la jerusalén celeste. imagen barroca de la ciudad novohispana

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LA JERUSALÉN CELESTE.
IMAGEN BARROCA DE LA CIUDAD NOVOHISPANA
Martha Fernández
Universidad Nacional Autónoma de México
De acuerdo con las creencias religiosas antiguas y modernas, el lugar perfecto,
pleno de santidad y de placeres, no se encuentra en la Tierra, sino en el cielo, por ser
el sitio donde habitan los dioses; por lo tanto, el ideal de todo ser humano ha sido
establecer contacto con ese lugar y volver a él después de la muerte. Pero también ha
sido un ideal persistente en el hombre tratar de reproducir en la Tierra la ciudad que
los dioses habitan en el cielo. Las diversas imágenes de esa ciudad, con sus jardines y
palacios, que el hombre ha construido a lo largo de la historia, conforman uno de los
temas más interesantes y más importantes para conocer el desarrollo de la
arquitectura y del urbanismo en todas las religiones.
Concretamente, el cristianismo, adoptó una gran cantidad de elementos de la
tradición judía, lo que se explica primero, por el origen étnico de Cristo, pero además,
por haber sido ésa la única religión monoteísta cuando nació Jesús. Sin embargo,
judíos y cristianos compartieron también costumbres y tradiciones culturales y
religiosas más antiguas, que transformaron y adaptaron a su propia ideología. Con el
tiempo, esa combinación se vio aún más enriquecida con el nacimiento de la religión
musulmana. Si bien hoy en día creemos que la tradición cultural de las tres religiones
monoteístas está bien delimitada, en realidad en la antigüedad no fue así; en aquellos
tiempos, la comunicación entre los pueblos del Oriente Próximo era mucho más fluida;
en medio de sus diferencias, las influencias mutuas eran constantes.1
Incluso en la época Medieval, cuando los Cruzados, representantes de una
religión ya consolidada ideológicamente, emprendieron la reconquista de Jerusalén, se
dejaron influir nuevamente por una serie de tradiciones, alrededor de las cuales
elaboraron leyendas propias que favorecieron nuevamente la adopción de las
tradiciones orientales -musulmanas y judías- allí existentes.
Cada vez que el Templo de Jerusalén era destruido, para los autores judíos el
misticismo del trono de Dios adquiría una nueva importancia. La réplica terrena de la
Casa de Dios desaparecía, pero su arquetipo celestial era indestructible. Para los
autores judíos, concretamente para Ezequiel,2 la Jerusalén celestial era eterna y
volvería a tomar forma física en una ciudad terrena en el antiguo lugar sagrado y Dios
moraría en medio de su pueblo en el mundo terreno. Esta nueva Jerusalén sería el
paraíso terrenal: los que habitasen en ella gozarían de una intimidad perfecta con
Dios; el pecado sería vencido y la muerte aniquilada en la victoria.”3
San Juan tenía una visión parecida, pero con una diferencia fundamental: una
vez que se perdió el Arca de la Alianza, el debir del Templo de Jerusalén quedó vacío,
LEWIS, Bernard: Los árabes en la Historia, pp. 156-161. Este autor explica cómo desde la
lengua hasta el arte árabes, incluyendo la religiosidad, se vieron influenciados por diversas culturas en su
periodo clásico; al mismo tiempo que la cultura árabe aportaba elementos culturales y científicos de gran
importancia a las otras culturas.
2 EZEQUIEL: XL, XLI, XLII, XLIII.
3 ARMSTRONG, Karen: Jerusalén: una ciudad y tres religiones, p. 201.
1
1012
pero Juan vio a Jesús, identificado con el mismo Dios, sentado en el trono celestial,
por lo tanto, el evangelista describió su Nueva Jerusalén de la siguiente manera:
“Y vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo del lado de
Dios, ataviada como una esposa que se engalana para su esposo. Oí una voz grande
que del trono decía: He aquí el tabernáculo de Dios entre los hombres, y erigirá su
tabernáculo entre ellos, y ellos serán su pueblo y el mismo Dios será con ellos”.4
Esta nueva Jerusalén, sin embargo, no era una simple ciudad en la que se
erigiría un Templo para adorar a Dios, sino que la ciudad toda se había convertido en
un Templo, al mismo tiempo que Dios era el Templo mismo, por lo que Juan explicó:
“Pero Templo no vi en ella, pues el Señor, Dios todopoderoso, con el Cordero, era su
templo.”5
Como en otras versiones proféticas, fue un ángel quien se encargó de mostrar a
Juan la Ciudad Santa, uno “de los siete ángeles que tenían las siete copas, llenas de
las siete últimas plagas”. Con una caña de oro midió la ciudad y “la ciudad estaba
asentada sobre una base cuadrangular y su longitud era tanta como su anchura” y
tenía “doce mil estadios, siendo iguales su longitud, su latitud y su altura.” Esto es, una
ciudad cúbica, símbolo del centro del mundo y símbolo también de la unidad e
integridad de Dios.
La ciudad tenía un muro “grande y alto” cimentado sobre doce hiladas en las
que estaban inscritos “los nombres de los doce apóstoles del Cordero”. Para ingresar a
la ciudad había “doce puertas” en las que se encontraban doce ángeles y los nombres
de las doce tribus de Israel. Estas puertas se encontraban distribuidas de tres en tres
mirando hacia los cuatro puntos cardinales.6 Aunque San Juan no lo aclara, es
probable que con ello hiciera alusión a las tres tribus que constituían cada una de las
cuatro escuadras en las que se distribuyó el pueblo de Israel en torno al Tabernáculo
levantado por Moisés, manteniendo además, el doce como número tradicional de la
perfección de la comunidad, pero en este caso ya no étnica -como lo fue para los
judíos-, sino cristiana.
En medio de la ciudad había una plaza en la que se levantaba “un árbol de vida
que daba doce frutos, cada fruto en un mes” cuyas hojas tenían la propiedad de sanar
a la gente. Del “trono de Dios y del Cordero” que también se encontraba en la plaza,
manaba un río “de aguas de vida, clara como el cristal.”7
Pero San Juan, por más que fue el único evangelista que describió la ciudadtemplo de Jesús, el dios de los cristianos, ésta no ha sido la única fuente en la que
han abrevado quienes han pretendido convertir en realidad la utopía de reconstruir en
la Tierra, la Jerusalén celestial. También se han combinado las versiones
veterotestamentarias relacionadas con el campamento que Moisés levantó alrededor
del Tabernáculo, así como la visión apocalíptica de Ezequiel. Todo ello afectado
también por tradiciones, leyendas y mitos que se fueron tejiendo alrededor del Templo
y de la ciudad celeste de Jerusalén. Todos los casos, sin embargo, coinciden en un
aspecto: la centralidad de Dios.
