Libro: Pensar la política, Ed. Universidad Libre/Facultad de Filosofía, Santafé de Bogotá, pp. 1-56, ISBN 958-96497-3-4, 2000 PENSAR LA POLÍTICA 1.1. Partiendo del asombro La investigación es el modo mismo del quehacer filosófico, y pertenece a la idea misma de filosofía, tomada en su acepción más fuerte como filosofia perennis, el definirse de cara a, y existir como, investigación. Pues bien, desde el punto de vista filosófico esto corresponde exactamente a preguntarse, cuestionar, fundamentar –todo lo cual se dice originariamente en griego como logos didomai, esto es, tanto dar como demandar razones- acerca de lo que hay; o si se prefiere, acerca de lo que, en el caso específico de aquello que se investiga, es. La investigación filosófica se ha caracterizado desde hace un tiempo largo por un ejercicio propio por parte de quien filosofa por comprender y explicar –dos modos distintos, pero paralelos- aquello de lo cual se ocupa, en términos de verdades de razón, verdades apodícticas o verdades con fundamento en la propia capacidad crítica y lúcida de la razón – tres maneras diferentes de decir una misma cosa. Sólo que, en tiempos muy recientes, hemos aprendido que la investigación filosófica no se reduce, ni con mucho, únicamente a la persona individual que filosofa, hombre o mujer. Por el contrario, constituye uno de los rasgos distintivos del mundo contemporáneo, esto es, del siglo XX y XXI, que la investigación se lleva a cabo, cada vez mas, en grupo, colectivamente o también, al interior de una comunidad; comunidad científica o comunidad académica, se dice genéricamente, con lo cual, sin embargo, no debe pensarse, en absoluto, que se restringe tan sólo a una comunidad, esto es, por ejemplo, a la comunidad disciplinar. Así, por ejemplo, para los filósofos, la comunidad de filósofos, para los físicos, la de los físicos, para los matemáticos, la de matemáticos, y así sucesivamente. En efecto, otro rasgo distintivo del mundo contemporáneo es que, muy recientemente, hemos hecho también el aprendizaje que los diálogos no se única ni tampoco principalmente al interior de una sola comunidad –la comunidad disciplinar, particularmente- sino, por el contrario, se da en el cruce abierto, desinteresado y bien intencionado con varias comunidades; esto es, con varios colegas y amigos que pueden pertenecer también a otras comunidades científicas, disciplinarmente entendidas. Pues bien, la investigación no es una tarea que se lleve a cabo tan sólo a partir de intereses personales, motivaciones de tipo intelectual, psicológico o emotivo, sino, además, y principalmente, se lleva a cabo a partir de la sensibilidad de quien investiga hacia determinados problemas que lo interpelan de diversas maneras y que pertenecen al universo que lo rodea. Así, los problemas de investigación responden originariamente a interpelaciones que el mundo nos hace de distintos modos, y el filósofo debe ser capaz de ser sensible, esto es, abierto a esos problemas. La investigación, en el sentido más originario de la palabra, no es una dedicación simplemente profesional por parte del filósofo (o del científico), sino, es un estado que asalta, por así decir, al filósofo y que lo impele entonces a cuestionar y buscar respuestas a los problemas que lo asaltan. Las anteriores indicaciones generales son tanto más válidas cuando lo que se trata de pensar es justamente el universo de la política y el fenómeno y los procesos de lo político mismo, tanto más cuanto que la política es, en un país como Colombia, y en un continente como América Latina, un problema bastante lejos de ser obvio ni evidente. La realidad misma está atravesada en múltiples cortes –transversales, diagonales, perpendiculares- por temas y problemas políticos de diverso tono e intensidad. Sin embargo, esto exige una precisión adicional. En efecto, existen dos dominios que tradicionalmente han sido confundidos pero que, propiamente hablando, configuran dos dimensiones propias, por separado. Una es la de la filosofía social, y otra, distinta, aunque no necesariamente opuesta, es la de la filosofía política. La política en Colombia es una práctica no solamente bastante antigua y acendrada desde los orígenes mismos del Descubrimiento y la Conquista del Continente, sino, mejor aún, es una práctica difícil de dibujar con líneas y trazos simples. Por el contrario, la política en Colombia es bastante compleja, y con claroscuros, juegos de luces y de sombras bastante móviles y entrecruzados. A esta práctica de la política se agrega, con todo, una reflexión bastante madura y múltiples líneas de análisis singulares, con serias contribuciones individuales y por parte de equipos diversos de trabajo, académicos y no – académicos (técnicos, con análisis empíricos, y otros). A partir de esta situación, presentada aquí por lo pronto de manera bastante general, surge una consideración elemental y sin embargo asombrosa al mismo tiempo. En efecto, desde el punto de vista de la filosofía, a pesar de existir un territorio bastante abonado con numerosos cultivos y experiencias de cosecha en la historia política y social de Colombia, la reflexión sobre la política en el país ha sido sumamente escasa, salvo contadas y por tanto notables excepciones. Por el contrario, existe la creencia y la tradición bastante fuertes de que las reflexiones políticas deben ser sobre autores extranjeros, europeos y norteamericanos en su mayoría, los cuales sí están pensando sus propias circunstancias políticas locales, nacionales o regionales, según el caso. La gran mayoría de filósofos que se han dedicado a la política en Colombia reflexionan el universo político mirando indirectamente –en el mejor de los casos- tan sólo gracias a un espejo –los autores extranjeros, clásicos y contemporáneos-, lo cual tiene el contrasentido de que piensan la cosa política colombiana con otros ojos que están mirando otras realidades y avatares políticos y sociales. En este sentido, es bastante más coherente la actitud de economistas, sociólogos, antropólogos, por ejemplo. Los filósofos, la gran mayoría de aquellos que se dedican a la filosofía práctica, tienen mucho que aprender de estos otros científicos sociales. El colmo de esta actitud es el caso de un filósofo colombiano dedicado al estudio de la ética y de la filosofía práctica y que propugna, en su caso particular, por posiciones propias de las éticas dialógicas y de las filosofías comunicativas, adoptando consiguiente una postura de diálogo pero en sus propios términos, no en el sentido mismo de la apertura al lenguaje, actitudes, disposiciones y experiencias diferentes. De esta suerte se combina la creencia –a todas luces equivocada por parcial y unilateral- de que la filosofía es eminentemente un ejercicio habilidoso de exégesis y hermenéutica, con actitudes prepotentes y excluyentes sobre la base de un prestigio en las políticas académicas y de investigación1. 1 Al respecto, es necesario anotar una novela reciente de un autor colombiano, y sus críticas, irónicas, mordaces, o con humor cambiente, acerca del clima intelectual en Colombia en general, y filosófico en particular. Rodrigo Parra Sandoval observa en Tarzán y el filósofo desnudo (Arango Editores, 1996), ciertamente con relación al clima intelectual de los años 70 del siglo pasado, cómo para entender la realidad nacional es necesario antes comprender a Hegel o a Heidegger. (Hoy tendría que decir R. Parra 1.2. Desde Grecia hasta nosotros, hoy De los campos de realidad, seguramente ninguna otra área ha recibido más atención en la historia humana que la política. Son numerosos los textos, inmensas las bibliotecas sobre el tema en general, muy variados los autores y es rica también la existencia, reciente, de publicaciones especializadas sobre el tema, con muy buena calidad, generalmente. Difícilmente puede decirse lo mismo de otros campos, como la lingüística, la antropología, e incluso la economía misma. Los conceptos, temas y problemas que constituyen y que acompañan a la política son múltiples y muy variados, con diversos intereses y énfasis. Se trata, por ejemplo, de las relaciones entre política y derecho, política y economía, política y ética, política y relaciones internacionales, política y asuntos de gobierno, política y asuntos militares y de logística militar, política y sociedad, política y medios masivos de comunicación, política y recursos naturales, política y medio ambiente, política y educación, política y empresa, política y derechos humanos, e incluso, particularmente en Colombia, política y gramática, con lo cual se hace referencia a las relaciones entre la política y la poesía, el periodismo y la retórica. Este cuadro de relaciones puede sugerir con mucha razón, ante una mirada desprevenida, que la política constituye el núcleo de una fuerza que comprime, restringe o cohesiona en torno suyo a cualquier otra esfera de la vida humana, de tal suerte que no es posible, con algo de realismo, tratar con seriedad de otros asuntos de la vida de los seres humanos, ya sea considerados individual o colectivamente, sin hacer referencia obligatoria a la dimensión de la política. Ya desde Aristóteles hasta Marx y hasta nuestros días, por ejemplo, se escuchan voces claras y fuertes en este sentido. La política es una de esas esferas sobre las cuales los seres humanos se sienten naturalmente inclinados a pronunciarse y sobre la cual, precisamente por esto, los S., a Habermas o Rawls, por ejemplo). Esa idea que expresa “el filósofo caleño” (un personaje de la novela) persiste, con todo, todavía. Con lo cual la filosofía se rezaga del mundo, y se convierte en un ejercicio exegético y hermenéutico eruditos. En el mejor de los casos. Pues, los filósofos colombiano creen que hablar de filosofía es hablar de filósofos extranjeros o de sus colegas (lo que dicen o hacen, de quién se enamoran o dejan de enamorarse, etc.). Por observarse mutuamente y reducir el trabajo filosófico en asuntos de corrillos y chismecitos ninguno termina haciendo nada, puesto que todos se cuidan de saber puntos de vistas son variados, y muchas veces contradictorios. Con la política –esto es, con las cosas de la política- la gente se las ve como con temas sobre los cuales, a simple vista, cada cual tiene sus propios pareceres, y sobre los cuales no se sienten muy cohibidos a expresar una opinión. Esto en contraste con otros dominios científicos, como las matemáticas, la biología o la física, por ejemplo, e incluso la lingüística, frente a los cuales, difícilmente se sienten las personas con la misma libertad a emitir conceptos y juicios. Este es un rasgo general que marca, a nivel psicológico y de libertad y espontaneidad de juicios, una diferencia notable entre las llamadas ciencias exactas, y las ciencias humanas o sociales. Sobre las primeras parece