Cuando Celebrar II

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¿CUÁNDO CELEBRAR? II1
El año litúrgico: Celebración del misterio de Cristo
En el cuadro de la celebración que se celebración que se desarrolla en el tiempo, como respuesta
a aquel ¿cuándo celebrar? Que propone el Catecismo como pregunta fundamental de la
catequesis litúrgica, se proponen algunas consideraciones sobre el Año litúrgico como celebración
del misterio de Cristo, de la Virgen María y de los Santos.
La exposición es bastante breve y discreta pero se puede, mejor dicho, se debe completar con
algunas reflexiones que, en otra parte del Catecismo se encuentran a fin de integrar el conjunto de
la reflexión sobre la celebración del Señor, de María y de los Santos a lo largo del año litúrgico.
La Pascua en el centro de la celebración del misterio
Los cristianos han celebrado el misterio de Cristo a partir de la Resurrección con la memoria
semanal del Domingo; una memoria que continúa hasta ser una Pascua semanal. Pero de la
Pascua anual, considerada en su plenitud a partir de los días santos que la Iglesia llama Triduo
Pascual, antes y después de la Resurrección, en el tiempo que precede y en el que le sigue, como
una luz que lo ilumina y lo impregna todo.
Dice el Catecismo: “A partir del Triduo Pascual, como de su fuente de luz, el tiempo nuevo de la
Resurrección llena todo el año litúrgico con su esplendor. El año, gracias a esta fuente, queda
progresivamente transfigurado por la Liturgia” (N. 1168). Todas las celebraciones en la Iglesia
llevan la importancia de Cristo Resucitado presente en la Iglesia.
Por el Triduo Pascual se entiende la celebración de la Pascua de Cristo en los tres momentos
sucesivos y progresivos que van desde la Cena del Señor, el Jueves Santo, a la celebración de la
Cruz, el Viernes Santo, a la espera y la celebración de la Resurrección del Señor en el Sábado y
en la Vigilia Pascual, que introduce en el gran Domingo y en el Tiempo Pascual. A partir de este
Triduo Sacro o Pascual se extiende el tiempo que comprende la cincuentena Pascual hasta la
Ascensión y Pentecostés y que introduce en el Tiempo Ordinario. Mirando hacia atrás, el Año
Litúrgico se presenta rico en la memoria del misterio de Cristo con la celebración del tiempo de
Cuaresma, camino de Jesús hacia la Pascua, y el inicio ideal del misterio Pascual con el Adviento,
el ciclo de la manifestación del Señor que comprende Navidad, Epifanía, el Bautismo del Señor;
un tiempo que a su vez introduce en la primera parte del tiempo ordinario. Pero todo está
iluminado por el misterio de la Pascua en su fuente de gracia: “Es, realmente” el año de gracia del
Señor”. La economía de la salvación actúa en el marco de tiempo, pero desde su cumplimiento en
la Pascua de Jesús en la efusión del Espíritu Santo, el fin de la historia es anticipado, como
pregustado, y el Reino de Dios irrumpe en el tiempo de la humanidad” (n. 1168).
Es la Pascua del Señor la que da valor a todo porque todo, en Cristo Resucitado, está contenido y
recapitulado.
El esplendor de la Pascua anual
El Catecismo recuerda brevemente el esplendor de la fiesta de Pascua con el entusiasmo propio
de los textos litúrgicos de Oriente y Occidente: “Por esto, la Pascua no es simplemente una fiesta
entre otras: es “la fiesta de las fiestas”, “Solemnidades de las solemnidades”, como la Eucaristía
es el Sacramento de los sacramentos (el gran sacramento). San Atanasio la llama “el gran
domingo”, así como la Semana Santa es llamada en Oriente la “gran semana”. El Misterio de la
Resurrección, en el cual, Cristo ha aplastado a la muerte, penetra en nuestro viejo tiempo con su
poderosa energía, hasta que todo le esté sometido” (n. 1169).
1
Jesús Castellano Cervera OCD, Teología y Espiritualidad Litúrgica en el Catecismo de la Iglesia Católica, Valencia España.
Llegados a este punto es un deber completar, desde un punto de vista Bíblico-teológico y con un
breve apunte litúrgico, el sentido de la Pascua, la totalidad del Triduo Pascual, a la luz del mismo
Catecismo.
Toda la descripción del misterio pascual, de la Cena hasta la Resurrección, ocupa un puesto
central en la primera parte del Catecismo donde se habla de los misterios de Cristo y se narran los
momentos iniciales y finales de su vida (nn. 512 y ss).
