Guarniciones en la gasolinera global

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Guarniciones en la gasolinera global
Michael T. Klare :: 02/07/2008
Hace mucho que los planificadores estadounidenses de políticas consideran la protección de
las reservas de crudo en el extranjero como un aspecto indispensable de la ?seguridad
nacional?
Parte I Que requiere del establecimiento de la amenaza –y alguna vez el uso– de una fuerza militar.
Esto es ahora parte incuestionable de la política exterior de Estados Unidos. Con esta premisa, el
gobierno de Bush padre emprendió una guerra contra Irak en 1990-1991 y el gobierno de Bush hijo
invadió Irak en 2003. Dado que hoy se disparan los precios globales del crudo y se espera que las
reservas petroleras mengüen en los años por venir, parece seguro que cualquier gobierno que llegue
a Washington en enero de 2009 considerará que la fuerza militar en los enclaves petroleros del
planeta es la garantía última de nuestro bienestar. Pero al subir precipitadamente los costos –en
sangre y en dólares– de las operaciones petroleras militarizadas ¿no es tiempo ya de impugnar dicha
“noción”? ¿No es ya tiempo de preguntarnos si es razonable que el ejército estadounidense tenga
algo que ver con la seguridad energética, o si en lo tocante a la política energética es práctico,
costeable o justificable el confiarnos a una fuerza militar? Cómo se militarizó la política
energética La asociación entre “seguridad energética” (como se le llama ahora) y “seguridad
nacional” se estableció hace mucho tiempo. Fue el presidente Franklin D. Roosevelt quien primero
forjó este vínculo desde 1945, cuando prometió proteger a la familia real de Arabia Saudita a cambio
de un acceso privilegiado su petróleo para los estadounidenses (ver
www.youtube.com/watch?v=9sqPDdk5XCg). Esta relación adquirió expresión formal en 1980,
cuando el presidente Jimmy Carter dijo al Congreso que era “interés vital” de Estados Unidos
mantener un flujo ininterrumpido del petróleo procedente del golfo Pérsico, y que cualquier intento
de las naciones hostiles por cortar dicho flujo se toparía con “cualquier medio necesario, incluida la
fuerza militar” (www.youtube.com/watch?v=6L2nZL0KWgE). Para poner en marcha esta doctrina,
Carter ordenó la creación de una Fuerza de Tarea Conjunta de Despliegue Rápido, específicamente
designada para las operaciones de combate en el área del golfo Pérsico. Más tarde, el presidente
Ronald Reagan convirtió esa fuerza en un organismo de combate regional a gran escala, el llamado
Comando Central estadounidense o Centcom (www.centcom.mil). Todos los presidentes a partir de
Reagan han añadido responsabilidades al Centcom, dotándolo de bases adicionales, flotas,
escuadrones aéreos y otros equipos militares. Como el país ha comenzado a depender del petróleo
de la cuenca del mar Caspio y África en fechas más recientes, también se le inyecta fuerza a las
capacidades militares estadounidenses en esas áreas. El resultado es que el ejército estadounidense
se ha convertido en el servicio global de protección del petróleo, vigilando ductos, refinerías e
instalaciones de carga en Medio Oriente y otras partes (www.tomdispatch.com/post/1888/). Según
una estimación de la National Defense Council Foundation (www.ndcf.org/), tan sólo la “protección”
del crudo del Pérsico cuesta al Tesoro estadounidense 138 mil millones de dólares anuales –costaba
49 mil millones justo antes de la invasión de Irak
(www.amazon.com/dp/0805080643/ref=nosim/?tag=nationbooks08-20). Demócratas y republicanos
por igual aceptan ahora como noción común el gastar tales sumas para proteger las reservas
petroleras extranjeras, una noción que no vale la pena discutir o debatir seriamente. Un ejemplo
típico de esta actitud puede encontrarse en un informe independiente respecto de la Fuerza de
Tarea y las consecuencias de la seguridad nacional sobre la dependencia estadounidense hacia el
petróleo (“Independent Task Force Report on the National Security Consequences of US Oil
Dependency”
www.cfr.org/publication/11777/national_security_consequences_of_us_oil_dependency.html),
publicado por el Council on Foreign Relations (CFR) (www.cfr.org), en octubre de 2006. Encabezado
por el ex secretario de Defensa, James R. Schlesinger, y por el ex director de la CIA, John Deutch, el
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informe CFR concluye que el ejército estadounidense debe continuar actuando como servicio global
de protección en el futuro predecible. “Por lo menos en los próximos veinte años, el golfo Pérsico
será vital para los intereses estadounidenses en las existencias de petróleo confiables”, se anota en
el texto. Según el documento “Estados Unidos debe asumir y respaldar una fuerte postura que
permita, de ser necesario, un rápido y conveniente despliegue en la región”. El Pentágono como
Inseguridad SA Estos puntos de vista, muy compartidos, entonces y ahora, por las figuras más
