VIVIR EN EL CIELO Juan del Carmelo* Es la sexta vez, desde hace más treinta meses que llevo publicando, las más o menos 490 glosas ya escritas…, en la que me ocupo nuevamente del tema del cielo. Y es que considero que este tema a todos nos interesa, pues el ser humano es sobretodo un ser curioso, que siempre tiene ansias de conocimiento. Pero sobretodo, este tema de querer conocer la vida en el cielo que nos espera, tiene una virtud esencial, que no todos los temas espirituales la tienen, y es que fomenta en nuestra alma la virtud de la Esperanza, esa básica virtud, situada entre la fe y la caridad o amor sobrenatural que recibimos del Señor. Y de las tres virtudes esenciales para el desarrollo de nuestra vida espiritual, precisamente es la Esperanza a la que menos atención se le presta. Este tema del cielo, está encuadrado en la disciplina de la escatología, es decir, según del DRAE la escatología es el: “Conjunto de creencias y doctrinas referentes a la vida de ultratumba”. Desde luego que esta no es una definición, ni muy católica, ni muy teológica, ni muy alegre, hablándonos de la “ultratumba”, pero es lo que tenemos y para lo que queremos, nos vale. En materia de escatología la revelación divina es muy escasa, pero algo podemos deducir de ella y hacernos una ligera idea. También antiguamente a esta parte de la teología, se la denominaba o se hacia referencia a ella como las postrimerías del hombre. Para formarnos una idea, de lo que es el cielo, hay que tener en cuenta y desechar, una serie de pretendidas revelaciones privadas, que circulan en internet y que no están avaladas por la Iglesia. Algunas de estas, se ponen ellas solas en duda, al dar la imagen de un cielo, más basado en el orden material que en espiritual. Cierto es que en el Apocalipsis, se emplean en las descripciones que se hacen, una serie de figuras y expresiones materiales, como es por ejemplo, el lago de azufre, el trono del Señor rodeado de los venerables ancianos, el rollo que nadie puede romper sus sellos, hasta que llega el cordero, las trompetas, la nueva Jerusalén y su descripción material, pero todas estas manifestaciones de materialidad, son desde luego y expresan una gran simbología. Hemos de pensar que San Juan, para ser comprendido su pensamiento y las revelaciones que recibió, hubo de apoyarse en simbolismos materiales, más comprensibles para personas terriblemente materializadas, como somos todos nosotros. En el Apocalipsis, se nos representa a Dios sentado en su trono y rodeado de una corte de seres santificados, por la fuerza de su amor. Pero hemos de considerar, que para nuestra mayor comprensión, reiteradamente se emplean expresiones materiales, como “sentado a la derecha de Dios” y otras de este orden. Pero el valor de todas estas descripciones apocalípticas, no está en la materialidad que ellas expresan, sino en su espiritualidad expresada por medios materiales como elementos simbológicos. En relación a la interpretación de todos los textos de las Sagradas escrituras, es muy importante la encíclica “Divino Afflante Spíritu” de Pio XII, que claramente nos resuelve todos los problemas, que en la interpretación de las Sagradas escrituras se nos puedan plantear. Somos muchos a los que nos gustaría saber, ¿como será la vida en el cielo? En sí esta pregunta presupone un contrasentido, pues el concepto vida requiere la existencia del concepto tiempo, y este en el cielo no existe. No existe vida sino que existe algo que no podemos imaginarnos, porque nadie en este mundo lo ha vivido y que se llama eternidad. Pero de todas formas, quien más y quien menos, ha especulado en su mente acerca de cómo será la vida allí o mejor dicho la eternidad de allá arriba y más o menos, todos nos hemos construido imaginativamente una idea acerca de este tema. Ajustándonos a los textos sagrados podemos leer en el Catecismo de la Iglesia católica diversos parágrafos, que nos hablan de la vida en el cielo. Así el parágrafo 1025, nos dice que “Vivir en el cielo es "estar con Cristo" (cf. Jn 14,3; Flp 1,23; 1 Ts 4,17). Los elegidos viven "en El", aún más, tienen allí, o mejor, encuentran allí su verdadera identidad, su propio nombre (cf. Ap 2,17): Pues la vida es estar con Cristo; donde está Cristo, allí está la vida, allí está el reino (San Ambrosio, Luz. 10,121)”. Vivir en el cielo, es llegar a ser partícipes de las palabras del Señor cuando nos dijo: “Y todo el que dejare hermanos o hermanas, o padre o madre, o hijos o campos, por amor a mi nombre, recibirá el céntuplo y heredara la vida eterna. Y muchos primeros serán los postreros, y los postreros, primeros” (Mt 19,29-30). Y recibir el céntuplo por uno y heredad la vida eterna es ser partícipes de los bienes que mencionan las palabras del apóstol San Pablo cuando nos dejó dicho: “Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni la mente del hombre, pudo imaginar, cuales cosas tiene Dios preparadas para los que le aman”. (1Co 2,9). Pero estas manifestaciones de lo que recibiremos en el cielo, más bien tienen un carácter material y lo esencial es lo espiritual. Y en este sentido lo importante es la contemplación del Rostro de Dios, por cuya visión tantos santos y contemplativos han soñado alcanzar. Fue el deseo de Elías en el Horeb, cuando trato de encontrar al Señor, primero en el viento, después en el fuego, más tarde en el terremoto, y allí no estaba Dios, sino en la suave brisa que llegó al final, es decir, lo encontró en la paz de su corazón. La contemplación del rostro de Dios, será el mayor gozo que podamos recibir, pues será un gozo de carácter espiritual. El Señor nos dejó dicho: “Guardaos de menospreciar a uno de estos pequeños; porque yo os digo que sus ángeles, en los cielos, ven continuamente el rostro de mi Padre que está en los cielos”. (Mt 18,10). Ahora en esta vida eminentemente material, en la que nuestro cuerpo, con más o menos fuerza esclaviza nuestra alma, se nos hace muy difícil comprender, cuáles serán los goces de la vida eterna, pues todas nuestras miradas son empleando los ojos materiales de nuestro cuerpo y no con los espirituales de nuestras almas, que casi todo el mundo los tenemos atrofiados. Todo lo miramos y lo tratamos de comprender a través de parámetros materiales y con sujeción al dogal del tiempo que tenemos puesto. Es por ello que se nos haga muy difícil el goce de la contemplación eterna del rostro del Señor y estar plenamente integrados en la glorificación y en el amor de la Santísima trinidad. En el cielo la vida no discurrirá en el tiempo, allí el tiempo no existe siempre se está en un eterno presente, desde el que se alcanza a ver todo futuro o pasado que pueda existir. Todo es y se desarrolla en el mundo del espíritu no en el de la materia, pues inclusive nuestros cuerpos resucitados serán, lógicamente para el que llegue a alcanzar este estado llegando al cielo, cuerpos glorificados cuya materialidad no sabemos si puede existir, ya que por ejemplo dentro de las cuatro características que irradian un cuerpo glorificado: claridad, impasibilidad, sutileza y agilidad. Y ellas les permiten, por ejemplo, atravesar muros y paredes, cosa que un cuerpo material es imposible que haga. La escatología tradicional, ha distinguido siempre entre un cielo esencial y otro accidental. El primero es el realmente importante puesto que es, la contemplación permanente del Rostro de Dios y el encontrase uno integrado en el amor, en la Luz y en la glorificación divina. El segundo el accidental puede que dada nuestra materialidad lo comprendamos mejor y más nos apetezca ahora, pues resumidamente será el obtener todo aquello que en esta vida, no hemos logrado obtener. Sobre este tema, Fdz. Carvajal escribe: “Además de la felicidad esencial de la visión beatífica, los justos gozarán de una bienaventuranza accidental, procedente del natural conocimiento y amor de los bienes creados: por la compañía de Jesucristo, la Virgen Santísima, de los Ángeles y de los Santos; por el bien realizado en este mundo; por la belleza y esplendor con que son vestidos en la gloria; las aureolas; después del juicio universal, por la posesión del propio cuerpo resucitado y glorioso. Es doctrina católica que la gloria esencial es inmutable. En cambio la felicidad o gloria accidental aumenta hasta el día del Juicio universal: por la resurrección del cuerpo, y por el conocimiento de nuevos hechos gozosos, por ejemplo, por el incremento y santificación de la Iglesia militante, e incremento de la Iglesia triunfante” Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga. Juan del Carmelo no es quien dice ser. O mejor dicho, es quien es, pero prefiere presentarse en su alter ego Juan del Carmelo que no es más que un seglar que, a finales de los años 80, experimentó la llamada de Dios y se vinculó al Carmelo Teresiano. Ha publicado libros de espiritualidad como «Mosaico espiritual», «Santidad en el Pontificado», o «En las manos de Dios» Como lo cortés no quita lo valiente es, además, un empresario de éxito. Y nos acompaña, con sencillez y hondura, desde «El blog de Juan del Carmelo». http://www.religionenlibertad.com/articulo.asp?idarticulo=20088 Otras glosas o libros del autor relacionados con este tema. - Libro. DEL SUFRIMIENTO A LA FELICIDAD.- www.readontime.com/isbn=8460999858 - Libro. CONVERSACIONES CON MI ÁNGEL.- www.readontime.com/isbn=9788461179190 - Libro. DEL MÁS ACÁ AL MÁS ALLÁ.- www.readontime.com/isbn=9788461154913 - ¿Qué es el cielo? Glosa del 16-10-09 - Imaginar el cielo. Glosa del15-03-10 - Creados para la eternidad. Glosa del 21-03-11 - Más allá de esta vida. Glosa del 21-07-11 - Limitaciones que tiene el cielo. Glosa del 13-09-11