La ética y los médicos

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La ética y los médicos
Clemente Heimerdinger A, editor. Colección Razetti.
Volumen VII. Caracas: Editorial Ateproca; 2009.p.21-38.
Capítulo 3
La ética y los médicos
Dr. Julio Borges Iturriza
“El hombre debe ser objeto sagrado
para el hombre”
Séneca
Índice
Introducción …………………………………………………..……
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1.La medicina actual…………………………………..........………
2.Experiencia y conocimientos………………………………........
3.Valoración de la conducta……….............................................…
4.Moral………………………………………………………..…..
5.Neurociencia………………………………………………........
6.Ética normativa……………………………………………........
7.Doctrina Deontológica…………………………………….........
8. La persona como agente moral.....................................................
9.Proyecto de vida………………………………………….......…
10.La situación vital…………………………………………..........
11. Relación médico-paciente……………………………................
12.Medicina y vocación …………………………………............…
Bibliografía……………………………………………………….....
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INTRODUCCIÓN
Afirma el Profesor Marañón en su libro Vocación y Ética (1): “La
conducta profesional, que es conducta moral y casuística, no tiene por
qué someterse a ley o reglamento. La conducta la inspira cada caso y
la resuelve, si el profesional es digno de serlo, su propia conciencia y
nada más. ¿A qué, entonces, querer acomodarla a códigos inventados?
No esperéis pues de mí, que venga a daros reglas dogmáticas de
Deontología médica.” Más adelante, agrega “De aquí mi convicción,
un tanto revolucionaria, de que ni se precisan reglas de moral expresas
ni cursos de Deontología. En las facultades de medicina la moral,
como asignatura, no se enseña por lo común. Y esto, que escandaliza
a algunos, tiene esta razón fundamental. El médico bien preparado
en el sentido humano e integral que hemos expuesto, el médico de
vocación y no de pura técnica, ese no necesita de reglamentos para su
rectitud. Al médico mal preparado, las reglas y consejos morales le
serán perfectamente inútiles. Sobran aquí, como en todos los problemas
de conducta moral, las leyes.”
Estos conceptos expuestos por el siempre bien recordado
Profesor Gregorio Marañón me indujeron a reflexionar sobre lo que
tradicionalmente se ha denominado “Moral Médica”. Largos años de
experiencia me han hecho conocedor de la práctica de la medicina y, a
pesar de mis limitaciones en el campo de la ética, he creído interesante
expresar algunas reflexiones sobre el carácter ético del ejercicio médico,
que pudieran considerarse como comentarios a los conceptos planteados
por el profesor Marañón.
1. La medicina actual
La medicina, sobre todo si nos referimos a la época actual, tiene
dos aspectos relevantes: 1. Por una parte, su acción humanitaria,
inevitablemente ética, y 2. Su indispensable ingrediente científico,
base necesaria para el éxito en el tratamiento del paciente.
Este enfoque es determinante para comprender la medicina como
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profesión: el médico no es un científico, pero una adecuada formación
científica y técnica le es indispensable para el correcto ejercicio de su
profesión; esta formación le suministra el basamento necesario para el
adecuado ejercicio de su profesión; pero, en su actividad clínica, al tratar
de restituir la salud a un paciente, deberá comportarse, primariamente,
como un agente moral, y todas las decisiones que deberá tomar en
el ejercicio de su profesión tendrán, indudablemente, un trasfondo
ético. A este respecto es ilustrativo lo afirmado por Aristóteles en su
Moral a Nicómaco : “Se puede ser un matemático o un geómetra de
primer orden sin poseer la más mínima cualidad moral, mientras que
cualquier acción humana que tenga por objetivo la perfectibilidad del
hombre, como es el caso de la medicina, debe tener un componente
moral ineludible (2).
La capacidad de tomar decisiones es una característica
exclusivamente humana. Puede afirmarse, siguiendo a Laín Entralgo
(3), que el hombre comienza a ser “hombre” cuando fue capaz de
“tomar decisiones basadas en una visión de futuro y pudo medir las
consecuencias de sus actos”. Tomar decisiones es parte de nuestra
vida; bien lo señala el mismo Laín: “Yo tengo que justificar ante mi
cada uno de mis actos”.
2. Experiencia y conocimientos
La experiencia y los conocimientos adquiridos son decisivos
al tomar una decisión. Relacionar las experiencias pasadas con las
condiciones presentes y sopesar las consecuencias de la acción es la
base esquemática de cualquier decisión.