Es así que en el plano urbano, la Jerusalén celestial fue interpretada de dos
maneras: ciudades de planta circular y ciudades de planta ortogonal. Aunque todas
las fuentes bíblicas citadas hacen referencia a ciudades de planta cuadrada, muchas
4
5
6
7
Apocalipsis:
Apocalipsis:
Apocalipsis:
Apocalipsis:
XXI, 2-3.
XXI, 22.
XXI, 9-16.
XXII, 1-2.
1013
ciudades medievales adoptaron la planta circular, radio-céntrica. En esa concepción
debieron influir varios factores: la centralidad de Dios impuesta por Moisés, la
construcción de la capilla cristiana de la Anástasis -que era de planta circular-,
algunas iglesias bizantinas que también eran centradas y quizá también las leyendas
medievales que se elaboraron alrededor de la Mezquita de la Roca, relicario
centralizado, que llegó a concebirse como el Templo o la réplica del Templo que había
levantado el rey Salomón.8 Igualmente, en tiempos más recientes debieron influir
también las ideas filosóficas de la irradiación de la Divinidad del centro a la periferia,
al mismo tiempo que la periferia contiene lo creado y, por lo tanto, es igualmente
Divina. En cualquier caso, es claro que en esta clase de imágenes de la Ciudad de
Dios, “la iconografía prevaleció sobre los textos, incluso sobre los más explícitos”.9
Finalmente, en esas concepciones también debió de haberse tomado en cuenta la
Jerusalén terrena y real que era de planta circular.
La planta ortogonal, por su parte, se asimiló con mayor facilidad a la imagen de
la Jerusalén celeste descrita en los textos bíblicos, aunque sus raíces morfológicas
puedan encontrarse en los castrum romanos. En este tipo de ciudades, los santuarios
se ubicaban generalmente al centro y solían tener puertas orientadas hacia los cuatro
puntos cardinales.
Del ideal de reproducir la Jerusalén celeste en la Tierra, la Nueva España no
podía ser una excepción, más bien al contrario. El hecho de que los cristianos
encontraran al otro lado del Atlántico una tierra de infieles, alentó el mesianismo no
sólo franciscano, sino también de las autoridades españolas y de los propios
novohispanos. Era la oportunidad de volver al verdadero espíritu cristiano y también
8 RAMÍREZ, Juan Antonio: Edificios y sueños. Estudios sobre arquitectura y utopía, pp. 43-100.
RAMÍREZ, Juan Antonio: “Evocar, reconstruir, tal vez soñar. (El Templo de Jerusalén en la Historia de la
Arquitectura)”, pp. 1-50.
9 CARBOZ, André: “La Ciudad como Templo”, pp. 55-56.
1014
la oportunidad de reproducir en la Tierra, la Ciudad de Dios y su Palacio Celestial. El
propósito de esta ponencia es repasar, así sea de manera general, algunos elementos
que los novohispanos utilizaron para hacer de sus ciudades y pueblos la imagen
terrena de la Jerusalén celestial y con ello, proporcionar una explicación a la
inmutable morfología que mantuvieron a lo largo del virreinato.
Desde el punto de vista morfológico, la traza ortogonal tuvo tal aceptación en la
Nueva España, que en las Ordenanzas de Pobladores del año de 1573, expedidas para
regular la construcción de las ciudades hispanoamericanas, se incluyen preceptos
para que las calles estuvieran dispuestas en damero, existiera una plaza central y los
edificios públicos se edificaran alrededor de ella incluyendo, desde luego, las iglesias,
las capillas y las catedrales. Por lo tanto, como bien afirma Antonio Bonet Correa, las
plazas fueron el centro, pero también el origen de las poblaciones en la Nueva
España.10
Sin entrar en la polémica acerca de la fuente de inspiración de este tipo de
trazado, es conveniente recordar que para la cultura occidental León Battista Alberti
había concebido las ciudades modernas precisamente con ese tipo de morfología; en
tanto que en las propias ciudades prehispánicas los centros ceremoniales y sus
calzadas de acceso tenían la misma disposición. Con esto quiero decir que en las
ciudades novohispanas, las razones prácticas y estéticas (de la estética moderna)
quizá fueron tomadas en cuenta antes que el sentido simbólico, para definir sus
características.
No obstante, el vínculo con los templos debió de influir en la concepción
simbólica con la cual se fue dotando a las ciudades. Como bien ha explicado Elena
Isabel Estrada de Gerlero, el programa arquitectónico de los conventos del siglo XVI,
10
BONET CORREA, Antonio: El urbanismo en España e Hispanoamérica, pp. 175-191.
1015
“acorde con el espíritu de retorno a las fuentes escriturarias, patrísticas, y con las
tradiciones antiguas”, es el resultado de
“una síntesis bíblica que condensó la historia del largo peregrinar del género
humano, desde la expulsión del Paraíso...hasta que, a través de la redención, llegue su
culminación en la supraterrena Jerusalén de la visión de San Juan...ya que a través de
la imagen del paraíso se describe el reino mesiánico”.11
Pero no sólo los conventos en sí mismos, sino que, desde el principio, en los
pueblos evangelizados se fue adoptando la idea de la centralidad de Dios al convertir
esos edificios, así como las capillas de visitas, en el centro de las poblaciones. Tal fue
el arranque de un proceso de concepción de las ciudades y pueblos de la Nueva
España en la reproducción terrena de la Jerusalén celestial.
Del mismo modo, en las capitales de las diferentes provincias novohspana las
catedrales, tanto basilicales como claustrales, tuvieron también la pretensión de
convertirse en reconstrucciones ideales del Templo de Jerusalén, siempre al centro de
sus respectivas plazas mayores.
