¿CUÁNDO Y CÓMO PODRÍA LLEGAR LA PRÓXIMA RECESIÓN EN ESPAÑA?

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¿CUÁNDO Y CÓMO PODRÍA LLEGAR LA PRÓXIMA RECESIÓN EN ESPAÑA?
Guillermo de la Dehesa, Presidente del Centre for Economic Policy Research (CEPR)
No tengo el más mínimo deseo de asustar al lector con este título, sólo quiero
recordarle que los ciclos siguen existiendo y que, en España, los dos últimos acabaron en
recesión, lo que no tiene porqué ocurrir esta vez. Técnicamente, una recesión existe cuando
una economía incurre, como mínimo, en dos trimestres seguidos con crecimiento negativo del
PIB real, en tasa anual. Las recesiones pueden ser más o menos graves. Una recesión suave
fue la de EEEUU a finales de 2001, en la que el PIB real declinó, en tasa anual, un total del 0,6
por ciento, en tres trimestres consecutivos y la tasa de desempleo aumentó posteriormente 1,2
puntos porcentuales en los dos años siguientes. Una recesión fuerte fue la española a finales
de 1992 y parte de 1993 en el que el PIB, en tasa anual, llegó a caer a lo largo de cuatro
trimestres seguidos un total acumulado del 3 por ciento y posteriormente la tasa de desempleo
aumentó 4,8 puntos porcentuales en los dos años siguientes.
El crecimiento económico es siempre cíclico, es decir, todavía siguen existiendo los
llamados “ciclos de los negocios” que, de acuerdo con la evidencia histórica, suelen durar,
entre una desaceleración o recesión y la siguiente, alrededor de unos 10 años en promedio.
España sufrió una ligera recesión en 1981 y otra, más grave, en 1992-1993, pero hoy la
economía española lleva ya más de trece años de crecimiento ininterrumpido, con una tasa
anual media de crecimiento del PIB real de casi el 3,5 por ciento, la más elevada y duradera
desde los felices sesenta y principios de los setenta. EEUU, por su lado, ha mostrado mejores
resultados cíclicos ya que experimentó una pequeña recesión en 1991 y otra, todavía más
ligera en 2001, exactamente diez años más tarde.
Puede argumentarse, para explicar la persistencia del ciclo alcista español y del
americano, que la evidencia de las dos últimas décadas muestra que la globalización no sólo
está alargando los ciclos sino que además está reduciendo la severidad y duración de sus
fases recesivas. La creciente competencia internacional entre países, empresas y trabajadores,
reduce los precios de muchos bienes y algunos servicios y modera los salarios, compensando
las subidas de las materias primas y reduciendo no sólo la inflación sino su volatilidad, lo que
evita mayores subidas de tipos de interés a corto por parte de los bancos centrales y tiende a
reducir la probabilidad de una recesión. Por otro lado, el resurgimiento de los países
emergentes ha incrementado los desequilibrios mundiales creando mucha liquidez en manos
de un grupo de países emergentes y exportadores de energía que, al invertirse en bonos del
tesoro y privados en dólares y euros tiende a reducir los tipos de interés a largo plazo y el coste
del capital, lo que facilita la inversión y el crecimiento mundiales.
Para intentar saber si terminará de nuevo en recesión o no el actual ciclo español y
cuando y como podría tener lugar, conviene analizar primero porqué y como la economía
española ha crecido tan rápido, durante tanto tiempo y porqué continúa el crecimiento a tasas
tan elevadas, a pesar de que los precios del petróleo se hayan multiplicado por cinco desde
1999 y por tres desde 2002, más aun cuando este ha jugado un papel relevante en
desencadenar las recesiones anteriores.
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El verdadero origen de este fuerte y prolongado ciclo alcista de la economía española
ha sido la entrada de España en la Unión Económica y Monetaria (UEM), al igual que el
anterior período de auge en la segunda mitad de los ochentas se debió a la entrada de España
en la Unión Europea (UE). En aquella ocasión la firma del Tratado de Adhesión a la UE, en
1885, trajo consigo unos años de masivas entradas de inversión directa extranjera y un aluvión
creciente de subvenciones y transferencias estructurales y de cohesión que impulsaron, por
este orden, la actividad, el empleo y el consumo.
