t073-c31.doc

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Pontifica Universidad Católica de La Plata
V ENCUENTRO NACIONAL DE DOCENTES UNIVERSITARIOS CATÓLICOS
ENDUC
5,6 y 7 de noviembre de 2010
La Plata, Argentina
HABITAR LA PATRIA
LOS CAMINOS DEL BICENTENARIO.
Área 3: Ciencia.
1. Ciencia, tecnología y ética.
Título: Los entramados de la Ciencia, la Tecnología y la Ética en los caminos del
Bicentenario.
Autoras: Prof. Graciela Formento de Nader y Prof. Nora Beatriz Rubano,
Profesoras en Ciencias de la Educación y especialistas en Investigación Educativa.
Institución de pertenencia: Facultad de Humanidades “Teresa de Ävila”- UCA-Paraná.
Cargos: Docentes a cargo de cátedras de Postgrado.
Correo electrónico: [email protected]; [email protected]
INTRODUCCIÓN
A veces se afirma que la tecnología, así como la ciencia, es éticamente neutral, ya
que es sólo la manera de hacer ciertas cosas, y no define cuales son las actividades
éticamente deseables. Esta afirmación no se debe aceptar sin un cuidadoso examen de sus
implicancias: es indudable que la tecnología contemporánea tiene un fuerte impacto sobre
la ética, ya que es tan poderosa y se puede usar –y se usa- para fines totalmente reñidos con
la moral.
Toda tecnología es apropiada para algún fin, aun la más destructora, contaminante
y derrochadora. Sólo que ese fin puede obedecer a una racionalidad instrumental de alguna
parcialidad, en vez del “bien común”. Sin embargo el concepto que se designa con tal
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término es válido. En realidad sólo se trata de utilizar tecnologías convenientes para los
ecosistemas y para los seres humanos que forman parte de ellos.
La tecnología plantea nuevos problemas éticos al hacer posible acciones que antes
estaban fuera de las posibilidades, y por lo tanto, fuera de la consideración de la ética
tradicional. Gran parte de los debates actuales
sobre la ética de las manipulaciones
genéticas pone esto muy claramente en evidencia.
El temor a la tecnología, que se retroalimenta permanentemente de la ciencia, se
debe pues a varias causas: una de ellas es la falta de comprensión de los modos de
funcionamiento de casi todos los aparatos que usamos a diario. La otra, es un vago peligro
vislumbrado en la espesura de una estructura social que genera una naturaleza artificial que
reemplaza a la natural y amenaza con destruirla.
La tecnología es mucho más antigua que la ciencia en el sentido que damos hoy a
esa palabra, y está mucho más generalizada en las culturas humanas desde sus orígenes.
Hay una relación de parentesco metafísico entre la tecnología y la ética: ambas nacen en la
más remota antigüedad, en el momento en que el ser humano aprende a prever las
consecuencias de sus actos.
Siempre hubo tecnología. Lo que no hubo siempre es la simbiosis que actualmente
existe entre la tecnología y la ciencia. Esta simbiosis dio a la tecnología el tremendo
impulso que tiene en el mundo actual. Mediante la ciencia, los tecnólogos no sólo saben
hacer las cosas, sino también saben las razones profundas que están detrás del
comportamiento de los sistemas físicos, químicos y biológicos. La consecuencia ha sido
una corriente ininterrumpida de innovaciones que han dado origen a diversas ramas del
quehacer humano, como las telecomunicaciones y la informática.
Por otra parte, los productos tecnológicos más evolucionados son los que han hecho
posible el avance de las ciencias. Los instrumentos de investigación en todas las ciencias
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son productos tecnológicos. Por eso hablamos de simbiosis, donde ambas actividades se
enriquecen mutuamente.
Las relaciones entre ciencia y tecnología no son, entonces, unidireccionales, sino
recursivas: una promueve a la otra, una retroalimenta a la otra, con lo cual ambas avanzan
en conjunto. Los avances científico-tecnológicos pueden evaluarse como positivos o
negativos en el contexto de lo social, que es el ámbito donde adquieren significado. Aquí el
progreso se relaciona directamente con una perspectiva ética que implica cierta normativa
en cuanto a los beneficios obtenidos y su modo de obtención en relación a posibles daños
en el contexto cultural y ecológico.
