1 ¿QUÉ SIGNIFICA “CELEBRAR” Toda la 2ª parte del Catecismo lleva como título “La celebración del Misterio cristiano”. Debemos recalcar, entonces, el término ‘celebrar’, para saber en qué consiste la Liturgia de la Iglesia, que es ‘celebración’. Sin recurrir a ningún Diccionario de latín cristiano el término implica ‘fiesta y alegría’: celebramos acontecimientos felices, ya sea un cumpleaños, un aniversario de bodas, una graduación universitaria, una misa. Es verdad que la Iglesia también ‘celebra’ acontecimientos infelices, como las exequias de un cristiano, pero lo hace como el momento de la Pascua de un bautizado, que culminará en la vida de la Resurrección. La Liturgia que celebramos ‘aquí’, es la oración de Jesús y de los Apóstoles, repetida en la vida de la Iglesia y de los fieles como eco anticipado y profético de la Liturgia que se celebra en el cielo. No debemos separar la Liturgia celestial, de la que celebra el Pueblo de Dios que peregrina en la tierra. Lo que Cristo hizo fue inaugurar en la tierra, esa liturgia celestial. Nuestros signos tendrán que ser lo suficientemente transparentes, como para manifestar, desde la pobreza de nuestros límites y posibilidades, la Liturgia del Reino pleno de los elegidos. “En esa Liturgia eterna, el Espíritu y la Iglesia nos hacen partícipar cuando celebramos el Misterio de la salvación en los sacramentos” (C 1139) La celebración de la Liturgia sacramental En nuestro modo habitual de hablar, cuando decimos ‘celebrar/celebración’ nos referimos, casi con exclusividad, a los ministros ordenados. Decimos : “Celebré la misa el Domingo”, en tal o cual Parroquia, pero, si soy un laico, jamás diré: “Celebré la misa el domingo pasado”. El Guía de la Misa o de los cantos, expresará: “ Pongámonos de pie para recibir al celebrante”, aunque todos seamos ‘celebrantes’, cada uno desde su rol o ministerio: Toda la comunidad, el Cuerpo de Cristo unido a su Cabeza, es quien celebra (C 1140), si bien es verdad -como lo dijimos antes- que cada miembro de la Iglesia ‘celebra según su “orden” (los ministros ordenados: obispos, presbíteros y diáconos); según su “institución” (acólitos y lectores), según su “designación” (ministros extraordinarios de la comunión, director de coros y música) y según su “vocación bautismal” (la asamblea congregada). Pero todos son celebrantes. Esto hace que no sea impropio para un fiel, que ejerza su sacerdocio común diciendo: -El Domingo pasado celebré Misa en tal Parroquia…, aunque no presida dicha celebración ni ejerza los ministerios visibles, conocidos y habituales. Este cambio en los términos usados, y lo habitual y familiar con ellos, ayudaría a cambiar la mentalidad reinante. No olvidemos que en la Misa escuchamos, hablamos, cantamos, nos movemos, oramos, hacemos silencio, intercambiamos gestos, tocamos algún instrumento, llevamos al altar los dones del pan y en vino, hacemos la colecta, etc., o sea: ¡celebramos!, “participando de una trama de palabras, gestos, silencio, escucha, que llamamos ‘ritos’. Desde el Bautismo somos un pueblo que tiene el derecho y el deber de “celebrar” los misterios de la salvación, si bien no todos tenemos la misma función (cf C 1142), como tampoco en una orquesta los músicos tocan al unísono la melodía de una sinfonía: todo lo contrario. Debe quedar en claro que toda la asamblea es liturgo (C 1144), cada cual con la “línea melódica propia” que le señala su ‘partitura’ (=el Ritual). ¿Cómo celebrar? 2 Siempre insisto en que la Liturgia es un juego (ejercemos en ella nuestra dimensión de homo ludens, donde importan tanto el ‘qué’ y el ‘cómo’ celebro). Un signo mal celebrado puede convertirse en un signo equívoco o, eventualmente, en un anti-signo; Un Presidente rígido para presidir, sin calidez ni capacidad para comunicarse; un lector que lee mal y confunde los términos; micrófonos que no funcionan de modo adecuado; músicos que desconocen su oficio litúrgico; celebraciones desordenadas, sin ton ni son, degeneran en lo-que-no-debe-ser una celebración. La Liturgia cristiana debe aunar la realidad de Dios para los hombres así como los signos humanos que expresan -como respuesta- la realidad del mundo y de su temporalidad. Si alguna de los dos falla o se desproporciona, encontraremos “liturgias celestiales” -pasteurizadas e incomprensibles- a fuerza de ser ‘demasiado espirituales’ y sin ‘la necesidad de carne’ que reclama un signo. Por contrapartida, las encontraremos tan ‘humanas’, que