Libro: Pensar la política, Ed. Universidad Libre/Facultad de Filosofía

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Libro: Pensar la política, Ed. Universidad Libre/Facultad de Filosofía, Santafé de
Bogotá, pp. 1-56, ISBN 958-96497-3-4, 2000
PENSAR LA POLÍTICA
1.1. Partiendo del asombro
La investigación es el modo mismo del quehacer filosófico, y pertenece a la idea misma
de filosofía, tomada en su acepción más fuerte como filosofia perennis, el definirse de
cara a, y existir como, investigación. Pues bien, desde el punto de vista filosófico esto
corresponde exactamente a preguntarse, cuestionar, fundamentar –todo lo cual se dice
originariamente en griego como logos didomai, esto es, tanto dar como demandar
razones- acerca de lo que hay; o si se prefiere, acerca de lo que, en el caso específico de
aquello que se investiga, es.
La investigación filosófica se ha caracterizado desde hace un tiempo largo por un
ejercicio propio por parte de quien filosofa por comprender y explicar –dos modos
distintos, pero paralelos- aquello de lo cual se ocupa, en términos de verdades de razón,
verdades apodícticas o verdades con fundamento en la propia capacidad crítica y lúcida
de la razón – tres maneras diferentes de decir una misma cosa. Sólo que, en tiempos
muy recientes, hemos aprendido que la investigación filosófica no se reduce, ni con
mucho, únicamente a la persona individual que filosofa, hombre o mujer. Por el
contrario, constituye uno de los rasgos distintivos del mundo contemporáneo, esto es,
del siglo XX y XXI, que la investigación se lleva a cabo, cada vez mas, en grupo,
colectivamente o también, al interior de una comunidad; comunidad científica o
comunidad académica, se dice genéricamente, con lo cual, sin embargo, no debe
pensarse, en absoluto, que se restringe tan sólo a una comunidad, esto es, por ejemplo, a
la comunidad disciplinar. Así, por ejemplo, para los filósofos, la comunidad de
filósofos, para los físicos, la de los físicos, para los matemáticos, la de matemáticos, y
así sucesivamente.
En efecto, otro rasgo distintivo del mundo contemporáneo es que, muy recientemente,
hemos hecho también el aprendizaje que los diálogos no se única ni tampoco
principalmente al interior de una sola comunidad –la comunidad disciplinar,
particularmente- sino, por el contrario, se da en el cruce abierto, desinteresado y bien
intencionado con varias comunidades; esto es, con varios colegas y amigos que pueden
pertenecer también a otras comunidades científicas, disciplinarmente entendidas.
Pues bien, la investigación no es una tarea que se lleve a cabo tan sólo a partir de
intereses personales, motivaciones de tipo intelectual, psicológico o emotivo, sino,
además, y principalmente, se lleva a cabo a partir de la sensibilidad de quien investiga
hacia determinados problemas que lo interpelan de diversas maneras y que pertenecen al
universo que lo rodea. Así, los problemas de investigación responden originariamente a
interpelaciones que el mundo nos hace de distintos modos, y el filósofo debe ser capaz
de ser sensible, esto es, abierto a esos problemas. La investigación, en el sentido más
originario de la palabra, no es una dedicación simplemente profesional por parte del
filósofo (o del científico), sino, es un estado que asalta, por así decir, al filósofo y que lo
impele entonces a cuestionar y buscar respuestas a los problemas que lo asaltan.
Las anteriores indicaciones generales son tanto más válidas cuando lo que se trata de
pensar es justamente el universo de la política y el fenómeno y los procesos de lo
político mismo, tanto más cuanto que la política es, en un país como Colombia, y en un
continente como América Latina, un problema bastante lejos de ser obvio ni evidente.
La realidad misma está atravesada en múltiples cortes –transversales, diagonales,
perpendiculares- por temas y problemas políticos de diverso tono e intensidad.
Sin embargo, esto exige una precisión adicional. En efecto, existen dos dominios que
tradicionalmente han sido confundidos pero que, propiamente hablando, configuran dos
dimensiones propias, por separado. Una es la de la filosofía social, y otra, distinta,
aunque no necesariamente opuesta, es la de la filosofía política.
La política en Colombia es una práctica no solamente bastante antigua y acendrada
desde los orígenes mismos del Descubrimiento y la Conquista del Continente, sino,
mejor aún, es una práctica difícil de dibujar con líneas y trazos simples. Por el contrario,
la política en Colombia es bastante compleja, y con claroscuros, juegos de luces y de
sombras bastante móviles y entrecruzados.
A esta práctica de la política se agrega, con todo, una reflexión bastante madura y
múltiples líneas de análisis singulares, con serias contribuciones individuales y por parte
de equipos diversos de trabajo, académicos y no – académicos (técnicos, con análisis
empíricos, y otros).
A partir de esta situación, presentada aquí por lo pronto de manera bastante general,
surge una consideración elemental y sin embargo asombrosa al mismo tiempo. En
efecto, desde el punto de vista de la filosofía, a pesar de existir un territorio bastante
abonado con numerosos cultivos y experiencias de cosecha en la historia política y
social de Colombia, la reflexión sobre la política en el país ha sido sumamente escasa,
salvo contadas y por tanto notables excepciones. Por el contrario, existe la creencia y la
tradición bastante fuertes de que las reflexiones políticas deben ser sobre autores
extranjeros, europeos y norteamericanos en su mayoría, los cuales sí están pensando sus
propias circunstancias políticas locales, nacionales o regionales, según el caso. La gran
mayoría de filósofos que se han dedicado a la política en Colombia reflexionan el
universo político mirando indirectamente –en el mejor de los casos- tan sólo gracias a
un espejo –los autores extranjeros, clásicos y contemporáneos-, lo cual tiene el
contrasentido de que piensan la cosa política colombiana con otros ojos que están
mirando otras realidades y avatares políticos y sociales. En este sentido, es bastante más
coherente la actitud de economistas, sociólogos, antropólogos, por ejemplo. Los
filósofos, la gran mayoría de aquellos que se dedican a la filosofía práctica, tienen
mucho que aprender de estos otros científicos sociales. El colmo de esta actitud es el
caso de un filósofo colombiano dedicado al estudio de la ética y de la filosofía práctica
y que propugna, en su caso particular, por posiciones propias de las éticas dialógicas y
de las filosofías comunicativas, adoptando consiguiente una postura de diálogo pero en
sus propios términos, no en el sentido mismo de la apertura al lenguaje, actitudes,
disposiciones y experiencias diferentes. De esta suerte se combina la creencia –a todas
luces equivocada por parcial y unilateral- de que la filosofía es eminentemente un
ejercicio habilidoso de exégesis y hermenéutica, con actitudes prepotentes y excluyentes
sobre la base de un prestigio en las políticas académicas y de investigación1.
1
Al respecto, es necesario anotar una novela reciente de un autor colombiano, y sus críticas, irónicas,
mordaces, o con humor cambiente, acerca del clima intelectual en Colombia en general, y filosófico en
particular. Rodrigo Parra Sandoval observa en Tarzán y el filósofo desnudo (Arango Editores, 1996),
ciertamente con relación al clima intelectual de los años 70 del siglo pasado, cómo para entender la
realidad nacional es necesario antes comprender a Hegel o a Heidegger. (Hoy tendría que decir R. Parra
1.2. Desde Grecia hasta nosotros, hoy
De los campos de realidad, seguramente ninguna otra área ha recibido más atención en
la historia humana que la política. Son numerosos los textos, inmensas las bibliotecas
sobre el tema en general, muy variados los autores y es rica también la existencia,
reciente, de publicaciones especializadas sobre el tema, con muy buena calidad,
generalmente. Difícilmente puede decirse lo mismo de otros campos, como la
lingüística, la antropología, e incluso la economía misma.
Los conceptos, temas y problemas que constituyen y que acompañan a la política son
múltiples y muy variados, con diversos intereses y énfasis. Se trata, por ejemplo, de las
relaciones entre política y derecho, política y economía, política y ética, política y
relaciones internacionales, política y asuntos de gobierno, política y asuntos militares y
de logística militar, política y sociedad, política y medios masivos de comunicación,
política y recursos naturales, política y medio ambiente, política y educación, política y
empresa, política y derechos humanos, e incluso, particularmente en Colombia, política
y gramática, con lo cual se hace referencia a las relaciones entre la política y la poesía,
el periodismo y la retórica. Este cuadro de relaciones puede sugerir con mucha razón,
ante una mirada desprevenida, que la política constituye el núcleo de una fuerza que
comprime, restringe o cohesiona en torno suyo a cualquier otra esfera de la vida
humana, de tal suerte que no es posible, con algo de realismo, tratar con seriedad de
otros asuntos de la vida de los seres humanos, ya sea considerados individual o
colectivamente, sin hacer referencia obligatoria a la dimensión de la política. Ya desde
Aristóteles hasta Marx y hasta nuestros días, por ejemplo, se escuchan voces claras y
fuertes en este sentido.
La política es una de esas esferas sobre las cuales los seres humanos se sienten
naturalmente inclinados a pronunciarse y sobre la cual, precisamente por esto, los
S., a Habermas o Rawls, por ejemplo). Esa idea que expresa “el filósofo caleño” (un personaje de la
novela) persiste, con todo, todavía. Con lo cual la filosofía se rezaga del mundo, y se convierte en un
ejercicio exegético y hermenéutico eruditos. En el mejor de los casos. Pues, los filósofos colombiano
creen que hablar de filosofía es hablar de filósofos extranjeros o de sus colegas (lo que dicen o hacen, de
quién se enamoran o dejan de enamorarse, etc.). Por observarse mutuamente y reducir el trabajo filosófico
en asuntos de corrillos y chismecitos ninguno termina haciendo nada, puesto que todos se cuidan de saber
puntos de vistas son variados, y muchas veces contradictorios. Con la política –esto es,
con las cosas de la política- la gente se las ve como con temas sobre los cuales, a simple
vista, cada cual tiene sus propios pareceres, y sobre los cuales no se sienten muy
cohibidos a expresar una opinión. Esto en contraste con otros dominios científicos,
como las matemáticas, la biología o la física, por ejemplo, e incluso la lingüística, frente
a los cuales, difícilmente se sienten las personas con la misma libertad a emitir
conceptos y juicios. Este es un rasgo general que marca, a nivel psicológico y de
libertad y espontaneidad de juicios, una diferencia notable entre las llamadas ciencias
exactas, y las ciencias humanas o sociales. Sobre las primeras parece haber una cierta
inhibición para pronunciarse libremente, mientras que las segundas son, por el
contrario, un campo sobre el que recaen o del que surgen, con mucha facilidad, juicios,
opiniones, valoraciones. Pues bien, esto último es tanto más cierto en el caso de la
política. Desde el punto de vista del sentido común, no se entendería muy bien en qué
consistiría lo “científico” de la política, y antes bien, se trata de un terreno frente al cual,
aunque divergentes, son frescas y espontáneas las expresiones y los pareceres. La
evidencia más contundente de esto se halla en las discusiones de barrio o de cantina que,
luego de unas horas de debate, pueden armar algarabíos por disputas políticas, o
también, en otro plano, los periodistas y directores de noticias que se sienten
capacitados, por ser periodistas calificados y con experiencia, a hacer “análisis
políticos”. Colombia es una buena muestra de ésto.