Algunas representaciones gráficas de diversos pueblos y ciudades
novohispanas, comenzaron desde las primeras décadas del siglo XVII a dar muestra de
la concepción simbólica que se estaba forjando respecto a su morfología, como lo
muestra, por ejemplo, el mapa de Tetela del Volcán, que se conserva en el Archivo
General de la Nación, fechado en 1618.12 En él, es clara la intención de representar el
convento en un costado de la plaza, rodeada por doce barrios indígenas, que mucho
recuerdan las diversas imágenes que se desarrollaron respecto al campamento que
Moisés levantó alrededor del Tabernáculo, es decir, las cuatro divisiones de tres tribus
cada una. Cabe recordar que este campamento, así dispuesto, ha sido considerado
tradicionalmente como imagen o prefigura de la Iglesia de Jesucristo.
Para el siglo XVIII, incluso se llegaron a incorporar ciudades circulares, con una
iglesia central y doce capillas alrededor, como aparece en el mapa de San Andrés
Sinaxtla, Oaxaca, del año de 1714,13 imagen semejante a algunas representaciones
medievales de Jerusalén.
Sin embargo, más que un catálogo de imágenes, lo que me interesa ahora es
perfilar el proceso que se desarrolló para llegar a ese tipo de representaciones, el cual,
desde mi punto de vista, llegó a su madurez a partir de fines del siglo XVII y logró sus
mejores expresiones en la época que conocemos como barroca, esto es, en la plenitud
de la cultura criolla novohispana.14 Por razones de tiempo y espacio, voy a ejemplificar
ese proceso a partir de la historia de dos ciudades: Puebla y México.
En el caso de Puebla, su conceptualización como Jerusalén Celeste comienza,
con la concepción de su Catedral como Templo de Jerusalén. En 1650 Antonio
Tamaríz de Carmona, estableció el lógico y recurrente paralelismo entre los reyes de
España con quienes se llevó a cabo la construcción del edificio y el rey Salomón, a
partir de una interpretación de los textos bíblicos que reza: “prometiendo Dios a David,
que eternizaría el Trono de Salomón, no pone por medio rectitud o sabiduría, ni el ser
hijo de David, título que para sí eligió su omnipotencia, sino que señala por único, que le
ESTRADA DE GERLERO, Elena Isabel: “Sentido político, social y religioso de la arquitectura
conventual novohispana”, p. 29.
12 AGN (Tierras : vol. 83, exp. 3, f. 55. Ilustraciones: 613). El autor del mapa fue Jorge Alvarado.
13 AGN (Tierras : vol. 308, exp. 4, f. 28 bis. Ilustraciones: 670). Mapa anónimo.
14 En relación con la cultura criolla novohispana véase: O’GORMAN, Edmundo: Meditaciones
sobre el criollismo.
11
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edificará un templo: para darnos a entender que entre las raras y excelentes virtudes de
un Rey y que más se granjea la remuneración del Supremo Monarca, es levantar a Dios,
templos y consagrarle altares donde sea alabado y venerado en la tierra.”15 El
programa arquitectónico de la Catedral, muy especialmente el que consiguió concretar
don Juan de Palafox y Mendoza, pretendió ser una reconstrucción ideal del Templo de
Jerusalén, como he explicado en otros estudios;16 pero un templo consagrado a la
Inmaculada Concepción de María, que sería el centro de una Jerusalén, cuyo
significado simbólico se iría precisando entre los siglos XVII y XVIII.
La leyenda de la fundación y de la traza de la ciudad de Puebla, implica su
carácter de ciudad sagrada, aunque al parecer esa leyenda no surgió desde el
momento mismo de su fundación, sino que se fue conformando a lo largo del tiempo.
El escudo de armas que concedió Carlos V a la ciudad, el 30 de julio de 1538 tiene,
entre otros elementos, “una ciudad con cinco torres de oro, asentadas en campo verde y
dos ángeles vestidos de blanco y calzados de púrpura, asidos a la ciudad”, pero el lema
de la orla reza solamente: “Dios mandó a sus ángeles que cuidasen de ti. Los cuales te
guardarán en cuantos pasos dieres”,17 es decir, que el lema no contempla ninguna de
las leyendas posteriores que justificaron el nombre de la ciudad.
Para el siglo XVII, autores como fray Baltasar de Medina,18 fueron tejiendo la
leyenda de la fundación y traza de la ciudad, sin embargo, otros como fray Agustín de
Vetencurt sólo dice que la ciudad fue fundada el 16 de abril de 1530, “en la infra
octava de la Resurrección de Christo, venerada de los Ángeles en el Sepulcro, día de
15 TAMARÍZ DE CARMONA, Antonio: Relación y descripción del Templo Real de la ciudad de la
Puebla de los Ángeles en la Nueva España y su Catedral , p. 9.
16 FERNÁNDEZ, Martha: “La catedral de Puebla en tiempos de Palafox”, en prensa.
17 Además de los elementos citados, el escudo tiene dos letras de oro: la “K” y la “V”, iniciales del
nombre de Carlos V, así como un río de agua en campo celeste. Véase: SALAZAR MONROY: Heráldica civil
y religiosa del Estado de Puebla, s/p.
18 MEDINA, fray Baltasar de: Crónica de la Santa Provincia de San Diego de México, f. 242 v.- 243
r.
1017
Santo Toribio, Obispo de Astorga” . Cuenta que fue tarea de los religiosos franciscanos
buscar el sitio para fundar la ciudad “para españoles, que se aplicasen al ejercicio de
labranza y cultura de las tierras” y que, “habiendo examinado muchos y diversos
parajes, fue elegido de común parecer el que hoy tiene, hallado por el Padre Fr. Toribio
Motolinia, por acomodado, por las circunstancias y calidades de conveniencia que
concurre.” Y agrega, “cometióse la nueva fundación al Oidor D. Juan de Salmerón y al
Padre Fr. Toribio...Tirándose los cordeles, trazándose las viviendas y repartiéronse los
solares a cuarenta moradores.”
De acuerdo con su versión, la ciudad se llamó de los Ángeles debido a que los
indios de Tlaxcala, Huejotzingo y Tepeaca que acudieron a la construcción de la
ciudad, “venían con tal regocijo y gozo de la nueva planta Cathólica con diversidad de
instrumentos de música, bailando y cantando, que parecía hacer eco la armonía de su
placer a la alegría que tienen los Ángeles del Cielo a la conversión de un pecador
penitente...”19
Por su parte, Miguel Zerón Zapata coincidía con Vetencurt en la fecha de la
fundación pero consideraba que el nombre de Puebla de los Ángeles podía deberse a
una de tres circunstancias milagrosas: una relacionada con el rescate de cautivos en
el cerro de Belén por “angélicos espíritus” y, la otra fundada en “tradiciones antiguas”,
según la cual durante la conquista, cuando se presentaban batallas en ese mismo
cerro, “veían los naturales ejércitos de espíritus angélicos a cuya vista rendían su
orgullo sin atreverse osados a proseguir la pelea.”
