinculada a la construcción o a la
producción. La arquitectura ha de crear el marco adecuado para el entorno íntimo del hombre. Aquí
y allá se construyen casas aisladas. Primero en Norteamérica y luego, bajo influencia de F. L.
Wright, también en Europa. Al mismo tiempo despierta la consciencia social y, con ella, la exigencia
de tomar en serio también la vivienda del obrero como problema artístico. En ningún sitio ocurrió
con tanta fuerza como en Holanda. La vivienda más barata, que antes no existía para el talento y
dedicación del arquitecto, se convirtió de repente, en los años veinte y treinta, en un problema
arquitectónico. No parecía tener sentido continuar avanzando sin encontrar antes una solución para
la unidad más pequeña.
Evidentemente, el ímpetu para solucionar este problema tenía una raíz social. Sin embargo, mirando
retrospectivamente comprendemos que una arquitectura que tenía que empezar desde el principio
encontrase aquí un importante punto de partida. Se trataba de la organización precisa de la celda
humana, en el espacio más pequeño y con la mayor economía de medios.
Al mismo tiempo se construían casas para las clases superiores en las que, por primera vez, aparecía
una nueva concepción del espacio (la casa de Rietveld en Utrecht, 1924; el proyecto de Mies van der
Rohe para dos viviendas rurales, 1923/1924; los planes de van Doesburg y van Esteren para
Rosenberg, París, 1922/1923, la casa Laroche de Le Corbusier en Auteuil, 1923). Pero la vivienda
mínima instruyó a los arquitectos sobre la exactitud del planteamiento.
El segundo paso: tanto desde el punto de vista humano como del arquitectónico, las casas
unifamiliares y los bloques de viviendas no son unidades aisladas. Forman unidades mayores. Un
arquitecto que no se interese desde el grifo de agua hasta el planteamiento regional no ha comprendido el sentido de la arquitectura actual. Desde la celda individual hasta la neighbourhood unit,
hasta la ciudad, hasta la organización de toda una región, existe una secuencia directa.
Por lo tanto, se puede decir que el segundo estadio de la arquitectura moderna se ocupa cada vez más
de la organización y el planeamiento a gran escala. Este período abarca hasta ahora las dos ultimas
décadas (las viviendas para obreros en Rotterdam de Oud, 1919‐1921; los trabajos de Walter
Gropius y Ernst May, antes de 1933, en Alemania; la colonia Neubühl en Zurich, 1932; etc.).
El tercer estadio se abre delante nuestro. Después de la descomposición en el siglo pasado es el
paso más difícil.
¿Por qué? Los elementos de la vida social, de la vida comunitaria están perturbados al máximo.
¿Dónde se encuentra la masa? En la contemplación pasiva de acontecimientos deportivos: fútbol,
carreras. La palabra clave de su comportamiento es pasividad. ¿Dónde se encuentran los indicios
de una vida comunitaria en la que cada individuo se vuelve activo en su modesto marco? Basta con
juntar los planes para centros comunitarios desde el norte hasta Sud-América para percibir la
inseguridad social que reina actualmente.
¿De qué se compone un centro así? ¿Qué edificios son necesarios para ello? ¿ Cómo ha de
equipararse? ¿ Dónde se han constituido centros de este tipo de manera automática a partir de
necesidades internas? Tantos puntos, tantas preguntas.
‐ 2 ‐ Inmediatamente se puede plantear la pregunta de si no es artificial ahora, por así decirlo,
anticipadamente, cuando casi nada en la vida posee su forma determinada, prever tales
equipamientos. Enseguida volveremos a la pregunta si, a pesar de todo, no hay nuevos gérmenes que
indican una futura vida comunitaria.
El sentido de un conjunto de edificios que constituyan un centro social, el sentido de integración, se
ha perdido en gran medida, pero se siguen construyendo nuevas iglesias, teatros y palacios de
deportes, edificios para los que su promotor exige algo más que soluciones meramente funcionales,
pues el pueblo exige una expresión a su necesidad de lujo, de alegría, de elevación interior. Al
hombre de la calle le interesan los edificios más de lo que parece.