En el actual ciclo expansivo se debe a que, a partir de 1994, sólo las crecientes
perspectivas de entrada de España en la UEM hicieron que los tipos de interés nominales y
reales (descontada la inflación) a corto y largo plazo cayeran rápidamente y que, tras la
introducción del euro y la desaparición de la peseta y del riesgo de cambio, los tipos cortos
empezasen a ser negativos y la clasificación crediticia de España alcanzase el triple A,
aumentando fuertemente la confianza en la economía española por parte de los inversores
nacionales y extranjeros. Además, el euro está resultando ser un escudo protector de tal
calibre que hace que las diferencias de nivel de riesgo que los inversores asignan a los países
más débiles o con mayores desequilibrios, frente a los más virtuosos y estables sean
ridículamente mínimas.
Esta dramática caída de los tipos de interés nominales a corto plazo y a largo plazo,
(desde un 13,3 y 11,7 por ciento respectivamente en promedio de 1992, a un 3,0 y un 4,7 por
ciento respectivamente en 1999 y a un 2,2 y un 3,4 por ciento, respectivamente en 2005) ha
desatado una fuerte y larga ola de inversión por parte de las familias en vivienda y en bienes
de consumo duradero y posteriormente, por las empresas en empleo y en bienes de equipo, al
tiempo que ha habido un creciente renegociación a la baja de los tipos de interés en los
créditos contratados anteriormente. A su vez, este fuerte aumento de la inversión y del
consumo duradero ha acelerado la creación de empleo y la actividad económica, aumentando
el consumo y las importaciones. De esta forma, España ha alcanzado hoy dos éxitos históricos:
una tasa de desempleo de sólo el 8 por ciento y una tasa de empleo del 66 por ciento, dos de
cada tres personas en edad de trabajar tienen empleo frente a una de cada dos hace sólo 10
años.
Sin embargo, dicha caída de tipos de interés ha creado también una burbuja en el
mercado de la vivienda (que ha llegado al 30 por ciento real) empujada también y
crecientemente por la demanda de vivienda por parte de los europeos y de los inmigrantes, y
otra burbuja, derivada de la anterior, en el mercado de la construcción, sector que ha alcanzado,
en 2006, el 16 por ciento del PIB en términos reales y que ha generado el 20 por ciento de todo
el empleo creado en la economía en los últimos diez años y este último ha representado, a su
vez, el 33 por ciento del empleo total creado en la UE a 15 miembros.
Este fuerte crecimiento de la demanda del empleo, especialmente en la construcción,
ha atraído mano de obra inmigrante que ha acudido masivamente a España, dando otro fuerte
impulso añadido, primero al consumo y ahora también a la inversión en vivienda, manteniendo
el crecimiento del PIB en niveles superiores a su potencial tradicional. De acuerdo con las
últimas estadísticas, en el 1 de Enero de 2006 el número de extranjeros empadronados en
España es de 3,88 millones, el 8,7 por ciento de un total de la población de 44,4 millones y
además existen entre 600 y 800 mil no empadronados en situación de ilegales en España (o en
otros países), lo que hace que el total podría llegar a alcanzar 4,7 millones, aproximadamente
un 11 por ciento de la población total.
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Esta entrada de extranjeros ha representado el mayor choque real positivo para la
economía española de las últimas décadas, después de los de la entrada en la UE y en la UEM,
ya que ha logrado incrementar no sólo el PIB, sino también la fuerza laboral o número de
personas en edad de trabajar y el de contribuyentes a la Seguridad Social y además ha
resuelto el problema de la escasez crítica de mano de obra en ciertos sectores como la
construcción, la hostelería y el servicio doméstico. Se calcula que la aportación de los
inmigrantes al PIB anual ha sido de 0,8 puntos porcentuales en los últimos cuatro años.
