INTRODUCCIÓN AL LIBRO DE: INMACULADA JIMÉNEZ CABALLERO Arquitectura neoclásica en El Burgo de Osma. Análisis formal e histórico 1750–1800. Diputación Provincial de Soria. Soria 1996. Entre todas las ciudades de nuestra región, dos destacan por su arquitectura y por su entorno urbano. Se trata de Ciudad Rodrigo y de El Burgo de Osma, dos pequeñas ciudades episcopales, situadas en los dos extremos de nuestra geografía, que pueden preciarse de conservar casi intacto su patrimonio arquitectónico. En poco se parecen estas dos ciudades castellanas, ya que la situación geográfica define su casco urbano de manera diversa. Ciudad Rodrigo, cercana al reino de Portugal y erigida sobre un cerro a orillas del río Agueda, es –como Jaca, Fuenterrabía o Pamplona– una ciudad defensiva, originada en torno al castillo de los Trastámara, que puede exhibir aún hoy el conjunto de fortificaciones que rodean y ocultan una arquitectura de casonas nobles, palacios y edificios religiosos. El Burgo de Osma, por el contrario, se configura como una ciudad típicamente clerical –levítica, que diría nuestro Clarín–, en la que el tiempo transcurre despacio, sin preocupaciones militares, y en la que apenas existen grandes alteraciones urbanas; extendiendo su caserío, sin mayores sobresaltos, a partir del conjunto catedralicio y del Palacio episcopal, y alternando sus calles porticadas y comerciales con algunas joyas arquitectónicas vinculadas a la historia de la diócesis, como el Hospital de San Agustín, la Universidad de Santa Catalina, el Seminario Conciliar o el Hospicio de San José. Pero con todo, ambas ciudades tienen un rasgo común: presentan un conjunto de edificios que nos hablan de un momento histórico –la segunda mitad del siglo XVIII, durante el reinado de Carlos III– en la que tuvieron un momento privilegiado de esplendor y de brusco crecimiento. De ese momento son testigos algunos edificios que responden y reflejan el cambio estilístico que por entonces se produce en nuestro país. Evolucionando su arquitectura desde un barroco típicamente español y castizo, a un neoclásico que florece ya cercano el fin de siglo. En Ciudad Rodrigo, sobresale sobre todas estas obras de arquitectura, la torre de su catedral, obra del arquitecto Juan de Sagarvinaga, que ya anteriormente había concluido la torre de la catedral de El Burgo de Osma, hermanado a estas dos ciudades a través con su intervención en ambas fábricas catedralicias. Pero la presencia de Sagarvinaga en la ciudad no se restringió a su catedral; de su talento artístico son también testigos el Seminario, el Hospicio y el convento de los premostratenses. El Burgo de Osma tuvo aún más suerte. En ella trabajó Sagarvinaga, y también José de Hermosilla y Luis Bernasconi –arquitectos formados en el entorno de la corte–. Pero sobre todo, El Burgo de Osma puede presumir de que en ella trabajaran los tres principales arquitectos españoles del siglo XVIII: Ventura Rodríguez, Francisco Sabatini y Juan de Villanueva. Varias circunstancias explican este feliz momento arquitectónico, que no tiene parangón en ninguna otra ciudad castellana. En primer lugar, una serie de obispos ilustrados que consiguen lo mejor para su diócesis, conectando con los nuevos aires de renovación que impulsa Carlos III en todo su reino. En segundo lugar, la presencia en la corte de una persona de gran influencia ante el monarca: el franciscano padre Eleta, natural de El Burgo de Osma, confesor del rey y, al final de sus días, obispo de su ciudad natal. En tercero, el proceso de canonización del venerable Palafox, el antiguo obispo de la ciudad, enterrado en su catedral, a quien en la corte pretendían hacer, nada menos, que patrono de España. Y, por último, una época de mejoras económicas, avances sociales y de un gran crecimiento demográfico. Todas estas circunstancias son narradas en el libro que ahora publica Inmaculada Jiménez, en el que va mostrando las sucesivas decisiones en materias de arquitectura y urbanismo, a la vez que se explican, analizan y valoran los proyectos que los arquitectos del momento ejecutan para nuestra ciudad. En primer lugar, la autora nos describe el proyecto de Ventura Rodríguez, en su día publicado por su maestro de historia de la arquitectura, Francisco Iñiguez Almech, y que hoy se custodia en el Archivo Histórico Nacional. Ventura Rodríguez, que por entonces trabajaba en la Capilla del Pilar de Zaragoza, se traslada a El Burgo para reconocer su catedral, y ansioso de construir un gran templo que lo consagrase para la historia, propone –como en Santo Domingo de Silos– derruir la fábrica gótica y erigir un edificio lleno de modernidad. Afortunadamente, el cabildo catedralicio –más pragmático y menos interesado en fantasías arquitectónicas– supo medir