POR ALUSIONES J.R Collel hace un bonito juego malabar en la que llama contestación a S. Gabás. Elude el incuestionable planteamiento de Santiago: y de paso plantea una situación yo diría que un tanto maniquea: quien muestra nerviosismo o alteraciones viscerales ante los problemas de convivencia dentro del aula es porque no cree en los alumnos como personas, no capta el estilo pedagógico de San Valero, no ama, y de remate no es creativo. En primer lugar: no he captado entre mis compañeros “la sensación manifiesta de que cualquier medio vale para restablecer el orden”. En segundo lugar reconozco que yo sí que estoy nervioso y a veces “he sido victima de alteraciones viscerales frente a los conflictos del aula” porque estoy comprometido en lo que hago y no siempre es fácil. Pero me niego a ser juzgado por quien no comparte mis vivencias: 27 horas de clase, una tras otra, con “alumnos ignorantes, frustrados, fracasados, pobres e irrespetuosos” (yo no diría tanto, si bien, añadiría consentidos). Alumnos y grupos que en ningún caso, he escogido yo, pero a los que respeto y con los que trato de “sacar a flote todos sus valores” Me altero porque quiero conquistar con ellos la libertad, “elemento constitutito de la dignidad de la persona humana interrumpidamente proclamado y defendido por el pensamiento cristiano. Pero conviene tener presente que la libertad no es nunca un fin en sí misma, antes bien, esta forzosamente finalizada: es el medio para consecución del verdadero bien. El error del permisivismo consiste en dar la vuelta al punto de mira: el fin se convierte en la búsqueda de la libertad individual sin ninguna referencia al bien con el que la libertad se compromete. La consecuencia práctica es que, fuera de la finalización del bien, la libertad se transforma en el abuso y, en vez de proporcionar a las personas el medio para su perfeccionamiento, determina su vaciamiento y frustración. De la libertad no queda más que el slogan, y no logro acercarme con ellos un poco más a ese sentido de libertad comprometida que proclama el Papa. Me altero porque el ruido y la vulgaridad de unos pocos nos impiden el encuentro. “La magia de la palabra debe manar del silencio”. Me altero porque en el aula hay opresiones y oprimidos: cuenta Amin Maalouf en “León, el africano” que existía en Fez el gremio de todos los cordeleros: “trescientos hombres, sencillos todos ellos, todos ellos pobres, analfabetos casi todos y que sin embargo habían sabido convertirse en el gremio más respetado de la ciudad, el más solidario, el mejor organizado... “Su divisa es una sentencia del Profeta: Ayuda a tu hermano, sea opresor u oprimido; pero interpretan estas palabras como lo hizo el propio Mensajero cuando le dijeron: Al oprimido lo ayudaremos, es natural. Pero ¿cómo habríamos de ayudar al opresor? Y él contesto: lo ayudaréis pudiendo más que él e impidiéndole hacer el mal”. Me altero porque no tengo fuerza de defender al opresor y porque me angustia la idea de poder ser yo mismo opresor. Me altero porque la libertad, diálogo y acogida se han convertido en nosotros en palabras carentes de realidad, en armas arrojadizas, y así cada vez nos resulta más difícil “descifrar en cada caso lo perdurable y lo cambiante en materia educativa” y en materia de convivencia. Me altero, me pongo nervioso, pero lucho, sonrío, y estoy contento porque “la felicidad es la consecuencia del cumplimiento del deber” y mi deber es buscar una respuesta a tantos interrogantes, no ignorarlos. Manolo Gómez.