haber una cierta inhibición para pronunciarse libremente, mientras que las segundas son, por el contrario, un campo sobre el que recaen o del que surgen, con mucha facilidad, juicios, opiniones, valoraciones. Pues bien, esto último es tanto más cierto en el caso de la política. Desde el punto de vista del sentido común, no se entendería muy bien en qué consistiría lo “científico” de la política, y antes bien, se trata de un terreno frente al cual, aunque divergentes, son frescas y espontáneas las expresiones y los pareceres. La evidencia más contundente de esto se halla en las discusiones de barrio o de cantina que, luego de unas horas de debate, pueden armar algarabíos por disputas políticas, o también, en otro plano, los periodistas y directores de noticias que se sienten capacitados, por ser periodistas calificados y con experiencia, a hacer “análisis políticos”. Colombia es una buena muestra de ésto. En este sentido, la (ciencia) política se halla en la misma situación que la historia (o historiografía) contemporánea. En efecto, la historia contemporánea acaece en y a través de los medios masivos de comunicación, y sin lugar a dudas los historiadores y las fuentes de historiografía se hallan en los medios masivos de comunicación: televisión, radio, prensa escrita, medios digitales e internet, y sus registros. Asimismo, la política parece existir o vehicularse a través de los medios masivos de comunicación. Volveré posteriormente sobre estos aspectos. Mientras tanto, lo cierto es que si la política –como la historia, por ejemplo- es una ciencia, poco claro está qué sea lo científico y el estatuto de cientificidad de la política, la cual, en contrapartida, se vería comprendida como una práctica. Y según Aristóteles, no cabe hacer una ciencia de la práctica; sólo de la teoría puede hacerse ciencia. Esta idea que Aristóteles emitiera en de quién se está hablando, y dado el hecho de que, además, antes tienen que leer y entender a Hegel, o al que sea – afirma con acierto R. Parra S. otro contexto y con espíritu filosófico, se ha tornado, como muchas otras enseñanzas del pasado, en opiniones, lugares comunes, sedimentaciones evidentes2. Ahora bien, filosóficamente, pensar la política significa pensar aquello mismo que es, que acaece, que pasa (en la vida de la ciudad y en la organización y el control del Estado). Eso es lo que los filósofos antiguos denominaron en general como el Ser, y que es el tema propio de los filósofos, de acuerdo con la definición de la filosofía dada por los Griegos. Ahora bien, originariamente, pensar el Ser no quiere decir en manera alguna pensar absolutamente una esencia o una trascendencia, tanto menos cuanto que “el ser se dice de múltiples maneras” (to on légetai pollakhon). La dignidad del oficio filosófico se lleva a cabo, entre varias otras posibilidades, pensando aquello que es, acaece o pasa. Lo que es, remite a un estado de cosas; lo que acaece, hace referencia a aquello que sobreviene, que acontece súbitamente; lo que pasa, apunta a lo transitorio, a lo móvil y pasajero, y según su propio ritmo y temporalidad. Tres órdenes temporales se encuentran aquí: la del presente, la de lo súbito, y la del devenir. Estos tres órdenes son constitutivos de la realidad entera. Una consecuencia filosófica inmediata se desprende de esto: los dos ejes del mundo no son los del ser y los del devenir. Al ser se refierieron entre los primeros Parménides, Zenón de Elea y Meliso de Samos; al devenir lo concibió primeramente Heráclito. Y es sabido cómo toda la historia osciló entre los partidarios de una o de otra postura. Pues bien, a ambas posiciones es preciso agregarles la de los cambios súbitos, las catástrofes, diríamos en un lenguaje muy contemporáneo3. De esta suerte, pensar la política significa, desde el punto de vista filosófico, pensar aquello que hay, que acaece, que es, o que pasa. Mejor aún se trata de pensar aquello que justamente hay, es, acaece o pasa políticamente. Para lo cual es ciertamente indispensable la ayuda de otros filósofos, pensadores y científicos. Pero en manera 2 Otro ejemplo próximo es la idea, en su momento revolucionaria, de Descartes, según la cual basta con pensar bien para actuar bien, y que es, en realidad, la articulación vivencial del cogito. Hoy aquella idea es un lugar común, y tiene muy poco de innovador, como sí lo fue en su momento (siglo XVII). 3 “Catástrofe” no tiene ninguna connotación alarmista o degenerativa en este contexto. Por el contrario, adoptada en el sentido introducido originariamente por R. Thom y E. Zeeman a partir de los desarrollos de la topología, la teoría de las catástrofes se dedica al estudio de los cambios o movimientos súbitos, repentinos. El problema de la teoría de las catástrofes es que explica el cambio repentino con demasiados elementos. Existe otra teoría, mucho más eficiente desde el punto de vista de la economía de conceptos y que cumple mucho más satisfactoriamente aquello que se proponían trabajar Thom, y Zeeman. Me refiero a la teoría del caos, con sus tres ejes categoriales: atractores fijos, atractores periódicos y atractores extraños. alguna hay que confundir la tarea irrecusable de la filosofía –vérselas con lo que hay, dicho de un modo general- con la idea de que lo suyo es tratar con las ideas de otros pensadores. Semejante error, muy frecuente en la vida de la filosofía académica, conduce a la confusión entre el medio –los libros y autores- con la finalidad –pensar, tematizar reflexivamente aquello que está sucediendo, aquello que hay, que es o que acaece-. Desde el punto de vista de quienes no son filósofos, este error hace que de parte de los filósofos se sugiera la idea, igualmente falsa, según la cual el objeto de la filosofía es la propia historia de la filosofía, una idea que ha desvirtuado mucho a la vida del filósofo y que, selectiva, esto es, darwinianamente hablando, puede presentar sin dificultades la idea de la no necesidad social de los filósofos; sobre todo cuando se trata de aclarar, explicar o comprender el mundo alrededor. Ya tendré la ocasión de volver sobre esta idea. Cuando las cosas, mejor, los estados de cosas, se vuelven poco claros, cuando no parece haber un sentido o un norte acerca de los caminos que se recorren, cuando las cosas mismas se vuelven problemáticas y cuestionables, cuando los fenómenos no permiten distinguir claramente entre la apariencia y lo verdadero, en fin, cuando la vida misma no se hace posible, o parece hacerse posible, pero de una manera que ella misma no sabe o incluso a pesar de sí misma, entonces, para la humanidad occidental no queda más que un remedio: pensar qué ha sucedido, lo que está teniendo lugar y lo que podría acontecer en el futuro; en un futuro próximo tanto como en un futuro más lejano. Dicho sucintamente, cuando el conocimiento no parece aportar demasiadas luces sobre el rumbo del mundo mismo o de la vida, se hace imperativo pensar – pensar incluso el conocer mismo. Pues bien, el objeto del pensar es aquí el mundo de la política, la política como esa dimensión de la realidad que afecta de múltiples maneras, directa y sobre todo indirectamente, las vidas de los individuos y de la sociedad. El marco para pensar la política es, para nosotros, Colombia. Existen varios caminos para pensar la política. Uno es la elucidación de los conceptos – conceptos como “política”, “lo político”, los representantes, las instancias y las instituciones políticas, el sentido mismo, los alcances y los límites de la política, por ejemplo. Otro camino consiste en aportar alguna luz acerca de las relaciones entre la política y la ética, la economía, el derecho y otros; así por ejemplo, si se trata de relaciones de complementariedad, de necesidad, de implicación, de exclusión, u otras. Un tercer camino posible pasa por la tematización de los orígenes, históricos, institucionales, conceptuales, de la política ya sea como práctica o como concepto; por ejemplo, se trata de trazar la historia de los partidos, la historia de las luchas políticas, la historia de los programas y de los principios de una determinada política, como un fin en sí mismo, o bien como un medio para comprender por qué razón las cosas se encuentran en el estado en que se encuentran y, a partir de esa historia, anticipar acaso qué cabría esperar. Este es un camino recorrido indistintamente por historiadores, líderes políticos, filósofos, etc. Pensar la política es una tarea muy seria, cuando la política misma se ha vuelto poco evidente y problemática, esto es, altamente cuestionable. En tales circunstancias, el conocimiento mismo ya no es suficiente, y se precisa de una radicalidad. Esta radicalidad es la obra misma del pensar reflexivo, crítico y sólido. Quienquiera que lleve a cabo esta tarea es un filósofo –supuesta la distinción entre filosofía e historia de la filosofía-, o bien, inversamente, emprender la tarea de este pensar radical es un modo de hacer ya filosofía. Algo que para los filósofos académicos ortodoxos pudiera parecer un escándalo. Pensar la política es en realidad una tarea colosal por lo amplia, lo compleja y lo dinámica. En efecto, la dimensión de la política es nuclear en la vida humana en todos los espacios y las situaciones que se considere; o bien porque existe una determinación en última instancia política, como se decía en otro momento y en otros espacios (y que no es, aquí, en rigor, son una forma de referirnos a las incidencias indirectas de la política en la vida), o bien porque las acciones y las decisiones de corte político inciden directa e inmediatamente en la vida de los individuos, las colectividades y de la sociedad en general. Precisamente por su función nuclear el espectro de la política es amplio y no conoce de fronteras fijas. Pero, al mismo tiempo, se trata de una tarea compleja en el sentido de las interdependencias y las conexiones aparentes y las poco aparentes que constituyen justamente el campo entero de la política. La política es, para emplear una metáfora tomada de la física, un campo, con lo cual es difícil entonces hablar de un centro único y estable. Antes bien, el mundo político es el más inmediato en las experiencias con otros sujetos y poderes, y por eso mismo, sin embargo, el más difícil de aprehender y, como queda dicho, acerca del cual se formulan juicios ligeros y espontáneos, poco reflexivos. Pero el mundo de la política es, a la vez, un mundo dinámico, un mundo en el que las alianzas se forjan hoy para romperse mañana, en el que es racional y razonable cambiar de partido y jugar con la táctica y la estrategia, en fin, un mundo flexible en sus movimientos, altamente adaptable cuando es necesario, y sin embargo implacable en sus decisiones. Estas ideas serán llenadas de contenidos múltiples en lo que sigue. 