monólogos de carácter dramático. personajes femeninos.

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MONÓLOGOS DE CARÁCTER DRAMÁTICO. PERSONAJES FEMENINOS. HAMLET, William Shakespeare Acto Segundo. Escena Primera. OFELIA: Señor, estaba cosiendo en mi aposento cuando el Príncipe Hamlet se presentó ante mí, con el jubón todo desceñido, descubierta la cabeza, sucias las medias, sin ligas y cayendo sobre el tobillo a modo de grilletes; pálido como su camisa, chocando una con otra sus rodillas y con tan doliente expresión en el semblante como si se hubiera escapado del infierno para contar horrores… Me cogió por la muñeca, apretándome fuertemente, se apartó después a la distancia de su brazo, y con la otra mano puesta así sobre su frente, escudriñó con tanta atención mi rostro como si quisiera retratarlo. Permaneció así largo tiempo, hasta que, sacudiéndome suavemente el brazo y moviendo así tres veces, de arriba abajo, la cabeza, exhaló un suspiro tan profundo y doloroso que parecía deshacérsele en pedazos todo su ser y haber llegado al fin de su existencia. Hecho esto, me dejó; y, con la cabeza vuelta atrás, parecía hallar su camino sin valerse de los ojos, pues se alejó por la puerta sin servirse de ellos, y hasta el último instante tuvo su lumbre fija en mí. ROBERTO ZUCCO, Bernard Marie Koltés. Escena 13. Ofelia. HERMANA: ¿Dónde está mi paloma? ¿A qué inmundicia ha sido arrastrada? ¿En qué infame jaula has sido encerrada? ¿Qué animales perversos y viciosos la rodean? Quiero encontrarte, tortolita mía, te buscaré hasta que me muera (Tiempo). El macho es el animal más repugnante entre todos los animales repugnantes que produce la tierra. Hay un olor en el macho que me asquea. A ratas en las cloacas, a cerdos en el cieno, un olor a estanque donde se pudren cadáveres. (Tiempo). El macho es sucio, los hombres no se lavan, deja que la suciedad y los líquidos repugnantes de sus secreciones se acumulen en sus cuerpos, y no los tocan, como si fueran bienes preciados. Los hombres no se huelen entre ellos porque todos tienen el mismo olor. Por eso se relacionan entre ellos, todo el tiempo, y andan con putas, porque las putas aguantan ese olor por dinero. He lavado tanto a esa pequeña. La he bañado tantas veces antes de la cena, y la he bañado por la mañana, le he frotado la espalda y las manos con el cepillo y le he cepillado las uñas por dentro, le he lavado el pelo todos los días, y le he cortado las uñas, la he lavado todos los días de arriba abajo con agua y jabón. La he tenido blanca como una paloma, le he peinado las plumas como a una tortolita. La he protegido y guardado en una jaula siempre limpia para que no manchara su blancura inmaculada en contacto con la suciedad de los machos, para que no se dejara apestar por la peste del olor de los machos. Ha sido su hermano, esa rata entre las ratas, ese cerdo apestoso, ese varón corrompido, el que la ha ensuciado y hundido en el cieno y arrastrado por los cabellos hasta su estercolero. Hubiera debido matarlo, hubiera debido envenenarlo, hubiera debido impedir que rondara la jaula de mi tortolita. Hubiera debido levantar alambradas en torno a la jaula de mi amor… Hubiera debido aplastar a esa rata con el pie y quemarla en la estufa. (Tiempo) Todo está sucio aquí. Toda la ciudad está sucia y poblada de machos. Que llueva, que siga lloviendo, que la lluvia lave un poco a mi tortolita en el estercolero donde se encuentra. LA GAVIOTA, Antón Chejov. Acto Cuarto. NINA: ¿Por qué dice usted que ha besado la tierra que yo he pisado? ¡A mí hay que matarme! ¡Estoy tan cansada!... ¡Descansar…, descansar! Soy una gaviota… No, no es eso. Soy una actriz. ¡Claro que sí! (Al oír la risa de Arkadina y Trigorin, escucha…) ¡Él también está aquí! Si…, sí…, no es nada…, sí… Él no creía en el teatro, siempre se reía de mis sueños y, poco a poco yo también dejé de creer y cayó mi ánimo… Además, las preocupaciones del amor, los celos, el continuo miedo por la criatura… Me volví mezquina, insignificante, trabajaba sin ningún sentido… No sabía qué hacer con las manos, no sabía estar en el escenario, no dominaba mi voz. Usted no sabe lo que es ese estado, saber que se actúa horriblemente. Soy una gaviota. No, no es eso… ¿De qué hablaba?... Hablaba del teatro. Ahora soy distinta… Ya soy una verdadera actriz, trabajo con fervor, con pasión, experimento una embriaguez en el escenario, me siento hermosa. Y ahora, mientras vivo aquí, siempre ando y ando, y pienso, pienso y siento crecer cada día las fuerzas de mi alma. Ahora, Kostia, yo sé, comprendo que en nuestro oficio, tanto si trabajamos en el escenario como si escribimos, lo principal no es la gloria, ni el brillo, todo eso con lo que yo soñaba, sino el saber soportar… Sabe llevar tu cruz y cree… Yo creo y no siento ya tanto dolor, y cuando pienso en mi vocación, no temo a la vida. PERIBAÑEZ Y EL COMENDADOR DE OCAÑA, Lope de Vega Acto I. CASILDA: Pues yo, ¿cómo te diré lo menos que miro en ti que lo mas del alma fue? Jamás en el baile oí son que me bullese el pie, que tal placer me causase, cuando el tamboril sonase, por más que el tamborilero chiflase con el guargüero y con el palo tocase. En mañana de San Juan nunca más placer me hicieron la verbena y arrayán ni los relinchos me dieron el que tus voces me dan ¿Cuál adufe buen templado, cuál salterio te ha igualado? ¿Cuál pendón de procesión, con sus borlas y cordón a tu sombrero chapado? No hay pies con zapatos nuevos como agradan tus amores; eres entre mil mancebos hornazo en Pascua de Flores con sus picos y sus huevos. Pareces en verde prado toro bravo y rojo echado; pareces camisa nueva que entre jazmines se lleva en azafate dorado. Pareces cirio pascual y mazapán de bautismo con capillo de cendal, y paréscete a ti mismo, porque no tienes igual. 
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