En este sentido, la (ciencia) política se halla en la misma situación que la historia (o
historiografía) contemporánea. En efecto, la historia contemporánea acaece en y a
través de los medios masivos de comunicación, y sin lugar a dudas los historiadores y
las fuentes de historiografía se hallan en los medios masivos de comunicación:
televisión, radio, prensa escrita, medios digitales e internet, y sus registros. Asimismo,
la política parece existir o vehicularse a través de los medios masivos de comunicación.
Volveré posteriormente sobre estos aspectos. Mientras tanto, lo cierto es que si la
política –como la historia, por ejemplo- es una ciencia, poco claro está qué sea lo
científico y el estatuto de cientificidad de la política, la cual, en contrapartida, se vería
comprendida como una práctica. Y según Aristóteles, no cabe hacer una ciencia de la
práctica; sólo de la teoría puede hacerse ciencia. Esta idea que Aristóteles emitiera en
de quién se está hablando, y dado el hecho de que, además, antes tienen que leer y entender a Hegel, o al
que sea – afirma con acierto R. Parra S.
otro contexto y con espíritu filosófico, se ha tornado, como muchas otras enseñanzas del
pasado, en opiniones, lugares comunes, sedimentaciones evidentes2.
Ahora bien, filosóficamente, pensar la política significa pensar aquello mismo que es,
que acaece, que pasa (en la vida de la ciudad y en la organización y el control del
Estado). Eso es lo que los filósofos antiguos denominaron en general como el Ser, y
que es el tema propio de los filósofos, de acuerdo con la definición de la filosofía dada
por los Griegos. Ahora bien, originariamente, pensar el Ser no quiere decir en manera
alguna pensar absolutamente una esencia o una trascendencia, tanto menos cuanto que
“el ser se dice de múltiples maneras” (to on légetai pollakhon). La dignidad del oficio
filosófico se lleva a cabo, entre varias otras posibilidades, pensando aquello que es,
acaece o pasa. Lo que es, remite a un estado de cosas; lo que acaece, hace referencia a
aquello que sobreviene, que acontece súbitamente; lo que pasa, apunta a lo transitorio, a
lo móvil y pasajero, y según su propio ritmo y temporalidad. Tres órdenes temporales se
encuentran aquí: la del presente, la de lo súbito, y la del devenir. Estos tres órdenes son
constitutivos de la realidad entera. Una consecuencia filosófica inmediata se desprende
de esto: los dos ejes del mundo no son los del ser y los del devenir. Al ser se refierieron
entre los primeros Parménides, Zenón de Elea y Meliso de Samos; al devenir lo
concibió primeramente Heráclito. Y es sabido cómo toda la historia osciló entre los
partidarios de una o de otra postura. Pues bien, a ambas posiciones es preciso agregarles
la de los cambios súbitos, las catástrofes, diríamos en un lenguaje muy contemporáneo3.
De esta suerte, pensar la política significa, desde el punto de vista filosófico, pensar
aquello que hay, que acaece, que es, o que pasa. Mejor aún se trata de pensar aquello
que justamente hay, es, acaece o pasa políticamente. Para lo cual es ciertamente
indispensable la ayuda de otros filósofos, pensadores y científicos. Pero en manera
2
Otro ejemplo próximo es la idea, en su momento revolucionaria, de Descartes, según la cual basta con
pensar bien para actuar bien, y que es, en realidad, la articulación vivencial del cogito. Hoy aquella idea
es un lugar común, y tiene muy poco de innovador, como sí lo fue en su momento (siglo XVII).
3
“Catástrofe” no tiene ninguna connotación alarmista o degenerativa en este contexto. Por el contrario,
adoptada en el sentido introducido originariamente por R. Thom y E. Zeeman a partir de los desarrollos
de la topología, la teoría de las catástrofes se dedica al estudio de los cambios o movimientos súbitos,
repentinos. El problema de la teoría de las catástrofes es que explica el cambio repentino con demasiados
elementos. Existe otra teoría, mucho más eficiente desde el punto de vista de la economía de conceptos y
que cumple mucho más satisfactoriamente aquello que se proponían trabajar Thom, y Zeeman. Me refiero
a la teoría del caos, con sus tres ejes categoriales: atractores fijos, atractores periódicos y atractores
extraños.
alguna hay que confundir la tarea irrecusable de la filosofía –vérselas con lo que hay,
dicho de un modo general- con la idea de que lo suyo es tratar con las ideas de otros
pensadores. Semejante error, muy frecuente en la vida de la filosofía académica,
conduce a la confusión entre el medio –los libros y autores- con la finalidad –pensar,
tematizar reflexivamente aquello que está sucediendo, aquello que hay, que es o que
acaece-. Desde el punto de vista de quienes no son filósofos, este error hace que de parte
de los filósofos se sugiera la idea, igualmente falsa, según la cual el objeto de la
filosofía es la propia historia de la filosofía, una idea que ha desvirtuado mucho a la
vida del filósofo y que, selectiva, esto es, darwinianamente hablando, puede presentar
sin dificultades la idea de la no necesidad social de los filósofos; sobre todo cuando se
trata de aclarar, explicar o comprender el mundo alrededor. Ya tendré la ocasión de
volver sobre esta idea.
Cuando las cosas, mejor, los estados de cosas, se vuelven poco claros, cuando no parece
haber un sentido o un norte acerca de los caminos que se recorren, cuando las cosas
mismas se vuelven problemáticas y cuestionables, cuando los fenómenos no permiten
distinguir claramente entre la apariencia y lo verdadero, en fin, cuando la vida misma no
se hace posible, o parece hacerse posible, pero de una manera que ella misma no sabe o
incluso a pesar de sí misma, entonces, para la humanidad occidental no queda más que
un remedio: pensar qué ha sucedido, lo que está teniendo lugar y lo que podría
acontecer en el futuro; en un futuro próximo tanto como en un futuro más lejano. Dicho
sucintamente, cuando el conocimiento no parece aportar demasiadas luces sobre el
rumbo del mundo mismo o de la vida, se hace imperativo pensar – pensar incluso el
conocer mismo. Pues bien, el objeto del pensar es aquí el mundo de la política, la
política como esa dimensión de la realidad que afecta de múltiples maneras, directa y
sobre todo indirectamente, las vidas de los individuos y de la sociedad. El marco para
pensar la política es, para nosotros, Colombia.
Existen varios caminos para pensar la política. Uno es la elucidación de los conceptos –
conceptos como “política”, “lo político”, los representantes, las instancias y las
instituciones políticas, el sentido mismo, los alcances y los límites de la política, por
ejemplo. Otro camino consiste en aportar alguna luz acerca de las relaciones entre la
política y la ética, la economía, el derecho y otros; así por ejemplo, si se trata de
relaciones de complementariedad, de necesidad, de implicación, de exclusión, u otras.
Un tercer camino posible pasa por la tematización de los orígenes, históricos,
institucionales, conceptuales, de la política ya sea como práctica o como concepto; por
ejemplo, se trata de trazar la historia de los partidos, la historia de las luchas políticas, la
historia de los programas y de los principios de una determinada política, como un fin
en sí mismo, o bien como un medio para comprender por qué razón las cosas se
encuentran en el estado en que se encuentran y, a partir de esa historia, anticipar acaso
qué cabría esperar. Este es un camino recorrido indistintamente por historiadores,
líderes políticos, filósofos, etc.
Pensar la política es una tarea muy seria, cuando la política misma se ha vuelto poco
evidente y problemática, esto es, altamente cuestionable. En tales circunstancias, el
conocimiento mismo ya no es suficiente, y se precisa de una radicalidad. Esta
radicalidad es la obra misma del pensar reflexivo, crítico y sólido. Quienquiera que
lleve a cabo esta tarea es un filósofo –supuesta la distinción entre filosofía e historia de
la filosofía-, o bien, inversamente, emprender la tarea de este pensar radical es un modo
de hacer ya filosofía. Algo que para los filósofos académicos ortodoxos pudiera parecer
un escándalo.
Pensar la política es en realidad una tarea colosal por lo amplia, lo compleja y lo
dinámica. En efecto, la dimensión de la política es nuclear en la vida humana en todos
los espacios y las situaciones que se considere; o bien porque existe una determinación
en última instancia política, como se decía en otro momento y en otros espacios (y que
no es, aquí, en rigor, son una forma de referirnos a las incidencias indirectas de la
política en la vida), o bien porque las acciones y las decisiones de corte político inciden
directa e inmediatamente en la vida de los individuos, las colectividades y de la
sociedad en general. Precisamente por su función nuclear el espectro de la política es
amplio y no conoce de fronteras fijas. Pero, al mismo tiempo, se trata de una tarea
compleja en el sentido de las interdependencias y las conexiones aparentes y las poco
aparentes que constituyen justamente el campo entero de la política. La política es, para
emplear una metáfora tomada de la física, un campo, con lo cual es difícil entonces
hablar de un centro único y estable. Antes bien, el mundo político es el más inmediato
en las experiencias con otros sujetos y poderes, y por eso mismo, sin embargo, el más
difícil de aprehender y, como queda dicho, acerca del cual se formulan juicios ligeros y
espontáneos, poco reflexivos. Pero el mundo de la política es, a la vez, un mundo
dinámico, un mundo en el que las alianzas se forjan hoy para romperse mañana, en el
que es racional y razonable cambiar de partido y jugar con la táctica y la estrategia, en
fin, un mundo flexible en sus movimientos, altamente adaptable cuando es necesario, y
sin embargo implacable en sus decisiones. Estas ideas serán llenadas de contenidos
múltiples en lo que sigue.
