De lo privado a lo público: 30 años de lucha ciudadana de las mujeres en América Latina Nathalie Lebon y Elizabeth Maier Guillermo Noriega Esparza1 Buenas noches. En primer lugar me gustaría agradecer a El Colegio de Sonora por invitarnos a participar en este evento y departir en torno a esta publicación que es un titánico esfuerzo por plasmar treinta complejos años de lucha por mejorar las condiciones de vida de la mujer. Podríamos celebrar el ver y compartir que, en un período tan corto de la historia, los logros han sido grandes y palpables, aunque no suficientes. Podríamos echar campanas al vuelo, empero nunca podríamos olvidar que en el camino quedaron un sinnúmero de ejemplares mujeres que dieron todo por lograr los beneficios que ahora las nuevas generaciones de América Latina gozamos y que, usualmente consideramos normales. A ellas, un reconocimiento, la perpetuidad de sus nombres en la historia y un sincero… gracias. Continuando con los comentarios del libro, la parte III ‘Activismo y Agencia ciudadana de las Mujeres’ -misma, acepto, fue un reto y un placer por mi formación como internacionalista-, nos invita a reestudiar la historia contemporánea de América Latina desde la perspectiva de la lucha de las mujeres por participar de ella y no ser simplemente observadoras pasivas. Me es indispensable destacar en primer lugar el trabajo que Karen Kampwirth realiza en “Revolución, Feminismo y Antifeminismo en Nicaragua”. En su trabajo se plasma la importancia de la mujer para la revolución y la importancia de la revolución para los procesos propios de la mujer nicaragüense. “El sandinismo marcó el feminismo nicaragüense para siempre” y viceversa: la ‘idealizada mujer sandinista era una madre’. Además, el feminismo sandinista es un símbolo importante del feminismo latinoaméricano en general. Esa imagen de una mujer joven con rifle al hombro, ‘sonriendo mientras sostenía a un niño de pecho’, simboliza y destaca la importancia que la mujer tuvo en dicho proceso. Kampwirth hace un excelente recuento y análisis del surgimiento del feminismo en los ochenta y cómo sus organizaciones impulsaron progresos palpables que, tiempo después serían atacados por el antifeminismo estatal, en un inicio disfrazado de reconciliación, después en abierta confrontación en alianza con la iglesia y los poderosos grupos conservadores. De ello se deriva uno de los principales retos en Nicaragua: buscar equilibrar la concentración de poder con el que cuentan las organizaciones conservadoras ligadas al 1 Licenciado en Relaciones Internacionales y Director de Sonora Ciudadana AC, Centro de Investigación para el Desarrollo y la Democracia. aparato estatal, no sólo defender los logros revolucionario, sino continuar con los progresos. del sandinismo Por su parte, Prieto, Cuminao, Flores, Maldonado y Pequeño, en su trabajo titulado “Respeto, Discriminación y Violencia: Mujeres Indígenas en Ecuador, 1990-2004” abre los ojos ante el desfase y el desencuentro entre los movimientos de mujeres y los movimientos de las mujeres indígenas, que más adelante Palomo también documenta. Las autoras destacan que “los movimientos indígenas, si bien no desarrollan una agenda particular orientada a modificar directamente las relaciones de género, propician prácticas orientadas a la equidad de género” y hacen énfasis en que “el feminismo no es un lenguaje universal y único para expresar las desigualdades de género y los intereses de las mujeres, [observándose] una búsqueda de nuevos lenguajes para luchar por la superación de desigualdades implícitas en el conflicto étnico y racial”. Estas autoras hacen énfasis en la importancia que la mujer indígena tiene para sus comunidades, ya que son ellas las guardianas de la identidad de los pueblos, lo que le otorga poder derivado del respeto y la figura de preservadora y protectora maternal de lo existente: “La pachamama”. En dicho contexto las autoras reafirman que el esfuerzo grupal por obtener justicia en términos de mejor calidad de vida, a la vez abre ‘prácticas orientadas a mejorar la vida de las mujeres [lo que denominan] prácticas por la equidad de género. La lucha comunitaria por mayor acceso a los servicios de educación (y el ejemplo de aquellas que han alcanzado un nivel de instrucción), al igual que la lucha por combatir la doble discriminación (la de género y la derivada de su origen étnico racial, entre otras no menos importantes), demuestran el valor que se le otorga a la misma educación como un instrumento para frenar los atropellos y un proceso de