Termalismo y turismo en la España del siglo XIX

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CARLOS LARRINAGA
Universidad de Granada
Termalismo y turismo en la España del siglo
XIX
RESUMEN
Mediante el presente artículo se pretende abordar la contribución
del termalismo al nacimiento del turismo en la España del siglo
XIX. Siendo verdad que existía una práctica termal anterior, lo
cierto es que fue en el siglo XIX cuando el sector empezó a estar
regulado y cuando se produjeron importantes avances en la
privatización de las aguas, en el nacimiento de ciertas empresas
explotadoras de los sitios termales o en los medios de transporte,
al tiempo que poseemos los primeros datos sobre afluencia de
bañistas a los establecimientos termales españoles. Todo ello,
evidentemente, dentro de la lógica del paradigma higienista
imperante y con las limitaciones características del desarrollo
termal en España, carente de esas importantes “ciudades de
aguas” existentes en otros países europeos.
PALABRAS CLAVE: Termalismo, Turismo, Siglo XIX, España.
Códigos JEL: N0, N7.
ABSTRACT
This article aims to address the contribution of the spas at the
birth of tourism in Spain in the 19th century. It is true that there
was a previous thermal practice, it seems that it was in the 19th
century when the sector be regulated and when there were major
advances in the privatization of water, the birth of certain
exploitative enterprises thermal sites or means of transport at the
time that we have the first data on influx of bathers to Spanish
spas. This, of course, within the logic of the prevailing hygiene
paradigm and characteristics of these important "water city"
thermal in Spain, lacking development constraints exist in other
European countries.
1
KEYWORDS: balneotherapy, tourism, century XIX, Spain.
JEL Codes: N0, N7.
2
Introducción
Es bien conocido que en muchos centros termales
hay constancia de que sus aguas ya fueron usadas en
tiempos de los romanos, si bien, en realidad, los orígenes
del turismo en España los podemos situar en el siglo XVIII
y, sobre todo, en el siglo XIX, teniendo en cuenta, eso sí,
que el termalismo fue un fenómeno minoritario, sin llegar a
ser jamás un fenómeno de masas1. En verdad, fueron las
capas más altas de la sociedad las que preferentemente
acudían a los establecimientos de aguas minerales. Unas
aguas minerales cuyo interés se había despertado ya en el
siglo XVIII como consecuencia de dos hechos
fundamentales, a saber: el higienismo y los avances en la
química. De hecho, la afluencia de visitantes a los
balnearios desde la segunda mitad de esa centuria hizo
que pronto se pensara en su regulación. En este sentido,
sobresalen el Decreto de 29 de junio de 1816, por el cual
las fuentes minerales quedaban sujetas a legislación,
debiendo contar con un médico director y con análisis de
las aguas de cada fuente, o el primer Reglamento de
Baños, que data de 1817. Además, en 1834 se sentaron las
bases fundamentales de la organización termal en España,
ya que el Estado empezó a intervenir en la conservación y
explotación de las fuentes. Con todo, los turbulentos
acontecimientos políticos de las décadas centrales del siglo
1
Sobre la controversia existente entre termalismo y turismo, sobre si
realmente el termalismo debe ser considerado una parte de la actividad
turística del siglo XIX o sobre su contribución al mismo, véase la
interesante aportación de Penez (2005), pp. 219-225. Brevemente, aun
a pesar de calificar de ambigua entre termalismo y turismo, a la
pregunta de si existen “verdaderos” turistas en los centros termales
Penez responde afirmativamente. En su opinión había huéspedes que
se desplazaban a los establecimientos balnearios porque estos ofrecían
posibilidades de alojamiento y de infraestructura imposibles de
encontrar fuera de los mismos, además de permitir hacer turismo por
sus alrededores. De forma que, aunque el termalismo fue algo previo al
turismo, al menos en su definición desde el siglo XIX, para este autor,
el termalismo se adaptó e incorporó el fenómeno turístico. Es por ello
que el termalismo ha sido un factor clave del desarrollo del turismo al
proporcionar razones para viajar a un aparte de las elites.
3
XIX
generaron
importantes
deficiencias
en
su
funcionamiento. Hubo que esperar, pues, al nuevo
reglamento de 1874 para poner coto a las mismas. Sin
duda, la vigencia de este reglamento hasta bien entrado el
siglo XX es una clara prueba de su éxito.
Sin embargo, y pese al importante número de
fuentes termales por casi todo el territorio nacional, en
España no hubo grandes ciudades termales; más bien
algunos hoteles o casas de huéspedes alrededor de
pequeñas poblaciones. Lo cual no fue óbice para que,
sobre todo, desde el Reglamento de 1874, las inversiones
en los balnearios españoles aumentaran notablemente,
algunos llegando a ser auténticos establecimientos de lujo.
Aunque esto no fue suficiente, ya que ninguno de ellos
llegó a tener verdadera fama internacional, de suerte que
su clientela fue predominantemente nacional. Pese a lo
cual, la trascendencia del termalismo en el desarrollo
histórico del turismo español parece innegable. Tal es así
que, como fenómeno, se ha sostenido que hizo dos
aportaciones fundamentales a la historia del turismo
moderno. Por un lado, le transmitió su marcada
estacionalidad; por otro, favoreció la aparición en torno a la
propia terapia médica de toda una serie de actividades
complementarias o de ocio2.
Las aguas termales en el paradigma higienista
El
termalismo
antiguo
estuvo
vinculado
esencialmente al mundo romano, de manera que son muy
cuantiosos los vestigios arqueológicos termales hallados en
numerosos lugares del antiguo imperio, incluida, por
supuesto, España, bien en las vetustas ciudades romanas,
bien en las mansiones o villas de los grandes patricios. De
hecho, no faltan en muchos de los centros termales
españoles restos arqueológicos de tal naturaleza o,
siquiera, referencias a una tradición cuando menos de
aquella época3. Es cierto que con la implantación del
2
3
Moreno (2007), p. 25.
Oró (1996), pp. 127-128. Véase también Peréx Agorreta (ed.) (1997).
4
cristianismo la práctica termal estuvo mal vista, ya que ese
cuidado del cuerpo y el propio mito de la belleza fueron
sustituidos por el cultivo del espíritu y la idea de la
mortificación de la carne. De ahí la condena de la práctica
termal, aunque es posible que no llegara a desaparecer del
todo, pues se sabe que existen determinadas prácticas
populares que así parecen avalarlo. En el caso español,
además, los baños árabes pudieron constituir, en cierta
medida, una especie de continuación de la toma de baños
de la época antigua. Es más, incluso la propia Iglesia
terminó por aceptar el baño como signo de purificación del
alma y de expiación de los pecados.
Por todo ello, es posible afirmar que la vieja tradición
romana de los baños termales no desapareció totalmente4.
En Suiza, por ejemplo, en torno a 1200 tenemos al menos
una docena de balnearios que empezaron a ser
frecuentados por causas terapéuticas5. No obstante,
semejantes centros fueron más numerosos en los siglos
XVI y XVII en Francia, Bohemia o la misma Suiza. En este
último país, la localidad termal más famosa fue, sin duda,
Baden, cuyas aguas termales eran ya conocidas en
tiempos de los romanos. Lo cierto es que debió conservar
un gran prestigio durante mucho tiempo, puesto que tanto
el humanista Poggio Bracciolini, quien se alojó allí a
principios del siglo XV, publicando en 1415 Una descripción
de los baños de Baden; como el escritor francés Michel de
Montaigne, quien visitó esta estación 165 años más tarde,
constataron una gran afluencia de bañistas. Montaigne
emprendió en 1580 el viaje que relata en su Journal de
voyage en Italie par la Suisse et l’Allemagne, alojándose en
diferentes centros termales6. En España la situación fue
bien distinta, ya que en el siglo XVII y principios del XVIII
4
Authier (1997:27) insiste en la idea de que la Edad Media no fue ajena
al fenómeno termal, tal como tradicionalmente se ha venido señalando.
5
P. P. Bernard: Rush to the Alps. The Evolution to Vacationing in
Switzerland, East European Quarterly, Boulder, Colo., 1978, op. cit. por
Battilani (2001), p. 91.
6
Jarrassé (1999), pp. 25-26.
5
las fuentes minerales se encontraban en una situación de
claro abandono7. Todo parece indicar que fueron los
Borbones quienes impulsaron y practicaron esa tradición de
otros monarcas europeos de pasar largas temporadas en
estaciones termales. De hecho, ante semejante abandono,
el marqués de la Ensenada, a la sazón secretario del
Consejo de Castilla, encargó al prestigioso médico Pedro
Gómez de Bedoya la elaboración de una relación de
fuentes y baños minerales de todo el país, plasmándose en
la inconclusa Historia Universal de las Fuentes Minerales
de España, que, a la postre, sirvió para avivar la
preocupación por el estado de las aguas y baños minerales
del reino8.