Coincidiendo con Aquiles Gay (1996), vivimos en un mundo en el que el desarrollo
social está muy vinculado al progreso tecnológico y como resultado, al desarrollo de la
actividad industrial y a todos los problemas ambientales, consecuencia de esta actividad. La
actividad industrial, la explotación indiscriminada de los recursos naturales renovables y no
renovables, sumadas al desarrollo urbano de las sociedades modernas ha determinado un
impacto de las actividades humanas sobre los ecosistemas locales, regionales y globales
que alcanzan, actualmente, una gravedad que reclama un replanteo de las relaciones que la
humanidad mantiene con el medio ambiente.
Recuperando el pensamiento de Tomás Buch (1996), la civilización actual es
altamente tecnodependiente. A la vez que domina la vida diaria de la especie humana, la
tecnología se ha hecho cada vez más incomprensible para la mayoría de sus integrantes.
Esto ha fomentado una cultura de especialistas y contribuye enormente a la fragmentación
del conocimiento y de la conciencia. A la vez, la percepción de los efectos negativos de
ciertas tecnologías y de sus productos sobre el ambiente se ha hecho más aguda que la de
sus ventajas evidentes, a las que nos hemos acostumbrado.
La tecnología plantea también problemas completamente nuevos. Los filósofos no
saben muy bien qué hacer con los nuevos problemas éticos, porque sólo disponemos de una
ética que proviene de otros tiempos. Por otra parte, la tecnología también plantea nuevos
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problemas éticos al hacer posibles acciones que antes estaban fuera de las posibilidades y,
por lo tanto, fuera de la consideración de la ética tradicional. Gran parte de los debates
actuales sobre la ética de las manipulaciones genéticas pone ésto muy claramente en
evidencia.
Asistimos a cambios en la cosmovisión, en los métodos de desarrollo, en los
modelos de desarrollo, en los paradigmas científicos y tecnológicos.
Espectaculares transformaciones afectan profundamente nuestra vida, nuestro
entorno físico inmediato y nuestro ambiente cultural. Las ciencias, cada día conocen más de
lo particular y producen más y más conocimientos desarticulados. La inmensa capacidad
tecnológica, movida por la fuerza del mercado y los conocimientos, vuelca al mundo todo
lo que produce, febril e indiscriminadamente.
Las grandes ideologías y las filosofías, que ayudaban a explicar el mundo, a dar
coherencia a la percepción que teníamos de los acontecimientos y de las cosas, se han
debilitado o desaparecido. El mundo se nos ha vuelto sumamente complejo. La extrema
racionalidad nos coloca en la irracionalidad. El individualismo nos conduce al desarraigo.
Por un lado, se observa complejidad creciente del mundo, por otro, no disponemos de una
cultura acorde, de una conciencia y una visión unificadora.
En este mundo globalizado se requiere contar con adaptabilidad inteligente para
responder a las demandas cambiantes de un contexto cambiante, sin perder los principios de
la moral y para servir mejor al interés común.
Este siglo, en el que se conmemora el bicentenario, debería ser el siglo del
pluralismo cultural, de la diversidad y la creatividad, en un mundo globalizado y de redes
de información.
La sociedad emergente del conocimiento asigna a la ciencia y a la tecnología un rol
cada día más estratégico e importante.
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Observamos un avance espectacular de la ciencia y la tecnología, pero continúan
los interrogantes básicos acerca de la formación humana, las opciones valorativas y éticas,
las virtudes personales y públicas, tan importantes para que la sociedad se sostenga
democráticamente y los seres humanos aprendan a ser aún más humanos entre sí.
La gran esperanza del hombre en la ciencia y en la tecnología ya no puede ser tan
ingenua como lo fue en los albores de la Edad Moderna, cuando se pensó en ellas como
instrumentos de la gran liberación de la humanidad, que les iba a permitir ser dueños y
señores de su propio destino, abriéndose una etapa de necesaria prosperidad y bienestar
para todos.
De hecho la humanidad alcanzó de forma gradual un grado de libertad mucho
mayor, pero de la misma forma los problemas y los peligros fueron en aumento ante la
administración y la inmadurez que los hombres pusieron pronto de manifiesto. La
degradación de la naturaleza y, muy especialmente, la posibilidad de una guerra nuclear
sacaron a la luz un problema dramático: el de la supervivencia, tanto de la naturaleza como
de la propia humanidad.