reconstrucción de la identidad (abriendo la puerta para revisar y redefinir el papel de las mujeres y llevarlo de lo privado a lo público). Quisiera traer en este momento un planteamiento (que más bien es un debate) que Palomo aborda más adelante en el texto y en el cual me gustaría puntualizar: constantemente hay quienes albergan en el respeto a las costumbres de los pueblos indígenas la reproducción de la violencia de género y el papel de la mujer “tradicional”, humildemente coincido en la consideración de que la desvalorización de la mujer nunca puede ser considerada una tradición o un uso o costumbre que deba perdurar. De ello, la mujer indígena es conciente. Los retos que se enfrentan son diversos, entre ellos destaca la construcción de puentes suficientes entre las agendas de los movimientos de mujeres, las feministas y aquellas que las mujeres indígenas reivindican a favor de su colectividad. Ana Lau, en “El feminismo mexicano: balance y perspectivas” examina ‘la práctica política [de las mujeres mexicanas] por más de 30 años, y de las demandas que han ido esgrimiendo en ese período de tiempo’. Asevera que ‘El feminismo mexicano fue el resultado del agotamiento del modelo de desarrollo estabilizador, el cual respondió a la ebullición de nuevas ideas en el seno de las élites intelectuales e incluso de un importante crecimiento de la izquierda mexicana de donde algunas provenían. [Este feminismo de la nueva ola] comparte puntos de coincidencia [con aquellos] del mundo occidental: un origen urbano, una cultura universitaria y un desencanto por el escaso margen de participación femenina en el ámbito público. La autora divide en tres grandes etapas el desarrollo del movimiento feminista mexicano: la etapa de establecimiento y lucha, entre 1970 y 1982; una etapa de estancamiento y despegue, entre 1982 y 1990; y, aquella de la década de los años noventa, de alianzas y conversiones, donde las feministas se “ONGeinizan”. En la primera etapa se destaca que aquellas mujeres urbanas de clase media universitaria, a partir de un examen de su vida personal, empiezan a relacionar que lo que sucede en el espacio privado necesariamente repercute en el ámbito público. “Lo personal es político” fue su lema. Su desarrollo no estuvo libre de divergencias e intentos no fructíferos, un constante ejercicio de ensayo, error y aprendizaje. Su agenda, con retos por converger en temas como el aborto, giró en torno a maternidad voluntaria, la necesidad de guarderías, lucha contra la violencia sexual en todas sus formas; hostigamiento, insulto violación, asuntos laborales y discriminación, entre otros. La etapa de estancamiento y despegue se caracterizó por una incipiente visibilidad por la organización de reuniones, encuentros y foros, alentando y promoviendo la investigación en torno a los temas de género y la incorporación de muchas militantes al sector público y la academia, entre otros. Feministas históricas, aquellas llamadas populares y las sociales (mismas que se integraron en ONG´s), lucharon por su participación activa en la vida pública, respetando sus propios mecanismos que en muchos sentidos eran divergentes. La coyuntura de 1988 fue el contexto propicio para la búsqueda de democracia y la elaboración de una agenda política con reivindicaciones de género y derechos humanos. En la etapa de de Alianzas y conversiones, la tercera década, las mujeres forman parte activa de los movimientos de democratización del país ‘al mismo tiempo -dice la autora-, se da una reorganización de los grupos de las corrientes feministas, ensanchando su campo de acción e influencia. Además, se inicia la institucionalización del feminismo, se crean programas e instituciones, se cabildean y empujan legislaciones y políticas públicas acorde a su agenda. En la subsección “Un nuevo siglo, ¿un nuevo feminismo?” la autora lanza los retos que un nuevo feminismo habrá de enfrentar, entre ellos la oposición del gobierno y de los grupos conservadores hacia los progresos alcanzados, en tanto que se hace referencia a un grupo de ONG´s que han llevado el activismo a una incidencia informada y profesionalizada con resultados palpables en las políticas públicas y las legislaciones que les competen, tales como el Grupo de Información en Reproducción Elegida (GIRE), Equidad de Género, Ciudadanía Trabajo y Familia AC, Salud Integral para la Mujer (SIPAM) y la Coordinadora Nacional de Organizaciones por un “Milenio Feminista”. Podemos concluir que los temas, a pesar de ser más variados y específicos, derivado