De la Cruz al cielo

Anuncio
directamente de la cruz al cielo, y por esta misma razón
cualquier otro pecador, como tú o yo, puede pasar
directamente de la tierra a la gloria, cuando llegare la hora
final de nuestra vida aquí. Pero, ¿qué fue la condición por
la cual aquel ladrón moribundo consiguiera tan grande
beneficio? ¿Por ser un "buen" ladrón? De ninguna
manera, pues él mismo reconoció su propia maldad y falta
de mérito, cuando reprendió a su compañero criminal a
quien dijo: “Ni aun tú temes a Dios, estando en la misma
condenación, y nosotros a la verdad, justamente
padecemos, porque recibimos lo que merecieron nuestros
hechos”. Estas palabras revelan su arrepentimiento, y
luego su petición. “Acuérdate de mí cuando vinieres en tu
reino” revela su fe en el Salvador. “Arrepentimiento para
con Dios y la fe en nuestro Señor Jesucristo” son las
únicas condiciones necesarias para que Dios perdone al
pecador. Todo aquel que sinceramente se arrepiente de su
pecado, y confía de corazón en el Señor Jesucristo para la
salvación de su alma, recibe al instante, sin dinero y sin
obras, la vida eterna, y sabe entonces que el día de su
muerte será el día de su entrada en el cielo, pues así nos
enseña la palabra de Dios.
Iglesia Cristiana Evangélica
directamente de la cruz al cielo, y por esta misma razón
cualquier otro pecador, como tú o yo, puede pasar
directamente de la tierra a la gloria, cuando llegare la hora
final de nuestra vida aquí. Pero, ¿qué fue la condición por
la cual aquel ladrón moribundo consiguiera tan grande
beneficio? ¿Por ser un "buen" ladrón? De ninguna
manera, pues él mismo reconoció su propia maldad y falta
de mérito, cuando reprendió a su compañero criminal a
quien dijo: “Ni aun tú temes a Dios, estando en la misma
condenación, y nosotros a la verdad, justamente
padecemos, porque recibimos lo que merecieron nuestros
hechos”. Estas palabras revelan su arrepentimiento, y
luego su petición. “Acuérdate de mí cuando vinieres en tu
reino” revela su fe en el Salvador. “Arrepentimiento para
con Dios y la fe en nuestro Señor Jesucristo” son las
únicas condiciones necesarias para que Dios perdone al
pecador. Todo aquel que sinceramente se arrepiente de su
pecado, y confía de corazón en el Señor Jesucristo para la
salvación de su alma, recibe al instante, sin dinero y sin
obras, la vida eterna, y sabe entonces que el día de su
muerte será el día de su entrada en el cielo, pues así nos
enseña la palabra de Dios.
Iglesia Cristiana Evangélica
De La
Cruz
Al
Cielo
¿Quién no conoce la historia del así llamado, "Buen
Ladrón"? En verdad ningún ladrón puede ser bueno, y
ciertamente aquel ladrón no lo era, pues la Biblia lo llama
un malhechor. Y por ser un malhechor, un ladrón, un
criminal, el hombre, juntamente con otro de la misma laya
fue, condenado a sufrir el terrible suplicio de la
crucifixión.
En medio de los dos malhechores otro Hombre
pendía de una cruz, pero este otro era un hombre muy
distinto a aquéllos. La Biblia dice que era "santo, inocente,
limpio y apartado de los pecadores", un Hombre justo que
ningún mal hizo. ¿Quién era este Hombre que sufría allí
injustamente? Pues bien, era el Señor Jesucristo, el mismo
Hijo de Dios, enviado del cielo para salvar a los pecadores.
Alrededor de las cruces se hallaba una gran muchedumbre
de personas que a voz en cuello vociferaba insultos y
burlas. Pero ¡cosa extraña!, los insultos no se dirigían a
aquellos ladrones merecedores de su desprecio, sino al
Hombre que ningún mal había hecho. Pero, de repente, en
medio de los gritos de odio que profería la turba
desenfrenada, se oyó una voz suplicante diciendo:
Acuérdate de mí, cuando vinieres en tu reino". Fue la voz"
del "buen" ladrón, la petición que
De La
Cruz
Al
Cielo
¿Quién no conoce la historia del así llamado, "Buen
Ladrón"? En verdad ningún ladrón puede ser bueno, y
ciertamente aquel ladrón no lo era, pues la Biblia lo llama
un malhechor. Y por ser un malhechor, un ladrón, un
criminal, el hombre, juntamente con otro de la misma laya
fue, condenado a sufrir el terrible suplicio de la
crucifixión.
