1 IES PALOMERAS-VALLECAS FILOSOFÍA 1º BACHILLERATO TEMA 2º POSTURAS FILOSÓFICAS ANTE EL PROBLEMA DEL CONOCIMIENTO 1º DOGMATISMO El dogmatismo fue la primera posición histórica ante el problema de la posibilidad del conocimiento en la historia de la filosofía. Por “dogma” en filosofía se entiende propiamente una opinión no fundada o asumida sin crítica. En Grecia se denominó “filósofos dogmáticos” a aquellos que, por oposición a los “filósofos escépticos”, buscaban sobre todo establecer verdades y conocimientos como verdaderos y definitivos sin considerar necesario hacer un examen previo de los mismos, es decir, sin criticarlos ni analizarlos detalladamente. Para el dogmatismo, entendido de esta manera general, el problema de la posibilidad y validez del conocimiento no existe en cuanto tal. La posición dogmática da por supuestas sin más la posibilidad y la realidad efectiva del conocimiento. Considera que el conocimiento es evidente y que cuando el sujeto conoce algo, capta sin más la esencia del objeto conocido. Esta posición se sustenta en una confianza ilimitada (no debilitada por ninguna duda) en la capacidad cognoscitiva del sujeto humano y, sobre todo, en una deficiente concepción de la esencia misma del conocimiento. Ello es así porque el dogmatismo cree que los objetos de conocimiento se le dan al sujeto de manera directa e inmediata, presuponiendo que éste desempeña un papel pasivo en el acto de conocer, se limita a captar el modo de ser de esos objetos sin aportar nada. El dogmatismo es, en líneas generales, la actitud natural del ser humano. Todos tendemos a considerar que las cosas (una mesa, un árbol, un animal…) tienen una esencia propia e independiente del hecho de que el ser humano las conozca o no y que cuando las conocemos nos limitamos a captar esa esencia sin aportar nada, como un espejo que refleja la realidad tal y como ésta es sin variarla ni modificarla. Que el dogmatismo constituye el estado normal de la inteligencia humana lo demuestra, por ejemplo, el hecho de que la mayoría de los seres humanos estén convencidos de que lo que ven y tocan de los objetos es en el mundo (por lo tanto, con independencia de su visión y tacto) tal como él los ve y toca. Más aún, estamos convencidos de que nuestra percepción sensible (vista, tacto, oído…) nos proporciona conocimiento de la existencia del mundo que vemos, tocamos y oímos. De entrada no nos planteamos la posibilidad de que esa percepción sensible sea una alucinación o un sueño. Creemos firmemente (sin ser siquiera conscientes de esta creencia) que, por ejemplo, el color verde la pizarra, su dureza, su forma rectangular etc…, en definitiva, sus propiedades sensibles están realmente en ese objeto, le pertenecen. La convicción incuestionable, irreflexiva, no sometida a examen crítico, de que la percepción sensible proporciona un conocimiento real y verdadero de mundo que nos rodea, constituye, pues, un dogma de sentido común de todo hombre ingenuo, espontáneo. Puede considerarse que el dogmatismo es el estado normal de la inteligencia humana porque el hombre tiende, de manera natural y espontánea, a liberarse de las dudas e incertidumbres, a buscar verdades que nos permitan “saber a qué atenernos”. Necesitamos pisar suelo firme pues no es posible vivir en la duda permanente. El hecho de que la inmensa mayoría de los seres humanos aceptemos como verdades ciertas y evidentes, conocimientos que nunca hemos comprobado personalmente (por ejemplo, 2 que el Amazonas es el río más caudaloso del mundo o que la materia está compuesta de átomos) se explica por esa disposición natural del ser humano hacia el dogmatismo. En la historia de la filosofía, el dogmatismo fue la posición epistemológica predominante en los orígenes de la filosofía griega (filosofía presocrática). Todavía autores como Aristóteles mantuvieron una interpretación demasiado simple del conocimiento (el denominado realismo inmediato) basada en tesis asumidas dogmáticamente. Igualmente, se tiende a considerar dogmáticos a todos aquellos filósofos que defendieron que la capacidad de conocer del ser humano es ilimitada, sin aportar pruebas de ello, es decir, sin hacer un examen previo de la razón y de las facultades de conocimiento humanas para constatar si, efectivamente, el ser humano puede conocer todo lo que se propone o si, por el contrario, hay límites que su propia naturaleza le impone. Descartes (filósofo francés del siglo XVII) sería un ejemplo singular de pensador dogmático por su creencia irreflexiva en la capacidad ilimitada de conocer del ser humano. 