Generalizando, puede afirmarse que lo característico de los actos
humanos es que tienen una finalidad y por lo tanto darán lugar a una
“consecuencia” susceptible de ser valorada éticamente. La valoración
ética deberá tomar en cuenta la finalidad por la cual la persona realizó
el acto y las consecuencias para el propio sujeto y/o el entorno. Cuando
las condiciones son inciertas deberán valorarse las distintas posibilidades
de acción, de acuerdo con el objetivo y los medios disponibles para el
momento de tomar la decisión.
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3. Valoración de la conducta.
La valoración de la conducta humana, es decir, de las decisiones
tomadas por el sujeto, es el objetivo de la ética. La moralidad es la
calidad de los actos humanos en cuya virtud los designamos como
buenos o malos, correctos o incorrectos.
En la mayoría de los escritos que se ocupan de la moralidad se lee
que la palabra “ética” deriva del griego éthos, que quiere decir costumbre
y a su vez “moral” deriva del latín mos, que significa también costumbre.
Aunque en el habla corriente, ética y moral son equivalentes y así las
utilizaremos, no tienen igual significado y a este respecto nos parece
útil copiar el siguiente comentario de Fernando Sabater (4): “Moral
es el conjunto de comportamientos y normas que tú y yo y algunos de
quienes nos rodean solemos aceptar como válidos; ética es la reflexión
sobre por qué los consideramos válidos”.
En este punto surge una pregunta de difícil respuesta ¿Cómo
puede cualquier persona y más específicamente el médico orientarse
en su quehacer diario y valorar su conducta?
La valoración de una determinada conducta, desde el punto de
vista ético, presupone que el sujeto esté capacitado para seleccionar,
entre las distintas opciones factibles, la que a su entender es la más
conveniente; además, esta selección, debe ser realizada en libertad,
teniendo en cuenta sus posibles consecuencias. Al tomar en libertad,
cada decisión, el sujeto tiene que justificarla y asumir su responsabilidad.
En este sentido, se ha dicho, que la ética se ocupa del uso que le
damos a nuestra libertad, teniendo en cuenta siempre, que la libertad
no es una condición irrestricta. La libertad individual es inviolable
siempre y cuando su ejercicio no produzca daño a otras personas o al
entorno natural; además, existir en sociedad es una condición humana
inexorable por lo que los intereses y la acción de cada uno de los
miembros de la comunidad deberá armonizarse con la de los otros para
lograr el “bien común”.
El mandato “no causar daño” ha sido considerado como el principio
básico de todo sistema moral. El precepto:”haz el bien y evita el mal”
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podría considerarse como la regla más importante que guía la conducta
humana y que se expresa, más coloquialmente, en la frase “No hagas a
los otros lo que no quisieras que te hicieran a ti”. Al reflexionar sobre
este precepto fácilmente se acepta que su fiel cumplimiento daría lugar
a una conducta irreprochable.
4. Moral
Siguiendo esta línea de pensamiento, tradicionalmente, se ha
definido la moral como un conjunto de normas aceptadas libre y
concientemente que regulan la conducta individual y social de los
hombres.
En términos generales puede decirse que las normas son
prohibiciones que nos mandan no causar los males o daños que los
seres humanos racionales deseamos evitar, tales como no matar, no
mentir, no causar dolor, no quebrantar las promesas, etc.
Las sencillas palabras del Padre Suárez (5) apoyan esta actitud:”
la ley de Dios y por lo consiguiente la ley humana, es necesaria por que
el hombre no tiene voluntad indefectible del bien, y por eso necesita
un precepto que le incline a él y lo aparte del mal.”
Desde la antigüedad se ha cuestionado si la enseñanza de las
normas morales es imprescindible para que el hombre se conduzca
correctamente. No ha sido posible establecer una respuesta convincente.
Desde el tiempo de los griegos existe la idea que el hombre, aún antes
de haber recibido cualquier instrucción,” alberga en su corazón” la idea
de bondad y maldad, de lo que está permitido y de lo que está prohibido.
San Pablo preconizaba la existencia de una ley natural presente en todos
los hombres: “En verdad, cuando los gentiles, guiados por la razón
natural, sin Ley, cumplen los preceptos de la Ley, ellos mismos, sin
tenerla, son para si mismos Ley. Y con esto muestran que los preceptos
de la Ley están escritos en los corazones, siendo testigo su conciencia.
También los paganos poseen por disposición natural, una conciencia
moral y así, por medio de ella llevan en su corazón un saber acerca de
lo bueno y de lo malo” (San Pablo, Carta a los Romanos).