1.3. La representación de la política
Lo propio de la política es que no es un campo evidente. Mejor aún, las acciones y los
propósitos políticos no son nunca, por definición, obvios ni evidentes. Exactamente
igual como tampoco lo son las acciones militares, o las grandes jugadas en el terreno
económico. Que una decisión política (de política militar, política económica, u otra)
fuera evidente sería en realidad un acto de torpeza y de ingenuidad, lo cual puede tener,
como efectivamente es el caso, costos altísimos para quienes incurren en actos de
torpeza o de ingenuidad similares. La política, pues, es la esfera del cálculo aplicado a
cuestiones humanas y sociales, y todo en marcado contraste con la vida cotidiana y con
el sentido común, los cuales se fundan justamente en un realismo ingenuo. El sentido
común es un realismo ingenuo, y recíprocamente, también un idealismo empírico4.
Realismo ingenuo por lo inmediatista, e idealista empírico por las metas que se propone,
que son correlativamente también de corto alcance y concretas (en el sentido del
pensamiento concreto, de acuerdo con Piaget).
La comprensión ingenua de la política se distingue radicalmente de lo que podemos
denominar, por lo pronto provisoriamente, como la comprensión científica o filosófica
de la política, en que está vehiculada y alimentada por los medios masivos de
comunicación y por la representación mediática de la política. Aquella consiste en creer
que lo que acontece en política es lo que aparece presentado y comentado en los medios
masivos de comunicación. De esta suerte, la política sería aquello de lo cual se habla en
la radio, televisión, prensa escrita y medios digitales (Internet) y que aparece de una
manera inmediata y evidente ante la mirada desprevenida. Frente a esta comprensión
ingenua existe sin embargo, en el otro extremo, la comprensión intelectualista de la
política que consiste en sostener que la comprensión de los fenómenos y de los procesos
4
Tomo estas dos expresiones, sacándolas de contexto, de Kant: cf. Crítica de la razón pura, A 368-377.
políticos no es posible sin el conocimiento y los análisis de los teóricos europeos,
norteamericanos y otros. Si en el primer caso la política se ve reducida a las figuras, los
personajes, las instituciones y organizaciones de que hablan los medios masivos de
comunicación, en el segundo caso la política no puede ser comprendida y explicada sino
sobre la base de aquello de lo cual hablan –según el momento y el caso- autores como
Habermas, Rawls, Walzer, y varios otros más, hoy en día, o sin la referencia a
Aristóteles, Kant, Hegel y otros5.
De acuerdo con la visión ingenua de la política, la lógica de las cosas se caracteriza por
dos hechos claros: de un lado, las cosas acaecen repentinamente, (y por tanto), de otra
parte, no tienen conexión (directa) con ninguna otra cosa. “Cosa” es el título genérico
que empleamos aquí para designar el tema o el problema mismo de preocupación, según
el caso. En este sentido, “cosa” es el título adecuado para referirnos, análogamente a los
antiguos romanos, a la res, por ejemplo, la “res pública”.
Es preciso, por tanto, realizar un examen crítico de la representación de la política, y
que significa exactamente un distanciamiento de la imagen –¡editada siempre!- en que
los temas y problemas políticos son presentados ante la opinión pública como obra de
los directores, editores y dueños de los medios masivos de comunicación social. Los
medios masivos de comunicación son el modo mismo en que las sociedades primero, y
5
Una observación importante, aunque larga se impone aquí. No me expreso, en manera alguna, en contra
de la importancia y de la necesidad de un adecuado dominio de la hermenéutica y la exégesis de los
textos, hablados o escritos. Podría incluso abrirse también aquí un espacio para la semiótica en general.
La hermenéutica y la exégesis son condiciones absolutamente necesarias para el ejercicio de un pensar
riguroso y propio. Buena parte de la formación científica (y filosófica) que suministra la Academia, en
general, consiste precisamente en la destreza hermenética y exegética. De hecho, en la propia vida de
todos los días la exégesis y la hermenéutica son indispensables para un buen vivir y para la convivencia
con los demás. Buena parte de la vida se nos va en distinciones y debates sobre si –para decirlo de una
manera general- es cierto que Pedro dice que Juan dijo, o si, ulteriormente, aquello que Pedro dice que
Juan dijo fue efectivamente lo que aconteció, o no. Este constituye, como es bien sabido, uno de los
vértices de los análisis lógicos y epistemológicos. Los riesgos en tales situaciones son los de caer en el
psicologismo (extremo subjetivismo), en falacias (falacias de composición, de división, argumentos ad
hominem, y otras más) y en refutaciones sofísticas. Dicho negativamente, el A, B, C de la lógica (formal)
consiste justamente en el aprendizaje de esos errores para evitarlos uno mismo y para acusarlos en otros.
Pues bien, mi crítica se dirige a la deformación de la vida académica e intelectual consistente en
convertir a la exégesis y a la hermenéutica en fines de la destreza intelectual y lingüística, cuando en
realidad son simplemente medios. Pues la finalidad misma consiste en “ir a las cosas mismas”.
Manifiestamente que es de suma importancia el conocimiento adecuado de los autores, el manejo de
bibliografía clásica y de la más reciente, en fin, la necesidad fundamental de situarse en la investigación
de punta. En rigor, aquella deformación de la vida del pensar y el conocimiento es la obra de los pequeños
o malos profesores, que son, sin embargo, los más. Es manifiesto que aquellos que pueden ser
reconocidos como auténticos pensadores (en el mejor de los sentidos) no incurren en deformaciones como
las anotadas aquí.
posteriormente el mundo entero ha logrado informarse y comunicarse en un contexto en
el que los tamaños se han convertido en la forma misma de la existencia primera, social
y políticamente vista –los tamaños de la población, de los cubrimientos de sintonía y
seguimiento de la información (a través de la medición de los ratings), el tamaño mismo
del Estado, los montos y la cifras enormes que se manejan en el plano de las políticas
macro (económicas, fiscales, etc.), y así sucesivamente-. Pues bien, en un contexto
eminente y crecientemente mayor y más grande, los seres humanos se informan y se
comunican mediáticamente. Los medios mismos se miden por sus tamaños –por
ejemplo en términos matemáticos de información como la emisión de “bytes” de
información, en términos del personal técnico, administrativo y especializado de que
disponen; en términos, por ejemplo, de los horarios y las extensiones sociales y
geográficas que cubren-.
En efecto, la tendencia principal en los análisis políticos vigentes hasta ahora se
caracteriza por la creencia -acertada por ingenua, pero equivocada por ingenua,
precisamente-, de que el principal o el mejor termómetro de la realidad del curso de la
política en el país está marcada por los contenidos –en el modo mismo en que son
presentados- dados por los medios masivos de comunicación. La reflexión filosófica
sobre la política pone de manifiesta que ésta no es nunca obvia o evidente.
El problema radica, sin embargo, en que, así las cosas, se omite un factor absolutamente
determinante en el país, que es el control político (y económico) de los medios masivos
de comunicación, lo cual impide claramente que en Colombia se eleven, como en la
mayoría de los países desarrollados a convertirse en el “cuarto poder”. El control
político y económico sobre los medios masivos de comunicación impide un elevado
grado de madurez y autonomía de parte de los comunicadores sociales. La realidad
presentada en Colombia por los medios masivos de comunicación es fundamental –
aunque no absolutamente- representación, en el sentido filosófico de la palabra.
La política en general obedece tanto a la preocupación por los tamaños y volúmenes
enormes (ta megala), como que responde a ellos. El concepto que mejor expresa esa
preocupación por los volúmenes y tamaños grandes que están en juego es el de “poder”,
y la comprensión instrumental del mismo es la “violencia”. De esta suerte, si el poder es
para la política un fin en sí mismo, los recursos a tipos de violencia son los medios que
se adecuan, según el momento y el contexto, a dicho fin. Si la política es la guerra
continuada por otros medios, como sostiene con bastante realismo Von Clausewitz, ello
se debe a que el sentido, tanto como el destino de la política (y de la guerra) es la toma o
la conservación del poder, según el caso. Y el poder es, sencillamente, el poder de tomar
decisiones sobre otros y de actuar en consecuencia.
En el manejo en boga de los medios masivos de comunicación, todo es presentado y
recibido plana, llanamente. Las noticias, cuando no son adjetivadas como sucede en
buena parte por los noticieros en Colombia, por ejemplo, no se distinguen de otras más
que por los segundos (o minutos) que se les dedican, puesto que, por lo demás, todas las
noticias aparecen en un mismo plano. En el mejor de los casos, el mundo aparece como
voluntad y representación: voluntad política y representación de escenarios, personajes
y discursos. Pero la lógica que subyace a la representación y a los llamados a la
voluntad política no es evidente para los receptores de la información, esto es, para la
inmensa mayoría de los ciudadanos. Podría incluso pensarse que no habría lógica
alguna que no sea justamente la de los criterios de edición; mejor, de producción y
edición.
Sin embargo, la política es la esfera por excelencia en la que nada es obvio ni aparece
como evidente. Y ciertamente no cuando está referida a grupos de presión y de poder, a
intereses bien determinados y, finalmente, al cálculo implacable del costo-beneficio.
Peor aún, de todas las esferas de la realidad humana, la política es la única en la cual es
sensato y racional cambiar de alianzas, de partido o de programa o de personaje o de
principios, si llega a ser necesario.
La representación más frecuente y natural de la política es, pues, de dos tipos: o bien es
funcionalista, o estructural. En el primer caso se hace referencia a la política como a una
sucesión de candidatos, programas, organizaciones y formas de control y de
administración que poco o nada se distinguen entre sí. Lo común a todos ellos es el
mantener las cosas en un mismo estado: el control político e ideológico del Estado, por
ejemplo. En el segundo caso, lo característico de la política es la preservación de las
estructuras independientemente de los nombres, de las formas que adopte, de la época
incluso. Lo importante es la conservación de las estructuras, al servicio de las cuales
pueden estar ciertos individuos u organizaciones. Las estructuras pueden ser las
instituciones –religiosas o civiles, como los partidos- o el Estado mismo.
