Pequeños, pobres y mártires extraordinarios agentes de la misión

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Pequeños, pobres y mártires extraordinarios agentes de la
misión
Mons. Julio Cabrera Ovalle
Obispo de Jalapa- Guatemala
Introducción
Mi participación en este Congreso Misionero se debe a la amable invitación
que me hiciera Mons. Victorino Girardi, obispo de Tilarán, querido amigo, a
quien difícilmente se le puede negar algo que pide, conociendo la ejemplar
generosidad que él tiene para prestar servicios a los demás dentro y fuera de
Costa Rica y por ser un celoso misionero, que habla no solo con su sabia
palabra sino sobre todo con su testimonio personal. Fue él quien me indicó el
tema de esta charla: pequeños, pobres y mártires extraordinarios agentes
de la misión. El tema me hizo recordar de inmediato el Segundo Congreso
Americano Misionero (CAM 2, COMLA 7), celebrado en Guatemala del 20 al 25
de noviembre de 2003. En efecto, este Congreso se celebró desde la pequeñez,
la pobreza y el testimonio martirial, y fue muy iluminadora la breve
convocatoria del mismo, que estimo es oportuno recordar en esta ocasión.
El Arzobispo de Guatemala, Cardenal Rodolfo Quezada Toruño, dijo entonces:
“La tarea misionera desde estas tierras centroamericanas está marcada por
ciertos rasgos que caracterizan nuestra manera de vivir el Evangelio y de ser
Iglesia. Queremos ser testigos del Evangelio de la vida desde la pequeñez, la
pobreza y el martirio.
Desde la pequeñez: No somos grandes ni en número, ni en recursos, ni en
tamaño. Porque somos pequeños y confiamos en Dios. Creemos que el éxito de
la tarea misionera será el que Dios quiera darle. Hacemos nuestras las
palabras del Apóstol Pablo: <<Me presenté ante ustedes débil, asustado y
temblando de miedo. Mi palabra y mi predicación no consistieron en sabios y
persuasivos discursos; fue más bien una demostración del poder del Espíritu,
para que la fe de ustedes se fundara, no en la sabiduría humana, sino en el poder
de Dios>> (1Cor 2, 3-5). Asumimos los desafíos y los retos, los problemas y
dificultades que se presentan en la realización de la misión, con la convicción
de que Dios llevará a término la empresa misionera. <<No cuentan ni el que
planta ni el que riega; Dios, que hace crecer, es el que cuenta>> (1Cor 3, 7).
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Desde la pobreza: Como evangelizadores, somos conscientes que <<este
tesoro lo llevamos en vasijas de barro, para que todos vean que una fuerza tan
extraordinaria procede de Dios y no de nosotros>> (2 Cor 4, 7). Efectivamente,
los medios y recursos humanos, sean financieros, técnicos o de personal que
otras Iglesias y en otros tiempos pudieron poner al servicio de la misión, ya no
están a nuestro alcance. Queremos seguir siendo apóstoles de Jesús desde
nuestras humildes y sencillas posibilidades. Damos lo que hemos recibido:
entregamos nuestra fe y nuestra alegría. Por eso, la misión que podemos
impulsar desde América Central se funda en la espiritualidad de la pobreza y la
llevan a cabo hombres y mujeres que no tienen otros recursos para el anuncio
del Evangelio que un corazón sincero, lleno de fe y esperanza, manos
generosas para compartir y pies presurosos para transmitir con urgencia la
Palabra del Señor, verdadero don de Dios para todos los pueblos.
Desde la experiencia y el testimonio del martirio: Finalmente realizamos la
misión desde el martirio. Nuestras Iglesias particulares de Guatemala, están
marcadas por una historia reciente de persecución y martirio. Son decenas los
sacerdotes, religiosos y religiosas que han entregado su vida por su fe o por
ejercer su ministerio, son centenares los laicos que han arriesgado y ofrecido
su vida por ser apóstoles o simplemente por ser cristianos. Esa historia marca
nuestra actitud misionera de tal manera que la memoria de tantos testigos de
la fe nos motiva en el trabajo pastoral y nos fortalece para estar siempre
alegres en el Señor. <<Dichosos serán ustedes cuando los injurien, los persigan, y
digan contra ustedes toda clase de calumnias por causa mía. Alégrense y
regocíjense, porque será grande su recompensa en los cielos>> (Mt 5, 11-12).
Quien ha fundado el valor de su vida en la amistad con Dios, está dispuesto a
darla y no teme a los poderes de este mundo ni a las incertidumbres de la
historia. El verdadero mensajero del Evangelio pone su alegría sólo en el
Señor. <<Alégrense porque comparten los padecimientos de Cristo, para que
también se alegren gozosamente cuando se manifieste su gloria (1 Pe 4, 13)>>.”