La última Cena tiene el carácter pascual de la anticipación de su muerte y la profecía de la
Resurrección con la institución de la Eucaristía para celebrar hasta su venida en la gloria. La
Iglesia celebra este primer momento de la Pascua de Jesús con la proclamación de los textos
pascuales de la Eucaristía, la celebración eucarística del Jueves Santo, el lavatorio de los pies t la
adoración de la Eucaristía.
La Pasión de Cristo en la Cruz tiene el carácter pascual de la inmolación del Cordero pascual y la
memoria de la muerte redentora. La Iglesia celebra este misterio con las lecturas de la Pasión,
especialmente con la narración de la Pasión según san Juan, las oraciones solemnes, la
adoración de la Cruz, la comunión eucarística. Las Iglesias Orientales les añaden un sugestivo rito
de la sepultura del Señor. La piedad popular, a su modo, celebra la pasión de Cristo, su sepultura,
la soledad de su Madre.
La Resurrección del Señor es el Éxodo pascual de Cristo, de la muerte a la vida, de este mundo al
Padre. Es un hecho salvífico, real, radicado por el Espíritu, y por la evidencia de las apariciones
del Resucitado. La Iglesia celebra la Pascua, después de la preparación silenciosa y llena de
esperanza del Sábado Santo, con la Vigilia Pascual. Es la “madre de todas las vigilias”. Con los
ritos iniciales revive la “Pascua de la creación” que inicia con la bendición del fuego y culmina con
el canto del Pregón Pascual. Con la liturgia de la Palabra hace presente la “Pascua de la historia
de la salvación”, una historia que, a través de las lecturas del Antiguo y Nuevo Testamento camina
hacia el momento culminante de la Resurrección. Con la celebración de los sacramentos de la
iniciación cristiana (bautismo, confirmación, eucaristía) la Iglesia hace partícipes de la salvación de
Cristo Resucitado a los nuevos hijos de la Iglesia. También donde no se celebran los sacramentos
de la iniciación, se renuevan las promesas bautismales y se participa del banquete pascual de la
Eucaristía. Oriente y Occidente rivalizan en la solemne celebración de los misterios pascuales que
se prolongan en el Domingo y en la octava de Pascua, y culminan, después de la Ascensión, en la
celebración de Pentecostés: el descendimiento del Espíritu Santo, culmen de la manifestación de
a eficiencia de la Resurrección con el don, hecho a la Iglesia, del Espíritu Santo.
La belleza de la liturgia, hace partícipes a los cristianos de los misterios de Cristo que son, ahora,
misterios de la Iglesia y del cristiano.
Una breve nota del Catecismo recuerda el hecho de la celebración de la fecha de Pascua de parte
de las Iglesias de Oriente y de Occidente, a través de algunos cambios históricos, especialmente
a partir de la introducción del calendario, vulgarmente gregoriano (del papa Gregorio XII en el
1582) y el deseo de llegar a celebrar juntos, en la misma fecha, la Pascua del Señor (n. 1170).
En torno al misterio pascual: Adviento, Navidad, Cuaresma
“El año litúrgico es el desarrollo de los diversos aspectos del único Misterio pascual. Esto vale muy
particularmente, para el ciclo de las fiestas en torno al misterio de la Encarnación (Anunciación,
Navidad, Epifanía) que conmemoran el comienzo de nuestra salvación y nos comunican las
primicias del misterio de Pascua” (n. 1171). Lo mismo podemos decir del tiempo que precede a la
Pascua como su preparación, la Cuaresma que culmina, después del Domingo de Ramos y el
inicio de la Semana Santa, a las puertas de la celebración del Misterio Pascual en la mañana de
Jueves Santo que antiguamente era el día de la reconciliación de los penitentes y hoy se celebra
la Misa crismal con la bendición del crisma y de los óleos.
Es obligado completar las breves alusiones del Catecismo, en esta sección, con una referencia a
algunos números dedicados a los misterios de Cristo en su primera parte.
Hablando de los misterios de la infancia de Jesús, el Catecismo hace una concreta alusión a la
preparación o preparaciones proféticas que la Iglesia celebra cada año con la Liturgia de Adviento
(n. 524).
Evoca el misterio de la Navidad con los textos de la liturgia oriental (n. 525) y occidental (526).
