P. LORENZO SALES Misionero de la Consolata El Corazón de Jesús al Mundo De los escritos de Sor M. Consolata Betrone Monja Capuchina Imprimatur, nihil obstat Torino, 6 maggio 1999 Pier Giorgio Micchiardi 1 PRESENTACIÓN En la reunión del Día Mundial de la Juventud en Denver, S. S. Juan Pablo II, narra la historia de este siglo que se vuelve al final como sí en la larga trayectoria humana vemos siempre el presente, el encuentro entre el bien y el mal, entre la gracia de Dios y el poder del maligno, mas nunca como en este siglo con esfuerzo, firmeza, claridad y decisión. Sorprendentemente es también el tiempo en que más frecuente e insistentemente toca la llamada de nuevo a la bondad, ternura y misericordia de Dios; apelación que viene de Madre Esperanza de Collevalenza, de Sor Faustina de Polonia, del Monje Silvano de la Montaña de Athos y encuentra la confirmación en la Encíclica luminosa de 1980 “Dives in misericordia”, una página extraordinaria que ayuda a que nosotros vivamos esta última línea del itinerario hacia el gran jubileo, el año del Padre “rico en la misericordia”. Se trata de una convicción profunda, una fe arraigada, un “instinto espiritual” que los creyentes encuentran en la Sagrada Escritura como un hilo rojo que invade y une toda la historia de la salvación, comenzando por el Señor que escucha el lamento de Israel esclavizado en Egipto hasta encontrar su punto más alto en las palabras y en la persona de Jesús, que no vino por los justos, sino por los pecadores y en el misterio de la cruz revela la profundidad del amor divino aquel “beso dado por la misericordia a la justicia” (Dives in misericordia, n.9). Las almas que han experimentado una vocación particular para consolidar el misterio de la misericordia, se vuelven el anuncio a los hermanos y hermanas, para empezar la Virgen María, la Madre del Crucificado y por consiguiente la Madre de la Misericordia, “llamada de manera especial a acercar a los hombres a ese amor que su Hijo viene a revelar” (l.c.). En esta parte del testimonio de la vida y de los escritos de Sor Consolata Betrone, una criatura simple que entra en el círculo de aquéllos por los cuales Jesús bendice a su Padre: “Yo te bendigo... porque has escondido estas cosas a los sabios y lo has revelado a los pequeños” (Mt 11,25). Una monja Capuchina humilde y oculta a tal punto que, habiendo descubierto en los escritos de Santa Teresa de Lisieux en “el caminito”, no duda llamar que quiere recorrer “el pequeñísimo camino del amor”. Pasa, entonces que estas notas nacieron del diálogo consigo misma sobre el amor de Dios y destinadas a permanecer ocultas, se convierten en luz espiritual para las almas que buscan “un mensaje de amor” de utilidad extraordinaria. Cuando leí en la historia de la tierra de Saluzzo sobre la presencia en los últimos siglos de tantos Monasterios consagrados totalmente a la oración y la contemplación y también la historia de los frailes Capuchinos que con su trabajo silencioso, generoso y tenaz han ayudado a volver a la comunión de la Iglesia católica a muchos corazones desviados por doctrinas extrañas; no me sorprende ver germinar al inicio del siglo XX esta planta “pequeñísima” término que le era querido y destinada a permanecer y a crecer con el paso del tiempo. Es “necesario que la Iglesia de nuestro tiempo tome una conciencia más profunda y particular de la necesidad de dar testimonio de la misericordia de Dios” (l.c., n.12). Este libro es un instrumento precioso porque es sencillo y accesible, es una propuesta concreta para un camino de perfección. DIEGO BONA Obispo de Saluzzo. 2 INTRODUCCIÓN 1. El desafío de la mística. Estas páginas nos transmiten la voz virilmente suave de un alma que vivió con nosotros en medio de las revueltas de la tormenta, recogiendo en su espíritu todo el dolor de la tierra y todo el esplendor del cielo. A quien forma filas en la afligida caravana, buscando con las ansiedad de sus ojos arrasados en lágrimas, empañados por la desesperación, una solución satisfactoria, esta alma privilegiada –que conoció todas las ansias de su época y experimentó todas las certezas de su fe-, ha dejado una herencia espiritual que logra hacer penetrar un rayo de sol en la lóbrega espesura de la noche. De esta preciosa herencia, que va a exponerse en las siguientes páginas, debería prendarse el lector, no limitándose a pasar por ella superficialmente, sino procurando usar de madura reflexión para sacar de su lectura el mayor provecho posible: se trata de las palabras de Jesucristo y cuando el Maestro habla, todo el que se siente discípulo suyo y todo hombre, puesto que todos llevamos un rayo reflejo de su divina Luz, que nos hace racionales, debiera acoger con veneración, y poseer con esmerada firmeza cuanto Él enseña. Acaso fue así en otros siglos de mucha fe. No ocurre hoy lo mismo; el sentido crítico, que hubiera debido llevarnos a madurez de juicio, ha terminado por atacar la vida del espíritu en sus mismas raíces y aún los alejados de la crítica del pensamiento no se han substraído al influjo de este mal del siglo y, sin declararse escépticos, permanecen desconfiados o por lo menos perplejos. Así me ocurrió a mí, cuando vino a mis manos el grueso paquete que contenía un manuscrito de cerca de ciento treinta páginas en formato mayor, donde se exponía “un mensaje de amor del Corazón de Jesús al mundo”. La carta que en él se incluía me suplicaba con deferente insistencia que lo revisara “in via privata” y viera “si había en ello algo contra la fe y la sana teología, dogmática o ascética”. Manos a la obra, me dije. Y realizada la labor, me piden ahora un “prologuito”, alegando que “como la obrita, conforme a las promesas de Jesús a Sor Consolata, habrá de difundirse mucho, vendría muy bien un prologuito de V. P. Revma...”. Si no me desmayé ante semejante demanda fue, sin duda, debido a la intercesión de algún alma encargada de proteger desde el cielo a los que se les piden que revisen los manuscritos o de propinar el puntapié al chiquillo que no se decide a salir de casa. Peor aún si se le dice a uno: “pasa revista a este muchacho y preséntaselo graciosamente a la sociedad”. Pero se trata del Rvmo. P. Lorenzo Sales, misionero de la Consolata que llamaba a mi puerta y muchos recuerdos se agolparon y bulleron dentro, desde aquel lejano 1939 cuando juntamente con mi hermano y amigo el P. José Girotti, inmolado en Dacau el 1º de abril de 1945, dábamos clases a los estudiantes del Corso Ferrucci. Vinieron después a mi mente los estudios sobre la espiritualidad del siervo de Dios, Cgo. José Allamano, fundador del Instituto. En fin, mediando tantas amistades, próximas y lejanas, en este viejo mundo europeo y en el nuevo mundo americano, ¿cómo decir que no? Y a fin de cuentas, ¿de qué se trataba? De una monja capuchina y la tarea me parecía simpática. ¿Cómo no amar a estos hijos de San Francisco, tan menospreciados frente a las conveniencias y formulismos de un mundo secularizado? Acababa de leer “L’ Eminenza grigia” de Aldous Huxley y la figura del P. José capuchino –Francesco Le Clerc Du Tremblay-, confidente y consejero de Richelieu, la tenía aún viva en mi mente, dándome un poco de fastidio, por el trágico equívoco en que se desenvuelve su 3 acción, oscilante entre el profeta y el diplomático. La visión de un alma capuchina vibrante en el flujo místico de los santos carismas me devolvería un poco de paz para huir de todo equívoco. ¿Cómo, pues, no tomar en serio el volumen? Se trata de un mensaje de amor del Corazón de Cristo, el dulce Maestro, y debo juzgar si hay algo en él en contra de la fe y la sana teología. ¡Casi nada! ¿Quién podría asumir semejante trabajo? No es extraño se me diga: “Mira, se trata de una cosa privada, de un asunto confidencial”. Ciertamente. Y; sin embargo, se espera mi juicio y os aseguro que tratar ciertos asuntos no es como beberse un vaso de agua. 2. Actualidad de un mensaje. “En la secuela de Sta. Teresita” dije, y con estas palabras me tranquilicé. Encausaba mis pasos la característica joven que en “la llama ardiente” de Elías encontró el arrojo del espíritu que se evade de toda estrechez y de todo compromiso, señalando una vida de “renacimiento espiritual” mediante la caridad que es el “incendio” de Cristo y la “llama viva” de Juan de La Cruz. Pensaba también en Teresa Newmann, la campesina alemana que, conquistada por la Santa de Lisieux, no hace sino repetir de otro modo su vida y su mensaje. Toca ahora el turno de Sor Consolata; piamontesa, había de ser maciza como sus montañas siendo de Saluzzo. Su espíritu debía ser como el Monviso que lanza al azul del cielo su cumbre luminosa y cándida. Nace allí el Po, que fecundiza toda la llanura y recoge todas las aguas, conduciéndolas al mar, y transformándolas en él, mar que se extiende a lo lejos y va a decir tantas cosas a otros mares lejanos. Me he puesto a leer el Mensaje de Amor, paciente y atentamente y no sé decirte, lector, si era más vehemente el gozo que el temor. Ni siquiera podría explicarte la embriaguez que penetraba hasta los más recónditos senos del espíritu, entrando donde quiera sin pedir permiso. Puedes imaginarte que no era yo quien juzgaba el Mensaje, sino el Mensaje quien me juzgaba a mí. Cómo haya salido de este juicio podría “cantarlo” si, como Agustín, supiese hacer mis “confesiones” en el sentido preciso de canto eucarístico a la misericordia de Dios, pero esta sola indicación te puede bastar para hacerte reconocer la línea de esta espiritualidad que habla del himno del júbilo del Maestro Divino (Mt 11, 25-30). 25. “Te alabo, oh Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber tenido ocultos estos misterios a los que se tienen por sabios y por haberlos hecho manifiestos a los pequeños. 26. Sí, oh Padre, (Te alabo) por haberlo así dispuesto. 27. Todo me ha sido dado por mi Padre y nadie conoce al Hijo sino el Padre, ni nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquellos a quienes el Hijo quiera revelarlo. 28. Venid a Mí todos los que estáis fatigados y oprimidos, y Yo os confortaré. 29. Tomad sobre vosotros mi yugo, aprended de mí que soy manso y humilde de corazón; y encontraréis descanso para vuestras almas. 30. “Porque mi yugo es suave y mi carga ligera”. Todo este Mensaje de Amor es una explicación y un desarrollo del motivo fundamental que resuena en el Himno Evangélico, no ya a modo de añadidura, sino como desenvolvimiento inexhausto de la riqueza divina. Por eso el Hijo, queriendo revelar al Padre a las almas humildes que por Él al Padre se acercan, puede obrar a modo de Maestro que se revela a sí mismo, pero te advierto, lector, que esta su revelación –sobre todo cuando es carismática, en cuanto destinada al bien, de la sociedad, que es la Iglesia-, nunca está ordenada a llevar una nueva doctrina de fe, pero 4 sí, destinada siempre a encauzar la conducta de los hombres hacia la Verdad saludable que da a conocer a Jesucristo y a sus Apóstoles en los libros del Nuevo Testamento, bien entendidos, conforme a doctrina de la Iglesia Católica, que conoce el sentido y posee la vida de estos libros. Sor Consolata figura entre aquellos de quienes Santo Tomás de Aquino dice: “Propfetiae spiritum habentes, non quidem ad novam doctrinam fidei depromendam, sed ad humanorum actuum directionem” (Suma Teológica II-II, q. 174, a 6, ad. 3). Tales palabras del Santo Doctor permiten apreciar todo el valor de este Mensaje Divino en esta hora presente. 3. El imprimátur del amor Acaso alguien podría permanecer perplejo sobre la realidad de esta manifestación y pensar que Sor Consolata, hablándose a sí misma, se haya imaginado hablar con el Otro y que Éste, a su vez, le dirigía la palabra. Y viene espontáneamente a la memoria lo que nuestro agudo Manzoni dice a Doña Práxedes: “...Toda su preocupación era secundar todos los quereres del cielo, pero muchas veces era víctima de un torpe error que le hacía tomar su cerebro por el cielo”. Es ésta una sutilísima forma de soberbia que va del truco literario a la ilusión mística, a través de las más impensadas maneras de narcisismo: la prolongada contemplación de uno mismo termina suscitando una especie de embriaguez en la que, como el joven Narciso se ahogó en la fuente donde se reflejaba su imagen, naufraga el espíritu. Narciso ha sido cantado por los poetas como la flor que brota de la muerte; el espíritu humano, ahogado en el amor de sí mismo –reprobable y triste-, produce también sus flores según las diversas manifestaciones literarias, filosóficas y místicas, pero sólo flores de muerte que brotan de la soberbia. Ahora bien, Sor Consolata es humilde: “pequeñísima”; y la humildad es verdad, es decir luminosamente refulgente en el espíritu y armoniosamente encargada en la vida: por la humildad, que es la sumisión ontológica a Dios, Creador, y Dador de la existencia se llega a la subordinación psicológica, que hace converger todas las facultades hacia Él con reverencia temerosa y ambas establecen en la voluntad la debida sumisión a Él y a sus representantes en la tierra. Con la humildad el corazón se abre a la gracia y cuando la ola saludable irrumpe en el alma es toda una primavera en flor que canta la alegría de la vida divina. Por eso en aquel cielo luminoso sin nube alguna del amor reprobable de uno mismo, brilla el sol de la eterna verdad: Jesús. Y Jesús dice en el Evangelio. (Jn 14, 21). “Quien ha recibido mis mandamientos, y los observa, ése es el que me ama”. “Y el que me ama, será amado de mi Padre y Yo lo amaré, y Yo mismo me manifestaré a él”. Ya había dicho el autor sagrado en el Libro de la Sabiduría (Sb 1, 1-2) “Buscadle con corazón sincero, porque los que no le tientan con sus desconfianzas, le hallan, y se manifiesta a aquéllos que en Él confían”. “Él” es Dios, pero Jesús es la Sabiduría increada, el Verbo Eterno del Padre, que encarnado y hecho hombre, quiere revelar los secretos del Padre al hombre humilde que a Él se acerca con fe. 5 La promesa de Jesucristo: “Yo mismo me manifestaré a él”, es realidad en la Iglesia Católica, donde sus gracias de luz y su vida de amor abren a las almas nuevos e ilimitados horizontes divinos: Él se manifiesta suscitando el amor a Él y, cuando el alma es poseída por Él, la realidad de la promesa hecha produce sus admirables efectos, de lo que tenemos los más precisos testimonios en las vidas de los Santos. La oración que, según San Gregorio Niceno, es conversación con Dios y contemplación de las realidades invisibles, no es ya un monólogo, que interesa más o menos al que ora, sino un coloquio espiritual, un verdadero diálogo. Santo Tomás de Aquino nos hace notar la relación íntima de los dos actos diciéndonos: “La conversación del hombre con Dios tiene lugar mediante la contemplación”: en las cimas supremas del espíritu besadas por el divino sol, se realiza, sin peligro de ilusión, la promesa de Jesús. Todo esto puede verificarse normalmente a impulsos de la linfa vital divina que tiende a producir su efecto en la caridad perfecta, con el ejercicio cada vez más acentuado por los dones del Espíritu Santo: es el apretado conjunto de la “pequeñísima”; son los falanges innumerables de las almas cristianas fervorosas, que, fieles a Cristo, en cualquier coyuntura de la vida, llevan en sí el esplendor del heroísmo cristiano, de la santidad católica. Pero cuando la sociedad de los creyentes presenta alguna exigencia espiritual propia, entonces se notan los dones carismáticos de las gracias gratis datae que se conceden a algunas almas privilegiadas, no en razón de su santificación que pertenece a la gracia habitual, sino en vista de la necesidad social de la Iglesia en su determinado momento histórico. La contemplación, entonces, no es el rayo de luz que deja sentir lo que es necesario para la salvación eterna personal, sino la iluminación que permite ver y decir lo que es necesario para la salvación de las almas: es un don carismático que eleva a ciertas almas a la participación del “espíritu de profecía”. El profeta es portavoz de Dios, un altavoz por el camino por donde pasa cansada y oprimida la caravana humana en viaje hacia la muerte: el alegre mensaje de amor anuncia la vida que no conoce ocaso, de parte de Dios que, bueno por esencia, está lleno de amor a los hombres. Ya lo dijo San Pablo al decadente mundo pagano. (Tit 3, 3-7): “También nosotros éramos en otro tiempo insensatos, incrédulos, extraviados, esclavos de infinitas pasiones y deleites, llevando una vida de malignidad y de envidia, aborrecibles y aborreciéndonos los unos a los otros. Pero después que Dios Nstro. Señor manifestó su benignidad y amor para con los hombres, nos salvó, no a causa de las obras de justicia que hubiésemos hecho, sino por su misericordia, haciéndonos renacer por el bautismo y renovándonos por el Espíritu santo, que copiosamente derramó sobre nosotros, por Jesucristo nuestro Salvador; para que justificados por su gracia, vengamos a ser herederos de la vida eterna conforme a la esperanza que de ella tenemos”. 4. El camino de la confianza. Este es el festivo Mensaje de amor en la primavera divina de la vida cristiana que hubiera debido resonar siempre en el corazón para inspirarnos armonías siempre nuevas de pensamiento y de acción: “Dios ama a los hombres”. Pero la historia nos da a conocer los hechos que determinaron un oscurecimiento de los espíritus; muchos son los nombres de estos hechos, pero siempre son los mismos: el error y los vicios. En la historia europea se ha repetido lo que San Pablo deploraba en el mundo antiguo. (Rom 1, 21). 6 “...Habiendo conocido a Dios no le glorificaron como Dios, ni le dieron las gracias; sino que divagaron en su pensamiento, y quedó su insensato corazón lleno de tinieblas”. Y cuando en el corazón hay oscuridad la vida en la que ya no se filtra la luz de lo alto, se desenvuelve por los suelos y triunfan los instintos irracionales del animal: “Extranjeros en lo tocante a las alianzas”, los hombres no tienen esperanzas y viven sin Dios en el mundo”. (Ef 2, 12). El valor de este Mensaje de Amor transmitido al mundo por Sor Consolata tiene, atendida la perfección de su normal desarrollo, su propia actualidad, precisamente por este sentido de esperanza que lo hace tan confortable como bálsamo salutífero en las heridas de los corazones dolientes que, partidos de dolor, se debaten en las convulsiones de la desesperación. Me parece que, bajo este aspecto, semejante Mensaje tiene un valor universal; aunque parece dirigirse a almas selectas y privilegiadas, en realidad la doctrina que encierra se dirige a todos porque, tocando los manantiales mismos de la vida cristiana, en sus virtudes de fe, esperanza, amor, indica el camino más seguro y eficaz de la restauración humana. Bajo otro aspecto, tiene este Mensaje de Amor, un gran valor al hacer volver a las almas cristianas a la línea clásica de la huida de cuanto degrada y entorpece el espíritu, sin abandonar nada de lo real y eficazmente le perfecciona. La exposición orgánicamente armoniosa da al Mensaje una suave claridad y un atractivo fascinador que vuelve su lectura edificante, es decir, constructiva. La síntesis espiritual de Sor Consolata es viva y operativa. Ciertamente, no podemos prevenir el juicio de la Iglesia y, por eso, a ella nos remitimos en cuanto a la valoración definitiva tanto del Mensaje como de cuanto humildemente decimos y modestamente proponemos. Y en este sentido, no nos propasamos a juzgar de su valor. Como resultado de los estudios hechos de las experiencias de las almas, y de lo que personalmente nos ha sido dado experimentar, la doctrina de la vida de la cual brota este Mensaje, viene a ser fuente inagotable de verdadera perfección y causa inexhausta y fecunda de nuestra restauración. Y del Mensaje de Sor Consolata puede repetirse lo que la liturgia medieval, inspirándose en la visión de Ezequiel (42, 1-2), canta del mensaje de Santo Domingo: “Questa é quella piccola sorgente che cresce in grandíssimo fiume e fecondatore mirabile al mondo elargisce bevanda eccellente”. “Esta es la fuentecilla que se transforma en grandísimo río, fecunda admirablemente el mundo y proporciona excelente bebida.” Al corazón del hombre sediento de felicidad, Jesucristo dirige también estas palabras vibrantes de amor de su invitación (Jn 7, 37-38). 7 “Si alguno tiene sed venga a Mí, y beba. Del seno de aquel que crea en Mí manarán, como dice la Escritura, ríos de agua viva”. Esta versión antiquísima de las divinas palabras confortó a los mártires de la primitiva Iglesia y sigue siendo para nosotros eficaz invitación a acercar nuestro corazón a su Corazón para beber de Él su amor vivificante. P. CESLAO PERA, O. P. 8 DATOS BIOGRÁFICOS DEL PADRE LORENZO SALES El Padre Lorenzo Sales nació en Sommariva Bosco CN (Italia) el 13 de abril de 1889 en una numerosa familia piamontesa en la que recibió una educación humana, sólida y cristiana. Atraído entonces por la imagen de la Virgen Consolata, sintió el deseo de ser misionero. En 1907, en Turín, se inició en las Misiones en el Instituto de la Consolata, hacía poco tiempo de fundado, para formar y consolidar su propia vocación. Tendrá como guía al mismo Fundador del Instituto, el Beato José Allamano. El 23 de diciembre de 1911 con gran alegría y la satisfacción de la joven comunidad, Sales fue consagrado sacerdote por el Cardenal A. Richelmy. El venerado fundador agradeciendo al Señor por este don, dijo del P. Lorenzo: “¡Es para mí queridísimo!” En 1914 el Padre Sales parte para la misión en Kenya, pero en 1920 fue llamado nuevamente a Turín para asumir la dirección y la redacción de la revista oficial del Instituto: La Consolata. Su celo apostólico y sus dotes oratorias lo comprometen en la animación misionera de su Instituto en toda Italia y como animador de las Obras Pontificias Misioneras. Además representa al Instituto en el Consejo de la Unión Misionera del Clero en Roma. Son muchos los misioneros que deben su vocación a un encuentro, sugerencia o conferencia de P. Sales. En 1922 es el Secretario del Primer Capítulo General del Instituto y elegido Secretario General de la Congregación. Después de la muerte del Fundador, le encargaron escribir la biografía de éste y después, ordenar sus enseñanzas. Para las nuevas citas abandona al gran público, pero sostiene cursos de predicación en los monasterios y en las casas religiosas. En el desarrollo de este Ministerio se encuentra a la Monja Capuchina, Sor Consolata Betrone. En 1948 el P. Sales se retira de las Hermanas Misioneras de la Consolata a S. Mauro Turinese donde se pasará casi los últimos 24 años en un tipo de vida casi ermitaño, consagrado más al ministerio de las confesiones. Aquí muere el 25 de febrero de 1972 en concepto de santidad. Era misionero de fuego, ardiente de amor de Dios, capaz de contagiar a los demás de los mismos ímpetus en el espíritu de oración y en la observancia religiosa: era extraordinario en lo ordinario. 9 SÍNTESIS DE LA VIDA DE SOR CONSOLATA (Pierina Betrone) Este opúsculo contiene la parte central y diríamos substancial de la obra sobre la vida y escritos de Sor Consolata, monja capuchina. Sor Mª. Consolata, que se llamó en el siglo Pierina Betrone, nació el 6 de abril de 1903 en Saluzzo CN (Italia). El año siguiente, la familia se trasladó a Turín. A los trece años, en 1916, precisamente el día de la Inmaculada Concepción, en la acción de gracias de sagrada comunión, oyó por primera vez la voz del interior que le preguntaba: ¿Quieres ser toda mía? Sin comprender el alcance de esta pregunta, contestó ella: “¡Jesús sí!” Ser toda de Jesús era para ella hacerse monja. Tuvo mucho que luchar por la vocación y sometida por algún tiempo a una dolorosa prueba de espíritu, al fin, el 17 de abril de 1929, fiesta del patrocinio de San José, pudo realizar su ardiente aspiración, franqueando el umbral del monasterio de las capuchinas de Turín. El 22 de julio de 1939, teniendo que dividirse la comunidad por su excesivo número de religiosas, Sor Consolata pasó a Moncalieri al nuevo Monasterio “Sagrado Corazón”: el 18 de julio de 1946, a los 43 años de edad, coronaba con su santa muerte su breve, pero intensa jornada terrena. Sus restos descansan en el Monasterio de Moncalieri. Favorecida por Dios con grandes dones, pasó, sin embargo, desconocida en su pequeña comunidad. Mas, a pesar de estos divinos dones, tuvo que hacer no pequeños esfuerzos para llegar a la cumbre de la santidad. Todo paso que daba en el camino de la perfección le costó su violencia, siempre en lucha tesonera hasta el último instante de su vida, contra los defectos que no le faltaron, como no le faltaron tentaciones, a veces violentísimas, contra todas las virtudes. Su característica fue la generosidad, la tenacidad, el ardor en el combate. En la entrega de sí misma a Dios y al prójimo no conoció medida ni reserva. A semejanza de Santa Teresita, de quien es gloriosa conquista, Sor Consolata recibió de Dios una particular misión y vocación. Su misión (para cuya realización, siguiendo el llamado divino, se ofreció víctima) tiene por objeto favorecer a aquellos a quienes ella gustaba llamar sus hermanos y hermanas: las almas sacerdotales y religiosas que han prevaricado. Muy consoladoras son las promesas de Jesús a este respecto. Su vocación particular fue la del amor, integrar, por decirlo así, la doctrina de Santa Teresita sobre el caminito de amor, dándole una forma concreta, práctica, accesible a todas las almas que se sienten llamadas. Tal doctrina de amor puede encerrarse en los tres siguientes puntos que forman el substratum de la enseñanza de Jesús a Sor Consolata: 1. Un acto incesante de amor (con el corazón). 2. Un “sí” a todos: con la sonrisa, viendo y tratando a Jesús en todos. 3. Un “sí” a todo (a todas las divinas exigencias) con el agradecimiento. Estos tres puntos los encontramos frecuentemente comprendidos en esta fórmula: No perder un acto de amor, un acto de caridad, un sacrificio de una comunión a otra. Se trata pues de un verdadero programa de vida espiritual, en el que están compendiados los deberes del alma para con Dios, para con el prójimo y para consigo 10 misma. Observando, no obstante (siempre según las divinas enseñanzas), que la fidelidad al “sí” a todos y al “sí” a todo queda facilitada con la fidelidad al incesante acto de amor, que por eso constituye la razón de ser de la nueva manifestación misericordiosa del Corazón de Jesús. En este opúsculo trataremos exclusivamente del incesante acto de amor. ¿Cuál es nuestra parte en este trabajo? La de simple compilador: coordinar la materia según un nexo lógico, correspondiente al fin prefijado. Poquísimo es lo que de nuestra cosecha hemos añadido, lo puramente necesario para relacionar los diversos puntos con alguna breve reflexión o dilucidación donde nos parecieron necesarias o de utilidad al lector. El estilo, por otra parte, es llano y popular. No sabríamos mejorarlo, pudiéndolo, no lo hubiéramos hecho para no impedir los designios del Señor en la divulgación de esta doctrina. Creemos que Jesús a escogido para semejante empresa el instrumento menos apto, de modo que se evidencie que quien lo ha hecho, y lo hace todo, es Él; y para que la doctrina del hombre, de suyo abstrusa, no supere la suya, siempre tan sencilla y clara, todas y cada una de cuyas palabras son luz, verdad y vida. El opúsculo o bien la doctrina en él contenida ¿es para todas las almas? A nuestro juicio es preciso distinguir entre lo que es la vida del amor en general, de lo que es la práctica de la vida de amor según un método determinado. En el primer caso, estas páginas son indudablemente para todos, siendo para todos el gran mandamiento del amor de Dios; las divinas lecciones aquí contenidas no son en substancia otra cosa que un insistente llamamiento a la observancia de este mandato: del que forma parte no solo el amor, sino la perfección del amor. En cambio, por lo que mira a la práctica de la vida de amor, según el método enseñado por Jesús a Sor Consolata, la cosa cambia. Aquí las divinas lecciones (si bien, bajo algunos aspectos, utilísima a todos), se dirigen evidentemente a un número más bien reducido de almas: a las que –religiosa o no-, pero favorecidas con una particular vocación de amor, desean vivirla en toda su perfección. De todas maneras, una cosa es cierta: que nada hay aquí que pueda producir interferencia alguna en el espíritu propio de cada congregación religiosa, sea de vida contemplativa o de vida activa; antes al contrario podrá ayudar a mantenerlo en vigor o a hacerlo reflorecer, llevando a las almas al perfecto ejercicio del amor de Dios, de la mutua caridad y de la mortificación cristiana: que son los tres requisitos esenciales de la vida y perfección religiosas. Todo ello prescindiendo de las promesas divinas que lleva consigo. Quiere Jesús la renovación espiritual del mundo, pero la quiere a través de una vida sobrenatural más vigorosa en las almas y en primer lugar a las almas a Él consagradas. Será la levadura divina que hará fermentar toda la masa. Confiamos este pobre trabajo al Corazón Santísimo de Jesús, por medio del Corazón Inmaculado de María, rogándole que se digne bendecirlo, para el advenimiento de su reino de amor en el mundo. P. LORENZO SALES, M. C. 11 EL CORAZÓN DE JESÚS AL MUNDO 12 Capítulo I En la secuela de Santa Teresita 1. Sor Consolata y la “Historia de un alma” El camino de infancia espiritual no es una novedad en cuanto a la doctrina, no inventada por los hombres. Es doctrina de Evangelio. Santa Teresita tuvo el mérito de haber comprendido con cierta intuición este punto particular de las enseñanzas del divino Maestro y de haberlo aplicado al complejo de la vida espiritual, enseñando al mundo su práctica con el ejemplo. De esta vida espiritual, de su valor para la santificación de las almas, y para el apostolado, de su adaptación a las necesidades espirituales de nuestros tiempos, se ha dicho y escrito ya con tanta doctrina y autoridad, que toda digresión por parte nuestra sería, demás de superflua, temeraria. Pero harto más que las palabras valen los hechos para probarla. ¿Cómo poder decir el número de almas ganadas a Dios por la santa carmelita? ¿O que se han santificado siguiendo su caminito de amor? Una de estas es Sor Consolata: La Historia de un Alma fue lectura que conquistó a Pierina, cuando siendo jovencita, estaba toda deseosa de darse a Dios, pero incierta aún sobre el camino que iba a recorrer. En efecto, en sus apuntes autobiográficos escribe: “Un lunes del verano de 1924, una amiga, Gina Richetto, me suplica que le guarde un libro, que más tarde pasaría a recogerlo. Lo abro... es la “Historia de un Almas”. Después de cenar, subo al entresuelo que da al despacho, y allí a la luz del farol del camino comienzo y sigo leyendo la vida de Santa Teresita. Al recorrer aquellas páginas, me embarga una conmoción nueva. Comprendo que soy precisamente esa alma débil que el Señor ha encontrado: “Si por un imposible el Señor encontrase un alma más débil que la mía, etc... “Pero lo que me atrae irresistiblemente es la invitación a las almas pequeñas, es el vivir de amor, es aquel Jesús, a quien querría amar tanto, amarle como nadie jamás le ha amado”. “Experimenté entonces en mi alma algo suavemente fuerte. Ocultando en las manos mi rostro, escucho la divina llamada, que se deja sentir en el corazón, urgente y apremiante”... Era la voz de la gracia que mientras estimulaba a Pierina a superar todo obstáculo en lo concerniente a la vocación religiosa, mostraba en su alma el camino que debía recorrer: el caminito del amor. Que no se trata aquí de una mera impresión pasajera, sino de una profunda acción de la gracia, lo verá ella más tarde explícitamente confirmado por el mismo Jesús que le dirá (27 de noviembre de 1935): Escribió Santa Teresita: “¿Por qué no me has dado, oh Jesús, referir a todas las almas pequeñas tu condescendencia inefable? Siento que si, por un imposible, encontrases una más débil que la mía, te complacerías en colmarla de favores aún mayores, con tal que ella se abandonase confiadamente a tu infinita misericordia”. Pues he encontrado esta alma debilísima que se ha abandonado con plena confianza a mi infinita misericordia: eres tú, Consolata, y por ti obraré maravillas que superarán tus inmensos deseos. Sor Consolata es, pues, gloria de Santa Teresita, conquistada por ella para el caminito de amor; elegida por Dios para confirmar la doctrina y revestirla de una forma concreta, en ayuda de las almas que no son llamadas al acto del puro amor contemplativo. 13 2. “Un mismo espíritu” Ciertamente, Sor Consolata tuvo dones extraordinarios, como visiones y locuciones divinas; pero aparte del hecho de que en la vida de Sta. Teresita no falta lo extraordinario obsérvese que se trata de dones gratuitos que el alma no puede rehusar, así como no debe buscarlos, limitándose a no aficionarse a ellos más allá de lo conveniente, dándoles el justo valor en orden a la propia santificación. Así lo hizo Sor Consolata: así que se vio favorecida con ellos, se sintió profundamente indignada y humillada; cuando de ellos fue privada, no se alteró, ni mucho menos retrocedió una pulgada en la heroica fidelidad a la gracia. Encontramos, en cambio, en su vida todos los caracteres de la infancia espiritual, comenzando con el primero y más esencial: la vida de amor. Citemos sus escritos: “Me he preguntado” esta mañana: (2 de agosto de 1935) por qué, oh Jesús, te das a las almas pequeñas con tanta ternura y las rodeas de todos los cuidados y provees a todas sus más insignificantes detalles... ¿Por qué? Y se hizo luz en mi alma. En el santo Evangelio, después de las palabras divinas: Dejad que los niños vengan a Mí y no se lo estorbéis, porque de ellos es el Reino de Dios, hay una palabra que me revela tu maternal corazón: Y abrazándoles e imponiéndoles sus manos les bendijo (Mc 10, 1416). No sólo los bendijiste, sino que dando libre curso a los anhelos de tu Corazón divino los abrazaste. Entonces, vi como en un cuadro, la gran familia humana: los hijos mayores que trabajan y ganan y constituyen, si son más honrados, el orgullo de sus padres; y los más pequeños que en realidad nada hacen, pero aman, y en el corazón materno ocupan un lugar de predilección. Porque dime, oh Jesús, ¿Cuándo goza más una madre? ¿Cuándo su hijo le honra con el feliz resultado de sus estudios, o lo que fuere, o cuando, pequeño, le pertenece totalmente y puede fajarle y desfajarle, apretarle a su placer contra su corazón, prodigarle toda clase de ternuras?... ¡Ah, no cabe expresar el gozo que experimenta una madre junto a la cuna de su hijo, como nadie podrá jamás asegurar quién goza más; si el niño en recibir tantas caricias o la madre en prodigárselas. Para el pequeñín son los vestidos más hermosos, las cosas más delicadas, y si, acaso imposible, aquel niño siguiese siempre pequeño, la madre continuaría prodigándole cuidados y ternuras sin cansarse jamás, todo lo que durara su vida. Llevando este razonamiento al campo del espíritu, me parece una perfecta imagen de lo que Jesús hace con las almas pequeñas. Éstas son suyas, exclusivamente suyas y Él, con maternal ternura, les prepara los más hermosos vestidos de las virtudes. Y siendo como los niños, indiferentes, puede a su placer vestirlas de virtudes o desvestirlas, apretarlas a su corazón o dejarlas a un lado. Ellas son igualmente felices, siempre que puedan amarle, siempre que puedan vivir bajo su divina sonrisa, siempre que puedan ofrecerle algo para ayudarle a salvar almas. El mayor gozo que se puede gustar en la tierra es poseer a Dios, pero a Dios solo; se goza, entonces, en un paraíso anticipado. Y las almas pequeñas lo gozan”. Que por almas pequeñas deba entenderse no sólo las almas inocentes, -como fue Santa Teresita- sino también las que con el amor quieren reparar y recuperar el tiempo perdido, nos lo va a hacer saber Sor Consolata, poniéndose a sí misma en el número de éstas: “¡Cuán bueno es Jesús! ¿Con qué ternura tan maternal lleva en sus divinos brazos a los que deseen conservarse pequeños en su presencia! ¡Cómo se vuelve a ellos para satisfacer todos sus deseos, para realizar todas sus voluntades, aunque estas almas, ricas sólo en deseos, hayan tenido la suma desventura de ofender al Señor, como Consolata! 14 ¡Ah sólo Jesús sabe olvidarlo todo y se goza en que sobreabunde la gracia donde antes abundó la culpa! Así fue en efecto para Sor Consolata y así será para todas las almas, inocentes o pecadoras, que quieran seguirle por el mismo camino de amor. En confirmación de este su entusiasmo por la santa infancia espiritual, referiremos algunas anécdotas de la vida íntima capuchina donde aletea el espíritu del seráfico Padre y se siente la fragancia de sus Florecillas. “Cierto día vino a la celda por sandalias una postulante. Le hice observar que, no acostumbrada a llevarlas los primeros días le lastimarían los pies. –No, Hermana, nosotros en casa somos pobres, pobres obreros y no siempre podían los sibrets (zapatillas), en invierno llevaba siempre los zóccoli (zuecos)-. Estas palabras me las dijo con tal expresión de convincente humildad, que me conmovió. ¡Si hubiese sido rica hubiera puesto en sus pies todos los sibrets posibles! ¡Y cuando más tarde vi, como es costumbre entre nosotras por la novena de San Francisco, pedir en la puerta del coro limosna de oraciones para obtener la gracia de sacar frutos de los santos ejercicios, a su tono humilde, suplicante y confiado no pude menos de inclinarme ante ella y decirle: Sí, pediré al Señor para que la haga una gran santa! Aquel día comprendí por qué el Corazón de Jesús se inclina con tanta misericordiosa condescendencia hacia los pequeños, los humildes: porque nuestra debilidad le conquista; no puede Él resistirse a tanta miseria nuestra y siendo rico, da todos los sibrets posibles”. “Una tarde me detuve unos instantes en la huerta me senté en un banco. Los pollitos, tomándome por su buena proveedora, me rodearon al momento, ocupando al asalto mi regazo y alineándose después todos en el borde del respaldo del banco. Pensando en mi Padre San Francisco, les dejé hicieran lo que quisieran, después sentí la necesidad de prestarles mi corazón para que también ellos pudiesen amar como yo tanto deseo. A uno de ellos, que había quedado en mi regazo, intenté acariciarle, pero se intimidó y su corazoncito comenzó a latir muy fuerte. Quise calmarle, para lo cual lo estreché contra mí teniéndole junto a mi corazón hasta que se tranquilizó. A él le gustó, se quedó ahí muy quieto, pero yo le dejé ir a juntarse con sus compañeros y volví al coro a adorar a Jesús. No pensaba ya en ese hecho insignificante, cuando vino a ilustrármelo la divina gracia: si Consolata tuvo compasión de aquel pobre pollito, sólo porque lo encontró espantado y sintió la necesidad de estrecharle contra su corazón para tranquilizarle, ¡Cuánto más el Corazón de Jesús, que es corazón humano sentía compasión de mi pobre alma y experimentaba la necesidad de estrecharle contra su Divino Corazón! Y como por la mañana había cometido una falta contra la caridad, considerándome por consiguiente indigna de ello, otro pensamiento confortó mi espíritu. ¿Qué mérito tenía aquel pollito a quien estreché en mi corazón y le acaricié? Ninguno. Sencillamente la compasión me impulsó a hacerlo. Esa misma compasión impulsaba a Jesús hacia mi pobre alma. ¡Jesús soy tu pollito! Y me parece natural subir hasta su corazón y continuar amándole”. “Aquí entre las capuchinas, Jesús esta verdaderamente a nuestra disposición y se vive junto a su tabernáculo con una familiaridad indescriptible. Jesús tiene que gozarse en ello, porque cuando en las oraciones y devociones particulares nos acercamos a Él, Él nos abraza, nos hace sentir su divina presencia, de un modo muy especial, íntimo y afectuoso... No sé, parecíame un poco farisaico ponerme a orar junto al tabernáculo, cuando hubiera imitado al pobre publicano del Evangelio; pero una suave imagen de Jesús acariciando a los niños, me quitó todo temor; por donde vine a comprender que no sólo el alma tienen necesidad de orar junto a Jesús vivo, sino que también Jesús, su Divino Corazón, goza acercándonos a Sí, sin etiquetas ni cumplidos, como los niños de la imagen que iban a porfía a colocarse lo más cerca posible de Él”. 15 3. “Las divinas preferencias” No pocas veces Jesús mismo intervenía para confirmarla en estos sentimientos y propósitos de infancia espiritual. Ya en las visiones intelectuales con que era favorecida, siempre que Jesús le estrechaba con su Divino Corazón, ella se veía o mejor veía su alma en la figura de una niña de pocos años. Venían luego las divinas enseñanzas, sobre las cuales vamos a ceder a ella la palabra: En los primeros años que estuve en las Capuchinas, el amor de Jesús lo hacía yo consistir en trabajar mucho; pero Jesús ya desde los comienzos de los santos ejercicios para la primera profesión, me dijo: “Te afanas en muchas cosas; una sola cosa es necesaria: ¡Amarme!”. “En Pentecostés de 1931, durante la meditación en el coro, me exigió Jesús un juramento. Lo copio: “¡Oh Jesús te juré y creo firmemente, que el camino a seguir es para mí el camino del amor!”. “A él me abandono por completo, de él me fío, y, anulando todos los propósitos pasados, desde hoy hasta el último instante, confiando en Ti, te prometo vivir de amor, en un incesante acto de amor, haciéndolo todo con amor, no buscando otra cosa sino el amor!”. “Estaba señalado el camino por recorrer y me veía en plena luz. Comprendía que Jesús lo quería hacer Él todo en mi alma, y una vez que se me obligó a aceptar un método durante los santos ejercicios y Consolata quiso dar oídos a la criatura, el Creador lo deshizo todo, metiéndome en trabajos urgentes; de manera que, lecturas y reflexiones tuve que dejarlas para la noche, después de los Maitines. Y lo que entendí fue que tenía más necesidad de amar que de pensar”. “Y cuantas veces quise ceder a las invitaciones de penitencias extraordinarias, fuera de regla, se eclipsaba la luz y me encontraba entre tinieblas y angustias. Tuve, en efecto, en aquellos tiempos deseos ardentísimos de penitencia, se me concedió libertad absoluta y me aproveché de ella. Por fortuna tenía en mí a Jesús que sabía imponerse, de otra manera mi salud se hubiera arruinado. Lo que a todas prefería era la disciplina de sangre, que practicaba con cadenillas llenas de puntas en el desván. De esa manera satisfacía a la obediencia y al deseo de lavar con mi propia sangre las culpas pasadas; y Jesús quiso que saciara este deseo y me dejaba hacer y me ayudaba para que no fuese descubierta. Pero pronto vino Él a convencerme, primero con hechos y después con la obediencia, de que no era ésta su voluntad, que las almas las salvaría con una vida más sencilla, y que por este camino me haría santa”. Había que llevar a Dios un alma: un alma que, hacía más de sesenta años que no había tenido el alivio de una absolución ni la alegría de una comunión. Pedía a Jesús me dijera todo lo que quería de mí para conquistar aquella. A lo que me respondió: Dormirás una semana sobre tablas, te disciplinarás todos los días, llevarás todas las semanas dos cadenillas y te daré esta alma. La Madre pasó por ello y se convino: Si Jesús convertía esta alma, Consolata continuaría por el camino de las penitencias extraordinarias, de otra manera no: en la conversión de esta alma conocería la Madre el querer divino respecto a mí. Llegó el día fijado, pero aquella alma lejos de convertirse, declaró “que no temía al infierno”. Aquella misma mañana llevé a la Madre todos los instrumentos de penitencia que tenía, para no volverlos a tomar más. Derramé alguna lágrima, porque Jesús me había... engañado; en cambio, Jesús había permitido aquella humillación para establecerme definitivamente en el camino del amor. Al acercarse las Navidades (1934) me sobrevino de nuevo un gran deseo de prepararme con alguna penitencia extraordinaria, al menos con la cadenilla, y Jesús me dijo: “La cadenilla para venir en mi busca será no perder un acto de amor”. 