LUCES DE BOHEMIA

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LUCES DE BOHEMIA
Luces de bohemia (1ª edición en 1920 en la revista España, órgano de los intelectuales liberales;
edición definitiva en 1924: ha añadido las escenas más comprometidas políticamente, la charla con el
anarquista y la muerte del niño, tras el golpe de estado de 1923) es su mejor esperpento, en el que se
mezcla la visión del Madrid bohemio, literario y la realidad revolucionaria de su tiempo.
Ya desde el título, comprobamos la ambigüedad e ironía del autor: de un lado, la luz, el brillo de la
época modernista; de otro, la bohemia, relacionada con la vida nocturna. Luces y sombras se alternan en
la obra como muestra de una forma de vida que, evocada con nostalgia, aparece como una alternativa a la
realidad histórica del momento. Es pues una evocación de la “bohemia dorada” como forma de vida
antiburguesa abocada al fracaso, a la imposibilidad, a su transformación en “bohemia negra”. Así, la obra
se organiza en tres planos: la peripecia de Max Estrella, la bohemia modernista y la realidad socio-política.
En cuanto al género, recibe la denominación de esperpento, es decir, un género nuevo que, como las
nivolas de Unamuno, rompe con las convenciones escénicas anteriores. De ahí también las dificultades
(pero no imposibilidad) de ser llevada a escena. Encierra en sí un manifiesto estético (escena XII) y es la
práctica de esa misma teoría: mezcla genérica de comedia y tragedia, y también de elegía y sátira, etc.
Argumento y temas. El argumento está centrado en la vida bohemia, a partir de un hilo conductor:
Max Estrella, artista marginado pero lúcido (a pesar de su ceguera), quien recorre durante la última noche
de su vida distintos escenarios de ese Madrid corrupto en el que ya es imposible la tragedia clásica.
Después de su vagabundeo y su muerte, la obra se prolonga hasta el velatorio, el entierro y una
conversación que sugiere el suicidio de su familia.
Paralelamente, hay una serie de elementos argumentales secundarios: la huelga de proletarios, la
violencia en las calles, el asesinato de un anarquista...
El tema central de la obra, por tanto, es la evocación (epitafio y réquiem, podríamos decir) de la
autenticidad de una bohemia heroica y perdida, la reivindicación modernista de una luz entre las tinieblas
de la sociedad burguesa. La bohemia es una forma de vida en trance de desaparición: no es sólo una
forma de vida para el artista, sino que se manifiesta como oposición radical a la sociedad burguesa, una
marginación que supone vivir con pasión el arte, pero también toda la existencia, impregnada de literatura.
Iniciada en París a finales del XIX, la vida bohemia, la del artista joven cuyos ideales están por encima de
lo pragmático, se encuentra ya en su agonía. Tras la etapa del Modernismo, heredero directo del París
finisecular, la España de los años veinte aparece ya como un desierto intelectual en el que muy pocos
parecen recordar los ideales de la juventud perdida. Sumido en la miseria, malviviendo gracias a favores y
encargos, pero sin decidirse a abandonar del todo sus ideales de juventud, Max, último representante de
la bohemia dorada, va a mostrarnos la desaparición de una forma de entender la existencia.
Como temas secundarios, aparecen cuestiones políticas de importancia. El artista bohemio, libre por
naturaleza, se opone terminantemente a la mediocridad de la sociedad burguesa, en un momento en que
esta ha ido girando hacia formas de poder autoritarias (estamos en un momento crítico en Europa: auge
de los totalitarismos en España y, después, Italia y Alemania). En concreto, las críticas a Maura, a la
corrupción política, a la represión indiscriminada de los movimientos revolucionarios... son constantes.
Pero no sólo se centra en el presente, también se alude de manera muy concreta a España como
nación, a su historia, sus costumbres, su falta de patriotismo, contraponiendo una visión ciega y optimista
(la del pueblo sin conciencia histórica) y sus gobernantes a “un sentido trágico” de nuestro ser y nuestra
historia que necesita de soluciones drásticas (llegando, si es necesario, hasta la destrucción). Representa,
así, una inflexión en el “tema de España” abordado por su generación: si otros autores proponen
soluciones cada vez más conservadoras, para Valle la única alternativa parece ser la destrucción.
De forma implícita, la muerte es tema también recurrente en la obra: presagios, asesinatos, suicidios,
conversaciones... En parte, según Max la muerte está inserta también en la naturaleza hispana.
Estructura. Siguiendo el argumento, podríamos definir la estructura interna de la obra como un viaje o
peregrinatio arquetípica. Por el carácter de los ambientes descritos, podríamos hablar de katábasis, es
decir, de un descenso a los infiernos del que, en la tradición literaria, el personaje sale purificado o bien
muere, como en el caso de nuestra obra. A través de distintos episodios protagonizados por Max,
asistiremos a una peregrinación externa (los ambiente recorridos y los motivos secundarios) e interna
(destrucción de los valores de la vida bohemia).
