Relato de tormenta en el Mediterraneo

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TORMENTA
Habiendo salido de Bizerta el día 26 de Septiembre a las 10 de la mañana con un ketch
de 40 pies, navegaba rumbo al islote del Toro con ánimo de recalar en San Antíoco. El viento
soplaba flojo. A pesar de que durante la noche lo había hecho del SE, conforme pasaba el día
iba rolando hacia el NE. A las 0400 horas del 27 llevaba rumbo a Mahón ya que, al haber rolado
completamente al N, me imposibilitaba llegar a San Antíoco. No había mucha mar ni tampoco
un viento demasiado fuerte.
Durante todo el día 27 la navegación fue variada con vientos rolando continuamente y
de fuerzas distintas, pasando de recoger velas a ir a motor y con continuos chaparrones y
lloviznas durante todo el día, con alguna que otra salida de sol. Mientras tanto la vida a bordo
seguía su rutina; guardias de dos horas, dormir, comer, ... yo, como patrón navegante,
marcando puntos en la carta de tiempo en tiempo, según los cálculos ojimétricos del único
aparato que tenemos a bordo, aparte del compás: el sexto sentido que hasta ahora no ha
fallado. El sextante está durmiendo en su caja. De todos modos con el cielo cubierto no vale
para nada. La corredera, como casi todas las correderas que he usado, marcando lo que le da
la gana, o sea que hasta que me compre un GPS continuaremos con la estima o el sextante,
aunque la última vez que lo utilicé fue allá por el año 86 en el Atlántico y un par de veces mas
para refrescar la memoria.
Se me olvidaba decir que el piloto automático se negaba a funcionar. Parece ser que
después de tres meses de navegación casi continuada tenía un ataque de "humeditis aguda", al
menos eso dijo el técnico que lo examinó en Cagliari. Lo cierto es que le eché un poco de
líquido mágico, acompañado de las palabras también mágicas (esas que empiezan por P...,
C...) y funcionó. Cosas de la técnica. Mientras tanto, cada dos horas, guardia de timón, con lo
que según el timonel el rumbo era mas o menos exacto. Si el rumbo era de 290 había timoneles
que lo mantenían mejor promediado que otros, cosa que el navegante tenía que tener en
cuenta para no salirse de la carretera, que es al fin y al cabo en lo que se resume la
navegación.
En la madrugada del día 28 el viento continuaba del N, pero empezó a arreciar. Eran las
tres de la mañana y yo estaba durmiendo. Me desperté con la sensación de escora y velocidad,
cosa que siempre me ocurre. Aunque esté durmiendo a pierna suelta siento el barco. Salgo.
Ibamos a buena marcha pero ya era hora de reducir vela. Le digo al timonel y al otro compañero
que se mantengan tranquilos al timón y a la escota de la mayor para ir soltándola según mis
indicaciones. Me fui al pié de palo y tomé dos rizos. Siempre tomo dos rizos; he observado que
el barco no pierde velocidad y queda bien amarinado. A continuación se enrolla una parte del
génova. El "Mikonos" responde bien al timón y se lleva a la vía como debe ser. Dejo al equipo
de guardia y me voy a dormir, no sin antes echar una mirada al barómetro que ha vuelto a bajar.
Pongo una situación estimada en la carta y me duermo, pensando que si se estropea el tiempo
es mejor que me coja lo mas descansado posible.
No había pasado una hora cuando noto que la cosa había empeorado. Salgo y me
encuentro con el cambio de guardia y el barco navegando rápido. Al timonel le cuesta mantener
el timón y decido bajar la mayor y mantener la mesana. El barco, a pesar de la reducción de
trapo, continúa con la misma velocidad, pero el timón se lleva sin esfuerzo. Envío a las literas a
la guardia saliente y me quedo con la entrante. Parece que el viento está con ganas de arreciar.
En efecto, media hora después se hacía necesaria una nueva reducción de trapo. Esta vez le
tocaba a la mesana y al génova. El rizo en la mesana de noche y con tormenta en mi barco
siempre se las trae. Mi mesana no lleva winches ni para la driza ni para los rizos y, encima, hay
que andar sobre el techo de la cabina de popa, que no es el mejor sitio, como se puede
suponer, para estar en una tormenta. Con prudencia y sin prisas se toman dos rizos. El próximo
gasto ya se sabe cual es: winches para la mesana. El GPS se aleja un poco más. El siguiente
paso es recoger mas génova y, naturalmente, correr hacia proa el carro de escota. Al fin el
barco navega bien y me quedo al timón, ya que la cosa empezaba a estar chunga.
Al hacerse el día el viento fue amainando. Llegué a poner la mayor y todo el génova. La
mesana la dejamos igual ya que el barómetro no estaba por la labor de subir y no quería volver
a hacer los malabarismos de la noche anterior una vez más. Lo que hice fue aprovechar la
calma para cazar la driza de la mesana y relingarla bien. Mientras tanto el servicio de cocina
preparaba algo para comer. El viento fue amable y nos dejó comer en paz hasta la salida del
sol. (La calma antes de la tormenta).