Ha sido una cita larga, que tiene la ventaja de resumir perfectamente todo lo
que podemos decir este día. Sin embargo, profundizaremos estos tres puntos.
1. Los pequeños
Vamos a reflexionar un poco más sobre los pequeños como misioneros y lo
haré siguiendo el breve texto del Evangelio que algunos llaman el consuelo de
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los misioneros: Mateo, 11, 25-27: Un día, Jesús sorprende a todos dando
gracias a Dios por su éxito con la gente sencilla de Galilea y por su fracaso
entre los maestros de la ley, escribas y sacerdotes. “Te doy gracias, Padre,
porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y las has revelado a la
gente sencilla”. A Jesús se le ve contento. “Sí, Padre, así te ha parecido mejor”.
Esa es la manera que tiene Dios de revelar sus cosas. La gente sencilla, la que
encontramos cada día en nuestra vida, la que no tiene acceso a grandes
conocimientos… la que se abre a Dios con corazón limpio, es la que capta
mejor la propuesta de Jesús. Esos rostros que nos son conocidos, familiares en
nuestro diario ministerio sacerdotal. Ellos están dispuestos a dejarse enseñar
por Jesús. El Padre les está revelando su amor a través de él. Entienden a
Jesús como nadie.
Aquellos campesinos que vivían defendiéndose del hambre entendían muy
bien a Jesús: Dios los quería ver felices, sin hambre ni opresores. Los enfermos
se fiaban de él y, animados por su fe, volvían a creer en el Dios de la vida. Las
mujeres que se atrevían a salir de su casa para escucharle, intuían que Dios
tenía que amar como decía Jesús: con entrañas de madre. La gente sencilla del
pueblo sintonizaba con él. El Dios que anunciaba era el que anhelaban y
necesitaban. La mirada de la gente sencilla es, de ordinario, más limpia. Van a
lo esencial. Saben lo que es sufrir, sentirse mal y vivir sin seguridad. Son los
primeros que entienden el Evangelio. Esta gente sencilla es lo mejor que
tenemos en la Iglesia. A ellos les descubre Dios algo que a nosotros se nos
escapa.
Por la experiencia que he tenido a lo largo de casi cincuenta años de
sacerdocio, trabajando particularmente con pueblos indígenas de Quiché y con
campesinos y mujeres sencillas del oriente de Guatemala, hago mías estas
palabras de un conocedor de la Biblia que conozco desde hace tiempo y ha
escrito: “He visto a gente sencilla cuyos ojos brillaban de forma especial
cuando yo leía textos como este del profeta Isaías: <<Yo soy el Señor, tu Dios…
Tú eres de gran precio a mis ojos, eres valioso y yo te quiero…. No temas, que
estoy contigo>> (Is. 43, 4); o cuando pronunciaba el Salmo 103: <<Como un
padre siente ternura por sus hijos, así siente ternura el Señor porque quienes le
temen. Pues él sabe de que estamos hechos, se acuerda de que somos barro>>
(Salmo 103, 13-14). Sí, Dios se revela a gente sencilla” (J.A. Pagola).
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En cambio, los sabios y entendidos creen saberlo todo. No aprenden nada
nuevo de Jesús. Su visión cerrada y su corazón endurecido les impiden abrirse
a la revelación del Padre a través del Hijo.
Jesús no tuvo problemas con la gente sencilla. El pueblo sintonizaba
fácilmente con él. Aquellas gentes humildes que vivían trabajando sus tierras
para sacar adelante una familia, acogían con gozo su mensaje de un Dios
Padre, preocupado de todos sus hijos, sobre todo, los más olvidados. Los más
desvalidos buscaban su bendición: junto a Jesús sentían a Dios más cercano.
Muchos enfermos, contagiados por su fe en un Dios bueno, volvían a confiar en
el Padre del cielo. El pueblo sentía que Jesús, con su forma de hablar de Dios,
con su manera de ser y con su modo de reaccionar ante la gente sencilla, les
estaba anunciando al Dios que ellos necesitaban. En Jesús experimentaban la
cercanía salvadora de Padre.
También hoy el pueblo sencillo capta mejor que nadie el Evangelio. No tienen
problemas para sintonizar con Jesús. A ellos se les revela el Padre mejor que a
los “entendidos” en religión. Cuando oyen hablar a Jesús, confían en él de
manera casi espontánea.
