olfateo, luego entonces - Instituto de Fisiología

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LOS AROMAS Y EL CEREBRO.
OLFATEO, LUEGO ENTONCES,
deseo
Enrique Soto Eguibar*
El emir se complacía observando los juegos del agua que
se elevaban por los surtidores de la fuente. Bajo las hojas
entrelazadas de los árboles, el aroma del jazmín se mezcla con
la fragancia de la rosa. Cuatro cosas alegraban su corazón, la
bebida de la miel; el sonido del agua; la vista de lo verde y
un bello rostro.
Aspiro la fragancia que me llega de mi ciudad / y me hace
recordar la juventud y la amistad. / Al deslumbrar el relámpago
brillando en intensidad, / invito a mis ojos verter sus lágrimas
por ansiedad. / ¿Poseo, acaso, alguna lágrima que por quien amo
derramo? // ¿Hay en ti, acaso, esperanza para mí,
¡oh, Córdoba lozana!?
Ben Zaydun de Córdoba (1003-1075)
H
einrich llegó en el tren procedente de Berlín. Había pasado allí una semana y ahora
se dirigía a Salzburgo. Sin embargo, decidió detenerse en Munich para visitar el famoso Museo de
Ciencia y Técnica. Eran las 6:30 AM y habría que hacer
*Investigador del Instituto de Fisiología de la Universidad Autónoma de Puebla; email: [email protected]
tiempo para que abrieran el museo. Decidió recorrer
caminando el trayecto de la estación de tren al museo.
Luego de pajarear aquí y allá, arribó a la plaza central
(Marienplatz), y en una esquina detectó un aroma interesante. Él no era un hombre especialmente olfativo,
así que sentir aquel olor le atrajo de inmediato. Lo que
era apenas imperceptible se convirtió en una marea de
aromas desconocidos. Era como asistir por primera vez
a una gran fiesta de los olores, plagada de fragancias y
efluvios vegetales. Para sorpresa suya, la visión no ofrecía
nada más que un simple mercado de hierbas. La experiencia resultó conmovedora y bastante desconcertante.
Desde entonces, Heinrich ha tratado de cultivar su olfato
en busca de experiencias que, como la del personaje de
Proust, le devuelvan todo un conjunto de vivencias y memorias de forma holística y le ayuden a trazar el hilo que
da coherencia a la historia de su vida.
Es probablemente que la cultura oriental y, en particular, el mundo árabe, sean los lugares donde se ha
cultivado de forma más intensa el mundo de los aromas. Las primeras evidencias del uso de fragancias
específicas provienen de los egipcios, quienes usaban
mezclas de aceites con substancias aromáticas rociando el cuerpo y el cabello con ellas. Pero fueron los áraMETAPOLÍTICA núm. 59 | mayo-junio 2008
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bes, en los siglos VII al X, quienes cultivaron de manera
más profunda el manejo de los aromas como parte de
la vida cotidiana. Ellos desarrollaron toda una serie
de procedimientos para extraer fragancias de flores, frutas y diversas hierbas, así como de substancias de origen
animal, como el almizcle. Para fortuna de Europa, una
gran parte de la misma estuvo en poder de los árabes,
que legaron a los europeos una cultura que cultivaba el
placer de los sentidos con especial énfasis en los aromas;
a los españoles de hoy, los Omeyas les dejaron los jardines
de al-Andalus con su fragancia de naranjo y jazmín. El
perfume, como hoy lo conocemos, se desarrolló alrededor del siglo XIV con substancias aromáticas en una base
alcohólica, la famosa agua de Hungría, que se hacía con
romero, mejorana y otras hierbas en alcohol de vino.
NEUROBIOLOGÍA
Los humanos y otros mamíferos pueden detectar miles
de substancias presentes en su medio ambiente. Gracias
a ello el sistema olfativo juega un papel central en la
vida de muchos animales y seguramente ha sido fundamental en la capacidad de supervivencia de los primeros
humanos. En el mundo moderno, la olfacción cuenta
relativamente poco, y su valor para la supervivencia (detección de presas y predadores) y en el establecimiento
de relaciones sociales (jerarquías, vínculos, territorios
y reproducción) ha disminuido significativamente, en
tanto que su valor en el gusto por las bebidas y los alimentos, y en el flirteo (flores y perfumes) se ha incrementado. ¿O es que la emisión de gases de automóviles,
aviones y todo tipo de máquinas, aunada a los gases de
la digestión de millones de personas y animales, produce tal nivel de contaminación olfativa, que el sutil
olor de una flor o de una joven amorosa se pierde en un
caos de efluvios?