2. ESCEPTICISMO En el ámbito de la teoría del conocimiento o epistemología, el escepticismo es la postura opuesta al dogmatismo. En general, el escéptico considera que no es posible fundamentar el conocimiento, por lo que es imposible demostrar con seguridad la verdad acerca de nada. Los escépticos más radicales (por ejemplo, el griego Gorgias) llegaron incluso a negar la existencia misma del conocimiento. ¿Por qué surgió esta postura filosófica?, ¿qué razones o argumentos dieron sus defensores para justificarla? El escepticismo nace históricamente cuando se toma plena conciencia de un hecho: la existencia de diversas opiniones ante la práctica totalidad de las cuestiones que el ser humano desea conocer. Se constata que muchas de esas opiniones no son solo distintas, sino, en realidad, opuestas, excluyentes o contradictorias entre sí. Dado que no todas pueden ser verdaderas, pero todas (o la mayoría) pueden ser defendidas con razonamientos o argumentos coherentes e incluso con el apoyo de pruebas empíricas, el escéptico termina considerando imposible escapar de la duda y sosteniendo que el conocimiento objetivo, universal, definitivo etc… es imposible de alcanzar. Solo podemos opinar sobre las cosas. Para justificar por qué es imposible escapar del ámbito de la opinión y por qué no puede alcanzarse un conocimiento seguro y definitivo, los escépticos dieron distintas teorías: a) La Realidad es en sí misma irracional e incognoscible b) La Realidad es racional y cognoscible pero la capacidad de conocer del ser humano es insuficiente o limitada En cualquier caso, para el escéptico lo que se revela decisivo para defender su teoría es la experiencia del error. Esta experiencia, que está presente en toda existencia humana, lleva al escéptico a mantener una actitud radicalmente opuesta a la del dogmático. Si éste, irreflexiva e ingenuamente, sostiene sin previa crítica la posibilidad 3 y efectiva realidad del conocimiento humano, aquél, en cambio, las niega, mostrándose cauto y desconfiado. El escepticismo se halla, sobre todo, en la filosofía antigua. Lo encontramos por primera vez en la Atenas del siglo V a. C dentro del movimiento de los sofistas (Protágoras, Gorgias…). Sin embargo, se considera a Pirrón de Elis (360-270 a. C) como el verdadero fundador de la escuela escéptica griega. Fue un escéptico radical que terminó defendiendo la suspensión del juicio (epojé), esto es, la abstención de toda adhesión cognoscitiva a un juicio o tesis particular, pues siempre se puede argumentar la opinión contraria. Esta actitud de indiferencia debería provocar en el ser humano la tranquilidad o imperturbabilidad de espíritu (ataraxía), único modo posible de felicidad alcanzable para el hombre. El escepticismo griego, como el resto de escuelas filosóficas de la antigüedad clásica, resurge con fuerza en el Renacimiento. Destacan Michel de Montaigne (15331592) y el español Francisco Sánchez (1550-1623). Ambos matizaron el escepticismo radical o extremo de Pirrón, defendiendo un escepticismo moderado. Aceptaron que es posible lograr un conocimiento superficial de las cosas sobre el que, en general, no cabe disputas ni dudas (por ejemplo, sobre las características empíricas de un objeto acerca de las cuales hay un amplio acuerdo entre la mayoría de los seres humanos: color, tamaño, forma, texturas o sobre verdades del tipo “dos más dos son cuatro”), pero que más allá de este nivel, el conocimiento se frena y es imposible escapar de la duda, pues siempre pueden darse diferentes respuestas a un mismo problema. En la filosofía moderna surgió también, de la mano del empirismo británico, otra forma de escepticismo que puede denominarse escepticismo metafísico. Como su nombre indica se trata de un escepticismo moderado, que no niega la posibilidad del conocimiento en general ni de verdades universales. Este escepticismo se limita a rechazar la posibilidad de conocer determinados ámbitos de la realidad (en concreto, el metafísico), negando la posibilidad de resolver aquellas cuestiones que tratan de problemas no empíricos por estar más allá de la capacidad de conocer humana (por ejemplo, la existencia de Dios, la existencia y naturaleza del alma, la justificación al origen del Universo, el sentido último de la existencia humana etc…). Hume (17111776) y Kant (1724-1804) pueden considerarse defensores de este escepticismo moderado o metafísico, aunque sus teorías filosóficas sean muy distintas en otros aspectos… ¿Qué valoración puede hacerse del escepticismo, considerado en general? Dejando de lado las formulaciones más radicales, hay que reconocer al escepticismo una indiscutible virtualidad. La actitud escéptica tomada en su acepción originaria es la actitud del auténtico filósofo, que no contentándose con lo que en cada momento histórico se considera verdadero sigue examinando y buscando nuevas teorías. De esta manera, el escéptico, como maestro de la sospecha y la duda, es el paradigma del filósofo, el radical antidogmático que hace posible el avance mismo del conocimiento humano (filosófico, científico…). Sin una dosis de escepticismo, el progreso humano y el avance del conocimiento serían imposibles. 