Finalmente, no deja de contemplar, la leyenda que se refiere a “los cordeles que
echaron los ángeles en este sitio” para marcar la traza de la ciudad, pero concluye que
“algunos motivos hubo para darle este honorífico título y nombrar por su patrón al
glorioso Arcángel San Miguel...”20
Para 1746 en que Diego Antonio Bermúdez de Castro escribió su Theatro
Angelopolitano, la leyenda ya se encontraba más estructurada, de manera que según
su narración, la ciudad fue fundada por el obispo don Julián Garcés el 29 de
septiembre de 1529, día de la festividad de San Miguel y su nombre se debía a que la
víspera, el obispo había tenido un sueño milagroso
“en que le mostró Dios el sitio que le agradaba para la población de dicha ciudad,
porque vio en un Llano en que había ciertos ojos de agua que entraban donde hoy está
la plaza, un río no muy grande por la parte del Oriente que es el que llaman de Sn.
Francisco y otro más caudalosos a media legua de distancia por el poniente que es el
que nombran de Atoyac. En este expresado sitio, vio su Ilustrísima unos Ángeles
echando unos cordeles y señalando la planta de la futura ciudad, midiendo sus cuadras
y proporcionando las calles...”21
Al otro día, el prelado salió a buscar el sitio y, al encontrarlo dijo: “Éste es el que
me mostró el Señor y donde quiere que se funde la Nueva Ciudad ”.22
En estos relatos, Dios muestra al obispo el paraje donde se había de fundar la
ciudad por medio de ángeles, quienes además, son los encargados de trazarla “por
19
20
27.
VETANCURT, fray Agustín de: Teatro mexicano, pp. 45-46.
ZERÓN ZAPATA, Miguel: La Puebla de los Ángeles en el siglo XVII. Crónica de la Puebla, pp. 26-
BERMÚDEZ DE CASTRO, Diego Antonio: Theatro Angelopolitano..., p. 134.
Ibidem, p. 135. Véase también: FERNÁNDEZ DE ECHEVERRÍA Y VEYTIA, Mariano: Historia de
la fundación de la ciudad de la Puebla de los Ángeles en la Nueva España..., t. I, pp. 41-42
21
22
1018
ilustración divina” . 23 Sin extenderme mucho en este asunto, creo que es evidente el
paralelismo con los relatos bíblicos que refieren el éxodo de los israelitas bajo el
liderazgo de Moisés hacia la tierra prometida; pero también es clara la referencia
implícita al ángel que le muestra a San Juan la Jerusalén Celeste y, desde luego, a la
construcción del Templo de Jerusalén, cuya traza -según las tradiciones
judeocristianas- fue siempre inspirada por Dios.
Pero para no dejar mucho a la imaginación, el propio Bermúdez de Castro se
encarga de puntualizar ese paralelismo entre la ciudad de Puebla y la Jerusalén
celeste, con las siguientes palabras:
“Si a San Juan se le presentó en su Apocalipsis la Santa Ciudad de Jerusalén
descendiendo de los cielos tan adornada como una Esposa que compuesta de todas las
galas, riquezas y perfecciones que pudo solicitar su cuidado, aguarda festiva a su
consorte, haciéndola más agradable a la vista su hermosa figura cuadrada, y más
cuando por orden del que lo dispuso todo con medida, llevaba un Ángel una [vara] para
medir los espaciosos tamaños de su latitud, lo nivelado de sus muros y lo arreglado de
sus bien compasadas cuadras. Siendo a esa dichosa ciudad tan parecida ésta de la
Puebla, y habiendo sido los que midieron sus calles no otros que de la misma especie
del que por orden del Altísimo niveló la Sagrada Seon, se puede con mediano discurso
inferir la hermosura que tendrá esta Ciudad Angélica por sus bien dispuestas calles,
hermosos templos, ricas casas, y oficinas con su forma y figura cuadrada.”24
En la ciudad de México, la historia comenzó de modo parecido. Su catedral, al
centro de la plaza mayor, también estaría dedicada a la Virgen, este caso, en su
misterio de la Asunción, y también pretendería convertirse en una reconstrucción
ideal del Templo de Jerusalén. Una diferencia fundamental se encuentra precisamente
en su leyenda fundacional, pues en este caso, la tradición prehispánica tuvo un peso
mucho mayor, al grado de condicionar las características del primer escudo que le
concedió el emperador Carlos V a la Muy Noble, Leal e Imperial Ciudad de México. 25
No obstante, ya desde 1648, el cronista guadalupano Miguel Sánchez escribió:
“Me persuado, que como el demonio dragón tan expulso del cielo, no puede volver
al cielo a inquietar a la ciudad del cielo, ni a sus hijos los ángeles, halla en México...una
nueva ciudad de Jerusalén, ciudad de paz, bajada del cielo...”26
Aunque desde esa época ya es manifiesta la idea de concebir a la ciudad de
México como una nueva Jerusalén, ésta se fue desarrollando a lo largo de los siglos
XVII y XVIII y su morfología se fue adecuando a ella. En este sentido, son muy
representativos los testimonios de los diferentes cronistas de la ciudad, incluidos los
viajeros, quienes aun en momentos en los que en Europa (especialmente en Italia) se
FERNÁNDEZ DE ECHEVERRÍA Y VEYTIA, Mariano: op. cit., t. I, p. 40.
BERMÚDEZ DE CASTRO, Diego Antonio: op. cit., p. 148.
25 De acuerdo con el relato de fray Agustín de VETANCURT, “la Majestad del Señor Emperador
Carlos Quinto, por provisión del año 523, le concedió como a cabeza y Corte de la Nueva España usase de
las armas compuestas de las que tenía en tiempo de su gentilidad, de un escudo con un castillo de tres
torres, un Águila sobre un tunal con una culebra en la boca, al pie del tunal las aguas, a los lados del
escudo afuera dos Leones, y una corona imperial por su remate.” Teatro mexicano. Descripción breve de
los sucesos ejemplares, históricos y religiosos del nuevo mundo de las Indias , pp. 5-6.
