Las crisis económicas son como las enfermedades

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L
Por Ramón Alberto Garza
as crisis económicas son como las enfermedades. Un mal
necesario, casi inevitable, que obliga a eliminar los virus y
las toxinas acumuladas en un cuerpo mal atendido.
Y al igual que con los malestares físicos, su diagnóstico
suele ser complejo, irrepetible, impredecible. Cada doctor tiene un
punto de vista. Incluso, para diagnósticos similares, las recetas para
la cura pueden ser distintas.
Pero en las crisis económicas, como en las enfermedades, lo
importante es detectar a tiempo el virus para confrontarlo, para contenerlo. Y asumir a tiempo las consecuencias, pagando el precio de
la recuperación.
Una simple gripe mal atendida puede convertirse en una mortal neumonía. Una incipiente crisis económica mal diagnosticada y
peor recetada puede postrar al mundo en una larga recesión.
Ése es el miedo que sacude hoy a los mercados financieros. El de
no saber con precisión el drama de la enfermedad que lo invade.
El temor de no estar frente a una simple gripe, sino a una neumonía que exija seguir al pie de la letra amargas recetas y padecer un
doloroso periodo de recuperación. O incluso el miedo de que aparezca, como moderno sida económico, un nuevo virus, desconocido y
mortal.
Es cierto que la globalización trae consigo nuevas e inexploradas
fórmulas que pueden acelerar las recuperaciones. La historia más
reciente sucedió después de los ataques terroristas del 9/11.
Pero también es una realidad que la globalización de los mercados disemina con mayor rapidez el contagio. Sobre todo si el virus
viene de un órgano del que depende el resto del cuerpo para sobrevi-
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índigo • 25 de enero 2008
vir.
Una cosa es que el mal esté en el apéndice, otra que esté en el aparato digestivo y otra muy distinta que venga del corazón.
La crisis de Japón en los 80 y la de México en los 90 fueron severas,
contagiosas, pero la recuperación era viable y rápida. Eran de apéndice o de aparato digestivo.
Una crisis profunda, con epicentro en Estados Unidos, en el corazón del sistema financiero mundial, que se rige todavía por el patrón
dólar, es impredecible. De ahí las angustias y los miedos.
Los temores se acrecientan porque el organismo norteamericano
está sometido desde hace años a un severo estrés económico y financiero que es admitido en el diagnóstico, pero que no se confronta
con toda su crudeza al aplicar una receta.
La crisis de la vivienda en el mercado estadounidense es sólo el
último capítulo que se suma al severo déficit comercial, a la monstruosa deuda que está dejando la guerra en Irak y a la enorme cuenta
por pagar debido al alza de los energéticos.
¿Cómo llegamos a la antesala del quirófano donde se van a practicar algunas de las operaciones financieras de rescate más complejas
e impredecibles de los últimos tiempos?
El origen del “Virus Subprime” está en la urgencia del sistema
financiero norteamericano por colocar desde fines de los 90 la liquidez generada por los fondos de inversión y de pensiones.
Esa urgencia obligó a las instituciones a encontrar novedosas fórmulas para administrar tanto el ahorro nacional como las utilidades
récord de empresas cada vez más globales.
Algunas instituciones bancarias relajaron el crédito y con ello
incentivaron artificialmente el consumo. La expedición de tarjetas
de crédito, sin el respaldo económico necesario de quien las recibía,
25 de enero 2008 • índigo
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tiene hoy sobreendeudada, como nunca antes, a la sociedad norteamericana.
Pero, sobre todo, se distorsionaron los mercados al exhibir consumos récord que dejaron en las empresas utilidades récord, que a su
vez inflaron el mercado de valores en un círculo pernicioso que hizo
creer lo que no era.
El daño más severo se ubica en los créditos hipotecarios de largo
plazo. En la creación de una fórmula que permitía tener acceso a
préstamos que muchas personas no podían pagar con sus condiciones actuales de ingreso.
La apuesta del sistema financiero era riesgosa. Para otorgar más
créditos hipotecaros tenía que ampliar el número de candidatos a
obtener esos préstamos.
La fórmula fácil consistió en prestar incluso a quien no tenía capacidad para pagar. Ya no digamos el capital, ni siquiera los intereses.
De ahí viene el nombre de “Subprime”. Porque las mensualidades
se fijaban por debajo de la tasa prime que debían pagar los prestatarios. El interés no liquidado se iba acumulando, y se iba engrosando
la deuda. Una bola de nieve.