De esta suerte, el funcionalismo y el estructuralismo son filosofías que se asientan sobre
el sentido común – pues el sentido común es naturalmente dogmático y conservador (un
rasgo que ha sido puesto de manifiesto suficientemente por toda la filosofía
fenomenológica, desde E. Husserl hasta J. Patocka, por ejemplo). Y el funcionalismo o
el estructuralismo son en realidad las representaciones más generalizadas de una
filosofía bastante más peligrosa y sólida, y que subyace en realidad a aquelas dos: el
positivismo (el neopositivismo, o como se lo quiera denominar). Esto es, la reducción
de toda realidad a los hechos. Así, ser político es por excelencia apelar al realismo de
los hechos, y acusar permanentemente la falacia naturalista, esto es, que a partir del es
no cabe, en manera alguna, erigir cualquier tipo de deber ser. Precisamente por ello
existe, dicho sea de pasada aquí, una tensión continua entre la política y la ética, si por
la ética se piensa en el deber ser. Pues bien, justamente en referencia a la ética, la
política se asienta sobre una ética del ser, y que no es en realidad sino la manera de
defender y sustentar un estado de cosas vigentes. Desde este punto de vista, el llamado a
la ética en contra de la política es, en verdad, el llamado a un estado de cosas deseables
racional y emotivamente, pero se queda muy débil frente al principio de realidad que es
la política. Así, la invocación de la ética frente a la política es ingenuo e ineficaz por
idealista, y pretender resolver los problemas del mundo sobre la base de la ética es un
acto de buena voluntad, pero políticamente ineficaz, justamente6. De este modo, el
universo de la política está articulado y condicionado a la vez, de parte a parte, por la
6
Esto explica suficientemente por qué por ejemplo en un país como Colombia existen dos grandes
vertientes de análisis –esto es, de diagnóstico y de pronóstico- para los problemas y la dificultades que
vivimos y que corresponden, por lo demás, por completo, a la agenda internacional: corrupción,
problemas de derechos humanos, narcotráfico y problemas medioambientales. Una de las vertientes está
conformada por sectores como las iglesias –católica y protestante, principalmente-, y ello no obstante
algunas diferencias serias entre ellas, a través de algunos de sus mecanismos propios (la educación,
medios de comunicación masivos, la prédica) y que propone fuertemente un llamado a pedagogía en
valores, espacios de estudio y de promoción de la ética en primer lugar, y con ella de otros valores
(estética). En otra vertiente se encuentran los sectores del narcotráfico y la delincuencia organizada, las
fuerzas de seguridad del estado (Fuerzas Armadas y de Seguridad), las fuerzas guerrilleras e incluso los
grupos paramilitares. Pues bien, no obstante fundamentales diferencias entre ellas, lo común radica en el
rechazo a la ética como a un mecanismo de mejoramiento del mundo. El prototipo de esta segunda
vertiente es, vista desde el plano filosófico, el marxismo: como es sabido, el marxismo no es una ética ni
propone una ética como solución a las crisis políticas, sociales, humanas, y otras de la historia o de la
sociedad. Su solución es bastante más radical que la ética: es política, en el sentido de una transformación
radical de las estructuras del poder y de las relaciones sociales entre los hombres. – Lo propio de estas dos
vertientes -la ética, que es bien intencionada e idealista, y la política, que es realista y económica- es que
son inconmensurables entre sí.
lógica implacable de la eficacia y la eficiencia, esto es, por una racionalidad
estrictamente económica en el sentido de la adecuación de los medios al fin.
Ahora, si lo característico de la representación política es confundir o encarnar la
política con nombres personales, con organizaciones de u tipo o de otro sin atender
cuidadosamente a la lógica que subyace al hecho de que hoy aparezca un personaje y
mañana otro, o que un partido asuma el poder hoy y que ayer fuera otro, exige, desde el
punto de vista filosófico una crítica radical a ese modo de pensar concreto (Piaget) que
es igualmente un pensar representacional (Heidegger). Más adelante tendré la ocasión
de volver sobre el significado de esta crítica. Mientras tanto, se hace necesario clarificar
mejor otro aspecto constitutivo esencial de la política como representación.
Me refiero a la separación entre lo local y lo global, por ejemplo, esto es, a la
incapacidad para establecer y descubrir conexiones. El realismo ingenuo en la historia
de la filosofía ha sido sustancial o sustantivo, esto es, precisamente ingenuo por no
poder ver otra cosa que entes, cosas (ta onta), y no a las cosas mismas y a las relaciones
entre ellas. Frente a esta actitud de espíritu para referirse a, comprender y explicar la
política se hace necesario, por el contrario, un pensar diferente, un pensar de
convergencias, relacional o integrativo; acaso el pensar propio de o para la complejidad
de la política. Pero esta es la tarea y la obra misma de la filosofía política, o también,
aunque en otro plano, de la política entendida científicamente (ciencia política).
1.4. ¿Es posible pensar filosóficamente la política?
Puesto que la política es por excelencia la esfera en la cual las decisiones humanas, esto
es, por consiguiente, los sentidos de las acciones (y de las palabras), no son en manera
alguna evidentes, la comprensión y la explicación filosóficas o científicas de la política
corresponden exactamente a un ejercicio de anticipación a, e identificación de, la
sospecha. En efecto, todo lo que atañe a la política es objeto de sospecha, es sospechoso
– tanto para quienes no forman parte del juego de la política, como para quienes se
sitúan en el otro lado de ese juego, y que sí participan en él. Introducirse en el juego de
la política significa verse irremediablemente condenado a la pérdida de la inocencia, y
al consiguiente aprendizaje de la sospecha del contrincante, del opositor o del enemigo
–según el caso-. En una imagen bíblica pudiéramos decir que la expulsión del paraíso de
la inocencia es el resultado exactamente por el cual pasamos a los dominios del
realismo, de los juegos y de los intereses políticos.
Ahora bien, si ello es así, el análisis de la política se revela como altamente complejo
debido a la sutileza (= no obviedad) de las decisiones, los actos y los desarrollos de la
vida política, y debido igualmente a las interdependencias múltiples y cambiantes que
constituyen a la dimensión de la política (interdependencias entre lo político y lo
económico, lo jurídico, lo militar, etc., y ello al mismo tiempo entre lo local, lo
nacional, lo continental y lo mundial).
El primer paso en el proceso de pensar la política consiste en la capacidad de nombrar
los actores, las fuerzas y los intereses políticos. Si la política es el arte mismo de la
astucia y la inteligencia definidas a partir de o en función del poder, la condición para
pensar la política consiste, por tanto, en el valor de nombrar la verdad de los actores y
los procesos políticos. Y la verdad es un asunto eminente –aunque no absolutamentefilosófico. La condición para pensar la política se condensa en aquello que los griegos
antiguos en general, y Sócrates en particular, designaban como areté, y que se traduce
en realidad como valor, coraje o machía (en el sentido, por ejemplo, de virilidad, pero
ciertamente no en un sentido sexual o sexista). En un país como Colombia, pensar la
política exige justamente de este valor, puesto que con relativa facilidad se es objeto de
señalamientos, intimidaciones, persecusiones y atentados. La historia de un conocido
Instituto de Estudios Políticos, por ejemplo, es bastante conocida, y varios o todos sus
profesores han debido adoptar un perfil bajo por razones de seguridad. De la areté
socrática al valor y la prudencia contemporáneas hay un mismo hilo que teje a las
épocas y a los profesores, filósofos y científicos, que se proponen pensarla
desinteresadamente y con crítica a todo tipo de supuestos. Se trata del hilo de las
razones de estado, las fuerzas y los mecanismos de seguridad, los actores violentos, los
agentes del poder y promotores de la violencia7.
7
Hay un viejo principio político-militar que cabe adoptar aquí convenientemente. Se trata de la idea que
afirma que cuando “el enemigo” logra algunos triunfos sobre uno mismo, ello no se debe en primer lugar
a la astucia o la inteligencia del enemigo, sino a descuidos de parte propia. Este principio general es,
mutatis mutandi, válido para la tarea de pensar la política, por ejemplo en el sentido negativo de hacer una
crítica radical a los agentes violentos y a sus mecanismos y justificaciones. Sólo que, en el caso de pensar
la política, adquiere un valor eminentemente distintivo del estrictamente político-militar, y se convierte e
un principio metódico (no metodológico), en el sentido vivencial o trascendental, por ejemplo, del método
socrático, o del Discurso sobre el método, de Descartes, por ejemplo.
En otras palabras, pensar filosóficamente a la política significa en realidad, dicho
negativamente, acusar ante la luz del día a los agentes violentos, cualesquiera que sean
sus justificaciones, y sus razones y modos de operar: es la crítica, en primer lugar, a
todo tipo de militarismo (armamentismo). Desde este punto de vista, el primer
fenómeno que aparece ante la mirada reflexiva en Colombia, y en general en el mundo,
es la violencia como forma de vida, la violencia sistemática y sistematizada en contra
del individuo y de amplias comunidades y organizaciones de la sociedad civil. En este
sentido, –aquí, por lo pronto, referida al acto de pensar y de nombrar a los violentos, a
sus justificaciones y su lógica- la valentía, el valor (areté) consiste, como anotaba con
acierto y sensibilidad J. Patocka, en saber lo que se debe y lo que no se debe temer.
¿En qué piensan los filósofos? Esta pregunta pudiera parecer retórica, y sin embargo es
preciso replantearla (por lo menos de vez en cuando), tanto más cuanto que no se ve
muy bien el tipo de relación que tienen los filósofos con el mundo, pues parecen preferir
temas alejados de las vivencias propias y de las de los demás, dando la apariencia
fuertemente de una indiferencia –o lo que es acaso peor-, una impotencia frente a los
fenómenos y las acaeceres del mundo. Los filósofos parecieran dejar las preocupaciones
sobre el mundo para las ciencias sociales, como ciencias y saberes de segundo rango,
comparativamente a la filosofía.