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5. Neurociencia
Estudios recientes en el campo de las neurociencias realizados
con el mayor rigor científico por Marc Hauser y col. apoyan estas
aseveraciones. Marc Hauser diseñó un test de “razonamiento moral”
(Moral Sense Test) que aplicó a sujetos de todas las edades y de diferentes
países y culturas. Gazzaniga (6) resume la investigación en la forma
siguiente: “Hauser supuso que si los juicio morales eran el producto de
un proceso racional, uno pensaría que personas de diferentes culturas,
edad o sexo, respondería en forma diferente a una situación planteada;
pensó, igualmente, que cada quien justificaría razonadamente su
decisión. La investigación mostró, sin embargo, que todos los sujetos,
independientemente de su edad, sexo y cultura, respondieron de forma
similar al seleccionar la solución a la situación planteada. Además y,
quizás lo más importante, ninguno pudo justificar razonadamente sus
respuestas lo que le sugería que posiblemente existen mecanismos
comunes subconscientes que se activan ante los planteamientos morales”
6. Ética normativa
Sin tener en cuenta estos hallazgos y siguiendo las recomendaciones
del Padre Suárez se ha considerado necesario establecer normas, bien
definidas, que sirvieran para orientar, en la dirección correcta, la
conducta humana. La ética que sustenta esta posición doctrinaria es
la llamada ética normativa, y dentro de ella, es posible distinguir una
actitud teleológica y una actitud deontológica.
La actitud teleológica tiene su fundamento en el hecho que los
actos humanos tienen, como característica esencial, una finalidad y por
lo tanto, necesariamente, darán lugar a una “consecuencia” la cual debe
ser valorada éticamente. La valoración ética deberá tomar en cuenta la
finalidad por la cual la persona realizó el acto y sus consecuencias. El
utilitarismo, doctrina promovida por Jeremías Bentham y John Stuart
Mill, es el ejemplo emblemático de esta postura ética.
7. Doctrina Deontológica
La doctrina deontológica sostiene, por el contrario, que la
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obligatoriedad del cumplimiento de la norma moral no depende de sus
consecuencias; que la norma establecida tiene obligatorio cumplimiento
y que la bondad de una acción depende de las características propias
del acto. La ética kantiana presupone que las leyes de la moral son
imperativas, es decir, son consideradas válidas para todo hombre, en
todo tiempo y lugar. Su fundamentación no proviene de la experiencia
sino del conocimiento a priori. El denominado imperativo categórico
pone en evidencia su base doctrinaria (7).
Haciéndonos eco de las ideas de Marañón podría considerarse
que las normas no son imprescindibles para observar una conducta
ética cuando existe una adecuada motivación que guíe el quehacer
del hombre. Siguiendo esta orientación Aranguren (8) señala que las
normas morales deben ser tomadas, más bien, como guías de la conducta:
“Hoy comprendemos que los preceptos (las normas) son, claro está,
irrenunciables, pero también que sólo nos trazan el cauce genérico y
predominantemente negativo, dentro del cual cada uno de nosotros
tiene que realizar su tarea ética concreta, llámese vocación, misión
o como yo prefiero decir ethos (carácter moral, personalidad moral).
O, dicho de otro modo: cada cual debe cumplir unas mismas normas,
válidas para todos: pero cada cual las cumple con su peculiaridad y
modo propios”.
8. La persona como agente moral
Contradiciendo la ética centrada en normas o preceptos cabe
señalar la actitud moral según la cual más que la valoración de los actos
en sí, lo verdaderamente importante es dirigir la mirada inquisitiva hacia
el agente moral, es decir, al responsable de los actos. Se aboga no por
una ética del deber regida por normas o preceptos, sino por una ética
de la perfección, basada en la responsabilidad individual de la persona
que se esfuerza en ser cada vez mejor.
Para clarificar esta posición doctrinaria es oportuno citar in extenso
las palabras de Ortega y Gasset (9): “En la valoración de los humano
podemos seguir una de estas dos tendencias: o estimar al hombre por
sus actos, o a los actos por su hombre, En un caso estimamos como
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lo primordialmente valioso el acto mismo, sea quien quiera el que
lo ejecute. En el otro consideramos que el acto por sí mismo no es
estimable, y sólo adquiere valor cuando el sujeto de que emana nos
parece excelente. La contraposición no puede ser más clara. La moral
utilitaria del siglo XIX (Bentham), ve en la “bondad” un atributo que
originariamente sólo corresponde a ciertas acciones cuyos efectos son
convenientes. La persona por si misma no es buena ni mala, por la
sencilla razón de que mientras no actúe no puede ser útil para sí o para
el prójimo. Merced a la bondad o utilidad de sus acciones, se carga de
valor el individuo como un acumulador de la energía que una máquina
o una reacción con su trabajo, con su actividad, producen.
