Una aproximación al Tratado de Miramar Emma Paula

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Una aproximación al Tratado de Miramar
Emma Paula Ruiz Ham
Investigadora del INEHRM
Proyectado idílicamente por el archiduque Fernando Maximiliano de Habsburgo y
edificado entre 1856 y 1860, el castillo de Miramar, localizado en Trieste, ciudad de la
costa italiana que se embellece naturalmente gracias a los encantos del Mar Adriático, no
sólo fue la residencia en la que por algún tiempo logró habitar el príncipe austriaco con su
esposa Carlota Amalia de Bélgica, sino que fue allí mismo en donde desde 1863, para
fortuna o desgracia, razonada o desesperadamente, se le ofreció a Maximiliano la corona de
México y, también, el lugar en el que el primer día del segundo imperio, el 10 de abril de
1864, quedó listo el Tratado de Miramar, documento en el que Francia y México acordaron
“las condiciones de la permanencia de las tropas francesas en México”.
¿Quiénes eran tales sujetos y cómo se insertan en la historia del país? ¿Por qué establecer
en una nación republicana y liberal un gobierno que, además de extranjero, era de hechura
monárquica? ¿Qué acontecimientos perfilaron la existencia del que fuera el Segundo
Imperio Mexicano? ¿En qué términos se estableció el Tratado de Miramar, quiénes lo
firmaron y cuáles eran sus principales apartados, así como el significado o las
implicaciones de éstos?
Originario de Viena, Austria, Maximiliano nació el 6 de julio de 1832, en el palacio de
Schönbrunn. Como nieto de Francisco II, último emperador del Sacro Imperio Romano
Germánico, formaba parte en línea paterna de la dinastía de los Habsburgo. Francisco
Carlos de Austria y Sofía de Baviera, ambos pertenecientes a la nobleza europea,
engendraron seis hijos: Francisco José (1830), Maximiliano (1832), Carlos Luis (1833),
María Ana Carolina (1835), un niño que nació muerto (1840) y Luis Víctor (1842).
La formación que recibió Maximiliano debía hacer palpables las mejores dotes que le
permitieran ser un buen gobernante en el caso de convertirse en emperador de Austria. De
ahí que su educación, al igual que la que tuvieron sus hermanos se confeccionó con especial
atención. Abrevó en disciplinas que van desde el derecho, economía, historia, geografía,
filosofía, dibujo, arte, literatura, ciencias naturales, idiomas (alemán, inglés, francés, checo,
húngaro, italiano), hasta las enseñanzas religiosas sin caer en el fetichismo, pasando por un
cuerpo bien estructurado de conocimientos teórico-prácticos de la ciencia militar y el
equilibrio físico y mental, que sólo se consigue a base de ejercicio y entrenamiento
cotidianos.
El 2 de diciembre de 1848, la corona de Austria pasó a manos de Francisco José, de manera
que Maximiliano dirigió sus sueños hacia otros aspectos. Buscó desarrollar habilidades y
crear una forma de vida en la marina. Se inició a los 18 años como oficial, y cuando en
1857 comenzó su gestión como gobernador general de Lombardo-Venecia, se le nombró
comandante. Los 25 años que sumaba para entonces mostraban a un adulto joven aún con el
mundo por recorrer. En esta etapa, seguía en construcción la residencia que mandó edificar
en Trieste (castillo de Miramar), etapa en la que asimismo, coincidió con el enlace
matrimonial con Carlota, celebrado en Bruselas.
Carlota era hija del rey Leopoldo I de Bélgica y de Luisa María de Orleans. Nació el 7 de
junio de 1840; quedó huérfana a la edad de 10 años y se educó al lado de sus hermanos,
Leopoldo y Felipe. Se destacaba por contar con cualidades como la inteligencia y un
amplio bagaje cultural, amén de ser “la heredera más rica del continente”.
Al unirse en matrimonio, Maximiliano y Carlota partieron de Bruselas rumbo a Milán,
capital del reino Lombardo-Véneto, sin embargo, a fines de 1859, Maximiliano ya no era
gobernador de este reino, pues su hermano el emperador Francisco José I, lo destituyó. Sin
un quehacer político definido, ¿qué podía esperar la pareja archiducal? ¿En dónde
encontraría a sus súbditos? ¿Hacia qué lugar canalizaría todas esas enseñanzas para
gobernar que habían alcanzado cada uno en sus moradas a lo largo de su infancia y
juventud? ¿Qué noticias tenían de México y cómo llegaron a ser emperadores de este país
tan lejano y diferente a sus patrias?