Semejante impulso dado por estos monarcas al
fenómeno del termalismo cabe entenderlo en el contexto
del triunfo del paradigma higienista. A este respecto,
debemos definir el higienismo como esa corriente de
pensamiento desarrollada por diferentes médicos desde
finales del siglo XVIII, consistente, en esencia, en otorgar
una gran influencia e importancia al entorno social y
ambiental en el origen y evolución de las enfermedades. No
hay que olvidar que los médicos higienistas insistieron tanto
en la falta de salubridad de las ciudades industriales, como
en las pésimas condiciones de vida de los obreros fabriles
como consecuencia de la Revolución Industrial. No es de
extrañar, por tanto, que estos facultativos se interesaran
por el medio natural y por su posible conexión con los
problemas patológicos del individuo. De hecho, la aparición
de la ciudad industrial alteró bruscamente el antiguo
equilibrio entre campo y ciudad, lo cual explicaría, según
Paolo Sica, el surgimiento de dos formas de asentamiento,
la ciudad especializada del trabajo y la ciudad
especializada del tiempo libre9. Las villas termales
7
Alonso Álvarez, Lindoso Tato y Vilar Rodríguez (2009), p. 6.
Agradezco al profesor Luis Alonso Álvarez su amabilidad por haberme
permitido consultar este manuscrito aún inédito.
8
Alonso Álvarez, Lindoso Tato y Vilar Rodríguez (2009), pp. 6-9.
9
Sica (1981), t. I, pp. 905-906 y t. II, pp. 980-981.
6
entrarían, sin duda, en esta categoría. De forma que el
balneario se configuró como un espacio de trasgresión
ritualizada del orden de la ciudad y, al mismo tiempo, de
búsqueda de intimidad con la naturaleza, de vuelta, siquiera
temporal, a su seno. Los balnearios, pues, serían ámbitos
sagrados, contrapuestos al orden productivo10.
Así, fue precisamente en el siglo XVIII, en el marco
de ese movimiento cultural que conocemos bajo la
denominación de la Ilustración, cuando la curación
mediante las aguas minerales empezó a estudiarse de
forma científica como una rama más de la medicina. Dentro
de esos planteamientos racionalistas que caracterizaron a
esa centuria, distintos intelectuales y médicos se sintieron
más atraídos por las ciencias útiles que por las puras
especulaciones, publicando numerosos libros y tratados
sobre la bondad de las aguas, tanto minerales como
marinas. Pero, al mismo tiempo, no hay que olvidar los
importantes avances que se produjeron en el campo de la
química. Avances que contribuyeron decididamente a esta
nueva valoración de las aguas termales, precisamente por
los análisis de las mismas que tales avances permitieron.
Dichos análisis posibilitaron la valoración de la calidad de
las aguas y contribuyeron al conocimiento de las mismas
con vistas a la curación de una u otra enfermedad. Por eso,
Jerónimo Bouza ha afirmado que el desarrollo de la
química produjo el mayor avance en el conocimiento de las
aguas y sus efectos sobre el organismo11.
Gracias a estos avances, durante la primera mitad
del siglo XIX se fue extendiendo por toda Europa la
confianza en las propiedades salutíferas de las aguas. En
este sentido, los escritos médicos y las propias medidas
adoptadas por el Estado jugaron un papel muy destacado
en la difusión de la creencia en las características curativas
de las aguas termales12. De ahí que las topografías
médicas constituyeran un instrumento privilegiado para la
10
Del Caz (2000), pp. 13 y 15-16.
Bouza (2000), p. 4.
12
Alcaide (1999).
11
7
propagación de la idea de la bondad de las aguas. Un
instrumento que, inicialmente, sólo tuvo eco entre los
sectores privilegiados de la sociedad, los cuales fueron los
primeros en acudir a tales establecimientos termales a
disfrutar del uso de las aguas minerales durante largas
temporadas. Sólo ellos disponían del tiempo y de la riqueza
suficiente como para poder permitirse semejantes
estancias.
Precisamente,
atendiendo
a
las
recomendaciones médicas y creyendo firmemente en el
poder reparador de las aguas, esa humanidad doliente se
ausentaba de las grandes ciudades para tomar las aguas
durante un tiempo y así sanar su quebrada salud o
simplemente fortalecerla. De hecho, las aguas situadas
demasiado cerca de las capitales raramente se
desarrollaron o continuaron en activo en época romántica.
En realidad, la aspiración de reencontrarse con la
naturaleza agreste pretendía ser hallada en las estaciones
termales, tanto por su marco salvaje, como por la
fascinante presencia de las aguas. Se acentuaba así la
sensación de penetrar en un mundo en el que las fuerzas
telúricas estaban más cercanas13. Consistía, como ya se ha
dicho, en diferenciar claramente el espacio dedicado a la
producción del espacio consagrado al tiempo libre.
En conclusión, para el último cuarto del siglo XIX el
modelo higienista se encontraba ya plenamente extendido
entre las diversas capas de la sociedad. El proceso de
imitación del que hablara Marc Boyer (2002:27) había
tenido resultados. En efecto, desde las capas más altas de
la sociedad se había ido propagando la idea de confianza
en las propiedades curativas de las aguas minerales. Hasta
tal punto que incluso los pobres tenían derecho a tomarlas
gratuitamente bajo prescripción médica y con un
comprobante de su situación social. La convicción en la
bondad de estas aguas fue tal que, durante las décadas
centrales del siglo XIX y aún a comienzos de la
Restauración, numerosos españoles acudieron a estos
establecimientos termales, aun cuando muchos de ellos
13
Jarrassé (2002), p. 38.
8
eran aún demasiado precarios y carentes de comodidades
o los medios de desplazamiento y comunicación eran muy
limitados. Sin embargo, la creencia en el poder curativo de
estas aguas era muy robusta, por lo que amplios sectores
de la sociedad estaban dispuestos a hacer semejantes
sacrificios14. No cabe duda de que todavía en el último
cuarto del siglo XIX este desplazamiento a los
establecimientos termales se hacía por motivos de salud y
no tanto de ocio, como sucederá más tarde. Aunque para
las décadas finales de esa centuria, como luego se verá,
este paradigma higienista entró ya en crisis.
La regulación de las aguas termales
Si bien es verdad que, como se ha mencionado, en
la segunda mitad del siglo XVIII el termalismo empezó a
desarrollarse en España, lo cierto es que el verdadero
despegue de esta realidad no se dio hasta el siglo XIX,
siendo precisamente en esa centuria cuando se produjo el
auténtico despliegue de la regulación de esta actividad. Así,
atendiendo al ideario liberal que presidió las Cortes de
Cádiz, éstas jugaron un papel determinante en todo lo
relativo al desbloqueo del problema de la propiedad, en la
medida en que la aprobación de una legislación que
suprimía los señoríos jurisdiccionales afectó asimismo a las
aguas, incluidas las minerales. Previamente, el doctor
Ramón López Mateos había escrito en 1801 una obra en la
que, siguiendo la ya mencionada tradición del siglo XVIII,
denunciaba el descuido en el que se encontraban los
centros termales, por lo que consideraba la posibilidad de
solicitar un cuerpo de facultativos especialistas para dichos
establecimientos15. Ciertamente, sus reflexiones no cayeron
en saco roto, ya que constituyeron el fundamento del
14
Para una visión general del turismo termal durante la Restauración,
véase Larrinaga (2003).
15
La obra se titulaba Pensamiento sobre la razón de las leyes,
derivadas de las ciencias físicas o filosofía de la legislación, por don
Ramón López Mateos, del Colegio de Medicina de la Corte, obra citada
y analizada por Alonso Álvarez, Lindoso Tato y Vilar Rodríguez (2009),
pp. 19-20.
9
Reglamento de 1817. No obstante, las fuentes minerales
quedaron ya sometidas a legislación mediante el Real
Decreto de 29 de junio de 1816, en virtud del cual se
nombraba, en cada sitio termal importante del reino, un
médico director. Con semejante medida se trataba de evitar
el desorden existente hasta entonces en las casas de
baños. Al mismo tiempo, el decreto ordenaba el estudio de
las aguas. Estudio que debía ser hecho por un auxiliar de
medicina con el fin de ofrecer al público y al Estado
garantías suficientes para su utilización y administración.