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Linda B. Buck y Richard Axel ganaron el Premio
Nobel de Fisiología y Medicina en 2004 por su trabajo
acerca de los mecanismos que median la respuesta de las
células olfativas a los diversos odorantes (Buck y Axel,
1991; Axel y Buck, 2004). Ellos encontraron alrededor de
mil genes que codifican para el conjunto de receptores
de membrana que reconocen a las diversas familias de
substancias odorantes. En el humano, el número de genes funcionales relacionados con la olfacción es tan sólo
de alrededor de 350, los cuales actúan de forma combinada para producir el amplio espectro de las sensaciones
olfativas, que nos permite distinguir alrededor de 10 mil
olores diferentes, desde el agradable aroma de una flor
hasta el repugnante olor a podredumbre. Estas moléculas
receptoras se localizan en las células del epitelio olfativo.
Nuestra olfacción es relativamente restringida, sobre
todo cuando lo comparamos con la de otros animales, algunos de los cuales son capaces de distinguir una gama de
olores mucho mayor y detectar odorantes en concentraciones menores. A pesar de ello, nuestra olfacción es poderosa
y permite la existencia de profesiones como la de enólogo
o perfumista (Shephard, 2004). No es fácil imaginar un
mundo inundado de fragancias en el que reconoceríamos a
nuestros amigos y parientes por el olfato, o sabríamos si han
ido en tal o cual dirección sólo porque podríamos olfatearlos. Algo como la habilidad de Arcadio Buendía, personaje
de la novela Cien años de soledad de García Márquez: “A
pesar de que [Pilar] había perdido sus encantos y el esplendor de su risa, él la buscaba y la encontraba en el rastro de
su olor a humo”. Interactuar con una realidad de objetos
olfativos, más que visuales y táctiles, plantea realmente un
obstáculo irresoluble (Nagel, 1974). La novela de Suskind
(1985) El perfume ha sido importante para proponernos
dicho mundo y, en cierta forma, ayudarnos a idear lo que
éste podría ser. Tal como sucede en la novela, por su estructura misma, un universo basado en el olfato nos deshumanizaría hasta convertirnos en otra especie: en el caso de
Grenouille, en un predador nocturno. Justamente Suskind
apunta también a uno de los aspectos más relevantes de la
olfacción: su papel en el establecimiento de las relaciones
sociales en diversas especies animales; pero, ¿hasta qué grado esta aseveración alcanza a la especie humana?
La olfacción es tan poderosa que es uno de los aspectos que más se deben cuidar en los vuelos espaciales,
y está en relación con los olores que puedan producirse
por la comida o por la actividad intestinal de los cosmonautas (¡miasmas intergalácticos!). Los malos olores
pueden disparar conductas impredecibles y aumentar
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notablemente el nivel de agresividad de los astronautas,
motivo por el cual existen en la estación espacial internacional, y en diversos espacios cerrados de este planeta, varios sistemas destinados a evitar los malos olores
y con ello disminuir potenciales confrontaciones entre
sus habitantes (que evidentemente en el caso de los cosmonautas podrían derivar en un desastre).
Muchas especies animales liberan feromonas, que
son substancias químicas volátiles capaces de influir
en el comportamiento de los congéneres. La palabra
feromona viene del griego pherein (cargar) y hormon
(excitar), de ahí que Diane Ackerman (1992) diga que
las feromonas son “las bestias de carga de los deseos”.
Las feromonas fueron originalmente descritas en los
insectos que son, en cierto sentido, los campeones de
la olfacción, ya que los machos de algunas especies
de mariposas pueden detectar a una hembra a 20 kilómetros de distancia. En los vertebrados se ha encontrado que el órgano vomeronasal, que forma parte de los
epitelios sensoriales de la nariz, expresa conjuntos de
receptores (trace amine-associated receptors, TAARs) especializados en detectar feromonas en niveles excepcionalmente bajos. Este órgano, que se creía inexistente en el
humano, se ha demostrado que realmente está presente
en la cavidad nasal. Hay, además, un conjunto de datos
sugerentes acerca de la posibilidad de que en los seres
humanos se liberen feromonas sexuales. Por ejemplo,
se ha demostrado que la sensibilidad olfativa de las mujeres varía a lo largo del ciclo menstrual, siendo mayor
durante la ovulación (Lundstrom et al., 2006). Los seres
humanos son capaces de conocer el sexo de una persona
con base en el aliento o el olor de las axilas (Pinel, 2007), y
un hallazgo notable es que los ciclos menstruales de mujeres que viven juntas tienden a sincronizarse. De hecho,
se ha encontrado que usando almohadillas de algodón
se pueden recoger de una mujer moléculas (sin olor perceptible) que pueden sincronizar el ciclo menstrual de
otras mujeres que olfatean dichas almohadillas (Stern y
McClintock, 1998). Sé que esto último suena a charlatanería, pero es un experimento que se ha reproducido
por diversos investigadores y está bien establecido. A
esto se añaden algunos otros aspectos que tienen que
ver con la elección de pareja, en lo cual el olfato parece
jugar un papel importante que estaría, en gran medida,
determinado por antígenos de histocompatibilidad (Jacob et al., 2002), por lo que la “elección” de pareja tiene
entonces un importante determinismo biológico (el libre albedrío resulta ¡no ser tan libre!). Parece entonces
que la olfacción juega un papel en la elección de pareja (y
en el establecimiento del vínculo amoroso), la atracción
sexual y en la respuesta sexual, aunque no ha sido posible
desarrollar pruebas experimentales definitivas del papel
preciso de las feromonas en los seres humanos, ya que
la respuesta sexual humana y el establecimiento de vínculos sociales es sumamente compleja y multifactorial.