16 “Otra vez quise imponerme una novena de mortificaciones en la comida, para obtener gracias y bendiciones sobre los ejercicios espirituales dirigidos por un piadoso sacerdote y la consecuencia fue: veinte días de prohibición del ayuno de regla. No me hubiera sucedido tal cosa si Jesús, con ello, no me hubiese querido darme a entender que para Consolata no quería, ni cadenillas, ni disciplinas, ni más penitencias que las de la regla; nada de esto sino sólo el deber. La regla, el amor. ¡Oh sí, un incesante acto de amor! Sólo esto, ninguna otra cosa más que esto, porque el amor es todo y en la práctica de este amor, se practican todas las virtudes”. En mayo de 1935 comenzó su santo ministerio entre nosotras el nuevo confesor ordinario y en una de las primeras confesiones me dijo: “Todas las semanas vencer un defecto, así serán buenas sus confesiones, no perderá el tiempo y alegrará el Corazón de Jesús”. Recibí el consejo con alegría e hice acopio de todos mis esfuerzos para vencer un defecto cada semana: pero preocupada únicamente de llegar a la semana siguiente sin haber dicho una palabra inútil o admitido un pensamiento inútil, etc., no pensaba ya en amar, y la Santísima Virgen María me dijo un día: Te pierdes en tantas minucias y no das a Jesús lo único que te pide. La última noche en vano desearás poder vivir para hacer todavía un acto de amor, será ya tarde. Lo comprendí y me di de nuevo a amar. “Una tarde en la meditación, me sentí invadida por una –diría- violenta conmoción, mientras una voz que quería ser la divina, me predecía dolores, dolores y dolores: Ha llegado tu hora, ¿Qué has hecho hasta ahora por las almas? Nada... me abandoné al divino querer y recobré la paz. Rechacé aquella voz pensando en lo que Jesús me había dicho y no tardé en descubrir el engaño del enemigo, que intentaba apartarme de mi sencillo camino de amor”. “Ahora soy completamente feliz, me siento en el camino recto, el que Jesús quiere. ¡No me queda sino vivirlo en esta vida, hasta morir de amor!... Sí, oh Jesús, sé lo que de mí quieres, es el amor, ninguna otra cosa sino el amor. Seguir otro camino es engañarme a mí misma, es perder el tiempo”. “4....y las divinas complacencias” Jesús mismo se dignaba manifestarle de vez en cuando su agrado por este mantenerse en el espíritu y estado de infancia espiritual. Es innegable que Sor Consolata tuvo de Dios grandes dones y gracias extraordinarias. ¿Por qué? Jesús mismo le daba la respuesta, y tan manifiesta que disipa la desconfianza que algunos pudieran concebir acerca de esta alma, como si por el hecho de haber tenido sus defectos, se la debiera juzgar inmerecedora de los divinos dones. Procede la razón de este criterio de la idea equivocada que tenemos de las gracias gratis datae o carismas, como las llama San Pablo. Le decía pues Jesús (15 de diciembre de 1935): “Mira Consolata, las criaturas suelen medir la virtud de un alma por las gracias que Yo les concedo y se engañan: porque soy libre de obrar como me parece”. Por ejemplo: ¿Es tu virtud la que merece las grandes gracias que te concedo? Pobre Consolata, tú no tienes virtud, no tienes méritos, nada tienes. Tendrías tus pecados, pero éstos ya no existen, porque los he olvidado para siempre. “Entonces ¿por qué a ti, precisamente a ti, tantas gracias? Porque soy libre de favorecer a quien quiero. ¡LOS PEQUEÑOS SON MI DEBILIDAD! ¡eso es todo!... Y nadie puede tacharme de injusticia, porque el Soberano es muy libre de favorecer regiamente a quien quiere”. El 19 de marzo de 1935, Jesús hacía a Sor Consolata una gran revelación sobre la santidad de San José, estupefacta y conmovida la humilde hija se dirigió a Él, diciéndole: “¿Por qué, Jesús, me dices cosas a mí que nada puedo hacer, y las ocultas a 17 los grandes personajes que harían tanto?”. Y Jesús contestó: “¡A los pequeños se lo digo todo!”. Complacíase entonces Jesús en predecir a Sor Consolata muchas cosas referentes a su futuro apostolado, después de la muerte. Confusa por tal divina dignación, lamentóse un día dulcemente, pareciéndole que le decía demasiadas cosas. Jesús le contestó (12 de diciembre de 1935): “¿Te digo demasiadas cosas sobre tu porvenir?... ¿Te digo todo?... Tienes razón, pero ¡Qué quieres cuando el corazón rebosa!... Y tú eres tan pequeña que te contentas con escribir (porque quiero que lo escribas todo) y por eso puedo decírtelo todo. ¿No has notado cómo alguna vez una madre, acariciando al último hijo, llenándole de mimos, le dice cosas que no las diría a otro de sus hijos mayores?... Qué quieres, su corazón de madre tiene necesidad de expansionarse, de decir a aquel pequeño ser, que aún no comprende, sino sólo le sonríe, todos los proyectos que sobre de él acaricia. Todo se lo dice, todo, como lo hago yo contigo. Pero observa que cuando aquel niño comience a hablar y se le pregunte: ¿Quién te ha hecho ese hermoso vestidito? Él lleno de alegría, contestará: ¡Mi madre! Y se gozará de tener ese vestidito hermoso y de que se lo ponderen. ¿Ves la diferencia que hay entre las almas grandes y las pequeñas? Éstas gozan de las virtudes con las que se sienten hermoseadas, porque “Dios es el que se las ha dado”, aquellas las ocultan de miedo a que la soberbia se las arrebate, porque han trabajado en conseguirlas. ¿Lo has entendido, Consolata?... ¡A las almas pequeñas Yo les digo todo; no me hurtan nada, todo lo dirigen a mi alabanza, honor y gloria! No era la primera vez que Jesús se servía de la comparación del niño del vestidito para indicar que las almas pequeñas se abandonan confiadamente a la acción de la gracia aún en lo que mira a su santificación, contentándose con secundarla en todo y por todo con suma docilidad. En efecto, el 18 de octubre de 1935 le decía: “Consolata, me gozo en ti porque puedo hacer todo lo que quiero y porque lo hago Yo todo. Dime, ¿tú sabes con qué cuidado y amor una madre hace el vestidito a su hijo, poniendo en ello todo su corazón? Si el niño no la dejase hacer... porque el vestidito quiere hacerlo él, contristaría a su madre”. Las confesiones semanales de Sor Consolata, después que tuvo padre espiritual, eran brevísimas. Jesús no le permitía expansionarse con el confesor sobre lo extraordinario de su espíritu. Y le daba una razón, que debiera ser muy tenida en cuenta por los que, como norma, se oponen a toda nueva manifestación misericordiosa del Corazón de Jesús. Le decía (5 de diciembre de 1935): “¿Sabes por qué no te permito expansiones con el confesor ordinario? Mira, Yo a todos doy libertad, no violento las voluntades, pero la desconfianza en Mí me hiere. No, no obligo a creer mis manifestaciones de misericordia a fuerza de milagros. Aún en mi vida mortal –lo lees en el Santo Evangelio-, la condición para obtener mis gracias era siempre ésta: ¿Puedes creer? ¡Todo es posible en quien cree! (Cfr. Mc 9, 22). He aquí por qué lo que digo a las almas pequeñas, de fe sencilla e íntegra, no lo revelo a las almas grandes. No, no es culpa de ellos, por la voluntad la dejo libre, pero se privan de muchas luces... ¿Me entiendes?” Sí, Sor Consolata comprendía este divino lenguaje, y lo comprenderán todas las almas de fe “sencilla e íntegra”. 18 Respecto de estas locuciones divinas convendrá tener muy presente, la siguiente declaración de Jesús a Sor Consolata (9 de noviembre de 1935): “Si te hago escribir es para que mis palabras reporten muchos frutos. A veces te parecerán un poco pueriles mis razonamientos, pero es debido a que eres muy pequeña y adapto a ti mis palabras; pero recuerda que cualquier palabra mía es espíritu y vida”. No es de extrañar este modo de obrar de Jesús con las almas pequeñas. “Dios, observa San Francisco de Sales, es inocente con los inocentes, bueno con los buenos, cordial con los cordiales, tierno con los tiernos, y a veces se ve llevado del amor a usar con las almas que, amorosamente puras, se hacen niños pequeñitos en su presencia, de los dulces detalles de un santo cariño”. Pero aún cuando Jesús acomoda el lenguaje a la pequeñez de la criatura, sus palabras son siempre con toda verdad “espíritu y vida” por los preciosos conceptos de vida espiritual que contienen. Después de una jornada de extenuante fatiga, Sor Consolata pedía perdón a Jesús por haber sido negligente, poniendo así obstáculos al acto de amor continuado y Jesús la animaba con estas palabras: “¿Ves?, lo que para las almas grandes sería culpa, no lo es para las almas pequeñas y tú eres muy pequeña. Yo le reparo debidamente”; “he amado por ti y por consiguiente toda jornada te la cuento como un continuo acto de amor”. Otra vez, en contestación a sus plegarias por el padre espiritual ocupado en un curso de predicación, le decía (16 de octubre 1935): Sí, esa predicación dará frutos abundantes de vida eterna. ¡Qué quieres! A los pequeños todo les concedo. Tú nada me niegas a mí, y yo nada te niego a ti. Y a propósito del estado de víctima, al que había sido llamada, le aseguraba (13 de noviembre de 1935): “Recuerda siempre que jamás te faltará mi fortaleza. Si te comunico mis virtudes, ésta de modo particular (te comunico), porque eres la misma debilidad”. Luego lo que atraía sobre Sor Consolata las miradas complacientes del Altísimo y le merecía los divinos favores era el espíritu de infancia espiritual; era su sentirse y hacerse, no sólo pequeña, sino pequeñísima en la presencia de Dios; era este íntimo reconocimiento de la propia debilidad que la llevaba a esperarlo todo de Jesús que en ella obraba y luchaba; era el poseer y vivir plenamente del espíritu de infancia espiritual. 19 Capítulo II La vida de amor y las virtudes cristianas 1. Creer al Amor. La vida de infancia espiritual consiste en la vida de amor y el primer requisito, para practicar con convicción y fruto la vida de amor, es creer al Amor. Esto ante todo, quiere decir creer que Dios es amor: Deus charitas est (1 Jn 4, 16) “Tú no puedes vivir sin amor. Decía Nstro. Señor a Santa Catalina de Génova: porque el amor soy Yo, tu Dios”. Y San Bernardo comentando el Cantar de los Cantares, dice: “Este divino esposo no sólo es amante, sino el mismo amor”. La fe en esta verdad fundamental es necesaria para que el alma pueda discernir en el amor la causa primera y eficiente de todas las obras de Dios. La sobreabundancia de su Amor es la que ha hecho a Dios Creador; su amor es lo que inspiró la Encarnación y la Redención; su amor es el que nos dio la Eucaristía y demás sacramentos; su amor es el que dispuso el purgatorio para las almas a quienes las pruebas de la vida no han purificado lo bastante; su amor fue el que preparó la mansión de la paz a las almas de buena voluntad; su amor ultrajado y desconocido fue el que creó el infierno. Tuvo razón San Francisco de Sales al escribir: “En la Iglesia de Jesucristo todo pertenece al amor, todo está fundado sobre el Amor, todo es Amor.” Más aún: es necesario descender de las grandes obras de Dios a cada uno de los acontecimientos de que está tejida la vida del mundo y de los individuos, para discernir en ellos, juntamente con el toque de artista de la mano de Dios, la huella de su amor. No puede Él realizar sino obras de amor: sus pensamientos, sus actos, todas sus divinas voluntades son amor, los mismos castigos son amor. Escribe Sor Consolata: “...La tarde del 24 de agosto de 1934, me encontraba en la celda junto a la ventana. Me había dado un libro en que leí los castigos con que amenazaba el Señor. Entonces tuve un estallido... como de Consolata: -¡Jesús! ¿Cómo quieres que nos lavemos en nuestra sangre que es inmunda? ¡Lávanos con tu sangre! “Consolata mira al cielo”...Lo miré y en el azul maravilloso descubrí una estrella, la primera de la noche. Y mientras la contemplaba, Jesús gritó muy fuerte a mi corazón “¡Confianza!”... Mientras tanto la encantadora bóveda del cielo se había revestido de estrellas y me vi envuelta en una misteriosa fascinación. Me senté sobre el alféizar de la ventana y quedé absorta, en muda contemplación. Me parecía que el cielo no estaba ya irritado, sino que la paz del Reino de Dios se extendía por el pobre mundo.” Sí, la paz al mundo, pero en el Reino de Dios Jesús es el Salvador del mundo, puede y quiere salvarlo. “Consolata, tengo necesidad de víctimas; el mundo se pierde y yo lo quiero salvar. Consolata, un día el demonio juró perderte y Yo salvarte, ¿quién ha vencido?... Ha jurado perder también al mundo y Yo juro salvarlo, y lo salvaré con el triunfo de mi Misericordia y de mi Amor. Sí, salvaré al mundo con el amor misericordioso, anótalo.” Téngase en cuenta: no es que Jesús excluya los castigos, que pueden ser necesarios, precisamente para la salvación del mundo y de las almas. Durante el conflicto italo-etiópico rogando Sor Consolata por los Capellanes militares, para obtener que se mantuviesen todos a la altura de su misión, Jesús le contestó (27 de agosto 1935): “Mira, la mayor parte de estos muchachos (los soldados), hubieran sido unos viciosos 20 en sus casas. En cambio en la guerra, lejos de las ocasiones, con la asistencia del Capellán, morirán y serán eternamente felices.” Lo mismo le repetía en cuanto a las crisis económicas, que abrumaban al mundo antes de la reciente guerra (15 de noviembre de 1935): “La miseria actual que reina en el mundo, no es obra de mi justicia, sino de mi misericordia.” ¡Cuántos pecados menos por falta de dinero! ¡Cuántas más oraciones se elevan al Cielo en las estrecheces financieras! “No creas que no me conmueven los dolores de la tierra; pero amo las almas, las quiero salvar y, para lograrlo, me veo forzado a usar de rigor. Pero créelo, es para hacer misericordia.” “En la abundancia las almas me olvidan y se pierden, en la miseria tornan a Mí y se salvan. ¡Así es, sábelo!” Durante la tremenda conflagración mundial, y precisamente el 8 de diciembre de 1940, entre Jesús y Sor Consolata que gemía y suplicaba por la paz, tuvo lugar el siguiente diálogo: -“Mira, Consolata, si hoy concediese la paz, el mundo volvería al fango, no sería suficiente la prueba soportada.” -¡Pero Jesús, toda esta juventud que va al matadero! -“Oh, ¿no es mejor dos, tres años de acerbos, intensos, inauditos sufrimientos y después una eternidad de gozos, que una vida entera de disoluciones y después la eterna condenación? ... Escoge.” -¡Pero, Jesús, no todos son malos! -“Ciertamente los buenos aumentarán sus méritos. No, no hay que echar la culpa a los jefes de las naciones que no son sino simples instrumentos en mis manos. Hoy para poder salvar al mundo, eso es necesario. ¡Oh, cuántos jóvenes darán eternamente gracias a Dios porque perecieron en esta guerra, que les ha salvado para siempre! ¿Lo comprendes?” Lo que Jesús decía respecto a la guerra, lo repetía respecto del hambre, triste patrimonio de la guerra misma (24 de abril 1942): “Salvo a los soldados en guerra y al mundo con la miseria y el hambre. Pero ¡cuántas almas se desesperan! Pide tú no sólo por las almas que sufren en el mundo, sino también por las que se desesperan, para que sea Yo su alivio y esperanza.” Y pocos días después, volviendo sobre el mismo tema –y siempre en contestación a las plegarias de Sor Consolata por la paz-, le decía (29 de abril 1942): “La miseria y el hambre llevan a las almas a la desesperación... ¡Oh, Consolata, ayúdame a salvarlas!” Quiero salvar a la pobre humanidad que corre al fango como el sediento al agua fresca, y para salvarla no hay otro camino que la miseria y el hambre. Pero la humanidad se desespera... ¡Oh, Consolata, ayúdame a salvarle, pide por ella como pides por los soldados! ¡A los soldados los salvo en guerra! ¡Así quiero salvar a la pobre humanidad! Pide, pide por ella, para que mitigue su dolor y salve las almas. Si permito tanto dolor en el mundo, es por este único fin: salvar las almas para la eternidad. El mundo se perdía, corría a la ruina... En particular, para mitigar la gran angustia de Sor Consolata por la destrucción de tantas casas en su querida Turín, a consecuencia de las violentas incursiones aéreas, Jesús le sugería el mismo pensamiento de fe (diciembre 1942): “Consolata, las casas se reedifican; las almas que se pierden, no. Oh, ¿no es mejor salvar almas y que las casas se arruinen, que perder aquéllas eternamente y salvar éstas?” Y como en las desventuras públicas, lo mismo en las familiares o individuales. Siempre, aún en los casos más intensamente dolorosos, ante los cuales la razón humana 21 se pregunta llena de confusión: -pero ¿por qué?-, le pregunta del cielo es la misma: Amor, Bondad, Misericordia de Dios. Un día, a las lágrimas de Sor Consolata, por la muerte inesperada de una amiga suya de infancia, una tal Celeste Canda, que dejaba cuatro hijos huérfanos, el mayor de cuales apenas tenía nueve años, Jesús contestaba: “Celeste Canda goza ya de mi dulce y eterna visión y desde el Paraíso vela con mayor ternura por las almas de sus cuatro hijos, más que si siguiera en el mundo.” ¡Qué suave alivio, cuánta luz del cielo arroja estas sencillas palabras sobre todos los lutos familiares! En suma, creer al Amor, quiere decir que Jesús nos ama, que quiere salvarnos y que todo lo que obra o permite, lo mismo en el mundo universo como en el pequeño mundo del alma, es siempre para nuestro bien. Pero son pocas las almas, aún las piadosas, que tienen esta fe viva y práctica en el Amor. La tienen quizás, pero débil y fácilmente vacila bajo los golpes del escalpelo del divino Artífice, dirigidos a perfeccionar la obra de sus manos. ¡Y cuántas almas se sienten inclinadas a ver a Dios, más que el Padre bueno, el Dueño severo! Para ellas es esta dulce lamentación de Jesús a Sor Consolata (22 de noviembre 1935): “¡No me consideréis un Dios de rigor, puesto que no soy sino un Dios de Amor!” Para ellas es la respuesta que daba Jesús a Sor Consolata, que le preguntaba cómo deseaba ser llamado (26 de septiembre 1936): “Amor inmenso, bondad infinita.” Para ellas también el consejo de Jesús a Sor Consolata, indecisa por no saber qué poner en una carta, si el Corazón sacratísimo de Jesús o el Corazón bueno de Jesús (22 de julio 1936): “Pon el Corazón bueno de Jesús; pues, que Yo sea santo, todos lo saben, pero bueno, no todos.” El alma por lo tanto que quiere vivir de amor, debe fundarse bien en esta verdad y aplicarla a mil casos de la vida cotidiana: no detenerse en las criaturas o en los acontecimientos, sino ver en todo a Dios y su amor; y siempre, en las cosas prósperas como en las adversas, en la quietud lo mismo que en el oleaje de la tempestad, recoger las propias energías para hacer llegar al cielo el grito de su fe inconcusa: “¡Sagrado Corazón de Jesús, creo en tu amor para conmigo!” ¿Qué es lo que se aseguraba el Apóstol del amor?: Hemos conocido y creído en el Amor que Dios nos tiene (1 Jn 4, 16). 2. “Esperar en el Amor” La fe en el Amor de Jesús a nosotros y nuestro amor a Él, levantan el espíritu a una más perfecta esperanza. “El amor todo lo espera” (1 Cor 13, 7). Y de esperanza, como de amor jamás se puede decir basta. Es para todos, para inocentes y pecadores, pero más para éstos; porque si la misericordia de Jesús es para toda alma, lo es en particular para las más necesitadas de misericordia. Vino del cielo, precisamente, por loe pecados: “No he venido a llamar a los justos sino a los pecadores” (Mt 9, 13); a ellos se dirigen las emocionantes solicitudes del buen pastor: “Yo soy el buen Pastor... (Jn 10, 14)” “¿Quién de vosotros, teniendo cien ovejas y habiendo perdido una, no deja las otras noventa y nueve en el desierto y va a buscar a la descarriada, hasta encontrarla?” (Lc 15, 4) Para ellos las apremiantes y delicadísimas atenciones del Padre del hijo pródigo: “Presto, traed el vestido más precioso, y ponédselo; ponedle un anillo en el dedo, y calzadle las sandalias; matad el ternero más cebado y comamos y celebremos un banquete, porque este hijo mío... estaba muerto y ha resucitado, habíase perdido y ha sido hallado” (Lc 15, 22-24). No, no bajó del cielo para hacer caer al alma vacilante, sino para realzarla; no para humillar, aplastar y perder a quien cayó, sino para rehabilitarle en su gracia y en su amor: A fin de que se 22 cumpliese lo que estaba dicho por boca del profeta Isaías: “He aquí mi siervo, mi escogido, en quien se complace mi alma; no quebrará la caña cascada ni apagará el pabilo que aún humea... en Él esperarán las naciones (Mt 12, 17-21; Is 42 1ss). Y no hará descender de lo alto el fuego vengador, invocado por los apóstoles, para consumir a los que yerran: no sabéis qué espíritu tenéis. El Hijo del hombre no ha venido a perder a los hombres sino a salvarles (Lc 9, 55-56); antes, hará que arda el fuego de su amor misericordioso: “he venido a poner fuego en la tierra ¿y qué he de querer sino que arda?” (Lc 12, 49). Gustoso divide el pan con los pecadores sentado en la misma mesa: “Estando Jesús a la mesa en casa de Mateo, vinieron muchos publicanos, y pecadores que se pusieron a la mesa a comer con Él” (Mt 9, 9-10); y con qué energía toma su defensa frente a los mal pensados: “No son los que están sanos, sino los enfermos los que necesitan del médico. Id a aprender lo que significa: Más quiero la misericordia que el sacrificio” (Mt 9, 12-13; Oseas 6, 6). Y cuando al pequeño corazón del hombre le parece mucho perdonar siete veces al hermano: “Señor, si mi hermano peca contra mí ¿cuántas veces le perdonaré? ¿hasta siete veces?” (Mt 18, 21); el Corazón de Jesús, después de haber mandado perdonar setenta veces siete: “no te digo siete veces, sino setenta veces siete” (Mt 18, 22), sigue perdonando y perdona siempre. Y jamás una reprensión, jamás echar en cara la culpa: “Mujer ¿dónde están los que te acusaban?... si nadie te ha condenado yo tampoco te condenaré. Anda y no peques más” (Jn 8, 10-11); jamás negar al pecador arrepentido sus divinos dones: Pedro, que le niega, tendrá la llave del reino de los cielos. Pablo, que le persigue será el apóstol de las gentes; la gran pecadora del Evangelio, recogida del fango del camino, será santa. Tan cierto es que: “Más fiesta hay en el cielo por un pecador que se arrepiente que por noventa y nueve justos que no tienen necesidad de penitencia.” (Lc 15, 7) La misión de Sor Consolata es precisamente la de narrar al mundo la misericordia infinita del Corazón de Jesús: narrarla en primer lugar a los Hermanos y Hermanas por ella espiritualmente adoptados, después a todas las almas. Y puede ella narrarla con las palabras y con los hechos: con todo lo que Jesús obró en ella, hasta hacer de su alma una de las más bellas obras maestras de la gracia. Le cedemos pues la palabra a ella, cuyo corazón, modelado sobre el de Jesús, sintió siempre una viva compasión por los pobres pecadores, un deseo ardentísimo de llevarlos a todos al Corazón de Dios. ... “Cuando Jesús, desahogando su corazón, se lamenta de algún alma, si en lugar de dar crédito a sus lamentos, le disuade diciéndole: -No, Jesús, no es así-... y excuso y compadezco, siento en mí que Jesús se serena y contenta, y termino pidiendo por aquella alma. El Corazón de Jesús es corazón de madre. Si una madre, quebrantada por los dolores que le ocasiona un hijo ingrato, llega a confiárselos a una persona amiga; si esa amiga para confortarla, la hace cambiar de opinión, presentándole al hijo bajo distinto aspecto, oh ¡cuánto goza aquella madre, al creer que su hijo es bueno? Tiene necesidad de pensarlo, de creerlo así. ¡El corazón materno, es un débil reflejo del Corazón divino! Pero una madre no podrá transformar al ingrato hijo; en cambio Jesús, si se lo pedimos, convertirá al alma infiel que traspasa su corazón.” Así escribía ella el 5 de diciembre de 1935. Dos días después, como para darle a demostrar que tales sentimientos venían de Él y eran conformes a la bondad de su Corazón Divino, Jesús confirmaba todo esto de viva voz, palabra por palabra. Será una repetición, pero, ahora son palabras divinas: “Una verdadera madre por feo que sea su hijo, no lo considera tal; para ella es siempre hermoso y así lo verá siempre su corazón. Así, exactamente así, es mi Corazón con las almas: por feas que sean, por enfangadas y sucias que estén, mi amor siempre las juzga hermosas. 23 Y sufro cuando se me dan nuevas pruebas de su fealdad y en cambio gozo, penetrado de mis sentimientos maternales, cuando se me disuade de su fealdad, se me dice que no es cierto, que son hermosas todavía. Sé que es un piadoso engaño; sin embargo, qué quieres, tengo necesidad de creerlo así. ¡Las almas son mías, por ellas he dado toda mi sangre! Comprendes ahora cuánto hiere mi corazón materno todo lo que es juicio severo, vituperio, condenación, aún basado en la verdad; y cuánto me alivia en cambio todo lo que significa compasión, indulgencia, misericordia. Tú jamás juzgues a nadie; no profieras nunca una palabra severa contra ninguno, sino consuela mi corazón, aparta mis tristezas, hazme ver, con los recursos de la caridad, sólo el lado bueno de un alma culpable; y yo te creeré y después escucharé tu oración en su favor y la despacharé favorablemente. ¡Si supieses cuánto sufro al hacer justicia! Sírvete de piadosos engaños; en este caso mi corazón tiene necesidad de creer que no es cierto que mis criaturas son tan ingratas y si tú tratas de disuadirme, diciéndome que no es cierto que tal o cual alma es tan mala, infiel, ingrata, Yo, al momento te lo creo. ¡Qué quieres, mi corazón tiene necesidad de confortarse de esa manera, tiene necesidad de hacer siempre misericordia, jamás justicia!” Semejante divino lenguaje podrá parecer nuevo y acaso dar motivo de asombro, pero sólo en quien lo considera superficialmente. No es, en efecto, que a los ojos de Jesús pueda parece hermosa el alma pecadora, en cuanto tal, pero siempre le parece hermosa atendido el infinito amor con que la creó, la redimió y la quiere salvar. De igual manera, no es que Jesús quiera o pueda ser engañado por el alma pecadora, pero se goza de ser piadosamente engañado por las almas justas que se interponen entre Él y los pecadores: para excusarlos y como para ocultarlos dentro del mismo amor reparador; imitando en estoe el ejemplo que Él mismo nos dio en la cruz interponiéndose entre el Divino Padre y la humanidad culpable: “Padre, perdónales porque no saben lo que hacen” (Lc 23, 34). En otras palabras: el Dios que en el Evangelio proclamó la bienaventuranza de los misericordiosos ¿no ha revelado acaso con esto mismo su bienaventuranza infinitamente mayor que puede siempre ejercitar su misericordia? Por otra parte, ésta no puede ejercitarse sino donde hay miseria y ¿qué miseria más espantosa que la del pecado? Bondad y misericordia: he aquí las efusiones del Corazón de Jesús sobre todos los hombres, pero en particular sobre los pecadores, como que son esos más necesitados de ella. No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos (Mc 2, 17), así como el Evangelio, lo confirma a Sor Consolata: “Consolata, jamás olvides que soy y gusto de ser exclusivamente bueno y misericordioso con mis criaturas. La justicia que ejercito con los pobres pecadores, en vida, es colmarles de beneficios.” Otras parecidas manifestaciones misericordiosas del Corazón de Jesús encontraremos en este libro, que es toda una lección de amor para los justos y una invitación de amor para los pecadores. Pero no podemos dejar de traer aquí otra página dictada por el Corazón de Jesús a Sor Consolata, que será de gran ayuda a los pecadores para reavivar la esperanza y aún a las almas que sufren por el temor excesivo, a veces oprimente, de no conseguir la eterna salvación. Esta falta de esperanza cristiana perjudica a las almas a la vez que ofende al Corazón Divino en lo más íntimo, esto es, en su amor misericordioso y en su voluntad salvífica. El 15 de diciembre de 1935, Jesús hacía escribir a Sor Consolata para todas las almas: 24 “Consolata, muchas veces almas buenas, almas piadosas, y a veces hasta almas que me están consagradas hieren lo íntimo de mi Corazón con una frase de desconfianza - ¡Quizás me salve! – Abre el Evangelio y lee mis promesas; a mis ovejitas he prometido: Les daré la vida eterna y jamás perecerán y nadie será capaz de arrebatármelas de mis manos. (jn 10, 28) ¿Lo entiendes Consolata? Nadie pueda arrebatarme un alma. Pero sigue leyendo: mi Padre que me las ha dado, es más grande que todos y nadie puede arrebatárselas a mi Padre (Jn 10, 29). ¿Lo has oído Consolata? Nadie puede arrebatarme un alma... jamás perecerán... porque le doy la vida eterna ¿Para quién he pronunciado estas palabras? Para las ovejas, para todas las almas. ¿A qué viene entonces el insulto: quizás me salve-, si en el Evangelio he asegurado que nadie puede arrebatarme un alma y que a esta alma doy la vida eterna y que por consiguiente no perecerá? Créeme, Consolata, al infierno va el que quiere, esto es, el que verdaderamente quiere ir; porque si nadie puede arrebatarme un alma de las manos, el alma valiéndose de la libertad que se le concede, puede huir, puede traicionarme, renegar de Mí y consiguientemente pasar a manos del demonio por su propia voluntad. ¡Oh, si en vez de herir mi Corazón con estas desconfianzas, pensaran un poco más en el paraíso que les espera! Porque no los he creado para el infierno, sino para el paraíso, no para ir a hacer compañía de los demonios, sino para gozar de mi amor eternamente. Mira, Consolata, al infierno va el que quiere... Piensa cuán necio es vuestro temor de condenaros, después que para salvar vuestra alma he derramado mi sangre, después de haberos colmado de gracias y más gracias durante una larga existencia... en el último instante de la vida cuando me dispongo a recoger el fruto de la redención, y esta alma está ya en situación de amarme eternamente; Yo, Yo que en el Santo Evangelio he prometido darle la vida eterna y que nadie será capaz de arrebatármela de mis manos, ¿me la dejaré robar del demonio, de mi peor enemigo? Pero, Consolata ¿se puede creer semejante monstruosidad? Mira, la impenitencia final, la que tiene el alma que quiere ir al infierno de propósito y que se obstina en rehusar mi misericordia, porque yo jamás niego el perdón a nadie; a todos ofrezco y doy mi inmensa misericordia; porque por todos he derramado mi sangre, por todos. No, no es la multitud de los pecados lo que condena al alma porque Yo los perdono si ella se arrepiente, sino la obstinación en no querer mi perdón, en querer condenarse. Dimas, en la cruz, concibe un sólo acto de confianza en Mí y aunque muchos son sus pecados, pero en un instante es perdonado y el mismo día de su arrepentimiento, entra en posesión de mi reino y es un santo. ¡Mira el triunfo de mi misericordia y de la confianza depositada en Mí! No, Consolata, mi Padre que me ha dado las almas, es más grande y poderoso que todos los demonios y nadie puede arrebatarlas de las manos de mi Padre. Oh, Consolata, confía, confía siempre; cree ciegamente que cumpliré todas las grandes promesas que te he hecho, porque soy bueno, inmensamente bueno y misericordioso y no quiero la muerte del pecador, sino que se convierta y viva.” Sor Consolata corresponde perfectamente a las invitaciones divinas. Lo cual no quiere decir que no tuvo luchas sobre este punto, pero siempre salió victoriosa. Citemos sus escritos (3 de noviembre 1935): “Una noche en los Maitines me impresionó mucho aquel pasaje del Evangelio: Un hombre tenía plantada una higuera en su viña, etc. 25 Llegada a la celda, copié el pasaje evangélico e hice comentario que me sirviera para el día de retiro. Parecía la historia de mi alma: si no da fruto, la mandas a cortar... Y el temor del juicio divino me asaltó terriblemente y me abrió un abismo entre Dios y mi alma infiel. Lloré sin atreverme a mirar al cielo... todo parecía inexorablemente perdido ¡Qué horas aquellas de desgarradora angustia!... ¿Qué podía yo ofrecer para aplacar esta justicia? ¿Qué podía prometer, si cada uno de mis días llevaba la marca de mi infidelidad?... Y mientras las amargas lágrimas se deslizaban copiosas hasta bañar la almohada, recogí todas las fuerzas de mi alma y dije: -¡Jesús, en ti confío!- y he aquí sobre el espantoso abismo veo extenderse un puente... La confianza en Jesús, por encima de todas mis miserias, unía a esta pobre criatura con el sumo Creador... y volvió la paz a mi alma. ¡La confianza en Dios! Sólo ella me da alas; el temor me hiela, paralizando toda actividad posible.” Volvió a experimentar lo mismo durante la Hora Santa en la noche del jueves al primer viernes de julio de 1936: “...tomé cuidadosamente la papeleta para aquel día; me acerqué al tabernáculo y leí: Nuestro Señor te ha amado y se te ha dado sin reservas, y ¿tú aún querrías dividir tu corazón? ¡fue una hora de Getsemaní! El amor divino, sus manifestaciones, me humillan profundamente; camino como oprimida por los dones, por las ternuras del Corazón de Jesús para conmigo. No, más no puede hacer un Dios por su criatura, Jesús no puede amarme más. Y yo ¿cómo correspondo?... Mis infidelidades de silencio se me pusieron delante en toda su monstruosidad; no, yo no amaba a Jesús sin reservas, no le daba todo o así que se lo daba, se lo reclamaba. Dios mío, ¡cuánta ingratitud!... Este peso me aplastaba como para aniquilarme y la justicia me reprendía. En aquella terrible angustia pensé que no me quedaba sino arrojarme confiadamente en el Corazón de Jesús, que es bueno, infinitamente bueno... ¿Esperaba Jesús esta mi determinación?... ¡Volvió la paz, y con la paz el amor!...” Por otras pruebas no menos dolorosas tendrá que pasar, por haberse ofrecido a sufrir el infierno en la tierra, a fin de salvar del infierno eterno a sus pobres “Hermanos” pero supo mantenerse heroicamente fiel al juramento que un día le requirió el Padre Divino, como para prepararla a los fuertes asaltos que le esperaba (8 de octubre de 1934): Honra a Dios con tu confianza; ¡júrame creer siempre, en cualquier situación en que tu alma pueda encontrarse, que hay un paraíso abierto para ti! Por lo demás, muchas veces le prometió Jesús formalmente, que iría derecho al cielo sin pasar por el purgatorio. Por ejemplo, el 19 de septiembre de 1935: “¡No, Consolata, no iremos al purgatorio, pasaremos de la celda al cielo!”. Ya antes, respondiendo a sus temores, sobre este particular, por los pecados cometidos, le dijo el Señor: Escucha, Consolata, si el buen ladrón, con las suyas hubiese tenido todas tus culpas, dime ¿hubiera por ventura cambiado mi juicio? –Oh no, Jesús, lo mismo hubieras dicho: ¡hoy estarás conmigo en el paraíso! -¡Pues bien, una noche te diré a ti lo mismo! 3. “Confiar en el Amor” La confianza es la flor de la esperanza cristiana. No sólo en cuanto que nos hace tender con alegría de espíritu a la Patria celestial, sino además porque nos hace caminar prontamente y sin paradas por el camino de la santidad. Amor y confianza son por lo tanto las alas con que el alma se lanza a los más audaces vuelos y se remonta victoriosa sobre todas las cimas. Si la confianza disminuye, también el amor languidece y el alma se arrastra. En efecto, el mayor obstáculo a las operaciones divinas en el alma es, justamente con la búsqueda de uno mismo, la desconfianza. 26 Ordinariamente, si falta la confianza en Dios, es por la excesiva confianza en nosotros mismos. Entonces el alma, experimentando la propia impotencia para el bien, se aflige con exceso, dando lugar a la turbación; y debiera ocurrir todo lo contrario: si el niño tiene derecho a ser sostenido por su madre ¿no es acaso por su innata debilidad? Lo mismo acontece en el campo del espíritu. Nuestra extrema debilidad es la que nos da derecho a contar con la fortaleza divina; nuestras innumerables miserias son las que nos atraen las ternuras del Corazón de Jesús. Es éste un punto importante en la lucha por la santidad: hacer de todas nuestras faltas, más o menos voluntarias, como un punto de apoyo para levantar más en alto la confianza. Un amor que desconfía, no es amor, sino temor; y toda angustia causada por la desconfianza no honra, sino hiere al Corazón de Dios. Por eso la frase: Honra a Dios con tu confianza, la encontramos repetida tantas veces por el Divino Padre o por Jesús a Sor Consolata. Un día (17 de septiembre de 1935) Sor Consolata hablaba confidencialmente con Jesús: “Jesús, el que hables a mi propia alma y te dignes enseñarla, debiera causar gran gozo a mi corazón, y en cambio me veo obligada a permanecer como indiferente porque mi miseria es muy grande y nada puede atraer sobre mí Tu divina mirada. Al darme cuenta de ello, nace en mí, a veces, la duda ¿no seré acaso una gran ilusa?... Jesús, perdóname; sí, creo que tú eres la bondad infinita”. A lo que Jesús contestó: Mira, Consolata, tus miserias tienen un límite, pero mi amor no tiene límites. Algunos días después (19 de septiembre de 1935): “Jesús que Tú ames los lirios cándidos e inmaculados, lo creo; pero que me ames a mí... no puedo comprenderlo. A lo que dijo Jesús: Si piensas que no he venido por los justos, sino por los pecadores, lo comprenderás al momento, Consolata” (Cfr. Mt 9, 13). “Una tarde -escribe ella- me encontraba desolada y exclamé delante del santo tabernáculo: Oh Jesús, soy siempre la misma, prometo y luego... También yo soy siempre el mismo, no cambio jamás. Pero me lo dijo en un tono, que mi debilidad se trocó en alegría: si Él no se afligía ¿por qué afligirme yo?” DE aquí que Jesús no le permitiese nunca replegarse en sus propias faltas (2 de noviembre de 1935): Cuando te acaezca cometer una falta cualquiera no te entristezcas, ven, deposítala al momento en mi corazón y refuerza el propósito de la virtud opuesta, pero con toda calma. Así toda tu falta será un paso adelante. Con gran calma... que el enemigo es astuto y procede con táctica: si logra inocular en el alma el veneno de la desconfianza, se da por satisfecho; lo demás vendrá de por sí. Vendrá, en primer lugar, la turbación, tan perniciosa al alma, como se lo decía Jesús a Sor Consolata (2 de agosto de 1936): Si el alma se mantiene tranquila, entonces es dueña de sí misma; pero si uno se turba, entonces son fáciles las caídas. Habiendo ella notado que Jesús en su alma lo permitía todo menos la turbación, le preguntó un día el motivo y Jesús bueno le dio a entender: que el alma en paz es como un fresco manantial de agua pura y cristalina, a la que Él puede acercarse y saciar su sed siempre que quiera; pero si entra en ella la turbación, esa alma, es decir, esa agua está como agitada por un palo que revuelve su fango y Jesús no puede ya saciar su sed. Y no sólo Jesús no puede ya aplacar su sed, sino que el demonio, que precisamente hace su pesca en aguas turbias, encuentra en aquel estado de ánimo el elemento adaptado a sus operaciones maléficas. Por eso Jesús la precavía y fortalecía diciéndole (24 de septiembre de 1936): No des entrada a la turbación jamás, jamás, jamás porque si te turbas, se alegraría el demonio y la victoria sería suya. Este triple “jamás” tenía, por fin confirmarla en la obediencia que el padre espiritual había impuesto a Sor Consolata, la cual, en sus grandes deseos de perfección, se inclinaba algún tanto al escrúpulo. Jesús se lo recordaba explícitamente: Ten presente 27 que la obediencia te impone no dar jamás, jamás, jamás entrada a la turbación; esto para ti es lo más importante. Jamás, pues, desconfiar para jamás turbarse. Casi siempre, en efecto, a la turbación sigue el desaliento, y el que se desanima ya no lucha, y por lo tanto no avanza, antes fácilmente retrocede. No se gana nada y se pierde mucho. Por lo menos se pierde tiempo. “He llegado a comprender, escribe Sor Consolata, que es necio el alpinista, que subiendo hacia la cumbre, por un pequeño resbalón se detiene desanimado, sin atreverse ya a aspirar a la codiciada cima; y que, por el contrario, es avisado y prudente el que, levantándose al momento, vuelve a tomar confiadamente su camino, sin la menor turbación, firme en su propósito de no perder tiempo, dispuesto a reaccionar cuantas veces se repitan los resbalones”. Por eso nunca será bastante meditada por las almas de buena voluntad la siguiente lección de Jesús a Sor Consolata (7 de noviembre de 1935): Dime, Consolata, ¿Cuál es más perfecta: un alma que se lamenta siempre con Jesús de que es imperfecta, porque siempre comete faltas, infidelidades a los propósitos, etc...; o bien un alma que sonríe siempre a Jesús, hace lo que puede para amarle, sin cuidarse de las imperfecciones que no quiere, por no perder tiempo, y que sólo se ocupa en continuar amando a Jesús? Dime ¿cuál de estas dos almas te parece más perfecta? A Mí me gusta más la segunda. Haz pues tú cuanto puedas por amarme y, cuando te suceda haber sido infiel, dame un acto de amor más ardiente y vuelve a tu canto de amor. El decirme, el repetirme “Mira, Jesús, lo que he hecho, cuán infiel te he sido, etc.”