Liceo Miguel de Cervantes y Saavedra Filosofía y Psicología. Formación General 4° E.M Prof. Irene Bello P. PRINCIPIO Y CAUSAS DE LAS SUBSTANCIAS Como hemos observado a lo largo del curso, la substancia primera (realidad máxima, sujeto de todas las predicaciones categoriales) está constituida por dos principios o causas indivisibles e inseparables una de otra: a) un principio o causa formal (materia), y; b) un principio o causa material (materia). Ahora bien, ambos principios (materia y forma) explican la constitución misma de las cosas, pero no nos dicen nada respecto de cómo se generan o corrompen (en palabras simples, de cómo nacen o transforman), de qué modo llegan a ser lo que son. Para esto debemos recurrir a teoría aristotélica de las causas, veamos. En nuestra cotidianeidad, nosotros entendemos por causa a aquello que produce algo, o también aquello para lo que existe ese algo, por ejemplo cuando decimos que alguien lucha por una causa, o que la causa de un terremoto es la presión de dos placas geológicas en fricción. Pues bien, Aristóteles estaría de acuerdo con nosotros, de hecho, el llamó a la primera de las que nombramos causa eficiente y a la segunda causa final. Pero también nos diría que nuestra comprensión del término es incompleta, ya que la teoría aristotélica de las causas es más amplia. En efecto, para Aristóteles, la causa es todo principio del ser, aquello de lo que de algún modo depende la existencia de un ente; o de otro modo, todo factor al que nos tenemos que referir para explicar un proceso cualquiera. En palabras del propio Aristóteles: “Se llama Causa, ya la materia de que una cosa se hace: el bronce es la causa de la estatua, la plata de la copa y, remontándonos más, lo son los géneros a que pertenecen la plata y el bronce; ya la forma y el modelo, así como sus géneros, es decir, la noción de la esencia: la causa de la octava es la relación de dos a uno y, en general, el número y las partes que entran en la definición de la octava. También se llama causa al primer principio del cambio o del reposo. El que da un consejo es una causa, y el padre es causa del hijo; y en general, aquello que hace es causa de lo hecho, y lo que imprime el cambio lo es de lo que experimenta el cambio. La causa es también el fin, y entiendo por esto aquello en vista de lo que se hace una cosa. La salud es causa del paseo. ¿Por qué se pasea? Para mantenerse uno sano, respondemos nosotros; y al hablar de esta manera, creemos haber dicho la causa. Por último, se llaman causas todos los intermedios entre el motor y el objeto. La maceración, por ejemplo, la purgación, los remedios, los instrumentos del médico, son causas de la salud; porque todos estos medios se emplean en vista del fin. Estas causas difieren, sin embargo, entre sí, en cuanto son las unas instrumentos y otras operaciones. Tales son, sobre poco más o menos, las diversas acepciones de la palabra causa”. (Metafísica, Libro quinto, II) Para responder a la pregunta inicial (aquella de cómo las substancias llegan a ser lo que son) y según lo que podemos inferir de la cita anterior, debemos fijarnos en cuatro aspectos (causas) fundamentales: 1.- Causa material o aquello de lo que está hecho algo. 2.- Causa formal o aquello que un objeto es. 3.- Causa eficiente o aquello que ha producido ese algo. 4.- Causa final o aquello para lo que existe ese algo, a lo cual tiende o puede llegar a ser. “Todas las causas que acabamos de enumerar se reducen a las cuatro clases de causas principales. Los elementos respecto de las sílabas, la materia respecto de los objetos fabricados, el fuego, la tierra y los principios análogos respecto de los cuerpos, las partes respecto del todo, las premisas respecto de la conclusión, son causas, en tanto que son el punto de donde provienen las cosas; y unas de estas causas son sustanciales, las partes, por ejemplo; las otras esenciales, como el todo, la composición y la forma. En cuanto a la semilla, al médico, al consejero, y en general al agente, todas estas causas son principios de cambio o de estabilidad. Las demás causas son el fin y bien de todas las cosas; causa final significa, en efecto, el bien por excelencia, y el fin de los demás seres. Y poco importa que se diga que este fin es el bien real o que es sólo una apariencia del bien.” (Metafísica, Libro quinto, II) Las dos primeras ya las hemos estudiado, por lo que centraremos nuestra atención en los dos últimos. Podemos decir que el artesano es causa eficiente o agente de que la madera (silla potencial) se transforme en silla real. Evidentemente, es preciso que haya un artífice (un carpintero, en este caso) que trabaje la madera y la ponga en movimiento hacia la forma que la convertirá en una silla concreta y no en una mesa o un ropero. Esto es válido para todas las cosas que llegan a ser, es decir, que no son eternas. En este punto es necesaria una nueva distinción, pues