En resumen, España ha tenido ya más trece años de crecimiento elevado e
ininterrumpido gracias a la globalización en general y a un doble choque positivo, uno
financiero: el del dinero barato y otro real: el de la inmigración creciente, que ha permitido más
que compensar el choque negativo del alza de los precios del petróleo y de otras materias
primas y la mayor competencia internacional.
La otra cara de la moneda, sin embargo, es que la economía está recalentada, prueba
de ello es su elevada tasa de inflación, casi 1 punto superior a la de la Zona Euro aunque con
clara tendencia a la baja, su burbuja inmobiliaria y su enorme déficit por cuenta corriente de la
balanza de pagos. Este último es debido, casi en su totalidad, a que la inversión nacional, en
porcentaje de PIB (cerca de un 30 por ciento), ha aumentado más que el ahorro nacional, que
se ha mantenido constante, frente al de EEUU que ha sido debido fundamentalmente a una
caída del ahorro frente a una inversión constante o ligeramente creciente.
Además, el crecimiento de la economía española es desequilibrado y poco diversificado,
por el peso excesivo del sector de la construcción en la actividad total, por el excesivo peso de
la demanda interna en su tasa de crecimiento y por la fuerte aportación negativa del sector
exterior a la misma. Finalmente, casi todo el crecimiento se ha debido a la acumulación de los
dos factores básicos de producción: trabajo y capital, sobre todo el primero, ya que el
crecimiento de la productividad conjunta de ambos factores ha sido uno de los más bajos de la
UE. Es decir, la economía española sigue boyante pero su crecimiento es desequilibrado y
poco eficiente y el crecimiento de su productividad es muy bajo, lo que hace que su actual tasa
de crecimiento tan elevada sea insostenible a medio plazo.
Existen otros dos factores fuera del alcance de la política económica española que van
a reducir su crecimiento en los próximos años. Por un lado, que el Banco Central Europeo, que
hasta ahora mantenía un sesgo expansivo en su política monetaria por no percibir tensiones
inflacionistas y para compensar la baja tasa de crecimiento de Alemania e Italia, ha empezado
a aumentar sus tipos de interés de refinanciación, con lo que se está encareciendo el coste de
los créditos hipotecarios y de consumo duradero de las familias españolas (que en un 99 por
ciento son a tipo variable) reduciendo así su renta disponible para otro tipo de gastos no
financieros y fomentando el ahorro en previsión de mayores subidas de tipos. Por otro lado, ya
en 2007, empiezan a reducirse progresivamente las transferencias estructurales y de cohesión
que España recibe de la UE, con lo que pasará a ser crecientemente contribuidora neta al
presupuesto comunitario.
Asimismo, aunque este año las exportaciones españolas de bienes y servicios se están
recuperando, existe un problema muy serio de competitividad externa española. Por un lado,
frente a la Zona Euro (a donde se exporta e importa el 50 por ciento del PIB) por el importante
diferencial de inflación acumulada en 2005 desde la adopción del euro (que es ya de 7,2 puntos
porcentuales medido por el IPC y de 12 puntos porcentuales medido por el deflactor del PIB).
Sin embargo y hasta ahora, la moderación salarial española ha permitido que el crecimiento de
sus costes laborales unitarios (relativos a los de la Zona Euro) se haya mantenido constante en
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estos últimos años y con lo que la exportación a esta zona se ha mantenido. Por otro, frente al
resto del mundo (a donde exporta e importa el 14 por ciento del PIB) donde ha perdido el 0,4
puntos porcentuales de cuota de las exportaciones mundiales mientras las importaciones
mundiales han capturado otros 5 puntos porcentuales de cuota en el mercado nacional, en
parte debido a la apreciación del euro.
