MYANMAR: ENTRE AVANCES Y RETROCESOS Por RICARDO ALBERTO BAQUERO HERNANDEZ i Si bien el país atraviesa por un aparente proceso de transformación democrática, los enfrentamientos interétnicos y de índole religiosa amenazan el progreso político alcanzado en los últimos dos años por la antigua Birmania. Por casi 50 años, la actual República de la Unión de Myanmar estuvo bajo regímenes autoritarios de corte militar. Primero bajo el General Ne Win, entre 1962 y 1988, quien fue reemplazado por una Junta Militar que gobernó de manera oficial (y sospechosa, por sus vínculos con el tráfico de opio) hasta 2011, año en que se instauró, por lo menos a nivel nominal, un gobierno parlamentario civil que hoy está liderado por el Presidente Thein Sein. El nuevo gobierno ha iniciado una serie de reformas políticas y económicas que se espera acaben gradualmente con el aislacionismo de este país, considerado como la “oveja negra” del Sudeste Asiático. Sin embargo, hechos recientes atentan contra la delicada armonía de Myanmar y podrían llevar al nuevo gobierno, que por el momento ha mostrado señales de tolerancia y voluntad política de cambio, ha tomar actitudes más severas y que conlleven a un retroceso en esta esperada re-inserción del país tanto a nivel regional como en el sistema internacional. Pasos adelante La esperanza de transformación de Myanmar se encendió sin duda alguna y ante los ojos de muchos incrédulos en 2010, con la liberación de la líder nacional y Premio Nobel de la Paz, Aung San Suu Kyi. En 1990 su partido político y cabeza de la oposición al gobierno militar, la Liga Nacional por la Democracia (LND), arrasó en las primeras elecciones multipartidistas parlamentarias en más de 25 años. No obstante, la Junta Militar hizo caso omiso a los resultados electorales y retuvo a Suu Kyi bajo arresto domiciliario desde ese año hasta 1995, luego desde 2000 hasta 2002, y finalmente desde 2003 hasta 2010. El aparente proceso de cambio de Myanmar no es nuevo. Se ha venido dando a través de varias etapas, cuestionadas por muchos por sus alcances reales y por la inclusión de los diferentes sectores políticos y fuerzas sociales del país. La primera se dio en 2003, con el documento “Camino a la Democracia”, estructurado por un organismo denominado el Consejo Estatal de Paz y Desarrollo. La segunda aconteció en 2008, con la redacción de una nueva Constitución (bajo el liderazgo de los militares, claro está) y en la que se estableció a Myanmar como una república presidencial con un poder legislativo bicameral. La tercera podría estar formada por las elecciones de 2010, en las cuales no participó la LND (considerada en ese momento ilegal), y que llevaron a la victoria aplastante del Partido de la Unión Solidaria y de Desarrollo (PUSD), apoyado y conformado por varios miembros de las fuerzas militares. Tanto la LND como la comunidad internacional (con excepción de China y Rusia) consideraron estos comicios bastante irregulares, y por ende, para tranquilizar los ánimos tanto domésticos como externos, el gobierno sorpresivamente liberó a Aung San Suu Kyi. Con la liberación de Suu Kyi inició otra muy activa etapa en este proceso de transformación democrática, la cual se ha caracterizado por los acercamientos directos entre ella y los líderes del PUSD, la liberación de algunos presos políticos, la firma de acuerdos de paz con varios grupos étnicos minoritarios armados, así como reducciones a la censura en los medios de comunicación y un mayor nivel de debate en las instancias parlamentarias. Sin embargo, el mayor avance ha sido el reconocimiento de la LND como partido político legítimo, lo cual llevó a su participación y triunfo arrollador en las elecciones del pasado mes de abril, en un proceso electoral al que si bien fueron invitados observadores internacionales, generó ciertas controversias y acusaciones mutuas entre el LND y el PUSD. Pasos hacia atrás? Todas estas señales de evolución se han visto empañadas por los recientes episodios de violencia entre las minorías étnicas Rakhine y Rohingya, que hasta la fecha han cobrado la vida de 21 personas, igual número de heridos y ha dejado más de 1600 casas destruidas. Los choques entre estos dos grupos, el primero de religión budista y el segundo de religión musulmana, han obligado al gobierno central a declarar el Estado de Emergencia en la provincia costera de Rakhine, al ver que la violencia se ha trasladado desde las zonas rurales y pequeños pueblos hasta la ciudad de Sittwe, capital de esta provincia. Muchos miembros de la comunidad Rakhine se han refugiado en monasterios budistas y más de 1.000 Rohingyas han sido evacuados a zonas seguras, lo cual ha llevado a la movilización de tropas y de alimentos, y al cierre de colegios, bancos y mercados en las zonas afectadas. Las tensiones se dispararon por la violación y asesinato de una joven budista en el mes de mayo (al parecer por tres hombres de origen musulmán) y el subsecuente linchamiento de 10 musulmanes hace un par de semanas, probablemente a manera de retaliación. Los Rohingya iniciaron los altercados violentos de esta semana y ya han sido tildados por los medios de comunicación locales como “terroristas”, un elemento que amenaza con la nueva percepción de seguridad y estabilidad estatal. Ante estos hechos se podrían hacer varias consideraciones. Por un lado, otras minorías étnicas como la Kachin, la Karen, la Naga y la Wa, que representan más del 18% de la población, podrían tomar nuevamente actitudes y posiciones desafiantes al sentirse amenazadas, reactivar sus actividades rebeldes y de paso contagiar a etnias que no han tenido mayores enfrentamientos con el gobierno, como lo son la Shan y la Mon. Por su parte, el gobierno de Thein Sein podría dar un paso atrás en materia de tolerancia y pacifismo, ampliando el Estado de Emergencia a más provincias del país, restringiendo la circulación de personas y en el peor de los casos, sospechar de la posible participación y apoyo de partidos políticos diferentes al PUSD a los Rohingya. Si bien los acontecimientos recientes son considerados como los más violentos de los últimos años en Myanmar, esta no es la primera vez que se observan enfrentamientos interétnicos y con un trasfondo religioso. Basta con recordar los choques entre los gobiernos militares y la agrupación política llamada Unión Nacional Karen que luchaba por la reivindicación de los derechos de esta etnia y la formación de un Estado independiente. O las manifestaciones de 2007, en donde más de 10.000 monjes budistas encabezaron protestas contra el gobierno por cuestiones económicas y de respeto religioso. El proceso de cambio en Myanmar acaba de despegar y ya se enfrenta a varios retos. Además de las frágiles relaciones entre el LND y el PUSD, hay que sumarle el componente étnico-religioso, el cual mueve emociones difíciles de predecir y que se suponía estaba controlado con la firma de los tratados de paz con los grupos étnicos armados. Si la violencia iniciada esta semana se prolonga y se amplía, muchos de los avances políticos del país se podrían estancar en incluso correrían el riesgo de ser replanteados. i Profesor de Facultad de Relaciones Internacionales de la Universidad del Rosario.