Este Real Decreto sirvió de base para la legislación
posterior. En concreto, para el Reglamento de 28 de mayo
de 1817 (en el que se regulaba la función inspectora, de la
que respondería la Junta Superior Gubernativa de
Medicina; las atribuciones de los directores médicos; las
actividades de los dolientes; y las de los bañeros y demás
personal de servicio16) y para el del 7 de octubre de 1828,
el cual constituyó una recopilación necesaria que
incorporaba las distintas modificaciones que con la práctica
se habían añadido a la legislación precedente. En cualquier
caso, en ambos reglamentos se concedió un protagonismo
excesivo a los facultativos, algo que influyó decididamente
en el sector, ya que, según Alonso Álvarez, Lindoso Tato y
Vilar Rodríguez (2009:32), este hecho retrasó el
crecimiento de la empresa moderna en el mismo, de suerte
que en España, a diferencia de otros países como Francia
o Alemania, no emergió una empresa moderna en los
principales balnearios hasta el último tercio del siglo XIX.
De todos modos, hubo que esperar al nuevo
Reglamento de 3 de febrero de 1834 para que fueran
fijadas las bases fundamentales de la organización termal
en España. Aunque mantenía en gran medida la estructura
de los reglamentos precedentes de 1817 y 1828, la
principal novedad estuvo en su posición respecto de los
aspectos relativos al absolutismo de los dos reglamentos
anteriores, sobre todo, en lo referente al papel que el
16
Véase el análisis de Alonso Álvarez, Lindoso Tato y Vilar Rodríguez
(2009), pp. 23-24.
10
monarca había desempeñado en el nombramiento de los
facultativos. Además, mientras que en los dos reglamentos
anteriores se había primado el papel de los facultativos,
relegando a un segundo plano a los propietarios, los
liberales de todo signo, sin embargo, intentaron disminuir la
influencia de los médicos directores, situando a la
propiedad en el eje de la regulación17. Incluso, a partir de
este Reglamento el Estado comenzó a intervenir en la
conservación y explotación de las fuentes. La delegación
de sus poderes administrativos fue confiada a un
funcionario que debía probar su aptitud científica en un
concurso. Por su parte, el gobierno tenía la competencia de
la inspección de los establecimientos termales en materia
de salubridad, de buen orden y de policía sanitaria. De
hecho, la estrecha relación entre los baños termales y la
salud pública implicó la presencia constante del Estado en
su regulación.
Sin embargo, las décadas centrales del siglo XIX
fueron especialmente turbulentas en España, fruto de las
grandes dificultades que tuvo el liberalismo para imponerse
de forma clara. Los tres conflictos carlistas que jalonan la
centuria son una buena prueba de ello. Y, sin duda,
semejante conflictividad influyó, como no podía ser de otra
manera, en la propia reglamentación de las aguas termales
españolas, en especial, en todo aquello que tuvo que ver
con la provisión de plazas de médicos directores. De
hecho, las deficiencias en este terreno fueron muy
numerosas. Hasta tal punto que el Reglamento del 11 de
marzo de 1868 tuvo por objeto el tratar de encontrar una
solución a este problema, introduciendo como gran
novedad la declaración de utilidad pública de las aguas,
que a partir de ese momento se mantuvo. Ahora bien, las
nuevas autoridades surgidas de la Revolución Gloriosa de
septiembre de ese mismo año lo suprimieron,
fundamentalmente por el descontento de los directores
médicos, cuyos ingresos se habían visto muy mermados
con el reglamento de marzo, debiendo aguardar al
17
Alonso Álvarez, Lindoso Tato y Vilar Rodríguez (2009), pp. 34-35.
11
Reglamento de 29 de septiembre de 1871, en vigor hasta
1874, para ver organizados provisionalmente los
establecimientos de baños y las aguas minerales de
España. Provisionalmente porque el propio reglamento de
1871 se adjetivaba como provisional.
Precisamente, el Reglamento de 12 de mayo de
1874 tiene especial importancia, habida cuenta de que, con
algunas ligeras modificaciones, estuvo en vigor hasta bien
avanzado el siglo XX. Coincide, además, con el gran
despegue de la balnearioterapia en España. De esta forma,
los propios liberales del Sexenio ponían fin a la
provisionalidad del reglamento de 1871. En cierta medida,
el contenido del nuevo reglamento reposaba en lo
dispuesto en la Ley de Sanidad de 28 de noviembre de
1855, en virtud de la cual los establecimientos de baños
pasaban a depender del Ministerio de Gobernación,
estableciéndose una estricta jerarquización que iba desde
la Dirección General del ramo hasta los médicos directores,
pasando por los gobernadores civiles y los propios alcaldes
de los municipios donde radicaban las aguas. También el
nuevo reglamento retomaba las declaraciones de utilidad
pública, pero tratando de poner coto a los excesos que se
habían producido en los últimos años. De ahí que se
justificara el carácter restrictivo de las nuevas normas,
fijándose unas condiciones más rigurosas para la obtención
de la declaración de utilidad pública. Ahora bien, por otro
lado, se apostaba por la expropiación de las fuentes
minerales y de los terrenos necesarios para la construcción
de establecimientos balnearios en caso de que los
propietarios se negaran a ello. En definitiva, se trataba de
un reglamento que buscaba terminar con las
irregularidades que hasta la fecha se habían dado en todo
lo que tenía que ver con establecimientos de baños, desde
las concesiones de utilidad pública de las aguas hasta la
cubrición de los puestos de los médicos directores.
Semejante intensificación de este control por parte del
Estado se justificó apelando a la importancia que para las
autoridades tenía la salud pública.
12
La conformación de la oferta termal
Si atendemos, en primer lugar, a la oferta natural de
aguas termales, lo primero que hay que decir es que
España es un país bien dotado de este tipo de fuentes18.
En 1877, por ejemplo, estaban registradas en la España
peninsular 1.865 fuentes minerales, lo que suponía una
fuente por cada 262,36 km2. Desde luego, la distribución de
estas fuentes era muy desigual por las distintas provincias,
hasta tal punto que 16 de ellas estaban por debajo de esa
media. Entre todas ellas destacaban, sin embargo,
Guipúzcoa y Vizcaya, con una fuente por cada 18,83 km2 y
una por cada 32,77 km2, respectivamente. También con un
importante número de fuentes termales figuraban en ese
año Galicia, Cataluña (excepto Tarragona), Álava, Navarra,
Oviedo y Logroño. De manera que la España atlántica
septentrional y los Pirineos concentraban la mayor parte de
las fuentes minerales de la España peninsular19. Con el
tiempo el número de fuentes termales fue a más,
manteniéndose, no obstante, una distribución parecida.
Ahora bien, una cosa es la oferta natural del recurso,
abundante, como se ha dicho, y otra la transformación de
esa oferta natural en oferta efectiva con vistas al disfrute de
los usuarios. En este apartado resultan evidentes los
avances que se produjeron a lo largo de toda la centuria, a
pesar de las dificultades políticas ya mencionadas y de los
cambios experimentados en la legislación. A este respecto,
la despatrimonialización del agua debió jugar un papel nada
desdeñable. Más arriba ya se ha hecho mención a la labor
legislativa de las Cortes de Cádiz, sobresaliendo la referida
a la abolición de los señoríos jurisdiccionales de 6 de
agosto de 1811, por la que se suprimía el dominio directo
señorial sobre las aguas, y la referida a la supresión de las
aguas de patrimonio regio de dos años más tarde (1813),
según la cual aquéllas pasaban a ser propiedad del dueño
18
En Francia, por ejemplo, el número de fuentes reconocidas por el
Estado alcanzó la cifra de 1.300 en 1898 (Grenier y Duboy (1985), p.
33).
19
Anuario (1877), p. 258.
13
del
dominio
útil,
eliminándose
el
canon
que
20
tradicionalmente existía . Se trataba, por tanto, de un
primer paso fundamental para el proceso de privatización
de las aguas termales. Más aún, en el caso de las aguas de
propiedad ahora comunal se inició un proceso imparable de
cesión del dominio útil a particulares a cambio de un canon,
reservándose la entidad que hacía la cesión el dominio
directo21.
Por lo general, estas cesiones del dominio útil se
hicieron por falta de medios de la comunidad para el
mantenimiento o puesta en explotación de estas fuentes
minerales. Más aún, a esta fase de despatrimonialización
impulsada por las Cortes de Cádiz no tardaría en sumarse
la corriente desamortizadora auspiciada también por los
liberales, de suerte que, en medio de las dificultades
económicas, muchos municipios se vieron abocados a
privatizar sus bienes comunales, incluidas las aguas
termales. Bajo el ideario liberal, se abría paso de forma
cada vez más contundente el triunfo de la propiedad
privada plena, lo que, sin duda, podría generar inéditas
expectativas de inversión por parte de los nuevos
propietarios. De hecho, y ya se ha mencionado más arriba,
en la sucesiva reglamentación del siglo XIX se insistió cada
vez más en la idea de la propiedad. Así, a mediados de esa
centuria la posesión de los establecimientos de aguas y
baños minerales en España se distribuía de la siguiente
manera: pertenecían a la nación 4, al Real Patrimonio 2, al
clero 1, a las instituciones de beneficencia 2, a las
provincias 5, a los propios de los pueblos 21 y a
propietarios particulares 5422.