Hoy prácticamente, todo lo importante se piensa y se decide en la Iglesia sin el
pueblo sencillo y lejos de él. Sin embargo, difícilmente se podrá hacer nada
nuevo y bueno para el cristianismo del futuro sin contar con él. Es el pueblo
sencillo el que nos arrastra hacia una Iglesia más fiel al Evangelio de Jesús.
Hemos de descubrir el potencial evangelizador y misionero que se encierra en
el pueblo creyente. El gran apóstol de la gente sencilla de Guatemala, el obispo
Rafael González Estrada, que antes de ser Auxiliar del obispo de
Quetzaltenango y luego del arzobispo de Guatemala, se dedicó a formar la
Acción Católica Rural de una manera adaptada a los pueblos indígenas y
campesinos de nuestro país; este obispo me decía que su texto favorito del
Evangelio era precisamente este de San Mateo que cité antes. Él no sólo fue un
gran evangelizador de los indígenas y campesinos sino que los convirtió en los
grandes misioneros de sus propias comunidades y de las que vivían en los
alrededores o más lejos.
Conocí a muchos catequistas indígenas de Quiché formados por él. Y me
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asombraba de su testimonio: anunciaban a Jesucristo a quien amaban
profundamente después de haber hecho sus ventas en el mercado de un
pueblo; la tarde y noche la dedicaban a evangelizar en su propio idioma a otros
indígenas del lugar que visitaban. Otros, iban a trabajar a pueblos vecinos
como albañiles y al terminar su trabajo se dedicaban a la evangelización en
horas de la noche; de esta manera fueron formando la Acción Católica Rural
que fue un modelo de comunidades cristianas misioneras en Quiché y otros
departamentos del occidente de Guatemala y cuyos frutos son los testigos
fieles cuyo testimonio martirial enorgullece hoy a esta Iglesia.
Conocí personalmente al catequista Cruz Tenas, el de más edad de la diócesis
de Jalapa, lo acompañé en sus últimos años de vida, murió a los 103 años y
había sido catequista desde los 30 años. Fue un gran apóstol en su aldea,
Carbonera, en las parroquias de Nuestra Señora de Lourdes, Santa Catarina
Mita, Asunción Mita y otros lugares de Jutiapa. Tenía pasión por predicar a
Jesucristo, varias veces lo amenazaron de muerte y él respondía que no le
temía a la muerte. Nada le frenó en su trabajo misionero. Al final de su vida,
imposibilitado de realizar cualquier acción, seguía orando desde su humilde
casa porque Jesús fuera anunciado, conocido y amado por todos; murió
confortado por la misa diaria que se celebraba en el santuario de Esquipulas, a
las 6:00 de la mañana, y que él escuchaba por la radio. Fue impresionante el
interés con que este hombre siguió el acontecimiento de Aparecida.
2. Los pobres
Llama la atención que en el capítulo IV de la Encíclica Misionera Redemptoris
Missio, al hablar de los Caminos de la Misión, el beato Juan Pablo II presente las
Comunidades eclesiales de base como “fuerza evangelizadora”. Las describa como
algo propio de Iglesias jóvenes; dice de ellas “que están dando prueba positiva
como centros de formación cristiana y de irradiación misionera”, “se trata de
grupos de cristianos a nivel familiar” “que se reúnen para la oración, la lectura
de la Escritura, la catequesis, para compartir problemas humanos y eclesiales de
cara a un compromiso común”, “son signo de vitalidad de la Iglesia, instrumento
de formación y de evangelización y un punto de partida válido para una nueva
sociedad fundada sobre la <<civilización del amor>>. “Estas comunidades
descentralizan y articulan la comunidad parroquial a la que pertenecen”… “se
enraízan en ambientes populares y rurales, convirtiéndose en fermento de vida
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cristiana, de atención a los últimos”, de compromiso que transforma la sociedad.
“En ellas cada cristiano hace una experiencia comunitaria” y “se siente un
elemento activo”. “De este modo las mismas comunidades son instrumento de
evangelización y de primer anuncio, así como fuente de nuevos ministerios…”
Tratan de “formarse y vivir en Cristo”, le dan importancia primordial a la
escucha de la Palabra de Dios” y a la oración centrada “en la Eucaristía, en la
comunión expresada en la unión de corazones y espíritus, así como en el
compartir según las necesidades de los miembros”. Cita al Papa Pablo VI
cuando dice: “Cada comunidad debe vivir unida a la Iglesia particular y
universal”. “En sincera comunión con los Pastores y el Magisterio,
comprometida en la irradiación misionera…” Por eso, “dan una gran esperanza
para la vida de la iglesia”.
