TEMA 12.- La narrativa hispanoamericana de la segunda mitad del siglo XX. 1. La nueva novela hispanoamericana: En los años 40 y 50 se experimentan nuevas formas de narrar que se apartan de las tendencias realistas y costumbristas de la primera mitad del siglo. Este cambio coincide con una época de profundas transformaciones en la vida social del continente, con un espectacular crecimiento de las grandes ciudades y una realidad que cada vez está más lejos del mundo rural poscolonial del siglo XIX. A partir de la década de los sesenta, los países americanos entraron en una nueva etapa de inestabilidad política y social con el triunfo de los movimientos revolucionarios en distintos países y que posteriormente, con ayuda de Estados Unidos, desembocaron, en muchos casos, en dictaduras. Características: 1. Ruptura con el realismo tradicional, al incluir elementos míticos, legendarios, mágicos, fantásticos... que forman parte de lo real desde el momento que una colectividad cree en ellos y, por tanto, operan habitualmente en la vida cotidiana de las gentes. Es la línea marcada por el realismo mágico o, como prefiere Alejo Carpentier, lo real maravilloso. América se identifica con una realidad mágica, maravillosa, muy distinta a la agotada realidad europea, siendo, incluso, el paraíso perdido de los occidentales. 2. Planteamiento de los grandes problemas existenciales del ser humano: búsqueda de la propia identidad, la soledad... 3. Metaliteratura. La preocupación por problemas relacionados con la creación literaria, la experimentación formal, la literatura como juego, los nuevos planteamientos en la relación autor-lector-obra (creación de un lector activo) son abordados en algunas novelas de Cortázar, Borges... 4. Innovaciones técnicas, deudoras, en gran medida, de los grandes renovadores de la novela de principios de siglo (Joyce, Kafka, Proust…) : el narrador omnisciente, aunque no se abandona definitivamente, deja paso al narrador protagonista, personaje o testigo, o se usa una perspectiva múltiple, uso del “monólogo interior del fluir de la conciencia”; la linealidad temporal se rompe mediante recursos como la intercalación de historias paralelas al mismo tiempo (contrapunto), analepsis o prolepsis. Les preocupa la elaboración sintáctica, el ritmo de la prosa, el poder de sugerencia de las imágenes..., llegando en muchos casos a un barroquismo de la frase (patente, por ejemplo, en El siglo de las luces de Alejo Carpentier). Tendencias: 1. Narrativa metafísica, preocupada por los problemas transcendentales. El argentino Jorge Luis Borges, p. ej. aborda temas como la inmortalidad, el infinito o el conocimiento en El Aleph (1949). 2. Narrativa existencial, donde se reflexiona sobre la condición humana (preocupación constante de la cultura occidental del siglo XX, acentuada durante los años cuarenta y cincuenta tras la experiencia de la Segunda Guerra Mundial), cuenta con dos importantes representantes: el uruguayo Juan Carlos Onetti (visión pesimista de la existencia) y el argentino Ernesto Sábato: en El túnel (1948), nos cuenta una historia de amor y locura, en la que se ponen de manifiesto la incomunicación y la angustia vital; Sobre héroes y tumbas(1961), tiene como tema central la frustración causada por la infelicidad cotidiana, por el fracaso de los ideales, por la hipocresía de la sociedad, por la corrupción y ,sobre todo, porque el individuo se siente incapaz de luchar contra ello. 3. Realismo mágico o lo real maravilloso. Lo extraordinario se mezcla con lo normal y cotidiano; de este modo, las narraciones siguen manteniendo un tono y una trama verosímil. Los nombres más significativos de esta nueva corriente son: Miguel Ángel Asturias (Guatemala). En su obra convive la América ‘maravillosa’, la denuncia social y las formas literarias vanguardistas. Señor Presidente (1946) es uno de los principales ejemplos de ‘novela de dictador’. Alejo Carpentier (Cuba). En 1949 publica El reino de este mundo, en cuyo prólogo explica su teoría de lo real maravilloso (“el escritor no tiene necesidad de crear mundos mágicos, ya que la propia realidad hispanoamericana es mágica, maravillosa, llena de excesos y contrastes”). La novela relata