La moral cristiana, por el contrario, entiende por bondad,
primariamente, cierto modo de ser de la persona. Sus actos son buenos,
no por si mismos, sino por la unción que a ellos transita del alma en
quien germinan. La frase del evangelio “por los frutos se conoce el
árbol”, no contradice esa tendencia, sino, al revés, la estimula. Lo que
hay que conocer moralmente, es decir, estimar, es el árbol, y los frutos
nos sirven de indicio, de síntoma, de dato para descubrir la condición
valiosa o despreciable de la planta. Son, pues, los actos sólo la ratio
cognoscendi de la bondad de la persona, no la razón por la cual estimamos
a ésta, no la ratio essendi de la bondad”.
En lenguaje coloquial podríamos resumir esta postura filosófica
diciendo “Lo importante no es hacer cosas buenas sino ser cada vez
mejores”
Para decirlo en lenguaje poético es grato recordar a Antonio
Machado:
Yo más que un hombre al uso que sabe de doctrina
Soy, en el buen sentido de la palabra, bueno.
En la misma línea de ideas, Aranguren mantiene algunos conceptos
que vale la pena recordar: ”me he esforzado por mostrar, que el verdadero
objeto de la ética lo constituyen, además de los actos y los hábitos y,
en cierto sentido por encima de ellos, la vida en su totalidad unitaria y,
lo que es más importante, el éthos o carácter moral; o, dicho en otras
palabras, si se advierte que lo decisivo éticamente no son solo las
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acciones aisladas, sino el sentido virtuoso o vicioso de la vida y, sobre
todo, el ser bueno o malo… Puede decirse que el objeto de la ética no
es la vida sino lo que, viviendo, hemos hecho de nosotros mismos…
lo verdaderamente importante no es lo que pasa sino lo que queda. No
la vida, sino los que con ella hemos hecho”.
Como señalamos anteriormente, las normas son sólo guías que
sirven para orientar a la persona en el momento de elegir su conducta
pero, en verdad, un comportamiento realmente merece el calificativo
de ético cuando su realización dignifica a la persona que lo ejecuta; en
otras palabras, un acto es correcto desde el punto de vista de la moral
cuando contribuye a la perfectibilidad de la persona.
Esta forma de entender la ética nos obliga a que examinar, con
algún detalle, el concepto de persona.
Puede decirse que el hombre y los animales son individuos pero
solamente al hombre, por su condición de ser humano, le corresponde la
dignidad de persona. Bien lo decía San Agustín: “cada hombre singular
y concreto… es una persona”. El Catecismo de la Iglesia Católica
reafirma el concepto al establecer “el ser humano tiene la dignidad de
persona, no es solamente algo sino alguien”.
La persona debe considerarse como una totalidad. En el centro
de esta totalidad está una subjetividad que es propia de cada ser, que
le permite tomar decisiones libremente y que tiene conciencia de si
mismo, de las demás personas y del mundo con el que se relaciona.
Solo el hombre, como persona, posee la faceta espiritual que lo separa
del resto de los animales.
No debe considerarse a la persona como un ente inmutable sino
que, al contrario, se desarrolla y ”perfecciona” a lo largo de la vida;
como señala José Luis del Barco (10) “Más tarde o más temprano el
crecimiento biológico se acaba. La formación de circuitos neuronales
termina y el desarrollo muscular también. Pero el perfeccionamiento
del hombre como hombre es infinito. La tarea de ser lo que somos es
interminable…la vida humana progresa, se avalora, evoluciona, madura,
se agranda, se despliega y crece.”
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9. Proyecto de vida
Como característica propia, la vida de la persona debe tener un
sentido; en otras palabras, la persona, define y desarrolla un proyecto de
vida, ligado a su vocación personal. Su relación con la ética lo precisa
José Luis del Barco cuando afirma: “la existencia de un proyecto de
vida y el esfuerzo para realizarlo fundamentan la conducta moral de
toda persona. Avanzar en el cumplimiento de esta tarea significa una
manera de lograr un progresivo perfeccionamiento de la persona”.
Este es, indudablemente, el sentido de las palabras de Zubiri “el
ethos no es otra cosa que una forma o modo de vida”. Lo verdaderamente
importante, repetimos, es ver la vida como una tarea que lleva implícita,
como condición necesaria, la perfectibilidad de la condición humana.
