J. M. KEYNES

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J. M. KEYNES
Nacido en 1883, profesor de la universidad de Cambridge, Keynes es a la vez un teórico y un hombre de
acción, casi siempre en conflicto con las tesis ortodoxas.
Delegado británico en la Conferencia de la Paz de 1919, rehúsa defender la postura oficial de su gobierno y
presenta espectacularmente su dimisión. Justifica su actitud en un libro profético, Las consecuencias
económicas de la Paz, donde explica las razones por las que, a su juicio, es imposible esperar de Alemania el
pago de las reparaciones. En 1924 publica un folleto titulado La reforma monetaria, en el que combate el
<<fetichismo>> del oro, <<esta vieja reliquia bárbara>>. Condena el régimen del patrón oro, que sacrifica la
estabilidad de los precios a favor de la estabilidad de la moneda. Desarrollará y precisará estas ideas en 1931
en su Tratado de la moneda, en el que se constituye en apóstol de una moneda flexible, a la que los poderes
públicos podrían hacer variar en función de las necesidades de la economía. Preconiza igualmente la dirección
del crédito para intervenir en la marcha de los negocios, en la coyuntura, y evitar así las crisis. Finalmente, en
1936 publica su obra fundamental, Teoría general del empleo, el interés y el dinero, en la que presenta una
concepción totalmente nueva de la teoría económica, y que hace de él el líder de toda una generación de
economístas.
Manteniendo hasta entonces apartado de todo cargo oficial, en razón del enfadoso precedente de 1919,
Keynes se convierte desde ahora en el economista oficial de Gran Bretaña. Subgobernador del Banco de
Inglaterra, y elevado a la dignidad de par, en 1943 se le encarga preparar por cuenta del gobierno británico un
proyecto de estabilización internacional de las monedas. Este será el Plan Keynes que, junto con un plan
americano opuesto a él, el Plan White, constituirá la base de los trabajos de la conferencia de Bretton−Woods
en 1944. Los acuerdos concluidos como resultado de estas deliberaciones y que condujeron a la creación de
un Fondo Monetario Internacional y de un Banco Internacional para la Reconstrucción y el Desarrollo
Económico, se inspiran fundamentalmente en sus ideas.
El año 1936, con la aparición de la Teoría General, señala, en opinión de algunos, una fecha tan importante en
el evolución del pensamiento económico como la de 1776 con la Riqueza de las naciones de Smith o la de
1867 con El Capital de Marx. Esta obra transforma por completo la teoría económica tradicional, aquella que
se había llamado indistintamente clásica o ricardina, y que los autores posclásicos habían sencillamente
readaptado sin modificarla fundamentalmente. Por desgracia, la lectura de este libro resulta difícil por
contener razonamientos demasiado abstractos, junto con un vocabulario muy personal. Es casi imposible
esquematizar el sistema Keynes en el marco de una obra, no obstante trataremos que así sea.
LAS BASES del razonamiento keynesiano son enteramente nuevas.
Su concepción de la teoría económica es distinta de la de los autores anteriores, clásicos o marginalistas.
Todos razonaban en el marco de la empresa para estudiar la combinación de factores productivos o el reparto
del producto en rentas. Para Keynes hay que tener en cuenta la sociedad entera y no los individuos o firmas.
Plantea el problema en términos de renta global, empleo global y demanda global, para elaborar una teoría del
funcionamiento del sistema económico tomado en su conjunto. Se trata de una concepción macroeconómica,
en oposición a la concepción microeconómica hasta entonces dominante.
El objeto de esta teoría <<general>> es explicar las causas que rigen las variaciones de la producción y del
empleo. Los clásicos razonan como si el pleno empleo se realizara siempre, como si todas las personas
deseosas de trabajar pudieran hallar empleo por un determinado salario. Para Keynes, esta hipótesis no
corresponde a la realidad. El ejemplo de la Gran Bretaña de entreguerras muestra la posibilidad de un paro
permanente. La teoría de los precios, del salario, el interés, debe ser considerada de nuevo en función de esta
hipótesis, más frecuente que la otra.
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En el plano del análisis teórico, se trata, ante todo, de determinar los factores que obran sobre el volumen del
empleo.
El papel de la demanda es, en este sentido, primordial. Para los clásicos, la oferta creaba su propia demanda (
ley de las salidas); la oferta era el elemento motor. Keynes muestra, por el contrario, que el impulso viene de
la demanda. El empleo varía paralelamente a la renta global, la cual se distribuye entre estos tres destinos:
consumo, inversión, tesaurización. Esta última corresponde a las sumas conservadas en estado líquido; es
improductiva, y aun nefasta, porque no contribuye a aumentar el empleo. Únicamente los gastos de consumo e
inversión, que constituyen la demanda efectiva, actúan sobre el empleo. Pero, ¿de qué depende, entonces, el
nivel de la demanda efectiva?
