Mayo del 68 visto con ojos de hoy

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ANÁLISIS: LA CUARTA PÁGINA
Mayo del 68 visto con ojos de
hoy
Lo utópico es pensar que el actual sistema capitalista puede
reproducirse de forma indefinida. La catástrofe se avecina. De ahí la
actualidad de la consigna de Mayo del 68: "Seamos realistas, pidamos
lo imposible".
SLAVOJ ZIZEK 01/05/2008 EL PAÍS
Uno de los graffiti que aparecieron en los muros de París en Mayo del 68 decía:
"¡Las estructuras no andan por la calle!". Pero la respuesta de Jacques Lacan fue
que eso era precisamente lo que había ocurrido en 1968: las estructuras salieron
a la calle. Los sucesos más visibles y explosivos fueron la consecuencia de un
desequilibrio estructural, el paso de una forma de dominación a otra, en
términos de Lacan, del discurso del amo al discurso de la universidad.
Los proletarios no tenían "nada que perder más que sus cadenas"; ahora todos
podemos perderlo todo
El 11-S es el gran símbolo del fin de los felices 90 de Clinton y de la aparición de
nuevos muros
Existen buenos motivos para mantener una opinión tan escéptica. Como dicen
Luc Boltanski y Eve Chiapello en The New Spirit of Capitalism, a partir de 1970
apareció gradualmente una nueva forma de capitalismo, que abandonó la
estructura jerárquica del proceso de producción al estilo de Ford y desarrolló
una organización en red, basada en la iniciativa de los empleados y la autonomía
en el lugar de trabajo. En vez de una cadena de mando centralizada y jerárquica,
tenemos redes con una multitud de participantes que organizan el trabajo en
equipos o proyectos, buscan la satisfacción del cliente y el bienestar público, se
preocupan por la ecología, etcétera. Es decir, el capitalismo usurpó la retórica
izquierdista de la autogestión de los trabajadores, hizo que dejara de ser un
lema anticapitalista para convertirse en capitalista. El socialismo, empezó a
decirse,no valía porque era conservador, jerárquico, administrativo, y la
verdadera revolución era la del capitalismo digital.
De la liberación sexual de los sesenta ha sobrevivido el hedonismo tolerante
cómodamente incorporado a nuestra ideología hegemónica: hoy, no sólo se
permite, sino que se ordena disfrutar del sexo, y las personas que no lo logran se
sienten culpables. El impulso de buscar formas radicales de disfrute (mediante
experimentos sexuales y drogas u otros métodos para provocar un trance)
surgió en un momento político concreto: cuando "el espíritu del 68" estaba
agotando su potencial político. En ese momento crítico (a mediados de los
setenta), la única opción que quedó fue un empuje directo y brutal hacia lo real,
que asumió tres formas fundamentales: la búsqueda de formas extremas de
disfrute sexual, el giro hacia la realidad de una experiencia interior (misticismo
oriental) y el terrorismo político de izquierdas (Fracción del Ejército Rojo en
Alemania, Brigadas Rojas en Italia, etcétera). La apuesta del terrorismo político
de izquierdas era que, en una época en la que las masas están inmersas en el
sueño ideológico del capitalismo, la crítica normal de la ideología ya no sirve, así
que lo único que puede despertarlas es el recurso a la cruda realidad de la
violencia directa, l'action directe.
Recordemos el reto de Lacan a los estudiantes que se manifestaban: "Como
revolucionarios, sois unos histéricos en busca de un nuevo amo. Y lo tendréis". Y
lo tuvimos, disfrazado del amo "permisivo" posmoderno cuyo dominio es aún
mayor porque es menos visible. Aunque no hay duda de que esa transición fue
acompañada de muchos cambios positivos -baste con mencionar las nuevas
libertades y el acceso a puestos de poder para las mujeres-, no hay más remedio
que insistir en la pregunta crucial: ¿tal vez fue ese paso de un "espíritu del
capitalismo" a otro lo único que realmente sucedió en el 68, y todo el ebrio
entusiasmo de la libertad no fue más que un modo de sustituir una forma de
dominación por otra?
Muchos elementos indican que las cosas no son tan sencillas. Si observamos
nuestra situación desde la perspectiva del 68, debemos recordar su verdadero
legado: el 68 fue, en esencia, un rechazo al sistema liberal-capitalista, un no a
todo él. Es fácil reírse de la idea del fin de la historia de Fukuyama, pero la
mayoría, hoy día, es fukuyamaísta: se acepta que el capitalismo liberaldemocrático es la fórmula definitiva para la mejor sociedad posible y que lo
único que se puede hacer es lograr que sea más justa y tolerante. La única
pregunta que cuenta hoy es: ¿respaldamos esta naturalización del capitalismo, o
el capitalismo globalizado actual contiene antagonismos lo suficientemente
fuertes como para impedir su reproducción indefinida?