26 SÁNCHEZ, Miguel: Imagen de la Virgen María Madre de Dios de Guadalupe, milagrosamente
aparecida en la ciudad de México (1648), texto reproducido en: TORRE VILLAR, Ernesto de la y NAVARRO
DE ANDA, Ramiro Navarro de Anda: Testimonios históricos guadalupanos, pp. 176-177.
23
24
1019
desarrollaba un sentido urbanístico que podemos calificar como barroco, se
admiraban -como en Puebla- de la traza ortogonal de la ciudad. Tal es el caso, por
ejemplo, de fray Baltasar de Medina, quien en 1682 escribió con orgullo:
“...su calles en crucero de oriente a poniente, de norte a sur, tan iguales todas,
parejas y reguladas por nivel, que estando en la plaza mayor se ven todos los confines
de la ciudad y de tanta anchura y capacidad que caben parados cuatro coches de
grandísimo número...”27
De opinión similar fue Giovanni Francesco Gemelli Carreri, quien en 1694 dejó
testimonio de que la ciudad parecía “un hermoso tablero, por sus calles rectas, anchas
y bien adoquinadas, orientadas hacia los cuatro vientos cardinales; por lo que no sólo
desde el centro...sino desde cualquier parte se ve casi toda entera.”28
Del mismo modo, fray Agustín de Vetancurt alababa la planta de la ciudad por
ser “cuadrada, con tal orden, y concierto, que todas las calles quedaron parejas, anchas
a catorce varas, y tan iguales, que por cualquiera calle se ven lo confines de ella...”29
El plano de la ciudad, de fines del siglo XVII, conocido como el de los Condes de
Moctezuma y atribuido a Diego Correa, muestra una traza rectilínea, afectada
solamente por las acequias. Es claro que se sobre esa traza se edificaron incluso los
monumentos que hoy calificamos como barrocos, los cuales, al no poder invadir calles
y plazas con su presencia y, mucho menos alterar su traza de líneas rectas, tuvieron
que hacerlo hacia lo alto. Quizá por ello José Antonio de Villaseñor y Sánchez
comentaba con gusto todavía a mediados del siglo XVIII que
“aunque ha crecido el número de sus habitantes, se ha acomodado en menos
recinto formal, por ocuparse el aire con sus altos, ciñéndose a menos ámbito lo muy
lucido de la ciudad...”30
Es decir, que se prefirió elevar los edificios antes que alterar la traza. De este
hecho incluso da cuenta un anónimo arquitecto que hacia esa misma época escribió
un tratado titulado Architectura mehcánica conforme la práctica de esta ciudad de
México en el que informa que el “aire de una casa” también se compraba y solía
suceder “ser una casa de dos dueños: el suelo de uno y el aire de otro...”31
En el mismo sentido se pronunció Juan Manuel de San Vicente el año de 1768,
al alabar nuevamente las calles “anchísimas...y tan iguales hasta los estremos de su
extensión, generalmente hablando así las de Norte a Sur, como las de Oriente a
Ocaso...”32
MEDINA, Fray Baltasar de: op. cit., f. 234 vto.
GEMELLI CARRERI, Giovanni Francesco: Viaje a la Nueva España, pp. 21.
29 VETANCURT, Fray Agustín de: op. cit., texto reproducido en: VETANCURT, Agustín de, SAN
VICENTE, Juan Manuel, VIERA, JUAN DE: La ciudad de México en el siglo XVIII (1690-1780), p. 43.
30 VILLASEÑOR Y SÁNCHEZ, José Antonio de: Theatro Americano. Descripción general de los
Reynos y Provincias de la Nueva España y su jurisdicción. Dedicados el Rey Nuestro Señor D. Phelipe
Quinto. Monarcha de las Españas , t. I, p. 33.
31 Architectura mechánica conforme la práctica de esta ciudad de México, f. 4 r. El tratado ha sido
atribuido al arquitecto Lorenzo Rodríguez. En la actualidad, a ese tipo de casas se le conoce en México
como “duplex”.
32 SAN VICENTE, Juan Manuel de: Exacta descripción de la magnífica corte mexicana, cabeza del
nuevo americano mundo, significada por sus esenciales partes, para el bastante conocimiento de su
grandeza, texto reproducido en: VETANCURT, Agustín, SAN VICENTE, Juan Manuel de, VIERA, Juan de:
La ciudad de México en el siglo XVIII (1690-1780), p. 148.
27
28
1020
Como es claro, a lo largo de la época virreinal, especialmente en aquellos años
en los que las artes y los oficios produjeron las obras que calificamos como barrocas,
en el urbanismo existió una clara voluntad por mantener la traza ortogonal,
manierista, que la había caracterizado desde el siglo XVI. Nunca se permitió que se
modificara y, cuando por la mala disposición de algunos inmuebles se llegaba a
alterar, las protestas se presentaron incluso a fines del siglo XVIII, como se manifiesta
en el testimonio de un anónimo cronista que nos cuenta, respecto a las calles, que se
notaba ya
“un absoluto abandono y torpeza, no labrándose con la dirección y simetría que
las primeras obras, sino torciendo o angostando las calles, de un modo que han privado
al casco de la ciudad y a sus habitantes de la hermosura material y de la salubridad
con que circularía el aire, dejando, si hubiese unos dilatados puntos de vista, un
horizonte agradable y seguido”.33
A esa traza, así esquemática y uniforme, se adaptaron los edificios, tanto en sus
espacios internos como externos, pues todo formó parte de la concepción edilicia
integral de la ciudad.
La explicación simbólica de esta reiterada insistencia para el siglo XVIII nos la
proporciona fray Juan de Viera, quien en 1777 escribió que la ciudad de México
“situada en un hermosísimo valle cuya circunferencia es un abreviado diseño del
paraíso, porque la circundan tres hermosísimas lagunas bastantemente grandes y
capaces...es su figura casi cuadrada...sus calles son tan derechas, que por una y otra
parte se descubren los horizontes; hacen su cuadratura en forma de cruz, pues cada
cuadra tiene de longitud 250 varas, y la cabecera en forma de cuadro tiene 150.” 34
Una concepción ortogonal y uniforme de la ciudad, que en mucho respondía al
ideal de la Jerusalén Celestial, que completa Viera al equiparar la planta de la ciudad
con una cruz, símbolo de Cristo y con una “cabecera en forma de cuadrado”, como
representación ideal del debir en el Templo de Jerusalén; en concreto, un “abreviado
diseño del paraíso”.