no se distinguen de una realidad profana y, peor aún, es que no transmiten la presencia trinitaria, tal como Cristo lo hizo, en sus ‘epifanías’. A ambas partes les falta “algo”. Una Liturgia cristiana es, al mismo tiempo. “signo del mundo de los hombres”, (cf C 1145-1149), “signo de la Alianza” (Id 1150) asumido por Cristo (Ibid 1151) y “signo sacramental” (Ibid 1152) que “purifica e integra todo la riqueza de los signos y símbolos del cosmos y de la vida social (Ibid) pero siempre para constituir un vehículo adecuado a la Voz y la Vida de Dios, que quiere resonar y hacerse carne en la voz y la vida de los hombres. De aquí el equilibrio necesario para no desproporcionar a alguna de las partes. Palabras y acciones La otra palabra tiene como fruto una Liturgia meramente verbal. Aunque la palabra sea el más racional de los signos, si no va unida al gesto, termina agotando la capacidad activa de los participantes, y la conclusión es que nadie escucha. Acción sin palabra… podría ser un gesto equívoco (p.el el saludo de la paz en la misa, no es un simple gesto de afecto, sin que al ser acompañado de las palabras: -Que el Señor esté con ustedes, reciba de tales palabras, el significado de dicho saludo). En las Liturgias de la Iglesia, son contados los signos que no van acompañados por la palabra. Se tratará, entonces, de ‘armonizar’ las partes en orden a la adecuación y proporción con el todo. Esta ‘armonía’ “es tanto más expresiva y fecunda cuanto más se expresa en la riqueza cultural propia del Pueblo que celebra” (C 1158). De aquí la importancia, para todos los celebrantes, no sólo de conocer la Palabra de Dios y un Ritual litúrgico, sino los modos culturales, que serán los modos expresivos del pueblo que celebra (cf 1153-1155). Imágenes sagradas En este tema se puede pecar por exceso o por defecto. He visto iglesias donde hay cinco imágenes con diversas advocaciones marianas. Entre esta abundancia y ninguna imagen, hay un punto medio bueno: “alguna imagen” a la que el pueblo sienta devoción y, de hecho, le rinda culto. Toda imagen debe ayudarnos a representar a Cristo. Nuestro conocimiento, tanto el adquirido como el expresado, se hace por medio de signos (sensibles) y la “iconografía cristiana transmite, mediante la imagen, el mensaje evangélico que la Sagrada Escritura transmite mediante la Palabra” (Id. 1169). ‘Palabra’ e ‘imagen’ constituyen, juntas, un lenguaje ritual, o sea, que podemos “hablar” tanto con la palabra cuanto con las imágenes y gestos. No hay por qué elegir “pues todos los signos de la celebración litúrgica hacen referencia a Cristo (…) que es glorificado (en los santos)” (ib 1161). “La belleza y el color de las imágenes 3 estimularán mi oración. Es una fiesta para los ojos, del mismo modo que las imágenes del campo estimulan mi oración para dar gloria a Dios”. El Catecismo (1162) incluye este bello texto de San Juan Damasceno para manifestarnos el valor contemplativo de las imágenes. Canto y música Dejé para el final estos puntos del Catecismo (1156-1158) para que en este artículo resalte su importancia. A cada rato oímos que un déficit en las celebraciones litúrgicas es el canto y la música. Cuando ese ‘déficit’ se convierta en ‘superávit’, (habrá que invertir recursos para lograrlo: cursos de canto y música la Liturgia, partituras, discos, encuentros de estudio. Toda una rica tradición extranjera (Gelineau, Lucien Deiss, Langlais, Gabaraín), unida a la producción local de Fontana, Catena, Bevilacqua, el grupo ‘Pueblo de Dios’, Bazán, la Hna. Rosa Esther Sosa, Caamaño, Segade, Néstor Gallego, etc), no son suficientemente aprovechados. Entonces nos preguntamos sobre el por qué de esta carencia y la respuesta es: -Los medios están al alcance de la mano pero, por dejadez o por desinterés, no los usamos. Como el tiempo solo no arregla nada, es posible que, antes de la Parusía, sigamos diciendo en Argentina: ¡Qué mal se canta en nuestras iglesias! ¡Qué pobreza de repertorio! El Catecismo, en los nn. citados habla de “la tradición musical de la Iglesia, como “de un tesoro de valor inestimable”. Pues bien, habrá que recuperar el tesoro de la tradición, acrecentándolo. La Iglesia se pide a sí misma recurrir a los poetas, artistas y músicos, en orden a expresar su fe. ¿Qué pasa si no recurrimos a ellos? La fe se expresará de modo raquítico o con medios fuera del alcance de los más. No basta con las Facultades de Teología ni con los Seminarios de catequesis.