Dichos antagonismos son (por lo menos) cuatro: la amenaza inminente de la
catástrofe ecológica; lo inadecuado de la propiedad privada para la llamada
"propiedad intelectual"; las implicaciones socio-éticas de los nuevos avances
tecnocientíficos (sobre todo en biogenética); y las nuevas formas de apartheid,
los nuevos muros y guetos. El 11 de septiembre de 2001, cayeron las Torres
Gemelas; 12 años antes, el 9 de noviembre de 1989, cayó el Muro de Berlín. El 9
de noviembre anunció los "felices noventa", el sueño del "fin de la historia" de
Fukuyama, la convicción de que la democracia liberal había ganado, de que la
búsqueda se había terminado, de que la llegada de una comunidad mundial
estaba a la vuelta de la esquina, de que los obstáculos a ese final feliz digno de
Hollywood eran meramente empíricos y contingentes (bolsas locales de
resistencia cuyos líderes no habían comprendido aún que había pasado su
hora). Por el contrario, el 11-S es el gran símbolo del fin de los felices noventa de
Clinton, el símbolo de la era que se avecina, en la que aparecen nuevos muros en
todas partes, entre Israel y Cisjordania, alrededor de la Unión Europea, en la
frontera entre Estados Unidos y México.
Los tres primeros antagonismos antes citados afectan a los elementos que
Michael Hardt y Toni Negri denominan "comunes", la sustancia común de
nuestro ser social, cuya privatización es un acto violento al que hay que
resistirse por todos los medios, incluso violentos, si es necesario. Son los
elementos comunes de la naturaleza externa, amenazados por la contaminación
y la explotación (el petróleo, los bosques, el hábitat natural); los elementos
comunes de la naturaleza interna (la herencia biogenética de la humanidad), y
los elementos comunes de la cultura, las formas inmediatamente socializadas de
capital "cognitivo", sobre todo el lenguaje, nuestro medio de comunicación y
educación, pero también las infraestructuras comunes del transporte público, la
electricidad, el correo, etcétera.
Si se hubiera permitido el monopolio a Bill Gates, nos encontraríamos en la
absurda situación de que un individuo concreto poseyera literalmente todo el
tejido de software de nuestra red esencial de comunicación. Lo que estamos
comprendiendo de manera gradual son las posibilidades destructivas, hasta la
autoaniquilación de la propia humanidad, que se harán realidad si se da carta
blanca a la lógica capitalista de encerrar esos elementos comunes. Nicholas
Stern tiene razón al caracterizar la crisis climática como "el mayor fracaso de
mercado de la historia humana". ¿Acaso la necesidad de establecer el espacio
para una acción política mundial que sea capaz de neutralizar y canalizar los
mecanismos de mercado no sustituye a una perspectiva propiamente
comunista? Así, la referencia a los "elementos comunes" justifica la resurrección
de la idea de comunismo: nos permite ver el "encerramiento" progresivo de esos
elementos comunes como proceso de proletarización de quienes, con él, quedan
excluidos de su propia sustancia.
Así, en contraste con la imagen clásica de los proletarios que no tienen "nada
que perder más que sus cadenas", todos corremos el peligro de perderlo todo; la
amenaza es que nos veamos reducidos a vacíos sujetos cartesianos abstractos,
carentes de todo contenido sustancial, desposeídos de nuestra sustancia
simbólica, con nuestra base genética manipulada, seres que vegetan en un
entorno inhabitable. Esta triple amenaza a todo nuestro ser nos vuelve a todos,
en cierto sentido, proletarios, y la única forma de no convertirse en ello es
actuar de antemano para prevenirlo.
Lo que mejor condensa el auténtico legado del 68 es la fórmula Soyons
realistes, demandons l'impossible! ("Seamos realistas, pidamos lo imposible").
La verdadera utopía es la creencia de que el sistema mundial actual puede
reproducirse de forma indefinida; la única forma de ser verdaderamente
realistas es prever lo que, en las coordenadas de este sistema, no tiene más
remedio que parecer imposible.
Slavoj Zizek es filósofo esloveno y autor, entre otros libros, de Irak. La tetera prestada.
Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.
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