Desempleo - Conferencia Episcopal de Chile

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HOMILIA
PARA LA CONMEMORACION DE SAN JOSE OBRERO
Día del Trabajador
Introducción
Hoy celebramos el Día del Trabajador. Se trata de una conmemoración que
durante el siglo XIX y principalmente en el siglo XX y el actual, evoca una jornada de
luchas y reivindicaciones de la clase trabajadora.
El Papa Pío XII quiso unir la comunidad de los creyentes a esta celebración,
poniendo en medio de ella, a un trabajador de carne y hueso, llamado José. Un
carpintero judío, de especial relieve en el plan de Dios, ya que fue elegido para ser el
padre legal de Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre.
La Palabra de Dios que para los creyentes tiene el papel de iluminar, fortalecer y
dar esperanza en el camino de la vida personal y social de cada tiempo, esta noche nos
ayuda a descubrir y valorar el sentido del trabajo humano.
Iluminados por la Palabra de Dios
Acabamos de escuchar en el relato del Génesis (1, 26-2,3) cómo Dios crea al ser
humano a imagen y semejanza de Él, y lo constituye señor de todo lo que existe. Esto
implica que le da poder para que a través del trabajo, lo domine y lo haga desarrollar
con el esfuerzo de sus decisiones, de su inteligencia y de sus habilidades.
Es interesante descubrir en el lenguaje del escritor de este relato que Dios parece
ser visto, también Él, como un trabajador cuando afirma que “concluyó para el día
séptimo todo el trabajo que había hecho: y descansó el día séptimo de todo el trabajo
que había hecho”.
En la lectura del Evangelio de Mt (13, 54-58) nos encontramos con Jesús, que,
estando de visita en su tierra de Nazareth, a pesar de las cosas profundas y sabias que
anuncia a la gente, es mirado en menos, no valorado por el mero hecho de ser parte de
una familia, de la que hace cabeza un carpintero llamado José, para nosotros San José.
Jesús es descalificado por la sociedad de su tierra y de su tiempo. Sucede
también lamentablemente en la sociedad de nuestro tiempo, que a la gente le resulte
escandaloso, chocante, el hecho de que siendo de una familia humilde, que vive el
mandato de Dios trabajando cada día de manera modesta pero digna, el joven Jesús
aparezca enseñando a la multitud con una sabiduría inesperada.
Esto parece indicar el poco valor en que la gente tiene el hecho de sobrevivir en
base a la experiencia, tantas veces dura y mal considerada o remunerada, del trabajo.
El camino de nuestra reflexión
Reflexionar sobre estos relatos nos ayuda a darnos cuenta del valor del trabajo.
El Catecismo de la Iglesia Católica nos ofrece valiosas pistas para conocerlas. Por ej.
1.- El trabajo humano procede directamente de personas creadas a imagen de Dios y
llamadas a prolongar, unidas y para mutuo beneficio, la obra de la creación dominando
la tierra.
2.- Trabajar, de acuerdo a la propia dignidad que el Dios creador da a cada persona, no
sólo es un deber sino un derecho, ya que la experiencia de trabajar honra los dones de
voluntad, inteligencia y solidaridad que Dios nos hace, y los talentos o cualidades que
nos concede a cada uno: sensibilidad social, habilidad intelectual o manual, capacidad
de liderazgo, creatividad, organización.
3.- A la luz de la fe cristiana, soportar el peso que tiene el trabajo de cada día, a veces,
humillante o no valorado debidamente, en unión con Cristo el carpintero de Nazareth y
el crucificado en el Calvario, en una manera de colaborar con Él en la redención de la
sociedad.
4.- Un aspecto estimulante de la experiencia de trabajar es que en el trabajo la persona
ejerce y aplica una parte de las capacidades que están dentro de su naturaleza. Esto
significa que el trabajo no es una simple mercancía que se compra o se vende como un
objeto cualquiera, sino que su valor primordial depende de la dignidad de quien trabaja,
siendo el trabajador su autor y su destinatario.
Ante este hermoso panorama del sentido del trabajo vemos que nos falta hacer
camino para llegar a una situación que esté de acuerdo con el plan de Dios sobre la
sociedad.
Por esto se puede decir que es triste ver la realidad actual, por ejemplo en
nuestra región, cuando nos encontramos con tanta gente en estado de desempleo, con la
angustia y frustración que esto significa para el trabajador y su familia.