Pues bien, el modo –técnico- de tematizar filosóficamente los fenómenos y problemas
del mundo se denomina filosofía social y filosofía política – las cuales forman parte de
la filosofía práctica . Ambas se implican fuertemente, aunque no parece haber una clara
conciencia de las especificidades y lo común a ambas. En lo que sigue quisiera trazar un
cuadro rápido de en qué consisten ambas.
Dicho de una manera general, la filosofía política comprende temas como una teoría del
Estado –esto es, por ejemplo, el análisis y discusión acerca de la necesidad o no del
Estado, y las relaciones de diferencia o identidad entre Estado y Gobierno-, una teoría
general del derecho –el derecho como instrumento racional del estado y del orden social
y político-, una teoría de la sociedad –y las relaciones de la sociedad y los individuos
con el Estado-, una teoría del poder y de la violencia –y por consiguiente una
determinada filosofía de la historia, así como la posibilidad o no de los cambios sociales
y políticos-, una teoría general de la economía –y el estudio de los desarrollos reales o
probables de la economía en función de los diferentes grupos de poder y de presión-. En
cuanto tal, la filosofía política presupone absolutamente la ciencia y la práctica de la
política, aunque no está del todo muy bien delineado lo que hacen los filósofos políticos
a diferencia de los politólogos.
Por su parte, la filosofía social abarca temas como una teoría general de la sociedad –y
trata entonces de problemas como la construcción o la reconstrucción de la sociedad
civil y la importancia de la cohesión social-, una teoría de las formas de organización y
de acción social –considerando, entre otros, temas propios de la teoría de la acción
colectiva, la teoría de la decisión social y la diferencia entre los bienes públicos y los
bienes comunes (commons)-, una teoría general del individuo –adoptando posturas
como un individualismo metodológico o un individualismo ontológico, y el anclaje
social del individuo en su comunidad y en los problemas genéricos de su sociedad-, una
teoría general de la cultura –abocándose entonces a temas como las relaciones entre
sociedad y cultura, los fenómenos en curso de internacionalización y/o globalización, y
el multiculturalismo, tanto a una escala nacional, como internacional o mundial-. De
este punto de vista, la filosofía social se asienta sobre las bases de la sociología y de una
teoría general de lo social.
Ahora, es claro que ambas, la filosofía social y la filosofía política se implican
estrechamente la una a la otra y que es prácticamente imposible trazar fronteras rígidas
y claras entre ellas. Como quiera que sea, el hilo común que teje los temas y problemas
de ambas es lo que podemos denominar en general como “el problema político”, esto
es, cómo hacer efectivamente posible la convivencia humana en medio de las
diferencias, los desarraigos de distinto tipo, en medio de la violencia sistemática de
parte del Estado y de las fuerzas de seguridad del Estado, así como de la violencia
misma al interior de la sociedad.
Pues bien, las razones que hacen que en el mundo contemporáneo la filosofía social y la
filosofía política se impliquen fuertemente entre sí no son simplemente teóricas ni
académicas. Por el contrario, la academia y la teoría, cuando son sensibles a los
fenómenos y los acontecimientos políticos y sociales, responden –y deben hacerlo- por
medio de esfuerzos serios, reflexivos y críticos, a esos mismos acontecimientos y
fenómenos.
El espacio en el que se vehicula la filosofía social y la filosofía política en Colombia no
es en la actualidad exactamente el de las Facultades de Filosofía, con notables
excepciones –como el Instituto de Filosofía de la Universidad de Antioquia y alguno
que otro profesor de otras Facultades8-. Ahora, desde luego que las propias Facultades
de Filosofía no tienen tampoco que dedicarse o destacarse particularmente en campos
como la filosofía social y política, pudiendo dedicarse a muchos otros campos e
intereses filosóficos que los propiamente políticos o sociales. Precisamente por esta
razón, es preciso señalar claramente que la filosofía social y política se desarrollan de
hecho en un espacio mucho más propio y adecuado en las Facultades de Derecho y
Ciencia Política, o en otras Facultades e Institutos similares, como de Sociología, de
Relaciones Internacionales, y demás. Esto es, una vez más, del lado de las ciencias
sociales. Incluso hay facultades de Teología con mucha mayor sensibilidad social y
política que la mayoría de las Facultades de Filosofía, siendo quizás el caso más
destacado en este momento el de la Facultad de Teología de la Universidad Javeriana.
Sin embargo, ¿qué podría significar pensar filosóficamente la política? Dicho
negativamente, pensar es el resultado de lo que acontece cuando el conocimiento se
hace insuficientemente para comprender, explicar y aportar luces satisfactorias de
solución a los problemas. El país está sobrediagnosticado, como ya se sabe de una
manera suficiente. Existen mapas conceptuales, diagnósticos variados sobre los males y
los problemas del país, incluso recientemente se viene intentando la búsqueda de
soluciones a través de enfoques interdisciplinarios como la planeación por escenarios.
Pero no por ello es medianamente claro qué hacer para alcanzar la paz, para mantener el
clima de los diálogos de paz, enriquecerlo y ampliarlo, por ejemplo. Cuando los
diagnósticos, el conocimiento, los antecedentes y el escepticismo no son suficientes se
hace necesario pensar.
8
Entre las cuales cabe destacar particularmente al Departamento de Filosofía de la Universidad Nacional,
sede Bogotá, o la Facultad de Filosofía de la Universidad Santo Tomás, Bogotá.
Sin embargo, dicho de una manera positiva, pensar es concebir posibilidades, tematizar
horizontes, proyectar el presente o anticipar los futuros posibles. Para pensar se requiere
ciertamente de una inmensa capacidad de imaginación e inventiva, además, desde luego,
de un entorno apropiado. Pero lo distintivo del pensar radica en abrirse no solamente a
lo no comprendido, lo problemático y lo cuestionable, sino además, y principalmente,
consiste en convertir en tema, es decir, en problema, aquello que parece obvio, lo que es
autoevidente, en fin, lo que para el sentido común tanto como para los análisis teóricos
de las diferentes ciencias y disciplinas va de suyo9.
Pensar, en el modo indicado sucintamente, es el modo propio de hacer filosofía, e
inversamente, quienquiera que efectivamente piense en el sentido de imaginar futuros
probables, concebir horizontes y proyectar el presente, está pensando filosóficamente.
1.5. La dimensión ontológica, reconsiderada
H. Arendt se replantea, en un texto póstumo la pregunta: ¿Qué es la política? La
necesidad de replantearse la pregunta significa que en realidad ella ha perdido sentido, o
que el sentido se ha difuminado y se ha vuelto poco claro. Si por la política se entiende
el juego de los partidos políticos. Es evidente que existe en el mundo, y ciertamente en
el país, un manifiesto desgaste de los partidos políticos. En Colombia, como se sabe, la
política se adelanta gracias al clientelismo, la corrupción, la ignorancia de la gente y la
práctica de juegos propios de la época feudal (como la importancia de la Hacienda).
Estos cuatro elementos se conjugan de tal manera que es posible decir sin ambages que
la política en Colombia se desarrolla, aún, sobre la base de realidades geopolíticas (el
dominio económico, militar o por terror sobre un territorio, según el caso, por ejemplo).
Los espacios políticos son cada vez más cerrados, y ciertamente lo son si se entiende
por ello la existencia de espacios públicos y comunes, en los que el debate es posible y
es posible la organización de fuerzas, movimientos y partidos políticos distintos a los
tradicionales. Todo intento de conformar un tercer (o cuarto, da igual) partido distinto
de los partidos liberal y conservador ha sido infructuoso. La aniquilación sistemática de
la Unión Patriótica (UP), por ejemplo, aún quedará, durante un tiempo muy largo, en la
total impunidad. Como anotaba algún dirigente sindical hace poco, en Colombia es
9
Al respecto, cf. (Maldonado, C.E., 1998)
mucho más fácil crear un movimiento guerrillero que un sindicato, con lo cual estaba
significando que los espacios políticos son inexistentes o cerrados y controlados por
múltiples mecanismos de exclusión, unos más abiertos y otros sutiles y velados. En
condiciones semejantes la pregunta “¿qué es la política?” deja de ser un asunto
simplemente teórico para convertirse en la pregunta misma por los espacios de vida y
las posibilidades de acción y desarrollo de la vida: de la vida de los individuos, de las
comunidades, de organizaciones de diversa índole, en fin, de la vida misma de la
sociedad.
Quisiera aquí retormar, tan sólo en su sentido técnico, una distinción que los griegos
antiguos tenían para hablar de “política” y para clarificar a qué se referían con ello. Los
griegos antiguos disponían de dos conceptos para referirse a la política: de un lado,
estaba el concepto de politiké y, de otra parte, disponían del concepto de politeia. En el
primer caso, por ejemplo, notablemente, en Demóstenes, la politiké hace referencia a la
política entendida como técnica. En un lenguaje contemporáneo podemos decir que se
trata de los asuntos propios de gobierno y gobernabilidad, a las relaciones entre los
diferentes órganos de poder, a las relaciones internacionales, incluso a aquello que se
trata cuando se habla de centralismo y descentralización. Pero, adicionalmente, la
politiké hacía referencia a la mecánica de organizar eventos públicos (logística política)
y tener un cierto dominio de la retórica.
La politeia, por su parte, era un concepto bastante más holista, digamos, y hacía
referencia al tipo de vida en general que llevaban los ciudadanos en un estado social,
político, jurídico, pedagógico, y demás. Desde este punto de vista, la politeia no trazaba
distinciones ni oposiciones entre lo militar y lo estético, lo filosófico y lo social, lo
nacional y lo mundial, etc., sino, por el contrario, era el modo mismo en que la filosofía
existía, y con ella, las demás ciencias, disciplinas, prácticas y saberes. Así, la politeia
era la tematización, ulteriormente de lo que significaba llevar o vivir una vida buena, y
que apuntaba al amor o a la amistad, y como quiera que fuera, a la supresión total de la
violencia como forma de vida.
Esta distinción entre política y politeia no existe en ningún otro idioma occidental
posterior, y para intentar apuntar a ella, es preciso agregarle a la política “apellidos”:
política cultural, política social, política económica, política nacional o internacional,
por ejemplo. De hecho, la política, en general, se convirtió en simple técnica (politiké) y
todas las facultades de ciencias políticas apenas enseñan y trabajan la politiké, y nunca
la politeia. Como es sabido, la “República” de Platón y la “Política” de Aristóteles se
designan con un mismo término: Politeia. Para entender mejor lo que acabo de
mencionar bastaría con releer estos libros de Platón y de Aristóteles.