La apuesta de las hipotecarias era que la bola de nieve se derretiría. Que la bonanza norteamericana permitiría que en cinco o diez
años el nivel de ingresos de esas personas o familias se elevara. Y
entonces pagarían no sólo el capital de lo que pidieron, sino los intereses rezagados. Eran préstamos a la fe.
Algo similar a lo que sucedió en México en el sexenio de Carlos
Salinas de Gortari. Aquellos días en que la golpeada clase media,
recuperándose de las crisis sexenales recurrentes de Echeverría,
López Portillo y De la Madrid, volvió a saborear el crédito bajo el
supuesto de que la estabilidad económica blindaba el futuro.
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índigo • 25 de enero 2008
La borrachera crediticia se tradujo en una expedición excesiva de
tarjetas de crédito, autos nuevos en abonos fáciles y créditos hipotecarios con pagos por abajo del costo del interés.
Había que apostarle al mañana. Hasta que el “Error de Diciembre” nos alcanzó. Y se colapsó el sistema financiero mexicano, que
sólo con una intervención financiera mayor de la administración
Clinton pudo salir adelante.
Hoy, al igual que en el México del 95, el futuro alcanzó a Estados
Unidos. Los plazos fueron venciéndose y la mejoría económica esperada no fue de la magnitud ni del alcance pronosticados.
Las hipotecarias se encontraron de pronto con que no podían
recuperar cientos de miles de millones de dólares otorgados en los
últimos 10 años a personas sin suficiente capacidad de pago.
Peor aún, que para evitar que en el diagnóstico se identificara ese
virus, las deudas que ya estaban etiquetadas como impagables fueron empaquetas y colocadas en instituciones financieras de todo el
mundo, que terminaron por diluirlas en los fondos de pensiones.
Bancos, hipotecarias y fondos que parecían sólidos se vieron obligados a aceptar la cruda realidad y a descontar de sus reservas el
costo de la impericia en el otorgamiento de préstamos hipotecarios.
Peor aún, por primera vez en su historia, el debilitado cuerpo norteamericano está recurriendo a transfusiones de crédito de los ricos
países árabes para evitar el colapso de instituciones clave como Citi
o Morgan Stanley.
Asumidas las pérdidas, los bancos entraron en una etapa de cautela crediticia extrema porque los flujos, que debían ser destinados al
crédito, fueron utilizados para cubrir los errores hipotecarios.
Y al igual que en el cuerpo humano, la deficiencia de un órgano impacta a otro, y ese otro a otro más, hasta que el organismo lo
25 de enero 2008 • índigo
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resiente como un todo.
El “Virus Subprime” tiene todas las características para ser devastador. De ahí la cautela, de ahí los miedos de que el cuadro clínico de
las finanzas mundiales se salga de control y hunda al mundo en una
profunda recesión.
Primero, porque al entrar en crisis el sistema de vivienda norteamericano, la industria de la construcción –uno de los puntales de
toda economía- se desacelera o se paraliza, y eso genera una reducción sensible en los niveles de empleo y, en consecuencia, de consumo.
El impacto de una parálisis en la construcción golpea a
innumerables industrias, desde las básicas de materiales para
la construcción hasta las de muebles y electrodomésticos para
los nuevos hogares.
Segundo, porque al entrar el sistema financiero en una crisis de
liquidez, las instituciones bancarias intentan cubrir sus riesgos y restringen el crédito hasta ver si la fiebre cede o es algo peor.
Esa falta de crédito se traduce en un freno al consumo de bienes y
servicios. Los consumidores no tienen posibilidad de pagar a plazos.
Y esto desacelera la economía, con todas sus consecuencias.
Y tercero, porque al desacelerarse el consumo de la nación más
consumidora, el comercio global se frena. Los países que exportan
sus mercancías a Estados Unidos –como China y México, por citar
dos ejemplos- terminan por pagar los platos rotos. A pesar del absurdo y reiterado optimismo de los discursos presidenciales.
Por eso el anuncio de los planes de la administración Bush para
hacer un recorte fiscal que intenta compensar la caída del consumo.
Por eso la súbita reducción de las tasas de interés decretada por la
Reserva Federal.
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índigo • 25 de enero 2008
Para crear una burbuja crediticia y de liquidez en un intento por
comprar el tiempo suficiente para encontrar la receta que baje la fiebre o aleje al sistema de la recesión.
La crisis financiera que hoy siembra temor en todo el mundo es
como correr un maratón en frío, sin el entrenamiento suficiente. No
se le dio al cuerpo el acondicionamiento necesario para el reto que
enfrentaría.