Amén de que no es fácil mantener a los humanos en condiciones controladas de laboratorio, como se hace con
las ratas. Como sea, la investigación para definir las
características de las posibles feromonas en el humano
es muy activa y, obviamente, posee un gran potencial
económico, ya que su identificación permitiría crear
perfumes “irresistibles”. Tal es el caso, por ejemplo, de
las trufas, que producen una substancia que es similar
a las feromonas de los cochinos; por ese motivo, las
hembras en celo son utilizadas para rastrear las trufas
que crecen bajo la tierra. Las cochinas detectan mediante el olfato a las trufas y las desentierran con avidez. Podemos imaginar que evocan mentalmente un apetitoso
macho con quien aparearse. Aunque no es claro si la calidad (qualia) sensorial de la olfacción es aplicable a las
feromonas, o existe un qualia perceptual “feromónico”
que nos es esencialmente desconocido a los humanos,
y que más que una percepción consciente produciría
una pulsión, un deseo inconsciente.
Hombres expertos en trastornos de amor, probados en el
mundo entero, afirmaban no haber padecido jamás una
ansiedad semejante a la que producía el olor natural de
Remedios la bella.
En el corredor de las begonias, en la sala de visitas,
en cualquier lugar de la casa, podría señalarse el lugar
exacto en que estuvo y el tiempo transcurrido desde que
dejó de estar.
Era un rastro definido, inconfundible, que nadie de la
casa podía distinguir porque estaba incorporado desde
hacía mucho tiempo a los olores cotidianos,
pero que los forasteros identificaban
de inmediato
(Gabriel García Márquez, Cien años de Soledad)
OLFACCIÓN, EMOCIÓN Y COGNICIÓN
El sistema olfativo es el único que envía señales al sistema nervioso de forma directa. El resto de los órganos
sensoriales hacen todos un relevo a nivel del tálamo. El
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significado exacto de este hecho no está del todo claro,
pero el sistema olfativo tiene acceso directo, sin intermediarios, a la corteza cerebral a nivel del bulbo olfatorio. De ahí se envían conexiones a los núcleos de la
amígdala, la corteza entorrinal, el hipocampo y la corteza prefrontal. La amígdala ha sido identificada como
una de las regiones que participan de manera sobresaliente en las respuestas emocionales y en el aprendizaje de evitación. En cierta forma podemos decir que la
amígdala es la estructura cerebral cuya activación dispara las respuestas de miedo. Si alguna vez sintió pánico a
la oscuridad, asociado con una respuesta de piloerección
que recorre todo el cuerpo, o se sintió aterrorizado por
un perro o algún otro animal, agradézcalo a su amígdala. Suena extraño, pero tenemos poco control de estas respuestas emocionales que, una vez activadas, son
incoercibles. Su función es dejar huella de aquello a lo
que no debemos acercarnos, y en los animales median
su respuesta inmediata ante posibles predadores u otras
condiciones de peligro (por ejemplo, se ha demostrado
que, en los monos, el observar una víbora produce una
gran activación de la amígdala) (Wilensky et al, 2006).
Esto podría explicar las fuertes respuestas emocionales
asociadas a los estímulos olfativos y su capacidad para
evocar memorias complejas de forma tal que nos aparezcan con un carácter vivencial excepcional que no tienen las típicas memorias asociativas de tipo declarativo.
Surge así también el gran rechazo que nos producen
los malos olores y que son evitados activamente, ya que
ellos señalan casi invariablemente la presencia de procesos de putrefacción mediados por bacterias potencialmente dañinas al organismo (los miasmas), en contraste
con el atractivo de algunos olores que evocan una sensación placentera, cuando no directamente erógena.