importantes de ambos partidos principales, dominan –o para ser más precisos, cubren– el
pensamiento estratégico estadounidense. Y sin embargo, la utilidad real de la fuerza militar como
medio de garantizar seguridad energética todavía no ha sido demostrada. Tomemos en cuenta que,
pese al despliegue de más de 160 mil efectivos estadounidenses en Irak y al gasto de cientos de
miles de millones de dólares allí, ese es un país sumido en el caos; el Departamento de Defensa ha
sido incapaz de evitar el sabotaje recurrente de los oleoductos y las refinerías efectuados por varios
grupos y milicias insurgentes; hay un pillaje sistemático de las existencias gubernamentales,
perpetrado por los funcionarios petroleros de alto rango supuestamente leales al gobierno central
respaldado por Estados Unidos –y que custodian con gran riesgo los soldados estadounidenses
(www.nytimes.com/2006/02/05/international/middleeast/05corrupt.htm). Cinco años después de la
invasión estadounidense, Irak está produciendo tan sólo unos 2.5 millones de barriles diarios, más o
menos la misma cantidad producida en los peores días de Saddam Hussein, en 2001. Es más, The
New York Times informa que “al menos un tercio, y posiblemente más, del combustible de la
refinería más grande de Irak… es desviado al mercado negro, según fuentes militares
estadounidenses”. ¿Es ésta una manera conducente de concretar la seguridad energética
estadounidense? (www.nytimes.com/2008/03/16/world/middleeast/16insurgent.html). Estos mismos
decepcionantes resultados son palpables en otros países donde los militares respaldados por Estados
Unidos han intentado proteger las vulnerables instalaciones petroleras. En Nigeria, por ejemplo, las
tropas gubernamentales equipadas por los estadounidenses intentan aplastar a los rebeldes en la
región del delta del Níger, rica en petróleo, pero lo único que han logrado es inflamar la insurgencia,
mientras disminuye la producción nacional de crudo
(www.eia.doe.gov/emeu/cabs/Nigeria/Background.html). Entre tanto, el ejército nigeriano, al igual
que el gobierno iraquí (y sus milicias asociadas), ha sido acusado de robarse miles de millones de
dólares en petróleo y de venderlo en el mercado negro. En realidad, el uso de la fuerza militar para
proteger las existencias de crudo extranjero logra cualquier cosa menos “seguridad”. De hecho,
puede disparar violentas consecuencias contra Estados Unidos. Por ejemplo, la decisión del
presidente Bush padre de mantener una enorme y permanente presencia militar estadounidense en
Arabia Saudita después de la Operación Tormenta del Desierto en Kuwait, es ahora vista por muchos
como una fuente importante de virulento “antiamericanismo” y fue un primordial instrumento de
reclutamiento usado por Osama Bin Laden en los meses previos a los ataques terroristas del 11 de
septiembre. “Por más de siete años”, proclamaba Bin Laden, “Estados Unidos ha ocupado las tierras
del Islam en el más sagrado de los lugares, la península arábiga, predando sus riquezas, dando
órdenes a sus gobernantes, humillando a su pueblo, aterrorizando a sus vecinos y haciendo de sus
bases en la península una punta de lanza mediante la cual luchar contra los pueblos musulmanes
circundantes” (www.fas.org/irp/world/para/docs/980223-fatwa.htm). Para repeler este ataque contra
el mundo musulmán, atronaba, “es un deber individual de todo musulmán el matar a los
estadounidenses” y expulsar a sus ejércitos “de todas las tierras del Islam”. Como confirmación de la
veracidad del análisis de Bin Laden acerca de las intenciones estadounidenses, el entonces
secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, voló a Arabia Saudita el 30 de abril de 2003 para anunciar
que las bases estadounidenses ahí ya no serían necesarias, debido a que la invasión de Irak,
entonces de un mes de antigüedad, había sido un éxito. “Rumsfeld declaró que “ahora la región es
más segura por el cambio de régimen en Irak”. Y añadió: “La aviación y todo su equipo pueden
ahora retirarse”. Y mientras hablaba en Riad, sin embargo, ocurrían en Irak acciones que serían
contraproducentes para Estados Unidos: a su entrada en Bagdad, las fuerzas estadounidenses
tomaban y custodiaban la sede del Ministerio de Petróleo pero permitían que las escuelas, los
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hospitales, los museos fueran saqueados con gran impunidad
(www.tomdispatch.com/post/4710/chalmers_johnson_on_robbing_the_cradle_of_civilization). Desde
ese momento, la mayoría de los iraquíes ha llegado a la conclusión de que dicha decisión (que
garantizó que el resto de la ciudad fuera saqueada) expresa del modo más acabado los principales
motivos del gobierno de Bush para invadir su país. Se han dado cuenta de que aunque la Casa
Blanca alega estar comprometida con los derechos humanos y la democracia, sus palabras son