El proyecto vital de cada hombre como voluntad de perfección
supone un anhelo de trascendencia que lo lleva a traspasar los límites
de la vida material cotidiana. Puede afirmarse que no puede haber
una moral sólida sino está apoyada en una concepción del mundo en
la cual se cree firmemente. En otras palabras, es posible afirmar que
el fundamento religioso es el último soporte de la moralidad.
10. La situación vital
El proyecto de vida de cualquier hombre tiene que desarrollarlo
partiendo de una determinada circunstancia. El entorno de cada hombre
constituye su “mundo” o “situación vital” y puede ser definido como
el ámbito de cada quien, conformado por todo lo que le afecta y con
lo cual debe interactuar.
La situación vital en la que la que transcurre la vida de la
persona puede, en cualquier momento, modificarse, sea porque varíen
los elementos que la integran, sea porque cambien las relaciones que
existen entre ellos.
La enfermedad, como cualquier otro imprevisto nocivo que
pueda ocurrir en la situación vital, puede cambiar, transitoria o
permanentemente, el sentido de la vida: su proyecto vital se detiene
o hay necesidad de cambiarlo. La enfermedad cambia la persona; en
palabras de Weisacker “la enfermedad es un modo de ser del hombre.
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Vicktor Frankl, (11) compara los cambios descritos por Thomas
Mann en los pacientes tuberculosos recluidos en el Sanatorio con los
que le tocó observar, personalmente, al convivir con los prisioneros
en los campos de concentración nazis; pudo comprobar, al igual que
lo señalado por Mann, que el prisionero que perdía la fe en el futuro
perdía resistencia y usualmente la sobrevida era corta. En este sentido,
como tarea cardinal del médico, que muchas veces requiere una actitud
compasiva e inteligente, es comunicar al paciente fortaleza interior
de tal manera que no pierda “la fe en el futuro”. En este punto vale
la pena reflexionar el profundo significado de la frase de Nietzsche
“Quien tiene algo porque vivir, es capaz de soportar cualquier como”.
Ser tratado como “alguien”, ser comprendido en su condición de
hombre enfermo es el mayor deseo del paciente. Reconocer a alguien
como persona implica la disposición de ponerse en su lugar, de mirar
el mundo desde su propio punto de vista.
11. La relación médico-paciente
Es evidente, que el problema que aqueja al paciente no está
resuelto, simplemente, con etiquetar la enfermedad. Tratar la enfermedad,
hacer uso de los recursos científicos y técnicos, es parte de esta tarea,
pero lo fundamental, lo primordial, es lograr, en lo posible, que el
paciente adquiera de nuevo conciencia de su valor como persona, con
sus atributos básicos de libertad y autonomía. Gran parte de la ayuda
que el médico puede prestar se basa en lograr una adecuada relación
médico-paciente. El médico al considerar al paciente como persona le
asigna la dignidad que merece. No considerar al paciente como persona
es una falta a la ética. El respeto de la persona y el reconocimiento de
su dignidad y sus derechos deberán constituir la guía insustituible de
la conducta del médico.
La sentencia de Séneca: “El hombre debe ser objeto sagrado para
el hombre” (Homo, sacra res homini) se podría considerar la consigna
que define la práctica médica. Si tomamos la dignidad de la persona
como el pivote del quehacer médico, la valoración ética es inequívoca
cuando se trata de problemas tales como el aborto, la eutanasia y
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prácticas tan reprobables como las operaciones quirúrgicas innecesarias.
El significado de la relación médico-paciente se hace más evidente
si utilizamos un término jurídico: la relación médico-paciente puede
definirse como una relación fiduciaria, en el sentido que se basa,
principalmente, en la confianza que exista entre las partes; no podría
ser el interés económico la razón de ser de esta relación, sino que el
paciente elige al médico fundamentalmente basado en la confianza
que el médico le inspira, lo cual establece un vínculo que implica, para
el médico, una especial responsabilidad en el cuidado de la salud del
paciente. Es importante reconocer el lugar relevante que en el campo
de la ética médica ocupa la “confianza”, a favor de la cual, el paciente
abdica una porción significativa de su autonomía.
La entrada del médico en el entorno del paciente está destinada
a modificar la situación vital en la que la enfermedad lo ha colocado.
