NIETZSCHE EN LA VIENA DE FREUD

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NIETZSCHE EN LA VIENA DE FREUD
José E. Kameniecki
Noventa y siete años después de los acontecimientos que se narrarán a continuación, dos
posiciones encontradas que caracterizaron la fundación del Psicoanálisis siguen en vigencia. Una,
que bien cabría llamar cientificista o sustancialista, postula un mundo escindido en apariencia y
esencia, con una incógnita –la “x” kantiana o verdad última y universal de fondo- que sería
descubierta en la medida que progresen la ciencia y la técnica; en fin, un Psicoanálisis impregnado
de historicismo y, por qué no decirlo, de moralina. Otra, un saber circunscripto a lo epocal, nihilista
y ateo, que descree de un más allá, de una realidad en sí tras la máscara, deconstructora de la
visión lineal de la temporalidad, negadora del “progreso”, del “humanismo”: el mundo como
interpretación ético-estética; en síntesis, una concepción a la cual no puede dejar de reconocérsele
la influencia de Nietzsche.
DOS VELADAS
En dos oportunidades el tema “Nietzsche” fue abordado en la Sociedad Psicoanalítica de Viena,
grupo de discípulos que rodearon a Freud para formarse en el nuevo saber a partir del otoño de
1902. Las reuniones que se realizaban una vez a la semana (los días miércoles a las 20:30 horas)
fueron registradas por Otto Rank, quien oficiaba como secretario de actas. Aquí nos referimos a lo
acontecido la noche del 1º de abril de 1908, pocas semanas antes del Congreso Psicoanalítico de
Salzburgo.
UNA NOCHE DE PRIMAVERA
Pocos minutos antes de que dieran las ocho en el reloj de péndulo, dio por finalizada la sesión, no
sin antes constatar la hora con el del bolsillo de su chaleco. Acompañó al paciente hasta la puerta
de la calle y mientras se despedía con un apretón de manos del Dr. Lorenz –aquel joven abogado
que padecía de graves síntomas de neurosis obsesiva y pasaría a la historia como el caso del
“hombre de las ratas”-, Freud aspiró profundamente el perfumado aire nocturno. Luego de casi diez
horas de encierro necesitaba distenderse. Fijó los ojos en el cielo estrellado mientras abría y
cerraba la boca dejando que la brisa le diera de lleno en la cara; intentaba aliviar las precoces
molestias de una enfermedad que se manifestaría una década después. Buscó una posición
cómoda, las piernas separadas y las manos, que los costados del saco no alcanzaban a cubrir del
todo, apoyadas sobre la cintura. Estaba repasando mentalmente algunas asociaciones del
paciente respecto a una deuda impagable, cuando la necesidad de fumar lo devolvió a la realidad.
Encendió uno de sus costosos puros “Romeo y Julieta” y caminó dando nerviosas pitadas sin
alejarse demasiado de la puerta. Ya se disponía a entrar cuando advirtió a figura de un hombre
que lo saludaba desde lejos agitando el brazo. Era Otto Rank, quien había llegado media hora
antes para ayudarle a acomodar las sillas alrededor de la imponente mesa de reciente adquisición
que Herr Professor había instalado expresamente para las reuniones de la Sociedad. Entonces le
hizo señas para que se acercara y decidió postergar para otro momento el registro de su última
sesión.
PRIMERA VELADA
Freud, que el mes próximo cumpliría cincuenta y dos años, estaba en la plenitud de su carrera.
Prestigiosos médicos, tanto de Austria como del extranjero, se acercaban a él para formarse en el
nuevo arte-saber. También se había granjeado grandes enemigos, conservadores y moralistas
que veían en el creador del psicoanálisis la personificación de todos los males. Pero en Viena, en
el edificio de Berggasse 19, antiguo escenario de acaloradas discusiones en torno a Nietzdche,
esa noche iba a invocarse una vez más al “demonio” del filósofo. Eduard Hitschmann, que había
preparado una lectura comentada de “La genealogía de la moral”, fue el segundo en llegar. Traía
bajo el brazo un ejemplar engrosado por un conjunto de señaladores colocados en las páginas que
iba a leer, y un manuscrito.