Es decir, a pesar del nuevo y espectacular repunte de la economía española en 2006,
debido la fuerte entrada de inmigrantes, todos los indicadores apuntan claramente hacia una
desaceleración gradual del crecimiento de la economía española en los próximos años. Que
esta desaceleración sea menor o mayor va a depender de si las economías de nuestros
principales socios comerciales en la Zona Euro, como Alemania, Francia e Italia, recuperan su
tasa de crecimiento y su demanda interna potenciales, como es probable que ocurra en los
próximos años y de si la desaceleración de la economía de EEUU es gradual, como parece hoy
más probable y no abrupta.
Este proceso de desaceleración en los próximos años, podría tener el siguiente orden
secuencial:
Primero, la burbuja inmobiliaria continuará moderándose, es decir, sus precios
creciendo más lentamente y finalmente cayendo y, los promotores y constructores reducirán el
número de promociones y el número de viviendas iniciadas empezará a caer, lo que traerá
consigo una caída de la creación de empleo en la construcción y quizá un aumento del paro, lo
que reducirá una parte de la demanda de consumo.
Segundo, el coste de los créditos hipotecarios y del de bienes de consumo duradero
seguirá subiendo lentamente y las familias tendrán que sacrificar una parte de su consumo
corriente para poder hacerles frente. Al subir los tipos de interés habrá, por un lado, un mayor
incentivo a ahorrar en lugar de consumir, con lo que el PIB crecerá menos, pero también la
presión de la demanda interna sobre las importaciones se reducirá y mejorará gradualmente el
abultado déficit exterior. Por otro lado, al reducirse el consumo de algunos bienes y servicios y
aumentar el coste del dinero y del capital, las empresas ralentizarán sus inversiones en
existencias y en nueva producción a la espera del próximo ciclo expansivo, con lo que su
demanda de empleo se reducirá y, finalmente, el crecimiento del PIB será cada año
gradualmente menor, pudiendo alcanzar su punto más bajo en 2009 o 2010.
Ahora bien, esta desaceleración cíclica no tendría porqué acabar en recesión sino en un
período corto de bajo crecimiento si, desde ahora, se van tomando ya medidas para atenuarla.
La primera es, que el sector público (excluida la Seguridad Social) sea capaz de seguir
manteniendo, en 2007 y siguientes, un superávit presupuestario de más del 1 por ciento del
PIB para poder ser más expansivo cuando el sector privado empiece a desacelerarse y así
aminorar su ritmo de caída, especialmente en el sector de la construcción compensándole con
mayor inversión en obra pública y que la Seguridad Social, incremente su Fondo de Reserva
con la totalidad de sus superávit actuales, preparándose para un futuro período de menores
ingresos o contribuciones y mayores gastos o prestaciones.
La segunda es algo que ya está haciendo el gobierno, pero que puede desarrollar con
más empeño, que es intentar incentivar, en mayor medida, la inversión privada en I+D+i y en
las nuevas tecnologías que son los determinantes fundamentales de la Productividad Total de
los Factores (PTF) cuyo nivel y tasa de crecimiento son muy bajos en relación a los países de
nuestro entorno. La tercera es que aumente fuertemente los incentivos a la formación y el
reciclaje de la mano de obra, dentro de las empresas, que puede quedar sin trabajo. La tercera,
tiene que ver con la absorción de la mano de obra inmigrante donde hay que conseguir lo que
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ya ha logrado EEUU que es convertir a muchos inmigrantes (jóvenes y emprendedores por
definición) en empresarios, bien autónomos o de pequeñas PYMES, para que encuentren
alternativas a una posible pérdida de sus empleos, sobre todo en la construcción, donde
trabajan la gran mayoría de ellos.
Finalmente, conviene también recordar a los lectores que Irlanda y Finlandia que son
los dos mayores casos de éxito económico en la UE en la última década (con sus claros
hechos diferenciales culturales y de tamaño respecto a España) han sido capaces de lograrlo
básicamente primando la calidad de la educación, la formación y el desarrollo tecnológico sobre
las infraestructuras. Es decir, en lugar del “cemento” y el “ladrillo”, al revés de lo que se ha
hecho en el caso español.
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