En su nueva situación, la relación que establece con el médico alivia su
soledad y le permite afrontar en mejores condiciones su problema de
salud. La actitud de dependencia la perciben muchas personas como
parte de su enfermedad y la sensación de seguridad que pueden alcanzar
a través del médico, les confiere un bienestar positivo para el proceso
de recuperación. El enfermo, al perder parcialmente su libertad, se
vuelve especialmente vulnerable y su autoestima decae.
Personalizándolo, podríamos decir que la irrupción de la
enfermedad en mi vida se manifiesta primariamente como una
restricción de mi mundo, el cual se vuelve más pequeño, más limitado.
Probablemente, la inseguridad que genera la enfermedad es uno de sus
efectos negativos más relevantes: sentirse dependiente, sentir disminuida
su capacidad de decisión es, quizás, la minusvalía más dolorosa del
hombre enfermo.
Como muestra de respeto, el médico deberá cuidarse que el enfermo
reciba la información atinente a su caso en la forma más conveniente
posible. Antes de proceder a realizar cualquier medida terapéutica deberá
explicársele, en lenguaje sencillo, los posibles riesgos y beneficios,
dándole al paciente la oportunidad de manifestar sus observaciones y
discutir con él cualquier aspecto que se preste a controversia y no tomar
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determinación alguna sin la anuencia del paciente. Esta práctica que
se ha denominada “consentimiento informado” no puede considerarse
nunca como un trámite “jurídico” que serviría para resguardar la
responsabilidad del médico: debe ser entendido, ante todo, como una
muestra de respeto al paciente como persona.
Es de buena práctica y estaría de acuerdo con el principio
bioético de beneficencia, discutir con el paciente y sus familiares la
forma más conveniente de afrontar los gastos que se requieren para el
adecuado tratamiento de la enfermedad. Cuando el médico procede
así, honestamente, gana en prestigio al consolidarse su buen nombre.
Suministrar la información adecuada cuando se trata de
enfermedades graves, de pronóstico dudoso o para las cuales no se
conoce tratamiento curativo, es una tarea siempre difícil y el médico
deberá poner su mayor cuidado para que el paciente reciba la información
imprescindible, evitando sufrimientos innecesarios. A este respecto
creo que es de ayuda tener presente la máxima según la cual “nunca
debe mentirse pero nadie está obligado a decir toda la verdad”. En
estos casos, tan importante como la ayuda científico-técnica que pueda
recibir, el paciente apreciará, en grado sumo, la actitud del médico en
el plano emocional. La comprensión del sufrimiento a nivel espiritual
contribuirá, indudablemente, a mitigar el dolor del enfermo. Se ha
señalado y con seguridad es cierto, que la compasión es la principal
virtud del médico: compasión no como “sentimiento de conmiseración y
lástima”, sino que, tomando la acepción a partir de su raíz etimológica,
denota la disposición de identificarse y de hacer como propios, los
sentimientos y las necesidades de las otras personas; la compasión nos
hace conscientes del sufrimiento de los otros y permite, acercarnos a
ellos entendiendo, en lo posible, su dolorosa condición. La compasión
constituye, puede decirse, el soporte emocional para el cuidado de las
otras personas.
Seguir al pie de la letra el precepto según el cual el paciente y/o
sus familiares son los únicos que deben tomar las decisiones que se
plantean en el curso del proceso patológico daría cumplimiento a lo
establecido en los textos de Bioética pero se corre el peligro, cuando
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se toma con excesiva rigidez, de incurrir en errores que perjudicarían
tanto el médico como al paciente. Ya en 1978, el llamado Belmont
Report, señala dos obligaciones morales que, en cierta medida, el médico
está en el deber de armonizar: 1) se debe tratar a las personas como
agentes autónomos y 2) se deben tutelar los derechos de las personas
cuya autonomía está disminuida. Es inaceptable que la responsabilidad
y la obligación del médico se redujesen, simplemente, a comunicar al
interesado, objetivamente, la información que juzgue adecuada desde
el punto de vista científico, pero dejando al paciente en su soledad.