En cuanto a la estructura externa, la obra presenta una gran sencillez constructiva. En concreto, las
quince escenas o cuadros aparecen organizadas en cuatro partes:
I (presentación): centrada en Max Estrella
II-XI (desarrollo): alternancia entre la peregrinación de Max y motivos secundarios (anarquista y huelga)
XII (desenlace): doble plano: teoría estética y muerte de Max.
XIII-XV (epílogo): entierro y suicidio.
Las quince escenas se organizan mediante el diálogo de los personajes (texto dramático o principal) y
las acotaciones (texto secundario) que tienen en esta obra gran importancia. Todas las escenas tienen
que ver con el argumento y su desarrollo cronológico, lineal, aunque algunas sirven como nexo estructural
por repetir situaciones o se incorporan, sin relación con la trama, para la caracterización de ambientes.
Señalemos que gran parte de los motivos secundarios se desarrollan fuera de escena: de la huelga, el
espectador oye ruidos que son interpretados por los personajes, ve sus consecuencias (muerte del niño) o
bien son narrados o evocados por los personajes. Salvo la conversación en la cárcel de Max con el
anarquista, ese mundo de gran tensión política no aparece, por tanto, sobre el escenario.
Personajes. La amplísima galería de personajes puede clasificarse según diversos factores: grado de
realidad o ficción, estratificación social, representatividad arquetípica, importancia dentro de la obra, etc.
Sin lugar a dudas, Max Estrella (o Mala Estrella, como le llaman algunos personajes aludiendo a su
mala suerte) es el protagonista absoluto de su propia tragedia grotesca, pelele y titiretero a la vez.
Sintetiza diversos modelos literarios y reales: Don Quijote (con su Sancho Panza), Homero (poeta ciego),
Dante y Virgilio (descenso a los infiernos) y Alejandro Sawa (poeta modernista y modelo real más directo),
aunque también encontremos rasgos autobiográficos.
A la vez, representa mejor que nadie la problemática del artista moderno y de su trágica lucidez. Su
descripción física, lo aproxima a una figura clásica de héroe, pero no comparte el destino propio de los
héroes antiguos. Padece en carne propia, hasta la muerte, su incapacidad de adaptación a la sociedad y
su voluntaria marginalidad, pero es que consciente de la "trágica mojiganga" en que se ha convertido la
realidad española, ante la que siente “rabia y vergüenza”. Se niega, por dignidad, a integrarse, aunque ello
le lleve hasta la autodestrucción. Es un ser consciente de su talento, de su superioridad moral e intelectual
sobre una sociedad que a veces aparece juzgada con un orgullo cercano a la soberbia. No es ajeno a las
injusticias y al sufrimiento de otros seres (anarquista, niño muerto), aunque esté lleno de contradicciones:
se olvida de la situación de su familia, va mendigando ayuda.
A medida que transcurre la obra, su lucidez se va haciendo mayor y, con ella, su conciencia de fracaso,
su desengaño y su distanciamiento irónico. Su extraordinaria sensibilidad ante el espectáculo que ofrece
España, así como sus propias penurias, le hacen sufrir, pero su talante artístico le hace contemplarlo todo
con cierto distanciamiento, como si le estuviera ocurriendo a otra persona. Coherente con su visión
esperpéntica, no se autocompadece hasta encarnar la tragedia clásica, sino que subraya lo grotesco de
toda la situación, de los valores tradicionales de la sociedad burguesa, hasta llegar a la alucinación
quijotesca (figura por excelencia del necio cuerdo) de la realidad. Tras el completo desengaño, el
personaje pierde todas las ilusiones y muere “por cansancio de la vida” (motivo al que alude desde el
principio de la obra para pensar en el suicidio).
La contrafigura de Max es Latino de Hispalis. Aunque el referente literario más directo es Sancho
Panza, como escudero-acompañante de Max, guarda también relación con Lázaro de Tormes, lazarillo del
ciego (de hecho, se refiere a sí mismo como “perro”) al que sigue fielmente, aunque pueda llegar a
traicionarle. Es un personaje cínico (recordemos también que los cínicos eran la “secta de los perros”),
desleal, tramposo, irónico, sumiso ante la autoridad, es decir, plenamente adaptado a la sociedad de su
tiempo, con un lenguaje repleto de coloquialismos y modismos madrileños.