El papel fundamental de la tecnología en la sociedad actual aparece de forma
precisa y transparente cuando advertimos que no es en absoluto neutra, sino que demanda y
exige ciertos conocimientos y valores, nuevas formas de concebir y valorar la realidad que
terminan imponiendo determinados patrones culturales que condicionan y configuran
nuestra civilización actual y futura.
El mundo actual está perdiendo sentido en cuanto a las ideas y valores fundantes, se
derrumban los cimientos que los sostenían y, ante esta situación, numerosos jóvenes
responden con escepticismo, desencanto e intento de aprovechar al máximo el momento
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presente. Otros responden con indiferencia y falta de compromiso y muchos se encuentran
bloqueados y confusos para imaginar proyectos e intentar su realización.
Ante las preguntas ¿cuáles son los límites para hacer eficaz la acción tecnológica?
¿Cuáles son esos límites?, ¿eficaz para quién?, ¿eficaz con qué propósito?, ¿en función de
qué fines?. Puede haber alguien que la utilice pero simultáneamente alguien que la padezca.
La contaminación ambiental no es más que uno de los efectos más difundidos y peligrosos
de esta ampliación de la acción que se produjo gracias a los adelantos tecnológicos. No
obstante, más allá de este planteo ético, no cabe duda que toda persona tiende a simplificar
su trabajo y a mejorar su eficiencia.
Toda nueva aplicación tecnológica requiere una evaluación del costo social que la
misma implica, sobre todo en el campo de la degradación del medio ambiente o de la
alteración del ciclo ecológico natural.
Hay que tener en cuenta, efectivamente, los costos sociales, tales como
contaminación, degradación del medio ambiente, entre otros, que impactan sobre toda la
sociedad.
La educación, comprometida con la promoción del desarrollo saludable de los seres
humanos debe acompañar su crecimiento con actitud esperanzada, confiando en la vigencia
de los valores, los ideales y las utopías.
En este bicentenario la educación debe permitir el desarrollo de competencias y
saberes que permitan afrontar con realismo y solvencia la complejidad, la incertidumbre y
la alta tasa de cambio de un mundo, donde la explosión de artificialidad -tecnología- será
probablemente el signo determinante de ese futuro. Esta debe cumplir un papel protagónico
que permita comprender y actuar eficazmente frente a las transformaciones técnicas,
sociales, económicas, ecológicas y culturales, que debido a la globalización, nos impactan
cotidianamente.
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Las exigencias provenientes de la revolución científico-tecnológica impactan las
estructuras académicas y le imponen las perspectivas interdisciplinarias como la respuesta
más adecuada a la naturaleza del conocimiento contemporáneo.
Coincidiendo con Carlos Cullen(1997) formar competencias científico-tecnológicas
implica ubicarse en la diversidad de paradigmas y operar con esa diversidad.
La alfabetización tecnológica implica el aprendizaje de los medios tecnológicos.
Esto implica tomar conciencia de las repercusiones que producen las tecnologías en la
cultura, en la educación, en la sociedad y en los valores. Implica también reconocer tanto
los límites como la utilidad de las ciencias y las tecnologías en el progreso del bienestar
humano. Se afirma aquí el valor de los desarrollos científicos y tecnológicos. Pocos
quisieran volver, desde un punto de vista cultural, a una visión precientífica del mundo y de
su historia. Pocos también quisieran volver a una sociedad donde no se gozara de los
aportes de las tecnociencias y del alivio que representan para la humanidad. El desarrollo
de las ciencias y de las tecnologías constituye un movimiento de emancipación.
Pero, frente a ciertas ideologías del progreso es necesario tener en cuenta los límites
de las tecnociencias. Los enfoques científicos, cuando uno se encierra en ellos, pueden a
veces, en el plano cultural, alentar actitudes y espíritus limitados.
En el plano social las ciencias y las tecnologías pueden ser tanto factor de opresión
como de emancipación.
Generalmente se habla de los riesgos que tiene la acción de las tecnologías sobre el
medio ambiente, lo cual evidentemente es muy cierto. La tecnología tiene dos exigencias
contradictorias. Por un lado, implica algunas de las actividades más creativas del hombre,
con lo que se vincula a su libertad. Pero, por otro lado, el fin es incrementar el control sobre
algo: sobre los tiempo, sobre el espacio, sobre los gestos, entre otros. Vale decir, libertad y
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control conviven simultáneamente en el desarrollo de la tecnología. Si faltara algunos de
los dos polos de esta aparente contradicción, la tecnología no sería posible.