1.3. La representación de la política Lo propio de la política es que no es un campo evidente. Mejor aún, las acciones y los propósitos políticos no son nunca, por definición, obvios ni evidentes. Exactamente igual como tampoco lo son las acciones militares, o las grandes jugadas en el terreno económico. Que una decisión política (de política militar, política económica, u otra) fuera evidente sería en realidad un acto de torpeza y de ingenuidad, lo cual puede tener, como efectivamente es el caso, costos altísimos para quienes incurren en actos de torpeza o de ingenuidad similares. La política, pues, es la esfera del cálculo aplicado a cuestiones humanas y sociales, y todo en marcado contraste con la vida cotidiana y con el sentido común, los cuales se fundan justamente en un realismo ingenuo. El sentido común es un realismo ingenuo, y recíprocamente, también un idealismo empírico4. Realismo ingenuo por lo inmediatista, e idealista empírico por las metas que se propone, que son correlativamente también de corto alcance y concretas (en el sentido del pensamiento concreto, de acuerdo con Piaget). La comprensión ingenua de la política se distingue radicalmente de lo que podemos denominar, por lo pronto provisoriamente, como la comprensión científica o filosófica de la política, en que está vehiculada y alimentada por los medios masivos de comunicación y por la representación mediática de la política. Aquella consiste en creer que lo que acontece en política es lo que aparece presentado y comentado en los medios masivos de comunicación. De esta suerte, la política sería aquello de lo cual se habla en la radio, televisión, prensa escrita y medios digitales (Internet) y que aparece de una manera inmediata y evidente ante la mirada desprevenida. Frente a esta comprensión ingenua existe sin embargo, en el otro extremo, la comprensión intelectualista de la política que consiste en sostener que la comprensión de los fenómenos y de los procesos 4 Tomo estas dos expresiones, sacándolas de contexto, de Kant: cf. Crítica de la razón pura, A 368-377. políticos no es posible sin el conocimiento y los análisis de los teóricos europeos, norteamericanos y otros. Si en el primer caso la política se ve reducida a las figuras, los personajes, las instituciones y organizaciones de que hablan los medios masivos de comunicación, en el segundo caso la política no puede ser comprendida y explicada sino sobre la base de aquello de lo cual hablan –según el momento y el caso- autores como Habermas, Rawls, Walzer, y varios otros más, hoy en día, o sin la referencia a Aristóteles, Kant, Hegel y otros5. De acuerdo con la visión ingenua de la política, la lógica de las cosas se caracteriza por dos hechos claros: de un lado, las cosas acaecen repentinamente, (y por tanto), de otra parte, no tienen conexión (directa) con ninguna otra cosa. “Cosa” es el título genérico que empleamos aquí para designar el tema o el problema mismo de preocupación, según el caso. En este sentido, “cosa” es el título adecuado para referirnos, análogamente a los antiguos romanos, a la res, por ejemplo, la “res pública”. Es preciso, por tanto, realizar un examen crítico de la representación de la política, y que significa exactamente un distanciamiento de la imagen –¡editada siempre!- en que los temas y problemas políticos son presentados ante la opinión pública como obra de los directores, editores y dueños de los medios masivos de comunicación social. Los medios masivos de comunicación son el modo mismo en que las sociedades primero, y 5 Una observación importante, aunque larga se impone aquí. No me expreso, en manera alguna, en contra de la importancia y de la necesidad de un adecuado dominio de la hermenéutica y la exégesis de los textos, hablados o escritos. Podría incluso abrirse también aquí un espacio para la semiótica en general. La hermenéutica y la exégesis son condiciones absolutamente necesarias para el ejercicio de un pensar riguroso y propio. Buena parte de la formación científica (y filosófica) que suministra la Academia, en general, consiste precisamente en la destreza hermenética y exegética. De hecho, en la propia vida de todos los días la exégesis y la hermenéutica son indispensables para un buen vivir y para la convivencia con los demás. Buena parte de la vida se nos va en distinciones y debates sobre si –para decirlo de una manera general- es cierto que Pedro dice que Juan dijo, o si, ulteriormente, aquello que Pedro dice que Juan dijo fue efectivamente lo que aconteció, o no. Este constituye, como es bien sabido, uno de los vértices de los análisis lógicos y epistemológicos. Los riesgos en tales situaciones son los de caer en el psicologismo (extremo subjetivismo), en falacias (falacias de composición, de división, argumentos ad hominem, y otras más) y en refutaciones sofísticas. Dicho negativamente, el A, B, C de la lógica (formal) consiste justamente en el aprendizaje de esos errores para evitarlos uno mismo y para acusarlos en otros. Pues bien, mi crítica se dirige a la deformación de la vida académica e intelectual consistente en convertir a la exégesis y a la hermenéutica en fines de la destreza intelectual y lingüística, cuando en realidad son simplemente medios. Pues la finalidad misma consiste en “ir a las cosas mismas”. Manifiestamente que es de suma importancia el conocimiento adecuado de los autores, el manejo de bibliografía clásica y de la más reciente, en fin, la necesidad fundamental de situarse en la investigación de punta. En rigor, aquella deformación de la vida del pensar y el conocimiento es la obra de los pequeños o malos profesores, que son, sin embargo, los más. Es manifiesto que aquellos que pueden ser reconocidos como auténticos pensadores (en el mejor de los sentidos) no incurren en deformaciones como las anotadas aquí. posteriormente el mundo entero ha logrado informarse y comunicarse en un contexto en el que los tamaños se han convertido en la forma misma de la existencia primera, social y políticamente vista –los tamaños de la población, de los cubrimientos de sintonía y seguimiento de la información (a través de la medición de los ratings), el tamaño mismo del Estado, los montos y la cifras enormes que se manejan en el plano de las políticas macro (económicas, fiscales, etc.), y así sucesivamente-. Pues bien, en un contexto eminente y crecientemente mayor y más grande, los seres humanos se informan y se comunican mediáticamente. Los medios mismos se miden por sus tamaños –por ejemplo en términos matemáticos de información como la emisión de “bytes” de información, en términos del personal técnico, administrativo y especializado de que disponen; en términos, por ejemplo, de los horarios y las extensiones sociales y geográficas que cubren-. En efecto, la tendencia principal en los análisis políticos vigentes hasta ahora se caracteriza por la creencia -acertada por ingenua, pero equivocada por ingenua, precisamente-, de que el principal o el mejor termómetro de la realidad del curso de la política en el país está marcada por los contenidos –en el modo mismo en que son presentados- dados por los medios masivos de comunicación. La reflexión filosófica sobre la política pone de manifiesta que ésta no es nunca obvia o evidente. El problema radica, sin embargo, en que, así las cosas, se omite un factor absolutamente determinante en el país, que es el control político (y económico) de los medios masivos de comunicación, lo cual impide claramente que en Colombia se eleven, como en la mayoría de los países desarrollados a convertirse en el “cuarto poder”. El control político y económico sobre los medios masivos de comunicación impide un elevado grado de madurez y autonomía de parte de los comunicadores sociales. La realidad presentada en Colombia por los medios masivos de comunicación es fundamental – aunque no absolutamente- representación, en el sentido filosófico de la palabra. La política en general obedece tanto a la preocupación por los tamaños y volúmenes enormes (ta megala), como que responde a ellos. El concepto que mejor expresa esa preocupación por los volúmenes y tamaños grandes que están en juego es el de “poder”, y la comprensión instrumental del mismo es la “violencia”. De esta suerte, si el poder es para la política un fin en sí mismo, los recursos a tipos de violencia son los medios que se adecuan, según el momento y el contexto, a dicho fin. Si la política es la guerra continuada por otros medios, como sostiene con bastante realismo Von Clausewitz, ello se debe a que el sentido, tanto como el destino de la política (y de la guerra) es la toma o la conservación del poder, según el caso. Y el poder es, sencillamente, el poder de tomar decisiones sobre otros y de actuar en consecuencia. En el manejo en boga de los medios masivos de comunicación, todo es presentado y recibido plana, llanamente. Las noticias, cuando no son adjetivadas como sucede en buena parte por los noticieros en Colombia, por ejemplo, no se distinguen de otras más que por los segundos (o minutos) que se les dedican, puesto que, por lo demás, todas las noticias aparecen en un mismo plano. En el mejor de los casos, el mundo aparece como voluntad y representación: voluntad política y representación de escenarios, personajes y discursos. Pero la lógica que subyace a la representación y a los llamados a la voluntad política no es evidente para los receptores de la información, esto es, para la inmensa mayoría de los ciudadanos. Podría incluso pensarse que no habría lógica alguna que no sea justamente la de los criterios de edición; mejor, de producción y edición. Sin embargo, la política es la esfera por excelencia en la que nada es obvio ni aparece como evidente. Y ciertamente no cuando está referida a grupos de presión y de poder, a intereses bien determinados y, finalmente, al cálculo implacable del costo-beneficio. Peor aún, de todas las esferas de la realidad humana, la política es la única en la cual es sensato y racional cambiar de alianzas, de partido o de programa o de personaje o de principios, si llega a ser necesario. La representación más frecuente y natural de la política es, pues, de dos tipos: o bien es funcionalista, o estructural. En el primer caso se hace referencia a la política como a una sucesión de candidatos, programas, organizaciones y formas de control y de administración que poco o nada se distinguen entre sí. Lo común a todos ellos es el mantener las cosas en un mismo estado: el control político e ideológico del Estado, por ejemplo. En el segundo caso, lo característico de la política es la preservación de las estructuras independientemente de los nombres, de las formas que adopte, de la época incluso. Lo importante es la conservación de las estructuras, al servicio de las cuales pueden estar ciertos individuos u organizaciones. Las estructuras