Los pobres y las Santas Misiones Populares
Esta es la mejor introducción para que me refiera a la experiencia que estamos
viviendo en Guatemala: las Santas Misiones Populares para una misión
permanente. Desde hace tres años las diócesis de La Verapaz, Santa Rosa de
Lima, Zacapa-Chiquimula, Jalapa, el Vicariato Apostólico de Izabal y la
Prelatura de Esquipulas estamos unidos en este proceso de SMP como forma
concreta de realizar la Misión Continental, a la que nos invitó Aparecida para
lograr que estas Iglesias particulares queden en misión permanente, y
formando numerosas pequeñas comunidades que nacen de este proceso
evangelizador. Esta región cuenta con cuatro millones de habitantes, más de
cien parroquias, y están participando como responsables y animadores varias
decenas de miles de misioneros y misioneras, más de cien párrocos y sus
respectivos obispos. Ellos son los responsables de realizar los tres retiros
iniciales en las parroquias, movilizando a miles de misioneros y luego animar
la gran Semana Misionera, que es el punto más alto de esta experiencia. Ésta la
realizaremos el próximo año.
Hace casi 25 años que el P. Luís Mosconi, misionero en Brasil, comenzó a
realizar la misión que Jesús encomendó a su Iglesia a través de las SMP. El
inicio fue tímido, casi a escondidas; después, para gran sorpresa de todos, la
experiencia fue creciendo y se extendió en más de cien diócesis de Brasil. El
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ardor misionero fue contagiando parroquias y diócesis. Todo esto esta
sucediendo desde la pobreza, sin contar con sofisticados medios, numerosos
recursos o grandes instituciones de apoyo.
Vemos que con las SMP se realizan varios de los puntos fundamentales de
Aparecida: Ayudan a la toma de conciencia del cambio de época de alcance
global en que estamos, la Iglesia se propone recomenzar desde Cristo, siendo
discípulos suyos, misioneros, para la vida de nuestros pueblos, teniendo como
fundamento la Palabra de Dios, dan un lugar destacado a la comunión y a la
formación de los discípulos, y son laicos los protagonistas. Un número
significativo de personas, en su mayoría pobres, están aprendiendo a ser
discípulos misioneros y a formar comunidades. Ha sido decisivo el apoyo de
los obispos y presbíteros y es un buen testimonio de comunión en la
realización de la Misión Continental en estas Iglesias particulares.
¿Qué son las SMP?
Las SMP son un instrumento al servicio de la misión de Jesús aquí y ahora.
Encarnan la misión de Jesús en las situaciones diferentes de hoy. Son un gran
retiro espiritual popular que tiene que ver con el sentido de la vida. Son una
experiencia profunda y existencial del Dios Trinidad de la Biblia, vivida en la
historia. Son un tiempo especial de misión: toda la comunidad, con sus fuerzas
vivas y estructuras son invitadas a vivir en estado de misión que hace salir de
sí mismo e insertarse en el pueblo con ardor misionero. Son un tiempo intenso
de experiencia eclesial: cultivan la alegría de pertenecer a la Iglesia Católica,
valorando los dones, dialogando, practicando el perdón y la reconciliación.
Objetivos de las SMP
Tres son los objetivos de las SMP. El primero, es personal: el encuentro con
Jesucristo para dar verdadero sentido a la vida, y ser su discípulo. El segundo,
es eclesial: formar comunidades para hacer de las parroquias y diócesis red de
comunidades vivas, misioneras y samaritanas. El tercero, tiene que ver con la
sociedad: impulsa su transformación haciendo presentes los valores del Reino
de Dios. Asumiendo también la responsabilidad de salvar el planeta tierra,
nuestra casa común, es misión de todos cuidar la tierra y la naturaleza.
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Las SMP son un bello ejemplo de cómo los pobres nos evangelizan. Si son bien
vividas en sus
contenidos, motivaciones, objetivos, metodología y
espiritualidad, pueden dar una humilde y preciosa contribución al crecimiento
de la misión de Jesús en nuestro país y en todo el Continente.
Su fruto son laicos misioneros diocesanos que, desde donde viven y trabajan,
tienen la misión de:
-Ayudar a las personas a dar verdadero sentido a su vida aquí y ahora por el
encuentro con Jesucristo.
-Mantener viva la espiritualidad encarnada y actualizada del seguimiento de
Jesús en las personas, en las comunidades, en las pastorales.
-Motivar, incentivar, acompañar el estudio del Evangelio.
-Visitar comunidades y fundar nuevas comunidades con el apoyo de las
comunidades vecinas.
-Hacer cada vez más de la diócesis una gran red de comunidades.
-Construir comunión entre personas, en la diócesis, entre comunidades, sobre
todo, ahí donde hay división.