bien sus fuerzas y no se dejó llevar por las veleidades del arquitecto; por lo que el proyecto de Ventura se quedó en un notable esfuerzo de imaginación y en unos elegantes dibujos. Pero, al igual que la calidad artística de una obra pictórica se plasma tanto en el lienzo como en los bocetos o dibujos preparatorios –que incluso, a veces, manifiestan mejor la creatividad del autor–, la artisticidad arquitectónica también se manifiesta por igual en las obras construidas como en los proyectos que se quedaron en meras arquitecturas dibujadas. Para la historia de la arquitectura tan importante es el proyecto no ejecutado de Bramante para la basílica de San Pedro de Roma, como el finalmente construido gracias a Miguel Angel y Maderno; tan importante o más, es el proyecto conservado de Juan de Herrera para la catedral de Valladolid, que la fábrica inacabada que altera la idea primigenia. En este sentido, habría que indicar que el proyecto para la nueva catedral de Osma, constituye un hito importante en la trayectoria de Ventura, que se aparta aquí de su primer barroco italianizante y borrominesco –presente en San Marcos de Madrid, o en la capilla del Pilar–, para adentrarse por caminos de una más severa contención formal, que se materializará posteriormente en Silos o en los Agustinos de Valladolid. Tras Ventura Rodríguez nos encontramos con Francisco Sabatini, el arquitecto napolitano que Carlos III se trae de Italia para desarrollar su programa de renovación arquitectónica en nuestro reino. Su intervención en Osma se produce gracias a la oportuna decisión de desembarazar la catedral de los edificios que ocupaba el ayuntamiento, junto con el proyecto de construir extramuros un nuevo edificio y una nueva plaza mayor, según los cánones que regían en las expansiones urbanas de otras capitales. Sabatini entrega al cabildo un proyecto de ampliación de la catedral por su cabecera, con capilla, girola y sacristía; presentando dos alternativas para la capilla Palafox que la profesora Jiménez analiza con detalle, sacando a la luz una serie de dibujos para esta obra conservados en los Archivos Nacionales de París. Es posible que el análisis de la intervención de Sabatini constituya lo mejor de este libro, ya que resuelve un problema de autoría que hasta hace poco desconcertaba a los estudiosos de nuestra arquitectura. Pero no será Sabatini quien construya esta obra. Será un joven arquitecto, Juan de Villanueva, quien se encargue, por deseos del rey, de ejecutar el proyecto del arquitecto napolitano. Y aquí nos encontramos con otra feliz coincidencia. A pie de obra Villanueva se atreve a modificar el proyecto de Sabatini, seguramente siguiendo los dictados del cabildo y a su peculiar manera de hacer arquitectura. Y de su mano surge la elegante sacristía –una pieza notable que conserva todo el sabor de una sala palacial–, la girola y la definición formal de la Capilla Palafox. Inmaculada Jiménez nos aclara definitivamente cuál fue el proceso constructivo de la famosa capilla, haciendo ver cómo los avatares que rodean el proceso de canonización de Juan de Palafox influyen en una serie de decisiones que van alterando la idea originaria del arquitecto. Si Villanueva altera, en un principio, el diseño de Sabatini, será éste, con el paso de los años, quien tenga que rematar la obra de aquel. De ahí que nos explique la dualidad que encontramos en la capilla, con una solución más neoclásica, que alcanza el remate del entablamento corrido –debida a Villanueva–, y una cúpula, mucho más graciosa, que nos habla del estilo tardobarroco empleado por Sabatini. Con Sabatini llegará a El Burgo de Osma otro joven arquitecto, el italiano Luis Bernasconi, que será quien lleve a buen término la ejecución de las obras catedralicias bajo la atenta mirada del padre Eleta. Acabada éstas, Eleta, ya obispo de Osma, encargará a Bernasconi los otros dos grandes proyectos neoclásicos de la ciudad: el Seminario Conciliar y el Hospicio de San José. Obras monumentales y austeras que nos hablan del nuevo estilo neoclásico, que ya se ha impuesto en el panorama artístico del país. Estas dos obras, junto con la interesantísima ampliación urbana del maestro Ubón, que rompe con los límites de la antigua muralla, a la vez que erige la nueva plaza mayor y casa consistorial, son también tratadas por la profesora Inmaculada Jiménez en su intento de reconstruir los sucesos arquitectónicos que alteran definitivamente la fisonomía de la ciudad. El Burgo de Osma, esa urbe tranquila y eclesiástica, ceñida al contorno medieval, despierta de su largo letargo gracias a unas felices coincidencias, en las que el padre Eleta, los tres mejores arquitectos del momento y el mismo Carlos III, juegan un importante papel. Carlos Montes Serrano