Cada régimen quiere satisfacer la exigencia de monumentalidad. Sin embargo, la pregunta que ahora
se plantea imperiosamente dice: ¿cómo se ha de hacer esto?
MONUMENTALIDAD, UNA NECESIDAD ETERNA Monumentalidad
surge de la necesidad eterna del hombre,
de formar símbolos
para sus actos y para su destino,
para sus convicciones religiosas y sociales.
Cada período tiene la necesidad de crear monumentos que, conforme al significado de la palabra en
latín, sean algo que evoca, algo que se ha de transmitir a las generaciones siguientes. Esta necesidad
de monumentalidad no puede oprimirse a la larga. Busca encontrar una salida cualesquiera que sean
las circunstancias.
LA SEUDO-MONUMENTALIDAD DE NUESTRA ÉPOCA
Nuestra época no constituye ninguna excepción. En este momento suele proseguir las costumbres del
último siglo y se mueve en las vías de la pseudo-monumentalidad. No puede echarse la culpa de ello
a un determinado sistema político o económico. Por muy diferente que sea su orientación política o
económica, ya sean políticamente progresistas o reaccionarios, los gobiernos de todos los países, de
casi todos los países, coinciden en su concepción de la monumentalidad.
¿Monumentalidad? Tenemos que corregirnos enseguida, pues se trata de pseudo-monumentalidad,
que no tiene nada en común con sus modelos romanos, griegos u otros.
Es típico que surgiera en la esfera de la sociedad napoleónica. Napoleón representa el tipo que dio
forma, en muchos sentidos, al siglo XIX: es el selfmademan. El selfmade-man se caracteriza por una
extraordinaria energía hacia el exterior, mientras que hacia el interior se vuelve inseguro, pues quiere
imitar a la anterior clase dominante, a la que él mismo no pertenece. Aquello que hizo Napoleón por
equiparación equívoca a los reyes, es lo que acometió el rico del siglo XIX, por imitación de la
nobleza, en la forma de su casa y decoración.
El origen de los edificios pseudo-monumentales puede encontrarse en esquemas inertes, en
arquitecturas de papel, pero estos esquemas se convirtieron en realidad en todas partes. Como
ejemplo típico de arquitectura de papel se ha de citar el esquema para un museo de J. N. L. Durand,
un coetáneo de Napoleón I, tal como está reproducido en su ensayo Précis de leçons
d’architecture, 1801-1805. Estas “propuestas” se tradujeron a varias lenguas y estaban en manos
de los arquitectos de todos los países. Es cierto que se han olvidado, pero los edificios que surgieron
de su estudio aún existen y en un flujo continuo se añaden constantemente otros nuevos desde hace
casi medio siglo. La receta es siempre la misma: coge una cortina de columnas y colócala delante de
cualquier edificio cualquiera que sea su uso.
‐ 3 ‐ La persistencia del gusto dominante es especialmente contumaz en los edificios públicos de carácter
monumental. Aún sigue dominando la misma incapacidad, tan pronto como se quiere ser
representativo. Se podría componer un tremendo foro de “edificios monumentales” reuniendo, por
ejemplo, los edificios de la Alemania nazi, los edificios representativos de Moscú, el “Haus der
Deutschen Kunst” de Munich, 1937 y el “Mellon Institute” de Pittsburg, 1937 y los nuevos museos
de Washington. Esto es, como ya lo ha dicho muchas veces Walter Gropius, el estilo
internacional.
¿ Cómo se puede explicar esto? Aquellos que gobiernan al pueblo pueden ser extraordinarios
talentos en su propio campo, pero en el gusto artístico vuelve a manifestarse aquella ruptura entre un
pensar refinado, altamente desarrollado, y una construcción retrasada y emocional. Sus reacciones
sensibles siguen estando saturadas de los pseudo-ideales del siglo XIX con toda la mescolanza de
símbolos desvalorizados. Dadas estas condiciones, ¿a quién puede asombrar que la mayoría de
juicios sobre el arte sean elogiosos y que las decisiones referentes al planteamiento urbanístico,
monumentos y edificios públicos hayan perdido, de manera peligrosa, el contacto con los tiempos
actuales?
