Mercedes Casanegra Escritora e historiadora de arte Buenos Aires, Junio 2008 Transparentes –Evanescentes –Reversibles Escrituras En Buenos Aires, mes de junio de 2008, Ileana Hochmann prepara Linguafalolenguas, el proyecto artístico contemporáneo que presentará en Galería Van Riel en agosto próximo. Ileana es porteña de nacimiento, pero habiendo vivido la mayor parte de su vida en Río de Janeiro, se instaló nuevamente aquí pocos años atrás. Ésta es la primera muestra desde su regreso. Identidad I Una pregunta que sobrevuela la actual producción de Ileana Hochmann es aquella sobre la identidad, que de inmediato solicita un planteo en plural: identidades. La primera enfocaría aquella del objeto artístico, la segunda se orientaría hacia las tradiciones culturales que subyacen a su obra. La artista adhirió a la explosión del objeto artístico tradicional, que perdía su identidad como tal, y que se hizo efectiva de modo más contundente a partir de la segunda mitad de siglo XX. Esta exposición es un ensemble de obras y acciones artísticas de apariencia diversa: grabados sobre papel, acetato, papel de calco, placas, objetos, elementos naturales. Verticalidad, pliegue, despliegue. Arruga, bollo, proceso natural de disecación de una hoja de banano. Horizontalidad y descanso. Todos, de un modo u otro, tocados por el signo de la palabra. En un gráfico sobre el arte del siglo XX publicado por Frederico Morais, crítico brasileño, en los años setenta se planteaba que a la preeminencia de la forma en la tradición occidental, dentro de su desarrollo de aperturas cada vez mayores, se inauguraban tres nuevos estados de arte: el objeto, el concepto y el cuerpo, a partir del inicio de la década del sesenta. Ileana en su propuesta ha apelado a esta triple conjunción. Esa renovación que sacudía la idea de arte se daba en sintonía con la época en que la artista comenzaba su formación como tal en la ciudad brasileña, lugar donde a la vez surgía en el campo de la música el tropicalismo y la bossa nova. De la tríada nombrada la presencia del cuerpo resulta menos evidente a primera vista. Sin embargo, hay una fuerte sensación de que la corporalidad atraviesa la escena de estas obras. Tal vez, aquella se menea invisible en la sutil danza de “los colgados”, por ejemplo. “Duchamp nos ha mostrado que todas las artes, sin excluir a la de los ojos, nacen y terminan en una zona invisible”,(1) y éste enunciado de Octavio Paz no sólo responde en parte a esta cuestión, sino que da una clave sobre el clima y el sentido de esta exposición. Al interpretar aquel proceso de desmaterialización de la forma, Morais agregaba que el objeto artístico tradicional (pintura, escultura, grabado, dibujo) había dejado de serlo para transformarse en puro evento, en arte como actividad y que la forma se desarrollaba entonces a semejanza de los organismos vivos. La atmósfera estaba impregnada del “experimentalismo de origen neoconcreto basado en la noción de proceso”(2), e Ileana lo captó tempranamente. El “arte ambiental” como llamó Oiticica a sus Parangolés conformaban una “vivencia total” centrada en el cuerpo humano. Convocaban a un proceso de transmutación expresivo-corporal. Identidad II (Crisol de tradiciones) “Yo te veo desde Buenos Aires”, Mercedes Casanegra en el taller de Ileana Hochmann, 2008. Así como apelamos a la del arte occidental, hay otras tradiciones que están imbricadas en la memoria individual de Ileana. Ella lleva consigo una historia de emigración e inmigración: su origen ruso judío, sus abuelos en la Argentina, sus padres que se establecieron en Río. Por siglos la tradición occidental continuó el relato de ilustración de la iconografía cristiana. La tradición judía en la prohibición de representar a Dios fundó la expresión de su credo a través de la palabra escrita y hablada. Tal vez, a través de captar la facilidad de acarrear la palabra escrita en cualquier equipaje liviano, o de saberlo a su abuelo profesor venido de Odessa a Entre Ríos, escribiendo libros a mano, Ileana optó por el dibujo y el grabado, que tienen en común la línea. Tuvo el mismo maestro de dibujo que Hélio en pintura: Ivan Serpa. Muchas de las obras poseen huellas de escritura, legibles, ilegibles, rastros de una antigua carta familiar que marcó su historia. En Brasil, Mira Schendel y sus líneas imperceptibles, mucho después, León Ferrari y sus escrituras en la Argentina. Luego, llegó a ella el contacto y la inspiración de la cultura brasileña, que fue capaz de generar