La política en general, a la vez que es objeto de opiniones y de valoraciones simples y
espontáneas –es decir, no reflexivas-, es el objeto de consideraciones estrictamente
técnicas, jurídicas o económicas, por ejemplo. Pero lo que no está muy claro es la visión
del ser humano –del hombre, si se prefiere-, en una perspectiva humanista, o ética, o
social, u otra que se prefiera. La comprensión más generalizada de la política asume,
implícitamente, que se trata de un mal necesario, o de un juego en función de otras
cosas y que se designan genéricamente como: democracia, justicia social, soberanía,
igualdad, defensa del orden imperante, recuperación de la tradición nacional y de la
identidad cultural y otras. Pero nunca aparece en primer plano la mención del hombre.
O, como prefiero afirmarlo yo mismo, de la vida: esto es, de la vida humana y con ella
entonces también de la vida en general sobre el planeta. La preocupación por la vida –o
por “el hombre”, desde otro punto de vista diferente- es dejada de lado a otros campos,
como la ética, la religión, la propia filosofía, y varios otros más. Pero la política por sí
misma es un asunto demasiado serio (en el sentido nietzscheano de la palabra) como
para dejar de lado los asuntos delicados que requieren técnica y pericia, conocimiento y
sagacidad, inteligencia y táctica y estrategia. No en vano se vehicula en el habla común
y corriente la distinción y el diálogo o acercamiento entre “políticos” y “técnicos”.
“Aquel es un gobierno de políticos”, “este otro es un gobierno en el que colaboran
técnicos y políticos”. Los juegos de lenguaje terminan por perder toda significación y
referencia al mundo y se hacen autorreferenciales, autorrecursivos. Ello se traduce
exactamente como la instrumentalización de la vida y de los seres humanos –y de todo
el universo social-, convirtiendo entonces a los individuos, las comunidades, la sociedad
y la vida en general en objetos de estrategias. Estrategias de diálogo, estrategias de
concertación, estrategias de negociación. En el plano mundial se aprecia a raíz de las
Conferencias de Río, El Cairo, Pekín, Estambul, por ejemplo, y en el plano nacional se
observa en relación con los problemas de corrupción, de derechos humanos, derecho
internacional humanitario, políticas sociales, educativas, de investigación y culturales,
por ejemplo.
Ahora bien, si la exposición negativa de la política se define por completo en función y
a partir de la violencia –y por tanto de las relaciones entre violencia y poder-, la
comprensión positiva o afirmativa de la política se establece a partir de la tarea de
pensar la vida, y pensar cómo hacerla posible y cada vez más posible.
En efecto, si para los griegos antiguos el problema político por excelencia era el del
conocimiento de la realidad social y política –para lo cual la filosofía y las ciencias
contribuían enormemente. Esto es, la ciencia y la filosofía eran medios que estaban en
función de un fin mayor y más alto: el gobierno del pueblo (demos)-, en el mundo
contemporáneo el problema supremo no es el del crecimiento del estado, la defensa del
estado (o, en otra perspectiva, del gobierno), la tematización y la defensa de la soberanía
nacional (como en la Modernidad: “quién es el soberano”), y otros más semejantes.
Bien por el contrario, desde diversos ángulos, el problema principal con el que se ve
enfrentado el mundo actual es el de sus propias posibilidades de vida, dado que hemos
alcanzado ya el reconocimiento de que la vida humana y la vida en general sobre el
planeta no son algo que vaya sencillamente de suyo y que se encuentran, por obra de la
civilización occidental, en un callejón que puede ser sin salida: acumulación de un
impresionante arsenal atómico, biológico y químico, destrucción de la capa de ozono y
agotamiento de los recursos naturales, sobrepoblación, mala distribución de la riqueza y
pobreza generalizada y creciente, ineficiencia de los políticos para resolver los
problemas del mundo, el consumismo como forma de vida.
Así las cosas, la dimensión de la política se refiere al universo variable de los intereses
humanos, el universo de lo instrumental por excelencia, en fin, se refiere a la realidad de
lo volátil de las alianzas humanas. La política es, pues, la dimensión de la realidad en la
que mejor se aprecia la flexibilidad o mejor, la maleabilidad, la adaptabilidad y el
regateo, puesto que se trata, en todos los casos, de alcanzar un fin propuesto a través de
los medios que sean necesarios. La racionalidad de los medios no es distinta, en
consecuencia, de la necesidad y la urgencia por alcanzar el fin propuesto. Tal constituye
la racionalidad misma de la política. Por lo menos de la política tal y como ha existido
hasta el momento.
Desde esta perspectiva, el concepto central de la política, ya sea como ciencia o como
actividad, es la de competencia, lucha, fortaleza –en el sentido darwiniano de fitness-,
en fin, el concepto de selección. Pero si ello es así, la política constituye la lógica misma
de un universo comprendido y definido enteramente a la manera de la lucha por la
selección. La selección es la obra misma de la política y la política se yergue sobre la
selección como sobre el central de todos sus pilares, con lo cual la consecuencia es
absolutamente bestial: la política es la lógica misma de la selección, aplicada al universo
de lo humano.
En efecto, la política no es ni una práctica ni un concepto ni una realidad experienciable
u observable en el mundo animal – excluyendo de éste, metodológicamente, a los seres
humanos. Los animales, desde los mamíferos superiores como los felinos, por ejemplo,
hasta los insectos (artrópodos), como las cucarachas, las abejas o las hormigas, por
ejemplo, no son, ni siquiera en el más poético de los lenguajes, políticos. Lo máximo
que cabe decir con respecto a los animales es que son sociales, pero nunca políticos. La
política es un rasgo distintiva y exclusivamente humano; mejor, distintiva y
excluyentemente humano.
Es posible distinguir, en consecuencia, la dimensión óntica y la dimensión ontológica de
la política. Aquella es eminentemente concreta, personalizada, funcionalista o
estructuralista; ésta se refiere a la capacidad de identificar una lógica de la experiencia,
una lógica que acaso sea simultánea o alternativamente formal y no-clásica (temporal,
difusa, paraconsistente, por ejemplo) de los hechos y de los procesos políticos10. La
dimensión óntica de la política es la representación vulgar de la misma y que cree
erróneamente que la política coincide por completo no solamente con los contenidos
vehiculados a través de los medios masivos de comunicación, sino, precisamente por
ello, cree que consiste simplemente en procesos electorales, que se concreta en
determinadas figuras, en ciertos partidos, incluso en determinados edificios (el
Congreso, el Palacio de Nariño, etc.). Esta aproximación ingenua a la política es
10
Sobre las lógicas no clásicas me he pronunciado en varias ocasiones en otros lugares. Para una expresión
puntual: cf. Maldonado, C.E. “Irracionalidad y decisión colectiva: formulación de un problema de las filosofía
de las ciencias sociales”, en: M. Vega, Maldonado, C.E., A. Marcos (organizadores), Racionalidad científica
y racionalidad. Tendiendo puentes entre ciencia y sociedad. Valladolid: Ed. Universidad de
Valladolid/Universidad El Bosque, 2001, pp. 107-118.
altamente peligrosa pues es el soporte psicológico o psicologista, por connivencia o por
omisión y pasividad, del orden de cosas vigentes.
Por su parte, la dimensión ontológica de la política es aquella que continua y
sistemáticamente se está interrogando sobre qué es la política, cuál es su sentido, cuáles
son los límites a las acciones de los políticos y por qué razón existe o debe existir la
denominada clase política y que tiene en claro que uno de los focos de la corrupción
administrativa y financiera, de los déficits fiscales y de las políticas anti-sociales son el
resultado de políticos corruptos y de la ausencia de unos mecanismos de participación y
de control y veeduría ciudadana más eficaces a los que se sume un sistema judicial
enemigo de la impunidad y de los favores políticos y del amedrantamiento. En un país
como Colombia, la dimensión ontológica de la política está estrechamente relacionada
con los temas y problemas de derechos humanos, medioambientales, de corrupción y
narcotráfico.
Ahora bien, la concepción y la práctica más antigua y generalizada de la política en la
historia es aquella que asimila la política a la lucha y al combate. Como tal, decíamos,
es una imagen darwiniana de la política y que se condensa en opiniones corrientes como
que “nadie sale impune de la política”, o que “la política todo lo corrompe”, o también
que “en política los favores siempre se cobran con intereses”.
Frente a esta concepción y práctica de la política es preciso, sin embargo, reconocer que
recientemente, y por diversos caminos11, la política puede y debe definirse y
posibilitarse en términos de cooperación. De esta suerte, la política misma puede
adquirir, como ciencia y como práctica, una luz diferente a la que la ha venido
desgastando, lo cual debe poder traducirse en una politización mayor de la sociedad y
de la vida humana en general (por ejemplo, una politización en el sentido a que
apuntaba la politeia griega). Esta politización beneficiosa quiere ser comprendida muy
recientemente con el concepto de “democracia radical”, y que afirma sencillamente la
11
Los antecedentes más directos de estos caminos son la teoría de la decisión social y la teoría de los
juegos en particular. Pero, asimismo, es preciso mencionar aquí el enfoque de la política en términos de
las ciencias de la complejidad como otro antecedente para una comprensión cooperativa de la política, lo
cual no quiere decir, sin embargo, que el tema de la cooperación sea algo evidente e incuestionable. Son
numerosos los autores y los trabajos en ambas direcciones, y dejo aquí de lado, por lo pronto, una
ampliación de las referencias bibliográficas, pues son el objeto de otro trabajo.
importancia y la necesidad de fortalecer la democracia participativa relegando a planos
secundarios la concepción y la práctica representativas de la vida social y política. Así,
la democracia radical o participativa se traduce en un ejercicio más flexible de la
subsidiariedad, esto es, de la asignación de tareas y el reconocimiento de las
responsabilidades y de las relaciones entre la sociedad y el Estado (Cf. Maldonado,
C.E., 1997).
La política es, en su sentido más originario e integrativo, un ejercicio de cooperación
antes que de lucha, a condición de que se entienda que se encuentra al servicio de la
vida en general, de la vida humana tanto como de la vida en general sobre el planeta,
esto es, que su sentido íntegro consiste en hacer cada vez más posible a la vida.