En medio de los dos malhechores otro Hombre
pendía de una cruz, pero este otro era un hombre muy
distinto a aquéllos. La Biblia dice que era "santo, inocente,
limpio y apartado de los pecadores", un Hombre justo que
ningún mal hizo. ¿Quién era este Hombre que sufría allí
injustamente? Pues bien, era el Señor Jesucristo, el mismo
Hijo de Dios, enviado del cielo para salvar a los pecadores.
Alrededor de las cruces se hallaba una gran muchedumbre
de personas que a voz en cuello vociferaba insultos y
burlas. Pero ¡cosa extraña!, los insultos no se dirigían a
aquellos ladrones merecedores de su desprecio, sino al
Hombre que ningún mal había hecho. Pero, de repente, en
medio de los gritos de odio que profería la turba
desenfrenada, se oyó una voz suplicante diciendo:
Acuérdate de mí, cuando vinieres en tu reino". Fue la voz"
del "buen" ladrón, la petición que
aquel moribundo dirigía al Señor.
¡Cuán grata fue la contestación que de inmediato
recibió del Señor! "De cierto te digo, que HOY estarás
conmigo en el paraíso". Y si el mismo Hijo de Dios, el
Rey de la Gloria, le diera esta promesa tan positiva, luego
no cabe duda que el alma de aquel ladrón pasara de la cruz
al mismo cielo en aquel mismo día.
¡Oh qué maravilla! Aquel criminal que había llevado
una vida de pecado y de crimen, y que había sufrido la
bien merecida pena de su maldad, fue trasladado
inmediatamente de la cruz al cielo. Clavado en aquel
madero, ninguna buena obra podría efectuar para lograr la
salvación de su alma, ningún mérito podría granjear para
obtener el perdón de sus pecados, y ciertamente ningún
dinero podría pagar para conseguir tan grande felicidad,
no obstante todo esto, pasó “de la cruz al cielo”.
Sí, aquel ladrón fue al cielo, a aquel bendito lugar
donde no hay pecado, ni dolor, ni tristeza, ni lágrimas, ni
muerte; entró en aquel país de eterna luz donde no hay
más noche, y donde el sol divino brilla sin cesar sobre un
paisaje risueño, donde no se ve ni cárcel, ni hospital, ni
manicomio, ni cementerio, pues es la" patria celestial,
donde todos los habitantes pueden decir: “Soy santo, soy
feliz, soy SALVO”, y cantar alegres las alabanzas de su
Salvador.
Créalo o no, estimado lector, aquel ladrón salvado
no tuvo que transitar por algún camino oscuro y largo
entre la cruz y el cielo, no tuvo que pasar por un período
prolongado de penoso sufrimiento antes de alcanzar la
felicidad del hogar eterno.
No cabe duda al respecto, pues el mismo Rey del
Cielo le había dicho: “De cierto te digo, que HOY estarás
conmigo en el paraíso”. “De cierto”, ¡qué
seguridad! “Que HOY” ¡qué pronto! “Estarás conmigo”,
¡qué compañía! “En el paraíso”, ¡qué morada! Esta
promesa categórica, clara y reconfortante del Salvador
debe bastar para despejar duda acerca del paso directo del
alma desde la tierra hasta el cielo. El que no lo cree, echa
en duda la veracidad del Hijo de Dios.
Basándonos sobre la palabra veraz del mismo Señor
Jesucristo, podemos afirmar que tú lector, así como aquel
ladrón pasó de la tierra al cielo, de esta vida de pecado a la
otra de perfección eterna, sin ningún intervalo de
angustioso penar, puedes también tener la misma
certidumbre que cuando llegares a morir partirás de la
tierra y entrarás inmediatamente en el cielo, ausentándote
del cuerpo para estar presente con el Señor. Oye lo que
Cristo dice; “De cierto, de cierto os digo, el que oye mi
palabra, y cree al que me ha enviado, TIENE VIDA
ETERNA; y no vendrá a condenación, mas pasó de
muerte a vida” (Evangelio según San Juan, capítulo 5,
versículo 24). Cuando Cristo dice “De cierto”, es porque
lo que dice ES CIERTO, y cuando dice dos veces “De
cierto, de cierto os digo”, es porque nos da su palabra de
honor tocante a la veracidad de lo que afirma o promete.
