Nada sera igual…

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Nada sera igual…
No sé qué será de mí. Solo sé que nada será igual después de esta batalla.
Mientras que mi amada Elena está en mi tierra, yo parto entre las aguas
del Mediterráneo hasta Venecia, la cual queda sólo a unas millas, para
juntar nuestras tropas con las del Papado y Venecia. Combatimos para
detener la expansión musulmana. A medida que pasa el tiempo tenemos
más miedo. Miedo de perder lo poco que tenemos, miedo a perder a la
gente que queremos. Una vez entremos en batalla solo Dios sabrá si
saldremos vivos.
Con la aurora llegamos a Venecia, y tras largas horas de espera,
embarcamos de nuevo hacia una isla, con motivo de poder descansar o de
despedirse de tierra firme. Depende de cómo lo mires. Por mi mente solo
pasan las últimas palabras que le dije a Elena […]:“Amada Elena, te amo y
amaré por siempre, esté vivo o muerto. Mi alma y mi corazón te
pertenecen.”
Ojalá hubiese podido casarme con ella. Ojalá nuestro rey, Felipe II, no
hubiese participado en esta batalla. Ojalá no hubiese sido reclutado.
Ojalá…
Concentrado en mis pensamientos no noté cuando alguien golpeaba
suavemente en mi hombro derecho. Era un hombre joven, supongo que
de una edad aproximada a la mía, moreno y con una mirada tan
penetrante como clara y serena. Me inspiraba confianza.
-Me presento, me llamo Miguel de Cervantes, encantado de conocerledijo mientras yo intentaba analizar su personalidad.
- Yo me llamo Rodrigo Mendoza, un placer- dije sonriendo.
Al parecer teníamos varias cosas en común, rápidamente nos hicimos
compañeros de viaje y, tras eso, amigos. Compartimos grandes anécdotas,
pero sobre todo, nos dimos muchísimo apoyo en muchos momentos en
los que nos sentíamos nostálgicos.
El combate fue la peor experiencia que una persona puede tener en su
vida. Eran personas que luchaban por unas ideologías muy distintas, pero
que podían resolverlas hablando. Tuve la grandísima suerte de no perder
la vida; aunque quedé tullido de por vida, ya que un soldado musulmán
me alcanzó con su arma en la rodilla izquierda. Estuve a punto de morir
por diversas razones, pérdida de sangre durante la operación, una
infección y unas graves fiebres. Por suerte sigo vivo y voy de camino a mi
añorada tierra, mi Macael querido.
No volví a saber nada de Miguel, entristezco al pensar que podría estar
criando malvas en estos mismos momentos, mientras que yo voy a
reencontrarme con mi amada Elena en apenas un día. Recuerdo haberle
enviado una carta tras mi recuperación, pero no sé si le llegó. También
recuerdo haberle dicho a Miguel dónde vivía y que si salía vivo me
escribiese, aunque quizás no lo recuerde.
Y aquí estoy hoy, seis meses después de mi reencuentro con Elena, ya
casado y esperando un hijo o una hija. Mi poca movilidad en la pierna
izquierda casi ha dejado de ser un obstáculo para mí. Elena, ella está más
bella de lo que nunca podría uno imaginarse. Miguel sobrevivió a la
batalla, aunque ahora sea manco por una historia similar a la mía. Aunque
ya no podamos movernos como antes seguimos siendo almas soñadoras
enfrascadas en un sueño llamado vida. Lo peor de ser cojo no es que te
mire la gente al pasar, lo peor es no poder jugar con tus hijos algún día.
Antes de la batalla, a la que después llamaron “Batalla de Lepanto” era
una persona muy activa. En aquel tiempo siempre estaba moviéndome;
pero ahora, ahora soy una persona inmensamente feliz y con mil grandes
historias que contarle al mundo.
Carmen Sánchez Martínez
Finalista 55ª Ed. Concurso Relato Corto Coca-Cola (Almería)
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