El Noh: el teatro de lo inmutable Ver una representación de teatro noh resulta, para la generalidad de los mortales, algo soporífero. El observar, durante horas y horas un escenario desnudo, sin decorados, sobre el que los personajes, cubiertos con máscaras de gesto anodino, permanecen quietos, inmóviles, cuando no reproduciendo movimientos muy lentos, pausados, cuidados hasta en su más mínimo gesto, al ritmo marcado por unos tambores y bajo la melodía de una flauta de bambú, la verdad es que no despierta otra cosa que un tremendo aburrimiento. ¿Cómo es posible, entonces, que una forma de representación tan tediosa y aparentemente tan alejada de la realidad, de las emociones de la gente, haya podido permanecer inmutable durante tanto tiempo, manteniéndose como una de las grandes señas de la identidad cultural japonesa? Los actores cantan y bailan acompañados de un coro, como en las tragedias griegas, transmitiendo la impresión de que algo importante está pasando en la escena, de que estamos viviendo un momento trascendente. Nada es gratuito y toda acción está plagada de símbolos que, lógicamente, desconocemos. Más que teatro parece un acto ritual, lo que nos muestra la naturaleza de su origen, de su sentido y significado. Es cierto que en todas las culturas el nacimiento del teatro se asocia, de una manera u otra, a sus creencias religiosas, ayudando a conectar a los hombres con sus divinidades. El hecho diferencial y característico del noh ha sido precisamente el dar continuidad a una tradición milenaria. El noh ha sido siempre un teatro para iniciados. En su origen, para esa élite feudal del Japón medieval formada por señores y samuráis, que veían ese modo de representación teatral, plagada de referencias budistas y sintoístas, el compendio de los valores que debían regir su código de conducta. Ha sido precisamente esa atmósfera zen que se crea en el escenario lo que ha mantenido viva esta expresión teatral y la que ha llegado a seducir a la cultura occidental, que ha visto en este teatro la espiritualidad y el misticismo que, en esta parte del mundo, hace siglos que se ha perdido.