El viento había rolado al SW. El barco iba a toda vela (menos la mesana). La mar se iba
formando y el viento volvía a entrar. Tomé dos rizos en la mayor antes de que hiciera falta.
Digamos que el sexto sentido me decía que la cosa no estaba clara. Desde el rincón del
navegante puse otro círculo en la carta y calculé que deberíamos llegar a Mahón entre las 22 y
23 de ese mismo día. Las olas iban arreciando empujando en buena dirección. Bajé la mayor,
dejé el génova reducido al tamaño de un foque Nº 1 y puse el anemómetro en marcha, cosa
que solo hago en las grandes ocasiones.
El viento iba en aumento, pero no era nada que no hubiera visto antes. Lo que se
estaba haciendo imponente era la mar. Al rato de empezar la zarabanda una rompiente inundó
parte de la bañera. Los aparatos marcaban viento aparente entre 35 y 40 nudos, pero no era lo
mas imponente, si no las olas, sobre todo por que era prácticamente de noche y siempre
imponen mas. Eran unas olas que saltaban dentro del barco dejándote chorreando. Algunas te
hacían efecto de una bofetada. Recuerdo una en particular que, en un momento en que me
encontraba encogido con la cabeza agachada, bien cogidas las manos al timón y haciendo
fuerte presión con la pierna en el cofre de estribor, una columna de agua descomunal se
desplomó sobre mi y sobre todo el barco como una catarata. Todo retumbó y, mientras el agua
se deslizaba como un torrente, pensé en aquel refrán: "anda por mar y aprenderás a orar".
Mientras tanto toda la tripulación estaba dentro del barco cerrada a cal y canto.
Unos minutos después, noto que se abre el cuartel que cierra la entrada del tambucho y
me dicen que hay mucha agua dentro del barco. Miro desde la rueda y lo que veo me pone los
pelos de punta. El agua llegaba hasta el cofre de estribor dentro del salón. El empanetado flota
en ese mar interior (¡con lo que cuesta sacarlo en condiciones normales!). Pego cuatro gritos
para sacudir la galbana y el mareo de la tripulación y dejo al mas tranquilo a la rueda,
indicándole el rumbo mas fácil: 320. Entro al barco y pongo a uno a la bomba de achique y el
resto a sacar el agua a cubos. Mientras tanto voy al lavabo a ver si la válvula del water (esa
bestia negra que hay en todos los yates) era la culpable. No era así, pero de todas maneras
cierro el grifo de fondo. Fui a proa, por ver si el pozo del ancla estaba roto. Tampoco. Los
fregaderos también estaban libres de culpa. La mecha del timón, la bocina,... todo correcto. Le
digo al timonel que se abra de rumbo unos grados mas y levanto la tapa del cofre de estribor y
por fin aparece la causa del desaguisado. El manguito que une el imbornal de la bañera con el
costado está suelto y se ha caído al fondo del cofre, haciendo que el agua del mar, con la fuerte
escora que traíamos, entrara como Pedro por su casa. Coloqué el puñetero manguito en el tubo
de desagüe haciéndolo firme con un cabito, ya que la caja de herramientas estaba bajo el agua.
Puse el motor en marcha, con temor de que no fuera posible ya que el agua casi llegaba a los
bornes de las baterías y así lo mantuve hasta estar atracado.
Mientras tanto la tormenta estaba en pleno apogeo. Relevé al timonel que estaba
muerto de frío. Había salido sin traje de agua ni botas y, como se puede suponer, estaba
empapado. Yo no lo estaba menos, pero con el trajín no lo notaba. Volví a rumbo y, ya sin
inconvenientes, entramos en Mahón a las tres de la mañana del día 29, haciendo buena la frase
que dice que el mejor puerto del Mediterráneo es Junio y Mahón. Nada mas entrar en la bocana
nos quedamos quietos, sin olas ni viento. Nos dirigimos al muelle que estaba abarrotado de
yates, tuviendo que atracar después de la terminal de correos.
Ya amarrados pusimos manos a la obra: achicar toda el agua, sacar todo lo mojado,
colocar el empanetado, retirar la comida de los cofres (meses después aún seguían saliendo
etiquetas de botes, frascos,...). Tuve que cambiar la bomba de agua dulce que no aguantó la
inmersión en agua salada, lo mismo que la lijadora, pero después de enterarnos que el día que
habíamos estado navegando la meteo correspondiente indicaba vientos de 35 a 40 nudos, que
en Ciudadela los barcos habían sido trasladados al fondo del puerto a causa de la marejada,
que en una playa había desaparecido un chiringuito y de ver un maxi casi desarbolado que
entraba en puerto, se puede considerar que hemos escapado con suerte y que la impresión de
que habíamos pasado una tormenta de las de verdad no era exagerada.
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