-Ayudar a las personas a cultivar la oración silenciosa y contemplativa delante
del misterio de Dios; y la oración litúrgica, vivir vigilias de oración, jornadas de
espiritualidad.
-Valorar todo lo bueno y verdadero que hay en las personas, en la sociedad y al
mismo tiempo denunciar con firmeza la corrupción, la impunidad y la
injusticia.
-Ayudar a las personas a cuidar del bien común, de la familia, de la sociedad; a
trabajar en equipo, a compartir servicios, a cultivar el perdón, el
agradecimiento, la gratuidad.
-Cuidar la tierra, para que siga siendo la casa de toda la humanidad.
Estos misioneros laicos pueden actuar más fácilmente en una Iglesia
diocesana que sea acogedora, misionera, participativa, red de comunidades.
3. Testimonio martirial que inspira la misión.
“La prueba suprema es el don de la vida, hasta aceptar la muerte para
testimoniar la fe en Jesucristo. Como siempre en la historia cristiana, los
<<mártires>>, es decir, los testigos, son numerosos e indispensables para el
camino del Evangelio. También en nuestra época hay muchos obispos,
sacerdotes, religiosos y religiosas, así como laicos; a veces héroes
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desconocidos que dan la vida como testimonio de la fe. Ellos son los
anunciadores y los testigos por excelencia” (RM, 45).
Los obispos de Guatemala fueron los primeros en América Latina en
reconocer en un documento escrito a los sacerdotes asesinados como mártires
de Cristo … por la predicación del Evangelio (Crisis profunda de humanismo,
13 de junio de 1980).
El 6 de febrero de 1996, en el contexto de la segunda visita de Papa Juan Pablo
II a Guatemala, tuve la alegría y el privilegio de entregar en sus manos una lista
de personas que, según las palabras pronunciadas en esa ocasión por el
Presidente de la Conferencia Episcopal Mons. Jorge Mario Ávila del Águila,
“fueron inmolados violentamente en un pasado reciente. En el desempeño de
su labor evangelizadora proclamaban el mensaje de Cristo y vivificaban
cristianamente las comunidades fortaleciéndolas en la fe, la esperanza y la
caridad”. Y añadió indicando el sentido de lo que hacíamos: “Santidad … le
presentamos hoy una primera lista de catequistas y sacerdotes muertos en
testimonio de su fe y en cumplimiento de su misión”.
Podemos partir del año 1980. Hacía años que la Iglesia venía tomando
conciencia de que la voluntad de Dios y la construcción de su Reino pasan
necesariamente por la vida de los pobres. Y la Iglesia fue uniendo
evangelización, dignidad de la persona, promoción humana, lucha por la
justicia, búsqueda de la paz y trabajo por la reconciliación como momentos
importantes de la construcción del Reino de Dios en nuestro País.
Creció la fe, crecieron los proyectos que permitían mejorar las condiciones de
vida de la gente; aumentó la educación, se organizaron las cooperativas con
varios fines, creció la participación de las personas, sobre todo indígenas y
también no indígenas, que luchaban por lograr mejores condiciones de vida.
En algunos lugares como la diócesis de Quiché este esfuerzo se potenció con el
impulso de la Acción Católica Rural y en otras diócesis con la formación de
catequistas, delegados de la Palabra de Dios y animadores de la fe.
Este esfuerzo de las comunidades trajo problemas a la Iglesia: muchos laicos, y
sacerdotes empezaron a ser perseguidos, y hasta los Obispos fueron acusados
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y tildados de comunistas y subversivos. El ambiente se tornó especialmente
difícil para catequistas, comunidades cristianas, delegados de la Palabra de
Dios y animadores de la fe. Esto hizo que en el primer viaje que realizó el Papa
Juan Pablo II a Guatemala en 1983, refiriéndose a esta realidad dijera: “Que
nadie pretenda confundir nunca más auténtica evangelización con subversión
y que los ministros del culto puedan ejercer su misión con seguridad y sin
trabas” (Discurso en Quetzaltenango, 7 de marzo de 1983).
Hoy quiero hacer memoria de algunos de estos hermanos nuestros que lo
arriesgaron todo por el evangelio, por la vida de sus hermanos, en una palabra
por la causa de Jesús. Su ejemplo nos ayudará a ser misioneros con valentía y
entusiasmo.
Año 1976. Menciono en primer lugar al Padre Guillermo Woods, misionero de
Maryknoll, originario de Estados Unidos, quien desde la parroquia de Barillas,
en Huehuetenango, trabajaba por los campesinos sin tierra de su parroquia en
la región del Ixcán, donde le habían dado tierras montañosas e inhóspitas que
los campesinos habrían de ver convertidas en parcelas cultivables. Por este
trabajo a favor de estos campesinos pobres, fue asesinado el 20 de noviembre
de 1976, mientras volaba en su avioneta rumbo a Ixcán, a la altura de San Juan
Cotzal, en el norte de Quiché.