Privatización de las aguas y legislación de las
mismas pueden constituir los dos primeros elementos a
tener en cuenta a la hora de calibrar la oferta de las aguas
termales españolas. En su trabajo aún sin publicar, los
profesores Alonso Álvarez, Lindoso y Vilar (2009) han
20
Véase, a este respecto, Maluquer (1983).
Alonso Álvarez, Lindoso Tato y Vilar Rodríguez (2009), p. 69.
22
Rubio (1853), p. 627.
21
14
reconstruido la evolución de las casas de baños oficiales a
lo largo de la centuria. Pues bien, en 1816 se identifican por
primera vez 31 balnearios oficiales que contarían con 29
directores-médicos. Sin duda, se trataba de las casas de
baños más destacadas de España, lo que no quiere decir
que no existieran otros establecimientos que ofrecieran sus
servicios, aunque en condiciones mucho más precarias.
Unos años más tarde, en 1833, el número de
establecimientos oficiales, con sus directores médicos y su
temporada de apertura de baños, ascendía ya a 35. A
pesar de los avances conseguidos, tal como ya se ha
dicho, la legislación vigente concedía un excesivo
protagonismo a los facultativos y menos a la propiedad, lo
que pudo retrasar el crecimiento de la empresa moderna
en el sector23. Esto podría explicar una cierta lentitud en las
inversiones. De hecho, en 1840 el número de
establecimientos oficiales sólo llegaba a 38, lo que quiere
decir que prácticamente en un cuarto de siglo el número de
casas de baños oficiales sólo había aumentado en siete,
una cifra aún muy corta en comparación con la expansión
del termalismo que se estaba dando en otros países
europeos24 En realidad, sólo a partir de los años cuarenta
empezó a aumentar de forma significativa el número de
establecimientos de baños. De manera que cuando Pedro
María Rubio publicó en 1853 su conocido Tratado completo
de las fuentes minerales de España hablaba de la
existencia en 1852 de hasta 90 fuentes con dirección
facultativa y de 80 directores entre propietarios e
interinos25. Lo que nos da una buena idea del fuerte
incremento de este tipo de centros que se había producido
en poco más de una década. En este sentido, Alonso
Álvarez et alii (2009:47) hablan de una cierta seguridad
jurídica que debió estimular la creación de nuevos
establecimientos y la reforma de los antiguos.
23
Alonso Álvarez, Lindoso Tato y Vilar Rodríguez (2009), p. 32.
Porter (ed.) (1990), Moldoveanu (1999) y Penez (2004).
25
Rubio (1853), pp. 602-603.
24
15
Desde luego, el hecho de que contaran con un
director médico, y que, por tanto, pudiesen ser
considerados establecimientos oficiales, no significa que
sus condiciones fueran en todos los casos las más
apropiadas. De hecho, si atendemos a la vaga, pero
significativa, clasificación de los establecimientos de baños
del reino por el estado en que se encontraban que el propio
doctor Rubio hizo en su tratado, tendríamos 20 centros
excelentes, 27 buenos, 27 medianos y los demás serían
sólo fuentes para la bebida o habría que calificarlos “muy
desventajosamente”26. Lo que significa que a mediados del
siglo XIX sólo prácticamente el 55% de los establecimientos
termales españoles contaban con unas condiciones
idóneas para los visitantes. Pese a lo cual, todo apunta a
que se habían producido mejoras notables en dichos
centros termales, lo que parece indicar un aumento de las
inversiones. Así parece deducirse de las palabras del
propio Doctor Rubio (1853:619), quien afirmaba que el
fomento y la mejora de los establecimientos de baños
españoles había comenzado tras la creación de la figura de
los médicos directores en 1817. De hecho, cerca de 20
habían surgido después de esa fecha, aunque, en realidad,
casi todos ellos se encontraban en una situación de
“prosperidad creciente”, habiéndose dado los mayores
avances desde 1840, hasta tal punto que los centros
calificados como excelentes habían sido creados o
mejorados en esa última etapa. Por lo tanto, todo parece
indicar la existencia de unas inversiones que posiblemente
se vieran favorecidas por una propia mejora en las
infraestructuras, habiéndose adecentado los accesos a los
propios establecimientos, de suerte que para mediados del
siglo XIX el 73,1% de ellos tenía ya acceso por carretera o
camino de rueda y sólo un 26,9% se mantenía como a
principios de esa centuria, es decir, sin caminos cómodos
para los clientes27.
26
Rubio (1853), p. 620-621.
Alonso Álvarez, Lindoso Tato y Vilar Rodríguez (2009), p. 50, a partir
de los datos de Rubio (1853), p. 573.
27
16
En cualquier caso, y a pesar de estas mejoras, los
obstáculos que se oponían a la modernización del sector
balneario en España no eran pocos. Por ejemplo, los
acontecimientos políticos, y más aún las guerras civiles,
fueron un factor muy negativo para el despegue del sector.
La Primera Guerra Carlista, de 1833 a 1840, fue un
conflicto que se extendió por buena parte del país y que se
caracterizó por su gran dureza. El levantamiento carlista de
1846 a 1849 influyó fundamentalmente en el noreste del
país, mientras que la Segunda Guerra Carlista, 1873-1876,
volvió a ser un conflicto generalizado, siendo el norte
peninsular el más perjudicado por la contienda. Por todo
ello, no cabe duda de que semejantes episodios bélicos en
propio territorio nacional debieron desincentivar la inversión
en este tipo de centros. Unos centros que muchas veces
fueron ocupados por las fuerzas en contienda, cuando no
destruidos o afectados por graves daños y pérdidas. Sin
duda, la situación política no era la más idónea para
fomentar la inversión. En consecuencia, no es de extrañar
que hacia 1850 de las 54 casas de baños de propiedad
privada -el resto eran municipales o del patrimonio del
Estado-, sólo 8 estuvieran escrituradas bajo la fórmula
jurídica de sociedad anónima28. De igual modo, esta
conflictividad bélica influyó en el estado y la seguridad de
los caminos, disuadiendo en muchos casos a los clientes a
emprender un viaje plagado de incertidumbres y peligros.
Sólo con la llegada del ferrocarril parece que la situación
del transporte en España empezó a mejorar, no entrando
aquí en aspectos tan debatidos como el ahorro social o la
rentabilidad de las líneas férreas españolas. En definitiva,
todas estas circunstancias debieron desincentivar la
inversión, por lo que muchos de estos establecimientos,
como ya se ha dicho, no presentaban las condiciones más
idóneas para sus clientes. La normalización política; el
propio marco institucional, cada vez más favorable a la
propiedad, como ya se ha visto; y las mejoras en los
28
Alonso Álvarez, Lindoso Tato y Vilar Rodríguez (2009), p. 58.
17
transportes debieron ser fuentes, sin duda, de incentivación
al capital.
Por otro lado, las propias condiciones económicas
también debieron influir en la tardanza del despegue del
termalismo en nuestro país. No se puede negar el avance
del capitalismo en la España del siglo XIX, aunque el
crecimiento industrial entre 1861 y 1935 fue del orden del
2%, lo que puede ser calificado de mediocre29. Aunque en
este caso también habría que tener en cuenta las fuertes
diferencias regionales existentes. Por ejemplo, para
principios del siglo XX es posible hablar ya de algunas
provincias claramente industrializadas, como, por ejemplo,
Vizcaya o Barcelona. En otros casos el proceso de
industrialización y desarrollo de servicios avanzaba
considerablemente, como en Guipúzcoa, Asturias,
Cantabria, Madrid o la Comunidad Valenciana, por ejemplo.
Pues bien, cabe pensar que este crecimiento, aunque
limitado, permitió una diversificación de las inversiones,
sobre todo, en el último tercio del siglo XIX, una vez que la
situación política española se hubo calmado tras los
turbulentos acontecimientos del reinado de Isabel II y del
Sexenio revolucionario. De hecho, junto a los subsectores
tradicionales de inversión, el comercio y la industria, en
esas décadas se asistió a una diversificación de las
inversiones, de forma que, a medida que la demanda de
servicios turísticos fue aumentando, todo parece apuntar a
que la propia oferta fue mejorando a consecuencia de
nuevas inversiones en este subsector. Los establecimientos
termales mejoraron y una parte de la burguesía vio en el
turismo un nuevo campo en el que invertir. Hasta cierto
punto, la mayoría de los centros termales guipuzcoanos,
vizcaínos y cántabros parecen responder claramente a esta
lógica inversora, pues, de hecho, para los años ochenta del
siglo XIX buena parte de ellos presentaban las
características de un equipamiento mercantil en plena
29
Carreras (1992), p. 176.