Esta actitud, que representa una tendencia bastante generalizada,
promueve, aun sin proponérselo directamente, una deshumanización
de la medicina: si se considera que no es conveniente que el médico se
aproxime emocionalmente al enfermo y sus problemas, es desconocer el
hecho que la mayoría de las veces, el enfermo se siente solo y confuso,
sometido a fuerzas extrañas que no comprende ni puede dominar. Aún
en condiciones normales, no es habitual tomar decisiones en forma
totalmente autónoma; sumergido en el mundo que le tocó vivir, el
sujeto busca ayuda, sugerencias orientadoras, que le permitan tomar
la mejor decisión. Las tradiciones familiares, las experiencias previas,
las creencias religiosas son relevantes en este proceso. Es fácilmente
comprensible que la persona enferma se torne más dependiente y
tienda a centrar su vida en la enfermedad; en estas condiciones la
actuación del médico, sus palabras, su actitud, pueden tener la fuerza
necesaria para aliviar, quizás temporalmente, la situación que confronta
el paciente y su grupo familiar. A este respecto es oportuno citar de
nuevo a Weizsacker: “La enfermedad, o más bien, el estar enfermo es
un estado de necesidad que se manifiesta como petición de ayuda.” La
finalidad del médico al incorporarse al mundo del paciente es responder
a la ayuda que el paciente solicita.
Tratar de comprender a los pacientes en todas sus dimensiones es
la obligación central del médico: no es lo mismo analizar las personas
aisladamente que tomar en cuenta el respectivo mundo en el cual
están insertas. Debería realizarse, para ello, un esfuerzo que en cierta
forma sería como tratar de ver su mundo a través de sus propios ojos,
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e intentar conocer sus valores, sus motivaciones, el sentido de su vida,
su visión de futuro, en una palabra, su proyecto de vida. En este punto
es interesante señalar que una de las características relevantes de las
situaciones vitales es su dimensión temporal. El existir implica la
percepción del transcurrir del tiempo; sin embargo, la conciencia del
paso del presente al futuro no siempre es igual y se agudiza en ciertas
situaciones, como es el caso del hombre enfermo, cuando la finitud de
la existencia se hace patente ante la amenaza de la muerte, que se siente
cercana y el futuro se vuelve impredecible. Cosa bien distinta ocurre
en condiciones normales, cuando anticipamos que el orden natural
de las cosas va a mantenerse y confiamos que todo seguirá lo mismo
como hasta ahora, y que los cambios que puedan ocurrir en el futuro
son previsibles y dependerán, en buen parte, de nuestras decisiones.
Cuando aparece la enfermedad, la incertidumbre, el miedo a la muerta
y el desconcierto producido por la nueva situación, provocan, de cierta
manera, un cataclismo que transforma la situación vivida hasta ese
momento.
Lo anteriormente expuesto nos lleva a la conclusión que la
enfermedad, de diversas maneras y grados, menoscaba la persona
del paciente. Esquemáticamente pudiéramos afirmar que el objetivo
central del ejercicio de la medicina es restituir al paciente el pleno
goce de todos sus atributos como persona. Tratar la enfermedad, hacer
uso de los recursos científicos y técnicos, es parte de esta tarea, pero
lo fundamental, lo primordial, es lograr, en lo posible, que el paciente
adquiera de nuevo conciencia de su valor como persona, con sus
atributos básicos de libertad y autonomía.
Todas estas consideraciones nos acercan a la tesis propuesta por
Alfred Tauber (12) según la cual la Medicina es en su esencia un asunto
de ética. En su opinión, la ética no es una asignatura a ser cursada en el
pregrado sino que constituye la naturaleza misma del ejercicio médico
y los fines de la Medina como profesión deberían ser definidos desde
el punto de vista ético. De acuerdo al Dr. Tauber la ética médica no
es, simplemente, normas destinadas a proteger a los pacientes sino que
constituye un enfoque filosófico que rige la relación médico-paciente;
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afirma que la interacción entre el médico y el paciente que es la base
del “arte” de curar en todas las culturas, responde a un mandato moral.
En realidad, es la relación médico-paciente, firmemente basada en la
ética, y no el aumento progresivo del conocimiento científico, lo que
asegura un genuino cuidado de la persona enferma y por ello, muchas
veces se ha repetido, que no basta ser técnicamente competente para
ejercer la medicina sino que el médico debe poseer, necesariamente,
características morales imprescindibles para el ejercicio idóneo de la
profesión.
Cuando se asume así la medicina, cobra nuevo impulso la
conocida máxima “el médico que solo sabe de medicina ni siquiera de
medicina sabe” y obliga al médico adquirir un conocimiento básico de
las disciplinas humanísticas. El médico no puede mantener una actitud
limitada en la cual la única realidad sea, estrictamente, los problemas
médicos de sus pacientes. Una visión amplia de la realidad le transmite
seguridad y destreza en su trato con las personas enfermas y sus
familiares. Al decir del Dr. Augusto León “A menos que el médico
desee ser un simple aunque eficiente técnico, no podrá ignorar las bases
filosóficas de sus decisiones diarias, parte integral de su autenticidad
como profesional”. (13 )
El aspecto humanístico no puede considerarse como un apéndice
de la medicina “científica” sino que, puede decirse, que fundamenta la
relación médico-paciente.