Año 1978. Sigue el Padre Hermógenes López, sacerdote diocesano
guatemalteco, que fue asesinado en su parroquia, San José Pinula, muy cerca
de la capital de Guatemala, el 30 de junio de 1978. Él se desvivió por su gente,
fue un sacerdote pobre, se hizo cercano a todos, nadie quedaba fuera de su
corazón. Dio la cara y protestó enérgicamente por la forma como el ejército de
Guatemala reclutaba a los jóvenes y los obligaba a hacer el servicio militar.
Defendió a los campesinos contra una empresa que quería hacer negocio con
las aguas de sus ríos, llevándolas a la capital y dejando a los campesinos sin la
posibilidad de cultivar sus tierras por falta de agua. Luchó por la dignidad de la
mujer. Cinco días antes de su muerte, y después de amenazas reiteradas, dijo a
algunos compañeros sacerdotes: “Si es necesaria la sangre de uno de nosotros
para que haya paz en Guatemala, yo estoy dispuesto a derramar la mía”. Dos
días antes de su muerte tuvo el atrevimiento, de escribirle una carta al
Presidente de la República, en la que le agradecía algunas cosas, pero también
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le pedía por el bien del pueblo, que suprimiera el ejército porque se había
vuelto una amenaza contra la población. Fue asesinado en el camino, cuando
regresaba de visitar a algunos enfermos de su parroquia. Hoy está introducida
su causa de beatificación y canonización.
En estos años de salvaje represión amparados en la ideología de la seguridad
nacional que fomentó el terror y la impunidad, muchos agentes de pastoral,
obispos, sacerdotes, religiosas, religiosos y sobre todo laicos, se jugaron la vida
por mantener la presencia de la Iglesia en las regiones más apartadas del país.
Año 1980. Víctimas de esta política fueron los Padres Conrado de la Cruz
(filipino) y Walter Voordeckers (belga), ambos misioneros de la
Congregación del Inmaculado Corazón de María que trabajaban en el Vicariato
de Escuintla. Era el 1 de mayo de 1980; ambos apoyaban a los trabajadores de
la costa sur. El primero fue secuestrado y nunca apareció y el segundo fue
asesinado.
Les siguieron los Misioneros del Sagrado Corazón en Quiché en 1980, que
conocí y en cuyos sepelios participé: El Padre José María Gran fue asesinado
el 4 de junio de 1980, cuando regresaba de una gira misionera que hizo en el
norte de la parroquia de San Gaspar Chajul, Murió también con él el fidelísimo
sacristán Domingo del Barrio Batz, fueron asesinados por la espalda, cuando
pasaron frente a un batallón de soldados apostado a la orilla del camino. El
Padre José María sentía la necesidad de llegar ese día a su parroquia, para
celebrar el día siguiente la fiesta del Cuerpo y de la Sangre del Señor y por eso
no hizo caso a las voces que le insistían en que no continuara su camino de
regreso a la parroquia.
Un mes después, el 10 de julio de 1980, fue asesinado otro Misionero del
Sagrado Corazón, el Padre Faustino Villanueva, en su mismo despacho
parroquial de Joyabaj, Quiché.
El mismo Obispo, Juan Gerardi, ese año, fue amenazado de muerte, buscado
para matarlo, pero pudo evitarlo. Después de visitar al Santo Padre en Roma,
al regresar, quisieron asesinarlo pero no pudieron hacerlo por la presencia del
Secretario de la Nunciatura y de un obispo guatemalteco que lo esperaban a su
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llegada al aeropuerto de Guatemala. Fue detenido, y obligado a salir fuera de
Guatemala. Vino exiliado a San José de Costa Rica y vivió en la parroquia de
Tibás.
A mediados del año 1980, en la Diócesis de Quiché los agentes de pastoral,
después de tanta persecución, represión y muerte, decidieron salir de la
Diócesis. Fue una decisión nada fácil que tuvo que tomar Monseñor Juan
Gerardi. Prácticamente todos los lugares de la Diócesis de Quiché, las casas
parroquiales e iglesias fueron tomadas por el ejército y convertidas en bodegas
o lugares de tortura.
También en 1980 muere el niño Juan Barrera Méndez. A pesar de su corta
edad, le gustaba participar en reuniones de formación que daban en la Iglesia.