En cuanto a los otros personajes, destaca la presencia de algunos personajes reales, históricos,
presentes o aludidos (Rubén Darío, Galdós, Maura); máscaras reconocibles (el Ministro, el librero, Max, su
mujer...); y personajes plenamente de ficción (la mayoría de figuras secundarias. Llama la atención la
presencia del Marqués de Bradomín, protagonista ficticio de las Sonatas de Valle). En su mayoría tienen
valor arquetípico, ya sea por remitir a otras figuras literarias (Don Latino-Sancho), o por su valor
representativo de los estratos sociales. Notemos a este respecto la amplísima representación de la
sociedad: poder político, bohemios, comerciantes, marginados, funcionarios, burguesía, pueblo llano...
Mateo, el anarquista encarcelado, es una de las pocas excepciones a la visión sarcástica de autor y
protagonista. Max y Mateo se sienten hermanados en su desgracia y en su condena de la sociedad
capitalista. El deseo de justicia la cólera ante la explotación son auténticos, sin ironías, y representan en
parte el giro ideológico de Valle-Inclán.
Caracterización. La caracterización es completa y recae tanto en las acotaciones como en las
descripciones internas. En los personajes menos importantes suele haber una rápida prosopografía
(apariencia externa). En muchos casos, especialmente en el mundo oficial (funcionarios, ministro,
carceleros) nos llega de ellos una caricatura indirecta (en las acotaciones del autor), con alusiones
también a sus cualidades internas (etopeya), difícilmente representables en escena (¿cómo representar
“hiperbólico”, “lunático”, “mítico”...?). Una técnica frecuente es la comparación arquetípica, es decir, la
alusión a tipos humanos, a gestos característicos, a seres míticos o directamente, animales. Pero en otros
casos son sus propias palabras, su propia forma de expresión (con muletillas, por ejemplo) la que les
define moralmente: algunos por sus errores (personajes extranjeros), otros por sus vulgarismos (los del
pueblo) y, muchos, por sus constantes repeticiones.
Hay también caracterizaciones directas, es decir, los personajes expresan su opinión sobre otros
personajes o sobre sí mismos. En este último caso, son de vital importancia las declaraciones de Max
Estrella sobre su propio carácter, su marginación voluntaria de la sociedad.
Carecen, en su gran mayoría, de una psicología compleja: son muñecos, títeres que se mueven como
por resortes o hilos de titiritero: instintos, ambiciones, miedos, intereses... La visión de Valle de toda esta
galería de personajes es, casi sin excepciones, satírica. Aparecen constantemente denominados como
“fantoches”, "títeres" o "marionetas", con actitudes mecánicas, como si se tratara de objetos o animales sin
voluntad propia, sin sentimientos nobles (salvo excepciones), con los que Valle compone un auténtico
collage cultural, social y moral.
Espacio y tiempo. Con fidelidad y detallismo periodísticos, sometidos a su particular estética, ValleInclán nos ofrece un fresco de la España burguesa y bohemia de principios de siglo que es, en el fondo,
una caricatura o “deformación grotesca de la civilización europea”. La acción se sitúa de manera imprecisa
en el Madrid del maurismo, poco antes de la Dictadura de Primo de Rivera, concentrando su análisis en
una sola noche (efecto de condensación, pero también unidad de tiempo).
Podemos distinguir distintos ambientes: de un lado estarían los ámbitos oficiales, como el periódico, las
cárceles o el ministerio, todos ellos caracterizados por la corrupción. De otro, el Madrid bohemio,
insustancial (39-40), sin el brillo del mítico París de los modernistas, añorado con nostalgia (91). Por
último, los ambientes populares, los bares... Pero el escenario principal de la obra es la calle,
convulsionada por los desórdenes, las huelgas revolucionarias, las manifestaciones en busca de justicia
(34-35), la sensación de impotencia... La calle sirve como nexo a la diversidad de escenarios cerrados. La
caracterización de todos los espacios tiende a subrayar lo negativo, la miseria, la sordidez. En las
acotaciones vemos, en numerosas ocasiones, rasgos descriptivos, pero también de circunstancias (olor,
clima..., incluso recuerdos o pensamientos de los personajes) difícilmente representables, tratando de
sugerir al lector o al director escénico el ambiente y, ocasionalmente, su contraste.
La luz desempeña un papel muy importante en la obra, como hemos visto ya al hablar del título.
Teniendo en cuenta el tiempo cronológico, el transcurso del día se indica mediante juegos de luces o
alusiones al declinar del día. En muchos casos, la sensación de claroscuro, eminentemente plástica,
pictórica, tiene un valor significativo o connotativo, ya que indica las circunstancias de la vida española.
Tiempo dramático. La obra tiene una marcada unidad temporal: transcurre en un sólo día (salvo lo que
hemos considerado epílogo), en concreto desde el atardecer del día hasta el amanecer del día siguiente.
La luna preside muchas de las escenas. Hay, además, dos momentos en que escenas sucesivas
representan acciones simultáneas (rasgo que desarrollará extensamente en Tirano Banderas, donde
abundan las superposiciones cronológicas). En resumen, frente a la diversidad espacial, la fuerte unidad
temporal proporciona cohesión a la obra, produciendo un efecto de condensación al acumular muchos
episodios en un breve espacio de tiempo. Por esta diversidad, no existe un efecto propio de la
condensación, el ritmo o tempo lento, sino que resulta muy vivo.