... son lamentos en los que se pierde tiempo. Por el contrario, un acto de amor más ardiente, enriquece tu alma y alegra la mía. ¿Lo entiendes?... Las imperfecciones, cuando no las quieres, no merecen ni una mirada. Tender, pues, a la perfección amando a Jesús, esforzarse cuanto se pueda para disminuir el número y la voluntariedad de las faltas, pero después no desanimarse cuando se llega a cometerlas, confiando siempre en la bondad infinita del Corazón de Jesús, que no por eso retirará al alma su amor, sus favores, ni su intimidad. Por eso dejó a Sor Consolata, para todas las almas, el siguiente precioso recuerdo (15 de diciembre de 1935): Cree que nunca serás menos amada, aún cuando tu debilidad te llevase a ser infiel a las promesas de silencio, etc. Mira, Consolata, mi Corazón más subyugado está por vuestras miserias que por vuestras virtudes. ¿Quién salió del templo justificado? El Publicano. (Cfr. Lc 18, 10 y sig.). Es que ante un alma humilde y contrita mi Corazón no sabe contenerse... ¡Así soy Yo! Recuerda siempre: que te amo y te amaré hasta la locura en cualquier momento y pese a tus debilidades que no quieres, pero que cometes. Por lo tanto, jamás, jamás, jamás, la menor duda de que por una infidelidad tuyas se debiliten mis promesas; jamás ¿estamos? De otro modo, herirías mi Corazón en lo más íntimo, Consolata. Ten presente que sólo Jesús sabe comprender vuestra debilidad, Él sólo conoce toda la humana flaqueza. Consolata, la culpa de dudar de que, por motivo de tus infidelidades, no cumpla Yo mis promesas, tú jamás, jamás, jamás, la cometerás; ¿me lo prometes? ¡Tú no me harás semejante ultraje, porque sufriría mucho! No se crea que todo esto vaya exclusivamente dirigido a las almas de avanzada perfección, cual era Sor Consolata, que hubiera preferido la muerte a cometer una infidelidad a sabiendas. Repitámoslo: Jesús, a través de Sor Consolata, trata de hablar a todas las almas: aún a las que en los comienzos de su renovación espiritual, sienten 28 continuamente la aspereza de la lucha; así como a las que, después de haber avanzado en el camino de la perfección, y cuando se creían ya invulnerables a un asalto más violento e inesperado del enemigo, permitiéndolo Dios, tuvieron que experimentar de nuevo la flaqueza humana. Entonces es el momento de echar mano a todas las fuerzas del alma en un supremo acto de confianza en el Corazón de Jesús. Escuchen todas estas almas las siguientes palabras llenas de aliento que Jesús dirigía a Sor Consolata, en la misma ocasión de que hablamos arriba: Mira, Consolata, el enemigo hará todo lo posible porque sacudas de ti la ciega confianza que en Mí tienes puesta, y no olvides jamás que soy y me complazco en ser exclusivamente bueno y misericordioso. Comprende, Consolata, mi Corazón; comprende mi amor y no permitas jamás, ni un solo instante, que el enemigo penetre en tu alma con un pensamiento de desconfianza, ¡jamás! Créeme únicamente y siempre bueno, créeme únicamente y siempre madre para contigo. Imita a los niños que, al menor arañazo en un dedo, corren a la madre para que se le vende. Haz tú siempre lo mismo: no olvides que yo borraré y repararé tus faltas, imperfecciones e infidelidades, como la madre venda el dedo real o imaginariamente enfermo. Y si ese niño, en vez del dedo, se rompiese un brazo o la cabeza, dime, ¿eres capaz de describir la ternura, la delicadeza, el afecto con que le curaría, le vendaría su madre? Así haré Yo con tu alma si legase a caer, aunque lo disimulara ¿Lo entiendes, Consolata? Luego, jamás, jamás, jamás, la menor sombra de desconfianza. La desconfianza me hiere en lo más íntimo del Corazón y me hace sufrir. Pero le prometía, para su consuelo, que no la dejaría caer en faltas graves: No, amada mía, ni la cabeza, ni el brazo dejo que se te rompan. Haz de saber que lo que a ti te digo, un día servirá para otras almas; por eso te lo hago escribir. Repitamos que la divina lección es para todas las almas, puesto que acá abajo nadie puede pretender vivir sin faltas o imperfecciones: Si dijéramos que no tenemos pecado, nosotros mismos nos engañaríamos, y no habría verdad en nosotros (1 Jn 1, 8) También Sor Consolata –no nos cansemos de repetirlo- tuvo sus defectos, que, como el lector lo ha podido ver, ella no nos oculta, ante parece complacerse en ponerlos a la vista, insistiendo y hasta poniendo de relieve su fealdad. Eran siempre defectos externos, como ímpetus repentinos, causados casi siempre por el celo en la observancia. Ahora, preguntémonos: ¿Qué cantidad de culpa podían tener ante Dios estos actos primi-primi en un alma de índole ardiente de carácter pronto y casi impetuoso, que muy bien pudiera denominarse “rayo y tempestad”? ¿En un alma que, acaso el mismo día había ya luchado hasta el heroísmo para reprimir, no una, sino diez, veinte veces, los impulsos desordenados de la naturaleza? ¿Y que, después de tales ímpetus, al momento se arrepentía, se humillaba gustosa delante de Dios y de las criaturas, con sincero propósito de enmendarse? Recuérdese además, que muchas veces, tales defectos exteriores son como un velo de que Dios se sirve para ocultar a los ojos de los demás, sus dones y sus operaciones en un alma. Así ocurrió con Sor Consolata, a quien Jesús –respondiendo a su explícito deseo de pasar desapercibida en la comunidad-, prometía: Sí, te anonadaré en el dolor y en la humillación. ¿En qué humillación? En ésta, precisamente, de parecer defectuosas y nótese, no sólo parece defectuosa a los ojos de los demás, lo cual tiene poca importancia, si no parecerlo a sus propios ojos, en lo cual está la verdadera humillación. 29 Cosas, todas estas, que se saben, pero que prácticamente se olvidan. Las olvidamos respecto de nosotros mismos: inquietándonos, turbándonos y desanimándonos, cuando nos acontece cometer alguna falta; las olvidamos sobre todo respecto del prójimo, cuando nos sublevamos contra toda posible afirmación de santidad de un alma, si vemos en ella una sombra de defecto. Querríamos añadir que es más fácil encontrar semejantes defectos en almas generosas, ardientes, volitivas, las cuales “queman las etapas” en la carrera de la santidad, que no en las que miden los pasos y andan con excesivo miramiento por miedo de tropezar. Los santos no fueron de los tímidos, ni siquiera de los meticulosos, sino de los audaces obradores. No decimos presuntuosos, sino audaces. No se paraban en minucias, iban a lo sólido: “Los que nunca combaten, dice San Juan Crisóstomo, nunca son heridos; el que se lanza con ardor contra el enemigo, muchas veces es por él alcanzado.” (Ad. Theodlaps, lib I, No. 1) Esta digresión no nos parece inútil, siendo tan importante que las almas –y los directores de almas-, no descuiden lo esencial por lo accesorio. Mientras tanto, he aquí cómo Jesús, continuando su más maternal exhortación, animaba a Sor Consolata: ¿Querrías que te prometiese no dejarte caer jamás, sino ser siempre fiel, siempre perfecta? No, Consolata, no quiero engañarte y por eso te digo que cometerás faltas, infidelidades e imperfecciones, las cuales te servirán para avanzar, porque te obligarán a practicar muchos actos de humildad. Ciertamente, es fácil al alma mantenerse en la confianza, cuando goza de los divinos atractivos, no pudiendo decirse lo mismo cuando camina entre tinieblas espirituales. Por lo que Jesús, preparando a Sor Consolata a esta contingencia, la prevenía así (27 de noviembre de 1935): Sí, Consolata, hoy el cielo de tu alma es hermoso como el cielo de la naturaleza ¿Lo ves? Es rosado y azul. Pero dentro de poco, sobre ese hermoso cielo de amor y de confianza se extenderán espesas tinieblas... ¡Ánimo, Consolata! Será en los días fructuosos de la prueba, cuando podrás mostrar con hechos a Dios tu amor y tu confianza en Él ¡Oh, confía! ¡Confía siempre en Jesús! ¡Si supieses cuánto gozo en ello! Dame siempre esta alegría de fiarte de Mí, aún entre tinieblas de muerte; dame siempre la alegría, en cualquier hora tenebrosa en que te encuentres, de un “Jesús, me fío de Ti, creo en tu amor para conmigo y confío en Ti.” Así, en efecto, hizo Sor Consolata, conservando inalterable su confianza, llevándola siempre muy en alto. Desde el 14 de agosto de 1934, vigilia de la Asunción de la B. V. María, iba poniendo en manos de la celestial Madre después de haberlo escrito con su propia sangre, el siguiente voto de confianza: “Madre, en tus manos pongo el voto que hago a Dios Nuestro Señor, de confiar en su bondad, en su misericordia, siempre, en cualquier estado en que mi alma se encuentre, y de creer siempre en lo que me ha prometido. Oh dulce Madre, con tu ayuda quiero esperar, confiar, creer todo esto de la omnipotencia del buen Dios. ¡Dios mío, te amo y confío en Ti!” El “Dios mío, confío en Ti” o bien: “Jesús, en Ti confío” se desliza de continuo en todos los escritos de Sor Consolata: son como el sello de todos sus propósitos, de todo su volver a comenzar después de una infidelidad, de todo empuje hacia la perfección. ¿Tiene algo de extraño que el Corazón de Jesús se dejase conquistar por tan gran confianza? Los dones divinos, las magníficas promesas por Él hechas a Sor Consolata, todo es fruto y premio juntamente de este su confiado amor. Sor Consolata creyó, pero creyó con una fe que no sólo transporta, o mejor pulveriza las montañas de los propios 30 defectos, sino que pone la omnipotencia misma de Dios al servicio de la criatura. Jesús así se lo confirmaba: (6 de agosto de 1935): ¿Sabes qué es lo que me atrae a tu alma? La ciega confianza que tienes en Mí. (20 de octubre de 1935): La confianza ciega, infantil, sin límites, inmensa, que tienes en Mí, me agrada tanto que por eso me inclino hacia ti con tanto amor y con tanta ternura. Por esta confianza obrará Él en ella maravillas sobre maravillas (8 de octubre de 1935): Haré en Consolata, cosas maravillosas porque tu confianza en Mí no tiene escollos. Tú crees en Jesús, en su Corazón misericordioso, y ¡todo es posible al que cree! (Cfr. Marc 9, 22). Por esta confianza la llevará a la cima de la santidad (18 de noviembre de 1935): Si te hubieras fiado de ti misma o apoyado exclusivamente en una criatura mía para alcanzar la cumbre, hubieras dado pasos de caracol; pero te fías sólo de Jesús, te has apoyado sólo en el Omnipotente y realizaré maravillas, haremos vuelos de gigante. Por esta confianza derramará Él en su alma los tesoros de su Corazón Divino: Consolata, tú no pones límite a tu confianza en Mí y Yo no pongo límites a las gracias que derramo en ti. Y precisamente por lo que respecta a la confianza, hará de Sor Consolata, no sólo un apóstol en el mundo, sino el apóstol de los apóstoles. Esta promesa le hizo Jesús por primera vez el 22 de octubre de 1935: ¡Consolata, te haré apóstol de los apóstoles! Más tarde, el 10 de diciembre de 1935, se lo confirma y explicaba diciéndole: Aquel Dios que se complació en elegir a una niña para hacer de ella un apóstol de apóstoles por la confianza que se debe tener en Dios, sabrá infundir a esta niña tal y tanta generosidad, que la hará superar las pruebas y conducirla vencedora a la cumbre deseada. Y el 3 de noviembre de 1935, inspirándole seguridad para afrontar las pruebas que le esperaban: Consolata, nada temas. Nadie podrá ya detener tu vertiginosa carrera hacia el fin, nadie; porque Yo estoy en ti y tú te fías única, ciega, y totalmente de tu Jesús. ¡Me gozo en ello y verás qué sabré hacer de Consolata! No temas de nada ni de nadie: tienes contigo a Dios, que piensa por ti, que te protege como a las niñas de sus ojos. Te juro que corresponderás plenamente a los designios que Jesús ha formado sobre ti. “Del seno del que cree en Mí manarán los ríos de agua viva.” (Jn 7, 38). ¡Oh, confía, confía siempre en Jesús! ¡Si supieses cuánto me gozo en ello! ¡Dame este consuelo de que te fíes de Mí aún entre las tinieblas de la muerte! Jamás temas nada, confía en Jesús totalmente, solo y siempre; y aún cuando descendieran sobre tu alma las tinieblas para envolverte en ellas, oh entonces repite aún más intensamente: “Jesús, no te veo, no te siento, pero me fío de Ti!” Así en toda clase de pruebas. Tu confianza en Mí es grande Consolata; trata de que sea heroica en los días de prueba. Heroica fue. En los ejercicios espirituales del 1942, cuando estaba ya subiendo su calvario estampaba en el diario esta página que merece ser reproducida enteramente: “...Alma mía ¿hasta hoy puedes decir delante de Dios que has siempre combatido? ¿Que has llegado a la perfección requerida? ¿Que te has mantenido fiel a los propósitos hechos?... Dios mío. ¡Qué confusión! ¡Qué vileza!... Pero, oh Jesús, no quiero ni envilecerme ni desanimarme, quiero que desde este instante con tu ayuda, levantarme, luchar, perseverar en la lucha para poder decir con San Pablo en el momento de la 31 muerte: He combatido el buen combate, he concluido la carrera, he guardado la fe (2 Tim 4, 7). “Sé que me espera una lucha continua, enfurecida, tenaz, cotidiana, desde la mañana hasta la noche: la lucha de los pensamientos por conservar por Ti la mente, la lengua, el corazón inmaculados. Sé que me espera un esfuerzo supremo de todas las energías para darte un acto incesante de amor, para verte en todo, para ofrecer un “sí” generoso a toda inspiración y exigencia divina; y sé que el odio satánico se aprovechará de todas las coyunturas para impedirme, para detenerme en la amorosa ascensión hacia Ti.” “Por eso, va a entablarse la batalla de una manera decisiva contra mí misma, las criaturas y el enemigo. Jesús no quiero entrar en el paraíso un minuto antes del señalado por Ti mismo ni un minuto después por culpa mía. Si Tú estás en mí ¿quién estará contra mí?” (Cfr. Rom 8, 31). “Jesús quiero, desde este momento hasta la muerte, no dar entrada a un pensamiento, a un desaliento, a una desconfianza. Jesús quiero comenzar el acto de amor así que me despierte y continuarlo, a pesar de todas las baterías enemigas, hasta el momento de dormirme por la noche. Jesús siempre con tu ayuda, quiero verte, hablarte, servirte en todo. Jesús quiero responder “sí” a toda exigencia directa o indirecta, a todo sacrificio, a todo acto de caridad, y hacerlo con todo amor y entre sonrisas. Jesús, quiero vivir el momento presente, este momento, en un acto de amor, de total entrega a tu divino querer, por Ti y por las almas. ¡Jesús, quiero con tu gracia permanecer en paz y sonriente siempre, sea cual fuere el estado de mi alma!” “¡Jesús, con tu ayuda, ya no se vuelve atrás! Y entonces, teniendo que avanzar ¿por qué arrastrarme? ¿Por qué hacer reír al enemigo con altos y paradas, con desalientos y desconfianzas? ¡No, ya no más! Quiero, con tu ayuda, ir adelante, siempre adelante; aún herida, ¡siempre adelante! Y cuando caiga a lo largo del camino, quiero – confiando en Ti-, levantarme inmediatamente, aunque fuese por milésima vez y en el último instante de la jornada, y volver enérgicamente a mi canto, como si nada hubiese pasado. ¡Jesús bueno bendice y conserva esta tu voluntad en mí!” ¡Cuánta buena voluntad, cuánta generosidad y confianza en esta almita! Confianza que ella en la íntima convicción de la propia nada, en la cotidiana experiencia de la propia debilidad, apoyaba sobre esta divina realidad: el amor, la omnipotencia, la fidelidad del Corazón de Jesús. En efecto, escribe: “...Una mañana de un día de retiro (creo que en el verano de 1931), no habiendo podido hacer la visita a Jesús sacramentado con las hermanas del noviciado, me encaminé sola hasta la puertecita del Santo tabernáculo. Abro el libro del retiro y leo: “¡Te creo omnipotente!” Esta frase me impresionó. Cierro el libro y recibo de lleno la luz divina. ¡La omnipotencia divina! Y comprendí que a pesar de todas mis extremas debilidades y miserias, Dios podía hacerme santa. Y con la luz sentí una nueva y fuerte esperanza: la confianza en Dios. Si era omnipotente, si lo podía todo, podía también realizar mis inmensos deseos. Y desde aquel momento creí que todo se llevaría a cabo. Oh Jesús, si esta noche tu débil criatura con voluntad resuelta puede decirte: “¡Estoy pronta a todo!”. ¿A quién lo debo, sino a la omnipotencia misericordiosa que ha obrado el milagro de la transformación, que a mi innata debilidad ha sustituido tu fuerza divina?” Habla de deseos inmensos. Cuáles sean éstos y cuáles las estupendas promesas divinas, puede verse en el tomo de la Vida. Aquí diremos, que a nuestro juicio, dio con el vértice de la confianza manteniendo siempre solidísima en el corazón, a pesar de todo, la fe en la realización: Sea de sus deshechos deseos de amor, de dolor y de almas, 32 sea de las divinas promesas. Baste una cita tomada de una carta suya al Padre espiritual (10 de septiembre de 1942): “...hoy mi plegaria más ardiente es para obtener de Jesús la gracia de amarle como nadie le ha amado y para salvarle tantas almas como nadie se las ha salvado; y se lo repito en cada estación del Vía Crucis, hasta cansarle. Qué quiere, Padre, mi única esperanza de poder obtenerlo descansa en la plegaria insistente. Sé que soy miseria, inconstancia, vileza, pero sé también que Él es omnipotente, que a Él nada le es imposible; por eso, entre esta pequeñísima y Dios Nstro. Señor se ha tendido el puente de la confianza y, en mi suprema vileza, creo que Jesús me concederá lo que deseo.” “No temo ya el dolor, la lucha, el anonadamiento: Jesús me hace la gracia de amarle, y me sorprendería y me afligiría sobremanera si yo no me encontrase en este estado. Con gran audacia pido sufrir como nadie jamás ha sufrido, porque no me apoyo en mí, vil por naturaleza, sino que cuento exclusivamente con Él, el Omnipotente, que todo lo puede, hasta el concederme que soporte con alegría tanto dolor. Lo pido, lo anhelo inmensamente y creo que me será concedido. A veces, le digo como en broma, que si no me concede el dolor y la fuerza de soportarlo bien, no sería omnipotente: “¡Y yo te creo Omnipotente!” Me parece poder asegurar, Padre, que ha comenzado la carrera hacia el dolor, como ya se ha iniciado la carrera hacia el amor. “A veces, por las noches, al hacer el Vía Crucis, con la vista en las estrellas, pienso: ¿qué dirán los santos de mi insistente plegaria de amor, de dolor y de almas en grado tan altísimo?... Si partiese de un corazón inocente, fiel, pero ¡de Consolata!... Ello, no obstante, ya se ha lanzado el desafío de audaz confianza, que todo lo espera obtener. Todo es posible al que cree; ¡y Consolata cree, cree!... Oh Padre, me parece que se hace en mí la fe tan grande, tan grande... ¡Y me aferro tenazmente a la plegaria para conservarla y, si es posible, acrecentarla cada vez más. Repito que se ha tendido el puente entre esta niñita y el Corazón de Dios: confianza sin límites!” Tal arrojo de amorosa confianza no necesita comentarios, él por sí mismo explica la promesa tantas veces hecha por Jesús, a esta alma amada: ¡Consolata, en el regazo de la Iglesia serás la confianza! Una conclusión podemos sacar aquí anticipando lo que se explicará en las páginas siguientes sobre dicho fin, a saber: que el amor, la vida de amor, lleva realmente al alma al heroísmo de todas las virtudes, venciendo todas las debilidades de la naturaleza humana. Bien comprendió esto Sor Consolata y por lo tanto jamás se perdió a lo largo del arduo camino tendido hacia la cumbre. Una noche, en los Maitines, se leían estas palabras: “Bienaventurada eres Tú, oh Virgen María, porque creíste al Señor”, y Jesús le susurró en el fondo de su corazón: “¡Consolata, un día lo dirán de ti!” ¡Oh Jesús, yo soy ya bienaventurada! -¿Eres feliz porque tienes a Jesús? – Oh Jesús, ¿se puede desear algo más cuando se te posee? -¡No, querida, no se puede desear nada más!-. 4. “Amar al Amor” La otra verdad de la que debe estar íntimamente convencida el alma deseosa se adelantar en la vida de amor, es que Jesús no pide otra cosa a sus pobres criaturas sino el amor. Del mismo modo que las relaciones todas entre el Creador y la criatura se compendian en la palabra de San Pablo: “Me amó” (Gál 2, 10), así todas las relaciones entre la criatura y el Creador se compendian en esta otra del Evangelio: Amarás al Señor tu Dios (Mt 22, 37). Amor por amor, lo demás que la criatura puede darle, es ya suyo y Él puede tomarlo a su placer, aún la misma vida. El amor no; es libre en la tierra 33 y la criatura puede negarlo. Pero Dios lo quiere, lo exige, lo pretende; de él se ha hecho el fin de la creación del hombre; lo ha proclamado como su primer mandamiento, de cuya observancia depende la consecución de la vida eterna (Mt 22). Y lo quiere entero: quiere ser amado con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente, con todas las fuerzas. Y para lograr nuestro amor bajó del cielo, se hizo mendigo a los pies de la criatura: ¡Dame de beber! (Jn 4, 7); finalmente subió a un patíbulo para gritarnos con la voz de la sangre la misma divina sed ¡sitio! (Jn 19, 28). El divino reclamo, siempre vivo durante veinte siglos en la voz del Evangelio, más apremiantes después con las revelaciones a Santa Margarita Alacoque, se intensifica en estos últimos tiempos a través de no pocas misericordiosas manifestaciones: la que, por ejemplo, se concentra en la vida y doctrina de Santa Teresita. Cuántas almas sin embargo, sinceramente deseosas de llegar a Dios se pierden inquietas y afanosas por caminos sembrados de dificultades, mientras que el camino recto, fácil y seguro lo tienen adelante: ¡El amor! ¡Cuántas, anhelosas de consagrarse a Dios son detenidas por el temor de no sé qué austeridades, como si el divino Esposo estuviera más sediento de nuestra sangre que de nuestro amor! No es así: a Sor Consolata, que pertenecía a una de las más severas órdenes claustrales, Jesús no le pide sino amor; el amor obraría todo lo demás. Las expresiones: ámame sólo, ámame mucho, ámame siempre, no te pido sino amor, etc., se encuentran centenares de veces en las páginas del diario, donde se relatan las divinas lecciones. Es una invitación continua, insistente y hasta conmovedora del creador sediento del amor de su criatura. No encontrándolo Él en la mayor parte de los hombres y no recibiéndolo enteramente sino de pocas almas a Él consagradas, lo va mendigando de las almas pequeñas que comprenden mejor el anhelo del Corazón Divino y saben corresponder, decía Jesús a Sor Consolata (15 de octubre de 1935): Tengo sed de ser amado de corazones inocentes, corazones de niños, corazones que me amen totalmente. Lo pide a estas almas, a fin de que, a través de ellas, se difunda por todo el mundo (13 de octubre de 1935). Consolata ámame tú por todas y cada una de las criaturas, por todos y cada uno de los corazones que existen. ¡Tengo tanta sed de amor! Esta sed de amor que todo corazón humano debiera sentir por el Creador, la siente el Creador por el amor de la criatura (9 de noviembre de 1935): ¡Ámame, Consolata, tengo sed de tu amor, como el que se muere de sed, tiene sed y desea una fuente de agua fresca! Es tal y tanta sed de amor, que llegaba a decir a Sor Consolata (3 de noviembre de 1935): Consolata, escribe, porque te lo impongo por obediencia, que por un acto de amor tuyo crearía el Paraíso. Si esto es grande, más grande es que Dios encuentre su paraíso en el corazón de quien le ama (9 de noviembre de 1935): ¡Consolata mientras tú me ames continuamente, Yo en tu corazón gozo de un Paraíso! Como enseña la Escritura, los Santos Padres y la Teología, toda alma en estado de gracia es un templo, el trono, el cielo de Dios. ¿Qué decir, entonces, del alma que no sólo vive en el amor, sino que vive de amor? Decía Jesús a Santa Margarita Alacoque: “Hija mía me son tan gratos los deseos de tu corazón, que si no hubiese instituido mi divino Sacramento de amor, lo instituiría por amor tuyo, para tener el placer de morar en tu alma y tomar mi descanso de amor en tu corazón” (Vida y Obras, II, 105). Y ahora he aquí que dice a Sor Consolata (29 de octubre de 1935): Eres mi pequeño paraíso; una comunión tuya me recompensa todo lo que he sufrido por buscarte, tenerte, poseerte. –Pero Jesús ¡si no sé decirte nada! –No importa, pero tu corazón es mío, exclusivamente mío y Yo ¿qué quiero de mis criaturas sino el corazón? A todo lo demás 34 no miro y cuando un corazón es mío, exclusivamente mío, ¡oh entonces este corazón viene a ser para mí un paraíso! ¡Y tu corazón es mío, es ya eternamente mío! ¡Cuán bien se comprenden ahora las divinas insistencias porque Sor Consolata uniese al amor incesante la incesante plegaria para el advenimiento del reino del amor en el mundo! Así el 16 de diciembre de 1935: Consolata, sí, pide perdón por la pobre humanidad culpable, pide tú por el triunfo de mi misericordia, pero sobre todo pide, oh pide para ella el incendio del divino amor, que cual nuevo Pentecostés redima a la humanidad de tantas suciedades. ¡Oh, sólo el amor divino puede hacer de apóstatas, apóstoles; de lirios enfangados, lirios inmaculados; de pecadores viciosos, trofeos de misericordia! Pídeme amor, el triunfo de mi amor para ti y para cada una de las almas de la tierra que ahora existen, y que existirán hasta el fin de los siglos. Prepara con la oración incesante el triunfo de mi Corazón, de mi amor sobre la tierra. Otra vez, insistiendo sobre la misma idea, le recordaba las palabras de Santa Teresita: “¡Oh Jesús, que pueda yo contar a tus almas pequeñas tu inefable condescendencia!” y le añadía (27 de noviembre de 1935): Consolata, cuenta a las almas pequeñas, a todos mi condescendencia inefable, di al mundo cuán bueno y maternal soy y, como no pido, en cambio, de mis criaturas, más que el amor. Tú lo puedes contar, Consolata, cuenta mi extrema misericordia y extrema condescendencia maternal. El amor: he aquí el fuego que Jesús vino a poner en la tierra y quiere que arda en todo corazón (15 de diciembre de 1935): ¡Oh, si pudiera descender a todos los corazones y derramar en ellos a torrentes las ternuras de mi amor!... ¡Consolata, ámame por todos y, con la oración y la inmolación, prepara al mundo para el advenimiento de mi amor! Jesús, pues, quiere salvar al mundo, pero el mundo tiene que volver a Jesús. Con Él la paz en la tranquilidad del orden, sin Él la anarquía y la ruina. ¿Y para tornar a Jesús? Un solo camino, lo mismo para las almas como para las naciones: ¡Diliges! ¡El amor! Esta es toda la ley, todo el cristianismo. En el cumplimiento de este solo precepto, que abarca a Dios y al prójimo, está la salvación: Haz esto y vivirás (Lc 10, 28). El protestantismo, por una parte, el jansenismo, por otra parte, en estos últimos siglos han apagado poco a poco este fuego sagrado en el corazón del cristianismo y lo han matado por lo menos en muchas almas. La máscara de un cristianismo de la Iglesia Católica y que ella constantemente ha dejado los corazones, los ha alejado de Dios, llevándolos progresivamente al indiferentismo, al escepticismo, al ateísmo, al paganismo. Para volver a Jesús es, pues, necesario volver al Evangelio que Jesús mismo ha depositado en el seno de la Iglesia Católica y que ella constantemente ha defendido y enseñado: el Evangelio del amor y de la caridad. Creer en el Evangelio es creer en el Amor, practicar el Evangelio, es amar. 35 Capítulo III La vida de amor y la perfección cristiana 1. “Amor y Santidad” Sólo Dios sabe cuántas almas santas hay en el regazo de la iglesia militante. Esto no obstante puede afirmarse: que no son pocos los que juzgan la santidad como cosa exclusiva del claustro, o por lo menos “asunto” reservado a pocas almas privilegiadas, para las que viene a ser la santidad un don llovido del cielo, que no tienen más que recibir. Semejante modo de pensar, además de erróneo, es perjudicial: en cuanto que detiene a las almas en una inercia espiritual y las recuesta en una mediocridad que nada condice con los que se profesan seguidores de Cristo. La vocación a la santidad es de todos los cristianos indistintamente, como miembros de un mismo cuerpo místico. Si santa la Cabeza, santos también los miembros. Cuando en el Evangelio Jesús dice: Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre que está en los cielos (Mt 5, 48) se dirige a todos los secuaces. Cuando San Pablo escribe: Esta es la voluntad de Dios, vuestra santificación, (1 Tes 4, 3) también se refiere a todos los cristianos. Si Dios nos quiere santos, sin duda alguna nos da las gracias necesarias para conseguir la santidad; por otra parte, todo lo que Jesús ha hecho por nosotros, o nos ha dado y dejado, todo es en orden no sólo a nuestra salvación, sino a nuestra santificación. El deseo, el contento, quisiéramos decir la ambición de Jesús, es precisamente la de vernos santos. Él lo confirmaba a Sor Consolata diciéndole: ¡Si supieses cuánto gozo al hacer a un alma santa! Todos debieran hacerse santos para procurarme ese placer. ¿Quieres una pálida idea de ello? Piensa en la alegría que experimenta una madre cuando ve a su hijo volver radiante de gozo con el triunfo conseguido: ¡la felicidad de esta madre es indescriptible! Pues bien, mi felicidad al ver a un alma que ha llegado a la santidad supera inmensamente a esta débil imagen. Jesús habla también aquí a todas las almas. Es, pues, de suma importancia para los cristianos estén bien instruidos sobre este particular. ¿Por qué temer hablarles de santidad, o por qué espantarse ellos de aspirar a la santidad, si es un deber preciso de todo cristiano? Lo importante es hacerse una idea cabal de la santidad misma: sea para no errar en la práctica y conseguir poco o nada, creyendo hacer mucho; sea para no dejarse apartar de tan noble empresa, con el pretexto de la propia mezquindad o debilidad. Es un error –lo declara expresamente Jesús a Sor Consolata como hemos visto yahablando de santidad y de santos, acentuar los dones extraordinarios o gracia gratis datae; y es, asimismo, un error dar excesiva importancia a las penitencias extraordinarias, a la austeridad, etc... como si el primer gran mandamiento de la ley y por consiguiente el primer y gran deber del cristiano, no fuera el amor de Dios y del prójimo, sino la maceración del propio cuerpo. No, no es necesario interpretar mal el Evangelio ni reducir o rebajar a los Santos al nivel de una secta de flagelantes, no poniendo de relieve, como es debido, aquella interioridad –unión con Dios: amor-, de donde les viene vida, valor y perfección a todas las obras y hasta a todas las virtudes. Y el Evangelio no es un mensaje de tristeza, sino de gozo: desde el alegre anuncio de los ángeles en Belén a aquel otro triunfante de los ángeles junto al sepulcro vacío de Jesús. ¿Y quién puede asegurar que Jesús haya prohibido a sus seguidores usar de los puros y castos goces de la vida, si es su amor el 36 que los siembra, entremezclados con el dolor, en nuestro camino? El mismo sacrificio cotidiano ¿no queda acaso transfigurado por la luz de la cristiana esperanza? En este Mensaje hemos encontrado ya algunas indicaciones a este respecto y ofrecemos luego algunas otras. Un día Sor Consolata, atacada de gripe maligna, se apoyó en el banco mientras estaba de pie en el coro, luego se sentó (lo que jamás hacía por espíritu de mortificación). Pero al momento sintió un poco de pena y pidió perdón a Jesús. Y Jesús le dijo: ¡Ten paz, no me creas severo, Consolata! Jesús, que a tu padre San Francisco enviaba el cuervo a que le despertara más tarde por la mañana, únicamente porque había dormido poco durante la noche, puede permitir a una criatura suya que se apoye, que se siente en el coro, porque... te sientes enferma. ¿Has comprendido que Jesús es la bondad, la misericordia, la indulgencia? Sor Consolata era aficionadísima a la vida común en todo, aún en cuanto a los alimentos; por eso renunciaba de buena gana y de propósito a lo que la comunidad suele proporcionar a los más débiles, y a esta regla jamás hubiera querido poner excepciones, ni siquiera en los días de postración física o de enfermedad. He aquí la bella lección de Jesús al respecto (24 de septiembre de 1936): Consolata, recuerda que soy bueno, no me desfigures. Mira, la santidad gusta al mundo figurársela con imágenes todas de austeridad, disciplinas, cadenillas... No es así. Si el sacrificio, si la penitencia forma parte de la vida de un Santo, no es toda la vida. El Santo, es decir, el alma que se da generosamente a Mí, es el ser más feliz de la tierra, porque Yo soy bueno, exclusivamente bueno. Oh, no olvides jamás que Jesús, a quien ves morir en una cruz, al final de su vida mortal, es el mismo Jesús que durante treinta años vive como todos los hombres, en el seno de la propia familia; es el mismo Jesús que en los tres años de predicación se sienta y toma parte en los banquetes. Y Jesús era santo, Consolata, el más santo de todos los hombres. Por lo tanto, en tus necesidades no me desfigures, piensa que Jesús es siempre bueno, que para ti es y será hasta tu último suspiro, toda ternura maternal. Si me complazco en la fidelidad a tus promesas, me complazco también en tu confianza en mi maternal bondad, y cuando sientas verdadera necesidad, veré gustoso que hagas excepciones. Recuérdalo, no lo olvides nunca: Jesús es bueno; no me desfigures. No se quita pues nada de cuanto realmente puede servir para la santificación del alma, pero todo en su puesto, y se da a todo, su valor en orden a la santificación de la misma. En suma, si Jesús en el Evangelio llama a todos los secuaces suyos a la santidad, y a todos ha dado ejemplo, debe ser necesariamente una santidad única para todos y accesible a todos: si bien pueden ser diversos los caminos que a ella conducen, según la distinta condición de las personas y los diversos designios que Dios tiene sobre las almas. Esta santidad reside esencialmente en el amor: como lo que une al alma al manantial de toda santidad, que es Jesucristo. Y si bien no de todos exige los mismos sacrificios, o en la misma medida, de todos quiere ser amado, y amado con todo el corazón, con toda, la mente, con toda el alma, con todas las fuerzas. De este amor tan total ha hecho para todos un mandamiento preciso, compendio de toda ley. Por eso, cuando un alma le da este todo, es santa, y lo es en la medida en que le ama tan totalmente, sin que pueda esto efectuarse sin renunciar (Lc 14, 33) a todo lo que se opone al perfecto amor, como luego veremos más detalladamente. 37 Por aquí comprenderá fácilmente el lector el significado preciso de la siguiente lección de Jesús a Sor Consolata, en la que se repite la idea de la precedente (16 de diciembre de 1935): Consolata, di a las almas que prefiero un acto de amor y una comunión de amor a cualquier otro don que puedan ofrecerme. Sí, un acto de amor a una disciplina, porque tengo sed de amor. ¡Pobres almas! Para llegar a mí creen que es necesario una vida austera, penitente. Mira cómo me desfiguran, me hacen temible, siendo como soy, solamente bueno. Cómo olvidan el precepto que les he dado, que es el compendio de toda ley: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, etc. Hoy, como ayer, como mañana, a las pobres criaturas les pediré sólo y siempre amor. Oh, si los cristianos comprendiesen más a fondo el Evangelio, en su espíritu, cuánto más fácil y alegremente lo traducirían a la práctica en su vida cotidiana. ¡Amor por amor: esto es todo! 2. “El amor y la intimidad con Jesús” Fin y fruto de la vida de amor es, pues, la unión del alma con Jesús, para el logro de la santidad. Este es el tesoro de que habla el Evangelio y quien lo ha descubierto compra el campo en que está escondido, vendiendo todo lo que tiene. El campo afortunado es el recogimiento; para conseguirlo es preciso despojarse de todo con una rigurosa mortificación del corazón y de los sentidos, internos y externos. No todos comprenden este lenguaje. Son relativamente pocas almas, aún entre consagradas a Dios, que logran descubrir tal tesoro; o si lo han entrevisto, no llegan a poseerlo, porque no saben imponerse las necesarias renuncias. Podrían vivir una vida divina y divinamente fecunda, y se detienen en el umbral del palacio real, adaptándose a un tenor de vida poco más que mediocre o por lo menos muy distante de la perfección a que están entregadas. Jesús, Rey de amor, da todo, pero quiere todo: el corazón con todos los latidos, la mente con todos los pensamientos, los sentidos con todas las operaciones, el alma con todas las potencias. Entonces Él no pone límite en el dar y en el darse; y el alma, como absorta en Él, vive y obra en Él, en una tan inefable intimidad de afectos y de intenciones, que sólo se encuentra en la vida de los ciudadanos del cielo. Todas las exigencias de amor de Jesús a Sor Consolata tienden precisamente a esto: a llevarla a una unión actual y estable y, como tal viva e íntima con Él. No hay por lo tanto por qué extrañarse, si el adoctrinándola, llevase mucho más allá sus exigencias, hasta no permitirle la mínima distracción voluntaria (8 de agosto de 1935): por ningún motivo apartes tu mirada de Jesús, así bogarás más de prisa hacia la ribera eterna. Si la quería perfecta en todo, mucho más en este punto de donde sacan su perfección las virtudes (10 de octubre de 1935): Te quiero perfecta, te quiero continuamente conmigo: ¡Jesús sólo! Yo sólo basto para todo. ¿Te fías de Mí? No la apartaba, no, materialmente de las criaturas; antes exigió en ella una perfecta vida común en todo, comprendidas las recreaciones, y sin embargo había de procurar, en todo tiempo y lugar, no distraer su mente y corazón de Él (5 de agosto de 1936): ¿Sabes lo que quiero de ti? La continua intimidad sin repartirte un solo instante; siempre conmigo, aún cuando tengas que hablar con las criaturas. 38 Un día, para tener un poco de aire en la celda, tuvo abierta la puerta, pero era observada en el trabajo que hacía. Y Jesús le dijo: Consolata, cierra la puerta de la celda a todo ruido terreno y deja sólo bien abierta la ventana a todo lo que es cielo. Igual exhortación le dirigía en cuanto a la puerta de los sentidos bastante más peligrosa y expuesta a distracciones (29 de octubre de 1935): Como cierras la puerta de la celda (porque, ah ¡es tan hermosa la soledad!) cierra así toda puerta a los sentidos. Vivamos siempre en la intimidad, nosotros dos solos; cierra la entrada a todo pensamiento, a todo, siempre nosotros dos solos. Unida tan íntimamente al Santo de los Santos, el alma dará rápidos y seguros pasos en el camino de la santidad. Ciertamente, tendrá que esforzarse siempre por corresponder a la acción de la gracia, especialmente con la fidelidad de los propósitos que son su actuación práctica, pero he aquí lo que Jesús dice a Sor Consolata (23 de junio de 1935): Yo soy siempre fiel a mis promesas; así tú, si estás siempre en Mí, serás fiel a lo que me prometes, a tus propósitos, porque lo que hay en la vid, hay en los sarmientos. Con la fidelidad de los propósitos vendrá la práctica de todas las virtudes, que en Jesús existen en grado infinito y que Él las hace pasar al alma en la medida en que le está unida (22 de agosto de 1935): Permanece en Mí y formemos una sola cosa y lograrás mucho fruto y serás poderosa, porque desaparecerás como una gota en el seno del océano; y pasará a ti mi silencio, mi humildad, mi pureza, mi caridad, mi dulzura, mi paciencia, mi sed de sufrimientos, mi celo por las almas, para querer salvarlas a toda costa. Como se ve, es la transfusión de la vida divina en el alma. Tan íntimamente unida a Él, que es la santidad por esencia, el alma no puede menos que quedar absorta en sí mismo (12 de noviembre de 1935): Recuerda siempre que Yo solo soy santo y puedo hacerte santa, transfundiendo mi santidad en ti: mi santidad se vuelve tuya, como tuya es mi pureza, tuya mi humildad ¿lo comprendes? Todo esto es fácilmente comprensible, con solo considerar que la perfecta unión de los corazones dice la comunidad de bienes. En nuestro caso, como el alma no tiene ningún bien propio, los bienes de Jesús son suyos. Cuántas veces, exhortando a Sor Consolata a esta íntima unión repetía: ¡lo que es mío es tuyo Consolata! Y especificaba, juntamente con todas las virtudes: tuyas mis palabras, mis pensamientos y por lo tanto mi dolor y mi amor. Y esta unión no es solamente fruto abundantísimo de santificación sino de apostolado, que los dos dones –santificación y alma-, son inseparables y están en razón directa el uno del otro (19 de noviembre de 1934): Pues que tienes sed de amarme y de salvar almas, está siempre en Mí: en el trabajo, en la recreación, etc. No me dejes un instante y tendrás mucho fruto. Mira San Pedro: había pescado solo toda la noche y apenas había cogido nada; conmigo apenas echó las redes, las sacó llenas de peces. Así tú si estás en Mí, si no me dejas un instante, siguiendo toda inspiración de mortificación que Yo te sugiera, echarás la red y Yo la retiraré llena de almas, que solo conocerás cuando estés en el cielo. Lecciones éstas preciosas para todas las almas, claustrales y no claustrales: la santidad es la base del apostolado, como la unión con Jesús es la base de la santidad. Ahora bien, como se dijo, el amor es precisamente el que actúa tal unión. Después de referir a Sor Consolata las palabras de San Juan: Dios es amor y el que está con el amor, está con Dios y Dios con él (1 Jn 4, 16), Jesús se las comentaba de esta manera: Mira, Yo soy Amor y mientras permanezcas en el amor, en Mí permaneces, pero también Yo en ti. Por lo tanto cuando calle y ya no me sientas, recuerda siempre que, desde que me 39 amas, estoy en ti y tú en Mí... y tú quieres solo y siempre amarme ¿no es así? Siempre pues Yo moro en ti y tú en Mí. Si el amor es el trámite de nuestra unión con Jesús, síguese que cuanto más perfecto es el amor, tanto más perfecta será la unión. 