En efecto, en un mundo alta y crecientemente interdependiente de múltiples sentidos,
pensar la política significa pensarla en rigor, como nunca antes en la historia de la
humanidad, como geopolítica. Sólo que la geografía política es apenas la expresión
espacial para pensar, adicionalmente, un tema mucho mayor: el tiempo y los desarrollos
de la espacialidad, lo cual se comprende como el oikos12.
Se hace imperativo delimitar el universo a investigar y adoptar, consiguientemente, un
hilo conductor.
1.6. Mapa sobre cómo pensar la política en un país como Colombia
Pensar la política en Colombia significa exactamente pensar el mundo, y no existe,
como tal, absolutamente ninguna diferencia entre pensar lo nacional, en cualquier
acepción de la palabra, y pensar el destino del mundo y los retos y problemas de la
humanidad contemporánea y futura. Si Kant sostenía que la capacidad de la razón –y
entonces se refería la filosofía- consiste en aprehender lo universal en lo paticular13, lo
universal es, aquí, el mundo, y lo particular el país, esto es, el Estado, los gobiernos y la
12
Como es sabido, la geografía se ha convertido en un subconjunto o en un territorio de frontera –dos
maneras diferentes de decir una sola y misma cosa- de la ecología. La ecología es una ciencia bastante
más global o compleja o integrativa –como se prefiera- para pensar el fenómeno de la vida, y en cuanto
tal, incluye dentro de sí a la geografía, ya sea en cuanto geografía física o humana, u otras. He trabajado
esta idea en otro lugar, pero aquí debo dejarla, por razones de espacio, como una observación marginal.
13
Y no simplemente pensar lo universal y lo particular, o acaso pensar lo universal de lo particular, pues
ambas cosas son claramente bastante más simples y mecánicas.
sociedad. Pues bien, Colombia tiene la particularidad, como muy pocos otros países, en
que aquí el destino y las características de lo universal se conjugan, plano por plano, con
el destino y las características de la vida nacional.
En efecto, como es sabido, la Agenda Internacional está constituida por cuatro temas,
estrechamente relacionados entre sí. Se trata de los temas y problemas del narcotráfico,
los derechos humanos, la corrupción y los problemas medioambientales. Pues bien, en
ningún otro país en el mundo como en Colombia cobra tanta significación la
interdependencia entre lo local, lo nacional, lo continental y lo mundial. Desde este
punto de vista, Colombia representa un auténtico laboratorio de trabajo e investigación,
y ciertamente no en el sentido de ensayo (= prueba), sino como encarnación de un tejido
de problemas que no es posible abordar ni resolver aislada, focal o analíticamente.
Colombia es, en este sentido, quizás el mejor laboratorio para el pensar -¡político!- en el
sentido de la heurística.
Desde este punto de vista, es a todas luces claro que los temas que deben ser
prioritariamente objeto de decisiones y de acciones, de programas y de estrategias
políticas, se definen de cara a superar los problemas y peligros que representan:
a) Las violaciones, por acción o por omisión, de os derechos humanos por parte de
Estado –y con esto, en Colombia, resolver ese capítulo especial que es el Derecho
Internacional Humanitario-. En efecto, uno de los principales problemas que tiene el
Estado en Colombia es no solamente la participación activa o indirecta de
individuos y organismos del Estado en las violaciones a los derechos humanos y la
actitud pasiva o permisiva hacia los grupos paramilitares, todo lo cual se refleja
inmediatamente en el descrédito del Estado y del gobierno de turno ante la
comunidad internacional. Existe una práctica muy extendida y consolidada de
impunidad particularmente ante los crímenes de lesa humanidad, los delitos
políticos, las desapariciones forzadas y las violaciones a los derechos humanos, lo
que le ha valido ya una condena repetida de Colombia ante organismos
internacionales como la Corte Interamericana de Derechos Humanos, por ejemplo.
b) La corrupción generalizada, en primer lugar dentro del Estado y el Gobierno, y
luego también en todas las esferas de la sociedad incluyendo la industria y el sector
privado. El desgaste ante la opinión pública nacional e internacional por parte del
Estado y de los últimos gobiernos se da, además, por los desfalcos a los fondos del
Estado, el crecimiento del déficit fiscal alimentado por la corrupción, y la práctica
del clientelismo y el nepotismo.
c) El narcotráfico hizo carrera durante muchos años en el país, primero ante la mirada
cómplice de la clase política y económica, hasta cuando los grandes barones de la
droga quisieron compartir no solamente parte de la economía y de la vida social,
sino también del poder político que aún les era esquivo. Pero ya era muy tarde. El
narcotráfico constituye un flagelo con múltiples ramificaciones en la vida nacional,
y ciertamente no se agota en figuras como Pablo Escobar o Rodríguez Gacha, por
ejemplo. El adecuado tratamiento de los problemas que constituye el narcotráfico
exige una nivelación en las responsabilidades también de parte de la comunidad
internacional. No es posible seguir adoptando al país como laboratorio de
fumigación con las deformaciones genéticas serias que causan las fumigaciones
sobre amplios grupos sociales en diferentes regiones del país.
d) Los problemas medioambientales son numerosos en el país, pero el tratamiento que
han recibido ha sido siempre de segunda clase. Ciertamente los problemas
medioambientales son de tipo natural, y hacen referencia a la calidad de las aguas, a
los problemas de alcantarillado, al aire contaminado, al derrame indiscriminado del
petróleo por parte de alguna organización guerrillera, y otros. Pero es que,
adicionalmente, dentro de los problemas medioambientales, en un sentido más
amplio, se encuentran la creación de espacios de convivencia (incluso de espacios
físicos), la contaminación visual y la cultura, la recreación y el deporte.
Particularmente desde los Griegos antiguos hasta la Edad Media y comienzos de la
Modernidad, la pretensión clásica fue la de comprender y explicar el mundo. Esta
pretensión todavía seguía siendo válida en la distinción que establece W. Dilthey entre
ciencias del espíritu y ciencias exactas; esto es, entre las ciencias sociales o humanas y
las ciencias naturales. Sin ambages de ningún tipo es posible decir que la pulsión de la
ciencia y de la filosofía ha cambiado hoy drásticamente. La comprensión y la
explicación no son ya el fin último. Por el contrario, se encuentran al servicio de una
tarea de mucha mayor envergadura, importancia y urgencia: hacer posible la vida. La
teoría no es ya fin en sí mismo, pero tampoco lo es la práctica, el pragmatismo y el
utilitarismo. La preocupación por la vida es manifiesta desde diversos ángulos, y la
política debe responder a esta preocupación. La sensibilización de y hacia la política
debe ser la sensibilización misma de ésta hacia la vida. La dignidad de la política es,
hoy en día, la de saberse como medio y ponerse al servicio de todos los esfuerzos por
hacer posible, y cada vez más posible a la vida; a la vida humana, y con ella también a
la vida entera sobre el planeta. Y esta es una tarea al mismo tiempo local y global, y
cuya inteligencia y eficacia se define precisamente en la articulación de las escalas
globales y locales y de su recíproca interdependencia.
Exactamente en este sentido proponemos un desplazamiento de la línea de análisis de la
política de H. Arendt, de la violencia y el poder hacia la vida. Poéticamente en este
sentido hablaba en los años 1930s P. Valéry de la “política del espíritu”. Que es, como
lo recuerda Patocka leyendo a los griegos, la política del cuidado del alma (epimeleia
tes psychés). Pero por el cuidado del alma hay que entender, en rigor, no aquello de que
habló hasta el cansancio la Edad Media cristiana –esto es, el alma, a diferencia y en
oposición al cuerpo-, sino la vida misma14 - esto es, el cuidado de la vida.
Pues bien, es posible adoptar varios hilos conductores en el estudio de las garantías
mismas de la racionalidad de la política en el estado contemporáneo. Estos hilos
conductores cumplen aquí la función de hipótesis de trabajo para elaborar un mapa
acerca de cómo pensar la política en el país.
Uno, es atender al mundo establecido por la Constitución Política. En el caso de
Colombia, esto podría representar, sin embargo, una dificultad aún bastante grande. En
efecto, no solamente en el siglo XIX existieron numerosas Constituciones Políticas (y
Reformas a las mismas), sino, además, alrededor de la Constitución existen posturas tan
diversas como antagónicas. Lo que se teje a propósito de la Constitución es el modo
mismo de la vida –social y política- y de la racionalidad correspondiente de la sociedad,
del Estado, y sus relaciones con la comunidad internacional al mismo tiempo que con el
pasado y el futuro posible.
14
Es imposible hoy hacer ciencia y filosofía con conceptos como “flogisto”, “éter”, “espíritus animales”,
“homúnculos”, o “alma”, por ejemplo. En efecto, todo concepto está rodeado de un áurea y posee detrás
suyo una cola entre de historia, y los conceptos pertenecen a esa áurea y a esa cola de cometa que poseen.
Es lo que en un lenguaje mucho más metodológico podríamos decir como “contextualización” (framing)
y época de los conceptos. El concepto propio al siglo XXI es el de vida: pero con ello apuntamos a una
inmensa avenida, a un paisaje inmenso que es preciso recorrer todavía.
La Constitución de 1991 permitió la configuración de nuevos espacios y escenarios en
los que la política y lo político existen verdaderamente, crecen y se desenvuelven en
diversas direcciones. La más significativa es, sin lugar a dudas, la Corte Constitucional,
la cual se yergue a la vez como el criterio de racionalidad y razonabilidad de la vida
política misma, y como espejo de aquello que se debate en las calles y los montes, los
medios masivos de comunicación, los estrados judiciales, el parlamento y en los actos
de gobierno. Para Sirios, la Corte Constitucional representa un peligro verdadero y un
mal que es preciso recortar o, idealmente, eliminar pues representa un peligro para el
manejo exclusivo del poder por parte de grupos de poder y de interés particulares y bien
determinados. Para Troyanos, la Corte Constitucional es una conquista democrática que
permite la discusión pública de las acciones y decisiones que afectan directa o
indirectamente a toda la base de la sociedad permitiendo acciones de control social
sobre el ejercicio –particular- del poder político, económico y jurídico. La discusión
cobra en ocasiones tonos extremos que no permiten a la mirada desprevenida y ajena del
ciudadano común y corriente vislumbrar claramente de que se trata: a) a propósito de la
Constitución (de 1991); b) en relación con los fallos de la Corte Constitucional; c) en lo
que hace al destino del país social y del país político.