no puede ser lo mismo la manufactura de lo que es por arte y la generación de lo que es por naturaleza. En efecto, existe entre ambas una diferencia esencial. Como hemos dicho, el carpintero es respecto de la silla que fabrica, su causa eficiente, pero una causa eficiente equívoca, por cuanto el mismo no es una silla, ni nada de esa especie, sino un hombre. Distinto es el caso de la generación de una substancia primera, pues aquí es necesaria la intervención de dos causas agentes de diversa índole: a) una, universal equívoca y; b) otra, particular unívoca. Claramente, una silla no puede ser causa eficiente o agente de otra silla, en cambio, la causa particular e inmediata de la generación de un ciruelo, por ejemplo, es otro ciruelo. Hecha esta observación, podremos comprender mejor por qué Aristóteles afirma que lo que es por naturaleza “tiene en sí mismo el principio tanto de su permanencia como de su cambio”. Respecto de las causas universales equívocas podemos decir que las substancias celestes son causa de la regularidad, armonía y circularidad de todas las especies de cambios que ocurren en la tierra, como veremos mas adelante. Especialmente el sol que, al acercarse o alejarse, produce las estaciones con todos los procesos que hacen factible la renovación de la vida en nuestro planeta. Son, causas universales equívocas, ya que las estrellas y los planetas no generan estrellas ni planetas, sino que colaboran a la generación de todas las cosas mutables que ocurren en la tierra, siendo ellos mismo inmutables. Pasemos ahora a la causa final. Volvamos al ejemplo del ciruelo, pues nada sacaría el árbol con desprenderse y la tierra y el sol con germinarla, si la semilla no poseyera en sí un principio por el cual anhela llegar a poseer la forma de que está privada: el ser ciruelo. Y es justamente este principio interno a la semilla el que hace que algunas cosas sean por naturaleza, y otras, dirigidas por la inteligencia y mano del artesano, por arte. La pregunta que subyace a la causa final debe ser: ¿Qué finalidad tiene la cosa? ¿Para qué? Esto no es de extrañar, pues pertenece a una característica muy propia del aristotelismo la de suponer una finalidad en todas las cosas que son por naturaleza. Esta posición suele llamarse teleologismo, justamente, por su referencia a fines. En consecuencia, el ciruelo (y todas las cosas que son por naturaleza) tiene un fin intrínseco, que cuando es semilla, consiste en llegar a ser ciruelo, y la causa eficiente no hace otra cosa que despertar esa inclinación. Y una vez ciruelo en acto, su causa final consistirá en conservar y multiplicar ese ser ciruelo. En resumen, el fin interno del ciruelo es la conservación de su propia identidad individual y especifica. La causa final es aquella en razón de la cual se hace algo y se ponen en acción todas las otras causas. Es el bien de la cosa. Por eso es que Aristóteles dice que la causa final o bien (se identifican ambos términos) es la causa de las causas. “Aún hay más: la causa final es un fin. Por causa final se entiende lo que no se hace en vista de otra causa, sino, por lo contrario, aquello en vista de lo que se hace otra cosa. De suerte que si hay una cosa que sea el último término, no habrá producción infinita; si nada de esto se verifica, no hay causa final. Los que admiten la producción hasta el infinito, no ven que suprimen por este medio el bien. Porque ¿hay nadie que quiera emprender nada, sin proponerse llegar a un término? Esto sólo le ocurría a un insensato. El hombre racional obra siempre en vista de alguna cosa, y esta mira es un fin, porque el objeto que se propone es un fin. Tampoco se puede indefinidamente referir una esencia a otra esencia. Es preciso pararse. La esencia que precede es siempre más esencia que la que sigue, pero si lo que precede no lo es, con más razón aún no lo es la que sigue.” (Metafísica, Libro segundo, II) SOBRE EL CAMBIO Recapitulemos. Como puede observarse, existe una crítica explícita al carácter dualista existente entre el mundo sensible y el ideal de la teoría platónica, ya que ésta no explica ni la realidad de las cosas ni el movimiento. La solución de Aristóteles ya la hemos estudiado: La auténtica realidad de las cosas, su esencia, se encuentra en las cosas mismas. Así es como, su teoría hilemórfica afirma que lo que realmente existe es el ser concreto, individual y conocido por la experiencia, la sustancia primera. Además, todas las sustancias están compuestas por dos elementos: materia y forma, totalmente inseparables y unidas intrínsecamente. Pero aun falta explicar el cambio: “El movimiento es, pues, la actualidad de lo potencial, cuando al estar actualizándose opera no en cuanto a lo que es en sí mismo, sino en tanto que es movible.” (Física, Libro III, 1). Cambio y movimiento en este caso pueden utilizarse sin distinción, pues para nosotros el movimiento es fundamentalmente el