3. “La intimidad de amor en la virginidad de espíritu “ Tal perfección de amor, y por consiguiente de unión con Jesús, no puede prácticamente conseguirse sino a través de una triple virginidad: de mente, de lengua, de corazón. Jesús se refiere a ella diciendo a Sor Consolata (19 de abril de 1936): Para orar sientes la necesidad de estar cercada por el silencio, y así estar unida a Mí, es preciso que en el interior haya profundo silencio. Un pequeño ruido turba la oración; asimismo, una nada que te distrae turba la intimidad. Virginidad siempre... Es de necesidad. Virginidad que –siempre dentro de las divinas lecciones-, se resume en un triple silencio: de pensamiento (virginidad de mente), de palabras (virginidad de lengua), de intereses (virginidad de corazón). Como ve el lector, la vida de amor practicada en toda su perfección es cosa muy diferente de un juego de palabras; nadie puede considerarse dentro de esta doctrina que no esté decidido a sacrificarlo todo. No se trata de grandes austeridades, sino de una mística crucifixión de todos los sentidos. Y ante todo, virginidad de mente en el silencio de los pensamientos: Ama al Señor tu Dios con toda tu mente (Mt 22, 37). No es un consejo para las almas religiosas, sino un mandato dirigido a todos los cristianos, el primero de los mandamientos. Hay pues que cumplirlo. Dios no manda imposibles, por lo tanto, se puede cumplir. Pero entiéndase bien, según el estado de cada uno y la gracia de Dios; aunque siempre se requiere el esfuerzo personal. A Sor Consolata en esto también le exige Jesús la máxima perfección. Le decía (24 de marzo de 1934): Consolata, ¡sabes que te amo mucho! Mira. mi Corazón es divino, sí, pero es también humano como el tuyo y por consiguiente tiene sed de tu amor, de todos tus pensamientos. Si piensas en otros aunque sean personas santas, no piensas en Mí. Estoy celoso de tus pensamientos, los quiero todos. Oye: Yo pensaré en todo, hasta en las más mínimas cosas, y tú piensa solo en Mí; tengo sed de tu amor. No me regatees ni un solo pensamiento, serían espinas en mi cabeza. Si los pensamientos inútiles voluntariamente admitidos por el alma son espinas en la cabeza de Jesús, la renuncia a los mismos somete al alma a una lucha incesante, que para ella es manantial de innumerables actos de renunciación. Las espinas de que ella quiere evitar a Jesús debe clavarlas en su propia cabeza (2 de agosto de 1935): ¿Ves a Jesús coronado de espinas? Le puedes realmente imitar no dejando entrar un pensamiento, ni uno solo. Así se salvan las almas y tú te ves libre para amar. Y no es una corona transitoria, sino de toda la vida, con la que el alma quiere mantenerse en la virginidad de mente (7 de octubre de 1935): La corona de espinas desde el momento en que ciñó mi frente, ya no la dejé, así debes hacer tú: el único pensamiento debe ser amar. Y sabes ¿cuándo dejarías la corona de espinas? Cuando te detuvieses en un pensamiento cualquiera que él sea. Ciertamente, la lucha contra los pensamientos inútiles es de las más duras, como experimentó Sor Consolata durante toda su vida. Fue no obstante llevada con táctica, con calma y dulcemente, con gran paciencia y mayor constancia, sin pretender no obstante llegar en la virginidad de mente, a una perfección que no es de esta vida. EN 40 efecto, no depende del alma ser más o menos asaltada de pensamientos inútiles, como ningún alma, por perfecta que sea, puede pretender vivir exenta de la lucha contra los mismos o hacerse la ilusión de que tal lucha va a tener término. Basta al alma no admitirlos voluntariamente, según explicaba Jesús a Sor Consolata (5 de octubre de 1935): Mira Consolata, los pensamientos que te vienen y tú no los quieres no son infidelidad. Tal lucha entra en la economía divina de la santificación del alma (13 de octubre de 1935): La lucha de los pensamientos inútiles te la dejo, porque te es meritoria. Cuanto más insistente es esa lucha, mayor es el mérito para el alma (31 de octubre de 1935): ¿Quieres los pensamientos inútiles? No, entonces todo es mérito. Cuando no se desea sino amar, todo lo que obstaculiza este amor es meritorio. ¿Lo entiendes? Y no solamente meritorio para el alma, sino también provechoso para el bien de las demás almas (20 de octubre de 1935): Permito esta lucha de pensamientos que te asaltan, porque me da gloria y almas. Ofréceme en cada instante: “¡Por ti y por las almas!” Estos pensamientos que no quieres y que se presentan continuamente desde la mañana hasta la noche, para impedirte amar, Yo lo cambio en gracias y bendición para las almas. Jesús, pues, aún en esto, pretende con el esfuerzo de la pobre criatura y con él se contenta, no siendo posible amar a Dios con toda la mente, sino en una perfecta virginidad de mente. Juntamente con la virginidad de mente pedía Jesús a Sor Consolata la virginidad de lengua, sin la cual la primera sería poco menos que imposible. Toda palabra inútil engendra siempre un poco de disipación en el espíritu y la disipación disipa en primer lugar la intimidad con Jesús. Todas las almas de vida interior han amado el silencio. Así Santa Teresita, de la que escribe el P. Petitot: “Se propuso no traspasar jamás la ley del silencio. De este silencio –que fue y será siempre uno de los puntos fundamentales de la vida ascética-, Santa Teresa comprendió tan perfectamente toda la soberana eficacia como lo podría hacer un fundador de Orden. Por eso tuvo al silencio religioso en una estimación capaz de pasmarnos; a él consagró un verdadero culto” (P. H. Petitot: Un renacimiento espiritual, c. I, a. IV). Se dirá que todo esto no reza sino con las almas claustrales. A lo que respondemos que si es cierto que las exigencias son diversas según las almas, también es cierto que Jesús ha dejado dicho en el Evangelio para todos sus hermanos: Yo os digo que hasta de cualquier palabra ociosa que hablaren los hombres han de dar cuenta en el día del juicio (Mt 12, 36). No hay porqué extrañarse si Jesús después de haber pedido a Sor Consolata todos los pensamientos, le pida todas las palabras (30 de marzo de 1934): Ahora todos tus pensamientos son míos, dame todas tus palabras, las quiero todas: quiero un silencio continuo, te quiero toda mía. ¡Oh, no temas, tomando yo la responsabilidad de los pensamientos y de las palabras, o sea tomando yo la responsabilidad de hacerte observar estas dos promesas, ¿estás contenta? ¿Te fías de Mí? El silencio requerido por Jesús a Sor Consolata, además del de regla, incluía el propósito de no hablar sin ser preguntada, excepto (se entiende) cuando lo pide el deber o la caridad (14 de julio de 1935): Quiero que pienses sólo en Mí y no hables si no eres preguntada; entonces contestaré Yo, siempre, y tú no te asombres de las respuestas que salgan de ti, porque soy Yo el que las profiero. Pero aún la necesidad o la caridad lo requería, ella tenía que atenerse a lo estrictamente necesario (2 de agosto de 1935): Está siempre en silencio, sé avara aún de 41 las palabras necesarias; da en cambio una sonrisa a todos y conserva siempre tu rostro en actitud de sonreír. Respecto a las diversas acciones del día le sugería Jesús con relación al silencio (22 de agosto de 1936): Cuando dudes sobre la elección de dos acciones, escoge siempre aquella en la que te encuentres más sola, donde puedas guardar más silencio, donde puedas amar más. Esta es mi voluntad. En la recreación .las capuchinas tienen media hora al día-, Sor Consolata regularmente participaba, como en un acto de comunidad, y la norma que Jesús le había dado era: En la recreación habla solamente cuando la conversación toma un giro peligroso, para desviarla. Fuera de este caso, tenía que atenerse aún aquí a no hablar sino cuando era preguntada. Esta regla estaba en vigor no sólo los días ordinarios, sino también los días de gran solemnidad, cuando se dispersa el silencio (8 de diciembre de 1935): También hoy, que se dispensa del silencio, sonríe a todas, pero si no eres preguntada, no hables con nadie, porque de otra manera sólo experimentarás remordimiento. En efecto, como ella misma atestigua en el diario, así lo experimentaba (16 de agosto de 1936): “Jesús tiene sus exigencias y lo que una vez ha pedido lo exige siempre. Por ejemplo, el silencio en los días en que nos dispensa de él. He cedido estos días de fiesta (Asunción de la Santísima Virgen) y mi pobre alma esta noche está hecha pedazos. El Señor ha tenido compasión de mí y me ha hecho comprender: que los pequeñísimos se manchan siempre, por más que la madre procure cambiarles llena de amor los vestiditos, arreglarles los cabellos desordenados, lavarles la cara sucia, en una palabra, volver a embellecerles, convencida de que durará poco. Parece exactamente mi retrato. Por las mañanas formo el propósito de una vida heroica con Jesús y, luego... todo viene a tierra. Sin embargo, vuelvo a comenzar todas las veces el silencio rigurosos.” Tuvo pues, que luchar también continuamente por el silencio. Dotada de una sencillez y franqueza extremas, absolutamente incapaz de fingir, en cuanto a ella y en cuanto a los demás, exteriorizaba lo que sentía en su interior: lo cual, entre otras cosas, era causa de muchas humillaciones, arrepentimientos, etc., tanto que un día Jesús mismos tuvo que intervenir y animarla diciéndole: Un alma que realmente es mía, que está poseída por Mí, viene a ser como el aceite que rehúsa inexorablemente toda fusión con cualquier otro líquido, vinagre, agua, etcétera. He aquí explicado tu aborrecimiento a cuanto no es verdad, sencillez, franqueza, obediencia, etc. He aquí también porque si durante la lucha la tentación, el enemigo logra introducir en ti un pensamiento, una impresión contra la caridad, etc. no puede permanecer dentro de ti, sino que en la primera ocasión saldrá de tus labios. Y así además de servirte de humillación, te obligará a vigilar más. Mira, no pueden estar en ti estos pensamientos, porque en ti quiero estar Yo sólo. Le era, pues, necesaria la virginidad de mente para cerrar al enemigo todo acceso en pensamientos, impresiones, etc., y la virginidad de la lengua para evitar dichas faltas, que no dejan de serlo, por más que exista involuntariedad. Así se lo confirmaba Jesús (14 de septiembre de 1935): Mantente firme en tu voto: no hables nunca si no eres preguntada; de esta manera evitarás todos los defectos y todas las imprudencias, y estarás segura de que las palabras con que hayas de responder serán siempre queridas y bendecidas por Mí. Apunta aquí Jesús que huya, además de otros defectos, la imprudencia. Sor Consolata tenía que evitar con todo cuidado descubrir la acción divina en su alma: cosa 42 difícil en una comunidad religiosa donde las conversaciones las más de las veces versan sobre asuntos espirituales. Basta una frase, una palabra para traicionarse. Bien lo entendía Sor Consolata cuando escribía al Padre espiritual: “Mire, Padre, no hablar nunca sin ser preguntada es para mí más que necesario en las recreaciones, donde hay peligros de manifestar mis pensamientos y cuanto siento. En esto y otras pequeñas cosas veo la mano de Dios. Jesús me quiere realmente toda suya; de modo que, salvo los veinte minutos de recreación, la celda me atrae como el tabernáculo.” La virginidad de la lengua, así como la de la mente, no la consiguió Sor Consolata, como se ve a fácil precio o en un abrir y cerrar de ojos. Fue un fatigoso trabajo, sobre ella misma, de toda la vida a través de esfuerzos generosos. Citemos sus escritos: “Quiero, quiero, fortísimamente quiero no dejar entrar un pensamiento ni hablar sin ser preguntada.” “Jesús no negó al Divino Padre ni un pensamiento, ni una palabra ni una acción; todo se lo dio, así debo hacer yo: darle verdaderamente todo; todos los pensamientos y un silencio perpetuo.” “El esfuerzo de Jesús en Getsemaní llegó a hacerle sudar sangre. Cueste lo que cueste no dejaré entrar un pensamiento ni proferiré una frase fuera de lo estrictamente necesario.” “El recreo ha mejorado (julio de 1936), pero mi naturaleza no está completamente vencida, fácilmente deja de amar por hablar. Pero ahora, más que a la atención de no hablar si no soy interrogada es menester que me preocupe por no responder sino lo absolutamente necesario, ¡Cuánta verdad es que nosotras las mujeres tenemos la lengua larga!” Podrían llenarse páginas y páginas con tales confesiones y propósitos. Era un renovarse incesantemente en la buena voluntad sin desanimarse jamás contra las dificultades y fracasos. Añadamos que durante la última enfermedad, requerida a dejar un recuerdo a su amada comunidad, contestó: ¡La observancia del silencio! Y a quien se lo preguntaba, daba la siguiente explicación: “Es porque –y lo digo por propia experiencia-, la mayor parte de las faltas en una comunidad religiosa provienen de la falta de observancia del silencio mandado.” La virginidad de mente y de lengua es favorecida e integrada por la virginidad de corazón, la cual, además de imponer al alma religiosa el desprendimiento efectivo, exige el desprendimiento de todo lo que constituye el “pequeño mundo interior” del monasterio: sobre todo dando un adiós absoluto a todos los intereses no buenos, es decir, a la manía de ocuparse de asuntos extraños. En este punto, Sor Consolata, dado también su temperamento, tuvo mucho que luchar. Las mismas faltas de que se ha hecho mención, en la guarda de la virginidad de mente y de lengua, dependía casi siempre de no lograr vencerse en asuntos de pequeños intereses. En efecto, escribe: “...el obstáculo principal para amar era la lengua, y el silencio fue la virtud en que puse mayor cuidado durante el noviciado. Pero antes de llegar a observarlo ¡cuántas caídas! Propósitos, lucha, y luego, en el momento de dar con la victoria, se me iba una frase y volvían las borrascas.” “Una vez, en una novena, me dijo Jesús: ¿Qué es, Consolata, lo que te impide amarme? Los pensamientos inútiles y el interesarte por los demás. Y prometí no interesarme ya más por nadie. Después de días de lucha, después de haber repetido hasta lo infinito en mi interior: A mí no me interesa ni me importa nada, etc. –en la primera ocasión la frase tantas veces rechazada se me escapaba. Una tarde, en la meditación, el 43 Señor me hizo comprender al vivo las consecuencias de mi defecto, tanto que tracé estas líneas: -He comprendido a la luz divina que mi lengua me lleva al infierno. –Nuevas promesas y nuevas caídas; mi debilidad era extrema, constituía mi humillación. “En la mesa experimentaba luchas violentísimas. Una frase lo dirá todo: -¿Qué quiere, Madre Abadesa?, yo a estas almas que se matan por las penitencias extraordinarias les exigiría una obediencia de resorte. –De San Pedro no sólo tengo el nombre, sino algo más... Pero Jesús quiere combatir en mí estas tendencias y una noche, en una celda, junto a la ventana, me dijo: Consolata, si después de contemplar el cielo, fijas tu mirada en las cosas que te rodean, no encontrarás más que la muerte. De igual manera, si en vez de tender únicamente a amarme, pones tu mirada en las acciones de los demás, encuentras la muerte”. La lección me fue provechosa. Le fue de provecho, pero no la libró de la lucha. Eso nunca. Jesús mismo tuvo que intervenir, y más de una vez amonestándole a este respecto. Así, en noviembre de 1934: Sígueme ¿qué te importa de tus hermanas? Tú piensa únicamente en seguirme. (Cfr Jn 21, 22). No quiere esto decir que el alma religiosa no deba tomar a pecho el bien de las hermanas de la religión, sino que este bien no debe quererlo contra el bien de su propia alma o en oposición a los designios de Dios, que no son los mismos para todas las almas o entrometiéndose en lo que no le corresponde a ella. Óigase por ejemplo, la siguiente lección de Jesús a Sor Consolata en cuanto a las penitencias extraordinarias que no quería de ella, pero a las cuales ciertas hermanas se sentían inclinadas: Mira, Consolata, en el cielo los coros angélicos atienden a cumplir su oficio, sin envidiar o desear el oficio de los otros. Así, en una comunidad, cada cual debe atender a su propia misión, sin envidiar o desear nada de las demás. Tú debes ser en tu comunidad, en el coro y donde quiera, mi pequeño serafín y por lo tanto debes atender solamente a amarme, sin mirar o envidiar la misión de tus hermanas. Otra vez, para cortar en ella toda veleidad a este respecto (2 de junio de 1936), le dice: Por obediencia no te preocupes de lo que tus hermanas me dan: ¡Yo y tú basta! En vísperas de irse sensiblemente de ella, entre otras promesas que le exigió, se encuentra ésta (1 de diciembre de 1935): Prométeme que respecto de Sor X no te has de interesar lo más mínimo, ni directa ni indirectamente. Cumpla con la observancia o no la cumpla, camine en la sencillez de la vida común o con subterfugios, se ponga en caminos extraordinarios, nada te importe: tú debes prometerme que no hablarás ni pensarás en ella, como si no existiese en la comunidad. Nada, excepto lo relativo a la caridad, trabajo, etc. También la Santísima Virgen, un día que Sor Consolata luchaba entre hablar o callar cuenta de una hermana. Le dio a entender: “No te preocupes de lo que acaece en otros monasterios; haz aquí lo mismo, considérate como peregrina y forastera, con un único empeño: ¡amar!” Para que de una vez terminara con este demonio de la preocupación por los demás, Sor Consolata, que en cada lucha ponía todo el fuego de su espíritu, recurrió al medio acostumbrado: ligarse con voto. Esto fue el 26 de mayo de 1936: “...En la meditación el enemigo, bajo pretexto de celo, trabajaba por robarme los pensamientos con las preocupaciones de las demás. Encontré en esto un obstáculo que se atravesaba en mi camino y del que quería librarme de una vez para siempre. Entonces la gracia me inspiró a obligarme con un nuevo voto, el cual, renovado en cada tentación, me ayudara a reportar siempre la victoria. Supuse que el Padre espiritual me permitiría 44 este voto y lo hice: jamás interesarme por lo que acaece en la comunidad, de nada, ni de nadie.” El voto le ayudó muchísimo, pero la lucha contra el interesarse por los demás, duró, con mayor o menor intensidad, hasta el término de su vida, reclamándole un esfuerzo continuo y heroico de su voluntad. Y aquí es preciso recordar que esta triple virginidad de mente, de lengua, y de corazón, no es fin, sino medio para avanzar en la predicha perfección de amor. Le declaraba expresamente Jesús a Sor Consolata. (17 de junio de 1934): Olvida todo y a todos y piensa sólo en amarme, concentra cada pensamiento, palpitación y silencio en esta única cosa: ¡amar! (18 de agosto de 1936): No pienses en nada, en nada, sino en amarme y en sufrir con todo el amor posible; eso te basta. ¿De qué, en efecto, aprovecharía el silencio de palabras, de interés por los demás, etc., si después el corazón estuviese vacío de Jesús? Luego, en el silencio por el silencio, sino el silencio por el amor y el amor por una vida en unión con Jesús (6 de noviembre de 1934): Consolata, ahora en el olvido absoluto de todo pensamiento, en el silencio riguroso de toda palabra, vive intensamente de Jesús. ¿Qué significa vivir de Jesús intensamente? Significa vivir en tan íntima unión con Él, que casi desaparezca y se transforme en Él, se identifique, se deifique en Él. Es lo que de sí mismo decía San Pablo: No soy yo el que vivo, sino que Cristo vive en mí (Gál 2, 20). Y Jesús a Sor Consolata (6 de noviembre de 1934): Si desapareces, si no das entrada a ningún pensamiento, Yo pensaré en ti; si tú no hablas, Yo hablaré en ti; si no buscas hacer tu voluntad, Yo obraré en ti; no serás ya tú la que vivirás sino que Yo viviré en ti. De esta manera el alma con todas sus potencias y operaciones, queda como divinizada ¿y quién puede decir las admirables ascensiones que día tras día realiza en su propia santificación? Por eso decía Jesús a Sor Consolata (23 de junio de 1935): Da el adiós para siempre a todo pensamiento, a toda palabra; deja que todos hagan lo que quieran; tú estás en Mí, harás mucho fruto porque quien obraré seré Yo. Todo el esfuerzo de Sor Consolata, a través del triple silencio de pensamientos, palabra, y preocupaciones por los demás, debía tender a esto: a conseguir la máxima intimidad de amor con Jesús. No quería otra cosa Jesús de ella, porque en esto está la verdadera santidad y toda la santidad (26 de septiembre de 1935): Recuérdalo y tenlo bien fijo, tú que deseas reportar tanto fruto, que en el santo Evangelio no he dicho que sacarás mucho fruto si haces mortificaciones extraordinarias, sino si estás en Mí. Así pues, no te desvíes del recto camino y sea todo tu cuidado estar muy unida a la Vid, no te apartes del “¡sólo Jesús!”, ni siquiera con un pensamiento (Yo pienso en todo), ni con una palabra no requerida. El alma que quiere progresar en la vida de amor deberá tener presente estas lecciones de Jesús a Sor Consolata sobre la virginidad del espíritu. Que si es cierto que no son para todas las almas los caminos extraordinarios (gratiae gratis datae), también lo es que para todas las almas es la perfección de la caridad en su modo ordinario de desenvolvimiento hasta su completo desarrollo, como lo pide el primero y gran mandamiento de la Ley. 4. “Con el amor todo se da a Jesús” Tanta divina insistencia para que el alma concentre todos sus esfuerzos en la única ocupación de amar, demuestran hasta la evidencia que el amor es todo y que por eso, a 45 través del amor, el alma da realmente todo a Jesús ¿No fue éste el gran descubrimiento que dio alas a Santa Teresita para realizar la propia santificación y realizar los mayores deseos de apostolado? “Fue la caridad –escribe ella-, la que me dio la clave de mi vocación. Comprendí que si la Iglesia tenía un cuerpo compuesto de varios miembros, no le iba a faltar el órgano más necesario y más noble de todos; comprendí que tenía un corazón y que este corazón ardía de amor; comprendí que sólo el amor hacía obrar a sus miembros; y si hubiera llegado a extinguirse, los apóstoles no hubieran anunciado el Evangelio y los mártires se hubieran negado a derramar su sangre. Comprendí también que el amor encerraba en sí todas las vocaciones, que el amor es todo” (Historia de un alma, cap. XI). Hemos hablado del descubrimiento de Santa Teresita: lo fue en efecto para el alma, pero no se podría llamar tal en el campo doctrinal de la Iglesia Católica. Las palabras, arriba referidas, de la Santa, si bien se consideran, no son en realidad sino el eco –fidelísimo en la substancia-, de la gran enseñanza del Apóstol: el cual, después de haber recordado la sublime verdad de nuestra incorporación a Cristo: sois el cuerpo de Cristo y miembros unidos a otros miembros (1 Cor 12, 27), y que por eso todo miembro tiene el propio don, sin que tenga que envidiar los dones de los demás, sino aspirar a mayores carismas, añade: yo voy, pues, a mostraros un camino todavía más excelente. (1 Cor 12, 31): mejor, es decir, mejor que todos los dones carismáticos, que todos los oficios que se ejercen en la Iglesia, que todas las obras que en ella se realizan. ¿Qué camino es éste? El Apóstol responde entonando aquel maravilloso himno de amor que puede decirse la síntesis dogmática y moral del Mensaje evangélico. Es todo el capítulo 13 de la citada Carta a los Corintios, cuya primera parte la exponemos aquí: Aún cuando hablara la lengua de los ángeles, si no tuviere caridad. Vendría a ser como un metal que suena o campana que retiñe. Y si tuviere el don de profecía y conociera todos los misterios y poseyera todas las ciencias, Y aún cuando tuviera fe de manera que trasladara los montes, no teniendo caridad soy un nada. Y aún cuando distribuyese todos mis bienes, para sustento de los pobres, y entregara mi cuerpo a las llamas, si la caridad me falta, todo lo dicho no me sirve de nada. Si, pues, todas las obras en el campo del bien –ciencia, fe, limosnas, sacrificios y el mismo martirio-, las miremos en particular o en su conjunto son nada y nada valen sin el amor, síguese que sólo el amor debe ser tenido en cuenta, que sólo el amor es verdaderamente el todo y que por eso un alma, no llamada o imposibilitada a realizar tales obras, si no obstante ama a Dios con todo el corazón, con toda la mente, con todas las fuerzas, en realidad ella da todo a Dios. Este fue, repitamos, el punto de partida para Santa Teresita al abrazar el camino de amor y lo fue también para Sor Consolata, a la que Jesús confirmaba en ello: (7 de agosto de 1935): Ámame, Consolata, ámame nada más; en el amor está todo y el amor me da todo. (20 de septiembre de 1935): Cuando tú me amas, das a Jesús todo lo que Él desea de sus criaturas: el amor. Por eso, no quería que desparramara las propias energías espirituales en la multitud de propósitos, siempre poco convincentes, siendo así que en este único propósito del amor están encerrados todos los demás (1 de diciembre de 1935): El amor es todo; fijándote en este único propósito, das todo a Jesús. 46 Indudablemente es necesario observar la Ley, pero, ¿quién la observa? El que ama. Si alguno me ama, observará mis palabras (Jn 14, 23). Y Jesús a Sor Consolata (15 de Noviembre de 1935): Mira, Consolata, mis criaturas me hacen más temible que bueno y Yo, en cambio, me gozo en ser sólo y siempre bueno ¿Qué es lo que Yo pido? El amor y sólo el amor, porque quien me ama, me sirve. Por el contrario, el que no ama está ya fuera de la ley: El que no me ama, no guarda mis palabras (Jn 14, 24). El que observase la ley, pero sólo por temor, no haría una obra perfecta, como Jesús decía a Sor Consolata (16 de noviembre de 1935): Mira, Yo deseo ser servido por mis criaturas por amor. Y evitar la culpa por temor a mis castigos, no es lo que Yo deseo de mis criaturas. Quiero ser amado, quiero el amor de mis criaturas; y cuando me aman, ya no me ofenden. Cuando dos criaturas se aman de verdad, no se ofenden nunca; y así, y justamente así, ha de ocurrir entre el Creador y sus criaturas. Un día Sor Consolata, impresionada por una frase oída en la meditación, se dirigió a Jesús: “Jesús, si maldito es el hombre que hace la obra negligentemente, será bendito el que la hace diligentemente”. Y Jesús le dijo (29 de noviembre de 1935): Más que con diligencia, trata de hacerlo todo con gran amor. Sea que trabajes, que comas, que bebas, que duermas. Hazlo con mucho, mucho amor, porque Yo tengo sed de amor. En cualquier acción, lo que busco es el amor. (Cfr. 1 Cor 10, 31) Otra vez, insistiendo sobre este punto de valorizar todas sus acciones con el amor: (10 de octubre de 1935): Pon toda la atención en el deber actual para realizarlo con todo el amor posible. (16 de noviembre de 1935): Tanto más valor tendrán tus acciones, cuanto más aumentes tú en amor. Dígase lo mismo de todo lo que de penoso encuentra el alma en su camino. ¿Quién no recuerda “las florecitas” de Sta. Teresita? Pero ¡qué valor a los ojos de Dios por la intensidad con que se recogían y ofrecían! El mismo lenguaje con casi idénticas expresiones encontramos en las lecciones de Jesús a Sor Consolata: (14 de noviembre de 1935): Transforma todas las cosas repugnantes que encuentres en el camino, en rositas; recógelas con amor y ofrécemelas con amor. (3 de diciembre de 1935): Los dones los agradezco así, hechos con todo el amor posible; entonces es cuando vuestras nonadas, se me hacen preciosas. No mira, pues, Jesús la oferta en sí misma, es decir, en su entidad. ¿Qué podemos darle nosotros, que no sea suyo? Si tuviese hambre, no te lo diría a ti, porque mío es el mundo y cuanto lo llena (Sal 49, 12). Pero el amor sí es nuestro y a esto mira Jesús. Decía pues a Sor Consolata (24 de noviembre de 1935): No, Consolata, no exige Jesús de ti actos heroicos, sino sencillamente nonadas, pero ofrecidas con todo tu corazón. Todo esto debe servir de aliento a aquellas almas –y son la mayor parte- que, no llamadas a realizar obras grandes, pasan la vida en el cumplimiento de los humildes deberes cotidianos, que el mundo no los ve ni los aprecia. Una mañana preparaba Sor Consolata un ramo de flores para la Virgen, pero estaban más bien marchitas y esto le disgustaba. La voz de la gracia le dio a entender lo siguiente: No siempre se pueden ofrecer a Dios flores bellas de virtudes, pero siempre pueden ir acompañadas del amor. Y Jesús no mira la flor que se le ofrece, sino el amor con que se le ofrece. Obra, pues, sabiamente el alma que, en el ejercicio mismo de las virtudes, más que en los actos de las mismas, mira directamente –con la intención y con el esfuerzoal amor, que vivifica y perfecciona todas las virtudes. Si la mutua caridad fraterna cubre o disimula muchedumbre de pecados (1 Pe 4, 8) ¿cómo dudar que el amor no haya de 47 suplir ante Dios los defectos, a que un alma puede estar sujeta? En este sentido han de entenderse las siguientes palabras de Jesús a Sor Consolata (10 de noviembre de 1935): ¿Estás llena de defectos? Mira, Yo prefiero un alma llena de defectos, pero con el corazón totalmente mío a otra que fuese perfecta, pero con el corazón dividido. Habla aquí Jesús de perfección puramente formal, en contraposición a esta esencial que está en el amor. En efecto, cualquier virtud que no vaya referida al Bien final y perfecto, es siempre “virtud”, pero imperfecta. Se comprende, pues, que Jesús haya podido decir a Sor Consolata: Cuando el corazón está muy enfermo, hace inerte a una persona por robusta que sea. Así si el corazón no es mío, no sé qué hacer de esas almas, por muy adornadas de virtudes que se crean. En suma, es más perfecta el alma que más se acerca a Dios; y como Dios es el Amor, se acerca más a Él y por consiguiente, es más perfecta el alma que más le ama. Se lo confirmaba Jesús a Sor Consolata con estas palabras: El alma que me es más amada, es la que más me ama. 5. “El amor todo lo recibe de Jesús” El alma que ama a Jesús con todo el corazón y con todas las fuerzas de su espíritu, no sólo da todo a Jesús, sino que todo lo recibe de Él, sea en orden a su propia santificación, sea en orden a la salvación de las almas. Nosotros aquí, limitaremos nuestra consideración a lo que mira a la santificación del alma. Sea dicho ante todo que el alma amante es, entre todas, la que más siente la necesidad de no entretenerse en efímeras veleidades, en vacías afirmaciones de amor, sino de comprobar su propio amor con la entrega total de sí misma. Esta alma ha comprendido la verdad expresada en los párrafos precedentes, a saber: que las obras, para ser meritorias y fecundas en bien para sí y para los demás, deben proceder del amor y que el amor mismo es el que las sugiere, las sostiene, las perfecciona. En otras palabras: no es malo asirse a las obras para llegar al amor, pero es más lógico – y casi diríamos teológico- asirse al amor para llegar a las obras. San Francisco de Sales al que le decía: “Quiero ser muy humilde para poder amar mucho al Señor”, respondía: “Yo en cambio quiero amar mucho al Señor para poder ser humilde.” Estamos con San Francisco de Sales, el cual a su vez está con San Pablo que escribe: El amor es longánime y benigno; el amor no tiene envidia, no obra temerariamente, no se ensoberbece, no es ambicioso; no es egoísta, no se irrita, no piensa mal, no se huelga de la injusticia, complácese en la verdad, todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta (1 Cor 13, 4-7). Claro está: defectos que evitar, virtudes que practicar, todo el amor y a través del amor. Y no sólo estamos con San Pablo, sino sobre todo con el Evangelio: Sin Mí nada podéis hacer (Jn 15, 5). Nos parece así mismo cosa clara que obra con mayor seguridad el que mira directamente a la unión con Jesús para llegar a las obras, que no el que hace lo contrario, ya que nada puede realizar sin Jesús. Y añade Jesús en el Evangelio: Como el sarmiento no puede de suyo producir frutos, si no está unido con la vid, así tampoco vosotros si no estáis unidos conmigo. Yo soy la vid y vosotros los sarmientos, quien está unido a Mí y Yo a él, ése da mucho fruto (Jn 15, 4-5). Pero ¿cómo morar en Jesús sin que Él haya de morar en nosotros? Dios es amor y el que está en el amor, está en Dios y Dios en él. (1 Jn 4, 16). ¡Cuán claro, sencillo y rectilíneo es todo en el Evangelio! Con el amor la unión a Jesús, en la unión con Jesús la abundancia de todo fruto de santificación, porque las virtudes divinas pasan al alma, como la savia pasa de la vid a los sarmientos. Esta verdad ha sido solemnemente confirmada en la doctrina y sobre todo en la vida de Santa Teresita, la cual a través del amor, llegó al heroísmo en todas las virtudes, 48 como lo proclamó la Iglesia. Ahora parece que Dios quiere confirmar de nuevo tal verdad con la doctrina y con el ejemplo de Sor Consolata. Reproduciremos por lo tanto algunas de las lecciones de Jesús a la humilde capuchina, en confirmación de lo arriba expuesto. Ante todo, el amor es la primera y más perfecta reparación de los propios pecados. “El arrepentimiento que excluye el amor de Dios –enseña San Francisco de Sales- es diabólico, semejante al de los condenados. El arrepentimiento que no rechaza el amor de Dios, aunque todavía esté sin él, es bueno y deseable, bien que imperfecto y no puede darnos por sí mismo la salud hasta que haya llegado al amor y se haya mezclado con él” (Teótimo, Lib. II, c 19). Por lo demás, no tenemos sino que abrir el Evangelio: “le son perdonados muchos pecados porque ha amado mucho” (Lc 7, 47). Y, para quitar toda duda: Ama menos aquel a quien menos se le perdona (Lc 8, 48). Ahora bien, el Evangelio es de todos los tiempos, y para todas las almas, como son para todas las almas estas enseñanzas de Jesús a Sor Consolata (22 de noviembre de 1935): ¿Quieres hacer penitencia de tus pecados? Ámame, sea tu penitencia el amor. Dígase lo mismo de quien quiere reparar los pecados de los demás. El Domingo de Ramos de 1936, al leer la Pasión de Nstro. Señor Jesucristo, Sor Consolata se detuvo en la traición de Judas y del corazón se le escapó este grito: ¡Oh pudiera reparar todos los sacrilegios! Y oyó: Sí con el amor puede reparar los horrendos sacrilegios, con el amor puedes sufrir, inmolarte, consumar el sacrificio. Todo con el amor, con nada sino con el amor. Además de la reparación, el amor es purificación. Es, en efecto, luz que hace que el alma descubra los menores lunares que pueden ofuscar su belleza; es fuerza que da al alma la energía necesaria para extirpar los defectos hasta la raíz; es fuego que arde y consume las malas hierbas que en nosotros brotan. “Sé –decía Santa Teresita- que el fuego del amor es más santificador que el del purgatorio.” Una noche (11 de noviembre de 1935) decía Jesús a Sor Consolata que oraba ante el tabernáculo: Consolata, tráeme tus faltas de hoy –Jesús, ¡Yo no las recuerdo!también Yo las he olvidado -¿y entonces? –Dime que me amas y vete en paz, que ya no existen. Para los ejercicios espirituales del año 1935, el Padre espiritual hizo llegar a Sor Consolata una carta en la que, para ejercitarla en la humildad, le enumeraba algunas faltas que decía haber descubierto en ella y a la vez le incluía una imagencita del Buen Pastor estrechando contra su corazón a una ovejita. Jesús, a su vez, tomaba de ahí motivo para introducirla en los santos ejercicios: Consolata, como esta ovejita has de estar en mi Corazón durante los santos ejercicios y continuarás amándome; Yo pensaré en todo lo demás. Mientras tú reclinada en mi Corazón me amas, Yo quemo tus defectos, aún los que tu Padre encuentra en ti: amor propio, soberbia, exageración, falta de sencillez, etc., Yo los destruyo todos. Otro día (19 de agosto de 1936): confesándose humildemente llena de deficiencias, Jesús le hacía escuchar: Ámame, el amor hará desaparecer todas tus deficiencias. Por eso, como se dijo, no quería que se replegase en su propia infidelidad; le decía (9 de julio de 1934): No te repliegues en ti misma, sobre lo que has hecho, sino por encima de todas tus miserias, ama siempre. El amor, después de haber renovado al alma a través de la reparación y la purificación, la lleva a la adquisición de todas las virtudes, a la perfección de las mismas, conforme se ha explicado. Grande ciertamente era la vocación particular de Sor Consolata, porque grandes eran los designios de Dios sobre ella, a los que había de 49 corresponder. Jesús le aseguraba (30 de agosto de 1935) ¿Quieres corresponder a tu vocación? Ámame, nada más, ámame siempre y corresponderás plenamente a mis designios sobre ti. Esto naturalmente requiere el ejercicio de las virtudes, pero precisamente a través del amor es como el alma está segura de practicarlas. Lo mismo en cuanto a la caridad fraterna tan amada de Sor Consolata, sobre la cual le prometía Jesús (2 de julio de 1935): Piensa sólo en amarme y Yo pensaré en hacerte caritativa. Igual promesa encontramos respecto de la humildad, virtud fundamental de la perfección cristiana: (22 de agosto de 1935): Cuanto más estés en Mí, más haré Yo pasar a través de ti mi humildad. (4 de julio de 1935): Ámame, nada más, Yo pienso en mantenerte en humildad, si estás en Mí, en la vid, lo que hay en la vid está también en los sarmientos. No es pues –conviene repetirlo-, que las almas que siguen la vida de amor, no aprecien el valor y no sientan la necesidad de las demás virtudes, sino que están íntimamente convencidas de que el medio más seguro para llegar a ellas, es el de estar muy unidas a Jesús, como el sarmiento a la vid. De aquí los reclamos de Jesús a Sor Consolata, para que no se desviara. (20 de agosto de 1935): El amor es santidad; cuanto más me ames, más santa te harás. (8 de noviembre de 1935): Recuerda que el amor y sólo el amor te llevará al más alto grado de santidad. Y mientras Jesús le hablaba de un alto grado de santidad, el Padre Divino le prometía la misma cumbre de la santidad (19 de septiembre de 1935): ¡Recuerda, Consolata que el amor y sólo el amor te llevará triunfalmente por encima de todas las cumbres! 6. “Algunos frutos de la vida de amor” Cómo el alma pueda prácticamente actuarse en la vida de amor, es lo que a continuación vamos a exponer. Hablaremos aquí brevemente de algunos frutos particulares de la misma, además de los ya indicados. Es el primero, el gozo íntimo, profundo del alma: que sabe y siente poseer a Dios y ser de Él poseída; sabe y siente que valoriza al máximo para la gloria de Dios, para sí misma y para la salvación de las almas, la breve jornada de esta vida; sabe y siente que nada ni nadie puede arrancarle este tesoro inmenso, si ella persevera fielmente en el camino emprendido, pudiendo hacer suyas las palabras del Apóstol: ¿Quién me separará de la caridad de Cristo? (Rom 8, 35). Una de las primeras palabras de Jesús a Sor Consolata es ésta: Ámame y serás feliz, y cuanto más me ames, más feliz serás. Y esto siempre, en la luz y en las tinieblas de espíritu (15 de marzo de 1934): Aún cuando estés entre espesas tinieblas, el amor produce luz, el amor produce fuerza, el amor produce alegría. Y si así sucede en todas las almas, ocurre particularmente en las almas religiosas por Él escogidas y con predilección amadas (20 de agosto de 1935): Si todas mis esposas me amasen, tendrían en la tierra el paraíso en sus corazones, porque el paraíso se goza amándome. ¡Oh, si todas las almas comprendieran esta verdad! ¡Oh, si la comprendiese este pobre mundo que, alejado de Jesús, se ha descarriado del camino de su verdadera y 50 única felicidad! Siempre será cierto lo que Jesús decía a Sor Consolata (13 de octubre de 1935): ¡Oh, si se me amase! ¡Cuánta felicidad reinaría en este mundo tan infeliz! ¿Qué decir, entonces, de los sufrimientos, patrimonio de toda humana criatura y medio tan poderoso de santificación? ¿Serán extraños al alma que vive de amor? Todo lo contrario, porque el amor se nutre del sacrificio. El Calvario es la cumbre del sacrificio, porque es la cumbre del amor. Y Jesús prometía a Sor Consolata (27 de mayo de 1936): ¡El amor te llevará a la cumbre del dolor! No basta, en efecto, sufrir; es necesario sufrir bien y esta difícil ciencia no se aprende sino en la escuela del amor (11 de noviembre de 1935): Para sufrir bien tienes necesidad de amar, de amar únicamente, de amar siempre intensamente. ¿Es que el valor sobrenatural del sufrimiento no está en razón de la pureza y del grado de amor que la vivifica? Por eso decía Jesús a Sor Consolata (1 de diciembre de 1935): El amor es más grande que el sufrimiento y el sufrimiento será tanto más perfecto cuanto más gigante sea en ti el amor. Además, el amor y sólo el amor es el que puede cambiar el sufrimiento en gozo: Estoy inundado de consuelo, rebozo de gozo en todas mis tribulaciones (2 Cor 7, 4). Y Jesús se lo confirmaba a Sor Consolata (1 de diciembre de 1935): El sufrimiento cuando es aceptado con amor, ya no es sufrimiento, se cambia en gozo. También el Padre Divino le prometía en cambio del amor (18 de octubre de 1935): Consolata, te doy el gozo del dolor y el gozo en el dolor. Esto naturalmente no excluye que el alma “sienta” el sufrimiento, como no le dispensa del esfuerzo para sufrir con perfección, pero es siempre cierto que el amor da al alma la fuerza necesaria. Ponme como un sello sobre tu corazón, como un sello sobre tu brazo, porque el amor es fuerte como la muerte (Cant 8, 6). Y es más fuerte que la muerte, porque el alma que ama está revestida de la misma fortaleza divina. Un día (26 de febrero de 1936), Sor Consolata lloraba su propia infidelidad: -Jesús, ¡soy tan vil!¡Únete a la fuerza! –Y ¿cómo?- ¡Permanece en el amor! Y Él añadía después: ¡Unida a la fuerza, serás más fuerte que los fuertes! Otro fruto igualmente inseparable de la vida de amor, es la paz profunda y estable del alma, porque al abandonarse confiadamente al Amor, ha eliminado el alma la causa de infinidad de inquietudes, como supone la búsqueda de siempre nuevos caminos, nuevos medios, nuevas prácticas, la multitud de deseos siempre insatisfechos y a veces imposibles de satisfacer. Esta vida de amor ha simplificado sumamente la vida espiritual. Un solo deseo: amar. Una sola ocupación: amar. Una sola preocupación: amar. Todo lo demás le vendrá al alma con el amor. No se trata, pues, de quietismo, o cosa parecida, sino de todo lo contrario: vivir de amor quiere decir vivir la vida sobrenatural lo más intensamente posible, pero concentrándola en un solo punto: el amor. Por eso la lección más frecuentemente repetida por Jesús a Sor Consolata es ésta: Tú piensa sólo en amarme, que Yo pensaré en todo lo demás, hasta en las más insignificantes particularidades. Y realmente, pensamientos vanos, intereses inútiles, preocupaciones oprimentes, todo queda eliminado para el alma que vive de amor (31 de julio de 1936): Consolata, tú sabes que Yo pienso en todo, te proveo de todo hasta de las más insignificantes particularidades; por eso, no des entrada a un pensamiento, un interés... ¡No temas, Yo pienso en ti! Bien lo experimentó ella en toda su vida. Privada de la presencia sensible de Jesús, escribía: “...Desde el día en que Jesús me dijo: Yo pensaré en todo hasta en las insignificantes particularidades, tú piensa sólo en amarme, tomó sobre sí la responsabilidad de todos mis deberes, compromisos, deseos, en suma todo. Y aún hoy 51 que está callado, continúa pensando en todo hasta en las más insignificantes particularidades. Jesús obra en mí y Sor Consolata no tiene más que pensar en amarle. Sí, los acontecimientos, etc., son tierra que a mí ya no debe interesarme; yo debo abrirme o dejar entrada sólo a las cosas del cielo, del paraíso. Ahora el paraíso es amar y por lo tanto no debo admitir sino el amor.” Y si el paraíso es amar, la felicidad del paraíso –lo hemos ya apuntado-, es un acto en el alma que vive de amor. Sólo que en este mundo el amor es militante, mientras que en el cielo será regocijante y glorificante. Un día Sor Consolata se declaraba inmerecedora de los goces eternos, porque le parecía que no hacía nada, pero Jesús le dijo (15 de noviembre de 1935): ¿No mereces estos goces eternos porque no haces nada? Dime ¿qué dice el catecismo? Que has sido creada para conocerme, amarme y servirme y después gozarme eternamente. Y tú ¿no me amas? ¿no me sirves? Luego tienes derecho a la gloria y goces del paraíso; el paraíso te lo concedo, no sólo por amor, sino por derecho. ¿Y qué paraíso? Contestemos con otra cita del diario de Sor Consolata (mayo de 1935): “...esta tarde he estado unos instantes en el lavadero para hacer una obra de caridad. Mientras trabajaba, la gracia susurró a mi corazón, que en aquel instante se sentía alegrado por suaves pensamientos: Verás, verás, lo que sabré hacer por Sor Consolata. ¡Tú me amas y Yo te daré toda la gloria! –Jesús, me darás también todo el dolor, ¿no?