Nuestra salvación no depende de nuestras obras, o
nuestros sacrificios, o nuestros sufrimientos, ella depende
únicamente de la obra, del sacrificio y del sufrimiento de
Jesús, Señor nuestro. Las Sagradas Escrituras dicen que
Cristo “herido fue por nuestras rebeliones, molido por
nuestros pecados, el castigo de nuestra paz sobre él, y por
su llaga fuimos nosotros curados” (Isaías cap. 53, vers. 5).
Por lo mismo el apóstol San Pedro dice: “Cristo padeció
una vez por los pecados, el Justo por los injustos, para
llevarnos a Dios Por esta razón es que aquel ladrón pudo
pasar”
aquel moribundo dirigía al Señor.
¡Cuán grata fue la contestación que de inmediato
recibió del Señor! "De cierto te digo, que HOY estarás
conmigo en el paraíso". Y si el mismo Hijo de Dios, el
Rey de la Gloria, le diera esta promesa tan positiva, luego
no cabe duda que el alma de aquel ladrón pasara de la cruz
al mismo cielo en aquel mismo día.
¡Oh qué maravilla! Aquel criminal que había llevado
una vida de pecado y de crimen, y que había sufrido la
bien merecida pena de su maldad, fue trasladado
inmediatamente de la cruz al cielo. Clavado en aquel
madero, ninguna buena obra podría efectuar para lograr la
salvación de su alma, ningún mérito podría granjear para
obtener el perdón de sus pecados, y ciertamente ningún
dinero podría pagar para conseguir tan grande felicidad,
no obstante todo esto, pasó “de la cruz al cielo”.
Sí, aquel ladrón fue al cielo, a aquel bendito lugar
donde no hay pecado, ni dolor, ni tristeza, ni lágrimas, ni
muerte; entró en aquel país de eterna luz donde no hay
más noche, y donde el sol divino brilla sin cesar sobre un
paisaje risueño, donde no se ve ni cárcel, ni hospital, ni
manicomio, ni cementerio, pues es la" patria celestial,
donde todos los habitantes pueden decir: “Soy santo, soy
feliz, soy SALVO”, y cantar alegres las alabanzas de su
Salvador.
Créalo o no, estimado lector, aquel ladrón salvado
no tuvo que transitar por algún camino oscuro y largo
entre la cruz y el cielo, no tuvo que pasar por un período
prolongado de penoso sufrimiento antes de alcanzar la
felicidad del hogar eterno.
No cabe duda al respecto, pues el mismo Rey del
Cielo le había dicho: “De cierto te digo, que HOY estarás
conmigo en el paraíso”. “De cierto”, ¡qué
seguridad! “Que HOY” ¡qué pronto! “Estarás conmigo”,
¡qué compañía! “En el paraíso”, ¡qué morada! Esta
promesa categórica, clara y reconfortante del Salvador
debe bastar para despejar duda acerca del paso directo del
alma desde la tierra hasta el cielo. El que no lo cree, echa
en duda la veracidad del Hijo de Dios.
Basándonos sobre la palabra veraz del mismo Señor
Jesucristo, podemos afirmar que tú lector, así como aquel
ladrón pasó de la tierra al cielo, de esta vida de pecado a la
otra de perfección eterna, sin ningún intervalo de
angustioso penar, puedes también tener la misma
certidumbre que cuando llegares a morir partirás de la
tierra y entrarás inmediatamente en el cielo, ausentándote
del cuerpo para estar presente con el Señor. Oye lo que
Cristo dice; “De cierto, de cierto os digo, el que oye mi
palabra, y cree al que me ha enviado, TIENE VIDA
ETERNA; y no vendrá a condenación, mas pasó de
muerte a vida” (Evangelio según San Juan, capítulo 5,
versículo 24). Cuando Cristo dice “De cierto”, es porque
lo que dice ES CIERTO, y cuando dice dos veces “De
cierto, de cierto os digo”, es porque nos da su palabra de
honor tocante a la veracidad de lo que afirma o promete.
Nuestra salvación no depende de nuestras obras, o
nuestros sacrificios, o nuestros sufrimientos, ella depende
únicamente de la obra, del sacrificio y del sufrimiento de
Jesús, Señor nuestro. Las Sagradas Escrituras dicen que
Cristo “herido fue por nuestras rebeliones, molido por
nuestros pecados, el castigo de nuestra paz sobre él, y por
su llaga fuimos nosotros curados” (Isaías cap. 53, vers. 5).
Por lo mismo el apóstol San Pedro dice: “Cristo padeció
una vez por los pecados, el Justo por los injustos, para
llevarnos a Dios Por esta razón es que aquel ladrón pudo
pasar”
Documentos relacionados
Descargar