demanda que las ciencias pongan ... naturaleza bajo el control del hombre. En la

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Año: 28, Marzo 1986 No. 601
LAS LEYES RESPETABLES
Juan F. Bendfeldt
Lo justo no se deriva de la norma, sino
que la norma nace de lo que creemos
justo. Ese es el principio aplicable a toda ley
emanada del hombre que se pretende que
sirva de guía para la conducta general. Pero,
la palabra «ley» también se utiliza para
describir otros fenómenos; tal el caso de la
Ley de la Gravedad. La historia infantil
cuenta que un día Isaac Newton se sentó
bajo un manzano y que, en base a la
observación
de
una
fruta
que
inexorablemente caía, logró formular la Ley
de la Gravedad.
Lo que muchas veces se olvidan de decir los
maestros es que Newton no inventó la fuerza
de gravedad, ni siquiera inventó la Ley de
Gravedad. El solamente redujo un fenómeno
natura!, preexistente, sobre el que no tenía
ningún control, a una abstracción conceptual
capaz de ser transmitida a otras personas.
Con o sin Newton, con o sin la ley de la
gravedad, los cuerpos caen a la tierra;
siempre lo han hecho y así lo seguirán
haciendo.
Este proceso de formulación de las leyes de
la naturaleza el proceso del descubrimiento
de sus fuerzas es relativamente nuevo para
la humanidad. Hoy en día, sin embargo, se
da por sentado, se espera, y hasta se
demanda que las ciencias pongan la
naturaleza bajo el control del hombre. En la
antigüedad, las ciencias muchas veces
ocultas bajo mitos y brujerías hacían sus
frutos accesibles solamente a unas pocas
personas.
Hoy en día, la tecnología le ha dado al
hombre más ignorante el suficiente
dominio sobre la naturaleza para llegar a
sentirse con poder de control sobre ella.
El desarrollo científico parece cada día
más allá de los límites impuestos por las
leyes naturales . Hace ya rato que el
hombre se rebeló contra la gravedad y logró
volar. Ahora crea condiciones de ingravidez,
como en al Laboratorio Espacial, que no
existen por sí solas en la naturaleza.
Las otras «leyes», las que emanan de los
legisladores y no de los científicos, tenían
su propio proceso de descubrimiento de
las normas de conducta social. Aún antes
de la historia, estas leyes ya eran
reconocidas como algo superior a la razón
o designio del hombre. Nunca hubo un
«método científico» para elaborarlas. Las
culturas que dieron con estas leyes
prosperaron y se multiplicaron, mientras
que otras menos afortunadas se
extinguieron en su ignorancia. La palabra
«ciencia» aplicada al fenómeno social y en
general lo que se conoce hoy día como
«ciencias sociales», tienen que verse como
un error similar al que se comete cuando
atribuimos a Newton la gravedad si
esperamos con ellas controlar la naturaleza
del hombre.
El éxito de los científicos en las ciencias
exactas, y la arrogancia intelectual que éste
ha generalizado ante los fenómenos que
enfrenta el hombre todos los días, ha creado
una gran confusión con respecto a las leyes
de los legisladores sociales. Hoy día parece
bastarles a muchos el que se lance al aire
una idea, se apoye ésta en alguna teoría
tachada de científica, y en base a ella se
formule una «ley». El fin del proceso es la
expectativa de que la sociedad la gente, los
individuos considerados en conjunto ciña su
conducta a la nueva ley. Cuando la gente no
lo hace, se utiliza contra ella la fuerza
pública y la amenaza. Y no me refiero a la
desobediencia de algunos casos aislados que
podrían tildarse de individuos antisociales;
me refiero al caso que se presenta cuando la
generalidad de la gente buena y tranquila no
acata los antojos de los legisladores.
Eso es lo que ocurre cuando los antojos
denominados leyes van en contra de las
leyes naturales. El hombre, dentro del
contexto social,está sujeto al dictado de la
naturaleza antes que a los dictados de sus
congéneres.
Esto, que para unos es una perogrullada, no
es percibido por muchos. Para demostrar su
validez fue que el Rey Canuto llevó a toda
su corte a la playa.
La historia no ha sido benigna con Canuto
Realmente existió; fue uno de los principales
monarcas europeos de la edad media.
Canuto II (Knut) fue rey de Inglaterra y de
Dinamarca simultáneamente y vivió del año
de nuestro señor 994 al 1035. Para muchos
que se han tropezado con su nombre en la
literatura y en la historia no deja de aparecer
como un símbolo de lo absurdo que pueden
llegar a ser las decisiones de los
gobernantes. La historia señala al pobre rey
Canuto II como el loco que promulgó una
ley para regular el movimiento de las mareas
y tratar luego de detenerlas alzando su mano
sobre las olas, claro, en cumplimiento de su
ley. Pero, en honor a la verdad, Canuto
merece una defensa y una segunda
interpretación histórica.