Todos en su familia eran miembros de La Acción Católica; él había logrado ser
un buen catequista. Fue torturado haciéndole heridas con cortes de cuchillo
en las plantas de los pies. Después lo hacían caminar por las piedras rústicas
con el fin de doblegarlo por el dolor; le cortaron las orejas y le quebraron las
piernas, finalmente terminaron con su vida con disparos, teniéndolo colgado
de un árbol.
En Uspantán, Quiché, el catequista Nicolás Castro, dado que ya no había
sacerdotes en esa diócesis, fue a buscar la comunión a Cobán o a San Cristóbal
Verapaz; a su regreso, fue asesinado el 29 septiembre de 1980, cuando le
descubrieron las Hostias consagradas que llevaba dentro de un costal de maíz,
para que los miembros de su comunidad, en la celebración de la Palabra de
Dios, pudieran participar de la comunión con el Señor el día de su fiesta
patronal.
Año 1981. El Padre Juan Alonso, también misionero del Sagrado Corazón, fue
asesinado en plena persecución el 15 de febrero de 1981. Había sido misionero
en Asia y también en Quiché y luego en Petén. Era el hombre intrépido, que se
ofrecía para ir a los lugares más difíciles y apartados. Ya no trabajaba en
Quiché, pero sabiendo que dos de sus hermanos habían sido asesinados, se
ofreció voluntario para regresar a trabajar en esta diócesis. Secuestrado y
torturado cuando iba a celebrar la Eucaristía a la parroquia de Cunén, fue
asesinado el 15 de febrero de 1981, entre Uspantán y Cunén. Su lema
sacerdote era la frase de San Pablo: «¡Ay de mi si no predico el Evangelio!». En
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una carta a su familia, reconocía: «Tengo el presentimiento de que corro
peligro. No quiero en modo alguno que me maten, pero tampoco estoy
dispuesto, por miedo, a rehuir mi presencia entre estas gentes. Una vez más
pienso ahora: “¿Quién nos separará del amor de Cristo?”». Los Misioneros del
Sagrado Corazón trabajan hoy por la introducción de la causa de Beatificación
de estos tres ejemplares misioneros.
La actitud asumida por el ejército de Guatemala contra los catequistas fue
terrible. En muchas comunidades se identificaba al catequista con un
comunista subversivo. Muchos de ellos debieron huir para salvar su vida y la
de su familia. Los que quedaron optaron por esconder todo objeto religioso
que los delatara como catequistas. Entonces se enterraron muchas Biblias y se
cerraron muchas Iglesias.
Año 1981. En Santiago Atitlán, el 4 de agosto de 1981, fue brutalmente
asesinado el párroco del pueblo, el P. Francis Stanley Rother, misionero
llegado de Estados Unidos, por su trabajo como párroco con los indígenas
tzutuhiles de Santiago Atitlán. Su Arquidiócesis de origen, Oklahoma, Estados
ha introducido su causa de Beatificación. Conocí bien a este sacerdote que,
poco antes de morir, vivió con los nosotros en el Seminario Mayor Nacional de
la Asunción durante varias semanas, junto con otro padre de Guatemala, que
era su coadjutor.
Longinos Valenzuela González, catequista de la Aldea Nueva Libertad, La
Libertad, El Petén, pertenecía a una familia campesina sencilla, fue asesinado
en su propia casa, después de haber sido amenazado (28 febrero 1981). Según
el testimonio de Monseñor Jorge Mario Ávila, que era el Obispo Vicario,
llegaron con él los catequistas de la aldea, y le dijeron que estaban amenazados
y le peguntaron qué podía hacer por ellos. El Obispo les contestó, que dadas las
condiciones, no podía hacer nada, y que una amenaza de muerte era más bien
una sentencia de muerte. Que los dispensaba de ser catequistas y se quedaran
con sus familias, y que no tuvieran cargo de conciencia. Se reunieron los
catequistas, y luego de reflexionar, Longinos en nombre de los demás dijo al
obispo: - Cuando yo recibí el ministerio de catequista de sus manos, entre otras
cosas, Usted, Monseñor, dijo: “Queridos catequistas: Ustedes saben que al
recibir este ministerio van a correr un riesgo por el Evangelio, hasta los
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pueden perseguir... Y, a pesar de que Usted nos habló de las exigencias y la
responsabilidad del compromiso, aceptamos ser catequistas. Y desde entonces
tenemos esa disposición de correr el riesgo por Cristo”.
En la ciudad capital, fue secuestrado el 2 de agosto de 1981 el P. Carlos Pérez
Alonso, sacerdote jesuita, que trabajaba mucho con los enfermos en los
hospitales y con movimientos de laicos. Nunca se supo dónde quedaron sus
restos.