pueden ser las instituciones –religiosas o civiles, como los partidos- o el Estado mismo. De esta suerte, el funcionalismo y el estructuralismo son filosofías que se asientan sobre el sentido común – pues el sentido común es naturalmente dogmático y conservador (un rasgo que ha sido puesto de manifiesto suficientemente por toda la filosofía fenomenológica, desde E. Husserl hasta J. Patocka, por ejemplo). Y el funcionalismo o el estructuralismo son en realidad las representaciones más generalizadas de una filosofía bastante más peligrosa y sólida, y que subyace en realidad a aquelas dos: el positivismo (el neopositivismo, o como se lo quiera denominar). Esto es, la reducción de toda realidad a los hechos. Así, ser político es por excelencia apelar al realismo de los hechos, y acusar permanentemente la falacia naturalista, esto es, que a partir del es no cabe, en manera alguna, erigir cualquier tipo de deber ser. Precisamente por ello existe, dicho sea de pasada aquí, una tensión continua entre la política y la ética, si por la ética se piensa en el deber ser. Pues bien, justamente en referencia a la ética, la política se asienta sobre una ética del ser, y que no es en realidad sino la manera de defender y sustentar un estado de cosas vigentes. Desde este punto de vista, el llamado a la ética en contra de la política es, en verdad, el llamado a un estado de cosas deseables racional y emotivamente, pero se queda muy débil frente al principio de realidad que es la política. Así, la invocación de la ética frente a la política es ingenuo e ineficaz por idealista, y pretender resolver los problemas del mundo sobre la base de la ética es un acto de buena voluntad, pero políticamente ineficaz, justamente6. De este modo, el universo de la política está articulado y condicionado a la vez, de parte a parte, por la 6 Esto explica suficientemente por qué por ejemplo en un país como Colombia existen dos grandes vertientes de análisis –esto es, de diagnóstico y de pronóstico- para los problemas y la dificultades que vivimos y que corresponden, por lo demás, por completo, a la agenda internacional: corrupción, problemas de derechos humanos, narcotráfico y problemas medioambientales. Una de las vertientes está conformada por sectores como las iglesias –católica y protestante, principalmente-, y ello no obstante algunas diferencias serias entre ellas, a través de algunos de sus mecanismos propios (la educación, medios de comunicación masivos, la prédica) y que propone fuertemente un llamado a pedagogía en valores, espacios de estudio y de promoción de la ética en primer lugar, y con ella de otros valores (estética). En otra vertiente se encuentran los sectores del narcotráfico y la delincuencia organizada, las fuerzas de seguridad del estado (Fuerzas Armadas y de Seguridad), las fuerzas guerrilleras e incluso los grupos paramilitares. Pues bien, no obstante fundamentales diferencias entre ellas, lo común radica en el rechazo a la ética como a un mecanismo de mejoramiento del mundo. El prototipo de esta segunda vertiente es, vista desde el plano filosófico, el marxismo: como es sabido, el marxismo no es una ética ni propone una ética como solución a las crisis políticas, sociales, humanas, y otras de la historia o de la sociedad. Su solución es bastante más radical que la ética: es política, en el sentido de una transformación radical de las estructuras del poder y de las relaciones sociales entre los hombres. – Lo propio de estas dos vertientes -la ética, que es bien intencionada e idealista, y la política, que es realista y económica- es que son inconmensurables entre sí. lógica implacable de la eficacia y la eficiencia, esto es, por una racionalidad estrictamente económica en el sentido de la adecuación de los medios al fin. Ahora, si lo característico de la representación política es confundir o encarnar la política con nombres personales, con organizaciones de u tipo o de otro sin atender cuidadosamente a la lógica que subyace al hecho de que hoy aparezca un personaje y mañana otro, o que un partido asuma el poder hoy y que ayer fuera otro, exige, desde el punto de vista filosófico una crítica radical a ese modo de pensar concreto (Piaget) que es igualmente un pensar representacional (Heidegger). Más adelante tendré la ocasión de volver sobre el significado de esta crítica. Mientras tanto, se hace necesario clarificar mejor otro aspecto constitutivo esencial de la política como representación. Me refiero a la separación entre lo local y lo global, por ejemplo, esto es, a la incapacidad para establecer y descubrir conexiones. El realismo ingenuo en la historia de la filosofía ha sido sustancial o sustantivo, esto es, precisamente ingenuo por no poder ver otra cosa que entes, cosas (ta onta), y no a las cosas mismas y a las relaciones entre ellas. Frente a esta actitud de espíritu para referirse a, comprender y explicar la política se hace necesario, por el contrario, un pensar diferente, un pensar de convergencias, relacional o integrativo; acaso el pensar propio de o para la complejidad de la política. Pero esta es la tarea y la obra misma de la filosofía política, o también, aunque en otro plano, de la política entendida científicamente (ciencia política). 1.4. ¿Es posible pensar filosóficamente la política? Puesto que la política es por excelencia la esfera en la cual las decisiones humanas, esto es, por consiguiente, los sentidos de las acciones (y de las palabras), no son en manera alguna evidentes, la comprensión y la explicación filosóficas o científicas de la política corresponden exactamente a un ejercicio de anticipación a, e identificación de, la sospecha. En efecto, todo lo que atañe a la política es objeto de sospecha, es sospechoso – tanto para quienes no forman parte del juego de la política, como para quienes se sitúan en el otro lado de ese juego, y que sí participan en él. Introducirse en el juego de la política significa verse irremediablemente condenado a la pérdida de la inocencia, y al consiguiente aprendizaje de la sospecha del contrincante, del opositor o del enemigo –según el caso-. En una imagen bíblica pudiéramos decir que la expulsión del paraíso de la inocencia es el resultado exactamente por el cual pasamos a los dominios del realismo, de los juegos y de los intereses políticos. Ahora bien, si ello es así, el análisis de la política se revela como altamente complejo debido a la sutileza (= no obviedad) de las decisiones, los actos y los desarrollos de la vida política, y debido igualmente a las interdependencias múltiples y cambiantes que constituyen a la dimensión de la política (interdependencias entre lo político y lo económico, lo jurídico, lo militar, etc., y ello al mismo tiempo entre lo local, lo nacional, lo continental y lo mundial). El primer paso en el proceso de pensar la política consiste en la capacidad de nombrar los actores, las fuerzas y los intereses políticos. Si la política es el arte mismo de la astucia y la inteligencia definidas a partir de o en función del poder, la condición para pensar la política consiste, por tanto, en el valor de nombrar la verdad de los actores y los procesos políticos. Y la verdad es un asunto eminente –aunque no absolutamentefilosófico. La condición para pensar la política se condensa en aquello que los griegos antiguos en general, y Sócrates en particular, designaban como areté, y que se traduce en realidad como valor, coraje o machía (en el sentido, por ejemplo, de virilidad, pero ciertamente no en un sentido sexual o sexista). En un país como Colombia, pensar la política exige justamente de este valor, puesto que con relativa facilidad se es objeto de señalamientos, intimidaciones, persecusiones y atentados. La historia de un conocido Instituto de Estudios Políticos, por ejemplo, es bastante conocida, y varios o todos sus profesores han debido adoptar un perfil bajo por razones de seguridad. De la areté socrática al valor y la prudencia contemporáneas hay un mismo hilo que teje a las épocas y a los profesores, filósofos y científicos, que se proponen pensarla desinteresadamente y con crítica a todo tipo de supuestos. Se trata del hilo de las razones de estado, las fuerzas y los mecanismos de seguridad, los actores violentos, los agentes del poder y promotores de la violencia7. 7 Hay un viejo principio político-militar que cabe adoptar aquí convenientemente. Se trata de la idea que afirma que cuando “el enemigo” logra algunos triunfos sobre uno mismo, ello no se debe en primer lugar a la astucia o la inteligencia del enemigo, sino a descuidos de parte propia. Este principio general es, mutatis mutandi, válido para la tarea de pensar la política, por ejemplo en el sentido negativo de hacer una crítica radical a los agentes violentos y a sus mecanismos y justificaciones. Sólo que, en el caso de pensar la política, adquiere un valor eminentemente distintivo del estrictamente político-militar, y se convierte e un principio metódico (no metodológico), en el sentido vivencial o trascendental, por ejemplo, del método socrático, o del Discurso sobre el método, de Descartes, por ejemplo. En otras palabras, pensar filosóficamente a la política significa en realidad, dicho negativamente, acusar ante la luz del día a los agentes violentos, cualesquiera que sean sus justificaciones, y sus razones y modos de operar: es la crítica, en primer lugar, a todo tipo de militarismo (armamentismo). Desde este punto de vista, el primer fenómeno que aparece ante la mirada reflexiva en Colombia, y en general en el mundo, es la violencia como forma de vida, la violencia sistemática y sistematizada en contra del individuo y de amplias comunidades y organizaciones de la sociedad civil. En este sentido, –aquí, por lo pronto, referida al acto de pensar y de nombrar a los violentos, a sus justificaciones y su lógica- la valentía, el valor (areté) consiste, como anotaba con acierto y sensibilidad J. Patocka, en saber lo que se debe y lo que no se debe temer. ¿En qué piensan los filósofos? Esta pregunta pudiera parecer retórica, y sin embargo es preciso replantearla (por lo menos de vez en cuando), tanto más cuanto que no se ve muy bien el tipo de relación que tienen los filósofos con el mundo, pues parecen preferir temas alejados de las vivencias propias y de las de los demás, dando la apariencia fuertemente de una indiferencia –o lo que es acaso peor-, una impotencia frente a los fenómenos y las acaeceres del mundo. Los filósofos parecieran dejar las preocupaciones sobre el mundo para las ciencias sociales, como ciencias y saberes de segundo rango, comparativamente a la filosofía. Pues bien, el modo –técnico- de tematizar filosóficamente los fenómenos y problemas del mundo se denomina filosofía social y filosofía política – las cuales forman parte de la filosofía práctica . Ambas se implican fuertemente, aunque no parece haber una clara conciencia de las especificidades y lo común a ambas. En lo que sigue quisiera trazar un cuadro rápido de en qué consisten ambas. Dicho de una manera general, la filosofía política comprende temas como una teoría del Estado –esto es, por ejemplo, el análisis y discusión acerca de la necesidad o no del Estado, y las relaciones de diferencia o identidad entre Estado y Gobierno-, una teoría general del derecho –el derecho como instrumento racional del estado y del orden social y político-, una teoría de la sociedad –y las relaciones de la sociedad y los individuos con el Estado-, una teoría del poder y de la violencia –y por consiguiente una determinada filosofía de la historia, así como la posibilidad o no de los cambios sociales y políticos-, una teoría general de la economía –y el estudio de los desarrollos reales o probables de la economía en función de los diferentes grupos de poder y de presión-. En cuanto tal, la filosofía política presupone absolutamente la ciencia y la práctica de la política, aunque no está del todo muy bien delineado lo que hacen los filósofos políticos a diferencia de los politólogos. Por su parte, la filosofía social abarca temas como una teoría general de la sociedad –y trata entonces de problemas como la construcción o la reconstrucción de la sociedad civil y la importancia de la cohesión social-, una teoría de las formas de organización y de acción social –considerando, entre otros, temas propios de la teoría de la acción colectiva, la teoría de la decisión social y la diferencia entre los bienes públicos y los bienes comunes (commons)-, una teoría general del individuo –adoptando posturas como un individualismo metodológico o un individualismo ontológico, y el anclaje social del individuo en su comunidad y en los problemas genéricos de su sociedad-, una teoría general de la cultura –abocándose entonces a temas como las relaciones entre sociedad y cultura, los fenómenos en curso de internacionalización y/o globalización, y el multiculturalismo, tanto a una escala nacional, como internacional o mundial-. De este punto de vista, la filosofía social se asienta sobre las bases de la sociología y de una teoría general de lo social. Ahora, es claro que ambas, la filosofía social y la filosofía política se implican estrechamente la una a la otra y que es prácticamente imposible trazar fronteras rígidas y claras entre ellas. Como quiera que sea, el hilo común que teje los temas y problemas de ambas es lo que podemos denominar en general como “el problema político”, esto es, cómo hacer efectivamente posible la convivencia humana en medio de las diferencias, los desarraigos de distinto tipo, en medio de la violencia sistemática de parte del Estado y de las fuerzas de seguridad del Estado, así como de la violencia misma al interior de la sociedad. Pues bien, las razones que hacen que en el mundo contemporáneo la filosofía social y la filosofía política se impliquen fuertemente entre sí no son simplemente teóricas ni académicas. Por el contrario, la academia y la teoría, cuando son sensibles a los fenómenos y los acontecimientos políticos y sociales, responden –y deben hacerlo- por medio de esfuerzos serios, reflexivos y críticos, a esos mismos acontecimientos y fenómenos. El espacio en el que se vehicula la filosofía social y la filosofía política en Colombia no es en la actualidad exactamente el de las Facultades de Filosofía, con notables excepciones –como el Instituto de Filosofía de la Universidad de Antioquia y alguno que otro profesor de otras Facultades8-. Ahora, desde luego que las propias Facultades de Filosofía no tienen tampoco que dedicarse o destacarse particularmente en campos como la filosofía social y política, pudiendo dedicarse a muchos otros campos e intereses filosóficos que los propiamente políticos o sociales. Precisamente por esta razón, es preciso señalar claramente que la filosofía social y política se desarrollan de hecho en un espacio mucho más propio y adecuado en las Facultades de Derecho y Ciencia Política, o en otras Facultades e Institutos similares, como de Sociología, de Relaciones Internacionales, y demás. Esto es, una vez más, del lado de las ciencias sociales. Incluso hay facultades de Teología con mucha mayor sensibilidad social y política que la mayoría de las Facultades de Filosofía, siendo quizás el caso más destacado en este momento el de la Facultad de Teología de la Universidad Javeriana. Sin embargo, ¿qué podría significar pensar filosóficamente la política? Dicho negativamente, pensar es el resultado de lo que acontece cuando el conocimiento se hace insuficientemente para comprender, explicar y aportar luces satisfactorias de solución a los problemas. El país está sobrediagnosticado, como ya se sabe de una manera suficiente. Existen mapas conceptuales, diagnósticos variados sobre los males y los problemas del país, incluso recientemente se viene intentando la búsqueda de soluciones a través de enfoques interdisciplinarios como la planeación por escenarios. Pero no por ello es medianamente claro qué hacer para alcanzar la paz, para mantener el clima de los diálogos de paz, enriquecerlo y ampliarlo, por ejemplo. Cuando los diagnósticos, el conocimiento, los antecedentes y el escepticismo no son suficientes se hace necesario pensar. 8 Entre las cuales cabe destacar particularmente al Departamento de Filosofía de la Universidad Nacional, sede Bogotá, o la Facultad de Filosofía de la Universidad Santo Tomás, Bogotá. Sin embargo, dicho de una manera positiva, pensar es concebir posibilidades, tematizar horizontes, proyectar el presente o anticipar los futuros posibles. Para pensar se requiere ciertamente de una inmensa capacidad de imaginación e inventiva, además, desde luego, de un entorno apropiado. Pero lo distintivo del pensar radica en abrirse no solamente a lo no comprendido, lo problemático y lo cuestionable, sino además, y principalmente, consiste en convertir en tema, es decir, en problema, aquello que parece obvio, lo que es autoevidente, en fin, lo que para el sentido común tanto como para los análisis teóricos de las diferentes ciencias y disciplinas va de suyo9. Pensar, en el modo indicado sucintamente, es el modo propio de hacer filosofía, e inversamente, quienquiera que efectivamente piense en el sentido de imaginar futuros probables, concebir horizontes y proyectar el presente, está pensando filosóficamente. 1.5. La dimensión ontológica, reconsiderada H. Arendt se replantea, en un texto póstumo la pregunta: ¿Qué es la política? La necesidad de replantearse la pregunta significa que en realidad ella ha perdido sentido, o que el sentido se ha difuminado y se ha vuelto poco claro. Si por la política se entiende el juego de los partidos políticos. Es evidente que existe en el mundo, y ciertamente en el país, un manifiesto desgaste de los partidos políticos. En Colombia, como se sabe, la política se adelanta gracias al clientelismo, la corrupción, la ignorancia de la gente y la práctica de juegos propios de la época feudal (como la importancia de la Hacienda). Estos cuatro elementos se conjugan de tal manera que es posible decir sin ambages que la política en Colombia se desarrolla, aún, sobre la base de realidades geopolíticas (el dominio económico, militar o por terror sobre un territorio, según el caso, por ejemplo). Los espacios políticos son cada vez más cerrados, y ciertamente lo son si se entiende por ello la existencia de espacios públicos y comunes, en los que el debate es posible y es posible la organización de fuerzas, movimientos y partidos políticos distintos a los tradicionales. Todo intento de conformar un tercer (o cuarto, da igual) partido distinto de los partidos liberal y conservador ha sido infructuoso. La aniquilación sistemática de la Unión Patriótica (UP), por ejemplo, aún quedará, durante un tiempo muy largo, en la total impunidad. Como anotaba algún dirigente sindical hace poco, en Colombia es 9 Al respecto, cf. (Maldonado, C.E., 1998) mucho más fácil crear un movimiento guerrillero que un sindicato, con lo cual estaba significando que los espacios políticos son inexistentes o cerrados y controlados por múltiples mecanismos de exclusión, unos más abiertos y otros sutiles y velados. En condiciones semejantes la pregunta “¿qué es la política?” deja de ser un asunto simplemente teórico para convertirse en la pregunta misma por los espacios de vida y las posibilidades de acción y desarrollo de la vida: de la vida de los individuos, de las comunidades, de organizaciones de diversa índole, en fin, de la vida misma de la sociedad. Quisiera aquí retormar, tan sólo en su sentido técnico, una distinción que los griegos antiguos tenían para hablar de “política” y para clarificar a qué se referían con ello. Los griegos antiguos disponían de dos conceptos para referirse a la política: de un lado, estaba el concepto de politiké y, de otra parte, disponían del concepto de politeia. En el primer caso, por ejemplo, notablemente, en Demóstenes, la politiké hace referencia a la política entendida como técnica. En un lenguaje contemporáneo podemos decir que se trata de los asuntos propios de gobierno y gobernabilidad, a las relaciones entre los diferentes órganos de poder, a las relaciones internacionales, incluso a aquello que se trata cuando se habla de centralismo y descentralización. Pero, adicionalmente, la politiké hacía referencia a la mecánica de organizar eventos públicos (logística política) y tener un cierto dominio de la retórica. La politeia, por su parte, era un concepto bastante más holista, digamos, y hacía referencia al tipo de vida en general que llevaban los ciudadanos en un estado social, político, jurídico, pedagógico, y demás. Desde este punto de vista, la politeia no trazaba distinciones ni oposiciones entre lo militar y lo estético, lo filosófico y lo social, lo nacional y lo mundial, etc., sino, por el contrario, era el modo mismo en que la filosofía existía, y con ella, las demás ciencias, disciplinas, prácticas y saberes. Así, la politeia era la tematización, ulteriormente de lo que significaba llevar o vivir una vida buena, y que apuntaba al amor o a la amistad, y como quiera que fuera, a la supresión total de la violencia como forma de vida. Esta distinción entre política y politeia no existe en ningún otro idioma occidental posterior, y para intentar apuntar a ella, es preciso agregarle a la política “apellidos”: política cultural, política social, política económica, política nacional o internacional, por ejemplo. De hecho, la política, en general, se convirtió en simple técnica (politiké) y todas las facultades de ciencias políticas apenas enseñan y trabajan la politiké, y nunca la politeia. Como es sabido, la “República” de Platón