¿Cuántas leyes hay hoy día que resultan tan
absurdas como el intento de legislar sobre
las mareas? ¿Cuántos no utilizan el poder de
la ley para intentar que las personas actúen
en contra de lo que de forma natural harían?
¿No se ha fijado usted que cada vez que se
declara alguna actividad como de interés
social y el Estado se encarga de fomentarla,
la actividad declina? ¿Se ha fijado cómo al
subir el salario mínimo se causa el
desempleo bajando el salario de muchos a
cero? Es obvio que la lección de la historia
de Canuto no ha sido comprendida aún.
Knut debió haber sido un líder muy capaz y
suficientemente sabio para ocupar dos
reinados a la vez. Entre los vikingos el rey
era nominado y electo, por lo que sus
méritos deben haber sido muchos. A pesar
de lo que la historia vulgar nos cuenta de
este pobre difamado gobernante, los mismos
hechos nos hablan, no de su torpeza sino de
su sabiduría. Este rey, en su función de
legislador, sí sabia los limites del poder. Su
edicto sobre las mareas estaba dirigido a dar
una enseñanza a sus súbditos, pero sobre
todo, a su propia corte. ¿Cuántos
gobernantes hay que son rodeados de
expertos sabihondos, que son quienes en
realidad promueven las leyes? ¿Cuántos hay
capaces de ocultar los fracasos de la
aplicación de la ley con excusas sólidamente
fundadas en una teoría oscura? Imagínese
usted a Canuto ordenando a sus policías que
arrestaran al mar, o a los jueces dictando
sentencia no basados en la justicia sino en la
palabra de la ley, o al ministro de
Gobernación explicando cómo el mar no se
había podido capturar pero que se hacían
todos los esfuerzos para lograrlo a corto
plazo, o a los técnicos que proponían
nombrar una comisión para estudiar las
mejores maneras de que se cumpliera la ley
promoviendo la aprobación de más
reglamentos.
Los
cortesanos
no
comprendieron la sabiduría de la Ley de
Canuto. De lo contrario no la veríamos
repetida todos los días, en tantos países.
El primer deber del legislador es saber
sobre qué puede legislar y sobre qué no.
Fue para demostrar este punto que el rey
danés llevó a toda su corte a la orilla del mar
y levantó la mano para hacer cumplir su ley.
Esta confrontación entre el poder público y
las leyes de la naturaleza la ganaron las
mareas. Fueron los cortesanos y no el
gobernante quienes demostraron su ineptitud
para saber la diferencia entre la ley natural y
toda la estructura de derecho que de ella se
deriva y el simple uso y abuso del poder.
En las relaciones sociales tan complejas
que hoy en día existen, y ante la
proliferación de las leyes de los
legisladores, se les da una superior
calidad a las leyes de los hombres por el
sólo hecho de que están escritas en los
códigos y decretos. Mientras tanto, las
verdaderas leyes de las ciencias sociales se
consideran como caprichosas teorías,
meras opiniones, o cuestiones de punto de
vista, a pesar de su eterna validez . Los
tecnicismos y la tozudez notarial del
procedimiento judicial, han hecho olvidar
que no es deseable cultivar el respeto a la
ley tanto como al derecho, a lo que es justo.
Cuando a la letra muerta de los antojos
legislativos se le da todo el peso de la fuerza
pública, la verdad ya no es distinguible.
Ninguna sociedad puede existir en paz si
no impera en algún grado el respeto a las
leyes. Cuando la ley y la moral lo que la
mayoría de personas saben que es lo
correcto se encuentran en abierta
contradicción, el ciudadano más sencillo
se encuentra en la cruel disyuntiva de
perder la noción de lo moral o de perder
el respeto a la ley. Cualquiera de las
alternativas son desgracias tan grandes una
como la otra, y la realidad de tener que
satisfacer nuestras necesidades nos obliga a
elegir. Violar a ley, aún en un acto tan
sencillo como la compra de aceite en el
mercado negro, pone al más buen ciudadano
del lado de la subversión armada. Violar la
moral, al violar la ley, destruye toda su
concepción de la vida pacífica en la
sociedad.
La ley de los legisladores, en este caso, ha
procedido en forma contraria a su propia
finalidad; ha destruido su propia meta; ha
aniquilado la justicia que debía hacer reinar.
Se ha perdido la condición básica para
que haya justicia en la aplicación de la
ley: para que las leyes de los legisladores
sean respetadas deben ser respetables.
«La ley es una hábil mezcla de
costumbresque son beneficiosas a la
sociedad y que serían observadas aún
cuando no hubiera ley, y de otras que son
para el beneficio de una minoría gobernante
a expensas de las masas y que sólo se
pueden hacer cumplir por medio del terror».
1884, P:A: Kropotkin, «Palabras de un
Rebelde».
«Cuanto más corrupto es el Estado,tanto
más numerosas son sus leyes». 100, Tácito,
«Historia».
«Cuanto más leyes, reglamentos y órdenes,
tanto más ladrones, asaltantes y pícaros». c.
500 a.C., Lao Tsze, «El Rey de Tao-Teh».
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