meras hojas de parra que cubren apenas su urgencia por saquear el petróleo de Irak. Nada de lo que
han hecho desde entonces los funcionarios de Washington borra esa impresión, que continúa
motivando llamados a que se retiren los estadounidenses. Y éstos son sólo algunos ejemplos de las
pérdidas en seguridad nacional de Estados Unidos producidas por un enfoque minuciosamente
militarizado de la seguridad energética. Y sin embargo, las premisas de una política global así
continúan sin ser cuestionadas, aun cuando los planificadores estadounidenses persisten en
depender de la fuerza militar como respuesta última a las amenazas que penden sobre la producción
y la transportación de petróleo (en condiciones de seguridad). La continua militarización de la
política energética únicamente multiplica las amenazas que hacen que esa militarización parezca
indispensable. La espiral de la inseguridad militarizada se agrava. Así ocurre con la expansiva
presencia militar de Estados Unidos en África –una de las pocas áreas del mundo donde se espera un
incremento en la producción de crudo en los años venideros. Este año, el Pentágono activará el
Comando Africano estadounidense (Africom) (www.africom.mil), un nuevo comando de combate en
el extranjero, el primero desde que Reagan creara el Centcom hace un cuarto de siglo. Aunque los
funcionarios del Departamento de Defensa son renuentes a reconocer públicamente cualquier
relación directa entre la formación del Africom y la creciente dependencia estadounidense del crudo
de ese continente, se inhiben menos en sus reuniones privadas. En una sesión celebrada en la
National Defense University, por ejemplo, el comandante adjunto, el vicealmirante Robert Moeller,
indicó que la “perturbación petrolera” en Nigeria y África Occidental constituiría uno de los
primeros desafíos que tendría que enfrentar la nueva organización. Africom y extensiones
semejantes de la Doctrina Carter en las nuevas regiones productoras de crudo lo único que lograrán
es provocar más estallidos y acciones contraproducentes, al tiempo de comprometer más decenas de
miles de millones de dólares del ya congestionado presupuesto del Pentágono (ver
www.tomdispatch.com/post/174936/frida_berrigan_the_pentagon_takes_over). Tarde o temprano, si
las políticas no cambian, este precio incluirá la pérdida de vidas estadounidenses, conforme más y
más soldados se vean expuestos a fuego hostil o a explosivos, por proteger el petróleo en
instalaciones vulnerables, en áreas convulsionadas por conflictos étnicos, religiosos o sectarios. ¿Por
qué pagar un precio así? Dada la evidencia tan vasta y tan inevitable de la ineficacia tan grave de
implicar una fuerza militar para proteger las existencias de crudo, ¿no es tiempo de repensar las
suposiciones dominantes en Washington en cuanto a la relación entre seguridad energética y
seguridad nacional? Después de todo, aparte de George W. Bush y Dick Cheney, ¿quién alegaría que
cinco años después de la invasión de Irak, son más seguros Estados Unidos y su abasto de petróleo?
Parte II y última La creación de una seguridad energética real La realidad de la dependencia
creciente de Estados Unidos hacia el petróleo del extranjero únicamente refuerza la convicción
(existente en Washington) de que la fuerza militar y la seguridad energética son gemelos
inseparables. Casi dos tercios de la cuota diaria de petróleo en el país son importados –y el
porcentaje sigue creciendo–, por lo que no es difícil darnos cuenta de que los montos significativos
de nuestro petróleo llegan ahora de áreas propensas a los conflictos como el Medio Oriente, Asia
central y África (www.eia.doe.gov/oiaf/aeo/). Mientras este sea el caso, los planificadores
estadounidenses instintivamente buscarán a los militares para garantizar la entrega segura de
crudo. Es evidente que importa muy poco que el uso de la fuerza militar, especialmente en Medio
Oriente, haya hecho mucho menos estable y menos confiable la situación energética, además de
acicatear el “antiamericanismo”. Ésta no se apega, por supuesto, a la definición de la “seguridad
energética”, sino a su opuesto. Una aproximación viable, de largo plazo, no debería depender de una
sola fuente de energía particular –en este caso el petróleo–, por encima de otras, ni exponer a los
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soldados estadounidenses, de manera regular, a mayores riesgos de daños, o a los contribuyentes
estadounidenses a mayores riesgos de quiebra. Una política energética estadounidense que tuviera
sentido debería abrazar un enfoque holístico de la procura de energía y sopesar los méritos relativos
de todas las fuentes potenciales de energía. Sería un enfoque que estuviera a favor del desarrollo de
fuentes domésticas y renovables de energía, que no degraden el ambiente ni pongan en peligro otros
intereses nacionales. Al mismo tiempo, una política que favoreciera un programa detallado y