Mientras Maximiliano y Carlota perdían su reino, en México tenía lugar la Guerra de
Reforma (1857-1861). Conservadores y liberales también se encontraban en una dinámica
en la que a veces un bando, y en ocasiones el otro, perdía; pero en este caso, la merma no
era territorial y los intereses que suponían el conflicto armado realmente se tornaban
complejos al interior de una entidad nacional.
Entre continuidades y rupturas, la vida política del México independiente se había visto
trastocada por el enfrentamiento suscitado por las diferencias respecto a la forma de asumir
e implantar el poder. Los más de veinte hombres que encabezaron la administración pública
desde la desaparición del Reino de la Nueva España en 1821, hasta la promulgación de la
Constitución de 1857, por diversos factores y en medio de escenarios sui géneris, se vieron
rebasados en el intento por consolidar el Estado mexicano.
Cuando parecía que el triunfo de la Reforma auguraba el inicio de 1861 como un año en el
cual existía la posibilidad de reconstruir el país, tampoco ocurrió así. Las gavillas
conservadoras todavía causaban estragos. Los recursos eran escasos, resultaba apremiante y
difícil hacer frente a los remanentes de la guerra y reorganizar la marcha social. La
bancarrota que había sido característica de los anteriores gobiernos seguía siendo un sino de
la economía de la presidencia en turno, representada por el licenciado Benito Juárez. Sin
fondos, poco se podía hacer.
Como una medida para afrontar lo anterior, por decreto del 17 de julio de 1861, el gobierno
de Juárez suspendió los pagos de los créditos extranjeros. Esto fue excusa para que Gran
Bretaña, Francia y España, potencias afectadas por esa disposición, formaran una alianza
tripartita y pactaran el envío a México, casi al finalizar ese año, de un contingente armado
exigiendo el restablecimiento de los pagos.
Las fuerzas reaccionarias seguían en pie de lucha durante los primeros meses de 1862, sin
embargo, no representaban un problema pues eran mínimas y de poca importancia. Las que
sí se mostraban amenazantes para la seguridad nacional eran las tropas invasoras. A la par
de las negociaciones, Juárez mandó preparar militarmente el terreno, en caso de que
aquellas no fructificaran. México llegó a un acuerdo con el representante de la alianza
tripartita por medio de los tratados preliminares de La Soledad. Entre otros puntos, estos
países reconocieron al gobierno de Juárez y se comprometieron a no intervenir en los
asuntos de Estado; sólo se limitarían a atender el asunto de las reclamaciones de corte
económico. A pesar de haber sido aceptado por España, Gran Bretaña y Francia,
contraviniendo lo pactado, las milicias galas avanzaron hasta Puebla. De manera que estaba
en puerta otra guerra. El enemigo era ahora un ejército allende el mar.
Fiel a su política exterior, el objeto de Napoleón III se resumía en una intervención; tras
ella se encontraban algunos mexicanos, quienes por más de dos décadas habían sumado
esfuerzos para “salvar a su país”, mediante el establecimiento de una monarquía.
Después de una serie de enfrentamientos a lo largo de 1862, el avance de las tropas
francesas obligó a Benito Juárez a abandonar la Ciudad de México a mediados de 1863
rumbo a San Luis Potosí, sitio en donde instaló su gobierno. El 10 de junio, al ocupar la
capital el ejército franco-mexicano, el general Elías Federico Forey llamó a la fraternidad.
Bajo la autoridad de los franceses y con la participación del grupo conservador adepto a la
monarquía, al siguiente mes quedó instalada la Junta Superior de Gobierno. Ésta se encargó
de elegir al Poder Ejecutivo (Regencia) y a nombrar a los miembros de la Asamblea de
Notables.
La Asamblea de Notables propuso una “monarquía moderada, hereditaria, con un príncipe
católico”, cuyo título sería el de emperador de México, y decidió que la corona se ofreciera
al archiduque de Austria, Fernando Maximiliano. En octubre de 1863, Maximiliano recibió
en el castillo de Miramar a las diez personas que integraron la comisión que presentaron
directamente la propuesta de la Asamblea. El príncipe solicitó pruebas que reflejaran que el
pueblo de México apoyaba su mandato.