de la profesionalización y las dimensiones de sus análisis, siguen siendo los mismos, empero se detecta un cambio sustancial de la praxis feminista. Al igual podemos decir que las feministas mexicanas deberán replantear su relación con el Estado Mexicano (no con el gobierno, quien ha desvirtuado el discurso feminista) en términos de incidencia y participación política, y evaluar la posibilidad de, literalmente, tomar el poder mediante su participación directa en puestos de elección popular. El hecho que exista una candidata a la Presidencia es un ejemplo de ello. La lucha por los derechos de las mujeres incluye sin duda el libre ejercicio de su sexualidad, por ello el análisis que Norma Mogrovejo realiza respecto al “Movimiento Lésbico en Latinoamérica y sus demandas” es más que pertinente. En él, se vierten múltiples preceptos que ayudan a documentar uno de los movimientos por derechos más golpeados y comprender la lucha por la igualdad en la diversidad y las dificultades por establecer agendas comunes entre lesbianas y feministas e incidir en diversos temas, como lo ha sido la despenalización de la homosexualidad en varios países de la región. Las leyes de sociedad de convivencia, el pago de pensiones a los viudos gays y viudas lesbianas y el establecimiento de instituciones como la CONAPRED, encaminadas a eliminar toda forma de discriminación, han sido éxitos que se pueden palpar y que señalan que el camino no es el erróneo. La autora nos ejemplifica de excelente forma cómo en su acercamiento a las feministas latinoamericanas, ‘las lesbianas expusieron sus demandas; sin embargo -nos dice-, el derecho a la libre orientación sexual –en aquel entonces- era aún un tema tabú hasta en el movimiento feminista’, lo cual obviamente dificultó la integración de agendas. Sin embargo, el surgimiento de un movimiento autónomo ‘ya no enclosetadas tras las puertas o bajo las faldas de otros movimientos’, de otras luchas o demandas, ha facilitado la construcción de una identidad lesbiana. El movimiento lésbico establece que “la ejecución de políticas públicas no debe incluirnos únicamente dentro de la tan popular perspectiva de género ya que nuestra problemática tiene un origen y dinámica diversa. La perspectiva de la ‘disidencia sexual’ sería la más adecuada para entender la problemática y uno sus principales retos es que a mayor visibilidad, mayor represión, homofobia y crímenes de odio. Pasando a Haití, el artículo de Myriam Merlet “Haití: Mujeres en busca de la ciudadanía de pleno derecho en una transición sin fin”, la autora hace un análisis de las mujeres, su organización y participación en un contexto de inestabilidad política y en un entorno de violencia arraigada en la cultura nacional. “[…] la violencia – dicese observa sobre todo en las relaciones interpersonales y en las relaciones que mantienen las estructuras que ostentan el poder con los ciudadanos y las ciudadanas”. En dicha lógica (muy ilógica) son cotidianas las violaciones como un arma de estado, la violencia sexual como arma terrorista en esa especie de guerra permanente contra la ciudadanía (principalmente contra las mujeres). En dicho contexto de inestabilidad política, nos cuenta la autora, se han hundido las acciones e iniciativas encaminadas a superar la lamentable situación de la mujer haitiana en la búsqueda de un nuevo entorno jurídico y reglamentario de manera que se garanticen los derechos económicos y sociales. Llegando a Guatemala, Ana Lorena Carrillo y Norma Stoltz Chinchilla, nos relatan la participación activa de las mujeres guatemaltecas en las organizaciones revolucionarias y civiles mixtas y su progreso a pesar de las dificultades impuestas por un fuerte clima de represión oficial. Dicha participación – asevera la autora- “causó una ruptura trascendente en la historia de las mujeres […] fertilizando el terreno para la época actual: la participación de las mujeres en la vida pública y que ejercen su ciudadanía”. La participación de la mujer en diversos intentos de difusión y lucha por los derechos de la mujer, en un contexto de fuerte conflicto, y la participación de las mujeres en los campos de refugiados en México, por ejemplo, ‘le otorgaron experiencia política y capacidad de organización que les fue muy útil para avanzar una agenda enfocada en temas de la mujer una vez que la guerra terminó y las condiciones fueron más favorables. La autora hace un análisis por etapas y nos lleva desde 1975, año de partida, pasando por los retos de involucrar a las mujeres indígenas, hasta el