LA PÉRDIDA DEL SENTIMIENTO POR LA MONUMENTALIDAD
Las épocas que han producido una vida comunitaria animada siempre han sido capaces de dar forma
a la imagen de su sociedad en centros colectivos. Así surgieron el ágora, el foro, la calle medieval de
mercado y la plaza medieval.
Nuestra época ha sido incapaz hasta ahora de crear algo que fuera equiparable a tales instituciones1
El siglo diecinueve ha producido monumentos casi con la misma rapidez que locomotoras, pero no
fue capaz de crear verdaderos centros en los que se hubiera podido desarrollar una vida comunitaria.
Todo esto se puede reconocer fácilmente. Las incriminaciones, por sí solas, son de poca ayuda. ¿Qué
puede ocurrir? La pregunta de cómo se puede evitar que el pueblo siga apartándose del camino no
puede responderse con facilidad.
Sólo puede ayudarnos la sinceridad frente a los artistas que han de volver a despertar la sensibilidad
perdida por la monumentalidad y la sensibilidad frente a los promotores responsables., Ya hemos
indicado los motivos por los que los arquitectos han de partir de problemas funcionales para
completar la limpieza necesaria. Esto tiene sus consecuencias:
¿No tendía el arquitecto en ese momento a olvidar las elevadas aspiraciones del pueblo? Este peligro
aún existe en la actualidad. En los países en los que la arquitectura moderna ya se había impuesto
pronto y se habían construido edificios comunitarios, que exigían algo más que la so-lución de meros
problemas funcionales, se podía observar a menudo que a los edificios les faltaba algo. Este algo era
la imaginación arquitectónica -sobre la que volveremos más adelante- que hubiera podido satisfacer
la exigencia de monumentalidad. A esto se le añade aún algo decisivo: arquitecto, escultor y pintor
habían perdido el contacto entre ellos. Ya no podían colaborar. ¿Por qué? Porque todos ellos,
arquitecto, escultor y pintor, habían sido excluidos, desde hace más de un siglo, de los grandes
encargos públicos.
Debido a este aislamiento obligado, se marchitó, precisamente en los individuos creativos, el gusto
por la integración artística y por la colaboración. Lo que hemos visto durante el siglo XIX en la
llamada colaboración entre arquitecto, pintor y escultor, pertenece al amplio campo de la pseudomonumentalidad. Se trata de una especie de pseudo-simbiosis.
1 Estas líneas se escribieron en 1943. Ya en 1945, Le Corbusier proyectó el centro comunitario para St. Dié
‐ 4 ‐ El motivo decisivo no es el aislamiento de los artistas en sus estudios y el destierro de sus obras a
museos, a pesar de que esto albergue sus peligros pues, por ejemplo, la escultura exige la experiencia
con el espacio abierto, con la vida real
Lo decisivo es la deformación de los promotores y su incapacidad para reconocer las obras
verdaderas, elevarse y ponerse al servicio de la colectividad para volver a despertar los instintos
cegados. En la actualidad, los promotores más importantes son el estado y la ciudad. Sus políticos y
sus funcionarios deberían librarse en primer lugar del gusto reinante. En la mayoría de los casos falta
voluntad para ello y de esta manera en las decisiones de mayor repercusión se suele optar por el
camino más cómodo y fácil y así se siguen sembrando los instintos erróneos de un siglo que ha
concluido hace ya mucho.
La situación del pintor y del escultor actual es diferente, en muchos puntos, de aquel de finales del
siglo diecinueve. Paul Cézanne estaba orgulloso de poder vender a finales de su vida un cuadro por
cien francos. Otros como Gauguin, Van Gogh, Seurat se arruinaron. Realizaron sus obras como
erupciones. Todo fuego, todo sinceridad interior, pero cayeron ante los bastiones del gusto
dominante sin remedio. Al menos en vida.