la sublevación de la población de raza negra ocurrida realmente en Haití y dirigida por Mackandal, personaje con poderes mágicos que se vale del veneno como arma contra los blancos; en Los pasos perdidos narra un viaje físico, espiritual y cultural de un músico hastiado de la civilización occidental por tierras de Hispanoamérica: en la selva amazónica encuentra un mundo primigenio y la inspiración creadora. Juan Rulfo. Su obra maestra es Pedro Páramo (1955), obra que representa la culminación de la llamada novela de la revolución mexicana. Lo más llamativo de la novela reside en el “tratamiento del tiempo” y en los recursos estilísticos: monólogos interiores, cambios repentinos de perspectiva narrativa... La historia gira en torno a un personaje, Pedro Páramo, muerto ya en el tiempo del relato, en cuya busca, por la desolada región de Comala, va su hijo Juan Preciado, también muerto. Así, las conversaciones que escuchamos no son más que diálogos de los muertos en sus tumbas. “Comala es un pueblo abandonado y maldito, real e irreal al mismo tiempo”, mundo en el que reina la violencia, la destrucción y la muerte. 2. El “boom” de la novela hispanoamericana Durante los años sesenta se produce la gran difusión internacional de la narrativa hispanoamericana. Se habló por ello del ‘boom’ de la novela hispanoamericana. Quizás la presencia en Europa de muchos de los escritores hispanos (Vargas Llosa, García Márquez, Cortázar...), en exilio voluntario o forzoso, explique el interés del público. En realidad, la renovación se había producido ya en las décadas anteriores. En estos años no sólo aparecen nuevos y valiosos novelistas, sino que muchos de los que ya venían publicando desde tiempo atrás escriben algunas de sus obras más significativas. Los nombres más significativos del “boom” de la narrativa hispanoamericana son: Julio Cortázar (Argentina): Además de colecciones de cuentos (Historias de Cronopios y de Famas), destaca su novela Rayuela, estructurada como una especie de collage narrativo que permite ser leído de forma convencional o salteando los capítulos, como una metáfora literaria de la fragmentación y el caos del mundo bajo un orden superficial y aparente. Augusto Roa Bastos. Sus obras giran en torno a la realidad de su país, Paraguay. Su obra más importante es Yo el Supremo (1974),- otra novela de dictador- que relata la historia del doctor Francia, que gobernó su país durante medio siglo. La novela muestra el aspecto maléfico del poder que llevó a un admirador de los ilustrados a convertirse en un dictador. Gabriel García Márquez (Colombia) , que en 1967 publica Cien años de soledad, novela que lleva a su total madurez el “realismo mágico”. La novela cuenta la saga de la familia Buendía en Macondo, lugar imaginario donde se unen lo mítico y lo histórico; constituye una alegoría de la historia de Hispanoamérica y del mundo, desde la creación y el caos hasta la nada (Macondo nace y se destruye), con el trasfondo de la soledad y el aislamiento. Carlos Fuentes que en La muerte de Artemio Cruz,1962, ofrece una visión crítica del proceso de revolución mejicana, frustrada a causa del egoísmo, la ambición y el oportunismo de sus corruptos dirigentes; se narra desde diferentes perspectivas, utilizando las tres personas narrativas: la 1ª para el presente, la 2ª para el futuro y la 3ª para el pasado. Mario Vargas Llosa, cuya primera novela , La ciudad y los perros, 1963 está ambientada en un colegio militar de Perú, en el que el propio Vargas Llosa estuvo como alumno; en ella satiriza el mundo cerrado, machista y violento de la institución militar. En esta novela se satiriza el mundo cerrado y violento de la institución militar; se mantiene en el plano de la realidad, sin elementos maravillosos y utiliza multiplicidad de puntos de vista. Además, La tregua (1960) de Mario Benedetti; Bomarzo (1962) de Manuel Mújica Laínez; Boquitas pintadas o El beso de la mujer araña (1976) de Manuel Puig; Un mundo para Julius o La vida exagerada de Martín Romaña (1981) de Bryce Echenique; La casa de los espíritus (1982) de Isabel Allende; Como agua para chocolate (1989) de Laura Esquivel; Un viejo que leía novelas de amor (1992) de Luis Sepúlveda;