- Sí, todo el dolor, todo el amor y toda la gloria, porque me amas!...” ¿Cómo dudar aún de que el amor sea verdaderamente el todo? ¿que lo da todo a Jesús y que todo lo recibe de Él?... Demos fin a esta parte sobre la vida de amor dejando que la criatura escogida que creyó al Amor, que esperó y confió en el Amor, que amó al Amor, dé salida a los seráficos ardores de su corazón: “Oh Jesús, yo también cantaré y cantaré siempre: En las horas de luchas y en las horas de amor; en la hora de la alegría y en la del dolor. Y así, precisamente así, se extinguirá mi vida: amándote y sacrificándome. Y éste mi canto de amor, mis insignificantes sacrificios, a través de tu Corazón, adquirirán un valor infinito; y Tú, en tu condescendencia inefable, te dignarás hacerlos descender a las tres Iglesias: cual lluvia de amor, de refrigerio y de misericordia inmensa, como por mí lo has hecho. ¡Oh, sí, siento que Consolata será un apóstol de tu Corazón, de tu misericordia, siempre, hasta el fin de los siglos! Me lo has dicho Tú, oh Jesús... ¡Jesús, yo creo, creo y confío en ti!... ¡Jesús, te amo!” 52 Capítulo IV La actuación de la vida de amor en el incesante acto de amor 1. “Vivir en un acto de perfecto amor” Vivir la vida de amor, como puede deducirse de los capítulos precedentes, significa hacer que el amor sea verdaderamente la vida del alma. Corazón, mente, fuerzas, todo y siempre impregnado en el amor al buen Dios. Ama al Señor tu Dios con TODO tu corazón, con TODA tu alma, con TODA tu mente y con TODAS tus fuerzas. (Mc 12, 30). Y, en otras palabras, la perfecta actuación, de este otro precepto del Maestro Divino: Como el Padre me ha amado, así yo os amo: permaneced en mi amor (Jn 15, 9). Permaneced: una acción permanente; en el amor: no el simple estado de gracia, sino el acto afectivo y efectivo; en mi amor: el amor a Jesús cual expresión de nuestro amor a su Padre y nuestro. Todo esto, en las divinas lecciones a Sor Consolata, que vamos a exponer, se sintetiza en el esfuerzo del alma para transformar la propia vida en un acto de perfecto amor. No sólo hacer todas las acciones con amor, no sólo recoger y ofrecer con amor las delicadas flores de los pequeños sacrificios cotidianos y de los pequeños actos de virtud, sino también esforzarse por vivificar con el amor cada instante de esta breve jornada terrena. Pero ¿qué es el amor perfecto? Es, ante todo, el puro amor con que se ama a Dios por sí mismo; después el amor actual, indudablemente más perfecto que el habitual; luego también, por concomitancia, es el amor que abraza en una misma palpitación a Dios y a las almas, puesto que no se puede amar a Dios sin amar también al prójimo. Querríamos añadir que nuestro amor a Jesús no puede, no debería ir jamás separado del amor a María Santísima: sea porque no se pueda agradar a Jesús si no se ama a la Madre suya y nuestra, sea porque nuestro amor llegará verdadera y perfectamente a Dios, sólo si pasa a través del amor de María: la única criatura que ha amado a Dios como Él quiere y debe ser amado. Si, pues, se quisiese una fórmula de perfecto amor, debería comprender, juntamente con el amor a Jesús, el amor a la Virgen y a las almas. Tal es precisamente la fórmula del acto de amor que Jesús dio a Sor Consolata, para que lo transmitiera a las almas. 2. “Conveniencia de una fórmula” Pero fácilmente se comprende que, para la mayor parte de las almas (para todas las que no tienen el don de la contemplación infusa), no sería esto posible, sin la ayuda de algún medio práctico, o sea de alguna fórmula breve y fácil, que dé como cierta expresión al propio amor y facilite así la intimidad de amor con Jesús. Helo aquí: como la madre se inclina en un acto de amor sobre su propio pequeñín, para dirigirle y repetirle alguna palabra, esa frase que querría que él le repitiese en correspondencia de afecto, así Jesús se dignó a bajarse hacia una pequeñísima alma, Sor Consolata Betrone, para dictarle y luego exigirle el incesante acto de amor, que había de constituir la vida espiritual, el medio principal con que actuó su vocación de amor, su vida de amor. 53 3. “La fórmula del incesante acto de amor” El acto de amor dictado por Jesús a Sor Consolata, está formulado en estos términos: JESÚS, MARÍA OS AMO, SALVAD LAS ALMAS. Alguna consideración sobre el valor intrínseco de este acto de amor podrá ser de utilidad a las almas. Limitaremos nuestro pensamiento a unos pocos puntos: 1. No se podía, en tan pocas palabras, formular un acto más perfecto de amor, en el sentido expuesto. Aquí está todo: amor a Jesús, a María, a las almas. 2. Es un acto de puro amor, con el cual se da a Dios todo lo más excelente que se puede dar: amor y almas. 3. Es asimismo un acto de perfecta caridad, porque el amor del prójimo encuentra en él la más alta expresión en la incesante peroración a favor de las almas; de todas las almas (comprendidas las del purgatorio), y de todas sus necesidades, conforme a la explicación dada por el mismo Jesús. 4. De aquí que compendie los dos grandes mandamientos, que son a su vez el compendio de toda la Ley. 5. Más aún: por el hecho de ser incesante (en el sentido que explicaremos), lleva al alma al cumplimiento literal y perfecto del predicho primer mandamiento, que es amar a Dios con todo el corazón: el acto de amor debe brotar del corazón, el corazón es el que ama cuan incesante e intensamente que le es posible; -con toda la mente: la continuidad del acto de amor excluye de por sí todo pensamiento inútil voluntario; -con toda el alma (esto es, como explica Santo Tomás con toda la voluntad): el incesante acto de amor se apoya en el fervor de la voluntad, no en el sentimiento; con todas las fuerzas: para conseguir la máxima continuidad e intensidad del amor es necesario hacer converger a él todas las energías del alma. 6. El acto de amor, sea en sí mismo, como en la fórmula dicha, como quiera que es a la vez plegaria, o más bien, la más perfecta de las plegarias u oraciones, lleva al alma a la actuación literal y perfecta del otro precepto evangélico: Es necesario orar siempre, y nunca dejar de orar (Lc 18, 1). 7. Con él el alma vive la vida sobrenatural lo más intensamente posible: para la gloria de Dios, para la propia santificación, para la salvación de las almas. 8. Con él vive el alma una vida esencialmente mortificada, en el olvido de todo y en la silenciosa entrega de sí, y con ello viene a colocarse en el estado de pequeña víctima de amor. Cuáles sean las predilecciones divinas y las divinas promesas en favor del incesante acto de amor, lo veremos en los párrafos siguientes. 4. “Cómo debe entenderse el incesante acto de amor” Las lecciones de Jesús a Sor Consolata, sobre el incesante acto de amor, si sabemos apreciar su valor, impiden que se incurra en errores o desviaciones. Error sería, por ejemplo, convertir el acto de amor en una simple jaculatoria dicha más o menos frecuentemente, si se quiere con preferencia a otras. Nada de malo hay en esto (y para la mayor parte de las almas puede ser suficiente), pero Jesús no pretende sugerir a las almas una nueva jaculatoria, sino indicarles una vida espiritual que les facilita la vida de amor. Si el acto de amor ha de ser para el alma camino y vida, síguese que, por lo menos, en el esfuerzo de la voluntad, debiera ser incesante, algo así como la respiración del alma. 54 Otro punto hay aquí que aclarar y es: cómo haya de entenderse la continuidad del acto de amor en relación con las diversas ocupaciones del día, según los deberes de cada uno. La respuesta a esta dificultad no podría venir sino de Jesús mismo. El Sábado Santo de 1934, animando a Sor Consolata a la fidelidad del acto de amor, Jesús le prometía su divina ayuda, mientras tanto le sugería la siguiente norma práctica, que quiere lo sea para todas las almas: Consolata, como he tomado la responsabilidad de tus pensamientos y palabras, así me la tomo de tu acto de amor continuo. Pero ten presente una vez para siempre; que cuando hablas conmigo, o escribes o meditas, el acto de amor continúa. Yo igualmente lo tengo en cuenta, aunque el corazón en esos momentos se vea obligado a callar. Es pues, cosa clara que el acto incesante de amor en nada impide la vida común y regular del que se rige por él; no es en detrimento de las demás prácticas de piedad, sean obligatorias o libres; no impide las distintas ocupaciones del día, ni a su vez puede ser impedido por ellas, siempre que el alma procure continuar su canto de amor, en la medida que le es concedido por la naturaleza de las mismas ocupaciones. Cuando uno ora, cuando medita, cuando habla por deber o caridad o conveniencia, cuando está ocupado en un trabajo que absorbe las facultades del alma, el acto de amor ante Dios es como si continuase. La intención suple la actuación del mismo. La tercera observación de no menor importancia es: que el acto incesante de amor no debe ser una cosa superficial, la repetición mecánica de una fórmula, sino un verdadero canto de amor. Más –y esto es preciso subrayarlo-, no es absolutamente necesario pronunciarlo con los labios. Un acto de amor no es una simple frase vocal, sino un acto interior; de la mente que piensa en amar, de la voluntad que quiere amar y ama. El acto incesante de amor es, pues, una continua, silenciosa efusión de amor. La fórmula –no se olvide-, no es sino una ayuda, para que el alma pueda más fácilmente fijarse en el amor y en el perfecto amor. Lo mismo se deduce de las palabras de Jesús a Sor Consolata, que pueden servir de introducción a la doctrina sobre el incesante acto de amor (16 de noviembre de 1935): Si una criatura de buena voluntad me quiere amar y hacer de su vida un solo acto de amor, desde que se levanta hasta que se acuesta –con el corazón, se entiende-, Yo haré por estas almas verdaderas locuras. Escríbelo. Por lo tanto, el incesante acto de amor se ha de entender con el corazón. Lo cual – repitámoslo-, no quiere decir que el alma deba “sentir” gusto o suavidad en hacerlo, ni que deba “sentir” amar. Le basta querer amar. 5. “Las divinas exigencias del incesante acto de amor” “Ya desde los primeros ejercicios espirituales que hice en las capuchinas –escribe Sor Consolata-, Jesús exigió a mi alma lo que después continuó exigiéndome: El incesante acto de amor. Él fijó la meta en donde había que llegar; y los obstáculos, pasiones y defectos que tendría que quitar siempre a la luz de este acto de amor. Nada te debe apartar del continuo acto de amor, me decía en la meditación, el día de la toma de hábito. Y después en la sagrada comunión: No te pido sino esto, un continuo acto de amor. En un principio era: JESÚS TE AMO. Después deseó que añadiese: JESÚS, MARÍA OS AMO. Más tarde quiso completarlo así: JESÚS, MARÍA OS AMO, SALVAD LAS ALMAS. Desde este momento las divinas exigencias del incesante acto de amor son incontables y el lector nos perdonará que le cansemos con algunas repeticiones por tratarse del punto más importante que viene a constituir como la razón de ser del nuevo Mensaje Divino. Todo lo demás que hemos dicho sobre la vida de amor, aunque utilísimo y en cierto modo necesario, por más que no esté integrado con la revelación y 55 doctrina del acto de amor, tendría un valor relativo, por hallarse también substancialmente en la vida y escritos de otras almas privilegiadas. Refiramos pues –sin comentarios en gracias a la brevedad- las diversas exigencias divinas; por lo menos las que tenemos a la vista, ya que el diario de Sor Consolata no ha llegado completo hasta nosotros. La primera es el 15 de marzo de 1934: ¡Ámame Consolata, tu acto de amor me hace feliz! Y no sólo lo recomendaba sino que lo exigía (15 de octubre de 1934): Consolata, tengo derecho sobre ti y por consiguiente quiero de ti un incesante “JESÚS, MARÍA OS AMO, SALVAD LAS ALMAS”, desde que por la mañana te despiertas hasta que por la noche te duermes. Lo quiero Yo. Y como respondiendo a una espontánea objeción de la pobre criatura, le añadía: Si me crees omnipotente, créeme capaz de concederte este continuo acto de amor; Yo lo quiero. El acto de amor tenía que ser por lo tanto el alimento vital de su alma (23 de junio de 1935): Un pececillo, fuera del agua se muere, así tú fuera del acto de amor. Por lo contrario, como el pececillo en agua vive y se desarrolla, así a través del incesante acto de amor, con el perfeccionamiento de la caridad en ella, también la vida de la gracia se desarrollaría y perfeccionaría hasta llegar al total desprendimiento de sí o aniquilamiento, que es una muerte mística (25 de octubre de 1935): Vive anonadada y encerrada en un solo y continuo “JESÚS, MARÍA OS AMO, SALVAD LAS ALMAS”, y nada más. Para ti no existe ya nada ni nadie, sólo el acto de amor. Esta muerte mística no es quietismo sino tránsito a la vida heroica: de aquí que Jesús no encuentre ya en el alma obstáculo alguno a sus divinas operaciones y pueda obrar en ella como dueño incuestionable (7 de septiembre de 1935): A base de tu anonadamiento realizaré mi maravillosa obra. (Qué obra se ésta, lo diremos a continuación). Y ¿sabes qué es lo que te anonada? El acto incesante de amor, en el que todo es por Mí, sin que quede nada de ti, ni por ti. Anonadada en este continuo acto de amor, su alma tenía que identificarse, que transformarse en Él (3 de abril de 1936): San Juan Bautista dijo de sí mismo que era “una voz que clama en el desierto” y tú debes ser “un incesante acto de amor.” Por eso, ninguna criatura debía apartarla de este su único deber (28 de junio de 1936): “Duc in altum” (Cfr. Lc 5, 4). ¡Da un adiós para siempre a todo lo que es tierra y criatura y camina anchamente con el acto incesante de amor hacia la ribera eterna! Todas las energías espirituales debía emplearlas en este único propósito (3 de diciembre de 1935): Consolata, para no perder tiempo, cada vez que pronuncies un acto de amor, renueva todas tus promesas; si caes levántate; si eres olvidadiza, recupérate. Un acto de amor sirve para todo a cualquier hora y en cualquier estado. Y como Consolata tenía la costumbre de renovar todos los días, en la sagrada comunión, sus votos particulares, Jesús le sugería (30 de mayo de 1936): Extrema vigilancia, sí, para no dejar entrar un pensamiento, para no pronunciar una palabra no requerida, pero no te pierdas en esto, ¡oh no! Piérdete únicamente en el incesante acto de amor. Esas divinas exigencias respecto al silencio riguroso que había de observar Sor Consolata, tendían precisamente a mantenerla en esta continuidad de amor (8 de septiembre de 1936): No me basta que evites hablar en la recreación, quiero el acto de amor continuo; para eso te exijo el silencio. No tiene que decir que el enemigo se irritaba contra el acto incesante de amor, buscando todos los medios para sembrar en el alma de Sor Consolata la duda y la 56 desconfianza respecto del camino que seguía, pero Jesús le tranquilizaba diciéndole (5 de abril de 1936): Todo lo que turba tu acto de amor, no viene de Mí. Igual aviso le daba al respecto de lo que hubiera podido estorbar la continuidad del amor (3 de julio de 1942): Todo lo que, te aparte del incesante acto de amor, no viene de Mí sino del enemigo. En suma, Jesús la quería totalmente “heroica” en la continuidad del amor, hasta llegar a la máxima perfección (31 de julio de 1936): Quiero que durante todo el día llegues a no hurtarme un acto de amor, ni siquiera uno. ¿Lo entiendes? Y es que la vocación particular de Sor Consolata, su misión en favor de los Hermanos, su misma santificación, todo debía actuarse a través del amor incesante. El primer viernes de febrero de 1935 le decía Jesús: Olvídalo todo, ámame continuamente, con corazón de hielo o de piedra es lo mismo. Todo está aquí, todo depende de esto: de un incesante acto de amor, y nada más. Y más claramente aún (16 de diciembre de 1935): Tú debes dar a Jesús lo único que Él quiere sacar de tu vocación: el acto incesante de amor en cualquier estado de ánimo en que hayas de encontrarte. Nótese la apremiante insistencia divina por tener segura a Sor Consolata en la continuidad de amor en cualquier condición de espíritu. Amar sin “sentir”, es efectivamente un martirio íntimo, y no son pocas las almas que, en tal estado de ánimo se abstienen de hacer acto de amor, por temor de que no correspondan a la verdad. Es ésta una astucia del enemigo para impedir al alma que ame. Escuchemos a San Francisco de Sales: “El decir a Dios: ¡os amo! sin que se tengan un vivo sentimiento de amor, es cosa que nunca se ha de omitir, porque voluntad y gran deseo de amarle siempre tenemos.” Naturalmente, la continuidad de amor, en este caso, es costosa a la naturaleza y se tornaba difícil a Sor Consolata, contra la cual el demonio desencadenaba todas las luchas posibles. Por eso Jesús le decía, para ponerla en guardia (10 de octubre de 1935): Consolata, que el demonio y sus pasiones, desencadenen en tu alma todas las luchas posibles, poco importa; truenos, tempestades y rayos, no importa, tú debes decirte: “quiero continuar impertérrita mi acto de amor de una comunión a otra; éste es mi deber, mi único deber”. Y ¡adelante siempre! Formada en orden de batalla para la lucha por la santidad, bajo la bandera del incesante acto de amor, debía custodiarlo con el valor de un buen soldado que defiende la bandera de la patria: (6 de septiembre de 1936): El acto incesante de amor es tu bandera; defiéndela ante el enemigo a costa de la vida. (7 de septiembre de 1936): Es preciso amar la propia bandera, es preciso defenderla a toda costa; vivir bajo ella y morir estrechándola contra el corazón, sin dejarla jamás en manos enemigas. Así ha de ser tu acto de amor, cueste lo que cueste, dámelo de continuo. ¿Que por fragilidad humana le ocurría interrumpirlo? No por eso debía desanimarse ni mucho menos renunciar a la lucha: Lleva el esfuerzo al máximum y, con voluntad férrea, no pierdas un acto de amor, vuelve a él heroicamente sin que lo interrumpa ni una mirada. La continuidad de amor no fue, pues, para Sor Consolata un don infuso. Tuvo, sí gracias especiales inherentes a su misión, pero debía corresponder a ellas, y correspondió siempre con heroico esfuerzo de voluntad, sin detenerse cuando la lucha se hacía más áspera, sin perder el ánimo en las más o menos voluntarias infidelidades. A ello le incitaba Jesús diciéndole: 57 (7 de septiembre de 1936): Ámame, Consolata, por encima de las luchas e inevitables caídas; procura no dejarte impresionar por una falta, sino continúa impertérrita tu acto de amor. (8 de septiembre de 1936): Esfuérzate Consolata, es por tu bien; insisto en tu esfuerzo por darme incesante el acto de amor. Ciertamente, Jesús hubiera podido llevarla de golpe a la codiciada cumbre, pero no quiso hacerlo y se lo decía claramente, para doctrina y aliento de todas las almas (16 de septiembre de 1936): Y ¿crees tú que no podría concederte esta continuidad de amor? Mira: me agrada verte luchar, caer, levantarte; en suma, me placen tus esfuerzos; ver lo que sabes hacer. Y ¿sabes cuándo gozo más? Cuando tú, levantándote impertérrita por encima de todo, continúas tu acto de amor. Y como Jesús no le ocultó jamás (lo veremos mejor a continuación), que el acto de amor continuo había de ocupar todas las facultades del alma en un continuo esfuerzo aniquilándolo todo en la criatura, hasta un pensamiento inútil, venía a ser una cruz para el alma misma. Para animarla en el no fácil camino, le indicaba que no pensara en el futuro sino que viviera y santificara, con el amor el momento actual: vive amando minuto por minuto; el día eterno es muy largo para ti. Prometíale además su constante apoyo y el del Padre espiritual (14 de octubre de 1935): no temas, Consolata, cuando la insistente lucha obstaculiza tu acto de amor, Yo pensaré en mandarte el Padre, de modo que no tengas que soportar detenciones o retrasos en la ascensión, de manera que ames siempre y solamente ames, aunque sea con esfuerzo, porque sólo el acto de amor continuo te dará fuerzas para todo. Un día habiéndole enseñado a valorizar el acto de amor en el coro, hasta los brevísimos intervalos, entre los versículos, antífonas, etc., le manifestó ella la duda de que su corazón no podría resistir un trabajo tan intenso. Y díjole Jesús: ¡Lo reforzaré con el Mío! Sobre todo le prometía reparar Él las deficiencias de la débil criatura: Tú has lo posible por darme el acto incesante de amor, pero cuando faltes Yo lo repararé. No, no temas que soy siempre bueno. Como se ve, toda la acción de Jesús en el alma de Sor Consolata consistió siempre en esto: en llevarla y mantenerla en la continuidad de amor. Un día que se preguntaba si acaso Jesús no había agotado la fraseología en la acostumbrada exigencia, tuvo esta respuesta: No temas que haya agotado las frasees al requerirte la misma c osa: Amor. Mira soy omnipotente y puedo repetir hasta lo infinito la misma petición con frases siempre nuevas. Otra vez, que se admiraba cómo Jesús no se hubiera aún cansado en tales exigencias, oyó esta respuesta: No, no estoy cansado y no me cansaré jamás, porque no quiero sino esto: ¡que tú me ames y nada más! 6. “Fecundidad espiritual del incesante acto de amor” ¿Quién salva las almas? Nosotros no, ciertamente. Las salvó Jesús desde la cruz y Él es el que continúa salvándolas, aplicando a ellas los méritos infinitos de su cruenta expiación. . Nosotros, a lo más y sólo por su dignación, podemos ser sus cooperadores en la salvación de las almas y lo somos en la medida de nuestra unión con Jesús, y por lo tanto, de nuestro amor a Él. Todo lo que San Pablo dice con relación al valor sobrenatural de nuestras acciones, puede aplicarse a nuestro apostolado a favor de otras almas. Sin el amor, todas nuestras palabras –dichas o escritas-, no sería si no en vano sonar de metal o reteñir de campana; de nada aprovecharía toda nuestra ciencia, de nada el esforzarse en la 58 búsqueda de nuevos medios para hacer presa en las almas. Podemos ser predicadores, conferenciantes, periodistas, organizadores, todo lo que quiera, pero si no arde en nosotros la caridad de Nstro. Señor, jamás seremos apóstoles. Apóstol es el que habla, y obra en el nombre de Jesús, en íntima unión con Él, encendido en el mismo fuego de amor por el Padre Celestial y por lo tanto, por la misma pasión de celo por la salvación de las almas. Pensar de otro modo es caer en la herejía, no formal, pero sí práctica. Santa Teresita que amaba a Jesús como un serafín, tuvo alma de apóstol; y no sólo eso sino que a través del amor ejerció un apostolado tan real, grande y universal, que ha llegado a ser proclamada patrona de las misiones, sin que jamás viera la tierra de misiones, ni predicara nunca un sermón y quien así la proclamó fue la Iglesia, guiada por el Espíritu Santo, que es Dios. Esta solemne lección de Dios al mundo que no de todos fue comprendida, encuentra hoy su confirmación en la vida de Sor Consolata: la cual sedienta también de celo, porque sentía la sed del amor, logró una copiosa mies de almas en premio de su amor, como se puede ver en la obra de su vida; por lo que –para continuar el argumentohe aquí lo que le decía Jesús sobre la fecundidad del acto de amor para los fines del apostolado (8 de octubre de 1935): ten presente que un acto de amor decide la eterna salvación de un alma, por lo tanto, debe remorderte si pierdes un solo “JESÚS, MARÍA OS AMO, SALVAD LAS ALMAS.” La misma consolatísima promesa le hacía otras veces: No pierdas tiempo, todo acto de amor es un alma. También la Santísima Virgen le exhortaba en este sentido respecto del incesante acto de amor (10 de octubre de 1935): sólo en el paraíso conocerás su valor y fecundidad para salvar almas. Una gran promesa le hizo Jesús durante la guerra civil en España, en contestación a sus oraciones (6 de septiembre de 1936): Sí, te daré la victoria sobre el comunismo en España, pero tú haz lo posible por darme el acto incesante de amor. Algunos días después le repetía: Sí, el acto de amor encierra todos tus propósitos y con él Jesús, te dará la victoria de España y así dirá el mundo cómo agradece el incesante acto de amor. ¡Ánimo, adelante! Hacía años que pedía Sor Consolata la conversión de su hermano Nicolás, no menos que por la de su tío Félix Viano. El primero se reconcilió con Dios Nstro. Señor en la Pascua de 1936 y, en julio siguiente, decía Jesús a Sor Consolata: Recuerda Consolata, que no te he dado a Nicolás y no te daré al tío Félix por el mérito de tus penitencias y sacrificios, sino únicamente por el acto incesante de amor. Recuérdalo porque el amor es lo que quiero de mis criaturas. El acto de amor es fecundísimo aún como oración reparadora (8 de octubre de 1935): ¿Por qué Consolata no te permito tantas oraciones vocales? Porque el acto de amor es más fecundo. Un “JESÚS, MARÍA OS AMO, SALVAD LAS ALMAS” repara por mil blasfemias. Para el alma misma que lo practica, el acto incesante de amor vale mucho más y por lo tanto es más fecundo en méritos que cualquier otra obra: Consolata, pon a un lado todas las obras virtuosas que podrías hoy realizar, y al otro lado un día transcurrido en un continuo acto de amor, y Yo prefiero el día pasado en un continuo acto de amor a todo lo demás que podrías hacer u ofrecerme. Por eso, cada vez que Sor Consolata se proponía ofrecer a Jesús o a la Santísima Virgen algún homenaje particular, intervenía la gracia solicitando de ella el acto de amor. En la preparación a la fiesta a la Inmaculada (1935) le sugería Jesús: ¿Qué quieres dar a la Santísima Virgen en su novena? Mira, dale un “JESÚS, MARÍA OS AMO, SALVAD LAS ALMAS” continuo; se lo das todo. 59 Finalmente, el acto de amor es fecundísimo en orden a la santificación del alma; precisamente porque, con él, no sólo se da todo a Jesús, sino además se recibe todo de Él. Comentando a Sor Consolata las palabras del Santo Evangelio: Sin Mí no podéis hacer nada, le decía Jesús (26 de octubre de 1935): Es para ti la frase más confortante del Evangelio porque excusa toda tu impotencia y te arroja con abandono completo en el Corazón Divino y anonadada allí en un acto de amor, pedirás cuanto quieras y se te dará. Así es porque Jesús no se deja vencer en generosidad por su pobre criatura, que trata de amarle continuamente (13 de septiembre de 1936): ¡Oh, mantente firme en este único propósito. No interrumpir el acto de amor me basta. Permanece fiel a él, renovándolo hora por hora, Yo te concederé todo, Consolata, absolutamente todo. El alma fiel al incesante acto de amor será efectivamente fidelísima en todo lo demás, como el Padre Divino prometía a Sor Consolata (23 de septiembre de 1935): Mira, Consolata, mantente en el propósito de amar continuamente. Éste compendia todos los demás, observando éste, los observas todos. Jesús, a su vez le daba la razón (14 de julio de 1936): Cada acto tuyo de amor, atrae a ti la fidelidad, porque me atrae a Mí que soy la fidelidad misma. Establecida de esta manera en la fidelidad a todos sus deberes y propósitos, el alma cantará victoria sobre sus pasiones y sus enemigos (30 de mayo de 1936): Para reportar todas las victorias todo consiste en esto: no perder un acto de amor. Por eso reportará copioso fruto de santificación (26 de octubre de 1935): Te has anonadado al Padre (espiritual) y cerrado en una sola palabra: “¡obedezco!”, pues bien anonádate de Mí y ciérrate en una sola frase: “JESÚS, MARÍA OS AMO, SALVAD LAS ALMAS” y lograrás mucho más fruto. Sobre todo el incesante acto de amor hará al alma pronta a todo sacrificio que le pida (24 de septiembre de 1935): Mira, Consolata, mantente en un “JESÚS, MARÍA OS AMO, SALVAD LAS ALMAS” continuo. Mira, es el único propósito que te da fuerza para responder “sí” a toda petición mía de sacrificio. Y el primero de diciembre de 1935: ¿sabes por qué te digo continúa solamente así? Porque esta continuidad de amor, teniéndome unida siempre a Mí, te vuelve pronta a todo, en cualquier momento. Efectivamente, para sufrir bien es necesario, amar mucho. Es una ilusión pensar de otra manera. Basta tener un poco de experiencia de almas (y de la propia) para convencerse de que no es el sacrificio el que lleva al amor (¡cuántas almas sufren de mala manera!) sino el amor que lleva al sacrificio: es decir, al sacrificio, aceptado, sufrido y ofrecido, con alegría y agradecimiento; semejante sacrificio se transforma en alimento de amor. Por lo cual decía Jesús a Sor Consolata (19 de octubre de 1935): Consolata, prepárate al dolor con el amor, ¡ama continuamente! ¡ay si dejases de amar! Y precisamente lo que Jesús recordaba frecuentemente a Sor Consolata era el estado de víctima, para mantenerla firme en la continuidad de amor. Decíale el 24 de noviembre de 1935: sé que el acto de amor continuo cuesta, especialmente a ciertas horas, pero es muy meritorio, Consolata. Y no olvides nunca que te he elegido víctima de amor. En el capítulo siguiente veremos cómo el estado de víctima se actuaba de esta manera en Sor Consolata a través del incesante acto de amor, cumpliéndose la solemne promesa que Jesús le hacía un día: Consolata, te haré escalar las cumbres del amor y del dolor, te lo juro; y tú “JESÚS, MARÍA OS AMO, SALVAD LAS ALMAS” y nada más. 60 Capítulo V La perfección de la vida de amor en la perfección del incesante acto de amor 1. “Premisa.” Es necesario esta premisa, a fin de que las almas deseosas de seguir a Sor Consolata, en la adquisición de la altísima perfección a que ella fue llamada por Dios en el camino del amor, no se espanten y menos lleguen a deducir: ¡Imposible! ¡Esto no es para nosotras! Hacemos pues observar en primer lugar, que no ha de asombrar que Jesús llame a un alma a la más alta perfección, siendo así que en el Evangelio nos ha dejado Él consignado: Sed perfectos, como es perfecto vuestro Padre que está en los cielos (Mt 5, 48). Meta inasequible y que sin embargo nos la propone Jesús para enseñarnos que en el camino de la santificación no hay límite, más allá del cual pueda el alma mitigar el esfuerzo. No por ser la meta inasequible estamos dispensados de tender a ella con todas nuestras fuerzas. Obsérvese, en segundo lugar, que el haber Jesús propuesto a Sor Consolata tan sublime alteza, no quiere decir que le haya ella conseguido de una manera absoluta y definitiva, de modo que nada le quedara ya por hacer. Una y muchas veces hemos dicho que Sor Consolata durante toda su vida, no depuso jamás las armas del buen combate; lo que puede probar que ella jamás juzgó haber llegado a la cima suprema, por más que fuese excelsa a la que alcanzó. De lo cual se deduce – y es la tercera observación-, que ante Dios lo que se tiene en cuenta no es precisamente el éxito, que depende únicamente de Él, sino el esfuerzo de la criatura, que quiere seriamente, que eficazmente trabaja, que lucha sin tregua ni descanso; siempre, se entiende, sostenida por la gracia divina, que no puede faltarle. La cual gracia, no se concede a todos de igual manera, sino según los designios misericordiosos de Dios. Ahora bien, habiendo sido Sor Consolata elegida por Dios para enseñar al mundo el camino del incesante acto de amor, recorriéndolo ella primera, se comprende que Dios la haya favorecido con gracias extraordinarias en orden a su vocación y misión, para poder así presentarla como modelo a todas las almas que han de ser llamadas a seguirla. Queda pues declarado que las divinas exigencias respecto de Sor Consolata, contenidas en el presente capítulo, no deben entenderse dirigidas –en la misma medidaa todas las almas, aún llamadas a seguir el mismo camino. Bástales tener la mirada fija en el ejemplar que Dios les ofrece en Sor Consolata y tratar, con generosa correspondencia a la gracia, de copiarlo lo más perfectamente posible; recordando siempre que Dios premia, no el resultado, sino el esfuerzo. 2. “La continuidad de amor en el incesante acto de amor” La perfección de amor –aparte de su pureza, por la que se ama a Dios por sí mismo-, está ante todo en su continuidad efectiva: amor actual, no sólo habitual. A esto, por lo tanto, debe tender el alma deseosa de perfeccionarse cada vez más en la vida de amor. Pero ¿cómo actuar esta continuidad? Jesús, a través de Sor Consolata, nos enseña el medio práctico y accesible a todas las almas de buena voluntad: el incesante acto de amor. En las lecciones precedentes, siempre que Jesús habla a Sor Consolata en la intimidad del amor con Él, se refiere al acto de amor. Se lo decía después claramente (22 de agosto de 1935): En este continuo contacto conmigo, producido por el acto de 61 amor, descubrirás los defectillos que quisieran apartarte de esta unión divina y los alejarás de ti; y el día vendrá a ser así una continua palpitación de amor, desde que te levantas hasta que te acuestas, y lo proseguirás eternamente. Otra vez, refiriéndose al hecho de que Sor Consolata gozaba de la presencia visible de Jesús en el propio corazón (lo veía intelectualmente bajo la figura del Sagrado Corazón o del Crucifijo), le decía (29 de octubre de 1935): No sólo tu celda es para ti el tabernáculo, donde encuentras siempre a Jesús –(y su Divino Corazón o Crucifijo)-, tú misma eres ese tabernáculo donde quieras que te encuentres. Y como en tu celda no quieres dejar entrar sino al acto de amor continuo, así donde te encuentres, en cualquier trabajo en que te ocupes, no dejes entrar sino al acto de amor continuo. Y las normas que le había sugerido respecto al silencio, como se dijo, no tenían otro fin que el de obtener de ella la continuidad del acto de amor. Hablándole de la recreación, le decía (12 de noviembre de 1935): Ves, Consolata, desde que estás en Mí con el continuo acto de amor, vives una vida maravillosa, divina. ¡Oh, entonces crees todo lo que se te revela para el porvenir, no roza tu alma la menor duda! Pero si en la recreación me dejas y te mezclas en conversaciones con las criaturas, entonces te sientes más pobre criatura y, terminada la recreación, en tu alma hay una duda: ¿No será todo ilusión esto tan grande que en mí siento? Por consiguiente, no me dejes ya más por la criatura ni siquiera veinte minutos. Habla, o mejor contesta, pero mientras tanto con el corazón ama. Se podrá aquí preguntar: ¿hasta qué punto llevó Sor Consolata la continuidad del acto de amor? Contestamos que la continuidad efectiva y absoluta no es posible a humana criatura, sin un privilegio de Dios. Este privilegio lo tuvo ciertamente la Santísima Virgen, y piadosamente pensando, también San José en un grado correspondiente a su dignidad y misión. Por lo que toca a Sor Consolata diremos que, como Jesús no se cansaba de pedirle el incesante acto de amor, ella no omitió esfuerzo alguno para corresponder lo más perfectamente posible a las divinas exigencias. En el diario, fecha 16 de septiembre de 1935, refiriéndose siempre a la continuidad del acto de amor, encontramos la siguiente declaración de Jesús: Ves, desde el día de la toma de hábito, que te lo pedí, no has llegado aún a dármelo siempre; algún día sí, pero pocos. Por donde se ve que ya en aquella época (desde la vestición habían transcurrido cinco años), Sor Consolata había llegado al menos algún día a hacer efectivamente incesante el acto de amor. Si en la mayor parte de los días no logró esa continuidad, las lagunas eran de brevísima duración y casi nunca plenamente voluntarias. Sin embargo, tenían que desaparecer esas lagunas, porque Jesús le añadía: Ahora, para darme este acto de amor continuo ¿qué te es necesario? El doble silencio de pensamientos y de palabras con todos, y verme y tratarme en todos. Yo pensaré a través de ti, Yo hablaré a través de ti, Yo escribiré a través de ti, y tú preocúpate sólo de amarme, pero de amarme siempre; y sea éste tu único pensamiento desde que te levantas hasta que te acuestes. Insistiendo más en particular sobre la virginidad de mente, necesaria para el ejercicio del incesante acto de amor, le explicaba (25 de noviembre de 1935): El acto de amor es como un tren directo que corre sobre los rieles, pero si éstos están obstruidos por pensamientos inútiles, el tren no puede correr, y se ve obligado a pararse. 62 Ves cuán necesaria te es la virginidad de mente. ¡Ni un pensamiento, ni uno solo! Pero ¡cuánta paz! ¿no es cierto, Consolata? Yo solo en tu mente. El alma que se ha consagrado al amor a través del incesante acto de amor, debe por lo tanto ejercitarse, sin escrúpulos, pero con generosidad y firmeza, en este silencio externo e interno, teniendo siempre presente la preciosidad de un acto de amor y como dirigidas a sí estas palabras de Jesús a Sor Consolata (13 de septiembre de 1935): Consolata, el tiempo que te queda por vivir Yo lo he consagrado todo en un acto de amor. Si tú interrumpes ese amor para seguir un pensamiento, para pronunciar una frase no estrictamente necesaria, haces un hurto al Amor. Una tan perfecta continuidad viene a colocar al alma en un estado de continua inmolación. Jesús no se lo ocultaba a Sor Consolata (15 de noviembre de 1935): Consolata, Jesús tomó la cruz sobre sus espaldas y se dirigió al Calvario. ¿Sabes cuál es tu cruz? No perder un acto de amor. Éste será de hoy en adelante tu único programa. No que el acto de amor sea una cruz, sino no perder uno, en cualquier condición en que te encuentres, esto es cruz, pero te ayuda a llevar todas las demás cruces. Te doy la cruz: no perder un “JESÚS, MARÍA OS AMO, SALVAD LAS ALMAS”, pero te doy también la gracia de llevar esta cruz, fielmente hasta el último suspiro. Te amo, Consolata, y esta cruz que pongo sobre tus espaldas, aniquila todo en ti, mientras te lleva a la observancia escrupulosa del más mínimo punto de la regla, las Constituciones, del Directorio. Al día siguiente, volviendo sobre el mismo punto, le añadía: ¿Te gusta la cruz que te he dado? ¿Estás contenta?... Es fecundísima ¿sabes? La cruz de amor es fecundísima más que cualquier otra cruz, por Mí y por las almas. Y precisamente a través de esta silenciosa pero incesante inmolación de amor, Sor Consolata realizó su estado de víctima de amor. La oferta de sí misma en calidad de víctima, Sor Consolata la hizo, según la divina petición, el día de su profesión solemne (8 de abril de 1934), pero la consagración oficial como víctima por parte de Jesús no se efectuó hasta el primer viernes de diciembre de 1935. ¿Cómo tuvo lugar esto? ¿Cuáles serían los deberes de esta nueva víctima consagrada? Helos aquí: Jesús la confirmó solemnemente en la continuidad de amor y ella le dio su consentimiento. La noche anterior al primer viernes, durante la Hora Santa preparándose Sor Consolata al nuevo acto de consagración, Jesús le decía: Consolata, la sed de amor de Jesús, su súplica de reparación por tus Hermanos y Hermanas ¿no te dice todo? Sí, Yo te lo he dado todo a ti. Ahora tú dame todo a Mí: todo tu amor, todas las palpitaciones de tu corazón en el incesante acto de amor. No quiero más, porque únicamente, en este incesante acto de amor me das todo, todo, por ti y por tus Hermanos. He aquí, donde quiero que me demuestres tu fidelidad y generosidad: con la renuncia completa de cada pensamiento, de cada palabra, para no interrumpir jamás tu acto de amor: siempre amar, aceptando todas las consecuencias, sin interrumpirlo jamás. Lo sé, eso consume dulcemente, mata a mi Consolata... he aquí la víctima de amor. Y en contestación a la natural perplejidad de la víctima, siempre temerosa de no corresponder plenamente a los divinos designios, sintiendo siempre las pequeñas involuntarias infidelidades del amor, Él añadía con divina ternura: No, Consolata, no; mi omnipotencia es grande y en lo que te pide, te concede juntamente la gracia de podérmelo dar. 63 ¿Quieres mi bendición que franquee tu voluntad, que te haga tenaz para en fin perseverar en el acto de amor sin interrumpir jamás este acto de amor con un pensamiento o una palabra? Pues bien, sí te bendigo y no lo interrumpirás jamás; he aquí mi don para ti del primer viernes de diciembre. A la mañana siguiente Jesús realizaba la preanunciada consagración; pero todo se desenvolvía en lo íntimo de Sor Consolata, sin nada de extraordinario por fuera. Y le decía Jesús: Hoy te consagro víctima de amor. No te hiero con un dardo, pero ye inflamo silenciosamente y, aún cuando quisieses interrumpir tu acto de amor, ya no podrías. El tiempo que te queda por vivir, desde hoy hasta el último momento, nosotros lo reuniremos en este incesante acto de amor. Cree, en él me das todo. Sí, Consolata, despreciaremos, pisotearemos todo obstáculo y amaremos siempre, incesantemente, hasta el último suspiro... Sí, Yo salgo responsable de todo ello. La responsabilidad que Jesús se tomó de la continuidad de amor en Sor Consolata –conviene volver a recordarlo-, no significa una posesión pacífica por parte del alma. Esto nunca ocurrirá; sin embargo, investida de la llama consagratoria de amor, se sentirá en adelante más fuerte en el holocausto de amor. El hecho es que ya en junio de 1936, para la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, Sor Consolata se sentía pronta a emitir el voto del incesante acto de amor. Jesús había estado queriéndolo y ella se preparó con una fervorosa novena, meditando todos los días una de las conferencias del P. Mateo Crawley a las religiosas (P. Mateo Crawley: Sed santas –Conferencias a las Religiosas). UN voto de tal naturaleza no es ciertamente cosa para hacerlo a la ligera y bien lo sabía ella, que diariamente experimentaba, cuánto cuesta a la naturaleza no perder en el día un solo acto de amor. Escribía, en efecto, al principio de la novena (10 de junio de 1936): “...esta mañana estaba sola en los quehaceres, pero me sentía unida al Corazón de Jesús, a pesar de desear unirme a Él oficialmente (con el permiso del Padre espiritual), con el voto de no perder un acto de amor, la naturaleza, que no sufre el voto de que la crucifique enteramente, intentaba resistirse. Comienzo a comprender que el acto incesante de amor, lo da todo a Dios, porque le inmola pensamientos, palabras e imaginaciones, etc... ¡Es la muerte de la naturaleza!” No fue como se ve un efímero entusiasmo, sino la deliberada y conciente realización de un voto que le crucificaba, y que fue confirmado por el mismo Jesús. El 13 de junio, en una de dichas conferencias, su espíritu se sintió conmovido por esta frase: “Sé valerosa como María Santísima; aprende a cantar sobre todo cuando estés crucificada con Jesús”. Y susurrábale Jesús al corazón: Así te quiero y cuando el viernes el Amor te inmole plenamente, únete a Mí con el voto de no perder un acto de amor. Así te quiero, siempre así. La noche del 18 de junio, vigilia de la fiesta, emitía su arduo voto. “...Esa noche en coro estaba expuesto Jesús. Pensé que los dones se ofrecen las vísperas de las fiestas. Mañana en la fiesta de su Corazón... La meditación hablaba de un corazón que tanto ha amado a los hombres y de lo que no recibe más que ingratitudes. Mi alma, lo confieso, no estaba dispuesta a emitir el voto de amor exigido. Me humillé, confesé al Corazón Divino las culpas que no había podido deponer a los pies de su ministro y experimenté dolor de ellas... La lucha cedía a una paz profunda. Imploré la ayuda de mis Santos Protectores y después a Dios, Trinidad adorable, por la intercesión de mi Madre Inmaculada y de San José, confiando totalmente en el Corazón de Jesús, emití el voto del incesante acto de amor, sin el menor consuelo, ni en la mesa, ni en los trabajos, ni en la recreación... Un gozo íntimo y tranquilo, junto con la 64 confianza de que me será concedido perseverar y otros muchos dones inundaron mi alma. ¡Jesús en Ti confío!” No habrá pasado por alto al lector la extensión dada por Sor Consolata a su voto: hacer de tal manera incesante el acto de amor que no se permitía jamás descanso alguno, en ningún momento del día. Se requiere ciertamente una llamada particular de Dios, que es precisamente una la vocación del amor, y hasta una gracia particularísima, que no podía negarla a esta alma por Él escogida para enseñar al mundo la doctrina y la práctica del incesante acto de amor. Ésta no quita que el voto por ella emitido fuese algo más que llevar sencillamente la cruz: era permanecer en la cruz, para consumar en ella el holocausto de amor. “Hoy – dice el diario (23 de mayo de 1936)-, he sentido continuamente la sed del sufrimiento y esta noche, al entregarme al descanso, he escuchado: ¡Oh, si conocieses el valor de un acto de amor!... y comprendí que este continuo acto de amor será el que me consumirá llevándolo todo a la práctica.” Ni más ni menos, y Jesús después de la emisión del voto, se lo dirá claramente (8 de julio de 1936): Ahora ya no es llevar la cruz, sino vivir en la cruz, perseverar en la cruz con el incesante acto de amor. ¡Ánimo, ánimo Consolata! Todo esto requiere heroísmo, y Sor Consolata era tan heroica que no le espantaba las cumbres. “¿Es heroica –(16 de septiembre de 1936)- mi fidelidad al acto incesante de amor? No. Y para que lo sea ¿qué tengo que hacer?” La divina respuesta fue ésta: Es preciso querer, querer fuertemente, querer siempre. Fue el verdadero programa de la vida espiritual de Sor Consolata; programa que ella compendiaba en estas palabras: “Amarte de verdad, oh Jesús, más bien morir antes de dar entrada a un pensamiento inútil; es morir antes que pronunciar una frase no requerida, no estrictamente necesaria; es morir antes que interrumpir el acto de amor.” Y era sincerísima en lo que decía o escribía. 