inédito trozo de una carta de lucila godoy alcayaga a manuel

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LUIS V ARGAS S AAVEDRA
IN DITO TROZO DE UNA CARTA DE L UCILA G ODOY A LCAYAGA
INÉDITO TROZO DE UNA CARTA DE
LUCILA GODOY ALCAYAGA A
MANUEL MAGALLANES MOURE
LUIS VARGAS SAAVEDRA
Pontificia Universidad Católica de Chile
Como primicia de la próxima publicación del epistolario firmado por
Lucila Godoy Alcayaga, a Manuel Magallanes Moure, copio un trozo inédito
de la carta que allí hemos enumerado como la 59. Fue escrita desde Temuco,
en enero de 1921, y muestra cuál era, en 1921, su posición etiestética ante la
poesía y ante el modernismo.
El 19 de noviembre de 1920, Lucila Godoy Alcayaga le responde a
Manuel Magallanes Moure tras una ruptura de dos años, entre 1918 y 1920,
ruptura que él asestara, ofendido por una opinión de ella respecto a una amiga
de él. El tono de la última fase del epistolario (1920 a 1923) es muy distinto
al de las fases precedentes (1914 a 1918). Baste citar el comienzo de la última
carta enviada en 1918, el 14 de noviembre: “Mi hijo: una suya me llegó, una
sola.” Y al final: “Pasar mis manos por tus sienes, por tus cabellos, por tus
párpados y no decirte nada, para no caer en el ridículo de esperar palabras tuyas
de amor. Tu L.” Comparar con el control sereno al recibir después de dos años
de silencio una carta de Manuel Magallanes Moure: “Su carta me ha dado un
asombro como no podría expresarse.” Y al despedirse se evalúa y lo evalúa
con lucidez: “Yo conozco lo que en Ud. pierdo en la vida y en los hombres.”
Se ha morigerado el apasionamiento: la fogosidad de él, la entrega de
ella, todo ello en ámbito imaginario, de confesión escrita entre dos seres que
durante siete años nunca se vieron cara a cara. Por fin y al fin se contemplarán
en ese año de 1921 (Carta 68), justo el 7 de abril, día del cumpleaños de Lucila
Godoy Alcayaga.
Teniendo todo esto en cuenta, el trozo de la Carta 59 pertenece a un
soliloquio fraternal, en el que se dan opiniones literarias. Ella ya le ha perdonado (Carta 57, del 4 de enero de 1921): “Te miro largamente y te perdono,
voy perdonándote mientras te miro.”
Es una novedad saber que Lucila Godoy Alcayaga se interesaba por
escuchar la musicalidad del idioma alemán y, en especial, la de Goethe y, en
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Goethe, la de un poema del Fausto I (escena VIII). Este es el poema que le
deleitó el oído:
Es war ein König in Thule
Gar treu bis an das Grab,
Dem sterbend seine Buhle
Einen goldnen Becher gab.
Es ging ihm nichts darüber,
Er leert ihn jeden Schmaus;
Die Augen gingen ihm über,
Sooft er trank daraus.
Und als er kam zu sterben,
Zählt er seine Städt im Reich,
Gönnt alles seinem Erben,
Den Becher nicht zugleich.
Er saß beim Königsmahle,
Die Ritter um ihn her,
Auf hohem Vätersaale,
Dort auf dem Schloß am Meer.
Dort stand der alte Zecher,
Trank letzte Lebensglut
Und warf den heiligen Becher
Hinunter in die Flut.
(Érase en Thule un monarca
Modelo de leal amor,
Y al que su amada una copa
De oro, al morir, le legó.
Nada estimaba el rey tanto;
Tan solo en ella bebía,
Y siempre que la apuraba,
La mirada se le iba.
Y al llegar su última hora
El reino legó a su hijo,
Pero a la copa preciada
Le reservó otro destino.
A su mesa están sentados,
De su corte, los señores
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Del castillo, en el salón
Que dan al mar sus balcones.
Allí está la vieja copa;
Bebe el rey su último trago,
Y arroja al mar con un gesto
Solemne el cáliz sagrado.