Al ser cubierto ese requisito en 1864, Maximiliano aceptó la corona. Para ello se vio
obligado a satisfacer una condición que su hermano Francisco José le había exigido para
que le otorgara su consentimiento y estuviera en posibilidad de aceptar definitivamente la
corona de México: renunciar a sus derechos de sucesión sobre el imperio austrohúngaro.
Dicha cuestión tan delicada quedó resuelta el 9 de abril con la firma del Pacto de Familia.
Al día siguiente, se concluyó otro documento de igual trascendencia.
Con el fin de “asegurar el restablecimiento del orden y consolidar el nuevo imperio”, el 10
de abril de 1864, por medio del Tratado de Miramar, los gobiernos galo y mexicano
acordaron las condiciones de permanencia de las tropas francesas en territorio nacional. Fue
nombrado representante de Napoleón Carlos Herbert, “Ministro Plenipotenciario de
primera clase, Consejero de Estado, director en el Ministerio de Negocios Extranjeros,
grande oficial de la Legión de Honor” y, como representante de Maximiliano, Joaquín
Velázquez de León, “Ministro de Estado sin Cartera, grande oficial de la Orden Distinguida
de Nuestra Señora de Guadalupe”.
Se trata de un texto constituido por 21 artículos (los últimos tres de carácter “secreto”), en
el que Maximiliano reconoció la protección del gobierno imperial de Napoleón III y se
comprometió a cubrir sumas onerosas, por ejemplo, los gastos de la Intervención y ciertas
reclamaciones francesas.
Entre otros puntos, se dispuso que las tropas francesas que se encontraban en territorio
mexicano desde 1862 serían reducidas lo más pronto posible y se retirarían a medida que
Maximiliano organizara tropas suficientes para reemplazarlas. La Legión Extranjera al
servicio de Francia, constituida por 8000 hombres, permanecería durante seis años.
En todo momento, la ocupación sería determinada de común acuerdo entre el Emperador y
el Comandante en Jefe del Cuerpo Francés. Los Comandantes franceses quedaban limitados
a cumplir con sus funciones sin poder intervenir en ningún ramo de la administración
mexicana.
Quedó especificado que, a partir del 1 de julio, los gastos del ejército mexicano quedarían
bajo responsabilidad de México, así como la instalación de una comisión mixta compuesta
de tres franceses y de tres mexicanos nombrados por sus respectivos gobiernos, la cual se
reuniría en México al cabo de tres meses para dar seguimiento a las indemnizaciones de los
súbditos franceses afectados durante la intervención.
El segundo de los tres “artículos adicionales secretos” que se agregaron al ser ratificado el
Tratado hacía referencia al retiro paulatino de las huestes extranjeras: la fuerza de 38 000
hombres del Cuerpo Francés se reduciría gradual y anualmente, de manera que sus
efectivos serían 28 000 hombres en 1865, 25 000 en 1866 y 20 000 en 1867.
A la brevedad, tal como Herbert y Velázquez de León habían convenido, el 11 de abril de
1864 en el Palacio de las Tullerías, con sede en París, Francia, se aceptaron, ratificaron y
confirmaron de forma íntegra los puntos del Tratado de Miramar.
La ceremonia de aceptación de la corona de México por parte de Maximiliano se celebró el
10 de abril de 1864. En presencia de los miembros de la diputación mexicana al frente de
José María Gutiérrez de Estrada, se escuchó el discurso de Maximiliano en un solemne
silencio. He aquí algunas de sus palabras: “Acepto el poder constituyente con que ha
querido investirme la nación […] lo conservaré el tiempo preciso para crear en México un
orden regular y para establecer instituciones sabiamente liberales”.
Las aspiraciones eran grandes. A pesar de ser investido como emperador de México por un
sector conservador de la alta sociedad mexicana, se vislumbraba a un gobernante moderno
y progresista. El gobierno imperial estuvo lejos de lograr su cometido. Le fue imposible
aniquilar al ejército republicano y en consecuencia, al gobierno liberal de Benito Juárez,
que permaneció itinerante mientras el Segundo Imperio procuró afianzarse. El amparo que
éste recibió de los conservadores mexicanos, de la jerarquía eclesiástica y del emperador
francés Napoleón III fue parcial y se complicó a medida que el cauce de la realidad
mexicana revelaba sus complejidades. El resultado final sería el triunfo de la República y la
destrucción de la aventura imperial de Maximiliano, con su fusilamiento, el 19 de junio de
1867.
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