desplazamiento de una cosa en el espacio, sin embargo para los griegos, el movimiento es toda modificación de un objeto o cosa, modificación que, naturalmente, también puede ser la de su posición en el espacio; por ello el término actual más próximo a la comprensión griega del movimiento es el término cambio. En otras palabras, el cambio es la actualización de lo que estaba en potencia para ser algo. En este punto, aparecen dos nuevos términos importantísimos en la filosofía aristotélica que debemos precisar: actualización-potencia (potencia y acto). Volvamos al ejemplo del ciruelo: aquel ciruelo está floreciendo, decimos, pero esto es posible porque es propio del ciruelo florecer, si no hay algún inconveniente externo. Antes estuvo en potencia para hacerlo (cuando todavía no empezaba a florecer) y ahora lo está actualizando. La potencia es todo lo que puede ocurrirle a un ente, pero de acuerdo a su naturaleza. Y cambio natural es la actualización de esa potencia. Termina el cambio, cesa el movimiento, cuando lo que estaba en potencia para algo se ha actualizado plenamente, cuando el ciruelo ya está completamente florido, decimos, en este caso, que la cosa está en acto, que posee actualidad. Ahora bien, existe una estructura válida para cualquier tipo de cambio: a) Existe un sujeto que cambia o se mueve (móvil) b) Es preciso respecto de todo móvil, algo externo a ella, en acto, que la ponga en movimiento c) En todo cambio existe un punto de partida y otro de llegada. Antes del punto de partida, la cosa solo se encuentra en potencia respecto de tal cambio; entre el punto de partida y el de llegada la cosa se encuentra cambiando; en el punto de llegada la cosa se encuentra en acto. d) En el cambio natural el sujeto cambia o se mueve hacia algo que no posee todavía y cuya posesión es el fin natural o causa final del cambio. Ahora bien, Aristóteles distingue diversos tipos de cambio o movimiento: “Puesto que todo movimiento es un cambio, y ya se ha dicho que sólo hay tres clases de cambios, y puesto que los cambios según la generación y la destrucción no son movimientos sino cambios por contradicción, se sigue entonces que sólo el cambio que sea de un sujeto a un sujeto puede ser un movimiento. En cuanto a los sujetos, o son contrarios o son intermedios; pues la privación ha de entenderse como un contrario, y puede expresarse mediante un término positivo, como «desnudo», «blanco», «negro». Así pues, si las categorías se dividen en sustancia, cualidad, lugar, tiempo, relación, cantidad, acción y pasión, tiene que haber entonces necesariamente tres clases de movimientos: el cualitativo, el cuantitativo y el local.” (Física, Libro V, 1). Veamos detalladamente lo anterior, para una mejor comprensión de estas especies de cambio: A. Cambio substancial. 1. Existe uno que podríamos llamar radical, por el cual una cosa determinada, o mejor, una substancia llega a ser otra substancia. Por ejemplo, una semilla que llega a ser ciruelo. Aristóteles habla aquí del paso del no ser al ser, en el sentido que lo que no era árbol ahora lo es. A este cambio del no ser al ser Aristóteles lo llama generación. 2. Existe otro tipo de cambio substancial, que esta vez va del ser al no ser. Es el caso del ciruelo que ahora es un montón de leña, y luego será ceniza y humo. Es a este tipo de cambio al que Aristóteles llama corrupción. Tanto la generación como la corrupción son cambios substanciales, y lo que cambia, es la cosa misma, e íntegramente, de ser esto a su término contradictorio. B. Cambio cualitativo. Es aquel en que no cambia el sujeto en su integridad, sino un aspecto de él. A diferencia del anterior, esta vez el cambio es entre términos contrarios: verde-maduro, como es el caso de la ciruela verde que se vuelve ciruela madura. Aquí, la actualización de uno de los términos supone necesariamente la destrucción del otro, pero en la misma substancia, en esa misma fruta. C. Cambio cuantitativo. Se refiere exclusivamente a un aumento o disminución (aparente o real) de la materia que constituye a la substancia. Así decimos que el ciruelo va aumentando de tamaño. D. Cambio local. Este es por naturaleza anterior a todos los otros, veamos el por qué. Aceptemos el principio de que todo lo que cambia debe iniciar su cambio a partir de otra cosa que llamábamos causa agente. Ahora bien, sería inconcebible para Aristóteles (y para la mayoría de nosotros) que algo físico pudiera actuar sobre algo de manera telepática, por decirlo de algún modo. Por lo que, para que el agente actúe, debe haber algún tipo de contacto con el paciente. Y así para que haya cualquier especie de cambio, un cuerpo (el agente) tiene que moverse localmente hacia el otro (el paciente). Lo anterior, al parecer, trae como consecuencia la necesidad de infinitos agentes en el tiempo, pues, si bien es cierto podemos explicar sin dificultad un movimiento particular con el cambio