Homilía de S.E.R. Mons. Christophe Pierre Nuncio Apostólico en México Ordenación Episcopal de Mons. Tomás López Durán y Mons. Felipe R. Pozos Lorenzini Auxiliares de Puebla (Puebla de los Ángeles, Pue., 03 de marzo de 2014) Excmos. Señores Arzobispos y Obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas, seminaristas y miembros todos del pueblo de Dios. Distinguidos representantes de los diversos órdenes de gobierno. De la palabra del Señor que acabamos de escuchar resaltan con particular fuerza tres verbos: llamar, ungir, enviar: “El espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido y me ha enviado”. Son palabras de Isaías que, como los demás profetas, había en precedencia recibido y acogido la llamada de Dios, y son, también, palabras que luego hará propias Jesús: “Hoy se cumplen las palabras de la Escritura que acaban de escuchar”. Jesús, en efecto, con su mensaje, obras, vida y muerte mostró que Él era el Mesías, el Cristo, el Ungido, el Enviado para anunciar la Buena Noticia a los pobres, la liberación a los cautivos del poder del mal y de la muerte, de todo aquello que hay que entender cuando hablamos del "poder del diablo" (cf. Hebr 2,14). Y así, desde su profunda identidad, constituido por el Padre con la unción del Espíritu Santo en Pontífice de la Alianza nueva y eterna, Jesús determinó “perpetuar en la Iglesia su único sacerdocio”, llamando y enviando a algunos hombres del pueblo que, identificándose y configurándose a Él, participaran y prolongaran su misma misión a lo largo de los tiempos, dándoles “poder para expulsar a los espíritus impuros”. Llamó a Doce, formando con ellos “una especie de Colegio o grupo estable y eligiendo de entre ellos a Pedro, lo puso al frente de él" (LG, 19). Los llamó, ante todo, para que estuvieran con Él y para luego, ungidos por el Espíritu Santo, enviarlos por todo el mundo como testigos de su resurrección. Los apóstoles, por su parte, para perpetuar el proyecto del Señor también eligieron sucesores, a quienes comunicaron el don del Espíritu Santo y consignaron el mandato recibido de Cristo de anunciar la Buena Nueva a todas las gentes y de cuidar su rebaño como pastores de su Iglesia. Es en este estupendo contexto y perspectiva que se coloca la celebración que llena de profunda alegría a la Iglesia particular de Puebla que da gracias a Dios por el regalo que hoy le hace al llamar, ungir y enviar a dos hombres de su pueblo, a Mons. Tomás y a Mons. Felipe, como sucesores -de vocación, ser 2 y misión,- de los apóstoles. Y para ello estamos aquí nosotros, los obispos. Para ungirlos, imponerles las manos y para orar, invocando sobre ellos el Espíritu Santo, verdadero artífice de su consagración. Del sacerdote, queridas hermanas y hermanos, se dice que es “otro Cristo”. Expresión que en verdad y con mayor razón se aplica ante todo al obispo. Él es “otro Cristo”. Y no se trata de una frase retórica. Sino de una misteriosa y profunda realidad a la que el elegido, por su parte, debe, siguiendo el modelo de los apóstoles, coherentemente corresponder estando con Cristo, siguiendo a Cristo, escuchando y dialogando con Cristo, poniendo las huellas de sus pies en las huellas de las pisadas de Cristo. “Ser otro Cristo” en todo: en el modo de llevar a cabo la tarea encomendada, pero, ante todo, en el modo de pensar, discernir y decidir; a semejanza del "hijo del Hombre, que ha venido a servir y a dar la vida en rescate por muchos" (Mt 10,45). Ustedes, Tomás y Felipe, al igual que nosotros, obispos, hemos sido llamados por Dios, y cuán importante es reavivar constantemente este hecho que a menudo se da por descontado en medio de los compromisos cotidianos: “No son ustedes los que me eligieron a mí, sino yo el que los elegí a ustedes” (Jn 15,16). Elegidos por Dios y llamados para estar con Jesús (cf. Mc 3,14), unidos a Él de manera tan profunda, que podamos lograr decir con san Pablo: “Ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí” (Gál 2,20). “Permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes” (Jn 15,4). Y eso significa contemplarlo, adorarlo y abrazarlo, especialmente mediante nuestra fidelidad a la vida de oración, en el encuentro cotidiano con Él en la Eucaristía, en la Sagrada Escritura y en las personas, especialmente en las más necesitadas. Ser “otro Cristo”, unidos a Cristo y mirando a Cristo, y mirando también a los apóstoles para descubrir y tomar conciencia de que el ministerio episcopal no es otra cosa que el ser servidor de todos. Mirar y actuar desde la perspectiva y la dimensión del amor de Dios que lleva a "abajarse" para conocer de cerca a los hombres y mujeres en sus peligros, sus riquezas, sus sufrimientos, esperanzas y posibilidades; para ayudarles a encontrar la verdad, el camino, la vida. Porque de lo que se trata, -dice el Papa Francisco-, es de “caminar con el pueblo de Dios: delante, señalando el camino; en el medio, para fortalecer en la unidad; detrás, para que nadie quede atrás", sintiéndose "tocado" por las vicisitudes de todos los hombres y mujeres, para “escuchar la silenciosa historia de quien sufre" para estar pronto a curar