3. “La virginidad de amor en la virginidad del acto de amor” Se ha dicho en los párrafos precedentes que el ejercicio del incesante acto de amor no puede realizarse sin un riguroso silencio de pensamientos y de palabras por parte del alma. Ahora añadiremos que el incesante acto de amor es a su vez una ayuda grandísima (indispensable para la mayor parte de las almas) para mantenerse ya sea en la virginidad de mente, sirviendo para no dejarla divagar, ya sea en la virginidad del corazón, no dejándole posar sobre cosa alguna terrena; y por consiguiente, en la virginidad de lengua, manteniendo al alma en un continuo y virtuoso silencio. También aquí son muy claras las divinas lecciones a Sor Consolata. Por lo que toca a la virginidad de mente y de lengua, le decía (16 de septiembre de 1936): Es preciso que tengas un dominio tal sobre tus pensamientos y sobre tus palabras, que el demonio no pueda ya nada contra ti, y que este dominio te lo favorece el acto de amor. Y respecto a la virginidad del corazón (1 de diciembre de 1935): Sólo la continuidad del acto de amor asegura la virginidad a tu corazón. Y no sólo esto, para tal fin, Jesús le pedía a Sor Consolata la continuidad del acto de amor, pero además la virginidad del acto de amor; no sólo no perder en el día un acto de amor (con el corazón), sino no apartar jamás la mente del mismo. Es la verdadera y perfecta virginidad de amor. Ya el 17 de octubre de 1935, poniendo a Sor Consolata en guardia contra los engaños del enemigo respecto a la continuidad del acto de amor, le decía: Ves, lo que el enemigo quiere impedirte es el acto de amor continuo. He aquí el porqué de toda esta 65 lucha agobiante de pensamientos. Con tal que tú no ames, le basta cualquier pensamiento, aunque sea bueno. Pasando después a explicarle más claramente en qué consiste la virginidad de amor, le decía (6 de diciembre de 1935): ¿Sabes en qué consiste la pureza de tu acto de amor? En no entremezclar un pensamiento, porque puedes al mismo tiempo amar con el corazón y con la mente pensar en otra cosa. No, la pureza del acto de amor excluye todo pensamiento, exige la virginidad de la mente ¿lo entiendes? Así quiero Yo de ti el acto de amor. Pero, no temas, Yo te ayudo a dármelo con toda su pureza y así, no admitiendo nada en ti, me das, amándome, todo. Le explicaba además cómo es que los pensamientos extraños al amor puedan ofuscar la pureza del acto de amor (6 de diciembre de 1935): Ves, en los pensamientos, aún en los buenos, que se infiltran en ti, entra siempre algo de amor propio, de complacencia, y se comprende que manchen el acto de amor. Pero si tú confiando ciegamente en que Yo pienso y pensaré en todo, no das entrada a ninguno de ellos, el acto de amor tendrá una pureza virginal. Y contestando a una promesa formal, por parte de Sor Consolata: de querer ser fiel a la virginidad de amor, la animaba de esta manera (8 de diciembre de 1935): Tú me prometes virginidad de amor y Yo, en cambio te prometo la observancia escrupulosa de ella. Más tarde, Jesús la establecerá en la continuidad y virginidad de amor y sin embargo, ni a pesar de favor tan singular, le liberará de la lucha o le dispensará de emplear a fondo todas sus energías espirituales (15 de diciembre de 1935): Te confirmo en gracia respecto de la virginidad de amor y de tu incesante acto de amor, pero no creas que no te va a costar ya esfuerzos el amarme. ¡Oh no, mi confirmación en gracia no excluye la lucha y el esfuerzo! Ahora la lucha es sufrimiento y para Sor Consolata será un sufrimiento continuo, como continua será la lucha. Pero he aquí el precioso fruto de la virginidad de amor: ¡La virginidad de su sufrimiento! El alma así situada en un incesante acto de amor virginal, es apta para hacer llegar a Dios todo el perfume de sus sufrimientos, sin desperdiciarlo en estériles lamentos o en un peligroso replegarse sobre sí misma, sin tomar exteriormente actitud alguna de víctima, ninguna postura buscada o estudiada, cosa propia de las víctimas en figura y no en realidad. Todo esto se lo confirmaba Jesús diciéndole (9 de diciembre de 1935): Ves, la virginidad de amor va paralelamente con la virginidad de mente. Cuando un alma se estabiliza en esta virginidad de amor, ya nada logra turbarla, se mantendrá como confirmada en la paz. Mira a la Santísima Virgen al pie de la cruz: sufre, sí pero ¡qué dignidad en su sufrir! ¿La ves? ...En un mar de dolores y ni un lamento; no se desanima, no se abate, nada, nada... Acepta, sufre, ofrece hasta el cosummatum est, con calma y fortaleza. Así te quiero en los días de dolor y la virginidad de amor te ayudará a serlo. Le daba además la razón por la cual la virginidad de amor sitúa al alma en una paz tan perfecta y estable (10 de diciembre de 1935): “En verdad, en verdad os digo: el que comete el pecado es esclavo del pecado” (Jn 8, 34) Así tú, si dejas entrar un pensamiento, si pronuncias una frase no requerida, eres sierva de la infidelidad. La sierva es esclava, la esclavitud pesa. He aquí por qué, después de una infidelidad, sientes tu alma invadida por la tristeza y no sabes aliviarte, sino recurriendo a Jesús. 66 Viceversa, si resistes a la tentación, si eres fiel, te sientes libre y fuerte y pronta para cualquier sufrimiento. ¿Lo comprendes, Consolata? ¡Tenlo presente! Juntamente con la fortaleza en el sufrimiento, la virginidad de amor asegura al alma la verdadera alegría, que nada, ni nadie puede arrebatarle; queda como confirmada en la alegría y al mismo tiempo en la paz (13 de diciembre de 1935): Consolata, ¿ves la blancura de la nieve que te rodea? Pues bien, permanece así en la virginidad de mente, lengua y corazón, y el sufrimiento se te hará siempre dulce; porque sólo la infidelidad te hace sufrir, otra cosa no porque sufrir por amor de Jesús y de las almas es gozo y alegría. La alusión de Jesús a la blancura de la nieve expresa perfectamente otro fruto de la virginidad de amor, que es llevar al alma a una extrema pureza. Pureza ante todo de mente (2 de diciembre de 1935): Mira, mientras tú ames, el demonio no puede hacer entrar en ti un pensamiento malo, porque todas tus facultades están absorbidas por el amor; pero si tú dejas de amar, sí que lo puede. Por eso, ama siempre. Y conjuntamente la pureza del alma y de cuerpo (11 de junio de 1936): Este incesante acto de amor te da la triple virginidad: corazón, cuerpo, espíritu. Y esto porque Jesús es fiel a sus promesas, trasfunde en el alma que le está tan íntimamente unida, su misma pureza virginal (25 de noviembre de 1935): Consolata, virginidad de mente: sí, ¡Yo solo!... Virginidad de corazón: sí, ¡Yo solo!... Virginidad de sufrimiento: ¡Por Mí solo!... Virginidad de lengua: ¡Háblame a Mí solo!... Virginidad de cuerpo: ¡Yo la trasfundo en ti! Realmente, ¡cuál no será la pureza de un alma que desde la mañana hasta la noche, incesantemente tiene fijas todas las facultades en un acto de amor continuo y virginal! ¡Oh, cómo se comprueba lo que decía Jesús a Sor Consolata y que va dirigido a todas las almas! (30 de noviembre de 1935): La virginidad de mente te hace hermosa e inmaculada, el acto de amor continuo (te hace) ardiente como te quiero. Con estas lecciones sobre la virginidad de amor, Jesús iba preparando a Sor Consolata al voto de amor virginal. Entresaquemos del diario (6 de agosto de 1936): “...Esto he comprendido: Jesús tiene sed de amor, aplacársela con agua sucia es un ultraje que no puede soportar un corazón de esposa; por lo tanto, mi acto de amor, que sirve para quitar la sed de Jesús, debe llegar a una pureza tal, que no permita mezcla alguna de pensamientos extraños, aunque buenos: no dejar entrar nada, absolutamente nada, sino dejar despreocupadamente que piense Jesús... Él me ha dado a entender que me ha preparado estos días para el voto del acto incesante de amor virginal, el cual excluye todo pensamiento aún bueno y toda frase no requerida estrictamente. Comprendí ser su deseo que emitiese este voto esta noche y yo lo emití dentro de su mismo Corazón. Me preguntó que deseaba en cambio; le contesté: la fidelidad para observarlo hasta la muerte. Entendí que asumía Él la responsabilidad de hacérmelo observar.” Como claramente se ve, trátase de dos votos arduos cual ninguno y de altísima perfección. No es ya sólo a la continuidad del acto de amor, sino a la pureza virginal del mismo, a donde tendrá que encaminar sus esfuerzos, sin aflojar jamás en el don total de sí ningún momento del día. ¡He aquí la víctima de amor! “Lo que Jesús es para mí – escribía Sor Consolata- (1 de enero de 1936) quiero ser yo para Él; ¡una pequeña y cándida hostia en la triple virginidad de mente, lengua y corazón!” Así lo es ya ella y Jesús se lo confirma (19 de julio de 1936): Ahora eres una hostia consagrada al Amor por el Amor infinito! 67 4. “La intensidad de amor en la intensidad del acto de amor” Este es el tercer requisito para la perfección del amor: dar a nuestro amor la máxima intensidad posible: Ama al Señor tu Dios... con todas tus fuerzas (Mc 12, 30). Si debemos amar al prójimo como Jesús nos ha amado, tanto más debemos amarle a Él mismo con ese mismo amor, para corresponder a su amor. La única medida en el amor de Dios, dice San Bernardo, es amarle sin medida. Es querer amar a Jesús “como nadie jamás le ha amado”, que, común a todos los Santos, debiera ser común a todas las almas, al menos en el deseo y el esfuerzo. Por lo que se refiere a Sor Consolata, queda dicho que Jesús la amó con un amor de predilección intensísimo, al que ella correspondió con intensísimo amor. No creamos que no hace a nuestro propósito, ni a nuestra tarea de fiel y sencillo compilador, afirmar que no es tan fácil encontrar, en la Hagiografía cristiana, un alma que más que Sor Consolata haya amado a Jesús con un amor tan incesante, virginal e intenso. Y esto, prescindiendo de las gracias extraordinarias y de los dones excelsos que Jesús le otorgó aun en este particular. Mientras tanto limitémonos a pocas breves citas, las que más estrictamente se relacionan con el asunto que tratamos: el incesante acto de amor. Le decía Jesús (10 de noviembre de 1936): Consolata, no debemos ya pensar sólo en evitar defectos, sino que nuestro esfuerzo debe tender a amar a Jesús hasta la locura. Yo quiero ser amado por ti hasta la locura. ¡Amar a Jesús hasta la locura! ¿Puede un alma llegar a tanto? Sí, con la gracia de Dios y esto precisamente prometía Jesús a Sor Consolata (11 de noviembre de 1935): Confía, Consolata, Yo soy el Omnipotente y te amo hasta la locura y también tú me amarás hasta la locura, te lo prometo. ¿Y cuál es el medio para llegar a tan intenso amor? El acto incesante de amor. Un día (22 de julio de 1936), Jesús hacía sentir a Sor Consolata su apremiante invitación: ¡Ámame, Consolata, ámame mucho! Y a la pregunta, sobre qué hacer para amarle tanto, le respondía: ¡Con el acto de amor incesante se me ama mucho! Y algún día después (2 de agosto): Con el acto incesante de amor me amarás hasta la locura. Todo está en dar a este acto continuo de amor la máxima intensidad. Así, en efecto, instruía la Santísima Virgen a Sor Consolata, como aparece en el diario (14 de julio de 1936): “...Se había dicho en la recreación que quien hace más sacrificios, ama más a Jesús. Pensando en estas palabras esta noche en la meditación me encontraba un poco triste, porque yo no hago grandes sacrificios por Jesús, si bien el deseo de amarle hasta la locura es muy intenso. ¿No era pues una pobre ilusa?... Levanté la vista, y frente a mí estaba la imagen de la Santísima Virgen y mientras la miraba, penetró en mí un pensamiento confortante: La Santísima Virgen ¿qué cosas grandes hizo durante sus años mortales en Nazaret? Sin embargo, ninguna criatura la superará jamás en el amor a Dios. Mientras así pensaba, prometiendo imitarla, escuché estas palabras: Amar a Jesús mucho, consiste solamente en dar a tu incesante acto de amor toda la intensidad de amor posible.” Que Sor Consolata, a través del incesante acto de amor amara a Jesús lo más intensamente posible, puede deducirse del hecho de que Dios mismo tenía que intervenir para frenarla en sus ímpetus amorosos. Le decía en efecto el Padre Divino (29 de noviembre de 1935): Aún en tu acto de amor, calma; porque si no procedes con calma, con tus ímpetus haces violencia al corazón y éste, extenuado, no podrá proseguir su canto. 68 No creas que es menos ardiente cuando es más tranquilo; asegura la continuidad ¿Lo entiendes? El amor de por sí es fuego, deja que consuma tranquilamente mi pequeña hostia. Ama con paz, deja que el amor consuma dulcemente, no con ímpetu, no con vehemencia, que te postran e impiden después que me regocije con tu canto... En el mismo sentido la exhortaba otra vez Jesús. Cosía ella a máquina y como, con la intención, cada punto debía ser un acto de amor, procuraba hacer andar a la máquina a gran velocidad, para hacer más actos de amor. Pero se veía obligada a pararse, porque el dobladillo, por la excesiva velocidad hacía zig-zag. Jesús entonces le inspiró que procediera con calma y mientras tanto tomó de este hecho argumento para aplicárselo al acto de amor: Ves, Consolata, así sucede con tu acto de amor. Si sigues amándome con calma, puedes darme este acto incesante; si tú, por el contrario, quieres forzar tu corazón a amarme impetuosamente, te verás obligada a detenerte no teniendo ya fuerzas para proseguirlo. Sería necesario, por lo demás, traer aquí gran parte de sus cartas y de los apuntes íntimos del diario, para comprender el ardor del amor que poco a poco iba acumulándose en el corazón de esta víctima generosa a través del incesante acto de amor. El hecho es que su pobre corazón, muy pequeño para contener tanto incendio de amor, sufría hasta físicamente. Una cita (4 de julio de 1936): “Esta noche he podido detenerme un poco ante el santo tabernáculo (mi pobre corazón comienza a consumirse y no puede contener los deseos, los ímpetus de amor). Me sentía invadida de la necesidad infinita de amar a Jesús que me ama hasta la locura, con un amor igualmente loco, y al repetir a Jesús los deseos infinitos de amarle sentía que había en el mío otro corazón: ¡el Corazón Divino! Este podía lanzarse hasta lo infinito sin abatir la naturaleza”. 5. “El amor de abandono y el incesante acto de amor” Es la más alta expresión de la vida de amor y lógico corolario de cuanto hasta ahora venimos diciendo. A fin de que, en efecto, el acto de amor sea tan incesante que no se pierda voluntariamente ni uno en todo el día, y tan virginal, que no dé entrada a ningún pensamiento, es necesario que el alma lleve tan arriba su fe en el amor, que quede a merced del amor, como una pluma a merced del viento. Con otras palabras: que se abandone tan perdidamente al amor, que renuncie, no sólo a todo pensamiento de criaturas, sino también a todo pensamiento de sí misma. Es el olvidarse, el morir a sí misma: cosa difícil, poco comprendida de la mayor parte de las almas, pero no por eso menos necesaria, si se quiere que Jesús pueda obrar libremente en el alma. Lo hemos apuntado al hablar de la vida de amor en general, donde decíamos que el olvidarse y abandonarse en Dios no significa que el alma deba descuidar la propia formación espiritual, situándose en un indiferentismo reprobable, pero sí que debe evitar proceder por su propio capricho, siguiendo los propios gustos, en vez de seguir sencilla y dócilmente la acción de Jesús en sí. La palabra de orden de Jesús a todas las almas llamadas a las alturas de la perfección por el camino del amor, es siempre ésta: “¡Déjame hacer!” Sí, dejar hacer a Jesús. ¿Y por qué no? Nadie lleva en el corazón más que Él la santificación del alma; nadie, sino Él, puede santificarla; nadie, como Él, conoce sus reales necesidades; sólo de Él son conocidos los divinos designios sobre ella; siendo Omnipotente, lo puede todo; siendo fidelísimo, lo mantiene todo... ¿Por qué, pues no fiarse de Él y dejarle libre el campo, de modo que obre en el alma como dueño absoluto, 69 incuestionable? ¿Por qué no sacrificarle el propio parecer, los pensamientos, las aspiraciones, los deseos, las preocupaciones y no prestarse confiadamente, momento por momento, a su acción que siempre y únicamente es santificadora? Esto es lo que Jesús quería de Sor Consolata (22 de septiembre de 1935): Mira, Consolata, la santidad es olvido de ti misma en todo: pensamientos, deseos, palabras... Déjame hacer; Yo lo hago todo y tú, momento tras momento, dame con gran amor lo que te pido. El amor de abandono se reduce por lo tanto en la práctica al amor de docilidad. Hablando a las turbas le recordaba Jesús lo que habían escrito los Profetas: Todos serán enseñados por Dios (Is 54, 13; Jn 6, 45). Jesús es este único Maestro de todas las almas; Maestro que posee la ciencia de la santidad en grado infinito y quiere y puede comunicarla al alma, siempre que ella se preste a ser adoctrinada y corresponda a ella con la prontitud de ejecución a toda divina exigencia, a toda divina operación amorosa o dolorosa, a todo divino querer de cualquier manera manifestado. Decía, en efecto, a Sor Consolata (24 de septiembre de 1935): Consolata, Yo tengo todos los derechos sobre ti y tú no tienes más que uno, el de obedecerme. Yo tengo necesidad de una voluntad dócil que me deje hacer, que se preste a todo, que se fíe de Mí y que me sirva siempre, en cualquier circunstancia, con paz y alegría. Jesús es Dios y lo que Él hace, lo hace como Dios, es decir, divinamente bien, y por consiguiente, siempre para el mayor provecho del alma, aunque no siempre el alma se da cuenta de este trabajo, divino en sí y en sus resultados (18 de noviembre de 1935): Déjame hacer y verás que hago todo bien y todo Yo, y mi pequeña hostia se hará fecunda de amor y de almas. Pero el amor y sólo el amor es el que puede llevar al alma a este total y confiado abandono. ¿Cómo, en efecto, podría el alma renunciar a todo pensamiento, deseo, preocupación personal, si no se fía del Amor, si no deja que pensamientos y deseos y preocupaciones sean absorbidos por el Amor? Si Jesús está pronto a hacerlo todo en el alma, es precisamente para que ésta se dedique a amarle. Se lo confirmaba a Sor Consolata (8 de noviembre de 1935): En un alma me agrada obrar Yo ¿Qué quieres? me gusta hacerlo Yo todo y a tal alma no pido sino que me ame. El error en que caen muchas almas, está en creer que es exclusivo de ellas el santificarse: por eso quieren hacer ellas, en vez de dejar hacer a Jesús; escoger ellas el camino, el modo, los medios, etc., en suma, enseñar ellas al Maestro. Y de aquí resulta, cuando más, una santidad guiada por ideas y puntos de vista personales, santidad que, por no ser la de Jesús, el sólo Santo, no es santidad. El santificador es Él, y el alma tanto más veloz y cabalmente es por Él santificada, cuanto más logra eliminar, en el camino de la santidad, el estorbo de sí misma; cuanto más dócil se muestra al toque del Maestro Divino, que es la característica del ejercicio de los dones del Espíritu Santo. Será, por lo tanto, cosa fácil de comprender –sin equivocarse-, lo que Jesús decía a Sor Consolata (22 de agosto de 1934): No pienses ya en ti misma, en tu perfección, en la santidad a que has de llegar, en tus defectos, en tus miserias presentes y futuras, no; Yo pienso en tu santificación, en tu santidad. Tú piensa sólo en Mí y en las almas; en Mí, para amarme, en las almas para salvarlas. Que es precisamente lo que hacía a través del incesante acto de amor virginal: amor y almas, y nada más. El acto incesante de amor es pues –además de medio eficacísimo para conseguir la perfección del amor en lo que es continuidad, virginidad e intensidad de amor-, medio soberano para llegar al perfecto amor de abandono. Por eso decía Jesús a Sor Consolata (15 de octubre de 1935): Déjame hacer, deja que Yo sólo exista; que no quede de ti sino el acto continuo de amor y una suma docilidad para 70 hacer sencillamente y siempre lo que Yo quiero directa o indirectamente a través de Superioras y Hermanas. Y como el alma, para dar a Jesús el acto de amor incesante y virginal, renuncia a sí misma, hasta a un mero pensamiento, así Jesús se toma Él todo el cuidado del alma; un cuidado amoroso, como ninguna madre terrena puede tener por su propio hijo abandonado a su regazo en acto de amor (21 de mayo de 1936): Sígueme con el acto incesante de amor día por día, hora por hora, minuto por minuto; en todo lo demás Yo pensaré y proveeré. Sor Consolata era de una actividad maravillosa; su santa ambición era llegar al término de cada día después de haberse dado toda a todos. No le faltaba trabajo: era secretaria, cocinera, portera, zapatera, y estaba siempre dispuesta a toda imposición de servicio. Sucedía que a causa de tan distintas ocupaciones, se le veía a veces asaltada por un poco de preocupación por no llegar a todo. Y he aquí que Jesús en una de estas contingencias, la amonesta (8 de septiembre de 1936): Haz callar toda voz. “JESÚS, MARÍA OS AMO, SALVAD LAS ALMAS”, en la certeza de que Yo pienso y proveo a todo, hasta hacer que encuentres tiempo para componer las sandalias. Mira, es el demonio el que trata de oprimirte con el trabajo, el que pretende que te angusties en las variadas y simultáneas ocupaciones. No, Yo pienso en todo, hasta en hacer que encuentres tiempo necesario para todo. En los últimos años presentía cercana la muerte y es natural que, a pesar suyo, se le fuera el pensamiento a las circunstancias que la acompañarían. Pero Jesús le decía (21 de marzo de 1942): Vive la vida de perfecto abandono en Dios. En tu muerte: día, hora y minuto, piensan y te preparan Jesús, la Santísima Virgen y San José. Tú preocúpate sólo de amarme y de salvarme almas. Que Sor Consolata, a través del incesante acto de amor virginal, llegara a un alto grado de abandono al Amor, lo sabemos por las mismas palabras de Jesús ya referidas (8 de octubre de 1935): Consolata, me gozo en ti, porque puedo hacer todo lo que quiero y porque lo hago Yo todo. Podemos, no obstante, saberlo también por ella misma. Referiremos algunos de sus pensamientos y propósitos que, mientras confirman e ilustran cada vez mejor este importante asunto, ponen de relieve la interior docilidad de esta alma a la acción de la gracia. “¡Olvidarme y por lo tanto jamás pensar, ni preocuparme de mí misma, jamás pretender que otros piensen en mí! ¡Oh, Jesús es quien piensa!” “Morir y ya no existir. Ahora bien, el pensar en mí, el tener un deseo aunque bueno, una preocupación, el hablar de mí (aún en cosas indiferentes), no es morir sino conservar la vida en mí misma; y todo esto no es fiarse de Jesús, como si Él no pensase, no proveyese por Sor Consolata hasta las más mínimas particularidades.” “Recordar que soy, por misericordiosa elección divina, víctima de amor. Ahora bien, la víctima es un ser separado. En efecto, Jesús ha inmolado todo y me ha dejado la herida de su Costado y el incesante acto de amor y nada más. La víctima debe estar muerta a todo y a sí misma, tener una única ocupación y preocupación: amar sólo y siempre. Por todo lo demás, anonadamiento e indiferencia. ¡Jesús haz que viva esta vida de verdadera víctima de amor, que ame este estado y que sea generosa para no privarte de nada, ni de un pensamiento, ni de una palabra, ni de un acto de amor virginal! ¡Jesús, confío en Ti! “A la luz divina entreví que Jesús deseaba que llevase la confianza hasta el summum; en una palabra, que le abandonase mi alma perdidamente, para no pensar ya por cuenta propia. ¿Será posible que un Dios no baste a Consolata? ¿Que Consolata no 71 se fíe de un Dios, abandonándole perdidamente la propia alma sin que haya ya en ella ni un pensamiento, ni una preocupación?... ¡Sí, dejarle hacer vivir en mí, sin un sólo pensamiento que no sea Él; nada, nada, sólo y siempre cantar que le amo: como si ya no existiese y, en lugar de Consolata existiese sólo este acto incesante de amor!” A esta vida de perfecto abandono Sor Consolata, por voluntad de Dios y con el consentimiento del Padre espiritual se ligaba con voto en la fiesta del Corazón de Jesús de 1937, con la siguiente fórmula: “Corazón de Jesús, por medio del tierno corazón de nuestra divina Madre, te hago voto de total abandono en Ti, a tu querer, segura de que Tú pensarás en todo, hasta en las más mínimas particularidades; y te prometo en el total anonadamiento de mí misma (pensamientos, deseos, etc.) atender únicamente a darte el incesante acto de amor virginal, de verte y tratarte en todas y de tener siempre un “sí” para todo. ¡Jesús en Ti confío!”. La heroica fidelidad a este voto le proporcionó una paz profunda e inalterable de espíritu, a pesar de una lucha incesante. “No puedo ya expresarme con Jesús –escribía más tarde- sino para pedirle que se cumpla su santa voluntad. Me siento tan indiferente, tan extraña a todo, que me atrevo a compararme a un niño adormecido sobre el Divino Corazón. ¡Oh, desde el día que me abandoné a Él, rogándole que se dignase ocuparse por completo de Consolata, poseo una paz envidiable y experimento un gozo constante! Jesús piensa en todo, en todo, de modo que no puedo ya tener un solo deseo. ¡Al presente, la vida de abandono me quita también la pena del desaliento al ver que nada doy a Dios, absolutamente nada!” En realidad, con su acto de amor incesante y virginal, con el “sí” a todos y a todo, ella lo daba todo. En este perfecto abandono al Amor, en este incesante anhelo por la salvación de todas las almas, Sor Consolata vivió y murió. Aún en el lecho de muerte, mientras el cuerpo sufría y gemía el espíritu entre las angustias de espesas tinieblas, la víctima generosa no interrumpió jamás su canto de amor virginal, hasta que, con el último suspiro, su Jesús, María os amo; salvad las almas penetró y se perpetuó en el cielo, conforme a la promesa de Jesús (7 de noviembre de 1935): ¡No, tu acto de amor no se extinguirá con tu muerte, sino que se eternizará en el cielo! 72 Capítulo VI El incesante acto de amor en la vida espiritual de Sor Consolata 1. El acto de amor y las oraciones vocales Se dijo ya lo que es el amor en la vida del alma; tratamos aquí expresamente del incesante acto de amor, limitándonos a pocas y breves consideraciones sobe determinados puntos de la vida espiritual. Ante todo: ¿qué decir del incesante acto de amor en relación con las muchas y variadas oraciones vocales? Sor Consolata era un alma de oración. Ella misma, en sus escritos, afirma y repite de continuo la necesidad inmensa que experimentaba su alma de sumergirse, o mejor de estar sumergida en la oración. Su vida es un ejemplo práctico de cómo un alma puede realizare el precepto evangélico: Es necesario orar siempre y nunca dejar de orar (Lc 18, 1); y de cómo su santidad es una prueba concreta de la omnipotencia de la oración humilde, confiada y constante. Los primeros viernes de mes, por ejemplo, en los cuales le estaba permitido pasar hasta ocho horas en adoración delante de Jesús Sacramentado solemnemente expuesto, eran sus grandes días de fiesta, hasta en sus vestidos. Por lo demás, ¿no le dijo Jesús mismo (31 de marzo de 1934) la oración será tu fortaleza? Por eso era aficionadísima a las prácticas de piedad en común, y lo era además por amor a la regularidad, a la observancia y al buen ejemplo. Había comprendido bien y se le había impreso hondamente en su corazón la amonestación que un día le dio Jesús: Todo lo que te distrae de las prácticas de piedad –Santa Misa, Comunión, Oficio Divino, Meditación-, no es bueno, no viene de Mí. Sin embargo, fuera de las de comunidad y del Vía Crucis (que hacía todas las mañanas llegando de las primeras al coro y a veces también por las noches, en la celda), casi no practicaba otras. La oración vocal era para su espíritu una especie de tormento. Su alma tenía necesidad de una sola cosa: amar; y, en el incesante acto de amor encontraba ella todo lo que se contiene en otras fórmulas de oración. También Jesús amonesta en el Evangelio: En la oración, no habléis mucho, como hacen los gentiles, que se imaginan haber sido oídos a fuerza de palabras (Mt 6, 7). Y Sor Consolata escribía al Padre espiritual: “...La frase evangélica: El que come mi carne en Mí mora... vivirá por Mí (Jn 6, 57-58); me da una alegría sin límites, dentro de la suave realidad de que, con mi acto de amor, vivo y palpito en el Corazón Divino y eternamente viviré. Y siento que vivo en Él y que este acto de amor me fija perennemente en Él, pasando por alto todo lo demás: a mí misma y a cuanto me rodea. Pero el gozo que me proviene de esta intimidad, es muchas veces contrarrestado por las oraciones vocales. Entonces mi pequeña alma se ve acribillada de distracciones... Como ve, Padre, el amor lo ha simplificado todo y el alma, por otra parte activísima por el incesante acto de amor, goza de un reposo absoluto. La experiencia personal de Sor Consolata es la de todas las almas que han llegado a un alto grado de amor unitivo. No es pues de extrañar que se propusiera ella: “No, no debo interrumpir el acto de amor formulando oraciones: Jesús sabe todas mis intenciones.” ¿Se engañaba o estaba en lo cierto? Las lecciones divinas nos dicen que seguía el camino recto. Un día (6 de octubre de 1935), temerosa acaso de que la referida impotencia para formular oraciones vocales tuviese por causa la pereza, o cosa parecida, se lamentó de ello con Jesús: “¡Jesús, no sé orar!” Y Jesús le tranquilizó: Dime ¿qué oración más 73 hermosa que ésta quieres hacerme, JESÚS, MARÍA OS AMO, SALVAD LAS ALMAS: amor y almas, quieres nada más bello? Otra vez la Madre Abadesa, dándose cuenta del excesivo prodigarse de Sor Consolata en el trabajo, con perjuicio de su salud, juzgó oportuno dispensarle de algunas ocupaciones, diciéndole que así podría orar más. La buena joven queriendo obedecer y, por otra parte, sintiéndose incapaz de orar más, en el sentido de oraciones vocales, corrió a los pies del Maestro Divino: “¡Jesús, enséñame a orar!” Y he aquí la divina respuesta (17 de noviembre de 1935): ¿No sabes orar?... ¿Hay acaso oración más hermosa y que me sea más grata que el acto de amor? ¿Sabes qué hace Jesús en el tabernáculo? Amar al Padre y a las almas, eso es todo. Nada de estrépito de palabras; silencio y amor. Haz tú lo mismo. No, amada mía. ¡No añadas más oraciones vocales, no, no, no! Mira al tabernáculo y ama así. Refiriéndose siempre a las oraciones vocales, más de la Regla, le decía también (12 de diciembre de 1935): ¡Prefiero un acto de amor tuyo a todas tus oraciones! Le explicaba además (y esto es importante y de gran animación para cuantos han de seguir a Sor Consolata por el mismo camino), que la invocación a favor de las almas, contenida en la fórmula del incesante acto de amor, se extiende a todas ellas (20 de junio de 1940): JESÚS, MARÍA OS AMO, SALVAD LAS ALMAS; lo comprende todo: las almas del Purgatorio como de la Iglesia militante; el alma inocente como a la culpable; a los moribundos, los ateos, etc. 2. “El acto de amor y la meditación” A la meditación u oración mental, como ejercicio de comunidad, siempre fue fidelísima Sor Consolata; pero no lograba meditar conforme a un método fijo o señalado, como no lo logran otras almas que se sienten preferentemente inclinadas a la oración de simplicidad. “Las crías de las abejas –escribe San Francisco de Sales-, llámanse ninfas hasta que comienzan a hacer miel y, entonces se les llama abejas. Del mismo modo, la oración se llama meditación hasta que se ha producido la miel de la devoción; después de lo cual, se convierte en contemplación. El deseo de obtener el amor divino nos mueve a meditar; mas el amor obtenido nos lleva a la contemplación” (Teótimo, Lib. 6, c 3). Sor Consolata había llegado precisamente a esta unión afectuosa e incesante con Dios y se comprende que todo lo que los libros pueden decir, la dejase muy indiferente y fuese para ella más que ayuda, obstáculo y tropiezo. Ella misma lo atestigua: “...el sarmiento aislado no da fruto, sino unido a la vid. Esta unión con la Vid (Jesús) me la da el acto incesante de amor. No me pide ya Jesús largas meditaciones, lecturas, etc.; sería para mi alma una pérdida de tiempo. Lo importante para mí es que fructifique mucho y por consiguiente amar mucho, amar incesantemente.” No de otro modo la instruía Jesús. Un día le preguntó ella por qué no conseguía hacer meditación, o sea encontrar luz, alimento, calor en tantos y tan hermosos libros que oía leer. Y Jesús le explicó diciéndole “que no a todas las constituciones aprovechaba el mismo alimento, que un estómago delicado no digería los alimentos ordinarios que fácilmente los digiere otro estómago robusto; a ella le había señalado Él el Evangelio.” Realmente, uno es el alimento espiritual que necesitan las almas incipientes, otro el de las almas proficientes y otro, el de las que han llegado a la vida unitiva. 74 Cierto día que, en la meditación, se esforzaba por reconcentrar la mente en el p unto leído, pero sin lograrlo, le dio Jesús a entender: No necesito que pienses, sino que tengo necesidad que ames. El mismo aviso le daba la Santísima Virgen, durante la meditación, un día de la novena de la Inmaculada Concepción (1935): No necesitas meditarme pues ya me conoces: sino sólo amarme. Después de una meditación sobre el fin del hombre, Sor Consolata atormentaba su mente queriendo dar con el cómo y dónde orientar las intenciones de su vida, y Jesús le dijo (Septiembre de 1935): Eres muy pequeña para fijar las intenciones, yo fijo las intenciones sobre tu vida y tú ámame continuamente, no interrumpas tu acto de amor. Otra vez, y siempre para tranquilizarla sobre este punto de no poder meditar, le decía Jesús (3 de abril de 1936): No es ya hora de meditar o leer, sino hora de amarme, de verme y tratarme con todas ellas y de sufrir con alegría y agradecimiento. Cualquiera que fuese el asunto de la meditación, siempre la voz o la luz divina reclamaban de su espíritu el ejercicio del incesante acto de amor. Un día (10 de octubre de 1935), no habiendo ella podido oír el punto de la meditación, trató de suplirlo con el Evangelio. Lo abrió y leyó: Preparad el camino del Señor. Todo valle será terraplenado, y todo monte o collado allanado: los caminos tortuosos serán enderezados y los escabrosos igualados (Lc 3, 4-6). La meditación ya estaba hecha, porque Jesús se la dio a entender con estas palabras: Todo esto hace el acto de amor en un alma: llena toda laguna y abate toda soberbia. Lo mismo acaeció otra vez (25 de julio de 1936), que el punto de la meditación trataba sobre las palabras del Evangelio: Vigilad y orad (Mt 26, 41). Díjole Jesús: No temas, Yo velo, Yo oro, tú ámame nada más. Como se ve, todo había de llevarla y todo en efecto le llevaba al incesante acto de amor. Después de una meditación sobre la parábola del hijo pródigo, anotaba ella en su diario: “Sí, Jesús me dio el vestido más hermoso: el amor; puso en mi dedo el anillo de fidelidad y en mis pies las sandalias de la confianza, y en cambio, a mí el buen Dios no me pide más que el incesante acto de amor.” Y después de una meditación sobre las palabras de Jesús a San Pedro: ¿No has podido velar una hora conmigo? (Mc 14, 37): “Recordar esta divina frase durante el día para dar a Jesús horas enteras de amor.” Y el 20 de agosto de 1936: “He comprendido en la meditación que mi acto de amor es semejante al tesoro escondido en el campo, a la perla descrita en la parábola evangélica, y para poseer este tesoro debo venderlo todo. ¿Qué me queda aún por vender? Algunas frases que se me escapan en la recreación. Me propuse querer ser fiel; lo quise y lo cumplí; y me encontré, después de la victoria, más fuerte en el ejercicio de la virtud.” No es pues que Sor Consolata descuidase y no diese la debida importancia a la meditación, sino que para ella la meditación, más que un ejercicio discursivo de la mente, era un descanso tranquilo del corazón en el amor: amar, amar incesantemente, quitando todos los obstáculos que se oponen a la perfecta continuidad y virginidad del amor. Tengamos presente que todo esto puede servir de consuelo y provecho para las almas: para aquellas que, adentradas ya en la vida unitiva, experimentan la misma dificultad en la multiplicidad de las oraciones vocales y en la meditación metódica, e indistintamente para todas las almas, en los días en que el espíritu, o por aridez o por otra causa, no está para reflexiones. Entonces ¿qué hacer? ¿Devanarse los sesos para poder tener un buen pensamiento? Sería perder tiempo. ¿Dejar que la mente divague? No. ¿Entonces? El alma siempre puede amar y todo acto de amor, aún hecho con esfuerzo de voluntad, tiene siempre un gran valor de mérito y santificación. 75 3. “El acto de amor y las lecturas espirituales” Dígase lo mismo de las lecturas espirituales en general: las cuales, por otra parte, son de grandísima utilidad para la mayor parte de las almas. Fuera de la lectura de Regla, que nunca omitía, Sor Consolata no hacía otras. Ordinariamente, no sentía necesidad de buscar luz en los libros. Refiriéndose a los primeros años de vida capuchina, escribe: “Nunca he leído libros ascéticos y no leo libros. Todos los libros a mi disposición –aparte de la Regla, Constituciones y Directorio-, son la Imitación de Cristo y el Santo Evangelio. Para la lectura espiritual empleo la Historia de un alma y me servirá... ¡para toda mi vida!”. No le sirvió para toda la vida, porque Jesús le obligó a prescindir también de él. Aparte de que Jesús le instruía directamente, considérese repetido lo que decíamos sobre la meditación, el fin de tales libros ¿no es acaso llevar al alma al amor de Dios y del prójimo con espíritu de sacrificio? La vida espiritual de Sor Consolata era ya prácticamente un acto incesante de amor, un “sí” a todos, un “sí” a todo. ¿Qué cosa mejor podían enseñarle los libros? “Un libro –añade ella-, una página, por hermosa y santa que sea, me obliga a interrumpir el acto de amor. Jesús quiere mi amor total y sin interrupción.” Aún cuando se apagó en su alma la voz divina, ella no cambió de táctica. Una hermana le prestó un libro titulado: ¡Sola con Jesús! Sor Consolata lo tuvo consigo algunos meses, después lo devolvió a escondidas para no tener que confesar que no lo había leído. He aquí lo que ella nos dice sobre el particular: “...Un día, en la hora de las tinieblas, busqué luz en ¡Sola con Jesús! Y pronto me vi envuelta en dudas y no entendía más nada. Menos mal que el Padre espiritual de palabra y por escrito, volvió a poner en marcha la barquichuela. La lección me ha servido; renuncio al único que quedaba y en adelante será el Santo Evangelio la única reflexión de Consolata para el resto de su vida.” ¡El Santo Evangelio! ¡Este libro no lo dejó jamás! En las horas oscuras del espíritu, lo recorría y siempre encontraba la luz que necesitaba. “El Santo Evangelio – escribe-. Jesús me lo hace comprender muy bien. Abriéndolo al azar, me sucede muchas veces dar con las palabras de Santa Isabel: Bienaventurada tú que has creído. ¡Oh, también Consolata quiere creer, y mucho, al buen Dios!” Sí, creer al buen Dios dándole un incesante acto de amor virginal: el Evangelio Jesús se lo hacía concebir así. “He encontrado en el Evangelio mucha luz: Si uno está unido conmigo y Yo con él, ése dará mucho fruto” (Jn 15, 5). Queda pues satisfecho mi gran deseo de ser fructuosa. Y no sólo esto, sino que permaneciendo en Jesús con el incesante acto de amor, mis oraciones además serán escuchadas, puesto que esa palabra evangélica: Si permanecéis en Mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pediréis lo que quisiereis y se os otorgará (Jn 15, 7). ¡Dios mío, Tú has superado mis esperanzas! No me queda más que observar fielmente tus mandamientos y estaré segura de perseverar en tu amor. Y para lograrlo: ¡JESÚS, MARÍA OS AMO, SALVAD LAS ALMAS!” Más aún: “En mi espíritu resuena el “Haced todo lo que Él os diga” de la Virgen en las bodas de Caná (Jn 2, 5) Y puesto que el Padre espiritual me ha dicho que no robe a Jesús un solo acto de amor, esto es lo que trato de hacer. Aquí está encerrada toda mi vida, que será de hacerlo así, de una sencillez maravillosa. Ya nada, ya nadie; por consiguiente libre el vuelo de la virginidad del amor.” Hemos hablado en particular del Santo Evangelio, pero amaba y gustaba toda la Escritura. “Soy ignorante como nadie –escribe-, sin embargo en el rezo del Oficio Divino recibo muchas veces tanta luz sobre las palabras que profiero, que las 76 comprendo y gusto mejor que si estuviesen escritas en italiano”. Aquí también podrían multiplicarse las citas, pero nos limitaremos a una nada más: “Si ahora Jesús calla, el Padre que está en los cielos no descuida el proveer directamente de alimento a su pobre pajarillo, y me alimenta abundantemente y con grano escogido, haciendo que lo encuentre y hasta mostrándomelo Él mismo a través de la Sagrada Escritura. Y en los Maitines, esta noche, mi pensamiento quedó impresionado en las primeras lecciones, por el Quis ergo nos separabit a charitate Dei. ¡No, repito gustosa con el Apóstol, ninguna criatura podrá en adelante separarme de mi incesante acto de amor!” 4. “El acto de amor y el examen particular” Medio indispensable para mantener y acrecentar el fervor de espíritu es el examen particular de conciencia. De él escribía Sor Consolata: “...Es preciso que me convenza de una vez para siempre que hacer el examen particular sobre otros puntos que no sea el incesante acto de amor virginal, para mi alma es una verdadera pérdida de tiempo y de energías; es un desviarme del camino que Dios quiere que recorra. Por lo tanto, mi examen particular será sólo y siempre sobre el incesante acto de amor, en la virginidad de mente... He comprendido que es mejor emplear en esto todas las energías y no desparramarlas en muchos propósitos. Y Jesús me ha jurado, si soy fiel al acto incesante de amor, cumpliré todos mis propósitos.” Como se ve, aún en esto, había simplificado su vida espiritual. Esto no quiere decir que Sor Consolata no apreciase convenientemente la utilidad del examen particular; por el contrario, le otorgó en su vida espiritual una importancia de primer orden. No lo limitaba, en efecto, a los pocos minutos señalados por el horario, sino en cierto sentido lo prolongaba todo el día. Como Jesús le había señalado a renovar, cada hora del día, el propósito del incesante acto de amor virginal, así ella añadía un rápido examen cada hora transcurrida. A este fin, en cuadernillos que llevaba siempre consigo, señalaba las infidelidades ocurridas: sea en la continuidad, sea en la virginidad del amor: así que por las noches, en el –examen- resumen del día, tenía claro y preciso delante de sí el estado de su alma. Pedía perdón, reparaba a las infidelidades con cruces hechas con la lengua en el suelo y con ósculos al crucifijo, después, tranquila y confiada, volvía a su canto de amor. No decimos que un método tal convenga a todas las almas y ni siquiera acaso a la mayor parte de ellas, pero para Sor Consolata, sedienta de correspondencia a la gracia, era una necesidad. El ejercicio del incesante acto de amor virginal requiere del alma, en efecto, una extrema vigilancia sobre sí misma, y ésta no es posible sin este control, sin este renovarse en el fervor lo más frecuentemente posible. Por otra parte, el examen particular llevado y continuado siempre sobre un punto, le facilitaba su práctica; mientras las divinas promesas –ya referidas-, sobre el incesante acto de amor le daban la seguridad de conseguir, a través de él todo lo demás, esto es, la perfección de todas las virtudes. 