local, es necesario siempre remontarse a otro agente, y a otro de este, y así hasta el infinito, lo que es absurdo, según Aristóteles: “En una serie infinita no hay primer término, no habrá primer cambio, ni tampoco cambio que se ligue al primero; por tanto, no es posible que nada devenga, o se mueva, o experimente un cambio.” (Metafísica, Libro undécimo, XII) Evidentemente, estro no es un error de Aristóteles, sino que en la superación de esta falencia, el cambio local se impone en tiempo a todos los otros. Para esto, es necesario explicar algunas subespecies que son anteriores, a su vez, a las otras, y por tanto, de mayor jerarquía. Hay dos grandes supuestos astronómicos aceptados por Aristóteles: uno, que el universo físico tiene la forma de una gigantesca esfera; el otro, que nuestro planeta se sitúa inmóvil en el centro mismo de dicha esfera. En virtud de estos supuestos, clasifica los movimientos según tres criterios: I. Movimiento hacia el centro del mundo, propio de los cuerpos terrosos, compuestos primordialmente del elemento tierra. II. Movimiento desde el centro, propio de los cuerpos fogosos, compuestos primordialmente del elemento fuego. III. Movimiento alrededor del centro, propio de los cuerpos etéreos, constituidos del elemento divino éter, es decir, los cuerpos celestes. Tanto I como II comparten las siguientes características: a) son finitos; b) son irregulares, y; c) revelan una privación. Por su parte, III, es absolutamente continuo, es decir, no se detiene, por lo que es eterno y además posee perfecta regularidad. Esto es así debido a que en el circulo cualquier punto de partida es al mismo tiempo, punto de llegada, por lo que el móvil dotado de movimiento circular está permanentemente en acto. De esto se desprende que no está en potencia y que no tiene privación alguna, es idéntico e inalterable volviendo sobre sí mismo. Es lo que más se asemeja a la actividad pensante, pues al regresar sobre sí, es reflexivo, multiplicativo, inagotable en su dar. Lo que se quiere probar, es que el movimiento celeste es el fundamento y la garantía de los infinitos movimientos finitos que existen en la tierra. Por decirlo así, si no hubiera un motor siempre en acto, podría ocurrir que en un buen momento todos los movimientos finitos cesasen y, con esto, el universo. “Luego en todo ser que se mueve hay posibilidad de cambio. Si el movimiento de traslación es el primer movimiento, y este movimiento existe en acto, el ser que es movido puede mudar, si no en cuanto a la esencia, por lo menos en cuanto al lugar. Pero desde el momento en que hay un ser que mueve, permaneciendo él inmóvil, aun cuando exista en acto, este ser no es susceptible de ningún cambio. En efecto, el cambio primero es el movimiento de traslación, y el primero de los movimientos de traslación es el movimiento circular. El ser que imprime este movimiento es el motor inmóvil. El motor inmóvil es, pues, un ser necesario, y en tanto que necesario, es el bien, y por consiguiente un principio, porque hay varias acepciones de la palabra necesario: hay la necesidad violenta, la que coarta nuestra inclinación natural; después la necesidad, que es la condición del bien; y por último lo necesario, que es lo que es absolutamente de tal manera y no es susceptible de ser de otra”. (Metafísica, Libro duodécimo, VII) La realidad, el universo en movimiento, debe tener su origen, entonces, en algo que es plenamente, es decir, en algo inmóvil, que no necesita moverse hacia nada, justamente porque es con absoluta plenitud. Pero esto no lo hemos probado ¿Cómo podemos saltar de las substancias divinas, etéreas de las que hablamos anteriormente, de movimientos circulares, a un principio radical, inmóvil? Para responder a esto debemos dirigir nuestra mirada a la condición de susbtancias intelectuales, y no meramente físicas, de los astros. Una primera respuesta ya fue dada. Las substancias celestes se mueven, y por tanto, a su vez, son movidas por algo. El problema surge cuando nos preguntamos si realmente es posible que la causa universal del movimiento sea inmóvil. La solución de este problema reside en lo siguiente: no todo lo que mueve, lo que es motor, mueve como causa agente. Así, por ejemplo, el amor que siento por alguien me mueve a sacrificarme por esa persona, o sea, la cosa que mueve (que atrae) se encuentra al término de ese movimiento como su fin y su bien. Para Aristóteles todo cuanto existe se mueve hacia un fin, pero de manera distinta: así, el fin intrínseco de las sustancias corporales es de otro modo que el fin de las sustancias intelectuales, como es el caso de las substancias celestes. Y ese movimiento circular que hemos descrito y comparado al movimiento de la reflexión, es la externa expresión del anhelo de intelección (fin) de las substancias intelectuales. ¿Y qué es lo inteligible en si? La respuesta, el motor inmóvil, Dios, el ser por excelencia.