las heridas del interior del hombre, su lejanía de Dios. Atención vigilante, penetrante y paterna para que ninguno se pierda, para que ninguno se desvíe de la 3 verdad, para que ninguno se hunda en la desesperanza; estar "ahí" siempre, para consolar, fortalecer la esperanza de las personas y de las comunidades; para animar todo lo que es bueno, justo, amable. Por ello, en este camino jamás está permitido dar por supuesto que “todo va bien”. Porque, -como insiste el Papa Francisco-, hay peligros. Hay acechanzas que pueden y que de suyo no raras veces logran "alejar" al pastor de su gente y de su compromiso con el Señor (cf. Evangelii gaudium 22; 23). En consecuencia, para el obispo es cuestión de “vida o de muerte” mantener fija la mirada de pastor en las ovejas y no en sí mismo. Mirar a las ovejas, sin dejar de mirar a Cristo y de hablar con Cristo sobre todo en la oración confiada, asidua, intensa, perseverante. ¡He aquí el antídoto ante los peligros! "Nosotros –dijeron en su momento los apóstoles-, nos dedicaremos a la oración y al ministerio de la palabra" (Hech 6,4). Y, al igual que los Doce, también cada obispo está llamado a ser hombre de oración. "La fecundidad espiritual del ministerio del obispo depende de la intensidad de su unión con el Señor" (Dir. Minist. Past. obispos, 36). La oración es el hilo conductor de la vida del Obispo porque lo une a Dios y lo une a su grey. Ciertamente en el ministerio del Obispo hay muchas necesidades, aspectos organizativos y compromisos que absorben; pero el primer lugar debe estar reservado a la oración con Dios. Sin esta primacía de Dios no se puede estar a disposición de los fieles. “Mientras estamos así, convocados, “llamados a sí” por nuestro único Maestro, -decía hace unos días el Papa Francisco a los nuevos Cardenales-, les digo lo que la Iglesia necesita: tiene necesidad de ustedes, de su colaboración y, antes de nada, de su comunión, conmigo y entre ustedes. La Iglesia necesita de su valor para anunciar el evangelio (…). La Iglesia necesita de sus oraciones, para apacentar bien la grey de Cristo, la oración, no lo olvidemos, que con el anuncio de la Palabra, es el primer deber del Obispo”. Queridos Mons. Tomás y Mons. Felipe, damos gracias a Dios por la elección que hace de ustedes. Elección que tiene su origen en el amor y lleva al amor. Jamás, pues, se cansen de amar. “Amen con amor de padre y de hermanos a todos los que Dios les confía, sobre todo amen a los presbíteros y a los diáconos, son sus colaboradores, son los más próximos del prójimo para ustedes”; “estén cerca, cerca de ellos”. Estén cerca de “los pobres, los indefensos y cuantos necesitan acogida y ayuda”, y presten “atención a todos los que no pertenecen al único rebaño de Cristo”. 4 Recuerden que ustedes, “por naturaleza”, conforman “una especie de Colegio” que supera toda concepción individualista, pues su característica primordial es la comunión: comunión con los hermanos en el episcopado, -y, aquí, comunión con su ordinario y de su ordinario con ustedes, sus auxiliares-; comunión efectiva, de todo el Colegio episcopal y de cada uno con el Papa. Queridas hermanas y hermanos, miembros del pueblo de Dios que peregrina en Puebla. Haciendo mías algunas de las palabras pronunciadas por el Papa Francisco durante el rezo del Angelus el domingo 23 de febrero 2014, “los invito a sostener a estos Pastores y a asistirlos con la oración, a fin de que guíen siempre con celo al pueblo que les ha sido encomendado, mostrando a todos la ternura y el amor del Señor”. “¡Cuánta necesidad de oración tiene un Obispo (...) para que pueda ayudar a seguir adelante al pueblo de Dios! Digo “ayudar”, es decir, servir al pueblo de Dios. Porque la vocación del Obispo (...) es justamente, ésta: ser servidor, servir en nombre de Cristo. Recen por nosotros para que todos seamos buenos servidores, buenos “servidores” no buenos “patrones”. Todos juntos, Obispos, presbíteros, personas consagradas y fieles laicos debemos ofrecer el testimonio de una Iglesia fiel a Cristo, animada por el deseo de servir a los hermanos y dispuesta a salir al encuentro con coraje profético de las expectativas y exigencias espirituales de los hombres y de las mujeres de nuestro tiempo”. Y entonces: ¡Adelante hermanos! Que su modelo sea el Buen Pastor que sale siempre en busca de la humanidad; Aquel que nos sigue hasta en nuestros desiertos y confusiones; Aquel que carga sobre sus hombros a la oveja perdida para ponerla a salvo. El verdadero Pastor, Jesucristo, a quien por intercesión de la Virgen Santísima pedimos les lleve y les ayude a ser, por Él, en Él y con Él, buenos, humildes, generosos, disponibles y fieles pastores de su rebaño. “Siempre en servicio, siempre en servicio”. Que María, Estrella de la Evangelización y Madre de los Apóstoles, alcance abundantes bendiciones a ustedes, a Su Excelencia Mons. Víctor Sánchez, Pastor de esta Comunidad Eclesial, a su Auxiliar Mons. Lira, y a todos y cada uno de los hijos e hijas de esta amada iglesia Arquidiocesana que peregrina en Puebla. Que el Señor, queridas hermanas y hermanos, les bendiga siempre. Así sea.