Hoy en día, la situación es diferente. Las colecciones públicas y privadas están llenas de cuadros de
Picasso, Braque, Léger, Miró y otros. En amplios círculos, la pintura moderna se considera como
una inversión segura y Estados Unidos ha recogido a tiempo los cuadros y esculturas más
importantes.
Pero la situación sigue invariable en un aspecto: el arte se sigue concibiendo como un lujo y no como
un medio para formar la vida sensorial en el sentido más amplio.
Sólo en casos excepcionales se ofrece al artista la posibilidad de participar en las tareas públicas.
Cuando José Luis Sert construyó, por encargo del gobierno de la República, el pabellón español en
la exposición mundial de París, llamó a sus amigos Alexander Calder, Joan Miró y Pablo Picasso.
Con ello surgió el “Guernica”, el cuadro histórico más intenso desde las batallas a caballo de Paolo
Uc-llo a comienzos del siglo quince.
Automáticamente acuden a la memoria las palabras trágicas de Juan Gris: “dadme una rama, en la
que pueda apoyarme, y cantaré como un pájaro”. Esto es válido para todo el arte moderno. Cuanto
hubiera podido aportar un Brancusi a la formación de la sensibilidad de las masas, si los caciques de
la cultura y los funcionarios franceses hubieran sabido utilizarlo. Pero sus encargos se realizaron en
un “temple de la méditation” para un rajá indio y su espléndida “colonne sans fin” en acero dorado
se levanta en el centro de un parque en su ciudad natal rumana, Turgujin. Cuánto hubiera podido
aportar Fernand Léger, cuyos cuadros de grandes líneas exigen edificios públicos, si aquellos que
gobiernan el pueblo y ostentan el poder no hubieran pasado ciegos a su lado.
Esta serie podría ampliarse hasta el infinito. ¿Realmente es tan diferente la situación actual a la de
1870, cuando Édouard Manet se ofreció a dibujar gratis “el vientre de París” en las paredes del
Ayuntamiento de París, lo que le impidieron categóricamente los concejales? ¿ Cómo es posible que
a la larga se pueda desarrollar un arte que “satisfaga” al pueblo si las fuerzas creativas se mantienen
alejadas del cuerpo vivo de nuestro tiempo y como máximo triunfa el absurdo banalizado de su
reconocimiento?
Pero los talentos secundarios, que debilitan y aplastan el trabajo de los más fuertes, son incapaces de
crear símbolos para la comunidad. Para aprehender la realidad, eternamente cambiante, se necesita
imaginación. Y cuando se trata de centros cívicos se necesita la colaboración de todas las fuerzas
creativas para volver a reforzar en el público el viejo amor a las fiestas y a las experiencias comunes.
Se necesita una nueva especie de fantasía que sepa valorar emocionalmente, y de manera sensible,
las extraordinarias posibilidades técnicas, los nuevos materiales, formas y colores. Las bases para
ello se han fijado hace tiempo en la nueva pintura y en la nueva escultura. El problema consiste en la
‐ 5 ‐ amalgama de las fuerzas creativas en todos los campos de lo emocional, incluso en la propia
educación del pueblo.
En una vitrina del Musée de l’art moderne de París hay una hoja manuscrita de Picasso en la que
señala que en la actualidad hay educación de todo tipo, excepto una educación del mirar. La
exigencia de una vida social digna para todo el mundo finalmente ha sido reconocida tras una lucha
que ha durado más de un siglo. La exigencia de educar la vida emocional de las masas no existe o
se considera como algo secundario y se deja, como propaganda política, en manos de especuladores
y agitadores. La pregunta dice así: ¿puede alcanzarse la vida sensible del common man?
Quizás no se pueda ganar repentinamente al hombre de la calle, con un siglo de arte. sucedáneo en
las entrañas, con símbolos tales como los que ha desarrollado en la actualidad la pintura y la
escultura. Pero cualquier dibujante de publicidad sabe que recurriendo a los medios y métodos
desarrollados en los laboratorios de los pintores, influye con mayor fuerza en el público. En los
hombres hay fuerzas que salen a la superficie tan pronto como se intenta despertarlas. Esta
sensibilidad inconsciente también puede ganarse a través de una nueva forma de vida comunitaria y
del contenedor que la rodea.