momento en el que las mujeres pasaron de ganar visibilidad a ser actoras participantes de la vida pública e integrar –no sin problemas- una agenda exitosa y experiencias exitosas de incidencia. Sus retos: descentralizar el movimiento feminista e incorporar a otras etnias en sus filas, fortalecer la sociedad civil organizada, promover la investigación y buscar la incidencia para desarrollar políticas públicas encaminadas a enfrentar los feminicidios que se han convertido en un grave problema en el país (1049 mujeres asesinadas entre 20022004). Ahora sí, Nellys Palomo en “Las mujeres indígenas: surgimiento de una identidad colectiva insurgente” realiza un acercamiento a la problemática de las mujeres indígenas en sus comunidades así como sus relaciones con las sociedades predominantes. Plantea la existencia de un cambio fundamental en los últimos diez años en el desarrollo del movimiento indígena, donde las mujeres han cambiado la correlación de fuerzas, y sustenta la reflexión en cinco elementos: 1. el proceso de visibilización, para ser sujetas. 2. el sentido identitario entre lo étnico y lo relativo al género 3. la condición de discriminación en sus pueblos y en la sociedad no indígena. (la discriminación no es sólo una actitud, sino una política de estado) 4. la construcción y deconstrucción de poderes: el empoderamiento de las mujeres indígenas. (el empoderamiento inicia en lo privado cuando se busca una relación de pareja, pareja). 5. la participación de las mujeres indígenas en el contexto internacional. (que han luchado por impulsar su agenda frente a la agenda mestiza). Del artículo de Di Marco ‘Movimientos sociales y democratización en Argentina’, vale destacar que los movimientos feministas se iniciaron a raíz de otros movimientos más amplios, como lo son el caso de las trabajadoras. Así pues fueron muy diversos, empero confluyendo en la búsqueda de visibilidad y equidad para las mujeres en un país del que la pobreza se apoderó. Es de subrayar el caso de las Madres y Abuelas de la Plaza de Mayo, que Di Marco aborda de una manera muy interesante y del cual resalta que redefinieron la maternidad para entenderla como lo que ha denominado maternidad social (valiéndose de lo prescrito), involucrada (y organizada), politizada que llevó lo privado al plano público y abrazando también otras causas como el respecto a los derechos humanos, lo cual promovió una participación democrática de la ciudadanía. El caso de Argentina resulta interesante, además, porque en él se aprecia cómo es que grupos diversos lograron formar movimientos mixtos en respuesta a políticas neoliberales y en un contexto de crisis, demuestra el gran logro de fortalecimiento del feminismo popular y aporta al reconocimiento de “nuevos modos de reconocimiento mutuo”. Consideraciones Finales La sección nos da para considerar los cuantiosos retos comunes que la región en general enfrenta. El caso de Rosa en Nicaragua, similar al de Paulina que conmocionó a nuestro país, La pobreza tiene cara de mujer, pero se agrava si además es un rostro indígena. La discriminación de género, la doble discriminación si además es indígena. La necesidad de inclusión de las mujeres indígenas, sin pervertir su cosmovisión, identidad y agenda. La profesionalización sin caer en la elitización de la causa. (ya que, por lo mismo que no todas tienen la posibilidad de prepararse, las causas no pierden su validez) (ya que el hecho de que no todas tengan la posibilidad de prepararse, no implica que la causa pierda validez Definitivamente el libro es sumamente positivo y lleva de la mano al lector por un interesante paseo por logros y retos, por reflexiones y procesos inacabados, esperemos pronto terminables. La problemática de género, queda claro en el libro, es una de carácter transversal y se ve agravada por otros tipos de desigualdades: las etnias, las clases sociales, la raza, etcétera. En este sentido, creo que valdría la pena retomar la idea de que existe la real necesidad de muchos feminismos, cada uno desde su trinchera, con sus especificidades y anclados en la diversidad y la idea común de que la igualdad, ya no es una utopía. Debido la escasez de tiempo que limita que sigamos platicando, invito a los asistentes a leer el libro porque página a página, lo lleva a uno a un viaje por nuestra latinoamerica y por luchas incansables, por mujeres incansables. La cantidad de detalles, la generosa forma de entregarlos al lector y el excelente trabajo de coordinación, hacen necesaria una apacible lectura. ¡Muchas gracias!