y la “Política” de Aristóteles se designan con un mismo término: Politeia. Para entender mejor lo que acabo de mencionar bastaría con releer estos libros de Platón y de Aristóteles. La política en general, a la vez que es objeto de opiniones y de valoraciones simples y espontáneas –es decir, no reflexivas-, es el objeto de consideraciones estrictamente técnicas, jurídicas o económicas, por ejemplo. Pero lo que no está muy claro es la visión del ser humano –del hombre, si se prefiere-, en una perspectiva humanista, o ética, o social, u otra que se prefiera. La comprensión más generalizada de la política asume, implícitamente, que se trata de un mal necesario, o de un juego en función de otras cosas y que se designan genéricamente como: democracia, justicia social, soberanía, igualdad, defensa del orden imperante, recuperación de la tradición nacional y de la identidad cultural y otras. Pero nunca aparece en primer plano la mención del hombre. O, como prefiero afirmarlo yo mismo, de la vida: esto es, de la vida humana y con ella entonces también de la vida en general sobre el planeta. La preocupación por la vida –o por “el hombre”, desde otro punto de vista diferente- es dejada de lado a otros campos, como la ética, la religión, la propia filosofía, y varios otros más. Pero la política por sí misma es un asunto demasiado serio (en el sentido nietzscheano de la palabra) como para dejar de lado los asuntos delicados que requieren técnica y pericia, conocimiento y sagacidad, inteligencia y táctica y estrategia. No en vano se vehicula en el habla común y corriente la distinción y el diálogo o acercamiento entre “políticos” y “técnicos”. “Aquel es un gobierno de políticos”, “este otro es un gobierno en el que colaboran técnicos y políticos”. Los juegos de lenguaje terminan por perder toda significación y referencia al mundo y se hacen autorreferenciales, autorrecursivos. Ello se traduce exactamente como la instrumentalización de la vida y de los seres humanos –y de todo el universo social-, convirtiendo entonces a los individuos, las comunidades, la sociedad y la vida en general en objetos de estrategias. Estrategias de diálogo, estrategias de concertación, estrategias de negociación. En el plano mundial se aprecia a raíz de las Conferencias de Río, El Cairo, Pekín, Estambul, por ejemplo, y en el plano nacional se observa en relación con los problemas de corrupción, de derechos humanos, derecho internacional humanitario, políticas sociales, educativas, de investigación y culturales, por ejemplo. Ahora bien, si la exposición negativa de la política se define por completo en función y a partir de la violencia –y por tanto de las relaciones entre violencia y poder-, la comprensión positiva o afirmativa de la política se establece a partir de la tarea de pensar la vida, y pensar cómo hacerla posible y cada vez más posible. En efecto, si para los griegos antiguos el problema político por excelencia era el del conocimiento de la realidad social y política –para lo cual la filosofía y las ciencias contribuían enormemente. Esto es, la ciencia y la filosofía eran medios que estaban en función de un fin mayor y más alto: el gobierno del pueblo (demos)-, en el mundo contemporáneo el problema supremo no es el del crecimiento del estado, la defensa del estado (o, en otra perspectiva, del gobierno), la tematización y la defensa de la soberanía nacional (como en la Modernidad: “quién es el soberano”), y otros más semejantes. Bien por el contrario, desde diversos ángulos, el problema principal con el que se ve enfrentado el mundo actual es el de sus propias posibilidades de vida, dado que hemos alcanzado ya el reconocimiento de que la vida humana y la vida en general sobre el planeta no son algo que vaya sencillamente de suyo y que se encuentran, por obra de la civilización occidental, en un callejón que puede ser sin salida: acumulación de un impresionante arsenal atómico, biológico y químico, destrucción de la capa de ozono y agotamiento de los recursos naturales, sobrepoblación, mala distribución de la riqueza y pobreza generalizada y creciente, ineficiencia de los políticos para resolver los problemas del mundo, el consumismo como forma de vida. Así las cosas, la dimensión de la política se refiere al universo variable de los intereses humanos, el universo de lo instrumental por excelencia, en fin, se refiere a la realidad de lo volátil de las alianzas humanas. La política es, pues, la dimensión de la realidad en la que mejor se aprecia la flexibilidad o mejor, la maleabilidad, la adaptabilidad y el regateo, puesto que se trata, en todos los casos, de alcanzar un fin propuesto a través de los medios que sean necesarios. La racionalidad de los medios no es distinta, en consecuencia, de la necesidad y la urgencia por alcanzar el fin propuesto. Tal constituye la racionalidad misma de la política. Por lo menos de la política tal y como ha existido hasta el momento. Desde esta perspectiva, el concepto central de la política, ya sea como ciencia o como actividad, es la de competencia, lucha, fortaleza –en el sentido darwiniano de fitness-, en fin, el concepto de selección. Pero si ello es así, la política constituye la lógica misma de un universo comprendido y definido enteramente a la manera de la lucha por la selección. La selección es la obra misma de la política y la política se yergue sobre la selección como sobre el central de todos sus pilares, con lo cual la consecuencia es absolutamente bestial: la política es la lógica misma de la selección, aplicada al universo de lo humano. En efecto, la política no es ni una práctica ni un concepto ni una realidad experienciable u observable en el mundo animal – excluyendo de éste, metodológicamente, a los seres humanos. Los animales, desde los mamíferos superiores como los felinos, por ejemplo, hasta los insectos (artrópodos), como las cucarachas, las abejas o las hormigas, por ejemplo, no son, ni siquiera en el más poético de los lenguajes, políticos. Lo máximo que cabe decir con respecto a los animales es que son sociales, pero nunca políticos. La política es un rasgo distintiva y exclusivamente humano; mejor, distintiva y excluyentemente humano. Es posible distinguir, en consecuencia, la dimensión óntica y la dimensión ontológica de la política. Aquella es eminentemente concreta, personalizada, funcionalista o estructuralista; ésta se refiere a la capacidad de identificar una lógica de la experiencia, una lógica que acaso sea simultánea o alternativamente formal y no-clásica (temporal, difusa, paraconsistente, por ejemplo) de los hechos y de los procesos políticos10. La dimensión óntica de la política es la representación vulgar de la misma y que cree erróneamente que la política coincide por completo no solamente con los contenidos vehiculados a través de los medios masivos de comunicación, sino, precisamente por ello, cree que consiste simplemente en procesos electorales, que se concreta en determinadas figuras, en ciertos partidos, incluso en determinados edificios (el Congreso, el Palacio de Nariño, etc.). Esta aproximación ingenua a la política es 10 Sobre las lógicas no clásicas me he pronunciado en varias ocasiones en otros lugares. Para una expresión puntual: cf. Maldonado, C.E. “Irracionalidad y decisión colectiva: formulación de un problema de las filosofía de las ciencias sociales”, en: M. Vega, Maldonado, C.E., A. Marcos (organizadores), Racionalidad científica y racionalidad. Tendiendo puentes entre ciencia y sociedad. Valladolid: Ed. Universidad de Valladolid/Universidad El Bosque, 2001, pp. 107-118. altamente peligrosa pues es el soporte psicológico o psicologista, por connivencia o por omisión y pasividad, del orden de cosas vigentes. Por su parte, la dimensión ontológica de la política es aquella que continua y sistemáticamente se está interrogando sobre qué es la política, cuál es su sentido, cuáles son los límites a las acciones de los políticos y por qué razón existe o debe existir la denominada clase política y que tiene en claro que uno de los focos de la corrupción administrativa y financiera, de los déficits fiscales y de las políticas anti-sociales son el resultado de políticos corruptos y de la ausencia de unos mecanismos de participación y de control y veeduría ciudadana más eficaces a los que se sume un sistema judicial enemigo de la impunidad y de los favores políticos y del amedrantamiento. En un país como Colombia, la dimensión ontológica de la política está estrechamente relacionada con los temas y problemas de derechos humanos, medioambientales, de corrupción y narcotráfico. Ahora bien, la concepción y la práctica más antigua y generalizada de la política en la historia es aquella que asimila la política a la lucha y al combate. Como tal, decíamos, es una imagen darwiniana de la política y que se condensa en opiniones corrientes como que “nadie sale impune de la política”, o que “la política todo lo corrompe”, o también que “en política los favores siempre se cobran con intereses”. Frente a esta concepción y práctica de la política es preciso, sin embargo, reconocer que recientemente, y por diversos caminos11, la política puede y debe definirse y posibilitarse en términos de cooperación. De esta suerte, la política misma puede adquirir, como ciencia y como práctica, una luz diferente a la que la ha venido desgastando, lo cual debe poder traducirse en una politización mayor de la sociedad y de la vida humana en general (por ejemplo, una politización en el sentido a que apuntaba la politeia griega). Esta politización beneficiosa quiere ser comprendida muy recientemente con el concepto de “democracia radical”, y que afirma sencillamente la 11 Los antecedentes más directos de estos caminos son la teoría de la decisión social y la teoría de los juegos en particular. Pero, asimismo, es preciso mencionar aquí el enfoque de la política en términos de las ciencias de la complejidad como otro antecedente para una comprensión cooperativa de la política, lo cual no quiere decir, sin embargo, que el tema de la cooperación sea algo evidente e incuestionable. Son numerosos los autores y los trabajos en ambas direcciones, y dejo aquí de lado, por lo pronto, una ampliación de las referencias bibliográficas, pues son el objeto de otro trabajo. importancia y la necesidad de fortalecer la democracia participativa relegando a planos secundarios la concepción y la práctica representativas de la vida social y política. Así, la democracia radical o participativa se traduce en un ejercicio más flexible de la subsidiariedad, esto es, de la asignación de tareas y el reconocimiento de las responsabilidades y de las relaciones entre la sociedad y el Estado (Cf. Maldonado, C.E., 1997). La política es, en su sentido más originario e integrativo, un ejercicio de cooperación antes que de lucha, a condición de que se entienda que se encuentra al servicio de la vida en general, de la vida humana tanto como de la vida en general sobre el planeta, esto es, que su sentido íntegro consiste en hacer cada vez más posible a la vida. En efecto, en un mundo alta y crecientemente interdependiente de múltiples sentidos, pensar la política significa pensarla en rigor, como nunca antes en la historia de la humanidad, como geopolítica. Sólo que la geografía política es apenas la expresión espacial para pensar, adicionalmente, un tema mucho mayor: el tiempo y los desarrollos de la espacialidad, lo cual se comprende como el oikos12. Se hace imperativo delimitar el universo a investigar y adoptar, consiguientemente, un hilo conductor. 