La tarea más importante de hoy es, tal vez, aprender a pensar de una nueva manera.
El desarrollo tecnológico debe y puede ser la salvación del hombre y no su condena, pero
para esto no se debe ver al mundo como una abstracción numérica, sino como un
organismo, como un todo biológico que merece nuestro respeto. La contaminación del
medio ambiente es la amenaza que pende sobre el presente y el devenir de la humanidad.
Para que esta desaparezca, el hombre debe abandonar su posición de dominador y dueño
del mundo y dejar paso a otro hombre, más solidario, no sólo con sus congéneres, sino con
todo lo que le rodea.
El progreso de la ciencia y la tecnología no se puede detener y no es bueno que eso
ocurra. Al contrario, un progreso encuadrado dentro de un sistema de valores solidario
puede generar nuevos rumbos. Como señalaba Edgar Morin una ética de la solidaridad
debería reemplazar a una tecnología basada en el automatismo y la despersonalización.
Esto implica redimensionar al individuo y revalorizar la persona.
La tecnociencia debe poner el acento en el diálogo interactivo que se establece entre
el mundo y el propio hombre, en el cual éste le asigna nuevas significaciones, valoraciones,
usos y leyes.
CONCLUSIÓN
Este Encuentro Nacional de Docentes Universitarios Católicos constituye un
espacio especial para el diálogo académico interdisciplinar, permitiendo abordar los
conocimientos científicos, tecnológicos y éticos los a fin de acercarnos a una integración
del saber.
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Es por esto necesario poseer conocimientos científicos y tecnológicos integrales
que nos permitan pensar desde un enfoque ético que dé el marco para que, desde lo
instrumental se construyan nexos para “hacer cosas” comprenderlas, adaptarlas,
modificarlas y desarrollarlas de acuerdo con las necesidades sociales.
Esta ponencia surge de nuestra apreciación de que la tecnología no es neutra
y que sus impactos sobre la sociedad y la naturaleza pueden ser convenientes o
inconvenientes.
En pos de un paradigma científicotecno-ético que debiera promoverse desde la
educación, se propone realizar formalmente el análisis crítico-ético de las consecuencias
que sobre el hombre, la sociedad y la naturaleza producen la tecnología y sus aplicaciones.
El docente de Educación Universitaria, en este contexto del Bicentenario, tiene que
ser un educador-investigador con una honda formación humana y social, de modo que se
convierta en agente de cambio de él mismo, de sus alumnos y de la comunidad circundante.
La Universidad tiene la función irrenunciable de cultivar y proponer hacia afuera
ciertos valores que le son propios. Su misión es civilizar al nuevo milenio y, para lograrlo,
es preciso convencer a la sociedad de que la educación encierra valores propios y de que no
sólo es la clave de valores económicos.
Coincidiendo con Guillermo Jaim Etcheverry, la idea de que la educación pertenece
a la dimensión del ser y no a la del tener, debe reinstalarse para revertir esta tendencia
actual, que busca convertir a la educación en un sector más del mercado de bienes y
servicios. El actor del cambio posible está en la mente de nuestros jóvenes, a quienes
debemos proporcionarles las herramientas intelectuales que les permitan trascender el
injusto mundo de inmediatez en el que vivimos.
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BIBLIOGRAFÍA
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ARANGUREN, José Luis L. Etica. Madrid. Alianza Editorial. 1981.
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BUCH Tomás. El Tecnoscopio. Buenos Aires. Editorial Aique. 1997.
FOUREZ, Gerard, Alfabetización Científico Tecnológica, Buenos Aires. Editorial
Colihue, 1997.
MORIN,Edgard; La Cabeza Bien Puesta, Buenos Aires.Ediciones Nueva Visión,
1999.
MORIN, Edgard; Articular los Saberes, Bs. As. Ediciones Universidad del
Salvador, 1998.
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Prof. Graciela Formento de Nader
DNI N° 06.293.198
Mendoza 23- 3100-Paraná- E.R.
UCA –Sede Paraná
[email protected]
Prof. Nora Rubano
DNI N° 04.583.278
San Martín 673- 1° F-Paraná- E.R.
UCA – Sede Paraná
[email protected]
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