Comúnmente entendemos el amor como algo inherente a la

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Comúnmente entendemos el amor como
algo inherente a la naturaleza humana que
nos capacita para relacionarnos unos con
otros. Más aún, decimos que el amor da
sentido a nuestra vida, a nuestros actos. Y
son afirmaciones ciertas e importantes.
Toda persona es capaz de amar y ser objeto
de amor; el amor adquiere un matiz muy
particular cuando se nos dice que nos aman,
que nos tienen un aprecio especial, que somos
persona importante para alguien.
Aquí hablaremos un poco del amor considerado desde el punto de vista de un DON a
alguien, persona, Entidad, Institución), para determinadas funciones o finalidades. Lo vamos
a ver desde el punto de vista de la fe y entonces lo consideramos como un don de Dios a
cada persona o a una Institución, pero de un modo muy especial y confines muy
determinados.
El don hace alusión a un obsequio maravilloso, gratuito totalmente; es un regalo muy
apreciado por quien lo dona y por quien lo recibe. Entre los cristianos cuando se habla de
don o de los dones, comúnmente se hace referencia a esos talentos especialísimos,
particulares, espirituales, temporales considerados otorgados por Dios a una persona, o a un
Organismo dedicado a promover y procurar el bien a la humanidad, o a determinados
grupos humanos: Iglesia, Laicos, Congregación Religiosa, Jerarquía, y en estos casos al don
también se le denomina carisma.
Una Congregación Religiosa, una Institución, pueden estar enriquecidas con los dones de su
Fundador, para bien de la Institución y de sus miembros, pero también las personas
individuales pueden haber sido enriquecidas con este don del amor: Vicente de Paúl, Luisa
de Marillac, Teresa de Calcuta, y las personas individualmente consideradas. Pero toda
persona humana tiene el don del amor, sólo que no todas lo tienen como don para ser
vivido, desarrollado y puesto para el bien de la comunidad humana.
II
Dios fuente de amor
Dice la Biblia: “Dios creó al hombre a su imagen,
a imagen de Dios lo creó, hombre y mujer los
creó” (Gén.1, 27). ¿Cuál fue la razón para crear al
hombre? No hay otra respuesta que SU AMOR.
Empieza entonces la era del amor, de la bondad,
de la misericordia y la fidelidad, de la solidaridad,
de la búsqueda del bien de todos y de cada uno
de los hombres, como nos lo dice San Juan que
“El amor consiste en que Dios nos amó primero y
envió a su Hijo como víctima por nuestros
pecados” (1ª. Jn. 4, 10). “Tanto amó Dios al
mundo (al hombre), que le dio a su propio Hijo”
Comprendemos entonces que esta es la razón más alta de la dignidad humana: en que el
hombre fue creado por Dios que es Amor, y en que su vocación es la comunión con Dios, el
diálogo con Él, la cercanía con Él…(GS,19,1) y la amistad con él. Entonces, no es difícil
comprender la afirmación conocida: “En su propia naturaleza, el hombre une el mundo
espiritual y el mundo material…” El hombre naturalmente busca a Dios, le ama y quiere
también el amor y el bien para sus congéneres.
El hombre tiende a Dios
Tampoco es difícil comprender que el
hombre esté inclinado, naturalmente a
Dios, que busque a Dios, que quiera
conocerlo y que le ame infinitamente,
porque en lo profundo esencial del
hombre existe la necesidad de plenitud
de vida y ésta no le puede encontrar
sino en el autor de la vida, del amor,
Dios.
Por esta experiencia personal en todo
hombre, y concretamente atendiendo a
la experiencia propia, pudo afirmar San Agustín: “Nos hiciste Señor para ti y nuestro corazón
está inquieto hasta que descanse en ti”.
El hombre en esta búsqueda de plenitud de vida, expresada en el amor, busca
incesantemente al que es amor. San Juan dice en su primera carta 4, 16b.: “Dios es AMOR y
el que permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él” . Y en 17, 3, y también,
“Padre ésta es la vida eterna, que te conozcan a ti, el único Dios verdadero y a tu enviado
Jesucristo”.
Es evidente y sentido el amor de Dios al hombre, porque Dios nos amó primero y en
consecuencia nosotros debemos amarle a Él (1ª. Jn. 4, 19). Dios ha elegido al hombre por
puro amor, pues ningún mérito tiene para ello. El envío de su Hijo al mundo fue la expresión
más alta de su amor, de su misericordia de su fidelidad y su gracia para con su criatura, el
hombre.
III
Amémonos los unos a los otros
Dios gravó en el corazón del hombre,
como en tablas de piedra, el don y el
sentido del amor a Él su Dios, a sí mismo
y a sus hermanos.
En lo hondo, lo íntimo de su conciencia,
de su propio ser, el hombre descubre,
experimenta la existencia de una “LEY”
cuyo autor no es él mismo, y sin
embargo debe obedecerla, pues siente
que debe amar, practicar el bien y evitar
todo aquello que haga daño a él mismo,
o a otros.