La información que arriba al hipocampo determina el
que ciertas impresiones olfativas queden indeleblemente grabadas en nuestro subconsciente y que cuando las
experimentamos nuevamente, evoquen recuerdos que
tienen un carácter vivencial muy intenso. Este es un conocimiento que fue magistralmente registrado por Marcel Proust en su novela En busca del tiempo perdido en la
cual el autor anticipó gran parte de lo que hoy sabemos
de la neurobiología de la olfacción y su relación con los
sistemas de memoria del cerebro (Leherer, 2007). García
Márquez, en Cien años de soledad, escribe:
“En realidad, desde que lo encontró en los baúles de Aureliano Segundo, Fernanda se había puesto muchas veces el
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apolillado vestido de reina. Cualquiera que la hubiera visto
frente al espejo, extasiada en sus propios ademanes monárquicos, habría podido pensar que estaba loca. Pero no lo estaba. Simplemente, había convertido los atuendos reales en
una máquina de recordar. La primera vez que se los puso no
pudo evitar que se le formara un nudo en el corazón y que
los ojos se le llenaran de lágrimas, porque en aquel instante
volvió a percibir el olor de betún de las botas del militar que
fue a buscarla a su casa para hacerla reina, y el alma se le
cristalizó con la nostalgia de los sueños perdidos”.
Seguramente todos experimentamos este tipo de
memorias asociativas producidas por un cierto olor. Tal
es el caso para mí del formol: tan sólo un ligero tufo
dispara toda una experiencia que reproduce completo el
anfiteatro de la Escuela de Medicina ¡y del cadáver en que
hube de aprender la disección del hueco poplíteo! La náusea me invade y debo realizar un esfuerzo para suspender el hilo de los recuerdos. El olor de la pintura al óleo
o el de un libro recién impreso son fuente de enorme
placer y están cargados de significado para muchos
artistas y creadores. Los olores a aceite quemado y a
gasolina son seguramente muy significativos para los
mecánicos, y el olor a humo incitará una respuesta atenta
y perspicaz del bombero. En el cine hay magníficos ejemplos de la relación olfacción-memoria-emoción. Tal es el
monólogo de Robert Duval (Bill Kilgore) en Apocalipsis
(Apocalypse now, Coppola, 1979-2001): “Napalm, hijo.
Nada en el mundo huele así. Amo el olor del napalm
en la mañana... Sabes, una vez, durante doce horas, bombardeamos una colina, y cuando todo acabó, subí. No
encontramos ni un cadáver de esos chinos de mierda.
¡Qué olor a gasolina quemada! Aquella colina olía a... victoria”. Finalmente, y a pesar de la enorme frivolidad que
se ha asociado a ellos, son los perfumes y los aromas del
incienso el centro del arte olfativo. Lamentablemente, a
diferencia de las expresiones plásticas, los olores tienden
a desaparecer rápidamente y constituyen una forma pasajera, efímera, de expresión artística, hoy más bien francamente industrializada y relacionada con el mundo de
la moda al cual habremos siempre de agradecer perfumes
emblemáticos de nuestros tiempos, como el Chanel.
La perfumería es, para los occidentales, el arte de lo
olfativo. Aunque al pensar en fragancias conviene no referirse únicamente a costosos perfumes, sino también a
inciensos, humos, vapores, aceites, linimentos, etcétera.
Los aromas, si bien no son comunes en el museo, sí lo
son por suerte en los espacios religiosos y en las fiestas.
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Es difícil imaginar el simbolismo en las artes olfativas,
aunque hemos aprendido a asociar ciertas fragancias a la
sensualidad, otras a aspectos religiosos de nuestras vidas,
unas más a la limpieza. Se habla de aromas dulces, amargos, etcétera, debido a la asociación que invariablemente
algunas substancias producen entre gusto y olfacción,
que son dos sentidos íntimamente relacionados. Aunque
parece que tuviéramos que recurrir a otros sentidos para
describir las experiencias olfativas debido a que el sentido
del olfato es, de todos los sentidos, el que cuenta con menos palabras para referir los cerca de diez mil olores que
podemos detectar. Francis Bacon intentó hacer un paralelismo entre las notas musicales y el olor de las flores, y
hoy, los perfumistas hablan de notas y tonos, armonías
y disonancias, cuando se refieren a la composición de los
perfumes (Ruiz Feliu, 1988).
