Rosario JUEVES SANTO

Anuncio
INTRODUCCIÓN:
“Día del amor fraterno”. Porque las palabras de Jesús, las cosas que
realizó, los gestos inolvidables durante la última Cena, proclaman bien alto
su generosidad desbordante y su amor incondicional. Antes de entregarse a
la muerte, quiere mostrarnos su amor y nos quiere dar las pautas para
enseñarnos cómo tenemos que amar a los demás. Cristo conoce bien el
corazón del hombre. Sabe que muchas veces traicionamos las promesas;
que no somos fieles a nuestros compromisos; que somos débiles a la hora
de la entrega; que muchas veces amamos solamente de palabra. Él mismo
fue testigo y experimentó esta misma amargura en uno de los suyos.
Pongámonos junto a María, para que al rezar este rosario Ella nos enseñe a
imitar este amor entregado de Jesús a los hermanos.
Los discípulos duermen
Mientras Jesús agoniza, los discípulos, aún los más íntimos, duermen. Pueden
más en ellos el cansancio y el sueño que la situación y el ruego del amigo. Ni
Pedro, ni Juan, ni Santiago estuvieron a la altura de las circunstancias. ¡Qué
bueno hubiera sido que acompañaran a Jesús, aunque no dijeran nada, pero
que quisieran compartir y consolar! También por ellos mismos necesitaban
fuertemente más vigilancia y oración. Pero son unos inconscientes.
Nos pasa a nosotros muchas veces. No sabemos o no somos capaces de estar
cerca del hermano o del amigo que nos necesita. Nos pide una palabra, un
gesto, una presencia compresiva y solidaria, pero nosotros dormimos, vamos a
lo nuestro.
Nosotros también dormimos:
- Cuando no escuchamos la Palabra de Dios o el grito del hermano.
- Cuando no vemos el «dios» que está o pasa a nuestro lado.
- Cuando nos resbala el problema del otro.
- Cuando ignoramos el sufrimiento del mundo y nos encerramos en el nuestro.
- Cuando no hacemos frente a nuestras responsabilidades.
- Cuando vivimos alienados con nuestras «ocupaciones», diversiones y
adicciones.
- Cuando no somos conscientes del momento que vivimos.
- Cuando no nos abrimos a Dios ni le buscamos.
Gracias, Señor, por tu entrega generosa
Porque nos enseñas cómo debe ser nuestro amor.
Porque, siendo el Señor y el Maestro, te haces siervo por amor.
Porque te quedas con nosotros, para ser confidente de nuestras penas en cada
Sagrario de nuestros templos.
Porque tus palabras y tus gestos son respuesta a nuestra necesidad de amor.
Porque llegas hasta el testimonio de la sangre para que te creamos
Porque obedeces con prontitud a la voluntad del Padre.
Porque quieres ser compañero de camino hasta el final de los tiempos.
¿CENAS, CON NOSOTROS, SEÑOR?
Por el gran amor que nos tienes porque, ¡quién sabe!
¿No tienes miedo a que nos perdamos?
Te quedas para siempre, amigo y Señor, en la Eucaristía
Sólo sé, Señor, que el pan, no me sabe a pan.
Sólo sé, Señor, que el paladar, me dice que el vino ya no es vino.
Sólo sé, Señor, que esta cena, con tan poco, nos deja llenos:
¡Llenos de amor y de vida! ¡Desbordando el alma por los cuatro costados!
Cenas, Señor, con nosotros. ¿Y de qué nos hablas entre plato y plato?
Que el amor es lo más grande que podemos dar.
Que el amor es lo más grande que te podemos ofrecer.
Que el amor, más que todo, será lo que dirá si somos amigos tuyos de verdad.
Cenas, Señor, con nosotros, y con este pan, con cierto sabor amargo,
comprendemos que hay que morir cuando se quiere vivir,
sabemos que hay que servir, cuando se quiere ser feliz.
Adivinamos que, si Tú estás de rodillas,
no podremos nosotros estar siempre de pie.
Cenas, Señor, con nosotros, y, mirándonos a los ojos, nos dices que te vas.
Que te vas pero que, un día, volveremos a verte y que, precisamente por eso,
esta cena será para nosotros un memorial
de tu pasión, muerte y resurrección por salvarnos.
¡Gracias, Señor, por cenar con nosotros!
Por ser sacerdote que ofrece el amor sin límites,
el amor sin farsa, el amor gratuito.
¡Gracias, Señor, por esta cena tan celestial!
No nos quieres con las manos limpias,
nos quieres con los pies relucientes, dispuestos, los unos con los otros,
a brindarnos y ser generosos por los caminos.
¡Gracias, Señor, por este manjar Pascual!
Por permitirnos que, en esta mesa
nos acomodemos hombres y mujeres débiles,
hombres y mujeres con contradicciones,
hombres y mujeres que, a la vuelta de la esquina, diremos no conocerte.
¡Gracias, Señor, por tu Sacerdocio!
¡Gracias, Señor, porque sirviendo como Tú sirves,
ya no es posible decir: ¡qué difícil amar!
Y, todavía, Señor ¿quieres cenar con nosotros?
Quédate para siempre así:
sentado y pronunciando nuestros nombres,
sirviendo, e indicándonos el camino del amor,
bendiciendo a Dios, y enseñándonos a orar,
repartiendo, y convidándonos a ser desprendidos,
Hablando, y dándonos a conocer el Misterio de Dios Amor.
Si has querido preparar esta cena será porque,
bien lo sabes, que necesitaremos de su fuerza para seguir en la brecha,
para amar, cuando nos avasalle el odio,
para entregarnos, cuando nos acorrale el egoísmo,
para escuchar tu Palabra, cuando nos inunden los ruidos del mundo.
Quédate, Señor, y…cuando quieras…preparamos otra cena.
Descargar