6º Consejo: Las tentaciones, vigila tus sentimientos

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6º Consejo: Las tentaciones, vigila tus sentimientos
Eudaldo Formet padre de familia, catedrático de Metafísica en la Universidad Central de Barcelona
El sexto consejo de san Agustín, a los jóvenes, a los de su época- a los que tan
bien conocía por su relación directa con ellos como profesor y porque era
también joven- y a los de todos los lugares y tiempos, es:
«Sé el centinela de ti mismo: vigila tus sentimientos y tus deseos
para que no te traicionen» {El orden, II, 8).
Al pedir al joven que sea centinela , le invita a que se comporte como el
soldado, que vigila desde su puesto y que está alerta, observando y dispuesto a
luchar para que no entre el enemigo y cause daños en lo vigilado.
El enemigo en este caso es múltiple: hay uno interno, el propio egoísmo o el
amor desordenado de sí mismo, y dos externos: por un lado, el demonio
que intenta atraer a los hombres hacia el mal y, por otro, el ambiente
que nos rodea en forma de escándalos, malos ejemplos, consejos e
insinuaciones y todo lo que, en general, patrocina y anima el mal.
La lucha interior
Los ataques del enemigo son inevitables. El hombre está muchas veces con el
«corazón angustiado» (Com. Sal 61, 4), porque:
«Nuestra vida en este destierro no puede estar sin tentación, ya que
nuestro adelantamiento se lleva a cabo por la tentación. Nadie se
conoce a si mismo sino es tentado; ni puede ser coronado si no vence,
ni vencer si no pelea, ni pelear si le faltan enemigo y tentaciones» (Com.
Sal. 60, 3).
Dios permite las tentaciones, para que se obtengan estos y otros bienes. Las
tentaciones afectan a nuestro corazón, a nuestra interioridad, con sus
facultades. Sus ataques se manifiestan, como se dice en este sexto consejo, en
forma de «sentimientos», en el sentido de representaciones intelectuales,
imaginativas o sensibles, y de deseos de la voluntad y del querer sensible.
Por su variedad y cantidad, puede decirse que:
«Un hombre solo lucha en su corazón contra una turba. Tienta la
avaricia, tienta la lujuria, tienta la voracidad, tienta la misma alegría
mundana; todas las cosas tientan.(...) Luego, ¿dónde habrá seguridad?
Aquí jamás; en esta vida nunca, a no ser únicamente en la esperanza de
las promesas de Dios.»
El centinela tiene siempre a los enemigos intentando atacarle desde dentro. Le
dice, por ello, san Agustín:
«Excluye, si puedes, de tu corazón todos los malos pensamientos. Que
no entre en tu corazón ninguna mala sugestión.”No consiento”, dices.
Pero sin embargo entró para tentarte. Todos queremos tener
defendidos nuestros corazones para que no entre nada en ellos que
sugiera el mal. ¿Quién sabe donde entra?. Únicamente sabemos que
luchamos cotidianamente en nuestro corazón.» (Com. Sal. 99, 11).
Modos de vencer
La tentación no es lo mismo que el pecado, aunque puede llevar él. Los deseos
que se experimentan, e incluso la complacencia indeliberada que pueden
provocar, sin el libre consentimiento de la voluntad no son pecados. Sólo se da
el pecado cuando se consuma la tentación con la libre aceptación de la
voluntad, que la admite, aprueba y retiene. Sentir no es consentir.
En cualquier caso, la tentación nos impide estar en una paz perfecta. Si se
vence una tentación, se puede preguntar:
«¿Cuál es el bien que hago? El no consentir al mal deseo. Hago el bien,
pero no en su perfección; también con ese deseo, mi enemigo obra el
mal, pero no en su plenitud, ¿Cómo es que hago el bien, pero no en su
perfección? Hago el bien cuando no consiento al mal deseo, pero no tan
en plenitud que carezca totalmente del deseo. Lo mismo respecto a mi
enemigo. ¿Cómo realiza el mal, aunque no en su plenitud? Obra el mal,
porque el mal deseo existe; pero no en su plenitud, porque no me
arrastra hacia él. En esta guerra se cifra toda la vida de los santos»
(Serm. 151, 6).
La vigilancia activa
El hombre debe luchar siempre contra las tentaciones, que existen mientras
vivimos en este mundo. No tienen fin mientras existimos; pueden disminuir,
pero no desaparecer. En esta lucha han estado durante toda su vida los santos.
Por el peligro que entrañan las tentaciones, hay que evitar sufrir sus ataques,
no exponiéndose voluntariamente y procurando tomar las cautelas necesarias.
La vigilancia activa, propia del buen centinela, es una de ellas.
Además de vigilar se debe orar, que es la mejor vigilancia. El mismo Señor nos
dice «Vigilad y orad para no caer en tentación» (Mt 26,41). Por la oración
depositamos en nuestro ángel de la guarda y en los santos, a quienes nos
encomendamos para que intercedan por nosotros, nuestra confianza en Dios y
en la Virgen María.
«Digamos a Dios: "No resbale mi pie. El que nos guarda no duerme". En
nuestro poder está, dándonoslo Dios, conocer si hacemos de nuestro
guardián a Aquel que no dormita ni duerme y que guarda a Israel ¿A
qué Israel? Al que ve a Dios. Así vendrá el auxilio del Señor» (Com. Sal.
120, 14).
Consecuentemente, también hay que ser sobrio o moderado en las cosas de
este mundo. Tal como nos advierte la Escritura : «Sed sobrios y vigilad, porque
vuestro adversario, el demonio, anda alrededor de vosotros como un león que
ruge buscando a quien devorar» (1-Pe 5,8).
En este sentido comenta san Agustín:
«Hay también algunos que no duermen, pero dormitan. Se apartan algo
del, amor de las cosas temporales, mas de nuevo vuelven al afecto de
ellas; cabecean como adormilados. Despierta, espabila, pues,
adormilándote, caerás» (Com. Sal, 131, 8),
Por último, hay otros que no intentan vencer la tentación, ni antes ni durante su
embate, y caen en ella, aunque sea débil:
«¿Y qué puedo decir de los impúdicos, que ni siquiera luchan?
Vencidos, son arrastrados, ni siquiera arrastrados, porque se van
libremente. Ésta, repito, es la batalla de los santos; en esta guerra el
peligro es constante hasta que llegue la muerte» (Serm. 151,6)
La última tentación
No obstante, aun en este caso, el que ha tenido la desventura de ser vencido,
debe continuar la lucha, porque queda la posibilidad del arrepentimiento.
Conserva su corazón y puede ser su centinela; aprendiendo la lección para
próximas ocasiones. El endurecimiento del corazón durante el estado de
peregrinación por la tierra nunca es completo, como lo es el de los condenados
en el infierno.
El pecador empedernido tiene siempre la posibilidad de convertirse.
«Aunque se trate del más grande pecador, no hay que desesperar
mientras viva sobre la tierra» (Retr. 1, 19,7):
Debe superar la ultima tentación que es la de la desesperación.
Debemos tener siempre una gran confianza en la bondad y misericordia
de Dios. La fe viva en la misericordia de Dios nos hace creer que no
rechaza jamás al pecador arrepentido, por gravísimos e innumerables
que hayan sido los crímenes y pecados.
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