Tres factores psicológicos son los que constituyen, junto con la cantidad de moneda, las variables
independientes que son la base de todas sus variaciones. Estos son:
La preferencia por la liquidez, o preferencia dada al dinero líquido sobre las otras formas de riqueza. Es el
factor que provoca la tesaurización. Keynes hace notar, con esta ocasión, el papel del tiempo en la actividad
económica, por tomarse las decisiones de los agentes económicos teniendo en cuenta el porvenir, con fines de
transacción, precaución o especulación.
Muestra también que la moneda, en contra de la opinión de los clásicos, no es un elemento neutro cuya
presencia no cambia nada en el funcionamiento del sistema. Es, por el contrario, un elemento activo, y su
intervención modifica las condiciones de equilibrio a través del tipo de interés. El interés es el precio pagado
por renunciar a la liquidez y su tipo mide la tensión entre la cantidad de moneda existente y la demanda de
moneda con vistas a la tesaurización.
La incitación a invertir, por el contrario, es la tendencia que impulsa a los agentes económicos a buscar un
empleo productivo para su renta. Depende de la estima de la renta futura, la cual está en función de la eficacia
marginal del capital.
La propensión a consumir representa la tendencia de la población a dedicar una parte más o menos grande de
sus rentas a gastos de consumo inmediatos.
El influjo respectivo de estos tres factores antagónicos, junto al de la cantidad de moneda existente, determina
el volumen de la demanda efectiva y del empleo. Además, hay que notar que un aumento de las inversiones
ocasiona un aumento más que proporcional en la demanda efectiva, porque una parte de las rentas
suplementarias creadas por él se transforma en gastos de consumo, los cuales, a su vez, contribuyen a
aumentar la demanda, por el juego del <<multiplicador de inversiones>>.
En el terreno de la política económica, este análisis trae consecuencias importantes. Las situaciones de
subempleo pueden prolongarse mucho tiempo sin que ningún mecanismo espontáneo tienda a resolverlo.
Puede ser necesaria de modo más o menos permanente la intervención del poder público para asegurar el
pleno empleo y, así, la expansión y el incremento de la renta nacional.
Conviene esencialmente desalentar la tesaurización estéril, en provecho de los gastos productivos, gastos de
consumo y gastos de inversión. En primer lugar, se desarrollarán los gastos de consumo por una política fiscal
tendente a la redistribución de las rentas en provecho de las clases con la más fuerte propensión al consumo y
por una política monetaria tendente a disminuir la preferencia por la liquidez (abandono del patrón oro,
manipulaciones monetarias). Pero si los gastos de consumo tienen efectos favorables, los gastos de inversión
son aún más eficaces, en razón del juego del multiplicador de inversiones. Se alentarán entonces las
inversiones privadas por una disminución sistemática de los tipos de interés y una continua expansión del
crédito, que aumentarán la eficacia marginal del capital y, por consiguiente, la incitación a invertir.
Finalmente, se recurrirá a inversiones públicas (grandes obras contra el paro obrero a cargo del presupuesto
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estatal) para terminar de acercar el gasto global y la demanda efectiva al total necesario para asegurar el pleno
empleo.
Como, además, una exportación es, desde el punto de vista del empleo, el equivalente de una balanza
comercial favorable y, si se desea evitar las luchas aduaneras, se procurará establecer una dirección de la
economía, no solo en el plano nacional, sino también en el internacional. El Plan Keynes de expansión de los
intercambios por una política de inversiones internacionales, presentada en la Conferencia de Bretton Woods,
no tenía otro objeto.
La influencia de la obra de Keynes ha sido considerable, tanto en el plano del análisis teórico como en el de la
política económica. Sin duda, en la hora actual, se orienta hacia un rebasamiento de su teoría, que, a despecho
de us título, es válida solamente para ciertas hipótesis particulares y debe, a los ojos de algunos (Pigou,
Perroux) ser efectivamente generalizada. Ella ha impregando profundamente a todos los autores
contemporáneos y marcado todas las obras posteriores, ya que se trate de trabajos metodológicos encaminados
a perfeccionar o a completar los instrumentos de análisis keynesianos (estudios de macroeconomía, trabajos
sobre la renta nacional y sobre la estructura de la economía de Leontieff, Eucken, Kaldor, Stone, Copeland,
Isard), o bien de aquellos tendentes a elaborar una teoría más perfecta del funcionamiento de los mercados, de
la dinámica económica y del desarrollo ( Harrod, Akerman, Rostow, Lewis).
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