A estas concepciones, vinieron a sumarse los baluartes, que flanqueaban y
defendían la ciudad en los cuatro puntos cardinales: Nuestra Señora de los Remedios,
al poniente; Nuestra Señora de la Bala, al oriente; Nuestra Señora de la Piedad, al sur
y, al norte, Nuestra Señora de Guadalupe, “escudo, torre, y baluarte de toda la
América”35
Como todos sabemos, el culto a la Virgen de los Remedios y a la Virgen de
Guadalupe, se inició en el siglo XVI, lo mismo que la construcción de sus primeros
santuarios, aunque los que conservamos, corresponden ambos al siglo XVIII. En los
dos casos, se trata de imágenes aparicionistas a indios, aunque el culto a la Virgen de
los Remedios tuvo mayor arraigo entre la población española.36
Por su parte, corre la leyenda de que la imagen de Nuestra Señora de la Piedad
fue llevada de Europa por encargo de un religioso y colocada en el siglo XVII en el
Reflexiones y apuntes sobre la ciudad de México (fines de la Colonia), p.47.
VIERA, Fray Juan de: Breve compendiosa narración de la ciudad de México, corte y cabeza de
toda la América septentrional , año de 1777, pp. 1-3.
35 Ibidem, p. 117.
36 VICTORIA, José Guadalupe: Ideología, patronazgo y arquitectura. Los baluartes de México,
inédito. Agradezco al licenciado Pedro Ángles el haberme proporcionado este valioso manuscrito.
33
34
1021
convento dominico, adscrito a la Provincia de Santiago de México, el cual se había
construido a principios de aquella centuria y se había ampliado a mediados de la
misma. No obstante, esa imagen adquirió gran devoción gracias a que “se cayó en la
cuenta de que la mano divina se había puesto de manifiesto en ella...”37 al convertir el
bosquejo que un pintor español había entregado al mencionado fraile en una pintura
perfectamente acabada.38
Finalmente, según otra leyenda Nuestra Señora de la Bala, al parecer era
propiedad de una señora de Iztapalapa, quien acusada de infidelidad por su esposo, se
acogió a la protección de la imagen, la cual recibió la bala que había disparado sobre
la mujer el agraviado esposo. La imagen entonces fue llevada al hospital de San
Lázaro, donde recibió culto.39 En realidad se desconoce la fecha exacta en que la
imagen fue trasladada, pero con seguridad se realizó antes del año de 1688, en que la
cita Francisco de Florencia en su obra La Estrella del Norte de México. 40
Estos datos nos dan idea de que la concepción de las cuatro advocaciones
marianas como “baluartes” de la ciudad de México, también fue producto de un
proceso que llegó a su consolidación en el siglo XVIII, a través de autores como
Cayetano Cabrera y Quintero41 y Mariano Fernández de Echeverría y Veytia,42 pero
que ya vemos conformado hacia fines del siglo XVII. De hecho, uno de los autores que
mayor influencia ejerció en la conformación de la idea de los “baluartes” marianos fue
precisamente Francisco de Florencia, quien en la obra mencionada explicó:
“quiere esta Señora tanto a esta ciudad de México, y en ella a toda la Nueva
España, que parece que se ha puesto, como su amparo seguro en las cuatro partes de
México, en cuatro imágenes milagrosas suyas, que le sirven de cuatro castillos roqueros
que la defiendan...A cargo del Señor y de la Señora están los cuatro ángulos desta
tierra; sobre ellos se funda y afirma la estabilidad deste Nuevo Mundo...Si nos guardan
y defienden en México el Señor por medio de su Madre por cuatro partes: si puso Dios
por centinelas, que por nosotros velan, cuatro milagrosas imágenes de María en los
cuatro ángulos della, ¿quién podrá invadir y ofender a esta ciudad? ¿Por dónde vendrá
el azote de la justicia divina, que no encuentre con su Madre, que se lo quite de la mano
y aplaque? ¿Qué enemigos visibles e invisibles la podrán asaltar, si en sus cuatro
santuarios tiene cuatro baluartes que la defiendan? Al oriente, N. Señora de la Bala, que
sabe recibir en sí las balas, porque no hieran a quien della se vale. Al poniente, a la
Virgen de los Remedios, que está hecha a cegar y derribar por tierra a sus enemigos. A
la de la Piedad, que con su hijo difunto en los brazos está llorando nuestros delitos y
aplacando a Dios por nuestras culpas, al sur. La de Guadalupe al norte, que como
estrella fija nos guía y alumbra: que como la principal de todas, se ha puesto al
septentrión, porque de él dice la Escritura, que amenaza todo el mal...”43
37 VICTORIA, José Guadalupe: “De blasones y baluartes mexicanos”, p. 106. José Guadalupe
Victoria: Ideología, patronazgo y arquitectura. Los baluartes de México.
38 FERNÁNDEZ DE ECHEVERRÍA Y VEYTIA, Mariano: Baluartes de México, p. 88.
39 VICTORIA, José Guadalupe: “De blasones y baluartes mexicanos”, p. 107. VICTORIA, José
Guadalupe: Ideología, patronazgo y arquitectura. Los baluartes de México.
40 FLORENCIA, Fray Francisco de: La Estrella del Norte de México..., texto reproducido en: TORRE
VILLAR, Ernesto de la y NAVARRO DE ANDA, Ramiro: Testimonios históricos guadalupanos, pp. 394-395.
41 CABRERA Y QUINTERO, Cayetano: Escudo de armas de México.
42 FERNÁNDEZ DE ECHEVERRÍA Y VEYTIA, Mariano: Baluartes de México.
43 FLORENCIA, Fray Francisco de: op. cit., pp. 394-395.
1022
Este texto nos da idea de la cosmogonía religiosa de la época. En ella, se
recogen tradiciones ancestrales, como aquella de la imagen del mundo, en este caso
del Nuevo, como un cuadrado con los cuatro pilares del Universo orientados hacia los
cuatro puntos cardinales. De esas mismas antiguas tradiciones procede la idea de los
cuatro mensajeros de Dios que custodian el Mundo en sus cuatro ángulos, tales
mensajeros solían ser ángeles, mientras que en la ciudad de México, es la misma
Virgen, Madre de Dios, adoptando cuatro advocaciones, quien custodia la ciudad de
México y con ella al Nuevo Mundo, a la Nueva España. Pero también está presente la
Jerusalén Celeste descrita por San Juan, como ella, la ciudad de México tenía planta
cuadrada y también estaba resguardada por una muralla imaginaria, en cuyos
extremos se levantaban sus cuatro baluartes defensivos.