Así mismo, como su conciencia le habla
certeramente cuando obra bien o cuando está contra la verdad, obrando mal, así también le
insta a amar, a brindar un amor generoso, grande, noble.
Es decir su conciencia le está balanceando su don de amor, la dosis de amor que le impulsa a
vivir, a obrar, a relacionarse, a tener en cuenta el amor que debe a sus hermanos.
Estamos seguros que el amor fue un don que Dios legó, otorgó personalmente al hombre. En
esto se parece el hombre a Dios: en que ama. Afirmamos entonces, que el amor es
patrimonio de la humanidad. Todos nos debemos amor y sólo vivimos este don recibido
para que tengamos un mundo o humanidad, según estamos concebidos en los designios
amorosos de Dios. Sólo el hombre habla de amor y sólo él ama y expresa ese sentimiento
personal de benevolencia que llamamos amor hacia las otras personas.
IV
El amor une y construye
Dice San Juan en su carta primera,
4, 7-8:
“Hermanos queridos amémonos
los unos a los otros, porque el
amor procede de Dios. Todo el
que ama ha nacido de Dios. Quien
no ama, no conoce a Dios, porque
Dios es amor”.
El amor es un don unido a otros,
también dones, que constituyen la
esencia de la naturaleza del
hombre, y que vienen a
determinar el grado de amor que se da y se recibe, como la libertad, la decisión, la buena
voluntad para buscar, defender y practicar el bien.
Por esto el amor viene a iluminar, a elevar y a dar carácter de infinito a nuestras acciones, a
nuestros méritos.
El amor es el idioma universal que une las personas, los corazones, las voluntades, los
esfuerzos, los proyectos. El amor es esencial al hombre, es el idioma que une familias,
amigos, pueblos, generaciones, razas. El amor no mide distancias, no mide tiempo. El
calendario no tiene una fecha para el cese del amor porque la vida se experimenta y crece al
ritmo del amor que das y que recibes.
Amigo, ten manifestaciones auténticas de amor, de aprecio. No ahorres palabras de afecto y
verdadero amor a los tuyos, a tu familia. Sé bueno tú y serás bueno con todos, serás persona
de bien, y “serás tú también amado por lo que eres no por lo que tienes ”. Si deseas hacer
feliz a alguien díselo, exprésaselo, y siéntete feliz con ello. Seremos más felices si
aprendemos a hacer felices a los demás.
“Debemos amarnos, porque Él
nos amó primero”.
Por este motivo Jesucristo nos
exige el amor mutuo entre
nosotros, y además este amor es
apenas la correspondencia lógica
al amor del Padre y al de su amor
de Hijo.
San Marcos nos recuerda el
primer mandamiento de Dios (Ley
del A. T.), en el lenguaje de Jesús en el Nuevo Testamento: “Amarás a tu prójimo como a ti
mismo” (Mc. 12, 31).
Y Jesús mismo nos enseñó que amar al prójimo vale más que todos los sacrificios y
holocaustos (Mc. 12, 33. / Lev. 9, 15 – 21). Y llega a la memoria también la orden perentoria
de Jesús: “Un precepto nuevo os doy: que os améis los unos a los otros como Yo os he
amado”. Y no dejemos de lado este premio maravilloso al amor mutuo: “Si nosotros nos
amamos los unos a los otros, Dios permanece en nosotros y su amor es perfecto en
nosotros” (1ª. Jn. 4, 12).
En el amor de Jesucristo a nosotros está el origen las dimensiones del amor entre nosotros
mismos. Porque “Dios nos amó primero”. Y San Pablo no duda en afirmar que “toda la Ley
(la de Moisés y la de Jesús), se resume en este solo precepto: amarás a tu prójimo como a ti
mismo” (Gál. 5, 14).
El distintivo único del cristiano, del que sigue a Jesús, es el amor fraterno: “En esto
conocerán que ustedes son mis discípulos: en que se aman los unos a los otros” (Jn. 13, 35),
Y San Pablo en su carta a los Romanos 13, 10: “pues el amor es la plenitud de la Ley”. Con
toda razón entonces decimos que el amor une y construye: construye hermandad, construye
comunidad.
De mucho nos valdrá preguntarnos con sinceridad y lealtad: ¿Qué hondura y autenticidad
tiene mi sentimiento cuando le digo a alguien, de palabra o de hecho, que le amo, para
que esta persona crea en este amor que le manifiesto?
Oremos a Dios para que nos dé el verdadero sentido del amor y disponga nuestro corazón
para disfrutar las delicias de un amor generoso, sin egoísmos.
TU LEY DE AMOR SEÑOR
Acepto, Señor, tu LEY DE AMOR,
y quiero el amor limpio, sincero, alegre.
Quiero el amor que no devuelve mal por mal,
quiero el amor que siembra paz.
Hazme sensible a las necesidades de mis hermanos.
Hazme buen samaritano en mi actos, hombre bueno
entre los que me rodean.
Señor, que mi amor no sea fingido,
sino que ame de corazón.
Señor, que crea en el amor que se prodiga.
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