18
actividad30. No obstante, ésta no fue la tónica general en
todos los establecimientos españoles, a tenor de algunos
datos conocidos. Así, a principios del siglo XX se hablaba
de 22 balnearios “modelos” en su clase y especie, de 40
con aceptables instalaciones nada más y bastante confort,
de 34 cuyo estado no era el que debieran tener y de lo
menos 20 en los que el Estado debería intervenir
seriamente para su clausura definitiva31.
La demanda de aguas termales
Como ya se sabe y se ha comentado, tanto en la
sociedad romana como musulmana la cultura del baño
estuvo siempre muy presente. Evidentemente, sin
remontarnos a periodos tan antiguos conviene centrarnos
aquí en la conformación de la demanda de aguas termales
a lo largo del siglo XIX. Para el historiador del turismo Marc
Boyer, el XVIII debe ser considerado no sólo como el siglo
de la Revolución Industrial, sino también como el siglo de la
Revolución Turística, referida inicialmente a la ciudad
termal inglesa de Bath32, la cual experimentó un periodo de
esplendor desde el siglo XVIII en adelante gracias al
fenómeno del termalismo y a la visita de las altas capas de
la sociedad británica33. Al mismo tiempo, y volviendo una
vez más al higienismo, tampoco hay que olvidar la
preocupación por la salud por parte de los sectores sociales
más pudientes, hasta tal punto que, como ha señalado
Peter Borsay, la salud pasó a formar parte de esa
Revolución del Consumo que conoció esta época y que tan
bien ha sido estudiada34.
30
Del Caz (2000), p. 23. Para una visión general, véase San Pedro
(1990) y para un estudio en profundidad, el propio libro de Del Caz
(2000).
31
Reseña (1903), pp. 17-18.
32
Boyer (2002), p. 18.
33
Gadd (1971), Neale (1981), Cunliffe (1986), Davis & Bonsali (1996) y
Borsay (2000).
34
Borsay (2008), p. 17. Sobre la Revolución del Consumo, véase la
conocida obra de McKendrick, Brewer & Plumb (1984) o más
recientemente Berg (2005).
19
No hace mucho, a la pregunta de cómo salir de la
complejidad del turismo, del análisis de sus efectos, sin
buscar sus causas, Marc Boyer contestaba que no tomando
al turismo como una cifra, sino como una adquisición
cultural, siguiendo el proceso de las invenciones de
distinción que crean prácticas, comportamientos y lugares
de turismo, provocando al mismo tiempo una difusión por
imitación. De ahí que fueran primero los guardianes de la
cultura o “gate-keepers” quienes inventaran, para que
después los “stars” (los “grandes” de este mundo, las capas
privilegiadas de la sociedad) consagraran. Aunque, advierte
Boyer, el exceso de éxito podría perjudicar a la distinción
del lugar o a la práctica, produciéndose entonces nuevas
distinciones35. En efecto, la popularización de un destino
turístico mediante un proceso de capilarización social
puede poner en peligro la excelencia de un destino,
poniendo fin a su distinción. Desde luego, este
planteamiento de Marc Boyer chocaría, en buena medida,
con el interés consistente en la imitación de pautas
populares por parte de grupos cultos y de rentas altas36.
Pautas populares de uso de aguas termales que, en una
especie invertida de lo que Neil McKendrick calificó de
tricke down, habrían sido apropiadas por sectores más
pudientes de la sociedad37. Esta idea ha sido retomada
recientemente por Alonso Álvarez et alii (2009:5 y 11),
quienes cuestionan la idea de “invención de la tradición” de
Boyer, para señalar que, en el redescubrimiento del
termalismo español, debieron confluir tres tradiciones
existentes y no inventadas, a saber: la romana, la
musulmana y la popular. En opinión de estos mismo
autores, sobre este conjunto actuó el impulso de las elites
culturales consiguiendo estimular actividades hasta
entonces olvidadas (baños romanos y musulmanes) o
35
Boyer (2002), p. 15.
Entre otros, un ejemplo claro lo tenemos en Fortuna (Murcia), para el
cual véase Ramallo (1998), p. 71.
37
McKendrick (1959-60).
36
20
relegadas a prácticas de grupos sociales de rentas bajas38.
Asimismo, también Jérôme Penez (2005:69) ha señalado
para Francia la existencia de un termalismo de
“proximidad”, refiriéndose a la permanencia de un
termalismo de tradición esencialmente rural, de carácter
“popular y local”, practicado, sobre todo, en los pueblos
termales, pero también en las ciudades de aguas más
célebres. Hasta el punto de afirmar que fueron las
poblaciones locales las que primero se interesaron por las
cualidades terapéuticas de las aguas minerales39.
Polémicas aparte y retomando el argumento de Marc
Boyer, entre los “gate-keepers”, esos guardianes de la
cultura o descubridores, sobresaldrían, sin duda, los
galenos, con la confección de sus topografías médicas. Al
insistir en la bondad de determinadas aguas, parecían
influir positivamente en este limitado sector de la sociedad
que Boyer ha denominado los “stars”, grupo al que
pertenecerían la realeza, la aristocracia y la alta burguesía,
los grandes consumidores de los más importantes
establecimientos balnearios. En efecto, la presencia de
estos sectores de la sociedad en uno de estos centros no
hacía sino consagrar el lugar, convertirlo en un referente de
distinción y, en consecuencia, garantizar su éxito. En el
caso de Bath las fechas son muy tempranas, pues ya en
1569 el doctor William Turner escribió un primer tratado
médico sobre las bondades de las aguas de esa ciudad.
Bath no tardó entonces en ser consagrada por el conde de
Pembroke, un joven noble apasionado del termalismo, que
pronto conseguiría introducir a una parte de la nobleza
inglesa, incluida la propia reina, en esta práctica40. En el
caso español las fechas son más tardías, pero la lógica
parece ser la misma. Con algunos precedentes en el siglo
XVII, en el XVIII surgió una literatura médica que no sólo
evidenció el estado de abandono en que se hallaban las
38
Alonso Álvarez, Lindoso Tato y Vilar Rodríguez (2009), p. 5.
Alonso Álvarez, Lindoso Tato y Vilar Rodríguez (2009), p. 11.
39
Penez (2005), p. 89
40
Battilani (2001), p. 94.
38
21
aguas termales del país, sino que, al mismo tiempo, insistió
en lo beneficiosas que eran para la salud pública41. Eran
nuestros “gate-keepers” particulares. Entre los primeros
“stars” tendríamos, sin duda, a Carlos III o a su hijo, el
duque de Calabria, el infante Antonio Pascual de Borbón,
quien visitó las ruinas de los baños de Sacedón
(Guadalajara) en 1791 y 1800, construyendo a sus
expensas una casa de baños42. Sin duda, desde ese
momento la presencia de los distintos miembros de la
familia real en los centros balnearios fue muy frecuente, así
como la de numerosos aristócratas, políticos o grandes
hombres de negocios. Era la consagración del termalismo
por parte de los “stars”.
Y a partir de aquí interesa señalar también cómo se
construye un producto turístico, es decir, cómo estos
lugares con fuentes termales devienen destinos turísticos.
Para explicar este proceso conviene recurrir a la
formulación que en su día hizo Michel Chadefaud a la hora
de analizar el caso francés de los países del Adour43. Pese
a que la terminología pudiera resultar un tanto anticuada en
algunos casos, lo cierto es que su modelo de análisis sigue
siendo válido. Según este autor, en las sociedades
industriales se da una división entre “grupos sociales de
clases dominantes” y “grupos sociales de clases
dominadas”, de manera que las principales ideas y
creencias de dichas sociedades emanan del grupo social
de las clases que controlan los poderes económicos,
religiosos, jurídicos, etc. y que, en terminología de Boyer,
podríamos considerar como los “stars”.
Se trataría, en definitiva, de una “ideología
dominante” que impregna las actividades y los
comportamientos tanto en período laboral como no. Por
consiguiente, prácticas como el termalismo, el baño de ola,
el ponerse moreno, etc. han sido articuladas por estas
41
Un buen análisis de estas obras lo encontramos en Alonso Álvarez,
Lindoso Tato y Vilar Rodríguez (2009), pp. 6-10.