LA PINTURA SE ADELANTA
La pintura, la más sensible de las artes representativas, a menudo, ha anunciado cosas del futuro. Ha
sido la pintura quien, hacia 1910, ha expresado por primera vez la concepción del espacio de nuestro
tiempo en los cuadros de los cubistas, descubriendo con ello los nuevos medios de formalización.
Desde entonces se ha convertido en lenguaje evidente, con el que también se representan
complicados procesos anímicos. La pintura, a menudo, predice a su manera futuros acontecimientos.
Baste con citar aquí un caso. Hacia 1930 Picasso empezó a pintar sus caras y figuras con extraños
desplazamientos y, a veces, con líneas que infunden miedo. La mayoría de nosotros sentimos un
rechazo y sólo comprendimos estos rostros humanos descompuestos cuando hechos posteriores
revelaron el significado que tenían.
Entre ellos se encuentra un pequeño óleo de 1930 que Picasso llama “Monumento en madera”. Es un
croquis para una escultura de enormes dimensiones. Picasso no dijo por cuál motivo había pintado
esta horrible cabeza monumental en 1930. Pero ahora (1943) poco a poco se aclara su significado
interior. Predecía lo que vendría. Esta figura de cabeza, con sus formas a modo de hoz, fauces y
puntas simultáneamente monstruosas y humanas, se convierte en símbolo de nuestra postura
respecto a la guerra. No glorifica la guerra como, por ejemplo, el Arc de Triomphe napoleónico en la
Place de l’Étoile. Este óleo es un símbolo del horror de nuestro período y su trágico conflicto: saber
que mediante el asesinato mecanizado no se pueden resolver los problemas humanos y que, a pesar
de ello, hay que hacerlo.
El monumento da miedo. En sus símbolos expresa la situación actual una década antes de que
ocurrieran real-mente los hechos. De sus formas fluye aquella terribilitá que, para los coetáneos,
expresaban las esculturas tardías de Miguel Angel. Un aviso terrible que Picasso formaliza con los
medios actuales. Ahora la pintura anuncia un nuevo periodo, cuando nosotros aun presenciamos un
baño de sangre. Ésta es la resurrección de la monumentalidad.
En los últimos años se ha podido observar una tendencia llamativa en casi todos los pintores de
primera línea. Formatos mayores se combinaban con colores luminosos, llenos de esperanza no
expresada. A ello estaba unida una exigencia de simplificación. Después de tres décadas, la pintura
moderna ha madurado para tareas de mayor envergadura. Lo que empezó como abreviaciones
necesarias se convirtió en símbolos. La obra de Hans Arp, Miró, Klee, Léger y algunos otros
transcurre en esta dirección, por diferente que sea externamente.
El artista actual creó estos símbolos a partir de las fuerzas de nuestro tiempo. Sus formas
generalmente no tienen ningún contenido concreto. Se dirigen directamente a los sentidos, a la
reacción inmediata. Hablan directamente a la sensibilidad. Pero son mudas para aquellos cuya vida
‐ 6 ‐ emocional aún está saturada de un siglo de arte sucedáneo. Pero los niños pueden comprenderlo. Por
primera vez en muchos siglos han regresado los pintores a aquella simplificación de la forma, que es
la característica de cualquier expresión simbólica. Han mostrado que los elementos que son
necesarios para la expresión monumental están disponibles.
Una vez más, la pintura vuelve a indicar la evolución que tendrá lugar en la arquitectura. Pero no
sólo en la arquitectura. Anuncia una visión de la vida muy alejada de la nefasta adoración de la
producción. Sin embargo, para ello son necesarios grandes cambios y, no en ultimo lugar, en el
dominio de la sensibilidad. Éste es el momento en el que pueden volver a encontrarse pintura,
escultura y arquitectura, debido a la existencia de un objetivo y una visión común, apoyándose en
todas las posibilidades técnicas que ha creado nuestra época, sin valorarlas sensitivamente.