Pero describe con sensibilidad litúrgica los misterios de la manifestación del Señor que están en
nuestro ciclo navideño: Circuncisión (n. 527), Epifanía (528), Presentación al templo o Encuentro,
según la terminología oriental (n. 529), la huída a Egipto (530), los misterios de la vida oculta de
Jesús en Nazaret, y el encuentro de Jesús en el templo de Jerusalén (531-534). Describe el
momento del bautismo de Jesús, tan importante en la liturgia de Oriente y de Occidente (nn. 535537).
Más adelante, en el recuerdo de las tentaciones de Jesús alude a la memoria que la Iglesia
cumple con la Santa Cuaresma (n. 450). Dedica párrafos muy expresivos a la Transfiguración (n.
554-556) al camino de Jesús hacia la Pascua, y a la entrada mesiánica en Jerusalén (559-560),
con esta anotación litúrgica: “La entrada de Jesús en Jerusalén manifiesta la venida del Reino que
el Rey Mesías llevará a cabo mediante la Pascua de su muerte y Resurrección. Con la celebración
el domingo de Ramos de la entrada de Jesús en Jerusalén, la Liturgia de la Iglesia abre la gran
Semana Santa” (n. 560).
La predicación del Reino y de los misterios de su vida forman el entramado del tiempo ordinario
que la Iglesia celebra en los domingos durante el año y, en algunos aspectos, en el camino de
Cristo hacia la Pasión y Resurrección.
Estas sencillas referencias indican la complementariedad del Catecismo en la exposición de la fe
proclamada y de la fe celebrada.
En comunión con la Virgen María y los Santos
Con extrema brevedad, el Catecismo alude también a las fiestas de María y de los Santos en el
año litúrgico retomando algunos textos fundamentales de la Sacrosanctum Concilium (nn. 103104).
María, la Madre del Señor, ocupa un puesto privilegiado en los tiempo litúrgicos porque ha estado
“indisolublemente unida a la obra de su Hijo” (n. 1172). La liturgia celebra su presencia en
Adviento, en el tiempo de Navidad y de Epifanía; mas discretamente en la celebración del
misterio pascual, en el tiempo de Pascua y hasta Pentecostés. Una realidad hecha más evidente
con la reforma litúrgica del Vaticano II y en sucesivos desarrollo de los últimos decenios, como la
Colección de Misas de la Bienaventurada Virgen María. Su presencia en el tiempo ordinario está
asignada especialmente a la memoria del sábado.
Las solemnidades, fiestas y memorias de la Madre del Señor están siempre en relación con el
misterio de Cristo: la Inmaculada Concepción, su Natividad, su Presentación en el templo, la
Anunciación del Señor, los misterios de Navidad y de Epifanía, de modo especial la fiesta de su
Divina Maternidad el primero de enero y la Presentación de Jesús en el templo el dos de febrero.
María está presente como se ha recordado en el misterio pascual y en Pentecostés.
La Iglesia celebra como gran fiesta de María su Dormición o Asunción al Cielo, su realeza. Con
memorias que son fruto de la piedad popular hace memoria de algunos de sus títulos, queridos
por el pueblo de Dios: Lourdes, Fátima, el Inmaculado Corazón de María, la Virgen del Carmen, la
Virgen de los Dolores y del Rosario…
En la primera parte del Catecismo hay textos de gran belleza y están presentes a lo largo del
tiempo litúrgico como expresión de la fecundidad del misterio pascual en las varias expresiones de
la santidad. La Iglesia celebra su “diez natalis”, su memoria o nacimiento para el cielo, propone a
los fieles su ejemplo, implora su intercesión (n. 1137).
En el Santoral de la Iglesia figuran los justos del antiguo Testamento, patriarcas y profetas, los
testimonios de la manifestación del Señor (Joaquín y Ana, Juan el Bautista, San José), los
apóstoles y evangelistas, los mártires de todos los tiempos, las vírgenes, los pastores y los
doctores de la Iglesia, los monjes y confesores, los santos y las santas de todo tiempo, cultura,
edad, condición y vocación.
Conclusión
En el tiempo de la Iglesia, la celebración del misterio de Cristo se acompaña de la presencia de
los Santos en los cuales se manifiesta con fuerza y belleza el misterio pascual de Cristo y la gracia
santificadora del Espíritu.
Todo el tiempo de la Iglesia es tiempo propicio para la celebración litúrgica, por el anuncio y la
catequesis, por las obras de conversión y caridad, por el testimonio cristiano. El tiempo humano se
convierte así en tiempo abierto a la salvación, tiempo transfigurado por la gracia del Señor.
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