42
Mercado Blanco et al. (2003), p. 75.
43
Chadefaud (1987), pp. 16-21.
22
“clases dominantes”. Pero esa demanda social compuesta
de necesidades en las que lo objetivo y lo subjetivo se
entremezclan se canaliza por percepciones hechas
mediante imágenes, discursos, etc.; en definitiva, mediante
“representaciones”.
Representaciones que, en el caso de perdurar,
pueden adquirir el poder de un mito que sirve de referencia
o de modelo para las clases dominadas, es decir, para los
estratos inferiores de la sociedad. Un mito no en el sentido
de una creencia basada en la ignorancia o la credulidad,
sino entendiéndolo como lenguaje, como palabra, como
sistema de comunicación o mensaje. De forma que, en la
medida en que su uso social no es contestado o
reemplazado por otro mito puesto de moda, aquél guardará
vivamente las representaciones que alimentan una
demanda social en aumento. Y de esta manera Chadefaud
llega al concepto de “producto”, fácil de definir en el caso
turístico puesto que estaría articulado, bajo un
planteamiento sistémico, sobre tres elementos, a saber: el
alojamiento, el transporte y el ocio. Aunque en semejante
proposición en seguida se nos suscita el saber cuáles son
las relaciones existentes entre los dos términos del binomio
mito-producto. Pues bien, alejándose del materialismo
marxista, en el surgimiento de tales productos Chadefaud
no atribuye a la estructura económica, o más en concreto a
la infraestructura, un papel exclusivo o motor. Al contrario,
apela a la “estructura ideológica” o superestructura, ya que,
señala, que los bienes “fabricados” no se convierten en
“productos” si no se corresponden con deseos, con
aspiraciones profundas; en fin, con una demanda social.
Por eso, los lazos de unión entre los “productos
turísticos” y los “mitos” dibujan un vaivén, al igual que un
razonamiento compuesto de interacciones. De ahí que
plantee la hipótesis de que estos “mitos” hayan podido
influenciar sobremanera tanto en la definición como en la
elaboración concreta de los productos turísticos. Más aún,
el impacto espacial de un producto da lugar a lo que él
llama la “producción de espacio”. Y al hablar de “espacio
23
estereotipado” formula la hipótesis de que un espacio
turístico, tomado en su acepción material o inmaterial,
representa la proyección en el espacio y en el tiempo de los
ideales, de los mitos de la sociedad global. En este sentido,
un impulso de la función turística puede llevar a conceder
una situación económica privilegiada a un determinado
espacio, como pudo suceder con algunos lugares que
albergaron un establecimiento termal. Si bien, a este
esquema de hipótesis, Chadefaud incorpora la dimensión
diacrónica, el tiempo, llegando a distinguir tres grandes
momentos. Una primera fase de creación del producto,
generándose
una
oferta
inmaterial
mediante
representaciones mentales dirigida a una clientela potencial
que impulsa la creación de una oferta material
(alojamientos, equipamientos, etc.). Sin duda, el papel de
los “gate-keepers” en esta fase resultará de especial
importancia, el cual se verá avalado por la consagración
que lleven a cabo los “stars”. Precisamente, el despegue de
esta estructura potencial engendra una segunda fase de
maduración del producto, caracterizada por la expansión y
complejización del mismo. Se trataría de una etapa en la
que las acumulaciones de las inversiones serían notables,
aunque no es una fase completamente homogénea, ya que
en ella se suceden momentos de crecimiento y de recesión.
Posiblemente en esta etapa haya que situar la mencionada
capilarización de la que habla Marc Boyer. Finalmente, la
tercera y última etapa sería la de obsolescencia del
producto, generada por una inadecuación entre la oferta y
la demanda, que provoca el desfase del producto y de su
espacio material.
A partir de esta teoría de construcción de un
producto, termal en el caso que nos ocupa, es preciso decir
que, en realidad, en España no tenemos grandes ciudades
termales como en Francia, Alemania, Bélgica, Suiza o
Bohemia44. Aunque, en este sentido, también es necesario
44
Según el Anuario de 1877, pp. 286-287, las localidades termales
españolas a mencionar podrían ser las siguientes: Alhama de Aragón,
Alhama de Murcia, Alhama de Granada, Caldas de Montbuy, Trillo,
24
matizar, ya que muchas estaciones termales francesas, por
ejemplo, fueron pequeñas, no llegando en absoluto a la
categoría de “villes d’eaux” (las que acogían más de 2.000
pacientes al año, según Penez), las cuales en 1892
recibieron el 66,3% del total de visitantes, suponiendo sólo
un 14,07%. Muy alejadas, por tanto, de las cuatro
“hydropoles”, es decir, estaciones que recibían más de
10.000 pacientes al año45. Por lo que a España se refiere,
en general, estamos hablando de poblaciones más bien
pequeñas o simplemente de establecimientos termales más
o menos aislados, en los cuales no parece que se llegara a
la cifra de los 10.000 pacientes en ningún caso46. De todos
modos, y pese a que muchos de estos centros podían
competir con otros establecimientos extranjeros, habiendo
logrado importantes distinciones en exposiciones y
certámenes internacionales, lo cierto es que la clientela de
los balnearios españoles fue fundamentalmente nacional.
Carecemos de cifras precisas, pero el porcentaje de
extranjeros que visitaron las termas españolas debió ser
muy pequeño, a pesar de que algunos centros del País
Vasco o de la cordillera pirenaica estaban muy próximos a
la frontera. Por consiguiente, la demanda nacional fue la
predominante, no pudiendo competir con otros grandes
centros termales del continente visitados por un público
internacional nada desdeñable47.
Por consiguiente, habrá que centrar nuestra atención
en la demanda nacional. Y, a este respecto, lo primero que
hay que decir es que no contamos con estadísticas
sistematizadas. No obstante, a partir de los datos
Sacedón, Carratraca y Ontaneda, poblaciones bastante modestas en
relación con las ciudades termales de otros países europeos (véase
Moldoveanu, 1999).
45
Penez (2005), p. 47, tomando por referencia los límites territoriales
de la Francia actual.
46
Anuario de 1877, p. 29.
47
Para el caso francés, no obstante, se ha llegado a matizar que, en
realidad, sólo Vichy y Aix-les-Bains tuvieron una clara dimensión
internacional antes de la Primera Guerra Mundial (Authier (1997), p.
44).
25
proporcionados por las fuentes utilizadas, basadas
fundamentalmente en la afluencia de clientes a los
establecimientos termales, sí parece observarse una subida
de la demanda en la segunda mitad del siglo XIX. En este
sentido, pueden señalarse algunos factores que debieron
influir en este incremento. Primero, el aumento de la
población, que, si bien no fue espectacular, al menos sí
sostenido, ya que en menos de medio siglo pasó de casi 15
millones y medio de habitantes en 1857 a más de 18
millones y medio en 1900, cuando a comienzos de siglo
XIX estaríamos hablando de unos 11 millones de personas.
Lo que significa que, para toda la centuria, la tasa de
crecimiento anual se movió en torno al 0,5%48. Crecimiento
modesto sí, pero crecimiento, lo que se traduce en más
potenciales consumidores. Segundo, el aumento de la renta
nacional, que, según las distintas estimaciones existentes,
parece acrecentar en la segunda mitad del siglo49, lo cual,
en cierta medida, pudo tener también su reflejo en un alza
de bañistas, como, de hecho, sabemos que se dio,
fundamentalmente, en el último tercio del siglo XIX.
Tercero, las ya mencionadas mejoras en los medios de
transporte, sobre todo, en lo que al ferrocarril se refiere, y
en las propias infraestructuras de los establecimientos
balnearios también debieron influir en la propia demanda.
Las estimaciones más recientes sobre la asistencia
de clientes a los balnearios españoles han sido realizadas
por Alonso Álvarez, Lindoso Tato y Vilar Rodríguez (2009),
que matizan y completan más las cifras ofrecidas en su
momento por Octavio Montserrat Zapater (1998:15).
Mientras éste señala inicialmente a los enfermos, los
primeros tratan de estimar la afluencia total, incluyendo
todo tipo de clientes. Atendiendo, pues, a este último
criterio, para el periodo que va de 1847 a 1851, el número
de bañistas pasó de 39.000 a 46.000 en los 78
establecimientos que disponían de facultativo. A estos
enfermos registrados según la normativa al uso habría que
48
49
Pérez Moreda (1999), pp. 7-8.
Carreras (1985) y Prados de la Escosura (2003).