POSIBILIDADES TÉCNICAS Y EXPRESIÓN SENSITIVA Hay un arsenal increíble a nuestra disposición de nuevos medios y posibilidades no aprovechadas.
Simultáneamente reina un trágico desamparo para valorar las nuevas posibilidades y fundirlas
sensitivamente. Ningún período tuvo tantos medios y tan poco talento para aprovecharlos. Tras los
grandes sustos que ha vivido nuestra época, vuelven a surgir problemas centenarios. Somos
incapaces de dar a nuestra alegría y a nuestras fiestas una forma simbólica y, a la vez, viva. Hemos
olvidado aquello que posee cualquier tribu primitiva: que en la vida humana hay dos existencias.
Una que lucha por la supervivencia diaria y otra que vive en una comunidad mayor. Ambas están
ancladas en la esencia del hombre, pues son tan necesarias para nuestro equilibrio interior como la
alimentación y la vivienda.
Que nos hayamos vuelto incapaces de crear monumentos y celebrar fiestas en comunidad, que se
perdiera la comprensión del verdadero significado de los centros comunitarios está estrechamente
ligado con el hecho que la experiencia sensitiva se considerase como algo secundario y
exclusivamente privado. El estado de las ciudades actuales lo revela de manera clara.
LA EXIGENCIA DE VIDA COMUNITARIA
Se formarán centros comunitarios tan pronto como las ciudades dejen de concebirse como meras
aglomeraciones de lugares de trabajo y señales de tráfico. Se levantaran repentinamente tan pronto
como los hombres perciban realmente el aislamiento en el que viven en medio de una masa que se
amontona y exijan una vida más enriquecedora, es decir, una vida comunitaria. Todo esto está
estrechamente relacionado con un sentido por la relajación, con un empuje por otra influencia
vivificadora fuera del trabajo y de la familia, una experiencia que sepa ensanchar la estrecha vida
privada de las personas.
No ha existido ninguna cultura que no haya satisfecho la exigencia insustituible de equipamientos en
los. que pudiera desarrollarse una vida ampliada en este sentido. Estas instituciones persiguieron
diferentes metas en diferentes épocas. Pero independientemente de que se llamasen gimnasio griego,
ágora, termas romanas o foro, gremios, plazas medievales de mercado o catedrales, siempre
sirvieron al desarrollo de los valores humanos que no prosperan en el aislamiento. Estas
instalaciones nunca se consideraron como una inversión de capital. Su tarea no consistía en invertir
dinero o animar un comercio decreciente.
El futuro centro comunitario ha de crearlo la sociedad para la sociedad. ¿Centros comunitarios?
¿Qué postura adopta el economista teórico respecto a las grandes tareas que exige su creación? Una
de las esperanzas de nuestro tiempo es que diferentes grupos se muevan en dirección paralela. Un
economista liberal, John Maynard Keynes, acentúa el hecho que el equilibrio económico sólo se
alcanzará a través de una sobreproducción de aquellos bienes que no están destinados al consumo
diario. Se han de producir bienes que no pueden abarcarse desde los puntos de vista económicos de
pérdida y beneficio, oferta y demanda. Keynes seguro que no habla de centros comunitarios. Se
‐ 7 ‐ ocupa de teorías monetarias y de empleo. Observa que en la actualidad los necesarios gastos
elevados sólo se realizan para catástrofes, terremotos, guerras o “para perforar agujeros en el suelo,
que se llaman minas de oro, que no aumentan en nada la riqueza real del mundo. La formación de
nuestros gobernantes, que descansa en la visión de la economía clásica, obstaculiza algo mejor”.
¿No se podría enriquecer la economía interiormente, haciendo que una parte de los gastos sirviera
para volver a crear lugares de reunión en los que el hombre pudiera volver a tomar conciencia que en
su interior encierra necesidades que en la actualidad están atrofiadas?
‐ 8 ‐ 
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