artistas como Lygia Clark y Helio Oiticica, neoconcretos que después de haber sido fieles a la forma, abstracta pero formal al fin, su sensibilidad les hizo trocar las obras fijas por dispositivos diseñados para aliviar los malestares del alma o para danzar –los Parangolés-, respectivamente, como modo de centrarse en el ser brasileño de la manera más concordante. Hacia un éxtasis cotidiano La cinta de Moebius (3)ha sido el detonante creativo de Ileana. Reversible, afuera-adentro, transformadora: conversión de climas que se deslizan hacia todo el proyecto, que posee, además, un temple de materialidad evanescente. Complementariedad de tradiciones, renovación de lenguajes. Aquello invisible referido por Paz, en este caso, vislumbra el soplo vital, su vigor innombrable, que desde la idiosincrasia argentina sentimos vibrar en la cosmovisión de Brasil y en la obra de Ileana Hochmann. (1) Octavio Paz, Apariencia desnuda-La obra de Marcel Duchamp, (México: Ed.Era, 1979) p.17 (2) Fernando Cocchiarale-Viviane Matesco, “Sobre o Corpo na Arte Contemporânea Brasileira” en Corpo, São Paulo, Itaú cultural, 2005, p.15. (3) La artista tomó contacto por primera vez con la cinta de Moebius a través del teórico de arte Luiz Carlos G. Miranda. Reynaldo Roels Jr. Crítico de Arte y Curador del Museo de Arte Moderno. Rio de Janeiro, Marzo de 2006 Boarding Pass Siendo trabajos descriptos como serigrafías, las obras de Ileana Hochmann pueden provocar cierta sorpresa en el espectador. Transparencias suspendidas, papeles en relieve (simplemente arrugados y/o rasgados), ladrillos, pinzas y lupas: son algunos de los elementos que constituyen el repertorio referido a la técnica serigráfica. Una serigrafía que no parece serigrafía, o que por lo menos sólo lo es como recurso inicial y no como recurso final: técnica que desaparece como tal, técnica que solo existe para que tomemos conocimiento de ella. Con seguridad, el objetivo último de toda técnica, pero del cual habitualmente nos olvidamos. Primeramente, alumna en las clases de Dionisio del Santo y de Evany Cardoso en la Escuela de Artes Visuales y enseguida profesora en el mismo lugar. Significativamente, uno de sus cursos se llamó “Serigrafía: Nuevos Abordajes”. Sus proyectos de uso (nótese, de uso) de la técnica va más allá de la misma: incidentalmente, el título de la muestra sería “Nada es lo que parece ser”, subsecuentemente eliminado. Mucho de la exposición depende también de material autobiográfico (especialmente una carta de su familia). Este material, una vez identificado, es responsable por un cierto “clima” a ser percibido (vivido) por el espectador. Más allá de esta percepción inicial, permanecen prioritarios otros elementos, prioritarios y no siempre del orden exclusivamente formal que construyen el discurso de la artista. Más materia prima (el medio) que producto acabado (el fin) la biografía sirve en este caso apenas como detonador del proceso de solución de problemas y una vez detonado este proceso, la biografía, como la serigrafía, también se torna secundaria, absorbida por el trabajo y no más reconocible o identificable en él. La propia utilización – conspicua- del escrito (que tiene origen en la biografía pero que es independiente de ella ya que, en principio, no conocemos esa biografía) ayuda a establecer el clima. Los ladrillos (recogidos en escombros - ¿de la vida?) se juntan a los fragmentos de papel y transforman el conjunto en una situación tanto a ser vivida como a ser vista. Esto queda claro en el cuidado con el montaje de la exposición: en que pese a la densidad de cada una de las obras, la exposición parece, antes, una instalación (mírese arriba el título inicialmente pretendido…), obligando al espectador a ver cada trabajo de una y no de otra manera, impidiendo lecturas muy distantes de sus propósitos originales pero al mismo tiempo instaurando la lectura de cada obra como si fuese un enigma. Todo opera como girando en torno de un juego de espejos. Cada indicio que apunte para una dirección al fin se revela falso; todos los caminos se confunden; lo que parecería ser la salida revela ser un obstáculo; y el espectador es confrontado con el dilema de, a todo momento, reconocer que lo que él tomó como una pista es en realidad una ilusión. Él está forzado a un recomenzar permanente. Un poco como en la vida. También un poco como en el arte (que lo digan los artistas). Bajo riesgo de saber que nunca habrá una solución definitiva, pero que no podemos abandonar la búsqueda.