Tiempo histórico. La obra se centra en un momento histórico muy concreto, tratando de evocar el
ambiente político-social del maurismo, aunque se permita algún anacronismo (Rubén Darío, muerto en
1916, aparece vivo mientras que se refieren a Galdós como fallecido, hecho que ocurrió en 1920). Muchas
alusiones parecen remitir al año de 1917, aunque otros episodios puedan recordar otros momentos
anteriores o posteriores. Por otro lado, destaquemos las alusiones a un pasado idealizado con romántica
nostalgia (la bohemia parisina) así como algunas premoniciones, que rompen con la unidad temporal.
En cualquier caso, la voluntad es la de recrear un ambiente concreto, el del maurismo, y no un año
concreto, mediante episodios representativos. Sus referencias a la actualidad política, social y cultural
caracterizan esa época convulsa. Es aquí donde Valle se muestra más crítico, abandonando por unos
instantes su distanciamiento a través de las opiniones de Max (el relato del anarquista, que se sabe
condenado, su asesinato) o, sobre todo, del contraste entre la tragedia (el niño muerto) y las opiniones
grotescas (defensa y exculpación de las fuerzas del orden por parte de la burguesía). El propósito de
Valle-Inclán es resaltar lo absurdo de la degradada situación española que lleva a la Dictadura, fundiendo
orgánicamente el plano histórico y la ficción literaria. Frente a la ilusión de realidad (elevada a rango
científico por el Naturalismo), Valle-Inclán ofrece la realidad como una ilusión deformada por los espejos.
Estilo. Como hemos indicado, se trata de conciliar arte irónico y compromiso histórico a través de la
técnica del esperpento. No se trata meramente de teatro de humor, levemente crítico, como es propio, por
ejemplo, del autor que en la época triunfa en los escenarios (Jacinto Benavente) sino de sátira. El humor
no cuestiona los principios, en cambio, la sátira degrada los valores de un grupo y propone los valores
universales.
Los principales rasgos estilísticos de la obra, pertenezcan o no a la estética esperpéntica, muestran
una clarísima voluntad estética y son los siguientes:
- Deformación de la realidad histórica mediante la superposición de elementos de ficción;
- refuncionalización del mito clásico y literario en un contexto moderno y mundano;
- humor, ironía y, especialmente en autor y Max, sarcasmo (100-101);
- pinceladas de ternura y amargura (58, 102);
- lenguaje rico y variado: riqueza de recursos literarios, especialmente en el plano de la
adjetivación. Se da no sólo entre el autor y los personajes de nivel culto, sino también entre la gente del
pueblo, con un sentido enfático e indirectamente irónico;
- citas y referencias míticas y literarias;
- utilización de expresiones de otras lenguas, especialmente las lenguas clásicas y el francés;
- variedad de registros lingüísticos; en el plano coloquial, destacan sus constantes vulgarismos, las
violencias lingüísticas, alejadas del teatro de Echegaray, pero también del falso andalucismo de los
Quintero o del drama poético modernista. Así, los insultos, madrileñismos, gitanismos, modismos,
expresiones enfáticas, son constantes, cercanas al teatro de Arniches, pero acentuando su intencionalidad
y elaboración estética;
- diálogo vivo: escasez de monólogos, algunas divagaciones, como la de la estética del
esperpento, escenas costumbristas con registros populares.
Pero sin duda, los dos rasgos más significativos del esperpento se encuentran en el tratamiento de los
personajes y, desde un punto de vista dramático, en el uso de las acotaciones. Respecto al primer punto,
el esperpento se caracteriza por una degradación sistemática de los personajes, contrastando una
realidad aparentemente magnífica, noble, con un personaje mediocre, ridículo o grotesco. Para ello, se
recurre a distintas técnicas, pero destaca la animalización tanto de personajes como de objetos o
situaciones. De hecho, Max lo resume al hablar de España como “este corral nublado”. En cuanto a las
acotaciones, al margen del carácter dramático que les es propio, dinamismo del escenario en la
representación, pero también sugestión mental en el lector con un uso poético e impresionista del
lenguaje. De hecho, es posible incluso encontrar ejemplo de rimas internas, de ritmos acentuales, es decir,
recursos propios del lenguaje poético.
En resumen: modernidad (además de la “deshumanización” vanguardista, anticipa la teoría sobre el
“distanciamiento” del teatro de B. Brecht, el teatro del absurdo de postguerra), condición humana,
alienación del hombre moderno... Como señala cierto crítico, la obra “reajusta la tragedia tradicional al
absurdo de la modernidad”.
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