operativo de la conservación de energía –algo ausente en los últimos 20 años–, que ayude a cortar la
dependencia de las fuentes extranjeras de energía en el futuro cercano y que frene o haga más lenta
la acumulación atmosférica de gases con efecto de invernadero, que alteran el clima. El petróleo
podría continuar teniendo un papel significativo en un enfoque así. El petróleo mantiene mucho
atractivo como fuente de energía para la transportación (en particular la aérea) y como insumo de
muchos productos químicos. Pero con la inversión y las políticas de investigación correctas –y la
voluntad de aplicar algo más que fuerza en lo referente al abastecimiento de energía– comenzaría a
llegar a su fin el papel histórico del crudo como el combustible único. Sería especialmente
importante que los planificadores estadounidenses no prolongaran su papel de manera artificial,
como ha sido el caso de las últimas décadas, en que se subsidió a las principales firmas petroleras
estadounidenses, con gastos del orden de los 138 mil millones de dólares por año en protección de
las entregas de crudo extranjero. Estos fondos, en cambio, podrían redirigirse a la promoción de la
eficiencia energética, en particular al desarrollo de fuentes domésticas de energía. Algunos
planificadores que concuerdan en la necesidad de desarrollar alternativas a la energía importada
insisten en que dicho enfoque debe comenzar con la extracción de petróleo en la Reserva Nacional
de la Vida Silvestre en el Ártico (Arctic National Wildlife Refuge o ANWR) y otras áreas protegidas
(www.youtube.com/watch?v=pOZRrbE8Qao). Aun reconociendo que esas perforaciones no
reducirían sustancialmente la dependencia estadounidense hacia el petróleo extranjero, estas
personas insisten, de todos modos, en que es esencial hacer todos los esfuerzos concebibles para
sustituir las importaciones con existencias de crudo a nivel interno para conjuntar el abastecimiento
total de energía de la nación. Pero estos argumentos ignoran que los días del petróleo están
contados, y que cualquier esfuerzo por prolongar su duración sólo complica la inevitable transición a
una economía pospetrolera (www.peakoil.net/). Un enfoque más fructífero, mejor diseñado para
promover la autosuficiencia estadounidense y su vigor tecnológico en el mundo intensamente
competitivo de mediados del siglo XXI sería enfatizar el uso del ingenio doméstico y las habilidades
empresariales con el fin de maximizar el potencial de las fuentes de energía renovable, incluidas la
energía solar, la del viento, la geotérmica y la de las olas. Esas mismas habilidades deberían
aplicarse a desarrollar métodos de producir etanol de materia vegetal no alimenticia (etanol de
celulosa), o utilizar el carbón sin liberar carbono a la atmósfera (vía la captura y almacenamiento de
carbono, o CCS por sus siglas en inglés), miniaturizar las células combustibles de hidrógeno, e
incrementar masivamente la eficiencia energética de vehículos, edificios y procesos industriales.
Todos estos sistemas de energía son muy promisorios, y como tal deberíamos decidirnos a otorgar el
respaldo y la inversión necesarios para que jueguen un papel dominante en la generación de la
energía estadounidense. En este momento no es posible determinar cuál de todas ellas (o cuál
combinación) será la que mejor se posicione para la transición de la pequeña escala a una gran
escala con desarrollo comercial. Así, todas ellas deben contar en un inicio con el suficiente respaldo
con tal de probar su capacidad de efectuar esta transición. Si se aplica la regla general, sin
embargo, es importante que se le otorgue prioridad a las nuevas formas de combustibles para el
transporte. Es aquí donde el petróleo ha sido por mucho tiempo el rey, y aquí es donde con más
crudeza se sentirá la escasez de petróleo. Es sólo por esto que siguen creciendo los llamados a
intervenir militarmente para garantizar un abasto adicional de crudo. Así que el énfasis debe
ponerse en el rápido desarrollo de los biocombustibles, de los combustibles derivados de carbón en
líquido (con el carbono extraído mediante CCS), el hidrógeno, la potencia de las baterías y otros
modos innovadores de hacer andar los vehículos. (...) Ciertamente no podemos confiarnos en el
enfoque actual, tradicional, incuestionado, que nos hace depender de la fuerza militar para lograr
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esto. Hace ya mucho que pasó el tiempo de resguardar la gasolinera global.
* Michael T. Klare es profesor de estudios de paz y seguridad mundial en el Hampshire College y es
autor de varios libros sobre política energética, incluyendo Resource wars (2001), Blood and oil
(2004), y más recientemente, Rising powers, shrinking planet: the new geopolitics of energy.
Traducción: Ramón Vera Herrera para La Jornada. Correspondencia de Prensa - Agenda Radical.
[email protected]. Extractado por La Haine
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