Publicado en: Red Ignaciana, Abril 2008. PAZ INTERIOR. Una perspectiva ignaciana. Rufino J. Meana. Psicoterapeuta. Director de la UNINPSI (Comillas). Hablar de ‘paz interior’ es un reto porque, como ocurre con todo sentimiento, se trata de algo completamente subjetivo y, por tanto, todos tenemos nuestra propia idea sobre el tema sin que ésta tenga por qué coincidir con las de los demás. A nosotros nos interesa traer aquí la paz interior que hace que la persona que la experimenta sea agente de paz en los contextos que habita no la que produce aislamiento o enajenación. Hablamos de la paz que posee el ser humano reconciliado consigo mismo que sólo puede habitar la realidad amándola y, consecuentemente, transformándola: haciéndola más justa y más serena. Seres humanos que, por su modo de estar, ayudan a reconciliar tensiones, permiten a quienes les rodean ser ellos mismos y poner en juego lo mejor de sí: personas que transmiten paz. ¿Cómo alcanzar esta paz personal? esta es la pregunta que hace ricos a tantos ‘pseudo-gurús’ y negociantes varios que pretenden ofrecer respuestas simples. Es un negocio rentable porque en nuestra sociedad hay mucha gente que quisiera salir de sus estados de desasosiego, buscando más un ‘que me dejen en paz’ que una auténtica Paz Interior que, ordinariamente, termina por complicar la existencia. Alcanzar esta ansiada posición existencial no es algo rápido, es tarea para una vida y, con mucha frecuencia, requiere reformulaciones personales serias. Lo bueno es que no es necesario irse lejos o acudir a ritos procedentes de otras culturas o con extraños tintes esotéricos. En nuestros contextos cristianos de inspiración ignaciana disponemos del que durante siglos se ha revelado como uno de los más poderosos instrumentos para alcanzar la paz interior que transforma la realidad: la espiritualidad que brota de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola. Habría CINCO crecimientos psíquicos básicos que brotan de la práctica de la espiritualidad ignaciana y son indispensables para alcanzar lo que pretendemos: -Descentramiento. Mirar más allá de uno mismo y mirarse desde más allá de uno mismo. ‘Salir del propio amor querer e interés’ formula Ignacio. El ser humano centrado en sí mismo se auto-aniquila, la atención concentrada en las propias necesidades, deseos e intereses nos conduce a una progresiva in-significancia relacional y, consecuentemente, a una vida estéril y sin sentido que termina en desesperanza. Lo que de verdad nos hace felices, experimentando plenitud existencial, es transcendernos a nosotros mismos. Esta es una ‘verdad antropológica’ que sabe todo ser humano que ama. Es un sentimiento pero, sobre todo, una actitud. Sólo desde ahí podemos habitar la realidad con serenidad. -Reconciliarse con uno mismo… para poder cambiar. Aceptar la propia realidad configurada por nuestra historia personal y por nuestras opciones más o menos acertadas es un primer gran paso. Ignacio sabe que no negar la evidencia y contemplarse con serena y crítica aceptación es esencial y por eso, en múltiples ocasiones, invita a hacerlo con un matiz: la mirada ha de ser la del Creador que ama lo creado. Los ejercicios son un proceso en el que un objetivo esencial es modelar la propia mirada a imagen y semejanza de la mirada de Dios sobre nosotros y sobre la humanidad. Aceptar la realidad personal es requisito sine qua non para aceptar la de otros y para contribuir a la construcción de ese Reino, que decimos es de Justicia, Amor y Paz, aquí y ahora. -Ejercer la voluntad que nos hace libres. Parece paradójico, pero vivir libres no es improvisar y actuar al hilo de ocurrencias y apetencias sino deliberar para elegir y determinarse. Precisamente lo que nos hace libres es la capacidad antropológica para optar y obrar en consecuencia. Esto se convierte en elecciones y coherencia personal con las mismas. Sin esta dimensión no podemos decir que seamos auténticamente humanos. Desde los Ejercicios brota una espiritualidad del discernimiento para elegir que forja psicologías determinadas que apuestan por sus opciones vitales con responsabilidad confiada. -Asumir y perdonar los propios fracasos. No es fácil ubicar correctamente los fracasos. Hace falta mucha humildad. Unas personas tratan de vivirlos como si nada hubiera ocurrido, otras como si la culpa fuera siempre de los demás, otras como si este fracaso fuera palabra última y definitiva de desánimo. Nuestra espiritualidad nos invita a ‘imitar y parescer más (…) a Christo nuestro Señor’ a identificarnos con Él para avanzar en la humildad de quien, habiendo experimentado no pocas frustraciones, logró que la Vida saliera reforzada. -Encontrar ‘el amor’ de nuestra vida. Es algo diferente a encontrarse con otra persona, más bien se trata de encontrar un horizonte de sentido para la vida que, evidentemente, puede incluir a otra persona. Sólo es feliz quien posee un sentido en la vida, es decir, una razón para luchar, para vivir de un modo determinado, con unas prioridades determinadas con unos objetivos determinados. Ignacio dirá ‘ordenadamente’. Durante siglos, a la comunidad ignaciana se nos ha invitado a ‘alcanzar amor’ que no es otra cosa que conocer internamente el verdadero sentido de nuestra existencia para poder servir a su propósito: el sueño de Dios para la humanidad. Por tanto, la auténtica Paz Interior no es, primariamente, ausencia de miedo, vergüenza, culpa o envidia; es decir, un mero sentirse bien. La verdadera paz interior radica en la conciencia de que se está viviendo en plenitud desde lo que uno es y puede ser con un foco permanente en las necesidades de una realidad que resulta incompleta y necesitada a los ojos de Dios. La vida así vivida nos convierte en agentes de transformación casi sin pretenderlo y nos ubica en un estilo completamente opuesto al mencionado ‘que me dejen en paz’.