4 3. RELATIVISMO Relacionado estrechamente con el escepticismo se halla el relativismo. Éste, como aquél, constituye una posición esencialmente negativa ante el problema del conocimiento. Ahora bien, el relativismo no niega sin más que el conocimiento sea posible o que la verdad no exista, sostiene simplemente que la verdad y el conocimiento existentes de hecho carecen de validez universal. Para el relativista no existen verdades absolutas, incondicionadas, verdades absolutamente válidas. Todo conocimiento y, por lo tanto, toda verdad, posee una validez limitada, condicionada por múltiples factores y circunstancias, que hacen que lo que es válido o verdadero en un determinado ámbito o contexto, pueda ser falso en otros. Según cuales sean los factores o elementos que limiten la validez de la verdad, pueden diferenciarse distintos tipos de relativismo: a) Relativismo individual. Limita la validez de la verdad y del conocimiento al sujeto singular o particular que en cada caso juzga y conoce. Según esto, pues, es verdadero para cada uno, singularmente considerado, lo que le parece verdadero. Así, un pastel es dulce porque a mí me sabe a dulce cuando me lo estoy comiendo, pero el mismo pastel es o puede ser amargo si a otra persona, por las razones que sea, le sabe así cuando lo come. Nada es de manera absoluta con independencia del sujeto que conoce. Suele considerarse a Protágoras, filósofo de la antigua Grecia, como el máximo representante de este relativismo radical. b) Relativismo específico: Considera como factor limitativo de la validez de la verdad no el sujeto singular o individual, sino el sujeto específico, la especie en su conjunto. Para esta forma de relativismo, por lo tanto, si bien cabe una verdad supraindividual, independiente de las características singulares de cada individuo singular, sin embargo, no es posible admitir la existencia de verdades absolutas o universales. El ámbito de validez de la verdad coincide plenamente con el ámbito propio de la especie de que se trate. Por ejemplo, la verdad “la suma de los tres ángulos de un triángulo suma 180 grados” será válida para una especie (la humana) y falso para otra. Este peculiar tipo de relativismo se denomina también psicológico o antropológico. Aunque hubo filósofos antiguos que defendieron este tipo de relativismo, sin embargo, fue defendido sobre todo a finales del siglo XIX y primeras décadas del XX por una corriente filosófica denominada psicologismo. c) Relativismo cultural o histórico: Este tipo de relativismo limita la validez de la verdad al ámbito cultural o a la época histórica en que tal verdad se produce. La validez de la verdad se encuentra limitada por el círculo cultural de procedencia o por la época en la que surge. De ahí la posibilidad de que algo pueda ser verdadero en una cierta esfera cultural y falso en otra; verdadero en una época y falso en otra diferente. En la filosofía contemporánea, Oswald Spengler (1880-1938) defendió de manera expresa este relativismo. Según este pensador, en la historia de Occidente se ha tendido a negar el relativismo cultural por el carácter etnocéntrico de dicha cultura, que le ha llevado a considerar su arte, su filosofía, su moral, su estética, su ciencia etc… como las únicas posibles, las mejores y, por ello, las realmente verdaderas, suponiendo que las demás eran erróneas o inferiores. 5 d) Relativismo pagmático o utilitarista: Este relativismo limita la validez de la verdad y del conocimiento a la práctica y a la acción. Verdadero es el pensamiento o el conocimiento útil, adecuado a un fin. Verdad es, pues, sinónimo de utilidad. Ahora bien, dado que el ser humano es un ser histórico y social y puesto que tanto la historia como la sociedad cambian, entonces también cambiará la noción de utilidad. Lo que en un momento histórico podía ser útil para lograr, por ejemplo, la adaptación del hombre a su entorno socio-cultural y satisfacer sus necesidades puede no serlo en otro momento. Por eso, este relativismo niega la existencia de verdades absolutas o universales, dado que no hay una única manera de entender o definir la utilidad. Es usual considerar al filósofo norteamericano William James (1842-1910) como el verdadero fundador de esta doctrina. 