En la interpretación del padre Florencia también es de destacarse la ubicación
del Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe, que era el principal y por eso se
encontraba al norte, pues en la tradición cristiana ese punto cardinal “no es sólo la
representación de las tinieblas infernales, sino también la región del cielo en la que el
sol permanece un momento oculto antes de elevarse de nuevo por encima del
horizonte”.44 En sentido figurado, marca el nacimiento del mundo a la luz del
cristianismo, en este caso, del mundo de la Nueva España.
De todos modos la ciudad de México así concebida, como un cuadrado
custodiado por cuatro baluartes, entre los que se destaca el Santuario de Nuestra
44
BURCHARDT, Titus: Chartres y el nacimiento de la Catedral , pp. 17-18.
1023
Señora de Guadalupe, al norte, recuerda también las diversas imágenes históricas,
legendarias y apocalípticas del Templo de Jerusalén, cuyo atrio exterior estaba
rodeado por una barda abierta por medio de tres puertas: una para hombres y
mujeres, otra sólo para hombres y la tercera, para sacerdotes. Al fondo, cerraba el
conjunto, precisamente el Templo. Igualmente, en sentido figurado, en la ciudad de
México, tres de los baluartes podrían representar las tres puertas del atrio del Templo,
en tanto que al fondo, se levantaría el santuario principal, el de Nuestra Señora de
Guadalupe, representación simbólica del Templo de Jerusalén.
En efecto, en otros estudios y en otros congresos, he tenido ocasión de analizar
la imagen arquitectónica del Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe “extramuros
de la ciudad de México”,45 como una reconstrucción hipotética del Templo de
Jerusalén y el conjunto arquitectónico del Tepeyac, como una reproducción, así
mismo ideal, del Monte del Templo. 46
Estas hipótesis se vienen a corroborar con los textos relacionados con el
significado de la Virgen de Guadalupe para el mundo novohispano y la vinculación
estrecha que establecieron entre ella y la Virgen del Apocalipsis descrita por San Juan;
así como la relación que encontraron entre la Apocalíptica y la propia ciudad de
México. El texto más explícito en este sentido es el titulado Imagen de la Virgen María
Madre de Dios de Guadalupe, de Miguel Sánchez, quien al exponer los objetivos de su
obra explicó que siempre que contemplaba la imagen de la Virgen de Guadalupe
Véase: FERNÁNDEZ DE ECHEVERRÍA Y VEYTIA, Mariano: Baluartes de México, portada.
FERNÁNDEZ, Martha: “El Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe: una reconstrucción
novohispana del Templo de Salomón”, pp. 95-121. Martha Fernández: La imagen del Templo de Jerusalén
en la Nueva España, en prensa.
45
46
1024
“se me representaba la imagen, que el evangelista San Juan, en el capítulo doce
de su Apocalipsis, vio pintada en el cielo, y deseaba con mi pluma, a un mismo tiempo
crear aquestas dos imágenes, para que la piedad cristiana contemplase en la imagen
del cielo el original por profecía, y en la imagen de la tierra el trasunto por milagro...”47
De esa manera resultó que la “mujer vestida de sol” era México, pues “todos
conocen que aquesta tierra se tuvo por inhabitable, por ser región tan vecina al sol”;48 la
luna bajo sus pies era también la propia ciudad, “por lo natural fundada sobre aguas,
en que predomina la luna” ;49 las doce estrellas que coronaban la cabeza de la Virgen,
“es el sol que la viste, y esta mujer México vive amparada, honrada y favorecida debajo
de esta corona.”50
Es así como, gracias a la Virgen de Guadalupe, la ciudad se convirtió para los
novohispanos en la “ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo del lado
de Dios, ataviada como una esposa que se engalana para su esposo”,51 con un monte
Sagrado al norte, donde se levantaba -como ahora- su propio Templo hierosolimitano,
para guardarla de los enemigos y de las calamidades. Como bien explica Antonio
Rubial,
“México, la Jerusalén de María (como la otra lo era de Jesús) se concebía como
una ciudad santa que con sus virtudes y su armonía respondía perfectamente al modelo
de la ciudad celestial. Además del geométrico urbanismo que compartían en su traza
ambas ciudades, la Jerusalén-México y la celeste eran realidades que se remitían a la
renovación de los tiempos mesiánicos, cuando la acción de Dios transformaba la
creación. Ambas eran ciudades de elección divina y la segunda, México, fue asimilada a
la tierra prometida al igual que su conquista por los españoles lo era a la de Canaan por
los judíos.”52
Es claro, entonces, que para los novohispanos México era la ciudad sagrada de
María. Pero no sólo eso, en realidad, su significado es todavía más profundo, pues así
como en la Jerusalén celeste Juan no vio templo en ella, “pues el Señor, Dios
todopoderoso, con el Cordero, era su Templo”,53 en México, su Templo era María. De
esta manera, la centralidad de Dios se trasladó a la Virgen y la ciudad de México, se
conviertió toda ella en una ciudad-templo.
Si Puebla había sido trazada por ángeles y la ciudad de México era la ciudadtemplo de María, se comprende fácilmente la necesidad que tuvieron sus habitantes
por mantener incólume su morfología, a pesar de los cambios de estilo que se
manifestaron a lo largo de los tres siglos del virreinato en sus edificaciones. Aunque es
claro que muchas de ellas las aprovecharon precisamente para completar el sentido
simbólico de la ciudad, tales como los monumentos de la calzada de los Misterios, que
conformaba una especie de “Vía Sacra, pero más apacible”, al decir de Francisco de
SÁNCHEZ, Miguel: op. cit., p. 157.
Ibidem, p. 165.
49 Ibidem, p. 167.
50 Idem.
51 Apocalipsis: XXI, 2.
52 RUBIAL GARCÍA, Antonio: “Civitas Dei et novus orbis. La Jerusalén celeste en la pintura de la
Nueva España”, p. 68.
