merecido adiós al sistema causalista en las crisis matrimoniales 1

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MERECIDO ADIÓS AL SISTEMA CAUSALISTA EN LAS CRISIS
MATRIMONIALES
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Empiezo a redactar estas breves páginas a comienzos de diciembre de 2004,
pocos días después de haberse publicado el Anteproyecto de Ley por la que se modifica
el Código Civil en materia de separación y divorcio, una vez aprobado por el
correspondiente Consejo de Ministros. Nos encontramos en la semana quincuagésima del
año natural de 2004 y llevamos ya algunos meses en los que el Gobierno presidido por D.
José Luis Rodríguez Zapatero ha anunciado ya la revisión del sistema normativo relativo a
las crisis matrimoniales, a la separación y al divorcio, indicando las grandes líneas del
futuro sistema, entre las que me voy a permitir destacar algunas de ellas.
1. SEPARACIÓN Y DIVORCIO COMO OPCIONES DISTINTAS
La primera de ellas consiste en reformar el significado de la separación como
requisito previo y presupuesto del divorcio. Es decir, a partir de la nueva normativa y una
vez que entre en vigor, aquellas personas casadas que así lo deseen y que hayan llegado
a grados de difícil convivencia (si no, ¿para qué divorciarse?) pueden optar directamente
por acudir a la disolución del vínculo matrimonial a través del divorcio, en vez de verse
obligadas a una crisis de doble vuelta o de doblete en la que la separación se planteaba
como una situación transitoria y posiblemente superable que no tenía por qué abocar en
divorcio.
La verdad es que semejante planteamiento de pasado, acaso posible y necesario
en 1981, no responde en la actualidad a cánones reales y verdaderos de conducta
generalizada.
La separación, convencionalmente asumida o judicialmente declarada, en la
generalidad de los casos equivalía a certificar la ruptura definitiva de la pareja. Si la
separación no se ve seguida de divorcio, una vez superados los plazos establecidos en la
legislación de 1981, no es tanto por no verse quebrada por la reconciliación de la pareja,
sino por el hecho de que los cónyuges deciden rehacer sus vidas por separado y, una vez
establecidas las mínimas normas reguladoras de la ruptura, haya o no hijos, haya o no
mutuo acuerdo verdadero, continúan cada uno su senda personal, despreocupados de si
ciertamente se han desvinculado de manera definitiva o no.
Por tanto, es razonable que si así lo desea alguno de los cónyuges, pueda
reclamar directamente el divorcio, sin necesidad de instrumentar de manera previa la fase
de separación, como hasta ahora ha venido siendo requerido.
2. EL ABANDONO DEL SISTEMA CAUSALISTA EN LAS CRISIS
MATRIMONIALES
La segunda idea que late en la reforma que se avecina es muy fácil de formular: se
abandonan de raíz las causas de separación y divorcio, en el entendimiento de que
quienes libre y voluntariamente decidieron casarse, de igual manera pueden dejar de
estar vinculados por el lazo matrimonial, sin necesidad de airear o explicitar ante terceras
personas, aunque algunas de ellas revistan la toga judicial y sean, por tanto,
respetabílisimas, sus propias miserias, desavenencias y frustraciones.
Donde hubo consenso matrimonial –solus consensus obligat, decía la enseñanza
clásica en materia contractual-- originador del matrimonio, aparece el disenso, sea mutuo,
sea unilateral, como causa única y suficiente, sin necesidad de relatar en qué se
fundamenta, de qué amarguras y conflictos se nutre el desafecto y la ruptura convivencial.
Ha sido anunciar la reforma, las líneas fundamentales de la reforma, y son muchas
las voces, airadas, que reclaman mayor respeto por el matrimonio, que no es un contrato
cualquiera que se haga y se deshaga, como el que devuelve un pequeño
electrodoméstico o cancela la reserva de un viaje turístico. Según ello, la mera voluntad
de uno de los componentes de la pareja, el mero desistimiento unilateral, no puede
entenderse como causa suficiente para determinar la extinción o la disolución del vínculo
matrimonial.
Personalmente, he negado siempre que el matrimonio sea un puro contrato, es
decir, un acuerdo o un pacto tendente a una prestación de carácter estrictamente
patrimonial y he preferido siempre considerar que, técnicamente hablando, el matrimonio
es una institución en el más puro sentido de la palabra y, en general, de las más
importantes para la mayor parte de los seres mortales, a quienes el Ayuntamiento, el
Sindicato o la Comunidad Autónoma le dejarán por lo general fríos, pero que, en cambio,
han procurado encontrar pareja y compartir con ella gustos y, también, disgustos, en un
proyecto de vida en común, que en un elevadísimo porcentaje se ha estructurado a través
del vínculo matrimonial.
Ahora bien, defender que se trata de una institución no quiere decir que, una vez
prestado el consentimiento inicial, la conducta haya de ser irrevocable y que el amor y el
afecto y el cariño ... no puedan convertirse en frialdad, desapego y desafecto.
