Hace unos quince años el año 1997, el grupito de jesuitas “curas obreros” decidimosque en nuestra reunión anual de todos los pueblos de España hablaríamos de nuestra espiritualidad y teología, la que realmente teníamos, la que habíamos ido haciendo. Se preparó una pequeña encuesta. Algunos fuimos a la reunión con las respuestas ya escritas y éstas salieron publicadas en el Boletín Misión Obrera. Mi respuesta a las siete u ocho preguntas de la encuesta incluía un recuadro con nueve afirmaciones. Si a la primera decía: “No creo en Dios, en este Dios de mis padres que hemos recibido”, en la última afirmación decía: “Al tercer día no hubo ningún Dios que sacara el cuerpo de Jesús de la fosa común”. Este recuadro no salió publicado, lo cual me confirmó en mi idea de que todo grupo, por pequeño que sea, tiene su propio “Santo Oficio”. Cuando protesté, el responsable de la publicación me dijo que había sido “una cosa de la impresora”. No tuvo más remedio que publicar el recuadro en el número siguiente. Un año más tarde empezaba mi web publicando cada mes uno de los capítulos de mi respuesta y poco tiempo después un grupo francés “chateaba” por Internet discutiendo sobre “le prétendu texte du prétendu jésuite prétendument espagnol”. Bueno, son cosas de hace unos quince años. Ahora, estos días, he estado leyendo un libro de un sacerdote australiano, un tal Michael Morwood. El título del libro es la pregunta “¿Jesús es Dios?”. Es del año 2001. De hecho era una de las preguntas que yo había propuesto para nuestra encuesta: “¿Cómo afirmamos hoy día su divinidad, qué es para nosotros un Dios encarnado, un Dioshecho-hombre-por-nosotros”, preguntas que un compañero quiso rechazar diciendo que eran preguntas que “sólo servirían para que se lucieran los que tenían tiempo para leer libros”. Este sacerdote australiano había tenido la suerte, como algunos teólogos españoles (el último caso sería el de Andrés Torres Queiruga), de encontrar un obispo que le prohibiera uno de sus libros anteriores, cuyo título era muy expresivo: “El católico de mañana: comprender a Dios y a Jesús en el nuevo milenio” Condenado al silencio por su obispo dejó el ministerio sacerdotal el año 1998. La lectura de “¿Jesús es Dios?” me la recomendó un amigo cuando le comenté que pensaba tratar el tema de la “salvación”, obligado un poco para dar una explicación de una de las nueve afirmaciones del recuadro provocativo, la que decía: “que la historia de salvación es un buen montaje fílmico”. El amigo me decía que lo que pensaba hacer ya lo había hecho este ex-sacerdote australiano. El guión de la película era, como todas sabéis, éste: creación por Dios de una pareja humana como último acto de una creación maravillosa, existencia en un paraíso terrenal, caída por el pecado con el cual todos sus descendientes nacían, tensa expectación durante siglos y siglos de un salvador, encarnación de uno de los miembros de la familia trinitaria divina, muerte y resurrección de Jesús y posterior envío del Espíritu Santo… La humanidad estaba salvada. Pero en el nuevo milenio (y mucho antes de que este “nuevo milenio” empezara) el principio del guión ya no era creíble, y si el principio del guión cambiaba, ¿no era necesario cambiar también el final de la película? ¿Para qué una “salvación” si no había habido ni “paraíso terrenal” ni “pecado original” ni transmisión de este pecado a toda la humanidad? ¿De qué éramos salvados? ¿De qué habíamos de ser salvados? ¿Descendió de los cielos “por causa de nuestra salvación” como decimos en el Credo de la misa? ¿Murió Jesús “por nosotros”, “por muchos”, “por todos”? ¿O quizás por ninguno…? Hace unos años, el 2007, el Vaticano quiso introducir un pequeño cambio en la misa: ya no se podría decir que murió “por todos”, se debería decir “por muchos”. Las reacciones a favor y en contra no se hicieron esperar. Yo quise poner paz diciendo que Jewsús no murió ni “por muchos”, ni “por todos”; pura y simplemente murió ajusticiado. Más tarde, algún grupo de sus seguidores, no todos, quisieron dar a esta muerte una significación sacrificial. La sangre de Jesús ¿fue derramada “en remisión de los pecados” como dicen los cánones eucarísticos oficiales. ¿Resucitó Jesús? O mejor dicho, ¿Dios resucitó este Jesús a quien vosotros (los judíos, una