Caer en las aguas lo mira,
Y ve cómo se hunde en ellas,
Y a él los ojos se le hunden…
Ni una gota bebiera…).
Se podría elucubrar que Lucila Godoy Alcayaga se identifica irónicamente con la Margarita deseada por Fausto, a quien Mefistófeles está drogando
para que vea (según nos susurra en un Aparte) “a Helena en cada hembra.”
Afinidades: Margarita le replica a Fausto que ella no es linda, tal como Lucila
Godoy Alcayaga se lo repite, en varias cartas del epistolario, a Manuel
Magallanes Moure, cuando insiste en declararse enamorado de ella. Asimismo,
ese monarca “modelo de leal amor” estaría siendo usado en esta carta para
insinuarle a Manuel Magallanes Moure que él no ha sido como ese rey.
Continuando con la elucubración, se podría percibir cómo esa Copa,
símbolo de un amor eterno, se tornea en “El vaso,” (Sección “Dolor,” en
Desolación) del cual copio la primera estrofa:
“Yo sueño con un vaso de humilde y simple arcilla,
que guarde tus cenizas cerca de mis miradas;
y la pared del vaso te será mi mejilla,
y quedarán mi alma y tu alma apaciguadas.”
En este poema, es una mujer la que atesora en un vaso los restos
materiales de un amado. Se ha invertido así la emotividad del hombre que
atesora en una copa su amor a la amada.
En días pasados, mi profesor de alemán, me leía en este idioma, La
balada del rey de Tulé, de Goethe1. Yo no sé alemán; pero él quería que yo
sintiera la armonía del verso. Era perfecta; una blandura de terciopelo se
habían hecho las palabras. No había un acento duro; era una música palpable
que, te repito, daba la sensación física de felpa, de césped. Bueno: en el
modernismo hemos perdido eso. Deliberadamente rompimos lo de los acentos
1
La admiración que Lucila Godoy profesa por Goethe se manifiesta en dos textos de Lagar: “Recado
terrestre” y “Recado sobre una copa.”
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rítmicos, como si no elimináramos un elemento de deleite, de belleza, por lo
tanto. Y despreciamos otras cosas: la unidad, esa cualidad obligada no solo
del verso, sino de toda obra de arte. Y nos importó poco la fluidez, esa otra
maravilla, que revela una escondida virtud del espíritu: cierta costumbre de
decir la belleza, una cosa que a mí me hace el efecto (la fluidez) de la facilidad
en los movimientos, en la gente fina, lo suelto y elegante del caminar, en
algunas mujeres. Luego, nos inflamos, perdimos la naturalidad y la sencillez.
(Carta 59 PUC1, 6 y 7).
Respecto a la porosa frontera entre la persona de carne y hueso y la
persona literaria, es decir, en la creciente fusión de Lucila Godoy Alcayaga
en Gabriela Mistral, que ha de quedar soldada a partir de Desolación, en 1922,
este trozo de la Carta 59, contendría a las dos. Sería Lucila Godoy Alcayaga
la que recurre a Margarita para insinuar su ironía o, acaso, su juego, en tanto
que sería Gabriela Mistral la que expresa su etiestética. Es a la poeta a quien
esa música verbal alemana la ha tocado en la esencia misma de su sentido del
ritmo, base del verso, esencia que ha sido desdeñada y arrasada, según ella,
por el modernismo, que habría dado paso a la dureza y a la fragmentación.
Repárese que en su concepción estética, la belleza debe dar deleite.
Deleite rítmico, placer de oír cadencias. Y deleite de irradiarlas, porque la
belleza se da, se exhala y sucede desde el poeta y desde su poema, con toda
naturalidad. Para Lucila Godoy Alcayaga, en el modernismo esa maravilla de
espontaneidad se habría tornado una maniobra postiza y hechiza.
Siente que la fluida naturalidad de la belleza creada “revela una escondida virtud del espíritu.” Digamos que posee una doble valencia estética y
ética. Siendo una belleza y virtud del espíritu, es etiestética, tal como pedían
los neoplatónicos.
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