Y aquí nace el problema. ¿Qué hacer cuando uno de los componentes de la pareja
no desea seguir viviendo en común y, libre y voluntariamente, ha decidido poner fin a la
convivencia matrimonial? Pues, a estas alturas de civilización, la verdad es que lo mejor
es certificar la defunción del matrimonio, sin ambages, y permitir que, con la mayor
celeridad posible, los cónyuges procuren rehacer su vida lejos el uno del otro, pues
naturalmente si se les reconoció madurez suficiente para comprometerse
matrimonialmente, ¿cómo se le va a negar capacidad y serenidad suficiente para poner
fin a la situación matrimonial?
Claro está que semejante visión es demasiado franca, abierta y lineal. A lo mejor
hay quien prefiere encastillarse en la dogmática indisolubilidad matrimonial que sólo se
rompe, ¡qué curioso!, cuando un Tribunal, canónico, por supuesto, nos descubre la
sacrosanta verdad de que retrotrayéndonos al momento inicial del consentimiento
matrimonial uno de los cónyuges acreditaba una innegable inmadurez psicológica,
casándose por la Iglesia por metus reverentialis, o una reserva mental (inventada cuando
no preconstituida) que privaba de eficacia al matrimonio. ¡Qué maravillosa la verdad
redescubierta ... cuando nos ha permitido ver a famosos y famosillos casados y recasados
de blanco ... después de haber dejado el panorama sembrado de matrimonios putativos y
de hijos putativos!. ¡Y eso que quienes leemos estas páginas sabemos perfectamente que
putativo sólo quiere decir aparente!
A la mayoría, sin embargo, no nos satisface hoy seguir comulgando con ruedas de
molino, ni que existan tantos hijos putativos. Preferimos, sencillamente, hablar de
progenitores divorciados a los que el proyecto matrimonial, serio y consciente, se les
torció en el camino, como a tantas otras personas se le cruza la muerte en carretera
cuando salieron en viaje turístico o de negocio, o para visitar a la familia ... y no las
declaramos no nacidas, sino sencillamente fallecidas o muertas.
Por tanto, a mi juicio, la decisión del proyecto de ley de abandonar cualquier
sistema causalista en relación con la separación o el divorcio, sólo merece plácemes,
pues verdaderamente el régimen causal de la Ley 30/1981, de 7 de julio, ha demostrado
ya sobradamente, en el casi cuarto de siglo en el que se ha encontrado en vigor,
demasiadas vías de agua.
3. A MODO DE EJEMPLO: LA VIOLACIÓN GRAVE O REITERADA DE
LOS DEBERES CONYUGALES.
En particular, deseo destacar una de ellas relativa a la eventual “conducta injuriosa
o vejatoria y cualquier otra violación grave o reiterada de los deberes conyugales” que se
configura como causa de separación en el número 1º del artículo 82; artículo que, por
cierto, “queda sin contenido”, es decir, “vacío” en el designio del Proyecto de Ley.
Después volveremos sobre este aspecto de técnica legislativa. Ahora vamos a
hablar de lo fundamental, pues a mi entender en la aplicación jurisprudencial de este
precepto y en la generosidad interpretativa de que han hecho gala muchos abogados,
asesores, jueces y tribunales y ciudadanos en general ha habido una profunda conexión
con el incremento de los malos tratos y de la violencia familiar o doméstica, una lacra
terrible de nuestros días que, además, en buena medida nos ha sorprendido a tirios y a
troyanos, que creíamos o esperábamos entrar en el siglo XXI desprovistos de problemas
semejantes.
Sin embargo, no hay tal. Al revés, aunque no pueda realizar pinitos de carácter
sociológico o estadístico, es claro que la media semanal de fallecimientos de mujeres por
causa de violencia doméstica supera la unidad. Tan ostensible es el fenómeno que la Ley
contra la violencia doméstica va a ser aprobada por absoluta unanimidad de los grupos
parlamentarios.
Pues bien, los malos tratos y las vejaciones intrafamiliares, en cierta medida han
encontrado un buen campo de fermento en la idea de la tolerancia del maltrato. En
términos coloquiales el “bueno, bueno ... no es nada, mujer. ¡Debes creer en su
arrepentimiento. Perdónalo!”, etc. ha sido una manifestación continuada y el caldo de
cultivo que ha venido a traducirse en un entendimiento jurisprudencial absolutamente
incorrecto del artículo 82.1º del Código Civil durante los últimos lustros.
La norma es clara: debería ser causa de separación cualquier “violación grave o
reiterada de los deberes conyugales”. La agresión física (aunque también el
desmerecimiento psicológico) sin duda alguna es una violación grave del deber de
respeto que constituye la estrella polar de las relaciones de pareja (aparte de que así lo
establezca el artículo 67 CC). Por tanto, habría de haber bastado una mera falta de
respecto, cualquier tipo de agresión, para que, sin ambages, los tribunales decretaran la
existencia de causa suficiente de separación.