26
sumar los que acudían sin prescripción facultativa y los que
lo hacían por afición, además de los acompañantes,
familiares y sirvientes. Las cifras entonces podrían elevarse
a 77.000 y 89.000, respectivamente, lo que supone un
aumento del 15,8%, en unos años de importante
inestabilidad política por el levantamiento carlista de 1846 a
184950. A partir de entonces se fue produciendo un
aumento progresivo en la clientela, de suerte que para
1877, en los 141 establecimientos con facultativo, los
bañistas ascendieron a 80.647, mientras que la afluencia
total superó los 133.000, lo que significa un aumento de
casi el 50% respecto de 185151. Esta cifra estaría, en
verdad, muy próxima a la dada por Montserrat Zapater
(1998:16), quien, para el último tercio del siglo, habla de
unos 135.000 afluentes, distinguiendo entre unos 80.000
bañistas de pago, unos 14.000 gratuitos y 40.000
acompañantes. Una cifra en cualquier caso modesta, si la
comparamos con la estimación de 300.000 clientes,
enfermos y acompañantes, de los balnearios franceses al
final del Segundo Imperio52.
A partir de ese momento, sin embargo, parece que
se estancó, en contradicción, sin embargo, con un aumento
de los centros termales hasta finales de siglo. Por lo que
sabemos, las cifras más altas se consiguieron a principios
de la década de 1880, llegando a los 99.491 bañistas
registrados en 188253, para, a partir de ese momento,
empezar a declinar poco a poco, de manera que en los
años finales del siglo XIX y principios del XX podemos
hablar de unos 80.000 bañistas registrados y unos 40.000
acompañantes, por el cierre, según nos indica la fuente, de
50
Alonso Álvarez, Lindoso Tato y Vilar Rodríguez (2009), pp. 64-65.
Montserrat Zapater (1998), p. 15, habla de un total de 51.485 enfermos
que visitaron los balnearios españoles en 1847 y de 66.790 en 1850, tal
como se observa en la tabla adjunta.
51
Alonso Álvarez, Lindoso Tato y Vilar Rodríguez (2009), p. 87.
52
Wallon (1985), p. 176.
53
Anuario (1883), p. 459. Para este mismo año, Alonso Álvarez,
Lindoso Tato y Vilar Rodríguez (2009), p. 103, dan la cifra de 96.194
bañistas registrados y 158.721 afluentes.
27
algunos balnearios54. Se ha apuntado como posible causa
la crisis finisecular, que debió dañar de manera significativa
a las clases medias y bajas, aquellas que acudían a los
balnearios de menores pretensiones. En este sentido, en
1884, la Dirección General de Salud Pública instaba a los
gobernadores civiles a denunciar enérgicamente a los
balnearios no declarados de utilidad pública, muy populares
entre los grupos sociales de rentas bajas55. No obstante, es
posible que también haya que tener en cuenta la
competencia hecha por el turismo de ola. Así, la presencia
de una “star” como la reina María Cristina en San Sebastián
pudo servir para consagrar definitivamente las playas del
Cantábrico, desde los años sesenta y setenta mejor
comunicadas con el interior peninsular gracias a los
trazados ferroviarios. De hecho, los indicios existentes
parecen apuntar a un incremento de turistas en San
Sebastián en las últimas décadas del siglo XIX56.
CUADRO 1
ESTIMACIÓN DE ENFERMOS EN LOS ESTABLECIMIENTOS DE BAÑOS
ESPAÑOLES
ENTRE 1847 Y 1930
AÑO
TOTAL
ACOMODADOS
POBRES
TROPA
1847
51.485
1850
1860
66.790
64.490
1870
57.863
1880
1890
96.196
90.872
82.210
78.103
12.358
10.887
1.628
1.882
1901
84.268
72.611
9.674
1.983
1910
1920
72.283
82.467
64.294
75.702
7.132
5.989
857
776
1930
75.510
70.466
4.283
761
Fuente: Montserrat Zapater (1998), p. 15.
54
Reseña (1903), p. 20.
Alonso Álvarez, Lindoso Tato y Vilar Rodríguez (2009), pp. 103-104.
56
Larrinaga (2005), (2007) y (2008).
55
28
Como se observa en la tabla adjunta, los enfermos
que acudían a los establecimientos termales aparecen
distribuidos en tres categorías, que son las que mencionan
las memorias de los directores médicos, a saber: la clase
acomodada, los pobres y los militares, entendida ésta como
la clase de tropa. Según el Anuario oficial de las aguas
minerales de España de 1877, entre los asistentes a las
casas de baños, la clase acomodada representaba en esos
momentos el 84,16%, los pobres el 14,25% y la tropa el
1,59%57. Así, tal como indicaba el artículo 50 del
Reglamento de 1874, los médicos directores debían prestar
sus servicios gratis a los pobres, siempre que estos
presentaran un certificado firmado por el alcalde de su
localidad y un volante de un médico prescribiendo la toma
de aguas. Por su parte, el artículo 49 señalaba que los
miembros de tropa de todos los institutos del Ejército, de la
Marina, de los carabineros y de la Guardia Civil deberían
pagar un precio reducido a los médicos directores por sus
servicios.
De esta forma, en casi todos los establecimientos
balnearios españoles nos encontramos con la presencia de
pobres, los cuales, generalmente, se alojaban en hospitales
próximos al establecimiento termal o bien en habitaciones
del centro completamente aisladas de los demás clientes.
Sin duda, se buscaba la segregación social. Una
segregación que fue a más a finales del siglo XIX, debido a
la aparición de hoteles de diferentes categorías que
potenciaban la distinción social entre los clientes. En esos
años, pues, el número de pobres y de miembros de tropa
empezó a descender notablemente. Posiblemente la
tendencia venía de atrás, pues en la medida en que fue
avanzando el proceso de apropiación privada de los bienes
municipales y provinciales, disminuyó también la atención a
los más necesitados58.
Por lo que se refiere a la clase de tropa, su presencia
no era tan generalizada como en el caso de los pobres.
57
58
Anuario (1877), p. 285.
Alonso Álvarez, Lindoso Tato y Vilar Rodríguez (2009), p. 88.
29
Una selección de establecimientos termales fue la más
concurrida por estos militares. Todo apunta a que el Estado
prefirió una cierta concentración de estos efectivos en unas
casas de baños determinadas, lo cual tiene su lógica si
atendemos a las características tan particulares de su
profesión. Por último, las clases acomodadas eran,
lógicamente, las que más frecuentaban los centros
termales. Así, por ese proceso de capilarización antes
mencionado, a las capas más privilegiadas de la sociedad,
los “stars”, se fueron sumando poco a poco una burguesía
media con recursos y tiempo suficiente para permanecer
unas semanas en una casa de baños. Evidentemente, la
elección dependería del tipo de aguas y enfermedad y de
las disponibilidades económicas. No olvidemos, en este
sentido, las diferencias ya mencionadas existentes entre
unos establecimientos y otros. Tal es así que, a finales de
siglo, es posible distinguir una doble clientela. Por un lado,
los establecimientos balnearios siguieron insistiendo en el
carácter curativo y benéfico de sus aguas, tratando de
atraer fundamentalmente a una pequeña burguesía
necesitada de tratamientos. Por otro, al mismo tiempo se
pretendía atraer a los sectores más adinerados de la
sociedad, razón por la cual muchos de estos centros
insistieron en su imagen de lugares de ocio y diversión. De
ahí que las distintas categorías de hoteles, de mesas o de
baños reforzaran estas diferenciaciones sociales59.
Por último, es necesario señalar que, pese a la
modestia de la afluencia española a los establecimientos
balnearios, el gasto efectuado por los clientes de los
mismos no puede ser desdeñado. Así, Pedro María Rubio
(1853:634) elevaba a 11.878.000 reales el numerario
gastado en establecimientos balnearios en 1849, de los
cuales 665.000 sólo en los guipuzcoanos, lo que nos da
una buena idea de su importancia. Cifra que contrastaba
con los 11 millones de francos gastados en 1847 en
59
Para el caso concreto de Cantabria, véase Luis, Gil de Arriba y San
Pedro (1989), pp. 124-127 y, más en concreto, para el balneario de
Puente Viesgo, véase San Pedro (1993), pp. 89-95.
30
Francia, lo que hacía una diferencia de casi 4 a 1. A
mediados de los setenta esta suma se elevó hasta las
6.691.794 pesetas corrientes60, ascendiendo hasta los 10
millones en 191061. Tal vez en estas cifras tan parcas, en
comparación con otros países, habría que tener en cuanta
lo apuntado por una fuente de la época: “(...) la generalidad
de los bañistas que acuden al mayor número de nuestros
establecimientos son de escasa fortuna, pues las clases
ricas van á buscar las aguas minerales en el extranjero, y
además á la arraigada costumbre de hacer uso de ellas en
nuestros balnearios por un escasísimo número de días”62.