53 Apocalipsis: XXI, 22.
47
48
1025
Florencia;54 las capillas de las plazas, los nichos de esquina en las casas habitación,
las “estampas” y, desde luego, las mismas portadas-retablo de los templos.
De ahí que el colofón de esta historia y de la sacralización del espacio urbano
en la Nueva España sea la construcción tardía de una villa, nuevamente de planta
ortogonal, al pie del cerro del Tepeyac: la villa de Guadalupe.
Su historia comenzó cuando, el 9 de febrero de 1725, el Santuario de Nuestra
Señora de Guadalupe fue erigido en “insigne y real Colegiata” ,55 lo que hizo necesario
erigir en pueblo, a la población indígena que habitaba la zona y, en villa, a la
población española. En 1735 la Real Audiencia de México autorizó la erección del
pueblo, de manera que ese mismo año, los naturales del Santuario celebraron su
primer cabildo.56
En el caso de la villa, la erección no sólo contempló los procedimientos jurídcos
necesarios, sino también el diseño de una traza para ella. Desde 1736 hasta 1779 se
presentaron diversos proyectos para llevar a cabo dicha traza.57 Todos, contemplaron
la construcción de la villa al sur del Santuario y en todos se planeaba la apertura de
plazas, cuyo número variaba de dos a cuatro. Los proyectos que se realizaron fueron:
primero el de Manuel Álvarez y José Eduardo de Herrera, del año de 1750 y, después,
el elaborado por Ildefonso de Iniesta Bejarano y Francisco Antonio Guerrero y Torres,
del año de 1779.
Sin embargo, más que lo hecho, es interesante analizar algunos aspectos de
esos proyectos, aunque sólo hayan quedado en papel. En el proyecto de Iniesta
Bejarano y Guerrero y Torres, se abrirían cuatro plazas. El número cuatro ha tenido
un especial significado simbólico en las religiones desde la Antigüedad; ya he
mencionado lo relativo a los cuatro puntos cardinales, que custodiaban cuatro
ángeles, lo que finalmente viene a ser la representación más antigua y simple del
mundo. Pero también, tiene que ver con los cuatro ríos del paraíso, con las cuatro
escuadras en las que Moisés dividió a las tribus de Israel en torno al Tabernáculo; con
las cuatro tribus Levitas de sacerdotes, los cuatro Evangelistas y, en la ciudad de
México, con las cuatro torres del Santuario y, por supuesto, con los cuatro Baluartes.
En lo personal, me resulta muy interesante el proyecto que presentó el
ingeniero Felipe Feringán Cortés el año de 1748, en el cual se abría al centro de la villa
una plaza octogonal, cuyo significado simbólico se encuentra en la reconstrucción
ideal del Templo de Jerusalén, a través de las leyendas medievales en torno a la
Mezquita de la Roca y del significado simbólico que otorgó San Ambrosio (340-397) a
esa forma geométrica, como símbolo de la resurrección.58 Esta plaza, así dispuesta,
Francisco de Florencia: op. cit., pp. 26-28.
O’GORMAN, Edmundo: Destierro de sombras. Luz y origen de la imagen y culto de Nuestra
Señora de Guadalupe del Tepeyac , p. 284. La distinción tuvo efecto hasta el año de 1751.
56 LÓPEZ SARRELANGE, Delfina: Una villa mexicana del siglo XVIII, pp. 31-33.
57 Estos proyectos han sido analizados desde el punto de vista morfológico por: LÓPEZ
SARRELANGE, Delfina: op. cit., pp. 37-60 y SENTÍES R., Horacio: La villa de Guadalupe. Historia,
estampas y leyendas , pp. 19-26.
58 De acuerdo con San Ambrosio: “el templo de ocho capillas se irigió para usos santos. La fuente
octogonal es digna de este premio. A este número convino que surgiera el aula del sacro bautismo, con el
cual a los pueblos retorna la verdadera salud con la luz de Cristo resurgente, que abre los claustros a la
muerte, y levanta los túmulos a los exánimes.” Citado por Bulmaro Reyes Coria en la nota 19, p. LXX de
la edición de las Instrucciones de la fábrica y ajuar eclesiásticos, de Carlos BORROMEO. Igualmente, para
ponderar el baptisterio con ocho hornacinas, anexo a la iglesia de Santa Tecla de Milán, San Ambrosio
grabó en sus paredes la siguiente leyenda: “La ocho hornacinas de esta iglesia se abren para los ritos
sagrados. Ocho ángulos tienen sus siete fuentes, ocho como corresponde a sus dones. Era conveniente
asentar este lugar para el santo bautismo sobre un número sagrado; lo que aquí el pueblo recibe es la
salvación.” Citado por Oliver BEIGBEDER, en: Léxico de los símbolos, p. 336.
54
55
1026
tenía su correspondencia con los elementos octogonales del Santuario de Guadalupe,
que tendría a sus espaldas, muy especialmente con la cúpula y con las torres a partir
de su amplio significado simbólico; pero también con la imagen de la Jerusalén celeste
que ya se había desarrollado en la Nueva España, como una ciudad de planta
octogonal, como se aprecia en algunas representaciones pictóricas de los siglos XVII y
XVIII.
Pero quizá lo más interesante sea que ninguno de los proyectos contemplaba
iglesia ni capilla en la plaza central lo que, desde el punto de vista urbanístico resulta
lógico si pensamos que su templo era el propio Santuario de Guadalupe, que tendría a
sus espaldas; sin embargo, desde el punto de vista simbólico no deja de ser sugerente,
pues ese sólo hecho aleja la plaza de la villa, de las plazas novohispanas tradicionales
donde, como expliqué antes, se ubicaban los poderes civiles y religiosos. Esto nos
conduce necesariamente a vincular de alguna manera a las plazas propuestas en los
proyectos de la villa con la imagen de la Jerusalén celeste y de nuevo con el pasaje del
1027
Apocalipsis en el que san Juan describe una ciudad sin templo, porque su templo era
Dios mismo; en este caso, nuevamente la propia Virgen.
En cualquier caso, estos proyectos vienen a reforzar la necesidad que tuvieron
en la Nueva España por representar la ciudad de Dios en la Tierra, su modelo fue -y
no podía ser otro- la Jerusalén celeste descrita por San Juan, la cual se convirtió en la
ciudad ideal de la cultura criolla y con ello, en la ciudad ideal del barroco
novohispano.
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