1.6. Mapa sobre cómo pensar la política en un país como Colombia Pensar la política en Colombia significa exactamente pensar el mundo, y no existe, como tal, absolutamente ninguna diferencia entre pensar lo nacional, en cualquier acepción de la palabra, y pensar el destino del mundo y los retos y problemas de la humanidad contemporánea y futura. Si Kant sostenía que la capacidad de la razón –y entonces se refería la filosofía- consiste en aprehender lo universal en lo paticular13, lo universal es, aquí, el mundo, y lo particular el país, esto es, el Estado, los gobiernos y la 12 Como es sabido, la geografía se ha convertido en un subconjunto o en un territorio de frontera –dos maneras diferentes de decir una sola y misma cosa- de la ecología. La ecología es una ciencia bastante más global o compleja o integrativa –como se prefiera- para pensar el fenómeno de la vida, y en cuanto tal, incluye dentro de sí a la geografía, ya sea en cuanto geografía física o humana, u otras. He trabajado esta idea en otro lugar, pero aquí debo dejarla, por razones de espacio, como una observación marginal. 13 Y no simplemente pensar lo universal y lo particular, o acaso pensar lo universal de lo particular, pues ambas cosas son claramente bastante más simples y mecánicas. sociedad. Pues bien, Colombia tiene la particularidad, como muy pocos otros países, en que aquí el destino y las características de lo universal se conjugan, plano por plano, con el destino y las características de la vida nacional. En efecto, como es sabido, la Agenda Internacional está constituida por cuatro temas, estrechamente relacionados entre sí. Se trata de los temas y problemas del narcotráfico, los derechos humanos, la corrupción y los problemas medioambientales. Pues bien, en ningún otro país en el mundo como en Colombia cobra tanta significación la interdependencia entre lo local, lo nacional, lo continental y lo mundial. Desde este punto de vista, Colombia representa un auténtico laboratorio de trabajo e investigación, y ciertamente no en el sentido de ensayo (= prueba), sino como encarnación de un tejido de problemas que no es posible abordar ni resolver aislada, focal o analíticamente. Colombia es, en este sentido, quizás el mejor laboratorio para el pensar -¡político!- en el sentido de la heurística. Desde este punto de vista, es a todas luces claro que los temas que deben ser prioritariamente objeto de decisiones y de acciones, de programas y de estrategias políticas, se definen de cara a superar los problemas y peligros que representan: a) Las violaciones, por acción o por omisión, de os derechos humanos por parte de Estado –y con esto, en Colombia, resolver ese capítulo especial que es el Derecho Internacional Humanitario-. En efecto, uno de los principales problemas que tiene el Estado en Colombia es no solamente la participación activa o indirecta de individuos y organismos del Estado en las violaciones a los derechos humanos y la actitud pasiva o permisiva hacia los grupos paramilitares, todo lo cual se refleja inmediatamente en el descrédito del Estado y del gobierno de turno ante la comunidad internacional. Existe una práctica muy extendida y consolidada de impunidad particularmente ante los crímenes de lesa humanidad, los delitos políticos, las desapariciones forzadas y las violaciones a los derechos humanos, lo que le ha valido ya una condena repetida de Colombia ante organismos internacionales como la Corte Interamericana de Derechos Humanos, por ejemplo. b) La corrupción generalizada, en primer lugar dentro del Estado y el Gobierno, y luego también en todas las esferas de la sociedad incluyendo la industria y el sector privado. El desgaste ante la opinión pública nacional e internacional por parte del Estado y de los últimos gobiernos se da, además, por los desfalcos a los fondos del Estado, el crecimiento del déficit fiscal alimentado por la corrupción, y la práctica del clientelismo y el nepotismo. c) El narcotráfico hizo carrera durante muchos años en el país, primero ante la mirada cómplice de la clase política y económica, hasta cuando los grandes barones de la droga quisieron compartir no solamente parte de la economía y de la vida social, sino también del poder político que aún les era esquivo. Pero ya era muy tarde. El narcotráfico constituye un flagelo con múltiples ramificaciones en la vida nacional, y ciertamente no se agota en figuras como Pablo Escobar o Rodríguez Gacha, por ejemplo. El adecuado tratamiento de los problemas que constituye el narcotráfico exige una nivelación en las responsabilidades también de parte de la comunidad internacional. No es posible seguir adoptando al país como laboratorio de fumigación con las deformaciones genéticas serias que causan las fumigaciones sobre amplios grupos sociales en diferentes regiones del país. d) Los problemas medioambientales son numerosos en el país, pero el tratamiento que han recibido ha sido siempre de segunda clase. Ciertamente los problemas medioambientales son de tipo natural, y hacen referencia a la calidad de las aguas, a los problemas de alcantarillado, al aire contaminado, al derrame indiscriminado del petróleo por parte de alguna organización guerrillera, y otros. Pero es que, adicionalmente, dentro de los problemas medioambientales, en un sentido más amplio, se encuentran la creación de espacios de convivencia (incluso de espacios físicos), la contaminación visual y la cultura, la recreación y el deporte. Particularmente desde los Griegos antiguos hasta la Edad Media y comienzos de la Modernidad, la pretensión clásica fue la de comprender y explicar el mundo. Esta pretensión todavía seguía siendo válida en la distinción que establece W. Dilthey entre ciencias del espíritu y ciencias exactas; esto es, entre las ciencias sociales o humanas y las ciencias naturales. Sin ambages de ningún tipo es posible decir que la pulsión de la ciencia y de la filosofía ha cambiado hoy drásticamente. La comprensión y la explicación no son ya el fin último. Por el contrario, se encuentran al servicio de una tarea de mucha mayor envergadura, importancia y urgencia: hacer posible la vida. La teoría no es ya fin en sí mismo, pero tampoco lo es la práctica, el pragmatismo y el utilitarismo. La preocupación por la vida es manifiesta desde diversos ángulos, y la política debe responder a esta preocupación. La sensibilización de y hacia la política debe ser la sensibilización misma de ésta hacia la vida. La dignidad de la política es, hoy en día, la de saberse como medio y ponerse al servicio de todos los esfuerzos por hacer posible, y cada vez más posible a la vida; a la vida humana, y con ella también a la vida entera sobre el planeta. Y esta es una tarea al mismo tiempo local y global, y cuya inteligencia y eficacia se define precisamente en la articulación de las escalas globales y locales y de su recíproca interdependencia. Exactamente en este sentido proponemos un desplazamiento de la línea de análisis de la política de H. Arendt, de la violencia y el poder hacia la vida. Poéticamente en este sentido hablaba en los años 1930s P. Valéry de la “política del espíritu”. Que es, como lo recuerda Patocka leyendo a los griegos, la política del cuidado del alma (epimeleia tes psychés). Pero por el cuidado del alma hay que entender, en rigor, no aquello de que habló hasta el cansancio la Edad Media cristiana –esto es, el alma, a diferencia y en oposición al cuerpo-, sino la vida misma14 - esto es, el cuidado de la vida. Pues bien, es posible adoptar varios hilos conductores en el estudio de las garantías mismas de la racionalidad de la política en el estado contemporáneo. Estos hilos conductores cumplen aquí la función de hipótesis de trabajo para elaborar un mapa acerca de cómo pensar la política en el país. Uno, es atender al mundo establecido por la Constitución Política. En el caso de Colombia, esto podría representar, sin embargo, una dificultad aún bastante grande. En efecto, no solamente en el siglo XIX existieron numerosas Constituciones Políticas (y Reformas a las mismas), sino, además, alrededor de la Constitución existen posturas tan diversas como antagónicas. Lo que se teje a propósito de la Constitución es el modo mismo de la vida –social y política- y de la racionalidad correspondiente de la sociedad, del Estado, y sus relaciones con la comunidad internacional al mismo tiempo que con el pasado y el futuro posible. 14 Es imposible hoy hacer ciencia y filosofía con conceptos como “flogisto”, “éter”, “espíritus animales”, “homúnculos”, o “alma”, por ejemplo. En efecto, todo concepto está rodeado de un áurea y posee detrás suyo una cola entre de historia, y los conceptos pertenecen a esa áurea y a esa cola de cometa que poseen. Es lo que en un lenguaje mucho más metodológico podríamos decir como “contextualización” (framing) y época de los conceptos. El concepto propio al siglo XXI es el de vida: pero con ello apuntamos a una inmensa avenida, a un paisaje inmenso que es preciso recorrer todavía. La Constitución de 1991 permitió la configuración de nuevos espacios y escenarios en los que la política y lo político existen verdaderamente, crecen y se desenvuelven en diversas direcciones. La más significativa es, sin lugar a dudas, la Corte Constitucional, la cual se yergue a la vez como el criterio de racionalidad y razonabilidad de la vida política misma, y como espejo de aquello que se debate en las calles y los montes, los medios masivos de comunicación, los estrados judiciales, el parlamento y en los actos de gobierno. Para Sirios, la Corte Constitucional representa un peligro verdadero y un mal que es preciso recortar o, idealmente, eliminar pues representa un peligro para el manejo exclusivo del poder por parte de grupos de poder y de interés particulares y bien determinados. Para Troyanos, la Corte Constitucional es una conquista democrática que permite la discusión pública de las acciones y decisiones que afectan directa o indirectamente a toda la base de la sociedad permitiendo acciones de control social sobre el ejercicio –particular- del poder político, económico y jurídico. La discusión cobra en ocasiones tonos extremos que no permiten a la mirada desprevenida y ajena del ciudadano común y corriente vislumbrar claramente de que se trata: a) a propósito de la Constitución (de 1991); b) en relación con los fallos de la Corte Constitucional; c) en lo que hace al destino del país social y del país político. Desde este punto de vista, en un primer vector de los análisis posibles y necesarios para pensar la política en Colombia equivale exactamente a pensar tres cosas: 1) Los fallos de la Corte Constitucional; 2) La filosofía de los fallos de la Corte Constitucional; 3) La lógica de los fallos de la Corte Constitucional. Otro hilo conductor puede ser el estudio de los pronunciamientos y acciones de la Defensoría del Pueblo. Desde luego que existen numerosos enemigos de la Defensoría del Pueblo, que fue una de las grandes conquistas de la Constitución de 1991. Pero, independientemente de ello, es manifiesto que la Defensoría constituye uno de los termómetros de la vida política del país; por ejemplo, si se hace referencia a las violaciones de los derechos de la mujer, o de la niñez, de las etnias indígenas, a las situaciones en las cárceles, y otros campos más en los cuales se destaca la Defensoría del Pueblo (sin mencionar, claro está, su papel en las mesas de diálogo y como participación de la sociedad civil). De hecho, el estudio de las condiciones en que se adelanta el trabajo en la protección de los derechos humanos constituye un reflejo serio del modo como se entiende y se vive la política en el país (y en este sentido, y no en último lugar, está la consideración del presupuesto que el Estado le asigna a la Defensoría para su desarrollo). En síntesis, la Defensoría del Pueblo es uno de los termómetros (se trata claramente de una metáfora) con los cuales cabe medir, establecer y valorar los modos y los contenidos de la dignidad humana en diferentes espacios y momentos, la calidad de vida, y las conexiones reales entre el derecho a la vida y los demás derechos que por conexidad se relacionan o se desprenden o apoyan el derecho a la vida, como derecho absoluto (Cf. Maldonado, C.E., 1999). De otra parte, asimismo, podríamos adoptar como hilo conductor para pensar la vida política del país los pronunciamientos de la Conferencia Episcopal. Manifiestamente, Colombia es un país de mayoría católica –practicante o no-. Dada esta mayoría católica, y los propios antecedentes de la historia del país, los pronunciamientos de la Conferencia Episcopal constituyen un buen termómetro de lo que está aconteciendo en el país, y de las reacciones de uno de los principales focos de poder en Colombia. De poder político, aun cuando la Iglesia Católica prefiera, en pronunciamientos públicos, no participar en política nacional, en políticas sociales ni tampoco en las relaciones entre el Gobierno, el estado, y diferentes fuerzas y organizaciones sociales y civiles en materia de relaciones internacionales. Desde luego que adoptar como hilo conductor de análisis políticos los documentos, conferencias, pronunciamientos, estudios, declaraciones y movimientos de la Conferencia Episcopal Colombiana no significa que no puedan ser de interés también el mismo tipo de estudio y seguimiento de otras Iglesias, grupos religiosos y sectas. Los grupos cristianos, en general, han adquirido una importancia creciente en la vida social y política Colombiana. Una muestra de esta importancia se observa en la actitud de los grupos paramilitares (A.U.C.), de una parte, y de otro lado, de las fuerzas guerrilleras (FARC y ELN, principalmente) hacia los grupos e iglesias cristianas en diferentes regiones del país. Sin embargo, comparativamente con la iglesia católica, la significación política de los grupos cristianos es aún bastante baja, aunque está en crecimiento. En el mismo sentido, es altamente interesante observar los actos y los gestos políticos, por silenciosos, disimulados y de bajo perfil público, de otras diferentes organizaciones religiosas con una connotada fuerza política y que coinciden en adoptar un perfil bajo desde el punto de vista de la notoriedad pública, pero con movimientos, contenidos políticos e influencias claras pero disimuladas en las esferas del poder político, social, económico, militar y académico en el país que pueden constituir un motivo interesante de estudio de lo que significa propiamente pensar la política. No obstante, esto queda como una mera indicación, y personalmente considero que, debido a la tradición fuertemente clerical y confesional de los colombianos, el peso de la Iglesia Católica a través de la Conferencia Episcopal representa un campo de trabajo de análisis políticos, de una importancia análoga a la que desempeñan, en planos distintos, la Corte Constitucional o la Defensoría del Pueblo. Si se atiende a uno de los temas de la Agenda Internacional –el análisis de la corrupción-, un hilo conductor para pensar la política, relativamente al flagelo de la corrupción podría muy ser el estudio del funcionamiento, actividades, investigaciones y declaraciones de la Procuraduría General de la Nación. Y desde el estudio y la conciencia vigilante de la corrupción, también hacia sus comprensiones de la vida política y social del país (procesos de diálogo con la guerrilla, “choque de trenes” con la Fiscalía General de la Nación, relaciones con las altas cortes (Corte Suprema de Justicia, y otras), mesas de paz y de convivencia ciudadana, etc.). Como quiera que sea, creo que el mérito de estas hipótesis radica en que, de esta forma, se adopta como hilo conductor para el análisis de la vida política no simplemente las representaciones vehiculadas a través de los medios masivos de comunicación, sino, además, se toma distancia de esas representaciones. Si nos concentramos en determinados fallos de la Corte Constitucional, cabe estudiar en ellos cinco factores, así: i) El tipo de racionalidad empleada en ese fallo, atendiendo también a los salvamentos de voto, a fin establecer la lógica misma que soporta el fallo; ii) El áurea epocal del fallo y sus repercusiones frente a la conciencia y la sensibilidad social, esto es, el contexto mismo del fallo; iii) El ejercicio contrafáctico del fallo, en el modo mismo de la lógica de los condicionales contrafácticos (probabilísticos y no probabilísticos, causales, etc.); iv) La racionalidad del fallo a la luz de la racionalidad individual, de la racionalidad colectiva y de la racionalidad institucional, a fin de elucidar los tipos de relaciones existentes entre estos tres tipos de racionalidad; v) La discusión acerca de los mecanismos y las teorías de los fallos mismos y de aquello que los acompañan e implican. Pero estas consideraciones –y seguramente varias otras más- bien podrían extenderse a las otras hipótesis de trabajo para pensar la política, como la Defensoría del Pueblo, la Conferencia Episcopal Colombiana, y demás. 1.7. Filosofía y realidad social y política ¿Significa todo lo anterior que entonces la filosofía va a la zaga de los acontecimientos, en este caso de los fallos de la Corte Constitucional, o los pronunciamientos y acciones de la Defensoría del Pueblo, o los documentos de la Conferencia Episcopal Colombiana, los cuales van a su vez a la zaga de los hechos y los procesos sociales, económicos, políticos, militares y sociales del país? La respuesta es claramente: sí. Ahora bien, decir que en estas circunstancias mencionadas la filosofía va a la zaga, de los acontecimientos sociales y políticos no es en realidad otra cosa que reconocer una circunstancia que, así las cosas, también le sucede a la ciencia en general, y a la ciencia política en particular. Pero esta no es sino una expresión para decir que la ciencia y la filosofía van a la zaga de la vida. Sin embargo, al mismo tiempo, desde otro punto de vista, la respuesta debe ser con igual claridad: no. Me refiero entonces a la capacidad de análisis y de investigación que, además de desentrañar la lógica de los procesos sociales y políticos, debe ser capaz de anticipar los desarrollos futuros posibles, o de proyectar los acontecimientos pasados y presentes hacia el futuro. En este otro caso, la filosofía se las ve con la tematización de los horizontes futuros en los que probablemente se desenvolverán los fenómenos y los procesos políticos, esto es, de gobierno, de diálogos por la paz, de solución de la corrupción, y demás. Anticipar el futuro o proyectar el presente es, puntualmente dicho, la obra y la tarea misma del pensar. Pero para ello es absolutamente indispensable conocer muy bien los antecedentes del fenómeno de estudio, las interrelaciones, sutiles, inmediatas, de corto y largo alcance, las interdependencias entre los diferentes niveles de acción y de decisión, a fin de poder pensar el futuro: el futuro probable, tanto como improbable, el necesario, el verosímil, e incluso el futuro imposible de ser. Este es exactamente el sentido de la investigación, aquí, referido a la política. Hay un fenómeno doblemente determinante en el modo de hacer ciencia o de hacer filosofía de la realidad y de los procesos sociales y políticos. De un lado, se trata del reconocimiento de que la filosofía se realiza en diálogo con y atención al mundo social y político, mundo gracias al cual la filosofía se llena de contenidos (en cuanto filosofía práctica); y de otra parte porque se trata a la vez de un llamado a la lucidez y al compromiso con la verdad y la objetividad (sin extremismos: esto es, evitando el objetivismo), que son la única base sobre la cual puede existir la filosofía y en general la ciencia. En verdad, se trata de tomar distancia y eliminar mediante la crítica toda una cultura de la astucia, la malicia, el regateo y la pura destreza técnica vacía (formal) y que perjudica tanto al ejercicio mismo de la filosofía como al espacio que los filósofos tienen y pueden tener en la sociedad y en el Estado. ¿Con el estudio de realidades particulares la filosofía se desvirtúa? En manera alguna. La filosofía atiende y debe atender siempre a aquello que es, aquello que hay, aquello que acaece, y en los modos mismos en que es, hay o acontece. Para los exegetas y hermeneutas la filosofía se envilece así. A ellos es preciso recordarles y advertirles siempre que la filosofía es diferente por completo de la historia de la filosofía, y que si bien ésta es necesaria para aquella, jamás es suficiente. Pero no queremos aquí establecer una discusión acerca de la naturaleza misma de la filosofía, sino simple y llanamente comenzar a filosofar, que es –como ya se sabe desde hace algún tiempoatreverse a pensar por sí mismos. Los fenómenos y los procesos políticos en curso en Colombia son demasiado importantes como para detenernos en discusiones inoportunas.