A la hora fijada el maestro y sus doce discípulos estaban sentados alrededor de la mesa.
Hitschmann leyó una serie de fragmentos de ¿Qué significan los ideales ascéticos?, tratado tercero
del mencionado texto. Mediante el recurso conocido como “psicoanálisis aplicado” –método de por
sí cuestionable- acomodó los datos biográficos de Nitzsche con los párrafos seleccionados, de tal
forma que los mismos abrocharan forzadamente con los conceptos de Freud.
Luego de descalificar a Nietzsche como filósofo para reducirlo a la categoría de moralista, señaló la
contradicción entre la crítica del ideal ascético que realizó el autor y el ascetismo sexual que
mantuvo en vida (cabe señalar que con respecto a la sexualidad de Nietzsche se han urdido los
más disparatados chismes, cuando en verdad es muy poco lo que se conoce sobre este aspecto
de su intimidad). Las conclusiones con que Hitschmann cerró su ponencia respecto de la
constitución psicosexual del filósofo no fueron bien recibidas por aquellos que reconocían en aquél
ideas afines con las teorías de Freud. Le siguió Isidor Sadger, quien en la misma línea que
Hitschmann aunque de manera arrogante, opinó que los síntomas que padeció el pensador –
dispepsia, migrañas, depresiones- se corresponden con la histeria. Habló de “estados epileptoides
sin pérdida de conciencia”, todo lo cual le hacía ver a Nietzsche “como el ejemplo tipo de un sujeto
tarado”. Esta última frase desencadenó la inmediata protesta de Adler, Graf y Federn, entre otros,
quienes se levantaron ofendidos de sus asientos dispuestos a retirarse. Freud intervino entonces y
logró serenar los ánimos para que se quedasen a expresar sus opiniones libremente.
APOLOGÍA DE NIETZSCHE
La exposición de la defensa comenzó con un reconocimiento de Max Graf al filósofo por haber
anticipado intuitivamente muchos de los conceptos freudianos.
Comparó a Nietzsche con un paciente que, tras muchos años de terapia, puede analizar con
valentía los aspectos profundos de su alma. Le siguió Alfred Adler, quien señaló la afinidad entre la
filosofía del autor de “La Genealogía” con el Psicoanálisis. Y Paul Federn fue más lejos aún:
“Nietzsche está tan cerca de nuestras ideas que no nos queda más que preguntarnos qué es lo
que se le escapó”.
Cuando le tocó el turno a Freud para cerrar la reunión lo hizo de la siguiente manera: felicitó a
Hitschmann por haber destacado la influencia de las tempranas experiencias infantiles en las
grandes realizaciones y de poner en relieve el peso de la constitución psicosexual, esta vez en los
filósofos, cuyos sistemas, aparentemente tan objetivos, estarían determinados en última instancia,
por factores subjetivos. Esto le dio pie para reafirmar su posición respecto de la filosofía (que él
llamaba pensamiento especulativo) cuya naturaleza abstracta –anota Rank- le es tan antipática
que ha renunciado a estudiarla. Para concluir, declaró desconocer la obra de Nietzsche y que sus
intentos por leerlo “fueron sofocados por un exceso de interés”. Pocos días después, los
psicoanalistas vieneses recibirían la visita de sus colegas extranjeros en el hotel Bristol de
Salzburgo.
EPÍLOGO
Nietzsche y Freud se nos presentan como alternativas frente a un mundo dominado por la
repetición, ilusoria reiteración de lo mismo que nada tiene que ver con la vida.
Filosofía y Psicoanálisis: un pensamiento fundado en la diferencia, hambriento por volver a
levantar la sospecha como bandera y hacer estallar la especularidad que nos restringe, para así
recuperar el espíritu contestatario y la dosis de marginalidad necesaria para el arte y la creación.
Publicado en el Suplemento Profesional del Diario La Prensa, Buenos Aires. 17 de mayo de
1995.
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