Cómo no pensar que nuestra sociedad está socialmente enferma cuando no es
capaz de hacer posible un trabajo digno, bien remunerado, que valore realmente la
persona humana en sus necesidades básicas, más allá de las leyes del mercado.
Un aspecto en verdad preocupante en el medio laboral de Atacama es el de los
bajos niveles de seguridad para los que se ganan el pan de cada día en faenas de gran
riesgo para la salud síquica o física. Este hecho puede denotar la poca preocupación de
los empresarios por la persona de los trabajadores o la negligencia de las autoridades
pertinentes por vigilar que se cumplan las normas de seguridad prescritas por la ley.
Ha sido causa de mucho dolor y tristeza para la opinión pública, y en especial
para las familias y los compañeros de trabajo, constatar en el último tiempo casos de
muerte o de situaciones que han dejado en invalidez o enfermedad a mineros, a
temporeros o temporeras, a trabajadores de la construcción, a pescadores, o a quienes
trabajan en la locomoción colectiva.
Ante esta situación la Palabra de Dios que guía a la Iglesia, servidora de la
sociedad, requiere hacer un doble llamado respetuoso pero claro en sus términos. Por un
lado, a los que tienen algún tipo de responsabilidad social a nivel de autoridades o de
empresarios. Se trata de invitarlos a que en su interés por el desarrollo del país y el
aumento de la producción para incrementar los beneficios, pongan en el primer lugar la
decisión por mejorar el capital social, es decir, la persona de sus trabajadores, a través
de la capacitación, seguridad y estabilidad de su trabajo, más el tiempo del necesario
descanso en familia, y remuneraciones justas y estimulantes.
Por otro, es conveniente que los trabajadores, en el clima de una responsable
participación deseada por una democracia madura y solidaria, se organicen en orden a
poder disponer no sólo reivindicaciones económicas, sino también a lograr lo que
necesitan para su desarrollo espiritual, familiar, laboral, cultural y social.
Creemos que dentro de este apartado de justicia social es necesario recordar a
todos, especialmente a gobernantes y empresarios, su grave deber de cuidar que no se
deteriore la calidad del medio ambiente, mediante una irresponsable explotación de los
recursos naturales. Estamos pensando en el enorme impacto del proyecto Pascua Lama
en la situación del hermoso Valle del Huasco y lo que significan para la vida y trabajo
de sus habitantes decisiones abusivas del poder económico, entre otras cosas, por la
intervención sobre los glaciares. A pesar de que se había anunciado con tanto tiempo de
anticipación el riesgo y los daños de su desaparición, estamos viendo que todo esto ha
sido en vano.
En esta ocasión volvemos a recordar una vez más lo que dice la Doctrina Social
de la Iglesia: “el agua, por su misma naturaleza, no puede ser tratada como una simple
mercancía más entre las otras, y su uso debe ser racional y solidario. El derecho al agua
es un derecho universal e inalienable.” (DSI, n. 485).
Conclusión
Al terminar este mensaje, insistimos que todos los hombres y mujeres, creados a
imagen y semejanza de Dios, estamos llamados a trabajar, desde nuestra propia realidad
personal, familiar, social, para que el mundo crezca, se desarrolle, y logre el fin que el
Creador le ha propuesto. A pocos días de la inauguración de la Quinta Conferencia
General de los Obispos de América Latina y El Caribe, con la presencia del Santo Padre
Benedicto XVI, en Aparecida, Brasil, todos estamos invitados a vivir dignamente la
experiencia del trabajo, como “discípulos y misioneros de Jesucristo, para que nuestros
pueblos en El tengan vida”.
Le pedimos a María, madre del Señor, mujer dueña de casa, a quien veneramos
en Chile con tanto cariño, bajo el título de Nuestra Señora del Carmen, que nuestro
pueblo, en medio de sus fortalezas y sus debilidades, llegue a ser una gran familia de
hermanos, donde todos y cada uno de los chilenos y chilenas, tenga pan, respeto y
alegría.
A Cristo, el hijo del Carpintero y Señor de la historia,
Sea siempre el honor y la gloria por los siglos de los siglos.
AMEN.
Copiapó, 1 de mayo, 2007.
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