¿Ha sido así? La verdad es que no. La alternativa o dicotomía entre “gravedad” o
“reiteración” en demasiados casos se ha convertido por los aplicadores o intérpretes del
Derecho en una exigencia copulativa que, a mi juicio, desconocía la letra y el espíritu de la
legislación de 1981 y que sólo en los últimos lustros ha sido invertida por la jurisprudencia
de las Audiencias que han comenzado a resaltar que las causas de separación
legalmente establecidas debían ser interpretadas en todo caso de manera flexible y
atendiendo a la realidad social de que la continuidad matrimonial no podía ser objeto de
imposición.
Así por mero ejemplo y en el entendido de que “como muestra vale un botón”, la
sentencia de la Audiencia Territorial de Bilbao, de 17 de marzo de 1988, en un caso en el
que no obstante declaraba la conformidad a la ley de la separación reclamada por Dª Julia
contra D. Angel, afirmaba en el fundamento de derecho segundo textualmente lo
siguiente: “Aunque ciertamente la agresión física del marido a su esposa una sola vez, al
no ser reiterado dicho comportamiento, carecía de entidad suficiente para ser considerada
como causa específica de separación a tenor del art. 82.1 CC, no cabe ignorarla cuando
fue dicha agresión una manifestación casual, aunque aislada, de la conducta de
desprecio, de abandono afectivo generalizada del marido para con su mujer,
contraviniendo los deberes que por razón del matrimonio le imponen los arts. 66 y ss.
CC”.
Obsérvese: sin reiteración el maltrato no debería considerarse causa suficiente
para decretar la separación ... cuando es obvio que no era, ni es, ése el mandato
normativo, y disyuntivo, del artículo 82.1º del Código Civil: gravedad o reiteración. ¿Cómo
puede pensarse en que, tras los años que requiere una sentencia de segunda instancia o
un recurso de casación (pues también el Tribunal Supremo se ha pronunciado en más de
un caso en el sentido que critico), por muy esporádico o aislado que haya sido el maltrato
o la agresión hacia uno de los cónyuges (en el 99% de los casos, ciertamente la mujer),
debe predicarse la reanudación o la continuidad de la convivencia de pareja?
Así pues, atendiendo tanto a la causa de la que hemos tomado pie como a
cualquiera de las demás consideradas en el vigente artículo 86 del Código, la oportunidad
y conveniencia de la línea seguida por el proyecto de ley respecto del abandono de las
causas de la crisis matrimonial parece intachable y, además, se encuentra perfecta y
bellamente justificado en la exposición de motivos que, por cierto, se encuentra muy bien
redactada y ajustada al contenido de la reforma que se pretende.
4. EVITACIÓN DE LOS ARTÍCULOS “SIN CONTENIDO”
Dicho ello, volveré sobre el aspecto antes indicado de dejar “sin contenido” alguno
de los preceptos del Código. El proyecto reforma el tenor literal de los artículos 81, 84.1º,
86, 90.1º, 92 y 97 y deja “sin contenido” los artículos 82 y 87.
A mi juicio, esta última consecuencia no es digna de ser mantenida, pues carece de
fundamento alguno, es una técnica legislativa absolutamente incorrecta y, además,
arremete innecesariamente contra la sistemática del Código, por lo que de manera
constructiva y positiva y sin arrogarme, desde luego, pretensión alguna de “legitimación
legisladora”, sino siguiendo las propias pautas de reforma anunciadas por el Ministerio de
Justicia, motor de la reforma, me voy a permitir la licencia de realizar una propuesta
concreta que evita la “declaración de vaciado normativo” de los referidos artículos 82 y 87.
Bastaría para ello con lo siguiente:
A) Del texto propuesto en el Anteproyecto en relación con el artículo 81, podría
extraerse la segunda parte del número 2º y convertirlo en artículo 82: “No será
preciso el transcurso de plazo alguno para la interposición de la demanda cuando
se acredite la existencia de un riesgo para la vida, la integridad física, la libertad,
la integridad moral o libertad e indemnidad sexual del cónyuge demandante o de
los hijos que convivan con ambos”.
B) El primer párrafo del actual y vigente artículo 88 (relativo a la extinción de la
acción de divorcio) podría convertirse perfectamente en el nuevo artículo 87.
5. A MODO DE CONCLUSIÓN
La idea fundamental de la reforma, consistente en plantear como dos eventuales y
posibles opciones distintas la separación y el divorcio se encuentra perfectamente
justificada.
Hemos de dar la bienvenida a la exposición de motivos, pues como se recordará,
en 1981, eran tantas las tensiones y era tantísimo el “ruido” generado por las personas de
estructura mental conservadora ante la incorporación del divorcio a nuestro sistema
normativo que el Ministro de Justicia, D. Francisco Fernández Ordóñez, optó por la
publicación de la Ley 30/1981 sin preámbulo o exposiciones de motivos alguna,
prefiriendo “las nueces al ruido”. Actuó, creo yo, acertadamente, aunque ahora resulte
difícil para algunos recordar las tensiones de aquellos momentos. También ahora es
acertado justificar y motivar la reforma proyectada. Y, de añadidura, se retorna a la
brillantez y expresividad en las exposiciones de motivos que, aunque sean carentes de
sentido normativo, siempre sirven en la Historia como monumentos o momentos literarios
de merecida estima.
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