Hoy se viven los efectos de la descompresión, de la pérdida de electrolitos, de los calambres musculares, del agotamiento físico total e
incluso del desmayo.
Para algunos, los optimistas, con dos Gatorades, un buen baño,
un par de relajantes musculares y un descanso, el cuerpo estará listo
mañana para los nuevos retos. Un bump económico.
Para otros, los perspicaces, el daño es más profundo. Sobre todo si
la lesión de la impericia para correr ese maratón dañó severamente
al corazón financiero del mundo.
Entonces sabremos si será suficiente una prolongada y penosa
rehabilitación o si es necesaria una intervención financiera mayor,
invasiva y de larga recuperación. Una recesión.
Pero el temor mayor, el de los pesimistas informados, es que estemos frente a una nueva enfermedad, nunca antes vista así en su conjunto y nunca antes enfrentada de manera global, para la cual todavía no se tenga una cura probada.
Entonces, tendremos que padecer por largo tiempo las molestias
de las pruebas de laboratorio y de los experimentos para encontrar la
cura definitiva. Un replanteamiento total del sistema.
Por ahora, mientras el diagnóstico no es definitivo, tendremos
que apretar los bolsillos, limitar la cartera y contener la respiración.
Que nadie se mueva. Que nadie gaste, que todos cobren.
25 de enero 2008 • índigo
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¿HABRÁ UNA RECESIÓN MUNDIAL?
¿QUIÉN TIENE LA CULPA?
El que el mercado de la vivienda experimentara una gran baja tendría serias consecuencias económicas.
La construcción es una gran parte de la economía, y las personas
que se mudan de hogar también tienen más probabilidades de comprar bienes de consumo, como lavadoras. La reducción en la disponibilidad de créditos y las preocupaciones sobre las liquidaciones
de hipotecas podría volver más nervioso a todo el mundo respecto a
pedir prestado dinero para comprar artículos costosos, como autos.
Ya hay señales de una desaceleración económica en Estados Unidos, la
economía más grande del mundo. De profundizarse, podría mermar la
recuperación económica en proceso en Europa y Japón. El Reino Unido,
como un país exportador importante, también se vería afectado.
Los políticos y las instituciones financieras se lanzan acusaciones
entre sí respecto a quién tiene la culpa de la crisis.
En el Reino Unido, el gobernador del Banco de Inglaterra ha sido
blanco de críticas por no intervenir antes para evitar que la crisis de
Northern Rock se saliera de control.
En EU, la Reserva Federal, el banco central, ha sido blanco de críticas del Congreso por no regular de manera adecuada los préstamos
hipotecarios de alto riesgo.
Y tanto los banqueros como los políticos han culpado a las
agencias de clasificación crediticia por certificar como sin riesgo a
muchas de las deudas incobrables que habían sido empaquetadas y
vendidas. Hay un creciente llamado a reforzar la regulación internacional del sector financiero, pero también hay preocupaciones de si
podrá hacerse sin inhibir la innovación financiera.
¿SE DESPLOMARÁ EL DÓLAR?
El efecto sobre el resto de la economía mundial sería peor si el
dólar estadounidense empieza a perder valor.
El dólar ya está débil debido al enorme déficit comercial, de casi 1
billón de dólares, que tiene EU con el resto del mundo, y que ha sido
un gran impulso a la economía mundial. Sin embargo, si se desacelera la economía estadounidense y las tasas de interés son reducidas
drásticamente, el dólar se convertirá en una moneda menos atractiva y podría caer aún más.
Esto, a su vez, volvería más caras las importaciones a EU, y
haría más difícil para los exportadores, como la Gran Bretaña,
ganar pedidos. Una gran caída también forzaría a países como
China, que tiene 1.3 billones en reservas monetarias, principalmente en dólares, a diversificar sus instrumentos, lo que deprimiría al dólar aún más.
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índigo • 25 de enero 2008
¿HAY ALGO POSITIVO EN TODO ESTO?
Muchos economistas creen que la crisis también es una oportunidad para reequilibrar la economía, que se ha vuelto dependiente
en exceso en el gasto del consumidor financiado por crédito barato y
préstamos por parte del Gobierno.
Un incremento en el ahorro de los hogares, fomentado por tasas
de interés más altas para los ahorradores, podría llevar a más inversión a largo plazo.
Y una leve desaceleración económica en EU, aunada a una
reducción gradual en el valor del dólar, podría ayudar a reequilibrar a la economía mundial, que se ha vuelto excesivamente
dependiente de Estados Unidos como motor del crecimiento
económico mundial.
25 de enero 2008 • índigo
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