Año 1982. Domingo Cahuec Sic, en Chichupac, Rabinal, Baja Verapaz fue
también asesinado por ser catequista, por servir a su comunidad, era un laico
comprometido; fue primero amenazado por la guerrilla, pues no aceptó
colaborar con ellos; posteriormente el ejército lo mató el 8 de enero de 1982.
Año 1983. El Padre franciscano Augusto Ramírez Monasterio, párroco de
San Francisco el Grande en la ciudad de Antigua, fue también amenazado por
ayudar a un joven a acogerse a la amnistía decretada por el gobierno, fue
secuestrado y luego abandonado descalzo y casi sin ropa en las inmediaciones
del Puente del Incienso; allí lo ametrallaron, el 7 de noviembre de 1983. Ha
sido introducida ya su causa de Beatificación.
Daniel Ruiz, gran catequista de la aldea Montufar, del Vicariato de Izabal,
como tantos compañeros catequistas y delegados de la Palabra, tenía una
profunda fe en Dios, y también gran valentía en su predicación. Daniel se
interesó mucho por su comunidad y fue diligente en promover una vida más
justa y más humana para todos. Tema importante para la comunidad era la
tierra. Los militares querían despojarlos de esas tierras en que habían vivido
durante muchos años. El 17 de junio de 1983, fue asesinado en su casa.
Cuando vio que los soldado entraban a su casa se puso en oración y dijo:
“Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu y mi familia”, luego recibió dos
balazos y expiró.
Muchos catequistas y celebradores de la Palabra de Izabal fueron
secuestrados, torturados, y luego amarrados y arrojados a lo profundo del lago
o en el cauce del Río Dulce, lugares que han quedado marcados por la sangre
de tantos testigos de la fe. En el Centro de Campo de Dios, en Santo Tomás de
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Castilla, hay un monumento donde constan, al menos, 25 nombres de estos
laicos catequistas, junto con el P. Tulio Maruzzo, sacerdote franciscano,
asesinado en Bananera, Izabal, que acompañaba pastoralmente como párroco
a la gente de ese lugar.
Año 1986. En Petén, Manuel de Jesús Tzalán Coj, fue un catequista
comprometido con la vida y el anuncio del Evangelio; fue asesinado mientras
celebraba la Palabra de Dios, en su comunidad, Saclik, San Luis, Petén (20 sept
1986). Murió con la Biblia en la mano. Es muy querido y recordado por los
catequistas y los agentes de pastoral del Vicariato de Petén.
Y en medio de esta persecución, muchas veces ni los mismos Obispos tenían un
lugar seguro para poder reunirse; cuando denunciaban tanto atropello, la
respuesta era un nuevo asesinato.
Y para terminar, permítanme que mencione a tres personas que trabajaron
conmigo en la diócesis de Quiché y que por su trabajo pastoral fueron
asesinadas: Julio Quevedo Quezada, murió el 15 de junio de 1991 en Santa
Cruz del Quiché, perito agrónomo, trabajador de Cáritas que ayudaba a las
viudas a tener medios de subsistencia con animales y hortalizas. En el mismo
año, el Hermano Moisés Cisneros, marista que trabajó con jóvenes en
Chichicastenango y en la ciudad de Guatemala donde fue asesinado el 29 de
abril, en la escuela Marista de Jocotales. Bárbara Ford, estadounidense,
Hermana de la Caridad de Nueva York, dedicada al trabajo de salud mental
especialmente a mujeres, esposas de personas asesinadas durante el conflicto
armado, fue asesinada en la ciudad de Guatemala en 2001.
Cierro esta larga lista recordando a Monseñor Juan José Gerardi, asesinado
dos días después de haber presentado el Informe Guatemala Nunca Más, en el
cual se da razón de 55 mil víctimas del conflicto armando interno. Lo que no
pudieron hacer con él en tiempo del conflicto armado, lo hicieron ya firmada la
paz, el 26 de abril de 1998.
Conclusión
La muerte de estos testigos fieles mencionados por su nombre no sólo nos
recuerdan la muerte de Jesús y la de los cristianos de los primeros siglos, sino
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que sigue haciendo cierta la afirmación de Tertuliano que la sangre de los
mártires es semilla de nuevos cristianos. Su testimonio martirial, como el
testimonio de los pobres que forman comunidades vivas y misioneras, y de los
pequeños que entienden a Dios y no temen hablar de él con sus palabras y
vida, sigue inspirando hoy el caminar de la Iglesia que peregrina en Guatemala
para que sus fieles laicos, sacerdotes, consagrados y obispos tengan hoy el
mismo ímpetu y valentía misioneros que caracterizó a los cristianos de los
primeros tiempos de la Iglesia.
San José de Costa Rica 14 de julio de 2012.
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