¿Podemos olernos a nosotros mismos? La olfacción
presenta, de forma acentuada, un fenómeno común a
todos los órganos sensoriales que se ha denominado habituación. Luego de un cierto tiempo en que un olor
ha estado presente, se activan procesos neuronales que
tienden a hacerlo menos perceptible, hasta que finalmente, luego de un período de exposición al estímulo
olfativo, somos ya prácticamente incapaces de percibirlo. Esto implica que, excepto por breves períodos (por
ejemplo, luego de bañarnos o perfumarnos, o tras el
ejercicio intenso), no somos capaces de percibir nuestro
propio olor. Nuestro olor usual, el que nos acompaña
en la vida cotidiana nos es esencialmente desconocido. Nos imaginamos olfateándonos, pero lo que olemos son sólo los cambios de nuestro olor, su esencia
fundamental nos es inaccesible. Quizá si pudiéramos
olernos terminaríamos detestándonos. No quiero siquiera
imaginar cómo sería la vida si una reproducción permanente de uno mismo se proyectara constantemente en
la retina. Finalmente sería como un tormento infinito.
Si ya habitarnos es algunas veces doloroso, mirarnos
persistentemente debe ser un tormento insoportable,
y algo similar sucedería si nos oliéramos permanentemente.
Se ha dado recientemente una importante reevaluación del potencial olfativo del hombre y su papel en la
dieta, el desarrollo de su hábitat y el establecimiento de
vínculos sociales. En el arte es indispensable replantear
las posibilidades que ofrece la olfacción a la creatividad
y, sobre todo, superar la idea de que los aromas forman
un mero espacio mercantil. Las opciones de expresión
odorífica en la modernidad son muchas, ya que sistemas automatizados de spray pueden producir aromas
transitorios y evitar así el proceso de habituación que ya
mencionamos. En el arte contemporáneo, el olor se ha
incorporado a las instalaciones, y los happenings tienen
el olor como materia prima; en el teatro y en algunos
cines se ha incorporado también el olor como parte del
proceso creativo. Christian Boltanski, en la instalación
“El olor de lo cotidiano” (2006), ha intentado mediante
el uso de ropas de personas fallecidas o desaparecidas
transmitir el olor del pasado. La escultura y la pintura
tienen o pueden tener un importante componente olfativo. Su uso en diversas instalaciones artísticas podría
producir algo así como un arte de los aromas y efluvios,
que a lo mejor es lo que ya en cierta forma están haciendo en la aromaterapia.
Como largos ecos que de lejos se confunden
En una tenebrosa y profunda oscuridad
Vasta como la noche y como la claridad
Los perfumes, los colores y los sonidos se responden.
Hay perfumes frescos como piel de niño
Suaves como los oboes, verdes como los prados
Y otros corrompidos, ricos y triunfantes.
Que tienen la expansión de las cosas infinitas.
Como el ámbar, el almizcle y el incienso
Que cantan los éxtasis del espíritu y de los sentidos.
(Baudelaire, Correspondances)
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REFERENCIAS
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and Expression of Pavlovian Fear Conditioning”, J. Neurosci,
vol. 26, núm. 48.
DR. CONRADO HERNÁNDEZ LÓPEZ
(21 de abril de 1964-19 de marzo de 2008)
E
l pasado miércoles 19 de marzo fue asesinado en la ciudad de México, víctima de un intento de robo, nuestro amigo, compañero y colega Conrado Hernández López, miembro
de nuestro Consejo de Redacción y anteriormente subdirector de nuestra revista.
Miembro fundador de Metapolítica, fue un baluarte de la revista: su infatigable labor, su
gran talento, su enorme vigor intelectual, su amplia generosidad y su espíritu abierto han
constituido una parte fundamental de este esfuerzo. Incluso en los días más aciagos para
este proyecto editorial, siempre estuvo en primera línea para defenderlo y fortalecerlo: estamos en perpetua deuda con él.
El Dr. Hernández López era ya un importante y consolidado investigador de las ciencias
y humanidades de nuestro país, promotor y animador de importantes publicaciones culturales, con todavía mucho por aportar a la comunidad académica y a la sociedad mexicanas,
lo que se ha visto truncado por su prematura, absurda y trágica muerte, la que no nos cansaremos de deplorar.
Exigimos a las autoridades el máximo castigo que la ley establece para los delincuentes
que perpetraron tan artero y cobarde crimen, así como establecer políticas encaminadas a
garantizar la seguridad de todos los ciudadanos, no sólo los de la ciudad de México, sino del
país entero.
Para la esposa, familiares y seres queridos de Conrado, así como para la comunidad académica a la que tanto ha dolido su ausencia irremediable, toda nuestra solidaridad y nuestra
fraternidad.
Para Conrado, nuestro agradecimiento
y el recuerdo inmarcesible. Descansa en paz.
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