de las primeras manifestaciones cristianas antisemitas) crucificasteis? ¿Cómo afirmar la resurrección de Jesús en el nuevo milenio? Lo primero que hemos de hacer –nos dice este sacerdote australiano- es decidir si queremos mantenernos en una antigua concepción del mundo basada en una filosofía dualista (Dios y humanidad bien separados, cielo y tierra bien distanciados, alma y cuerpo bien irreconciliables, vida aquí y otra vida posterior en otra vida, luz y tinieblas en el evangelio de Juan, los benditos del Padre que recibirán el Reino preparado desde la creación del mundo y los malditos enviados al fuego eterno preparada para el diablo y sus ángeles de la parábola del Juicio Final de Mateo, los ricos y los pobres de las bienaventuranzas y malaventuranzas de Lucas, las tres dualidades (judío / griego, esclavo / libre, hombre / mujer) de Pablo, las dos ciudades de san Agustín, iglesia y mundo; o si queremos reflexionar a partir de lo que llaman la “Nueva Narración”: la manera contemporánea de comprender la formación y la enorme magnitud de todo el universo (galaxias, galaxias y galaxias...), la formación de nuestro planeta y el desarrollo de la vida en él. En esta “Nueva Narración”, que no es la que nos alimentado desde pequeños, intentaremos comprender nuestra creencia en el Espíritu Creador de Dios presente y activo siempre y en todo lugar. Podremos seguir creyendo en la resurrección de Jesús Si creemos que todas las personas humanas que vivieron antes de Jesús orientando su corazón al amor murieron en Dios y murieron dentro del misterio de vida más allá de la humana existencia Si afirmamos que Dios siempre ha resucitado –y nunca ha dejado de hacerlo- los seres humanos al misterio de una vida eterna más allá de este presente modo de existencia: el Espíritu Creador de Dios, activo siempre y en todo lugar, ofrece a la gente de todos los lugares y de todos los tiempos la posibilidad de la vida eterna con Dios. Si firmemente creemos que abrirnos al amor es abrirnos al Dios que siempre ama: amor humano y amor divinos van unidos. Si participamos de la convicción de que la “muerte” (la injusticia, la opresión, el pecado) no tiene la última palabra. Sí, Dios resucitó a Jesús, pero él no fue el primero ni el único a hacer posible la vida después de la muerte ni el acceso a la eterna vida con Dios. Nuestra creencia en la resurrección no debería depender de las narraciones evangélicas de la tumba vacía o de estas sorprendentes apariciones, ya sea a una casa con “las puertas cerradas” o en la ribera de un lago cuando el día “ya amanecía”. Estas narraciones evangélicas era una manera de poner “imágenes” a una creencia interior que algunos de los seguidores de Jesús ya tenían. Y digo “algunos”, porque –comoya sabéisno todos los grupos que dependían de Jeús tenían esta creencia en la resurrección de Jesús. Y en el siglo II hay un grupo de pensadores cristianos, a los cuales acostumbramos a agrupar bajo el nombre de los “apologetas”, los defensores de la fe cristiana tanto delante de las autoridades romanas como de las acusaciones y burlas de los paganos. En general, todos ellos, si hacemos excepción de san Justino, poco hablan de la figura humana de Jesús de Nazaret y menos todavía de su muerte y resurrección. Para ellos, la resurrección de Jeús no era uno de los temas centrales de la fe cristiana. Hoy día, para muchos cristianos, el que un cuerpo humano pueda abandonar nuestro palneta e irse a otro lugar es una idea que pertenece al mito y a la fantasía. Al coraje de Pablo de renunciar a la circuncisión para poder afirmar la “recapitulación” de todas las cosas en Cristo (Ef 1, 10) deberíamos responder con el coraje de renunciar a esta “recapitulación de Cristo”. En otras palabras, nos es necesario renunciar al “carácter definitivo y completo de la revelación de Jesucristo”, a la “unicidad y la universalidad salvífica de Jesucristo y de la Iglesia”. Sólo así Jesús de Nazaret podrá seguir entrando en “casas con las puertas cerradas”, ser tocado por los que dudan, participar en un almuerzo de pescadores cuando el día ya amanecía, hacer camino con gente decepcionada… Sólo así Jesús de Nazaret será un “resucitado” (tener algún sentido, tener poder de contagio) en el mundo pluricultural y plurireligioso de hoy día.