Desde este punto de vista, en un primer vector de los análisis posibles y necesarios para
pensar la política en Colombia equivale exactamente a pensar tres cosas: 1) Los fallos
de la Corte Constitucional; 2) La filosofía de los fallos de la Corte Constitucional; 3) La
lógica de los fallos de la Corte Constitucional.
Otro hilo conductor puede ser el estudio de los pronunciamientos y acciones de la
Defensoría del Pueblo. Desde luego que existen numerosos enemigos de la Defensoría
del Pueblo, que fue una de las grandes conquistas de la Constitución de 1991. Pero,
independientemente de ello, es manifiesto que la Defensoría constituye uno de los
termómetros de la vida política del país; por ejemplo, si se hace referencia a las
violaciones de los derechos de la mujer, o de la niñez, de las etnias indígenas, a las
situaciones en las cárceles, y otros campos más en los cuales se destaca la Defensoría
del Pueblo (sin mencionar, claro está, su papel en las mesas de diálogo y como
participación de la sociedad civil). De hecho, el estudio de las condiciones en que se
adelanta el trabajo en la protección de los derechos humanos constituye un reflejo serio
del modo como se entiende y se vive la política en el país (y en este sentido, y no en
último lugar,
está la consideración del presupuesto que el Estado le asigna a la
Defensoría para su desarrollo). En síntesis, la Defensoría del Pueblo es uno de los
termómetros (se trata claramente de una metáfora) con los cuales cabe medir, establecer
y valorar los modos y los contenidos de la dignidad humana en diferentes espacios y
momentos, la calidad de vida, y las conexiones reales entre el derecho a la vida y los
demás derechos que por conexidad se relacionan o se desprenden o apoyan el derecho a
la vida, como derecho absoluto (Cf. Maldonado, C.E., 1999).
De otra parte, asimismo, podríamos adoptar como hilo conductor para pensar la vida
política del país los pronunciamientos de la Conferencia Episcopal. Manifiestamente,
Colombia es un país de mayoría católica –practicante o no-. Dada esta mayoría católica,
y los propios antecedentes de la historia del país, los pronunciamientos de la
Conferencia Episcopal constituyen un buen termómetro de lo que está aconteciendo en
el país, y de las reacciones de uno de los principales focos de poder en Colombia. De
poder político, aun cuando la Iglesia Católica prefiera, en pronunciamientos públicos,
no participar en política nacional, en políticas sociales ni tampoco en las relaciones
entre el Gobierno, el estado, y diferentes fuerzas y organizaciones sociales y civiles en
materia de relaciones internacionales.
Desde luego que adoptar como hilo conductor de análisis políticos los documentos,
conferencias, pronunciamientos, estudios, declaraciones y movimientos de la
Conferencia Episcopal Colombiana no significa que no puedan ser de interés también el
mismo tipo de estudio y seguimiento de otras Iglesias, grupos religiosos y sectas. Los
grupos cristianos, en general, han adquirido una importancia creciente en la vida social
y política Colombiana. Una muestra de esta importancia se observa en la actitud de los
grupos paramilitares (A.U.C.), de una parte, y de otro lado, de las fuerzas guerrilleras
(FARC y ELN, principalmente) hacia los grupos e iglesias cristianas en diferentes
regiones del país. Sin embargo, comparativamente con la iglesia católica, la
significación política de los grupos cristianos es aún bastante baja, aunque está en
crecimiento.
En el mismo sentido, es altamente interesante observar los actos y los gestos políticos,
por silenciosos, disimulados y de bajo perfil público, de otras diferentes organizaciones
religiosas con una connotada fuerza política y que coinciden en adoptar un perfil bajo
desde el punto de vista de la notoriedad pública, pero con movimientos, contenidos
políticos e influencias claras pero disimuladas en las esferas del poder político, social,
económico, militar y académico en el país que pueden constituir un motivo interesante
de estudio de lo que significa propiamente pensar la política. No obstante, esto queda
como una mera indicación, y personalmente considero que, debido a la tradición
fuertemente clerical y confesional de los colombianos, el peso de la Iglesia Católica a
través de la Conferencia Episcopal representa un campo de trabajo de análisis políticos,
de una importancia análoga a la que desempeñan, en planos distintos, la Corte
Constitucional o la Defensoría del Pueblo.
Si se atiende a uno de los temas de la Agenda Internacional –el análisis de la
corrupción-, un hilo conductor para pensar la política, relativamente al flagelo de la
corrupción podría muy ser el estudio del funcionamiento, actividades, investigaciones y
declaraciones de la Procuraduría General de la Nación. Y desde el estudio y la
conciencia vigilante de la corrupción, también hacia sus comprensiones de la vida
política y social del país (procesos de diálogo con la guerrilla, “choque de trenes” con la
Fiscalía General de la Nación, relaciones con las altas cortes (Corte Suprema de
Justicia, y otras), mesas de paz y de convivencia ciudadana, etc.).
Como quiera que sea, creo que el mérito de estas hipótesis radica en que, de esta forma,
se adopta como hilo conductor para el análisis de la vida política no simplemente las
representaciones vehiculadas a través de los medios masivos de comunicación, sino,
además, se toma distancia de esas representaciones.
Si nos concentramos en determinados fallos de la Corte Constitucional, cabe estudiar en
ellos cinco factores, así:
i)
El tipo de racionalidad empleada en ese fallo, atendiendo también a los
salvamentos de voto, a fin establecer la lógica misma que soporta el fallo;
ii)
El áurea epocal del fallo y sus repercusiones frente a la conciencia y la
sensibilidad social, esto es, el contexto mismo del fallo;
iii)
El ejercicio contrafáctico del fallo, en el modo mismo de la lógica de los
condicionales contrafácticos (probabilísticos y no probabilísticos, causales, etc.);
iv)
La racionalidad del fallo a la luz de la racionalidad individual, de la racionalidad
colectiva y de la racionalidad institucional, a fin de elucidar los tipos de
relaciones existentes entre estos tres tipos de racionalidad;
v)
La discusión acerca de los mecanismos y las teorías de los fallos mismos y de
aquello que los acompañan e implican.
Pero estas consideraciones –y seguramente varias otras más- bien podrían extenderse a
las otras hipótesis de trabajo para pensar la política, como la Defensoría del Pueblo, la
Conferencia Episcopal Colombiana, y demás.
1.7. Filosofía y realidad social y política
¿Significa todo lo anterior que entonces la filosofía va a la zaga de los acontecimientos,
en este caso de los fallos de la Corte Constitucional, o los pronunciamientos y acciones
de la Defensoría del Pueblo, o los documentos de la Conferencia Episcopal
Colombiana, los cuales van a su vez a la zaga de los hechos y los procesos sociales,
económicos, políticos, militares y sociales del país? La respuesta es claramente: sí.
Ahora bien, decir que en estas circunstancias mencionadas la filosofía va a la zaga, de
los acontecimientos sociales y políticos no es en realidad otra cosa que reconocer una
circunstancia que, así las cosas, también le sucede a la ciencia en general, y a la ciencia
política en particular. Pero esta no es sino una expresión para decir que la ciencia y la
filosofía van a la zaga de la vida.
Sin embargo, al mismo tiempo, desde otro punto de vista, la respuesta debe ser con
igual claridad: no. Me refiero entonces a la capacidad de análisis y de investigación que,
además de desentrañar la lógica de los procesos sociales y políticos, debe ser capaz de
anticipar los desarrollos futuros posibles, o de proyectar los acontecimientos pasados y
presentes hacia el futuro. En este otro caso, la filosofía se las ve con la tematización de
los horizontes futuros en los que probablemente se desenvolverán los fenómenos y los
procesos políticos, esto es, de gobierno, de diálogos por la paz, de solución de la
corrupción, y demás. Anticipar el futuro o proyectar el presente es, puntualmente dicho,
la obra y la tarea misma del pensar. Pero para ello es absolutamente indispensable
conocer muy bien los antecedentes del fenómeno de estudio, las interrelaciones, sutiles,
inmediatas, de corto y largo alcance, las interdependencias entre los diferentes niveles
de acción y de decisión, a fin de poder pensar el futuro: el futuro probable, tanto como
improbable, el necesario, el verosímil, e incluso el futuro imposible de ser. Este es
exactamente el sentido de la investigación, aquí, referido a la política.
Hay un fenómeno doblemente determinante en el modo de hacer ciencia o de hacer
filosofía de la realidad y de los procesos sociales y políticos. De un lado, se trata del
reconocimiento de que la filosofía se realiza en diálogo con y atención al mundo social
y político, mundo gracias al cual la filosofía se llena de contenidos (en cuanto filosofía
práctica); y de otra parte porque se trata a la vez de un llamado a la lucidez y al
compromiso con la verdad y la objetividad (sin extremismos: esto es, evitando el
objetivismo), que son la única base sobre la cual puede existir la filosofía y en general la
ciencia. En verdad, se trata de tomar distancia y eliminar mediante la crítica toda una
cultura de la astucia, la malicia, el regateo y la pura destreza técnica vacía (formal) y
que perjudica tanto al ejercicio mismo de la filosofía como al espacio que los filósofos
tienen y pueden tener en la sociedad y en el Estado.
¿Con el estudio de realidades particulares la filosofía se desvirtúa? En manera alguna.
La filosofía atiende y debe atender siempre a aquello que es, aquello que hay, aquello
que acaece, y en los modos mismos en que es, hay o acontece. Para los exegetas y
hermeneutas la filosofía se envilece así. A ellos es preciso recordarles y advertirles
siempre que la filosofía es diferente por completo de la historia de la filosofía, y que si
bien ésta es necesaria para aquella, jamás es suficiente. Pero no queremos aquí
establecer una discusión acerca de la naturaleza misma de la filosofía, sino simple y
llanamente comenzar a filosofar, que es –como ya se sabe desde hace algún tiempoatreverse a pensar por sí mismos. Los fenómenos y los procesos políticos en curso en
Colombia son demasiado importantes como para detenernos en discusiones inoportunas.
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