La crisis del paradigma higienista y del termalismo español
Qué duda cabe que a finales del siglo XIX las cosas
parecían estar cambiando en el termalismo español. El
sector de la industria balnearia había experimentado un
crecimiento notable desde mediados de esa centuria, algo
que se ha podido constatar en el aumento del número de
establecimientos, en el incremento total de clientes y en el
gasto efectuado por estos. Sin embargo, como ya se ha
visto, las cifras se mantuvieron estancadas en el último
cuarto de siglo. Es más, el número de balnearios, según
datos recogidos por Alonso Álvarez el alii (2009:100),
empezó a descender sensiblemente a partir de 1899. Es
como si la balneoterapia española, después de la edad de
oro que había experimentado durante la Restauración,
empezara una crisis de la que no se iba a recuperar hasta
muchos años más tarde63. Ciertamente, aparte de los
posibles factores ya citados que pudieron influir en ese
estancamiento ya mencionado, es necesario recurrir a una
explicación más global.
60
Anuario (1877), p. 501.
Montserrat Zapater (1998), p.16.
62
Anuario (1883), p. 471.
63
Aquí también es posible que haya que matizar en función de los
centros balnearios, ya que, por ejemplo, del estudio de Magdalena
Sarrionaindia (1989) para los balnearios vizcaínos, no parece deducirse
la existencia de una crisis a finales del siglo XIX en este tipo de
establecimientos.
61
31
En efecto, a finales de esa centuria y principios del
siglo XX el paradigma higienista entró en crisis, lo que
contribuye a explicar, a su vez, la crisis del termalismo
español. Por un lado, la elevada mortalidad provocada por
enfermedades como la fiebre amarilla o el cólera a lo largo
de toda esa centuria demostraron que las teorías existentes
sobre las enfermedades contagiosas eran inadecuadas, al
tiempo que las propias medidas profilácticas tomadas eran
ineficientes. Por otro lado, los avances en bacteriología y
en inmunología, gracias, sobre todo, a los descubrimientos
de Pasteur y Koch pusieron en evidencia la
balnearioterapia. Pronto la vieja creencia en sus
propiedades curativas empezó a ceder ante los nuevos
avances médicos, por lo que los motivos salutíferos para
acudir a los balnearios empezaron a dejar paso a motivos
más lúdicos y relacionados con el ocio, sufriendo en este
terreno una competencia cada vez mayor de los centros
playeros64.
En tales circunstancias no es de extrañar que
determinados establecimientos balnearios insistieran cada
vez más en esos aspectos. Algunos de ellos, como el de
Panticosa (Huesca), venían fomentando la diversión de sus
clientes desde mediados del siglo XIX65, pero eran los
menos. En este sentido, no debemos olvidar que los
bañistas
pasaban
días
y
semanas
en
unos
establecimientos, por lo general, alejados de los centros
urbanos y sometidos al rígido horario que imponía la terapia
termal, teniendo, eso sí, muchas horas libres, con lo cual,
como bien afirma Ana Moreno (2007:26), el ocio estuvo
ligado al balneario por cuestiones prácticas. No obstante,
pocos de ellos contaban, por ejemplo, con un casino, a
diferencia de las grandes ciudades termales europeas.
Entre los citados por el Anuario de 1877 sólo se menciona
el de Caldas de Besaya (Cantabria), lo que parece indicar
que a esas alturas las actividades relacionadas con el ocio
ocupaban un papel muy secundario en los centros
64
65
Corbin (2001).
Montserrat Zapater (1998), pp. 273-278.
32
españoles. Lo más normal era que pudieran contar con un
jardín, un salón de billar, un gabinete de lectura, una sala
de juegos o un espacio para tomar el café y charlar. Poca
cosa, como puede observarse. De manera que sólo a
medida que el paradigma higienista entró en crisis y, por
consiguiente, la función estrictamente medical de los
balnearios empezó a debilitarse, las infraestructuras de
este tipo aumentaron en los establecimientos españoles.
Por ejemplo, en uno de los balnearios más importantes, el
vizcaíno de Urberuaga de Ubilla, en 1888, el médico
director, el Dr. Jiménez de Pedro, hablaba de algunas
reformas necesarias que se habían llevado a cabo; entre
ellas, la construcción de un edificio para casino66. Hasta tal
punto que, a finales de siglo, la diversión se convirtió en
uno de los principales atractivos de los centros balnearios,
incluso de los más modestos. De ahí que, desde principios
del siglo XX, todo parece indicar que la oferta de ocio creció
considerablemente67.
Está claro que para esas fechas el sentido
terapéutico que había imperado en la toma de las aguas
desde, al menos, mediados del siglo XVIII había cambiado.
El paradigma higienista basado en el beneficio de las aguas
termales y marinas que tanto éxito había tenido en el siglo
XIX había entrado en una profunda crisis. Por el contrario,
las ganas de ocio, de diversión y de separar el tiempo de
trabajo del tiempo de no trabajo progresivamente iba
ganando más adeptos. Capas cada vez más amplias de la
sociedad optaban por reservarse unos días de vacaciones,
donde lo que poco a poco empezaba a primar más era el
tiempo de ocio. Por eso, para los centros balnearios la
competencia que hacían las localidades con playa no era
algo baladí68. Al contrario, los centros costeros hicieron
verdaderos empeños por fomentar las actividades de ocio y
diversión, tratando de alargar así la temporada de baños.
66
Sarrionaindia (18989), pp. 229-230.
A este respecto, véanse los datos proporcionados por la Reseña
(1903) y Costa (1906).
68
Para el caso de Cantabria, véanse Gil de Arriba (1996) y (2000).
67
33
Los esfuerzos en este sentido de San Sebastián fueron
ímprobos. A este respecto, salvo los grandes balnearios,
los demás poco podían hacer. Además, el hecho de no
estar hablando de verdaderas ciudades termales no iba
sino en su contra. Los espacios termales eran demasiado
pequeños para competir con las playas del norte, un rosario
de poblaciones de la costa guipuzcoana, vizcaína y
cántabra, cuya oferta turística aumentó, sobre todo, en el
último tercio del siglo XIX y primeras décadas del XX69. Más
aún, es posible señalar también que en la propia
estacionalidad del fenómeno pudo radicar también una de
las razones de su decadencia, puesto que muchos de ellos,
cuando empezaron a pasarse de moda, no pudieron
mantener las inversiones que les garantizasen
instalaciones a la altura de las circunstancias, lo que derivó
en infraestructuras anticuadas, mobiliario y servicios
decadentes y una pobre oferta de ocio y distracciones, no
pudiendo competir, en consecuencia, con los nuevos
centros balnearios marítimos70.
Conclusiones
A pesar de que el termalismo en España no cuenta
con el esplendor que en otros países que se han
mencionado a lo largo del trabajo, lo cierto es que no se
puede desdeñar un hecho que, pese a sus claras
limitaciones, contribuyó, sin duda, al nacimiento del
fenómeno turístico en nuestro país. Un fenómeno que poco
tiene que ver con el desarrollo turístico que ha
experimentado España desde los años sesenta del siglo
XX, pero que no por ello debe ser ignorado ni desdeñado.
Al fin y al cabo, para entender esa fuerte expansión turística
de la que disfruta España desde hace más de medio siglo y
que la ha convertido en una de las potencias turísticas más
importantes del mundo, conviene conocer las bases en que
dicha expansión se ha asentado. Por eso, si convenimos
con Jarrassé (2002) en la importancia del termalismo en el
69
70
Walton y Smith (1996) y Larrinaga (2005).
Moreno (2007), p. 26.
34
nacimiento y evolución del turismo europeo, y, por ende,
también español, del siglo XIX, convendrá fijarnos en la
importancia de la balneoterapia en la aparición de este
fenómeno en España. Más aún, cuando éste es un país
muy rico en fuentes minerales, a pesar de que su
explotación industrial no fuese tan brillante. Por
consiguiente, y pese a todo, conviene, no obstante, seguir
investigando en esta dirección, ya que, pese a los
importantes avances que se están produciendo
últimamente en el estudio de estos establecimientos,
todavía queda trabajar más en aspectos tales como las
estimaciones de inversión, la consolidación de la propiedad
privada, el papel del empresariado, el gasto de los clientes,
el impacto en el empleo, las infraestructuras de transporte,
la trasmisión de ideas, etc. Aspectos todos ellos que, sin
duda, contribuirán a un mayor y mejor conocimiento del
fenómeno termal en España y, en consecuencia, de su
historia turística.
35
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