5. “El acto de amor y el retiro espiritual” Los días de retiro mensual fueron siempre para Sor Consolata, por decirlo así, días de abastecimiento espiritual. Por eso los hacía con escrupulosa fidelidad y suma diligencia. Siendo entre capuchinas libre la elección, cada cual por su propia cuenta, del día más apto para este fin, ella lo había fijado en el primer viernes de mes. 77 Comenzaba su preparación desde la noche precedente, en la Hora Santa que hacía en el coro, desde las once hasta la media noche. Esto que escribe: “En los días de retiro mensual Jesús alimentaba, adoctrinaba mi alma con un pensamiento que esculpía en mi corazón, se refiere precisamente a esta Hora que ella transcurría a los pies del Divino Maestro. Cita también ella algunos de estos pensamientos, por ejemplo: No he venido para ser servido, sino para servir (Cfr. Mt 20, 28); o bien: Jesús se anonadó a sí mismo, y tomó la forma de siervo (Cfr. Fil 2, 7). “¡Cuánta luz y cuántos propósitos en estas frases!” –escribe-. Pero también aquí: luz y propósitos estaban siempre en relación con su particular vocación de amor, esto es con el incesante acto de amor. Al fin del retiro mensual o el domingo siguiente –conforme a lo que el Padre espiritual le había añadido y Jesús aprobado-, le enviaba una detallada relación sobre el estado de su alma. El lector podrá hacerse una idea de la siguiente, que es del primer viernes de septiembre de 1942, a cuatro años de distancia de la muerte de Sor Consolata, cuando ya su salud estaba muy quebrantada. La referiremos en parte: “...Esta noche he arrojado mi pobre alma a sus pies para recibir en espíritu la absolución y la bendición paternal, a fin de cobrar ánimo para proseguir ¡usque ad finem! “Su última ha sido mi verdadero alimento cotidiano para todo el mes. Gracias de todo corazón. Agosto ha sido, me parece, más intenso de amor, aunque tengo que reconocer dos horas perdidas. El esfuerzo incesante para vivir el momento presente, a la vez me ayuda a poner atención en el acto incesante de amor, mantiene mi espíritu en paz, librándole de todas las preocupaciones del mañana o de la acción siguiente. Dos veces me he detenido en pensamientos inútiles (¡en un mes!), cinco veces en frases inútiles; dos veces no he sufrido con alegría. La caridad me parece que bien. Si se me escapa una reprensión, una frase un poco resentida, etc., inmediatamente pido perdón, no cuidándome de nada, para que la paz reine siempre en quien está a mi lado en el trabajo. “En la cocina continua la lucha del anonadamiento, pero ahora todo pasa entre Jesús y Consolata: “para decirte que te amo”. En cuanto a la comunidad, me esfuerzo por creerme ya muerta, de esta manera todo se me hace indiferente y me mantengo en paz, pero Jesús me ayuda.” “En estos días tengo necesidad de orar para mantenerme en las cumbres; me siento cansada... Obténgame un poco de generosidad, que me ayuda a vencer la naturaleza egoísta y a lanzarme generosa por el camino del sacrificio cotidiano”... 6. “El acto de amor en las diversas condiciones de espíritu” Por lo que hasta aquí hemos dicho aparece claro que el acto incesante de amor fue verdaderamente toda la vida de Sor Consolata, como toda su vida fue un incesante acto de amor. Y es que, siguiendo las lecciones divinas tuvo fe en el acto de amor, en su valor. Valor ante todo intrínseco: “No puedo comunicarme continuamente como lo necesito, pero he comprendido prácticamente que un acto de amor lleva a Jesús al alma, o sea que aumenta la gracia y es como una comunión.” En segundo lugar, su valor para el fin de la propia vocación y misión: “La voluntad de Dios, mi vocación, la realización de la santidad es un continuo JESÚS, MARÍA OS AMO, SALVAD LAS ALMAS”. Todo, todo el esfuerzo, las energías y actividad del alma para no interrumpir el acto de amor; nada más, sólo esto: porque éste es mi camino, el camino que Jesús me ha señalado.” 78 Su valor para eliminar en la vida espiritual el turbaris erga plurima (Lc 10, 41), de tantas pobres Martas. “Espiritualmente Jesús me pide un silencio de pensamientos y de palabras, y con corazón un incesante JESÚS, MARÍA OS AMO, SALVAD LAS ALMAS. Cuando más fiel soy a este caminito de amor más se inunda mi alma de gozo, de paz verdadera, de modo que nada logra turbarle, ni siquiera las continuas caídas que, llevadas a Jesús, me las hace reparar con actos de humildad, que a su vez aumentan la paz y el gozo del corazón.” Y además, su valor de vida eterna: “¡Cuán alegre, activa y vigilante debe hacerme la certeza de que cada acto de amor mío dura eternamente!” De aquí, una sola constante y confiada oración: “Jesús, que viva yo enteramente encendida en Ti, en un total anonadamiento, a fin de que puedas Tú hacer de mí lo que te plazca, siempre. Permanece Tú sólo y un incesante JESÚS, MARÍA OS AMO, SALVAD LAS ALMAS”. ¡Que no pierda una sola de las diecisiete horas de la jornada! ¡Jesús omnipotente, en Ti confío!” Podemos añadir que el acto de amor fue su única arma contra el enemigo. Porque no es de creer que el Maligno dejase en paz a esta valerosa atleta de la santidad, o impune el acto de amor. Fue una lucha sin tregua, a veces descubiertamente, pero en todo encuentro salía ella victoriosa por medio del acto de amor. “El arma invencible y siempre vencedora es el acto incesante de amor... (Él) prepara al alma para la tentación, la sostiene en la tentación, porque el amor es todo... No he de dejarme pues impresionar por el enemigo; es preciso que el acto de amor domine la lucha y no que la lucha domine al acto de amor.” No se crea tampoco que Sor Consolata hablase y obrase así sólo en los días en que caminaba en la luz de los divinos atractivos; no, sino también cuando se encontró que tenía que caminar por el camino sencillo de la fe, entre las tinieblas del espíritu. Escribe: “Cuando salía de la sacristía eran las nueve de la noche y me encontré en el rellano, en plena oscuridad. La escalera que tenía que bajar era un poco peligrosa, y había peligro de romperme la cabeza. Me tomé del pasamano y, siguiéndolo, llegué tranquilamente al último peldaño. Y mientras bajaba las escaleras, pensaba que lo mismo exactamente ocurría con mi alma: oscuridad plena; pero, acogida al acto incesante de amor, llegaré tranquilamente al último suspiro... Sí, el acto de amor es verdaderamente todo, luz, fuerza para proseguir. ¡Ay, si mi alma no tuviese esta áncora de salvación a que asirse en ciertas horas! ¡No puedo medir el abismo de desesperación en que vendría a caer!” Y como en la aridez, así en cualquier otro sufrimiento. Bien pudo experimentarlo Sor Consolata, para quien la vida de amor jamás estuvo separada de la del dolor, y que sin embargo, puede atestiguar: “EL acto incesante de amor mantiene siempre en paz al alma; creo que en el sufrimiento hay siempre un fuerte estímulo que le ayuda a sufrir con alegría... El acto incesante de amor es más fuerte que cualquier dolor... Siendo que el acto incesante de amor mantiene y mantendrá en calma la barquilla entre el fastidio y el tedio.” No consiguió pues Sor Consolata la continuidad de amor a poco precio, ni siquiera en breve tiempo. Pero aquí está su mérito: en este perseverar a pesar de todo, en este volver a comenzar cada día, en este reprenderse después de cada infidelidad y así años y años, con heroica constancia, sin abandonar la humilde oración; no descuidando medio alguno y no dejando pasar ocasión para renovarse en el propósito. El perezoso quiere y no quiere (Prov 13, 4). Sor Consolata no fue un alma perezosa, no se ilusionó a sí misma con veleidades. Quiso seria y formalmente. La energía de voluntad –lo hemos dicho-, fue una de las más señaladas características de su alma. La misma impetuosidad de carácter, que le valió el título de “rayo y tempestad”, la encaminó ella al sostenimiento de la voluntad en la buena causa. Cuantos de cerca le conocieron, 79 quedaron siempre admirados de su fortaleza y firmeza de voluntad en el bien y fue sobre todo por el incesante acto de amor. El “quiero” está en todos sus propósitos y es siempre sincerísimo. Tal comprobación salta en cada página de sus escritos: “Con la divina gracia quiero corresponder y dejar que este acto absorba mi día entero, desde la primera hasta la última señal de la cruz; y obrar en todas mis acciones, por pequeñas que sean, con mucho, con mucho amor!... Truene o descargue la tempestad o caigan rayos jamás interrumpiré el acto de amor... Quiero, fortísimamente, quiero un JESÚS, MARÍA OS AMO, SALVAD LAS ALMAS continuo, y verte y tratarte en todo... ¡Oh Jesús, con tu ayuda, quiero no robarte un acto de amor, ni uno! Sí, Jesús, lo quiero y este “quiero”, para que sea fiel, lo dejo sumergido en tu divina sangre para siempre.” 7. “Sobre la cumbre del heroísmo en el incesante acto de amor” Siempre así: esfuerzo y buena voluntad. Una voluntad de hierro, capaz de resistir toda prueba o renuncia o sacrificio. Sor Consolata aborrecía la mediocridad, desdeñaba los compromisos, quería las cumbres, a costa de heroísmo. Y el suyo fue un heroísmo a toda prueba. Júzguelo el lector por estas palabras que escribía ella al Padre espiritual (28 de agosto de 1938), y que podría considerarse como el testamento espiritual de Sor Consolata a todas las almas que quieran seguirla: “...Padre, lo que actualmente siento en mí –deseo infinito- es vivir el camino pequeñísimo a precio de heroísmo. Siento que, si quiero, puedo y por eso, sí, lo quiero con todas mis fuerzas y comienzo. Qué quiere, Padre mío, siento imperioso el deber de vivir en toda su plenitud mi pequeñísimo camino. Quisiera poder gritar en el momento de la muerte a las Pequeñísimas de todo el mundo: “¡Seguidme!”. Quiero, sí quiero el acto incesante de amor, desde el despertarme hasta el dormirme, porque Jesús me lo ha pedido, y si lo ha pedido es porque puedo dárselo, confiando sólo en Él. “Pero mi debilidad es extrema y no faltan tentaciones. Es preciso que me levante sola contra todos y prosiga a fuerza de voluntad. No, no quiero vivir una existencia vil, quiero vivir heroicamente, lo quiero con todas las fuerzas de mi corazón y de mi voluntad, y proseguirlo hasta la muerte. Jesús, que por mi amor murió crucificado, lo merece, y yo, por su amor, quiero vivir heroicamente.” “Pero cuesta vivir sobre esta altísima cumbre, no gusta a la naturaleza. Tengo necesidad de sus oraciones, Padre, para perseverar. Y no tengo paz sino en esta cumbre, no tengo gozo y fuerza sino sufriendo en esta cumbre. Si vivo en esta cima, donde está sólo Jesús crucificado, entonces tengo necesidad del sacrificio continuo, como del aire que respiro.” “Todo esto lo veo, lo siento, lo comprendo. He aquí por qué no me encuentro en mi sitio hasta que, hecha pedazos toda vileza, aún sola y contra todos, viviré el pequeñísimo camino que ahora tanto amo... ¡Oh, Padre, pida para que realice el sueño divino de Jesús y mío, de otro modo, sería sumamente desgraciada!”... En estas palabras está toda Sor Consolata: su alma y su vida. 80 Capítulo VII Un fruto concreto del divino mensaje: La obra de las Pequeñísimas 1. Jesús descubre a Sor Consolata la Obra de las “Pequeñísimas” La Obra de las Pequeñísimas representa el fruto concreto de la nueva manifestación del Corazón de Jesús, con tendencia a extenderse y perpetuarse en el mundo. Si el acto incesante de amor debía ser para Sor Consolata la expresión práctica de su vida de amor aún no se ha dicho que debía transmitirlo a las almas. Si hemos aludido, y hasta hablado del camino pequeñísimo de amor y de Pequeñísimas, ha sido sólo por exigencias de compilación. En realidad, hasta que Jesús no descubrió a Sor Consolata la Obra de las Pequeñísimas ella habló sólo y siempre de pequeño camino y de pequeñas almas. Hojeando sus escritos, no se echa de ver que ella supiese, por lo menos en un principio, que debía enseñar al mundo un nuevo camino espiritual o dar vida a una nueva Obra. El acto incesante de amor lo tenía ella como medio para realizar la propia misión a favor de los Hermanos. Sólo con el rodar del tiempo y gradualmente se hizo luz en su alma e intuyó que otras almas podrían seguirla y de hecho la seguirían. La primera alusión divina a este fruto de la vocación de amor de Sor Consolata, es del 17 de agosto de 1934. Le decía Jesús: Cuando se haya pronunciado tu último JESÚS, MARÍA OS AMO, SALVAD LAS ALMAS, Yo lo recogeré y, a través del escrito de tu vida lo transmitiré a millones de almas que, aunque pecadoras, lo acogerán y te seguirán en el sencillo camino de confianza y de amor, y por lo tanto me amarán. Otra vaga indicación, la encontramos con fecha 27 de noviembre de 1935: No temas, el día de tu muerte habrá llegado a la cumbre y proferido el último acto de amor que Jesús deseó, al darte la vocación de víctima de amor. No se dice aquí, que tal apostolado tuviera que realizarse a través de una Obra especial. Jesús lo apuntará más tarde, el 14 de diciembre de 1935, explicando a Sor Consolata el motivo del cambio de dirección espiritual: ¿sabes por qué he querido este cambio de dirección espiritual? Porque el Padre X hará suyos todos mis deseos y llevará a cabo la Obra, tal cual Yo la quiero. Refiriendo estas palabras al nuevo Padre espiritual, confesaba Sor Consolata que “no comprendía a qué Obra aludiese Jesús.” Es que las obras de Dios siguen todas idéntico procedimiento: ocultamiento en la preparación, pequeñez y humildad al aparecer, crecimiento seguro y resistente a las infaltables pruebas. Así ocurre con la Obra de las Pequeñísimas: no sólo nació en el silencio de un monasterio y en el ocultamiento de un alma, sino que, aún estando en germen, permaneció oculta a esta alma. No, Sor Consolata no vio el fruto estupendo que Jesús quería sacar de su vocación de amor, esto es del incesante acto de amor; no conoció la Obra que arrollará a millones de almas de todo el mundo, sino cuando Jesús se dignó decírselo, sin apartarla por ello de su ocultamiento, antes abismándola en un más completo anonadamiento. Pero antes de exponer los comienzos de la Obra, es necesario aclarar el alcance de este vocablo. La llamamos Obra, porque Jesús así la llamó y porque en efecto lo es: pero no en el sentido de una Asociación cualquiera con los relativos requisitos de registro, diplomas, etc. No, absolutamente. Lo hemos explicado anteriormente: es esencialmente un camino espiritual, abierto por consiguiente a todas las almas que se sienten llamadas a abrazarlo, sin necesidad de formalidades, sin distinción de personas. 81 Y sin embargo es una Obra, por esto: porque las almas que siguen este camino no vagan entre incertidumbres, cada cual por su propia cuenta, sino que se encuentran realmente unidas, por el vínculo de la misma vocación de amor, y por el vínculo del que depende la correspondencia a tal vocación: el acto incesante de amor. Sin saber unas lo de las otras, sin conocerse y acaso sin haberse visto nunca acá abajo, las Pequeñísimas constituyen realmente un cuerpo moral, forman en la Iglesia un ejército selecto, compacto y activísimo para la renovación espiritual del mundo. Adelantado esto, digamos ahora cómo nació la Obra. El 4 de julio de 1936, primer sábado de mes, en la meditación Jesús se dejó oír a Sor Consolata: ENTRE LAS BENJAMINAS DE LA ACCIÓN CATÓLICA ESTÁN LAS PEQUEÑÍSIMAS, ASÍ QUE ENTRE LAS PEQUEÑAS ALMAS ESTÁN LAS PEQUEÑÍSIMAS. TÚ PERTENECES A ÉSTAS, Y A ÉSTAS PERTENECEN LAS ALMAS QUE TE HAN DE SEGUIR CON EL OFRECIMIENTO DEL INCESANTE ACTO DE AMOR. Jesús es el Verbo Divino, por quien han sido hechas todas las cosas (Jn 1, 3); Verbo substancial, que crea todo lo que dice: Él lo dijo y fue hecho. (Sal 32). Con estas palabras establecía Él, el pequeñísimo camino de amor, creaba en el seno de la Iglesia las almas Pequeñísimas, daba vida a la Obra que ha de agruparlas. Pocos días después, el 22 de julio, fiesta de Santa María Magdalena, Jesús volvía a hablar a Sor Consolata de las Pequeñísimas en estos términos: No te hago escribir estas cosas para ti, que estás para descender a la tumba, sino para tus Hermanos y para un número inmenso de almas Pequeñísimas que te seguirán en el darme el acto incesante de amor. Oh Consolata ¿recuerdas tu gran pasión de llevar los niños a Jesús y Jesús a los niños? Pues bien también del Paraíso me traerás niñas, las Pequeñísimas y me darás a ellas con el acto de amor, ¿lo crees? Ella lo creía, sí, pero: “¡Jesús, yo no hago nada!” Y Jesús le dijo: No importa. Yo lo hago todo. Antes de que terminase aquel espléndido día, mientras Sor Consolata estaba bajo la impresión del gran don divino, Jesús le añadía: ¡Oh, ¿no te había dicho que andaría doblada bajo el peso de mis gracias, hasta no poder más? Pues mantengo mi palabra; tú cree en Mí. Con fecha 27 de julio de 1936, al notificar esto al Padre espiritual, Sor Consolata escribía: “...En el diario, a su tiempo, verá muchas muestras de predilección divina. No puedo callarle, que el día de Santa Magdalena tuve tanta luz y comprendí que Jesús no ha olvidado mi gran pasión de niña y de jovencita: llevar los niños a Jesús. Y Jesús me ha hecho escribir: para un número inmenso de almas Pequeñísimas que me seguirán en el darle el acto incesante de amor. Por lo tanto, desde el paraíso llevaré a Jesús a las Pequeñísimas. Tendré por misión a los Hermanos y por vocación llevar a Jesús las Pequeñísimas... ¡Mire qué cosas sabe hacer Jesús! Mientras destruye a Consolata en el anonadamiento, hace brotar todas las flores de las pasadas renuncias; y mientras el trigo se pudre debajo de la tierra, Jesús prepara el apostolado fúlgido, bello, maravilloso. ¡Oh, creo a Jesús y, con su gracia, quiero creerle hasta el último suspiro, aunque muera consciente de no haber hecho nada, nada por el gran Rey, sino amarle, creerle y confiar en Él! 82 2. “La consagración de la primera Pequeñísima” Si el primer sábado de julio de 1936 señala la fecha en que Jesús reveló e instituyó el pequeñísimo camino de amor y la Obra que ha de concretarla, la Obra misma no nació oficialmente sino al cabo de dos meses, el primer viernes de septiembre, con la consagración al Corazón de Jesús de la primera Pequeñísima, Juana Compaire. Para que más adelante no hubiera dudas sobre el alcance del vocablo Pequeñísimas, que se refiere a las almas y no a la edad (al principio ofuscó también a Sor Consolata) dispuso Dios Nstro. Señor que la primera Pequeñísima tuviese la edad nada tierna de 85 años y que no perteneciese al estado religioso, conservando íntegra, desde luego, la pureza virginal: Precisamente para demostrar que el pequeñísimo camino de amor no es un privilegio de una clase de personas, sino un don que el Corazón de Jesús hace a todas las almas. No vamos a hacer la historia de esta alma, sólo diremos por qué caminos el Corazón de Jesús le hizo lograr el don de elección. Juana Compaire nació y vivió en Turín donde por espacio de muchos años tuvo un acreditado negocio de zapatería; después, en 1931, a la edad de 80 años, cedió el negocio y se retiró a un pequeño pensionado de Monjas Dominicas, muy cerca del Monasterio de las Capuchinas (En via Chieri, 15). Aquí era feliz, porque tenía a Jesús Sacramentado en casa; su vida estaba completamente dedicada a la oración y la caridad. A primeros de octubre de 1934, el Padre X predicaba el sagrado ejercicio de las 40 horas en la Iglesia de las Capuchinas y Juana asistió a él. A la terminación del triduo, dirigía a dicho Padre una carta llena de profundos conceptos espirituales, que terminaba con estas palabras: “Pida por mí, que tengo hambre de Dios”. El Padre le contestó con una visita de cumplido. Era Dios el que unía las dos almas para sus fines misericordiosos. No se interrumpió ya esta santa relación; antes muy pronto se convertía en paternidad y filiación espiritual. No eran frecuentes los coloquios, pero el Padre salía siempre de ellos maravillado y... humillado. ¡Cuán cierto es que Dios se revela a los pequeños! No se hablaba más que de Dios, porque de Él vivía el espíritu de Juana y le buscaba en la comunión diaria, que jamás omitió; le buscaba en las frecuentes visitas a Jesús Sacramentado, en la capillita del Pensionado; le buscaba en la incesante oración. Sin embargo, sentía que le faltaba algo: algo que intensificase mucho más su vida de amor, y que ése su amo se purificase de un resabio de desconfianza; no mucha, no, pero suficiente como para cortarle las alas, siempre que trataba de desplegarlas hacia Dios. Sentía que Jesús quería algo de ella... ¿qué algo será éste? En julio de 1936, como hemos dicho, Jesús revelaba a Sor Consolata la obra de las Pequeñísimas y, en un coloquio con Juana, hacia fines de agosto, el Padre se sentía inspirado a confiárselo todo, bajo secreto. El efecto de la revelación fue indescriptible. Escuchaba inmóvil y silenciosa... parecía estar absorta. De golpe un relámpago de luz encendió aquellas pupilas casi apagadas, pero clarísimas, se inclinó con toda su persona hacia el Padre y, con voz temblorosa, exclamó: ¡Ud. es Jesús! Después bajó la cabeza y se echó a llorar vencida por la conmoción, herida fuertemente por la gracia. Juana Compaire había encontrado su vida y el Corazón de Jesús había hecho la primera conquista para la legión de las Pequeñísimas. Algunos días después (31 de agosto de 1936) escribía al Padre: “...Debo decirle, Padre, que he encontrado mi rinconcito en el enjambre de las almas Pequeñísimas que, como abejas, zumban en torno a la Cruz de Cristo y buscan posarse en Él, para libar su vitalidad. La palabra Pequeñísima tiene para mí una atracción extraordinaria. Con sólo pronunciarla, se serena mi alma, se me descubre un nuevo camino y se realiza mi más inexpugnable defensa contra las vanas y necias tentaciones de amor propio, etc. ¿Es esto un devaneo de la fantasía? Me parece que no, 83 porque jamás hubiera creído encontrar en esta palabra la tranquilidad, la seguridad y la libertad que mi alma en ella encuentra... Estoy pensando, cómo he de arreglarme para encontrarle antes del domingo, porque necesito hablar con Ud...” Antes del domingo... Jesús, el Corazón Divino, que quería dar comienzo a la Obra el primer viernes del mes, obraba en ella. El coloquio fue breve: -Padre, dígame qué debo hacer para entrar en la legión de las Pequeñísimas... oficialmente. No sé, me parece que Jesús quiere algo de mí... no sé explicarme... Grande fue el estupor del Padre que jamás había pensado, ni siquiera había pasado por su mente, que la Obra pudiese comenzar antes de la muerte de... Sor Consolata. Dióle esta contestación: -Bien, hagámoslo así: mañana, primer viernes del mes, iré al Pensionado, celebraré la Misa, después de la comunidad, recibirá Ud. la Sagrada Comunión e inmediatamente después de ella, se consagrará al Corazón de Jesús por medio de María Santísima, como Pequeñísima, prometiendo emplear desde ahora en adelante todas sus energías espirituales en el incesante acto de amor. Desde el altar, y sobre el altar yo presentaré al Corazón de Jesús su consagración. Así en efecto se hizo y, después de la Misa rezaron juntos el Magníficat en acción de gracias. La Obra de las Pequeñísimas, prometida por Jesús a Sor Consolata, había nacido oficialmente. 3. “Sor Consolata y la Obra de las Pequeñísimas” ¿Y Sor Consolata? La noche de aquel jueves, después del referido coloquio con Juana Compaire, el Padre se apresuraba a hacer llegar a ella un breve escrito para ponerle al corriente del caso y encomendarla a sus oraciones. Y ella anotaba en su diario: “Los dones se ofrecen en las vísperas. Jesús lo sabe, por eso la vigilia del primer viernes de septiembre me dio la primera Pequeñísima. ¡Divina delicadeza! A esta primera Pequeñísima la encontró el Padre, y la ofrecerá mañana al Sagrado Corazón de Jesús, en la Sagrada Comunión. ¡Oh Jesús, cuán bueno eres! Sí, verdaderamente piensas en todo y a mí no me dejas sino un solo pensamiento: amarte ¡Gracias, Oh Jesús!” Fácilmente se entiende con qué fervor de oración transcurrió aquel día. Jesús, por su parte, no dejó de darle nueva luz sobre la Obra, tanto más cuanto que, como se ha dicho, a la primera indicación de Pequeñísimas había creído que se trataba de “niños” auténticos, y sonreíase luego al saber por el Padre que la primera Pequeñísima pasaba de los ochenta. Se lo decía Jesús con estas palabras: No serán sólo millares las Pequeñísimas, sino millones y millones. Y pertenecerán, no sólo al sexo femenino, sino que las habrá también entre los hombres. ¡Oh, también entre ellos hay muchas almas Pequeñísimas! Y después de tu muerte, las almas Pequeñísimas correrán a ti, como un día, cuando aparecías en la Plaza de San Máximo, corrían a ti las niñas de catecismo, las benjaminas. La noche de aquel primer viernes, escribía en su diario: “El día de hoy ha sido todo a favor de las Pequeñísimas. Esta noche, delante de Jesús Sacramentado solemnemente expuesto, he abrazado, con el pensamiento, a las Pequeñísimas de todos los siglos y a todas anticipadamente las he consagrado al Corazón de Jesús, pidiendo que las esconda en lo más profundo de su Corazón y allí las guarde, para que ninguna de ellas llegue a perecer, y las consuma en las divinas llamas, concediendo a todas morir de amor por Él” 84 Jesús, a su vez, acogía la plegaria de Sor Consolata favorablemente: Sí, Consolata, los corazones de las Pequeñísimas están destinados a morir de amor a Mí, a consumirse exclusivamente por Mí. ¡El mundo no puede llamarme cruel, porque muchos, muchos mueren de vicios, víctimas del mundo! Y ¿no es justo, Consolata, que la criatura se consuma por su Creador? 4. “Las ‘Pequeñísimas’ y la Santísima Virgen” Otro rasgo del modo admirable con que el Corazón de Jesús prepara y dirige los acontecimientos hasta en las más mínimas circunstancias, hemos de poner de relieve, porque tiene su importancia: y es que la Obra nació oficialmente el primer viernes de septiembre, durante la novena y en la proximidad de la fiesta de la Natividad de la Santísima Virgen María. El significado de esta providencial coincidencia es obvio. Una Obra que Jesús mismo califica de maravillosa, de tan grande y universal importancia para la salvación y santificación de las almas, no podía surgir sin una señal o una prenda de protección por parte de Aquella, cuyo nombre, juntamente con el de Jesús, constituye la invocación incesante de las Pequeñísimas; mientras los dos amores, a Jesús y a María, van unidos en la misma perenne alabanza, en la misma súplica a favor de las almas. Entraba pues en los designios de Dios que la Obra naciese en tales circunstancias de tiempo; cuando la Iglesia se apresta a festejar el día en que apareció Pequeñísima en la tierra la mayor parte de las criaturas; y no sólo Pequeñísima, en su humildad, sino sobre todo en espíritu. En realidad sólo la Virgen pudo hacerse Pequeñísima, ella que era grande a los ojos de Dios; mientras nosotros que hemos contraído la culpa, por mucho que creamos haber descendido, nunca llegaremos al ínfimo grado, ala pequeñez, a la nulidad en que nos encontramos delante de Dios. Podemos añadir –y ya lo hemos señalado-, que Ella sola, María Santísima, fue verdadera y perfecta Pequeñísima, aún en el sentido particular de que aquí se trata; porque Ella sola hizo realmente de su vida, desde el primer instante hasta el último, incesante acto de amor a Dios y de caridad al prójimo, en un “sí” continuo a la voluntad de Dios. He aquí por qué el Corazón de Jesús quiso que la Obra naciese el primer viernes de septiembre; como una flor que brotaba a los pies de la celestial Niña para recoger el rocío de su primera sonrisa y el calor de su primera bendición, como prenda de éxito y de perenne duración. ¿Podía Sor Consolata, en su tiernísimo amor a la Virgen, no revelar tal circunstancia, no sentirse íntima e irresistiblemente impulsaba a consagrar las Pequeñísimas, además que al Corazón de Jesús, a la Santísima Virgen? Escribe en efecto: “...Puesto que la primera de estas almas se ha consagrado entre las Pequeñísimas hoy primer viernes de septiembre, novena de la Natividad de la Santísima Virgen María, el martes próximo, 8 de septiembre, les abrazaré a todas en espíritu, a las Pequeñísimas de todos los siglos, y a todas pondré junto a la celestial cuna, consagrándolas a María Niña. ¡Oh, Ella las protegerá, las amará con predilección, las tendrá bajo su manto, siempre, como lo hace con Sor Consolata. Y las Pequeñísimas amarán mucho a la Santísima Virgen, porque el acto incesante de amor que ofrecen a Jesús, es también para María Santísima. 85 5. “Las Pequeñísimas y Sor Consolata” Con la consagración de las Pequeñísimas al Corazón de Jesús y a la Santísima Virgen María, terminaba el deber particular de Sor Consolata, no decimos respecto de las Pequeñísimas, sino respecto de la Obra: Ocuparse en su difusión o interesarse como quiera de la misma; y esto para que no desmayara la continuidad y virginidad del amor, así como el anonadamiento en que Jesús la quería. Por eso le decía, después de haberle revelado la Obra (31 de julio de 1936): Ámame, dame este acto incesante de amor y Yo te lo prometo: me darás todos tus Hermanos uno tras otro, y después las Pequeñísimas. Iniciada la Obra, del modo que hemos dicho, nuevamente intervenía Él para que no se desviara Sor Consolata: Olvídate, Consolata, no pienses en ti misma ni en lo que pueda referirse a tu especial vocación. No, el Corazón de Jesús se ha servido de ti como de instrumento (como tú te sirves de la escoba), pero quien ha de realizar esta Obra maravillosa de las Pequeñísimas es Él, exclusivamente Él. Por lo tanto, no pienses sino en darme el acto incesante de amor, el “sí” a todo y a todas, y en aceptar el sufrimiento con agradecimiento; y nada más; Yo pienso en todo y tú olvídate. Y el (18 de septiembre de 1936): Ahora que las has consagrado a María Niña, no pienses ya en las Pequeñísimas, sino con la oración cotidiana. Piensa únicamente en los Hermanos y Hermanas para que vuelvan a Mí con el medio del incesante acto de amor. Se observa sin embargo, o mejor dicho, se repite, que si a Sor Consolata no se le concedió ocuparse directamente de la Obra, ésta no obstante le pertenece y es a ella a quien debe dirigirse la mirada de las Pequeñísimas como Jesús le predecía en septiembre de 1937: No interrumpas tu acto de amor; sigue adelante por tu camino, impávida, bajo el tiro del enemigo. No temas, siempre adelante, el amor lo vence todo. Quiero que suba de la tierra al cielo una oleada de amor. Tú debes caminar la primera por el pequeñísimo camino; un día tendrás que servir de modelo. Así como ahora el mundo se fija en Santa Teresita, los millones de Pequeñísimas en todo el mundo se mirarán en ti. Terminemos con estas dos consoladoras promesas: una de Jesús y la otra de la Santísima Virgen. El 14 de julio de 1936, en un momento en que Sor Consolata se sentía mayormente humillada y confusa por tantos dones divinos, se dirigió a Jesús y le dijo: ¡Tú amas a las Pequeñísimas hasta la locura! Y Jesús: Sí, son la pupila de mis ojos. El 8 de diciembre de 1942, Sor Consolata volvía a consagrar a las Pequeñísimas a la Virgen Inmaculada, la cual, agradeciendo el don, le daba a entender: ¡Sobre todas y cada una de ellas pondré mi mirada de predilección, como la puse sobre ti! 6. “Muerte de la primera Pequeñísima” Si alguna duda pudiera aún existir sobre el origen divino y sobre la bondad del camino pequeñísimo de amor, el resto de la vida de Juana Compaire, y después, su muerte bastarían a disiparlo. Hay en la vida del espíritu ascensiones admirables, vuelos rápidos y seguros hacia las alturas de la santidad. Y las alturas ya no las teme el alma que, haciéndose pequeñísima, ha empleado las alas del amor y de la confianza. Incertidumbres, miedos, vanos replegamientos sobre sí misma, todo ha desaparecido como por encanto. El Artífice divino sabe que el tiempo urge y, con pocos toques, lleva 86 a cabo su obra maestra, ¡Qué camino, en efecto, a un solo mes de distancia de su consagración como Pequeñísima! El 13 de octubre de 1936 escribía al Padre Espiritual: “...Querría decirle algo de cómo paso mis días y aún varias horas de mis noches, después de las grandes gracias recibidas. Me parece vivir en otro mundo. El recuerdo del 4 de septiembre pasado, con aquel Magníficat me hace derramar más lágrimas que antes, pero no son ya las de antes. Mi confianza en Dios no se apoya ya en más motivos que en los méritos de Nstro. Señor Jesucristo... y luego en la Comunión de los Santos, que Él me hace conocer por la eficacia de sus oraciones... ¡Todo me transporta y me abisma en una confusión de maravillas, que son la paz profunda de mi vida!” Ha encontrado pues en el nuevo camino, la santa libertad de los verdaderos hijos de Dios. El amor le ha aligerado del abrumador peso de sí misma. Ahora se soporta; mejor dicho no piensa ya en sí. Todo se ha simplificado en su vida espiritual y tiene una perfección nueva. Ha encontrado que el acto incesante de amor lo contiene todo, lo da todo, lo obtiene todo; ha experimentado que es él cumbre luminosa y descansada, y a la vez divino ascensor para las demás cumbres. Nosotros, sin embargo, no la seguiremos concretando en estas últimas ascensiones; diremos sólo algo de su muerte. En la fiesta de la Natividad de María Santísima de 1937, al año de su consagración de Pequeñísima, Juana renovaba la misma consagración con la siguiente oración, que era ya de su Nunc Dimittis: “Oh María Inmaculada, mi abogada poderosa y tiernísima Madre, heme aquí postrada a vuestros pies para renovar el acto con que me consagré pequeñísima al Sagrado Corazón de Jesús. Para Jesús, y para Vos, son todos pensamientos y afectos, todo mi corazón y mi vida entera. En este día bendito, en que la Iglesia recuerda vuestra aparición entre nosotros, incorporada, como Jesús, a nuestra naturaleza, dignaos tomar bajo vuestra especial protección la nueva Obra de las Pequeñísimas de Jesús, concretada en la maravillosa y milagrosa laus perennis infantil, que vuestro divino Hijo ha mostrado agradecer y bendecir con las gracias más sublimes de su Divino Corazón. Confío a vuestro Corazón Inmaculado mis consuelos y mis penas, mis temores y mis esperanzas, en las divinas expresiones del incesante acto de amor. Concededme que acabe mi vida como Jesús dio la suya, en homenaje a la Santísima Trinidad y a Vos por todos los siglos de los siglos.” Realmente, siente que el cielo está cerca. Ya sus fuerzas no le permiten salir de casa; pero no deja de bajar todas las mañanas a Misa y a comulgar, y durante el día a hacer alguna visita a Jesús Sacramentado. Y a pesar de sus 87 años, aún hay frescura juvenil en su rostro diáfano y sin arrugas. Más que por los años está consumida por el amor. Su hambre de Dios se ha hecho torturante. Cuando está expuesto Jesús Sacramentado, aparece la Hostia Divina radiante a sus ojos, apagados a todo lo demás. En el fondo del corazón se articulan voces misteriosas, como el susurro del Esposo que se acerca... Está pronta. Lo ha dispuesto todo, con minucioso cuidado, para recibir a la hermana muerte. Ha dejado consignado en un billete sus datos personales para el registro de su muerte en el municipio. Las Hermanas Capuchinas tienen preparado el hábito de la Orden pedido por ella misma para revestir sus restos mortales. Está a punto la ropa blanca, toda nueva, de que se vestirá en el lecho de muerte para las bodas eternas. El 26 de enero de 1938, mientras se encuentra sola en la sala de oración, se siente inundada de una extraordinaria efusión de gracias, que sacude todo su ser. Es una necesidad incontenible de gritar a Dios su propio amor, de agradecerle, de alcanzarle, de transformarse en Él... Y cae de rodillas, con los brazos en alto, y el rostro humedecido por el llanto: “Dios mío, Dios mío ¿Qué es esto?” 87 Era la llamada del cielo. El domingo de sexagésima, 20 de febrero de 1938, aún bajó a la capilla para la Santa Misa, que fue la última. El miércoles, sintiéndose grave, pidió le administraran la Extrema Unción, deseosa de recibir bien este sacramento. Después, durante tres días y tres noches, esto es hasta el mediodía del sábado, estuvo en la cruz con Jesús, sufriendo espasmos misteriosos, sin el menor alivio. Pero ni un lamento. Decía al Padre espiritual: “Al meditar la Pasión de Nstro. Señor Jesucristo, siempre me he detenido preferentemente en los espasmos de su agonía; creo que ahora me hace participante de ellos”. Y volviendo los ojos a lado del crucifijo colgado en la pared de enfrente, repetía con indecible transporte: “Amarte, seguirte, imitarte”. Tal había sido el programa de su vida, y tal lo era en el lecho de muerte. Mientras tanto, fuera se desencadenaba el carnaval y, de la cercana plaza Vittorio Véneto, llegaba el alboroto del mundo que se divertía. El padre se lo hizo observar, recordándole la frase de Jesús: Vosotros lloraréis y el mundo se regocijará (Jn 16, 20). A lo que ella contestó: -¡Oh, cómo se ven desde este lecho las mentiras del mundo! ¡No, no daría uno solo de estos instantes de sufrimiento por todo el gozo del mundo! Y a quien le hacía observar que pronto recibiría el premio de tantas obras buenas: -No, obras no; no he hecho ninguna. Pero que haya amado a Jesús mucho, sobre todas las cosas, esto sí, me consuela. Se sucedían a visitarla en su lecho religiosas de diversas Congregaciones y sacerdotes: -¡Mire, Juana, cuántas almas vienen a visitarle y ruegan por Ud.! -Jesús es fiel; -contestó- siempre he huido de las amistades del mundo y Él siempre me ha rodeado de amistades santas. El viernes por la noche se le llevó solemnemente el Santo Viático y se sintió muy feliz al recibir dos veces en el mismo día a Jesús Sacramentado. Quiso ponerse el distintivo de las Hijas de María, después, en el momento de recibir al Señor, con voz alta y clara, pidió perdón de todos los escándalos dados. La contestación fueron algunos sollozos y muchas lágrimas de los circunstantes. ¡Hablaba de escándalos, ella, cuya virtud pudiera ser admirada por todo el mundo! Al mediodía del sábado hacia las 15, el sufrimiento pareció llegar al colmo. -¿Sufre mucho, Juana? -Sí, ¡no hubiera creído que una criatura pudiese sufrir así; pero no lo sienta, Padre, que tengo mucha necesidad de sufrir! Pidió un poco de hielo, pero al momento se arrepintió de haberlo pedido y se dirigió al Padre para tranquilizarse. Temía haber cometido una imperfección pidiendo aquel pequeño alivio, después de tanto padecer... De pronto, como el físico no reaccionaba ya ante el mal, se la creyó aliviada; más no se hizo ilusiones. ¡Es la mejoría que precede a la fiesta! –respondió a quien se congratulaba con ella, por sentirse mejor. Estaba alegre; hablaba y obraba como si estuviese curada. Por eso, aquella noche se rezó el Santo Rosario en su habitación. Al anunciar el cuarto misterio glorioso, la Asunción de María Santísima al cielo, ella comentó: ¡Al cielo en cuerpo y alma! ¡Qué hermosa y consoladora es esta profesión de fe en el momento de la muerte! El quinto misterio lo anunció ella, interrumpiendo al Padre: Se contempla aquí –dijo- a la... Consolata. 88 Todo el gozo y la gloria de la Santísima Virgen en el cielo, ella lo encontraba compendiados en este título. Y cuántas y cuántos besos dio a la imagen de la Consolata. -Juana, Ud. siempre ha querido mucho a la Santísima Virgen, y la Santísima Virgen ha venido a asistirla. -¡Oh, sí... Cuán hermoso es morir después de haber amado mucho a la Santísima Virgen! Después agitando las manos en señal de despedida: -¡Adiós, tierra... al cielo, al cielo!... Había en la celdita una atmósfera de espiritualidad, que nadie jamás podría explicar. El cielo parecía estar separado sólo por un velo tenuísimo. Todo allá parecía sagrado: la celdita, una iglesia; el lecho un altar y, sobre aquel altar, la Pequeñísima víctima de amor... Pero la noche se hizo penosa. Hacia las dos pidió la Sagrada Comunión. -Es la última, dijo. Lo fue en efecto. Casi hasta el fin conservó una maravillosa lucidez de mente. Hacia el mediodía pidió le vistieran la ropa nueva... Era su hora. Así, vestida de fiesta, hizo una hermosa señal de la cruz y... la espera no fue larga. A la una después del mediodía, domingo de Quincuagésima (27 de febrero de 1938), después de una breve agonía, la primera Pequeñísima reclinaba dulcemente la cabeza sobre el Corazón de Jesús, para hacer allí su morada eterna y continuar su canto de amor: ¡JESÚS, MARÍA OS AMO, SALVAD LAS ALMAS! 