12. Medicina y vocación
Enfocar la medicina de esta manera refuerza lo que se ha dicho
muchas veces: para ser buen médico se necesita una auténtica vocación.
Al decir de Marañón: ”La medicina es una de las profesiones que en
mayor medida requiere una fuerte vocación”, y a continuación agrega
“el médico para comprender el verdadero significado del ejercicio de
la medicina necesita poseer una auténtica vocación”.
Ayudar al estudiante a definir su vocación, robustecerla cuando es
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Clemente Heimendinger A
La ética y los médicos
incierta y débil, constituye quizás el esfuerzo más valioso para lograr
mejores médicos. Al señalar las dificultades de esta tarea el Prof.
Marañón señala “La preparación médica es, ente todo, problema de
vocación… el hombre que no se conoce nunca a si mismo, es justamente
en estos años amorfos (de la adolescencia) cuando menos se conoce y
es cuando debe elegir su profesión o destino social…Cuando el maestro
descubre en el alumno la vocación verdadera y la conforta; y cuando en
el terreno de la vocación demostrada, siembra los conocimientos, está
haciendo no sólo un buen médico sino un buen médico de profunda
moral profesional”.
Al hablar de vocación es oportuno recordar las palabras de Baltazar
Gracián: “Hay diferencias entre entender las cosas y comprender
las personas”. El que pretende ser médico tendrá como motivación
vocacional fundamental tratar de ”comprender las personas”.
Mantener lo que podríamos llamar “La moral médica de cada
día” requiere cabal comprensión de la de lo que significa el ejercicio de
la Medicina como profesión. Existen muchos factores que favorecen
transgresiones de la ética médica. Marañón señala tres:
a) burocratizar el ejerció médico, la profesión se deshumaniza cuando
se considera que la obligación del médico es “sacar trabajo”;
tratar al paciente como un número y no como una persona.
b) exagerada confianza en los procedimientos técnicos en desmedro
de la clínica.
c) exagerada afición a los bienes materiales.
Para concluir y como resumen de los conceptos que hemos venido
exponiendo nos parece oportuno evocar una frase de San Agustín: “Ama
y actúa libremente” (Ama et fac quod vis)” (14) que para su debida
compresión debe asumirse la acepción agustiniana de la palabra amor,
cercana al significado de la caridad cristiana, y según la cual el amor es
entendido como una disposición benévola en general y, en particular,
el deseo de procurar el mayor bien posible a la persona amada. Amar
representaba una actitud solidaria con el sufrimiento ajeno. Tomando
Borges Iturriza J
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Colección Razetti. Volumen VII.
así la frase, en su auténtico sentido, resumiría la postura que considera
que la base ética de la conducta dependería no tanto de las normas
sino de la decisión de elegir, concientemente, la perfectibilidad de la
persona como tarea de vida.
REFERENCIAS
1. Marañón G. Vocación y Ética. Editorial Zigzag. Santiago de Chile.
2. Aristóteles. Moral a Nicómaco. Espasa Calpe. Madrid 1972.
3. Laín Entralgo P. Qué es el hombre. Evolución y sentido de la vida.
Ediciones Nóbel. 1999.
4. Sabater F. Ética para Amador. Ariel, Buenos Aires. 2002.
5. Citado por Aranguren JLL. Ética. Alianza Editorial. 2006.
6. Gazzaniga, MS. The Ethical Brain. Dana Press. 2006.
7. Fagothey, Austin. Ética, teoría y aplicación. McGraw-Hill. 1973.
8. Aranguren JL. Ética. Alianza Editorial. 2006.
9. Citado por Aranguren JLL. La Ética de Ortega. Cuadernos
Taurus. 1959:46.
10. del Barco JL. Prólogo del libro Verdad, Valores, Poder de Joseph Ratzinger.
Ediciones Rialp. 1998.
11. Frankl VE. El hombre en busca de sentido Herder. 2001.
12. Tauber AI. Confessions of a Medicine Man. MIT Press. 1999.
13. León C A. Prólogo al libro Castillo V., Alfredo. Ética Médica ante el
enfermo grave Castillo V. Alfred. Disinlimed C.A. 1986.
14. Aranguren JLL. Catolicismo y protestantismo como formas de existencia.
Biblioteca Nueva 1998:49.
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Clemente Heimendinger A
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