4. CRITICISMO Esta teoría constituye una respuesta intermedia al problema de la posibilidad y validez del conocimiento alejada de los extremos del dogmatismo y del escepticismo (y su variante, el relativismo). En oposición al dogmatismo, que presupone sin examen, la validez del conocimiento y al escepticismo, que duda de todo conocimiento y de toda verdad, el criticismo es la posición filosófica que, considerando el conocimiento como posible, trata de dar razones y de establecer rigurosamente sus fundamentos. Esa labor crítica y de análisis es lo que separa al criticismo del dogmatismo. El criticismo somete a análisis las facultades mismas de conocimiento humano (la sensibilidad, el entendimiento, la razón…) para establecer qué ámbitos de la realidad son accesibles al conocimiento humano y cuáles no. En general, el criticismo suele considerarse la posición teórica que fundamenta el escepticismo metafísico. Pretende hacernos tomar conciencia de los límites del conocimiento humano, que no se derivan de circunstancias coyunturales (nivel de desarrollo del saber humano en una determinada época, mayor o menor desarrollo técnico, uso de una metodología adecuada…) sino de la propia constitución natural del ser humano y que, por lo tanto, no pueden superarse ni eliminarse. El filósofo empirista John Locke (1632-1704) y, sobre todo, Inmanuel Kant son considerados los dos representantes más clásicos de esta postura. De hecho el término criticismo deriva del título de la célebre obra de Kant, Crítica de la razón pura, en la que el autor critica de manera rigurosa las distintas facultades de conocimiento del ser humano, estableciendo sus límites. 5. PERSPECTIVISMO Es, junto con el criticismo, la otra postura intermedia. Acepta la existencia y validez del conocimiento y de la verdad pero sostiene que ambos son necesaria e inevitablemente perspectivistas, lo que implica que cada ser humano aporta en el momento de conocer un punto de vista único. Muchos filósofos han defendido, de una u otra manera, esta teoría, por ejemplo: Leibniz, Nietzsche o el filósofo español José Ortega y Gasset (1883-1955). 6 En esencia esta postura defiende que la verdad es siempre limitada, fragmentaria o parcial, pero en todo caso real. Es limitada porque la realidad misma está fragmentada en innumerables caras o perspectivas que se ofrecen a las personas. Éstas captan esas caras de la realidad desde la circunstancia concreta en la que viven, a la que no pueden sobreponerse o escapar. La realidad pues, es plural, multiforme, cada trozo o parte suya es igualmente real y verdadera, por lo que no tiene sentido discutir acerca de qué perspectiva o visión de la realidad es más auténtica o más correcta. Esta es la gran diferencia del perspectivismo con el relativismo (sea individual o histórico). El perspectivismo considera que el que cada sujeto capte la realidad desde su propia e intransferible posición no es algo que implique la no existencia de la verdad universal o supraindividual. La existencia de esta verdad se admite como posibilidad teórica y equivaldría a la suma o yuxtaposición de todas las perspectivas o puntos de vista posibles sobre una parcela de lo real o sobre un problema. En la práctica esta visión global es imposible de lograr pues, como ya se ha dicho, nadie puede escapar de su perspectiva, por eso, en última instancia, Ortega termina aceptando que esa visión absoluta de la Realidad, esa verdad completa sería alcanzable sólo para un ser todopoderoso y omnisciente como Dios. El perspectivismo, como teoría epistemológica, lleva implícitas unas consecuencias éticas evidentes. Dado que la verdad es plural, dado que nadie puede pretender estar en posesión de la verdad absoluta, ya que todos, en mayor o menor medida, conocen la realidad, desde la singular perspectiva que les corresponde, es necesario adoptar una posición de tolerancia y cooperación entre las distintas perspectivas o formas de captar la realidad para integrarlas y, de este modo, lograr una visión más verdadera y correcta del Universo. Como dijo Ortega: “toda perspectiva es válida excepto la que pretende ser la única verdadera”.