7. “Sor Consolata a las Pequeñísimas” Con la muerte de la primera Pequeñísima, no se debilitó la Obra, ni se extinguió el acto incesante de amor fuera del monasterio de las Capuchinas. El Corazón de Jesús, mientras esto tenía lugar, había hecho su llamada a otras almas y las Pequeñísimas formaban ya un pequeño batallón. Para ellas y para las de todos los tiempos, interpretando sus deseos, el Padre espiritual pidió a Sor Consolata una carta. En la que expusiese su pensamiento sobre el ejercicio del incesante acto de amor, acompañándolo de los consejos prácticos que juzgara útiles. Vamos a ofrecerla casi íntegramente y cada una de las Pequeñísimas puede considerarla escrita para ella misma. Lo que en ella se dice, tiene tanto más valor, cuanto que encuentra su confirmación en la vida de quien difícilmente podrá ser superada en continuidad y virginidad de amor. Querida “Pequeñísima” del Corazón de Jesús: Al entregarte al descanso, por la noche, pedirás a tu Ángel de la Guarda que, mientras duermes, ame Él a Jesús en tu lugar y que te despierte a la mañana siguiente inspirándote el acto de amor. Si fueras fiel en pedírselo así todas las noches, Él será fiel en despertarte todas las mañanas con un “JESÚS, MARÍA OS AMO, SALVAD LAS ALMAS.” Comenzando así el día, proseguirás amando hasta tu encuentro con Jesús en la Eucaristía. Esto no quiere decir que debas dejar toda otra oración. No, continúa con tus acostumbradas prácticas de piedad, pero no añadas otras; deja que tu acto de amor absorba todo espacio de tiempo libre y, en seguida, si Jesús te lo inspira, también alguna de tus oraciones vocales. En la sagrada comunión confía, abandónate a Jesús, con tus preocupaciones, proyectos, deseos y penas, y no pienses más en ellos; porque toda la vida de una Pequeñísima se basa en la promesa divina: Yo pensaré en todo hasta en las más mínimas particularidades, tú piensa sólo en amarme. Copia estas palabras al pie de una 89 imagen del Sagrado Corazón de Jesús, haz de manera que las tengas siempre presentes;: te serán de gran ayuda para librar tu espíritu de toda preocupación y probarás cuán fiel es Jesús en mantener esta su promesa. Después de haber abandonado todo a Jesús en la sagrada comunión, renuévale tu promesa del acto incesante de amor, del “sí”, a todo lo que Él te pedirá a lo largo del día y el propósito de verle, hablarle y servirle con amor en todas las criaturas, con las que tengas que verte. Forma de una vez para siempre la intención de que todo tu amor suba al cielo cual súplica que te alcance la fidelidad en proseguirlo sin interrupción hasta la comunión siguiente y que sea como reparación de todas tus infidelidades. Dejarás la Iglesia comenzando tu acto de amor que lo continuarás por el camino, en casa y en el cumplimiento de todos tus deberes. Ten en cuenta que Jesús ha prometido que, cuando escribes u oras o meditas o hablas por necesidad o por caridad, el acto de amor continúa igualmente. En el trabajo, si te es posible, procura tener escrito delante de ti al pie de una imagen o estampa: “JESÚS, MARÍA OS AMO, SALVAD LAS ALMAS”; te servirá de despertador. Entre los obstáculos para dar a Jesús el acto incesante de amor virginal, Jesús mismo te enseña a combatir tres de ellos: Pensamientos inútiles, intereses, conversaciones inútiles. Pensamiento, preocupaciones: todo resulta inútil desde el momento que Jesús promete a su Pequeñísima pensar Él en todo, hasta en las más mínimas particularidades. Discursos inútiles: si hablas no obligada por el deber, por la caridad, por la conveniencia, es tiempo malgastado que robas al Amor. Intereses, curiosidad, etc., todo, en suma, lo que distrae tu espíritu de la única cosa a que estás obligada: amar a Jesús incesantemente y con amor virginal. Pero es preciso que estés conforme en que para realizar el deseo divino: no hay que perder un acto de amor ni un acto de caridad de una comunión a otra. El laboreo de tu alma, sostenida por la gracia, será largo y requerirá no poco tiempo, esfuerzos constantes y generosos, y sobre todo no desanimarse jamás. En cada infidelidad más o menos voluntaria, renueva tu propósito de amor virginal y vuelve a comenzar. Si esta infidelidad te hace sufrir, ofrécela a Jesús... ¡como acto de amor! Verás y comprobarás con cuánta ternura te levantará Jesús después de una caída, de una infidelidad, cómo se apresurará a ponerte en pie, para que puedas continuar tu canto de amor. Lo que más te ayudará a dar a Jesús el acto incesante de amor, será el renovar tu propósito cada hora; en segundo lugar, el examen particular sobre él. Ten en cuenta que en el examen particular sobre el acto incesante de amor, tendrás por falta sólo el tiempo desperdiciado en discursos inútiles, en seguir la fantasía, pensamientos inútiles, etc., arrepiéntete, y vuelve tranquilamente a amar. Pero el propósito al que debes consagrar todas tus energías, se referirá siempre al incesante acto de amor. Pero no temas, Jesús te ayudará. Él lo ha dicho: No te pido más que esto: un acto incesante de amor... Ámame, tengo sed de amor... Ámame y serás feliz, y cuanto más me ames, más feliz... Él es fiel. -Ánimo, Jesús y María te ayudarán. No temas, jamás, confía y cree en el amor de Ellos a ti. Affma. Sor Consolata R. C. 90 8. “A las no Pequeñísimas” Sor Consolata se dirigió a las Pequeñísimas. Nosotros nos dirigimos a todos los que –y son muchos- llegados a este punto, han exclamado: “Muy hermoso, muy hermoso, pero el acto de amor incesante ¡qué espanto!” A parte de la explicación dada, en su lugar, de cómo ha de entenderse la continuidad de amor y cuál esfuerzo haya de hacerse en el caso, es preciso convenir en que son relativamente pocas las almas llamadas a seguir a Sor Consolata en la perfección del camino pequeñísimo de amor, esto es, en el acto de amor incesante y virginal. Es cierto que Jesús predijo a Sor Consolata que serán millones y millones, pero se entiende en la sucesión del tiempo, a través de los siglos. Las Pequeñísimas pues, serán siempre en el seno de la Iglesia el pusillus grex (la pequeña grey). Sin embargo, el nuevo Mensaje del Corazón de Jesús se dirige, bajo ciertos aspectos, a todas las almas, y a todas puede hacer mucho bien. En efecto, la doctrina en él contenida sobre el valor del acto de amor como medio de santificación y de apostolado, interesa indistintamente a todas las almas; las cuales, si no pueden hacer el acto de amor incesante, siempre podrán valerse del mismo para adelantar en la vida interior, que, como se explicó, es esencialmente vida de amor. Con otras palabras, a algunas almas (Pequeñísimas) dice Sor Consolata: “Seguidme en el esfuerzo por transformar vuestra vida en un acto de amor incesante”; a todas las demás dice: “Valeos de mi acto de amor en la medida que os sea posible.” Es necesario servirse de algún medio para evitar o combatir la disipación, causada las más de las veces por pensamientos, intereses, palabras inútiles; y cada alma es muy libre en elegir lo que más le agrada, lo que se adapta a su espíritu. Queda por lo demás hecho notar que como el amor es la primera y más excelente de todas las virtudes del acto de amor (de cualquier manera que se formule, siempre que salga del corazón) participa de esta soberana excelencia. ¿Por qué pues no dar preferencia a lo que es el medio más excelente, el más amado de Jesús, el más provechoso para las almas? Haciendo caso omiso de que el acto de amor de Sor Consolata, aún en su misma fórmula, reviste valor muy particular, por venir de Jesús y porque, al Amor de Jesús, une el amor a la Santísima Virgen y el amor a las almas. Por lo tanto, este acto de amor ofrece a todas las almas, aún a las no Pequeñísimas, las cuales podrán servirse del mismo a modo de sencilla jaculatoria que pueden rezar (con el corazón, pronunciándola o no) frecuentemente durante el día, esforzándose por valorizar con él tantos minutos libres de la jornada que de otro modo se perderían en pensamientos inútiles y hasta peligrosos. Si un alma no llega a dar a Dios Nstro. Señor más que una decena de actos de amor por día –lo cual realmente no requiere un esfuerzo excesivo- ¡cuántos actos de amor resultarían en un mes, en un año! Y si se llegara a cobrar el hábito, no será difícil aumentar gradualmente su número hasta adquirir con el tiempo una cierta facilidad en el ejercicio del mismo y por consiguiente una más continuada unión con Jesús. Que ésa fuese la intención del Corazón de Jesús al dictar a Sor Consolata la doctrina sobre el Acto de amor, puede verse en la obra de la Vida; donde precisamente se dice que Él ofrece el acto de amor a las almas Pequeñísimas en primer lugar, sí, pero también a los pequeños en edad y a todas las personas que, o por enfermedad o por otro motivo, no pueden darlo incesantemente, sino sólo frecuentemente. Y este incesante entiéndase, entonces, no respecto de cada alma en particular, sino de muchas almas conjuntamente. Y así es como se formarán, poco a poco, por todas las partes del mundo como una oleada incesante de amor ascendiente, que a su vez se transformará en oleada incesante de amor descendiente de misericordia y de perdón. 91 9. “El incesante acto de amor y la práctica de las virtudes” Más de un lector estará deseoso de conocer hasta qué punto la vida de amor, realizada a través del incesante acto de amor haya llevado a Sor Consolata a la práctica y perfección de las virtudes cristianas y religiosas. Deseo legítimo, pues no se puede dar un fallo definitivo sobre una determinada doctrina, sin antes ver los frutos en quienes la siguen. Sería, sin embargo, salirnos del objeto prefijado para este opúsculo –que como decíamos en la introducción- es sencillamente el de exponer la doctrina del incesante acto de amor, dejando para la obra de la Vida el tratado de las virtudes. Aunque ya en estas páginas se puede apreciar en Sor Consolata una virtud nada común, en el esfuerzo heroico por eliminar en su camino todo lo que podría serle impedimento para seguir a Jesús lo más perfectamente posible. De todas maneras el lector hará bien en tener presente que el acto incesante de amor al ser el punto primero y más principal del pequeñísimo camino de amor, no se agota en sí mismo, sino que se integra o mejor debe prácticamente desembocar en otros dos puntos dictados por Jesús a Sor Consolata: Un “sí”, a todos con la sonrisa, viendo y tratando a Jesús en todos. Un “sí” a todo (lo que el Señor pida al alma) con el agradecimiento. En esto está el fruto práctico de la vida de amor; es decir, el ejercicio de una perfecta caridad para con el prójimo y de una perfecta aceptación de las disposiciones divinas respecto de nosotros, con espíritu de sacrificio y plena correspondencia a la gracia. Y es fácil comprender que un alma que se mantiene heroicamente fiel a estos tres puntos, avanzará cierta y rápidamente en todas las virtudes, que es lo que Jesús prometía a Sor Consolata: (26 de septiembre de 1935): Permanece siempre en tu acto de amor, trata de no perder ni uno de ellos ni un acto de caridad; recoge con amor las flores de las virtudes que Yo haré brotar a tu paso, y el fruto que reportarás será abundante. (21 de junio de 1942): Con el incesante acto de amor llegarás a la deseada cumbre del amor, con el “sí” a todo, a la cumbre del dolor, y estas dos cumbres engendrarán la tercera, la de las almas. Basten estas brevísimas indicaciones para persuadir más y más al lector que el camino seguido por Sor Consolata –entendido y practicado en su integridad- no se apoya sólo en el sentimiento, sino que encierra un verdadero y completo programa de vida espiritual, de altísima formación cristiana y religiosa. Conclusión 1. “Vuelta al manantial” No nos incumbe a nosotros fallar sobre este Mensaje, del que somos meros transmisores. Toca a la Iglesia autentificar la veracidad, mientras cada lector –como nosotros y más que nosotros-, puede formarse el concepto de su valor, atendido el fin para el que se dictó: que es conducir al mundo al manantial de toda elevación moral y de todo bienestar social: El Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo. Pero el verdadero Evangelio y todo el Evangelio: el que enseña, no sólo a creer, sino también a esperar y sobre todo a amar. En este sentido, el Evangelio antes de ser un libro escrito, es la palabra viva de los que vieron y oyeron al Maestro, y escucharon su Mensaje, como dice San Juan (1 Jn 1, 92 5; 3, 11); mensaje de reconciliación con Dios mediante el sacrificio expiatorio de Jesús (Ib 2, 2) y por lo tanto de gracia y de amistad con Él. El profeta Jeremías anunció la obra de los tiempos mesiánicos con este reclamo a la interioridad (30, 31-33): He aquí que vendrán días, dice el Señor, en que Yo haré una nueva alianza con la casa de Israel y con la casa de Judá: alianza, no como aquella que contraje con sus padres el día que los tomé por la mano para sacarlos de la tierra de Egipto, alianza que ellos invalidaron y tuve que abandonarles, dice el Señor. Porque esta es la alianza que Yo haré con la casa de Israel después que llegue aquel tiempo, dice el Señor: imprimiré mi ley en lo íntimo de sus entrañas y lo grabaré en sus corazones y seré Yo su Dios y ellos serán mi pueblo. San Pablo nos muestra cumplida esta profecía por obra de Jesucristo (Heb 8, 810). El Evangelio, pues, no es sólo una ley escrita en papeles o de exteriores observancias, sino una ley que llega a interesar lo más íntimo nuestro, escrita por el Espíritu Santo, “Dedo de Dios” en nuestros corazones con la efusión de una vida nueva: vida de gracia y de amor, sin la cual, como observa atinadamente San Agustín –la misma letra del Evangelio mataría. Esta transmisión de vida nueva, en efecto, interesa a la inteligencia que acoge la doctrina de la Iglesia Católica con la fe; se realiza en lo más íntimo del espíritu humano mediante el uso de los sacramentos que nos dan la gracia; tiene su divina palpitación en el corazón con la caridad que establece una vida de amistad con Él (Jn 15, 13-15), y así se verifica en nosotros la gran palabra dicha al Profeta y repetida por San Pablo: Y seré Yo su Dios – Y ellos serán mi pueblo. 2. “El mal y el remedio” Torpemente se equivocaría quien pensase que cuanto de la vida de amor hemos dicho, pudiera ser en menoscabo de la necesidad e importancia de la acción en todas sus exteriorizaciones. El que estas líneas escribe no es un ermitaño sino un misionero, a parte de que tampoco los ermitaños se pasan la vida mano sobre mano. Querríamos solamente preguntar ¿cómo es que no se llegó a poner diques al fuerte y desbordante torrente del mal, que amenazó sumergir al mundo? ¿Es por falta de acción? Nos parece que no. Se podrán lamentar deficiencias individuales, pero en conjunto no falta la acción: multiforme, orgánica, vigorosa. ¿Es acaso que no se adapta a las necesidades de los tiempos? Tampoco esto puede afirmarse, al menos por lo que toca al conjunto de la actividad católica ¿Entonces? La deficiencia, a nuestro juicio, hay que buscarla en esto: en que por una parte falta la “llama viva” del sembrador: Sin Mí no podéis hacer nada (Jn 15, 5); y por otra, falta el humus apto para recibir y fecundar la buena semilla: El que mora en Mí, y Yo en él, ése da mucho fruto (Jn 15, 5). Morar en Jesús: he aquí lo que sobre todo necesitan las almas, lo mismo para obrar que para recibir el bien y hacerlo fructificar. Ahora bien, “morar” en Jesús no es simplemente creer en Él, ni sólo el estado de gracia, sino vivir la vida de gracia, hacerla crecer, perfeccionarla de continuo en nosotros (Jn 10, 10). Y esto mediante nuestra unión con Jesús, de modo que saquemos de Él, como el sarmiento de la vid, la savia divina, fecunda en toda clase de virtudes cristianas. El amor, la vida de amor, obra todo esto: Como mi Padre me amó, así os he amado Yo; perseverad en mi amor (Jn 15, 9). Y el amor hace viva la fe del creyente que por Jesús va al Padre. 93 Cuando en el comienzo de este tormentoso período de la historia del mundo, Pío XI dirigió al mundo la Encíclica sobre los Ejercicios Espirituales, y después Pío XII la del Cuerpo Místico y la de la Sagrada Liturgia, algunos espíritus superficiales pudieron no ver el nexo entre los documentos pontificios y las necesidades del mundo cristiano. Pero tales documentos estaban y están perfectamente en tono con las exigencias de los tiempos: en cuanto que descubren la verdadera causa de todos los males e indican su remedio en una más intensa vida sobrenatural de las almas. San Pablo decía de sí, como quien explica el ardor de su infatigable celo: charitas Christi urget nos (el amor de Cristo nos apremia) (2 Cor 5, 14). Estas mismas palabras, San José Cottolengo quiso se fijaran en la puerta de entrada de la “Piccola Casa della Divina Providenza”, que es la mayor obra de beneficencia que el mundo conoce y una espléndida apología del Cristianismo: el Cristianismo vivido, el Cristianismo amor: charitas Christi. Santa Teresita no nos dejó sino las pocas páginas de Historia de un Alma, pero escritas con mano febricitante de amor y de dolor, por Jesús y por las almas. ¡Cuánto bien han hecho ya, y lo harán acaso hasta el fin de los siglos! Así de todas las demás formas de apostolado. Cuando el alma saca de Jesús, que es “lleno de gracia y de verdad” (Jn 1, 14), su fuerza de empuje y como “antorcha que arde y brilla” (Jn 5, 35) hace de su vida “un ejemplo de luz”, entonces las obras dan testimonio de la verdad y comunican a las almas el fuego de que ellas mismas están animadas, el ardor con que vibra. No se puede dar lo que no se tiene; por el contrario: Te doy lo que tengo en el nombre de Jesucristo Nazareno, levántate y anda (Hch 3, 6). He aquí lo que el mundo necesita para levantarse y volver al camino ascensional: tiene la necesidad de almas llenas de Jesús para poder dar a Jesús. El espíritu informador del presente Mensaje está todo en esto: en hacer comprender la necesidad de una profunda vida interior, que es esencialmente vida de amor, para santificarse a sí y a los demás. 4. “El nuevo don del Corazón de Jesús” Indica también aquí el medio práctico del pequeñísimo camino de amor y la obra correlativa de las Pequeñísimas. Es el fruto concreto del Mensaje, en cuanto es transmitido a las almas y perpetuado en el mundo el incesante acto de amor. Ya hemos dicho cómo la doctrina sobre el incesante acto de amor constituye la razón de ser de la nueva manifestación del Corazón de Jesús: es por lo tanto un don que Jesús hace al mundo y su significado, en el momento actual, a nadie puede ocultarse. Jesús mismo, después de haber predicho a Sor Consolata el bien inmenso que del ejercicio del incesante acto de amor vendría al mundo, le añadía: A este fin te obligaba a pedir todas las mañanas por los méritos de mi dolorosa Pasión, el triunfo en el mundo, no sólo de mi misericordia sino también de mi amor, especialmente en las almas Pequeñísimas. Es que la misericordia puede perdonar, pero sólo el amor puede renovar el mundo: Envía tu espíritu, y las cosas serán creadas y renovarás la faz de la tierra (Sal 103, 30). La Iglesia aplica estas palabras a la acción del Espíritu Santo en el mundo, que es Espíritu de Amor, y amor substancial. Un nuevo Pentecostés de amor, eso es lo que renovará espiritualmente la faz de la tierra. La obra de las Pequeñísimas fue querida por Jesús para este fin. Por lo demás, los que en estas páginas han seguido las continuas peticiones de amor de Jesús, los reiterados testimonios de querer salvar con el amor al mundo, las divinas promesas sobre la perenne, universal, prodigiosa fecundidad del incesante acto de amor, no podrán dudar que la obra de las Pequeñísimas esté verdaderamente 94 preordenada por la Divina Providencia y por el infinito amor a concurrir eficazmente al renacimiento espiritual del mundo. Una vez más Dios quiere confundir, con la humildad de los medios, el orgullo intelectual que ha oscurecido tantas inteligencias; con la pequeñez de espíritu atraer a los fuertes de la tierra, que creen poder erigir sobre la tumba del cristianismo una civilización paganizadora; con la silenciosa pero activísima vida de amor curar al mundo del pernicioso mal moderno, que es no- decimos la acción- sino el alboroto de la acción no vivificada por el Espíritu de Dios. Así entiendo el nuevo Mensaje podría decirse un arco iris de paz, que proyecta las llamas que salen del Corazón de Cristo, sobre este pobre mundo, el cual habiendo repudiado los manantiales de agua viva y saludable del Evangelio por las sucias cisternas del mal y del error no ha encontrado sino muerte y ruinas. Pero Jesús lo quiere salvar y después de haberte detenido a tiempo en la pendiente peligrosa y haberlo purificado en el dolor, ahora le quiere llevar a Él por medio del amor; a fin de que experimente lo que Sor Consolata experimentó durante toda su vida, esto es, la verdad de las divinas palabras: Ámame y serás feliz y cuanto más me ames más feliz serás. Dios siempre vence así: ¡con una misericordia infinita y un infinito Amor! “¡A Ti, oh Señor!” Delante de Ti, oh Señor Jesús, antes de dejar la pluma, tu siervo se humilla por haberse atrevido a unir a la que tiene tu palabra el balbuceo de la palabra humana y acaso por incapacidad y deméritos haber echado a perder tu obra. Pero Tú, oh Señor, eres omnipotente y como de la nada lo sacas todo, así las mismas faltas humanas haces que contribuyan al cumplimiento de tus designios, por lo cual sea a Ti sólo la alabanza, el honor y la gloria. Y como es vano todo trabajo que no sea bendecido por Ti, imploro ardientemente esta bendición. Te la pido por el amor infinito que tienes a los hombres, tus criaturas, tus redimidos, tus hermanos; por la intercesión de Aquella, en cuyo Corazón Inmaculado derramaste en bien de todos nosotros las saludables ondas salidas de tu corazón herido; y por las oraciones –la humilde audacia que sea agradecimiento de amor-, del alma por Ti elegida como Mensajera de tu Amor: la cual en respuesta al don de elección, sostenida por tu gracia, supo consumar su vida en un incesante acto de amor virginal, en una jamás interrumpida invocación por la salvación de las almas. Tú lo dijiste un día: Cuando sea pronunciado tu último “JESÚS, MARÍA OS AMO, SALVAD LAS ALMAS”, Yo lo recogeré y lo transmitiré a millones de almas que, pecadoras, lo acogerán y te seguirán por el camino sencillo de la confianza y del amor y consiguientemente me amarán... ¡Quiero que suba de la tierra al cielo una oleada de amor! Ahora pues que su último acto de amor ha cesado sobre la tierra para eternizarse en el cielo, recógelo y transmítelo a las almas, a todas las almas: a las inocentes y a las pecadoras, a las que marchan errantes lejos de la Iglesia y a las que gimen fuera del redil; fecúndalo con tu bendición, a fin de que se perpetúe sobre la tierra, y se forme y aumente la onda de amor por Ti invocada. ¡Entonces los hombres, hijos tuyos de nuevo en el amor, volverán a ser hermanos en la dilección, y el mundo –en tu Evangelio de amor y de caridad-, encontrará por fin, con la salvación, el camino, de la perdida tranquilidad! ¡JESÚS, MARÍA OS AMO, SALVAD LAS ALMAS! 95 APÉNDICE Algunas aclaraciones sobre la obra de las Pequeñísimas Para responder a las preguntas que se nos han hecho, expondremos aquí, en forma catequística, algunas aclaraciones sobre las Pequeñísimas y su Obra correlativa. ¿Quiénes son las Pequeñísimas? El apelativo de Pequeñísimas no debe entenderse con relación a la edad o al sexo; se refiere a las almas. Las Pequeñísimas son las almas que se sienten atraídas a seguir a Sor Consolata por el pequeñísimo camino de amor, es decir, el del incesante acto de amor. ¿Cómo debe entenderse la continuidad del acto de amor? Se ha de entender con relación al estado, a las ocupaciones y a la capacidad de cada una de las personas. Recuérdese además, que cuando uno ora, cuando medita, cuando habla por necesidad o por caridad o conveniencia, cuando está ocupado en trabajos que absorben la atención de la mente, el acto de amor delante de Dios es como si continuase, siempre que el alma tenga cuidado de dirigir a Dios con la intención todas sus acciones. En cambio, en los otros tiempos, esto es, en los minutos libres del día, la Pequeñísima pondrá todo su esfuerzo por continuar su acto de amor. ¿Es necesario pronunciar con los labios el acto de amor? No, basta hacerlo con el corazón. El fin del incesante acto de amor, en las intenciones de Jesús, es ofrecer a las almas un medio práctico y fácil para conseguir la máxima intimidad de amor con Él. No debe, por lo tanto, ser una fórmula mecánicamente repetida y ni siquiera se tiene en cuenta el número de actos de amor, sino que es un abandono incesante del alma al amor, una ininterrumpida efusión de amor, un canto de amor continuo y silencioso. ¿No es oprimente para el espíritu tal continuidad de amor en una determinada fórmula? Entendido como se ha dicho, el acto incesante de amor no tiene nada de oprimente para las almas sinceramente deseosas de vivir la vida de amor en toda su perfección. Además, Jesús que lo ha requerido, ha puesto en él una unción particular, así como da al alma pequeñísima una particular gracia para ser fiel a él. La experiencia ha demostrado que cuanto más fiel a él es un alma, tanto más el acto de amor es para ella una necesidad, encontrando sólo en él la plena satisfacción de sus santas aspiraciones de amor de apostolado. ¿Es posible conseguir la continuidad “absoluta” del acto de amor? Sin un privilegio de Dios no es posible a criatura humana conseguir la continuidad “absoluta” del acto de amor. Puede en cambio el alma, sostenida siempre por la gracia, llegar a una continuidad moral: esto es, hacerlo moralmente incesante en el esfuerzo de voluntad, que es cuanto Jesús requiere. 96 ¿Es fácil llegar a esta continuidad moral? Es posible, pero no fácil, se requiere un esfuerzo generoso y constante. Ni aún con el mayor esfuerzo tal continuidad se adquiere de ordinario en poco tiempo. Sor Consolata, aunque enriquecida con tantos dones sobrenaturales, no la alcanzó sino poco a poco, durante muchos años, y siempre le costó esfuerzo, aún en los últimos años de su vida. ¿Es necesario sentir gusto en la práctica del acto de amor? Como en todas las prácticas de vida espiritual, en el ejercicio del incesante acto de amor no es absolutamente necesario que el alma encuentre gusto sensible. Basta el fervor de la voluntad, sostenido por la fe en la excelencia intrínseca del acto de amor, y en las exigencias y promesas de Jesús. Sucede más bien de ordinario que el alma no encuentra en él gusto alguno sensible, disponiéndolo así Dios para que el acto de amor sea más meritorio y más fecundo en bien para las almas. ¿En qué consiste la perfección del incesante acto de amor? En esto, como en todos los ejercicios de la vida espiritual, el alma puede alcanzar una mayor o menor perfección. Ésta consiste principalmente en las siguientes tres exigencias de la vida de amor: continuidad de amor, amando con amor actual lo más continuamente posible (Amarás al Señor tu Dios con todo el corazón); virginidad d amor: luchando contra los pensamientos, las palabras y los intereses inútiles (Amarás con toda tu mente); intensidad de amor: dando al acto de amor toda la intensidad posible (Amarás con toda tu alma, con todas tus fuerzas). ¿Y para las no llamadas a ser Pequeñísimas? El acto de amor, como medio para adelantar en la vida de amor, Jesús lo ofrece indistintamente a todas las almas de buena voluntad; no ya incesante, sino frecuente. Todo acto de amor es un acto de virtud (la primera y más excelente de las virtudes), es un mérito, es un cooperar a la salvación de las almas. No es difícil ni costoso para el alma hacer alguna decena al día. Si bien no incesante respecto de cada una de las almas, el acto de amor sube sin embargo, incesante al cielo en el conjunto de muchas de ellas. ¿Qué formalidades se requieren para pertenecer a las Pequeñísimas? Ninguna formalidad; ni de inscripción, ni distintivo, ni de otro cualquier género. No se trata de Asociación, de Compañía, etc., sino de un camino espiritual abierto a todas las almas que se sientan llamadas a abrazarlo. ¿Se requiere al menos una consagración especial? Es natural que el alma que se siente llamada a esta vida, sienta también la necesidad de iniciarla con una especial consagración de sí al Amor. Así fue para la primera Pequeñísima y para otras que entraron a tomar parte en la legión privilegiada. 97 ¿Cómo hacer esta consagración? No hay modalidad alguna determinada. A ejemplo de la primera Pequeñísima, puede aconsejarse: a) Señalar un día, con preferencia una fiesta de Nstro. Señor o de la Santísima Virgen o un primer viernes de mes; b) Prepararse con una novena o triduo de mayor recogimiento y oración, c) El día señalado oír la Santa misa, y, en la sagrada comunión, hacer la consagración de Pequeñísima, confiándola al Corazón de Jesús por manos de María Santísima terminando con el rezo del Magníficat. ¿Es necesaria una fórmula especial de consagración? No, el alma es libre de expresar su propia adhesión al pequeñísimo camino de amor como mejor le plazca, como le dicte su corazón. ¿Podría sin embargo sugerirnos una fórmula? Hela aquí: Corazón Santísimo de Jesús, que tanto has amado a los hombres, a quienes no les pides sino amor. Yo... deseosa de satisfacer el ardiente deseo de tu Corazón divino, por manos de María Inmaculada, me consagro a Ti como Pequeñísima, obligándome a darte el incesante acto de amor, el “sí” a todo con la sonrisa, el “sí” a todo con el agradecimiento. Acepta, oh Jesús bueno, este mi acto de consagración, sumérgelo en Tu preciosísima Sangre, valóralo con tu gracia omnipotente, a fin de que sea fiel a él hasta la muerte y que el acto incesante de amor comenzado en la tierra, pueda eternizarse en el cielo. Corazón de Jesús, sediento de amor y de almas, hazme tu pequeña víctima de amor, para cooperar contigo y con la Madre nuestra a la salvación de las almas. Así sea. ¿Esta consagración obliga al alma bajo pecado? Absolutamente no, ni pecado mortal ni pecado venial, nada, nada. Por consiguiente, no cometería culpa alguna el que abandonase el camino abrazado, como tampoco el que descuidase voluntariamente el ejercicio del incesante acto de amor. Sólo se privaría del mérito y del fruto de los actos de amor omitidos. ¿Cómo debe proceder el alma que se siente atraída a este camino? Debe proceder despacio, con calma y reflexión, para asegurarse si tal impulso es fruto de la gracia de Dios y no de un efímero entusiasmo. Hará bien pues en pedir luces a Dios con más asidua oración y mientras tanto ejercitarse por algún tiempo, sin obligarse formalmente en el amor. Sólo después de haber experimentado que el corazón y el espíritu se encuentran cómodos en este camino, y sintiendo un verdadero interés por la vida interior, el alma podrá hacer su consagración de Pequeñísima. ¿Quién es la Patrona de las Pequeñísimas? Es María Santísima Niña, sea porque la Obra nació en la novena de la Natividad de la Santísima Virgen María, sea porque María Santísima fue de hecho la primera y más perfecta Pequeñísima, ya que su vida entera, desde el primero hasta el último suspiro fue real y efectivamente un acto incesante de amor y de caridad, en la aceptación continua del divino querer. 98 ORACIÓN POR LA GLORIFICACIÓN DE LA SIERVA DE DIOS Padre de todas las misericordias, Tú has suscitado entre nosotros tu sierva Sor María Consolata Betrone para difundir al mundo el incesante acto de amor a Tu Hijo Jesús en el sencillo camino de confianza y amor. Haz que nosotros seamos también capaces, guiados por Tu Espíritu, de ser ardientes testigos de Tu amor y de Tu inmensa bondad y concédenos, por mediación suya, las gracias que necesitamos. Por Cristo nuestro Señor. Amén. (Con aprobación eclesiástica) A quien reciba gracias por intercesión de Sor María Consolata Betrone se le ruega notificarlo en la siguiente dirección: Monastero Sacro Cuore Clarisse Cappuccine Via Duca d’Aosta, 1 10024 MONCALIERI (TO) – Italia www.consolatabetrone-monasterosacrocuore.it 99 CARTA DE SOR M. CONSOLATA A LAS PEQUEÑÍSIMAS A petición del Padre espiritual, Sor M. Consolata escriba a las Pequeñísimas la siguiente carta, en la cual expone su pensamiento sobre el ejercicio del incesante acto de amor, acompañándolo con consejos prácticos. Querida Pequeñísima: En la noche, cuando vayas a descansar, ruega a tu buen Ángel Custodio que mientras tú duermes, esté él amando a Jesús en tu lugar y que te despierte a la mañana siguiente inspirándote el acto de amor. Si tú eres fiel para rezar así cada noche, él será fiel cada mañana para despertarte con un “¡Jesús, María os amo, salvad las almas!”. Comienza así tu jornada, prosigue amando hasta tu encuentro con Jesús Eucaristía. Eso no quiere decir que tú debas dejar tu oración. No, continúa también con tus acostumbradas prácticas de piedad, pero no agregues ninguna otra; deja que tu acto de amor absorba cada parte del tiempo libre y si Jesús te lo inspira, también alguna de tus plegarias vocales. En la Santa Comunión confía, abandona en Jesús a ti misma, tus preocupaciones, tus proyectos, deseos, tus penas, y no pienses más; porque toda la vida de una Pequeñísima se basa sobre la promesa divina: Yo pensaré en todo, hasta en lo mínimo, tú piensa sólo en amar. (Copia estas palabras en el reverso de una imagen del Sagrado Corazón, para tenerlas siempre presente; eso te ayudará mucho para liberar tu espíritu de todas las preocupaciones y experimentarás cómo Jesús es fiel para mantener esta promesa). Después de haber abandonado todo a Jesús en la Santa Comunión, renueva tu promesa del incesante acto de amor, del “sí” a todo lo que Él te pedirá a lo largo del día y el propósito de verlo, hablarle y servirle con amor en todas las criaturas con las cuales te encontrarás. Pon de una vez para siempre la intención de que cada acto tuyo de amor suba al Cielo como súplica para que te obtenga la fidelidad de continuarlo ininterrumpidamente hasta la siguiente Comunión y sea como una reparación por cada una de tus infidelidades. Dejarás la iglesia comenzando tu acto de amor que continuarás por el camino a casa y en la realización de cada uno de tus deberes. Fíjate que Jesús ha prometido: que cuando tú escribas, ores, medites o hables por necesidad o caridad, el acto de amor continúa igualmente. En el trabajo, si te es posible, ten delante de ti escrito sobre una imagen o tarjetita: “Jesús, María os amo, salvad las almas”. Te servirá de llamada. Entre los obstáculos para dar a Jesús el incesante acto de amor virginal, Jesús mismo enseña a combatir tres: pensamientos inútiles, intereses, habladurías inútiles. Pensamientos, preocupaciones, todo llega a ser inútil, desde el momento que Jesús promete a su Pequeñísima que Él pensará en todo, hasta en lo mínimo. Habladurías inútiles: si al hablar no nos obliga el deber, la caridad, la conveniencia, es tiempo desperdiciado, que roba al amor, Intereses, curiosidades, etc. Todo lo que separa al espíritu de la única cosa a la que estás obligada: amar a Jesús incesantemente y con amor virginal. Necesitas convencerte que para realizar el deseo divino: no debes perder un acto de amor y un acto de caridad desde una Comunión a la otra, el trabajo de tu alma, sostenida por la gracia, será largo y requerirá no poco tiempo, esfuerzo generoso y constancia y sobre todo nunca desanimarse. 100 En cada infidelidad más o menos voluntaria, renueva tu propósito de amor virginal y vuelve a empezar. Si esta infidelidad te hace sufrir, ofrécela a Jesús... ¡qué acto de amor! Verás y comprobarás con cuánta ternura Jesús te levantará después de una caída, una infidelidad; como se apresurará a ponerte en pie, para que tú puedas continuar tu canto de amor. Lo que más te ayudará a dar a Jesús el acto incesante de amor será el renovar el propósito en cada hora y en segundo lugar, el examen particular sobre eso. Recuerda que, el examen particular sobre el acto incesante de amor, señalará como falta sólo el tiempo desperdiciado en habladurías inútiles o en el seguimiento de fantasías, pensamientos inútiles, etc. Arrepiéntete y continúa tranquilamente amando. Pero el propósito al cual debes consagrar todas tus energías, será siempre sobre el acto incesante de amor. Pero no temas, Jesús te ayudará. Él ha dicho: “Ámame y serás feliz, cuanto más me amares, más feliz serás!”... Ánimo, Jesús y María te ayudarán. No temas nunca, confía y cree en su amor por ti. Sor M. Consolata 101 ORACIÓN Del P. Lorenzo Sales Jesús, que en Sor M. Consolata Betrone te dignaste elegir un ardiente apóstol de tu Divino Corazón para difundir en el mundo la doctrina del incesante acto de amor y establecer en la Iglesia el Caminito de amor, te rogamos glorificarla en la tierra, así como sabemos que ya ha sido glorificada en el Cielo, para mostrar al mundo la divina eficacia del camino que expresa nuestro amor a Ti. Para este fin y por su intercesión, te pedimos la gracia que tenemos en el corazón, con la firme confianza de ser escuchados, si es para el bien de nuestra alma, ¡Jesús, María os amo, salvad las almas! 102 ÍNDICE Presentación 2 Introducción El desafío de la mística 3 Actualidad de un mensaje 4 El imprimatur del amor 5 El camino de la confianza 6 Datos Biográficos del P. Lorenzo Sales 9 Síntesis de la Vida de Sor Consolata 10 EL CORAZÓN DE JESÚS AL MUNDO CAPÍTULO I En la secuela de Santa Teresita Sor Consolata y la Historia de un Alma 13 Un mismo Espíritu 14 Las divinas preferencias 16 Y las divinas complacencias 17 CAPÍTULO II La vida de amor y las virtudes cristianas Creer al Amor 20 Esperar en el Amor 22 Confiar en el amor 26 Amar al Amor 33 CAPÍTULO III La vida de amor y las perfecciones cristianas Amor y Santidad 36 El amor y la intimidad con Jesús 38 La intimidad de amor en la virginidad del Espíritu 40 Con el amor todo se da a Jesús 45 El amor todo lo recibe de Jesús 48 Algunos frutos de la vida de amor 50 CAPÍTULO IV La actuación de la vida de amor en el incesante acto de amor Vivir un acto de amor perfecto 53 Conveniencia de una fórmula 53 La fórmula del incesante acto de amor 54 Cómo debe entenderse el incesante acto de amor 54 Las divinas exigencias del incesante acto de amor 55 Fecundidad espiritual del incesante acto de amor 58 CAPÍTULO V La perfección de la vida de amor en la perfección del incesante acto de amor Premisa 61 La continuidad de amor en el incesante acto de amor 61 La virginidad de amor en la virginidad del acto de amor 65 103 La intensidad de amor en la intensidad del acto de amor 68 El amor de abandono y el incesante acto de amor 69 CAPÍTULO VI El incesante acto de amor en la vida espiritual de Sor Consolata El acto de amor y las oraciones vocales 73 El acto de amor y la meditación 74 El acto de amor y las lecturas espirituales 76 El acto de amor y el examen particular 77 El acto de amor y el retiro espiritual 77 El acto de amor en las diversas condiciones del espíritu 78 Sobre la cumbre del heroísmo en el incesante acto de amor 80 CAPÍTULO VII Un fruto concreto del divino Mensaje, la Obra de las Pequeñísimas Jesús descubre a Sor Consolata, la Obra de las Pequeñísimas 81 La consagración de la primera Pequeñísima 83 Sor Consolata y la Obra de las Pequeñísimas 84 Las Pequeñísimas y la Santísima Virgen 85 Las Pequeñísimas y Sor Consolata 86 Muerte de la primera Pequeñísima 86 Sor Consolata a las Pequeñísimas 89 A las no Pequeñísimas 91 El incesante acto de amor y la práctica de las virtudes 92 CONCLUSIÓN Vuelta al manantial 92 El mal y el remedio 93 El nuevo don del Corazón de Jesús 94 A Ti, Oh Señor 95 APÉNDICE Algunas aclaraciones sobre la Obra de las Pequeñísimas 96 Oración por la glorificación de la Sierva de Dios 99 Carta de Sor M. Consolata a Las Pequeñísimas 100 Oración del P. Lorenzo Sales 102 104 Extracto de la Obra del Padre Sales “Tratadito sobre el caminito del amor”, que nos pareció muy importante y necesario adjuntar a este documento: LOS ANGELITOS 82.- ¿Quiénes son los “Angelitos”? El término Angelitos, como el de Pequeñísimas se refiere a las almas. Los Angelitos son, por tanto, todas las almas que aunque no son llamadas a dar a Dios el acto de amor incesante y virginal, se sirven del mismo, con mayor o menor asiduidad para progresar en la vida de amor, santificarse y cooperar a la salvación de las almas. 83.- ¿A los “Angelitos” pueden pertenecer también los niños? Ciertamente; fue más bien éste el anhelo más ardiente del corazón de Sor Consolata durante toda su vida en la tierra: llevar a los niños a Jesús. Cuando después Jesús la introduce en el ejercicio del acto incesante de amor y le predice que otras almas la seguirán, su primer pensamiento corre a los pequeñitos de edad y fue muy feliz cuando comprende que, a través de los “Angelitos”, ella podría transmitir a los niños el acto de amor. 84.- ¿Es posible enseñar a los niños el acto de amor? Es posible y no es difícil. No está quizás escrito: “Con la boca de los niños y de los lactantes afirmas tu gloria” (Sal 8, 3). Eso se realiza literalmente en la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén (Mt 21, 16). El Dios que ha suscitado la alabanza perfecta de corazón en los labios de los niños hebreos, sabrá por tanto, suscitar el acto de amor, verdadera alabanza perfecta, en el corazón y en los labios de los niños cristianos. 85.- ¿Cómo comportarse con los niños? Se debe proceder gradualmente: enseñarles primero el acto de amor abreviado en “Jesús te amo”; después: “¡Jesús, María, os amo!” Sólo a los más grandes se les podrá repetir la fórmula completa: “Jesús, María, os amo, salvad almas”. 86.- ¿Es bueno enseñar a los niños el acto de amor? Es utilísimo para abrir su corazón al amor divino y atraer sobre ellos muchas y grandes gracias. ¿Si nosotros que somos malos, no olvidamos una prueba de afecto, qué bendiciones no derramará el Corazón de Jesús, infinitamente bueno, sobre los pequeños que se esfuerzan por dirigirle y repetirle que le aman? Cuando crezcan, no olvidarán el acto de amor, que será para ellos de inestimable ayuda a través de la vida y más aún en punto de muerte. 87.- ¿A quién corresponde este trabajo? A todos los que ejercitan algún apostolado entre los pequeños: madres, hermanas, maestros, catequistas y otros educadores. 105 88.- ¿Los adultos pueden formar parte de los “Angelitos”? Jesús ofrece el acto de amor, aunque sólo para repetirlo frecuentemente, a todas las almas de buena voluntad. 1-) Las almas consagradas, que no se sientan llamadas a formar parte de las Pequeñísimas, podrán siempre servirse con mucho provecho del acto de amor (que es un acto interior), especialmente para combatir las distracciones del espíritu y los encogimientos sobre sí mismas. 2-) Los laicos ocupados en distintas necesidades de la vida y por tanto, imposibilitados para hacer oraciones largas, pueden encontrar en el acto de amor una gran ayuda para su vida espiritual, a fin de santificar sus fatigas cotidianas y también para rezar frecuentemente, sin por esto interrumpir sus actividades. 3-) Los enfermos pueden hallar en el ejercicio del acto de amor ventajas incalculables: para santificar sus sufrimientos, además para suplir todas aquellas oraciones y todos aquellos actos de piedad que les son impedidos por la enfermedad. Un acto de amor, repetido de tanto en tanto, mientras consuela su espíritu con pensamientos de fe y de esperanza, mientras le conforta con la certeza de cooperar en la salvación de las almas, atrae sobre sí la mirada compasiva del Corazón de Jesús y la ternura maternal de la Virgen. 4-) Los ancianos, imposibilitados para hacer grandes sacrificios o acciones o reducidos a la inactividad, pueden encontrar en el ejercicio del acto de amor una ayuda potente y un medio fácil para valorar, para sí y para las almas, sus últimos años de vida y así utilizar, con intensidad de vida espiritual, el tiempo libre. Eso explica por qué la doctrina del acto incesante de amor ha encontrado tanto favor y ha sido acogido con tanta satisfacción espiritual por las personas de una cierta edad. 89.- ¿Para formar parte de los “Angelitos” es necesaria una consagración especial? No, porque en los Angelitos no se trata de abrazar un camino espiritual particular, sino simplemente un modo particular de orar: servirse del acto de amor (aunque a modo de jaculatoria) en la medida que sea posible. 90.- ¿En qué sentido el acto de amor, a través de los “Angelitos”, puede decirse que es incesante? En el sentido que, no es incesante respecto de cada una de las personas, pero llega a ser tal en el conjunto de muchas de ellas. Si en cada Comunidad o Parroquia hubiera un cierto número de personas que repitieran frecuentemente el acto de amor, desde esa Comunidad o Parroquia se alzaría incesantemente al Cielo el acto de amor, para hacer descender una lluvia de gracias y de bendiciones. 106